CAPÍTULO 1
“Si no recuerdas la más ligera locura
en la que el amor te hizo caer, entonces no has amado”.
William Shakespeare
Lincolnshire, Inglaterra.
Primavera de 1817.
Asomada
a la ventana de su recámara, Amy contemplaba cómo los primeros rayos de sol aparecían
por la colina. Sabía que el momento de la verdad se acercaba de manera
inevitable, provocándole un desasosiego que le oprimía el pecho y no le dejaba
descansar.
Con
las manos sudorosas, el cuerpo tembloroso y un insomnio que apenas le había
permitido dormir durante la noche, no podía dejar de pensar en cómo su vida
estaba a punto de cambiar.
«Dios
mío, qué va a ser de mí.» Se repetía una y otra vez mientras intentaba buscar
la mejor manera de enfrentarse a lo que le esperaba.
Llevándose
las manos al vientre recordó el rostro del hombre que amaba y cómo se había
entregado a él movida por el amor que le profesaba. Le conocía desde que tenía
uso de razón al ser el hijo de sus vecinos, los condes de Rolswell, siendo
frecuente desde su infancia que pasaran tiempo juntos, ya fuera cabalgando,
paseando o simplemente jugando al ajedrez.
El
motivo de que a nadie le extrañara su amistad era que durante generaciones
ambas familias habían favorecido las buenas relaciones, y que Amy era una
chiquilla que seguía a todas partes al joven Ashley, nueve años mayor que ella.
Solo
la partida de Ashley para realizar sus estudios en Eton y su posterior viaje
por Europa los mantuvieron separados, pero el regreso de este, hacía ya casi un
año, había hecho que volvieran a ser inseparables. Aunque esta vez procuraban
verse a escondidas por petición de Ashley y porque sus juegos de juventud
habían cambiado por otros menos apropiados.
Su
amor había sido una constante en su vida, ya que no recordaba un solo instante
en que no lo amara. Incluso cuando tuvo que esperar su regreso durante años,
temiendo que él la olvidara al conocer a otra mujer, o que decidiera quedarse
en Londres motivado por las distracciones que ofrecía la capital a un soltero.
Respecto
a Ashley, estaba convencida de que él también la amaba, no solo porque se lo
había confesado en más de una ocasión estando entre sus brazos, sino porque
algo en su interior así se lo aseguraba. Lo supo cuando él regresó y volvió a
recibirla como si nunca se hubiera marchado, y por cómo comenzó a mirarla de
forma diferente, como reconociendo los cambios que habían acontecido en su cuerpo
durante su ausencia.
De
no ser así, jamás se habría entregado a él en cuerpo y alma, pues aunque lo
amaba con desesperación, no era tan estúpida como para perder su virginidad por
una simple aventura, aunque fuera con el hombre al que amaba en secreto desde
que era una niña.
—Todo
se solucionará —pronunció en voz alta para darse confianza, pues desde que
hacía varias semanas había sentido la necesidad de vomitar cada mañana, su
inseguridad se había vuelto más profunda.
Si
bien al principio no le había dado mucha importancia a su malestar matutino,
fue cuando advirtió su falta de menstruación cuando se percató de la verdad de
su estado. Estaba embarazada y debía enfrentarse a las consecuencias.
Suspirando
intentó serenarse ante el terror que sentía cada vez que pensaba en ello, puesto
que estaba convencida de que su recta y aristócrata familia jamás se lo
perdonaría.
Estaba
absolutamente segura de ello, como sabía que tratarían de tapar el escándalo de
alguna manera. Eso era precisamente lo que más le aterraba, pues les conocía
muy bien y sabía que no tendrían en cuenta sus deseos o el bienestar de su
futuro hijo.
Pensar
en su hijo hizo que el corazón se le detuviera pues, aunque apenas tenía unas
semanas de vida y no lo había sentido en su interior, ya había logrado ganarse
su cariño. Saber que dentro de ella se estaba gestando el hijo de Ashley era su
única alegría, como también era el único motivo que la mantenía cuerda ante el
caos que le esperaba.
El
sonido de unos pasos acercándose a la recámara hizo que volviera a la realidad
y se tensara, pues aunque sabía que solo podía ser su doncella personal,
todavía no se sentía preparada para enfrentarse a nadie.
Aun
así debía asumir que el mundo no se detendría por ella y que tarde o temprano
el momento de revelar su secreto llegaría por mucho que quisiera evitarlo.
—Buenos
días, milady. Veo que ya estáis levantada —empezó a hablarle Megan nada más
entrar.
—Buenos
días, Megan. Lo cierto es que apenas he podido dormir —le respondió mientras se
alejaba de la ventana y se acercaba al tocador para sentarse frente a él.
—¿No
os encontráis bien? Si lo deseáis puedo dejaros dormir un par de horas más —la
preocupación de su doncella le conmovió, pues estaba segura de que sería de las
pocas personas en todo Hertford Hall que mostraría interés por ella.
—No
será necesario. Estoy convencida de que esta noche recuperaré las horas de
sueño.
Recelosa
Megan se le acercó con el ceño fruncido, mientras Amy, ya sentada ante su
tocador, esperaba a que comenzara cuanto antes con su tarea de peinarla.
Amy
sabía que Megan era una muchacha de buen corazón que le sería leal en caso de
que supiera de su embarazo, pero también estaba convencida de que su deber la
obligaría a contárselo a su madre. Era ese el motivo por el cual no quería que
se enterara, pues no quería que tuviera que decidir entre callarse, y
posiblemente perder su empleo, o contar su secreto y serle desleal.
Pero
la suerte parecía que esa mañana no quería acompañarla, pues Megan no quiso
dejar el tema a un lado y comenzó a hablar de nuevo.
—La
verdad es que no tenéis buena cara desde hace unos días. ¿No queréis que llame
al médico para asegurarnos de que no os pasa nada?
—¡No!
—Soltó horrorizada Amy, paralizando a la doncella ante su reacción—. Lo siento
Megan, no quería asustarte, pero no creo que sea necesario molestar al doctor
Kendrick cuando solo es falta de sueño.
—Como
deseéis, milady —fue su única respuesta, dejando que el silencio las envolviera
como un velo asfixiante, mientras Megan continuaba con el trabajo de cepillar
el cabello y callaba al respetar la decisión.
Por
desgracia, Amy se sentía demasiado abatida y temerosa para soportar la tensión
que se estaba acumulando entre ellas y, sin que pudiera evitarlo, una lágrima
se escapó de entre sus ojos para comenzar a rodar por su mejilla.
Saber
que había defraudado a su familia al quedarse embarazada era una losa demasiado
pesada, pero más desesperación le daba estar convencida de que su vida
cambiaría para siempre a sus diecisiete años. Necesitaba desahogarse para
tratar de aflojar el nudo que le oprimía y por ello comenzó a hablar buscando
un consuelo que ansiaba.
—Megan,
yo… —no supo cómo continuar, pues las palabras parecían estancarse en su
garganta.
Pero
a Megan no le hizo falta una explicación para saber qué ocurría, ya que como
doncella personal su obligación era atenderla y estar pendiente de cuanto
necesitara, por lo que estaba al corriente de qué era exactamente lo que le
sucedía.
—Espere
un momento —le dijo antes de dirigirse hacia la puerta y, tras abrirla para
asegurarse de que no había nadie cerca, la volvió a cerrar para después
acercarse de nuevo a ella—. Creo saber qué es lo que tanto le asusta.
Sin
dar crédito a lo que estaba sucediendo, Amy se giró en su asiento para mirarla
a la cara, pero no fue hasta que Megan se agachó para contemplarla con pesar en
su rostro cuando comprendió que estaba al tanto de todo.
—Hace
días que sospecho que podría estar embarazada. Como sabe, me ocupo de tener los
paños preparados y sabía del retraso.
—Entiendo
—afirmó, mientras se decía que había sido una estúpida al no haberlo pensado—.
Sé que tu obligación es decírselo a mi madre, pero te suplico que me des unos
días.
Megan
la observó en silencio durante unos segundos que a Amy le parecieron eternos,
hasta que por fin le respondió:
—Sé
que teme enfrentarse a su madre, pero debe prometerme que solo serán un par de
días.
Nada
más escucharla, Amy sintió el deseo de abrazarla, pero su correcta educación
como la hija menor del conde de Barness se lo impedía. Aun así le regaló una
sonrisa y un suspiro al saber que por unos días estaría cubierta.
—Te
lo prometo Megan, hoy mismo voy a hablar con él y seguro que en breve se lo
contaremos a nuestras familias.
—Estoy
convencida de ello, milady. Usted es una muchacha bonita y de buena familia.
Estoy segura de que el caballero no dudará en pedirle su mano al conde.
A
Amy le habría gustado asentir ante la convicción de Megan, ya que no estaba tan
convencida de que todo se resolviera de una manera tan clara.
—Eso
pienso también —le contestó callando sus dudas—. El problema…
—Es
su madre y su hermana —terminó de decirlo en voz alta Megan.
Amy
solo tuvo que asentir ya que sobraban las palabras, al ser conocido por todos
que la condesa de Barness era una mujer estricta y controladora, del mismo modo
que se sabía que su hija mayor, Rosemary, era una déspota engreída.
Desde
siempre ambas mujeres habían hecho todo lo posible por hacerle sentirse
inferior, al recordarle en cada ocasión que se les presentaba su falta de
elegancia, perfección y atractivo.
Todo
ello había comenzado en su niñez, cuando la condesa se había percatado de que
su segunda hija sería una muchacha de facciones poco llamativas. Un estigma que
la marcaba como no deseable, al alejarse de los cánones de belleza que todo
Barness debía ostentar.
Y
es que Amy poseía unos ojos marrones que sobresalían solo por su viveza, así
como un cabello de color castaño de naturaleza rebelde que le costaba mantener
bien peinado, y una nariz pequeña y chata que hacía juego con sus labios finos
y nada seductores. Pero lo peor de todo era su boca, que tenía el tic de
curvarse ligeramente hacia la izquierda cada vez que sonreía, lo cual, según le
aseguraba su hermana, le hacía quedar como una estúpida pueblerina.
Todo
ello era algo que no podía evitar, como tampoco podía remediar el preferir mil
veces la libertad de la vida rural, donde podía montar a caballo por los
páramos y conversar y disfrutar de la sencillez de las gentes que le rodeaban,
en vez acudir a los salones de té, las tiendas de moda y esas tediosas veladas
donde el protocolo dictaba hasta lo que tenías que pensar.
Amy
sabía que jamás podría encajar entre la alta sociedad, no solo porque no se
sentía parte de ella, sino porque desde siempre supo que jamás podría igualar
en gracia y sofisticación a su hermana.
Rosemary
era considerada la beldad más exquisita de toda la comarca, no solo por su
porte esbelto y agraciado o por sus facciones perfectas, sino porque todo en
ella emanaba una delicadeza que hacía suspirar a cuantos la miraban. Aunque
ninguno de sus admiradores conocía la negrura de su corazón y cómo le gustaba
hacer que la gente de su alrededor se sintiera insignificante.
Saber
que ahora tendría que soportar sus reproches la estaba consumiendo, como
también temía la reacción de su padre. Lord Frederick Barness era un ser
estricto que se tomaba muy en serio el honor de su familia y que sin duda
castigaría severamente a Amy, ya que le pesaban más las habladurías que el
bienestar de su hija pequeña.
Había
centrado toda su vida en aparentar ser el típico aristócrata más versado en
banalidades que en el mantenimiento de sus tierras, del mismo modo que no
mostraba ningún reparo en despreciar a todo aquel que por sus venas no llevara
sangre noble.
La
única ventaja con que contaba para asegurarse el perdón de su padre era que su
futuro marido era el hijo de los condes de Rolswell, por lo que la posibilidad
de unir ambas familias en un matrimonio sería una ventaja a tener en cuenta.
Esta
era la única esperanza a la que podía aferrarse y por esa razón había centrado
todas sus expectativas en contarle a Ashley su problema. Estaba convencida de
que solo si se enfrentaban juntos a su padre tendrían una oportunidad, pues de
lo contrario él no tendría ningún reparo en repudiarla, de modo que la idea de
presentarse sola era lo que más le asustaba.
—Ojalá
nada de esto hubiera pasado —se dijo después de haberse dejado llevar por su
pensamiento.
—No
será la primera lady que se casa en estado, como tampoco será la última. Piense
que tiene diecisiete años y por lo tanto puede contraer matrimonio
perfectamente.
—Lo
sé, Megan. Y te puedo asegurar que amo al hombre que me ha seducido, pero
habría preferido que las cosas hubieran sucedido de otra manera.
Encogiéndose
de hombros, Megan se giró y comenzó a caminar alejándose de ella, indicándole
sin palabras que ya nada se podía hacer al respecto. Con paso decidido se
dirigió al armario para sacarle el vestido que se pondría esa mañana, como
llevaba haciendo desde que había sido asignada como su doncella.
—¿Va
a salir a montar como cada domingo? —al volverse y ver el sonrojo de Amy supo
que ese día haría algo más que cabalgar, pero como buena sirvienta no quiso
meterse en sus asuntos privados y permaneció a la espera de su respuesta.
—Así
es.
Amy
no pudo evitar acalorarse al recordar que cada domingo, desde hacía unos meses,
Ashley y ella se reunían en la vieja casa del guardabosques. Había sido en uno
de esos encuentros donde abundaban los besos y las palabras tiernas cuando todo
sucedió, pues en un arrebato se dejaron llevar por la pasión y acabaron
entregándose.
Una
única vez en la que había perdido la virginidad al haber cedido ante las
atenciones de Ashley y en la que, sin sospechar las consecuencias, había
cometido un acto que le marcaría durante el resto de su vida.
—Hoy
voy a verle y a contárselo —le confesó ante la necesidad de repetirse de nuevo
que debía solucionar el problema cuanto antes.
El
silencio de la doncella hizo que se intranquilizara y necesitara seguir
hablando.
—Estoy
convencida de que él se alegrará y todo acabará bien.
—Así
será, milady —le aseguró Megan, aunque ninguna de las dos se mostraba muy
segura de que así sucediera.
Volviéndose
hacia el espejo de su tocador Amy se quedó por unos instantes contemplándose,
deseando poder dejar atrás toda una vida de vacilaciones para poder enfrentarse
a su destino con decisión.
Pero
por desgracia llevaba grabado a fuego en su alma cada insulto, menosprecio y
discriminación que había sufrido durante años, convirtiendo su carácter en algo
frágil y maleable que la volvía insegura.
Por
primera vez en su vida anheló tener la determinación de su hermana, pues si
bien nunca había deseado su belleza o su elegancia, debía reconocer que siempre
había anhelado poseer su fortaleza y determinación.
Suspirando
se armó de valor para levantarse de su asiento y, decidida a enfrentarse a lo
que le aguardaba, se puso su vestido de montar de fino terciopelo negro.
Sabía
que durante los días venideros nada sería sencillo, pero tenía la esperanza de
que al estar junto a Ashley todo le resultaría más llevadero.
«Ojalá
todo acabe bien.»
Comenzó
a repetirse una y otra vez como si así pudiera lograr que sucediera.
«Ojalá
Ashley permanezca a mi lado.»
Fue
su último pensamiento antes de salir de su cuarto rumbo a su cita con el
destino.
CAPÍTULO 2
Resguardada
por los majestuosos árboles que rodeaban la antigua cabaña del guardabosque,
Amy caminaba de un lado para otro deseosa de que su cita secreta llegara cuanto
antes. Necesitaba descubrir en los ojos de Ashley si en ellos había ese amor
que él siempre le había asegurado, ya que ansiaba desesperadamente creer que la
quería.
Temblando
se percató de que de nuevo volvía a desconfiar de Ashley y, reprochándose su
inseguridad, se juró que nunca más lo haría. Al fin y al cabo él le había demostrado
en más de una ocasión la profundidad de sus sentimientos, por lo que no era
justo que ella se dejara llevar por sus vacilaciones y dudara de su amor.
Reconocía
que Ashley no se merecía algo así, más aún cuando en sus encuentros le había
abierto un mundo nuevo que desconocía. Un mundo donde las palabras dulces y las
caricias tiernas habían logrado que se volviera una mujer más conforme con su
cuerpo y su feminidad.
Quizá
esa felicidad que experimentaba cuando estaba con él se debía a que le había
amado desde siempre, pero no había sido hasta su primer beso cuando había
notado cómo ese amor se hacía más profundo, llegando a apoderarse de su
pensamiento, su corazón y sus cinco sentidos.
Y
es que desde que él había regresado, su vida había cambiado por completo y por
fin tenía a alguien que la escuchaba y se preocupaba por ella.
Aún
recordaba cómo el día en que se entregó a él le había buscado desconsolada,
pues su hermana la había vuelto a insultar asegurándole que siempre sería
vulgar y poco femenina. Solo en los brazos de Ashley pudo serenarse, mientras
este le aseguraba que en sus muchos viajes jamás había encontrado una muchacha
más bonita y de corazón más tierno.
A
pesar de los meses transcurridos desde ese día, aún sentía el escozor de las
lágrimas y cómo Ashley la consoló, convirtiéndose desde aquel día en su
universo, pues era el único que le hacía sentirse feliz y segura de sí misma.
Por
eso se pasaba los días contando las horas que faltaban para verle y cada
domingo volvía a esa destartalada cabaña del guarda para dejarse llevar entre
sus brazos.
El
sonido de los cascos de un caballo hizo que Amy alzara la vista esperanzada y
se encontrara con la imagen de Ashley cabalgando hacia ella con la gracia de un
jinete experimentado. Sin poder apartar la mirada, solo pudo quedarse ahí
parada, mientras le observaba atravesar la pradera para acudir a su encuentro.
Con
su cabello rubio despeinado por el viento, su cara varonil y su porte atlético,
Ashley parecía más un dios griego que el refinado conde de Rolswell. A sus
veinticinco años, lord Ashley Davison III era considerado el mejor partido en
millas, no solo porque su familia era una de las más antiguas y distinguidas
del vecindario, sino porque poseía una belleza y una distinción que quitaban el
aliento.
Amy
estaba al corriente de que tanto las matronas como sus hijas competían por
llamar su atención, por lo que se sentía doblemente agradecida de que Ashley se
hubiera fijado en ella.
Deseosa
de estar con él, salió a su encuentro sin perderlo de vista, sintiendo cómo sus
piernas le flaqueaban cuando Ashley le dedicó una de sus espectaculares
sonrisas. Solo cuando hubo bajado de su montura y la hubo estrechado en sus
brazos, Amy dejó de temblar al haberse desvanecido todos sus miedos como si los
hubiera barrido el viento.
—Lamento llegar tarde, pequeña, pero unos
asuntos importantes me han entretenido.
Olvidándose
del decoro, Amy apenas escuchó sus palabras y se perdió entre sus brazos
aferrándose con fuerza, consiguiendo que este soltara una carcajada y la
acercara más a su cuerpo.
—Veo
que me has echado mucho de menos —le dijo con tono irónico, justo antes de
apoderarse de su boca con un beso posesivo.
Completamente
rendida ante su encanto, Amy no opuso resistencia y sin ningún pudor abrió su
boca para dejarle paso, como había hecho en muchas otras ocasiones. Durante
unos segundos olvidó que ese comportamiento era inaceptable en una dama
respetable, pero la necesidad que experimentaba de sentirse amada y valorada
era mucho más intensa que su recato.
—Ashley,
por un momento he temido que no vinieras —le confesó Amy cuando sus bocas se
separaron, sin importarle que supiera cuánto dependía de él para sentirse feliz
o lo vulnerable que era.
—Tontita.
Sabes que por nada del mundo me perdería uno de nuestros encuentros —señaló
sonriendo mientras le cogía la barbilla para encontrarse con sus ojos.
—Lo
sé, pero hoy necesito tanto sentirme segura entre tus brazos que cada minuto se
me ha hecho eterno.
Sin
querer desperdiciar ni un segundo, Ashley no quiso profundizar en ese tema ni
malgastar el poco tiempo de que disponían escuchando una vez más sus
inseguridades. Sabía que Amy se sentía infeliz con su vida y despreciada por su
familia, pero había sobrepasado su límite de escuchar más quejas.
Presuroso
por comenzar con sus besos, la cogió de la mano para así tirar de ella hacia el
interior de la cabaña y ambos ponerse a cubierto. Debía tener cuidado para que
ningún desconocido que anduviera cerca pudiera verlos, pues había demasiado en
juego como para arriesgarse.
Pero
fue una vez ya dentro de su refugio cuando se percató de que algo grave
sucedía, pues la expresión de Amy seguía seria y asustada. Un escalofrío le
recorrió el cuerpo pillándole desprevenido, ya que algo le decía que, en esta
ocasión, su desasosiego no se debía a alguna de sus frecuentes disputas con su
familia.
Decidido
a que no le amargara ese momento que tenían para estar juntos, se dispuso a
besarla para así hacer que se olvidara de ello, pero Amy retrocedió un paso
sorprendiéndole aún más.
Ella
sabía que no podía posponer por más tiempo la noticia de su embarazo, pero por
más que lo intentaba no encontraba las palabras apropiadas para decírselo.
Con
el cuerpo temblando se reprochó estar tan nerviosa y, sin poder mirarle a los
ojos por temor a ver en ellos desaprobación, respiró profundamente y comenzó a
hablar antes de volver a perder la poca seguridad que aún albergaba.
—Tenemos
que hablar.
Con
esas simples palabras, el lívido de Ashley se apagó por completo y apareció una
vocecita en su cabeza que le repetía que algo grave debía de haber ocurrido.
—¿No
puede esperar para más tarde? —le preguntó para ganar un poco de tiempo, ya que
deseaba estar con ella.
—No.
Me temo que no —le respondió mientras se apretaba con fuerza las manos.
Suspirando
Ashley retrocedió unos pasos y echó de menos una copa bien cargada de buen
brandy, a la vez que se preguntaba qué podría haber sucedido para que se
mostrara tan perturbada y, tras fijarse bien en ella, verla tan asustada.
Y
entonces, una idea espantosa le vino a la cabeza, pues tuvo el convencimiento
de que le diría que los habían descubierto. Una noticia que llevaba temiendo
desde hacía unas semanas, cuando había escuchado unos pasos cerca de la cabaña
mientras trataba de seducirla.
—Entonces
dilo cuanto antes para que así podamos dejarlo a un lado —señaló sin querer
demostrar que podía saber en qué consistía su noticia.
Inquieta,
apretó con fuerza los puños y, tratando de controlar su nerviosismo, se aclaró
la garganta seca para después decirle sin más:
—Estoy
embarazada.
El
silencio frío que se extendió por la destartalada habitación la pilló por
sorpresa, ya que no se había imaginado que Ashley reaccionara quedándose rígido
y mirándola fijamente, como si le costara creer que lo que acababa de escuchar
fuera cierto.
Tras
unos segundos de agónica espera, Amy sintió cómo las lágrimas empezaban a
derramarse por su mejilla y necesitó más que nunca que él se compusiera para
abrazarla y decirle que todo se arreglaría.
Pero
Ashley estaba muy lejos de sentirse calmado ante lo que acababa de escuchar,
pues aunque solo la había poseído una única vez, no podía negar que existía la
posibilidad de que hubieran engendrado un hijo.
Maldiciendo
su mala suerte bajó la mirada hasta el vientre plano de Amy, dándose cuenta por
primera vez de que ante él tenía a una frágil mujer que apenas había dejado de
ser niña.
Se
lo decían sus inseguridades y sobre todo esa mirada mitad asustada y mitad
esperanzada, que lo contemplaba como si él fuera capaz de cualquier heroicidad.
Resignado
solo pudo quedar en silencio pensando qué sería de ellos desde ese mismo
instante. Por su cabeza pasaban imágenes de la vida que él había deseado vivir,
y en cambio, la que le esperaba ahora era como esposo de una muchacha inestable
y padre de un bebé no deseado.
Mientras
tanto, Amy permanecía quieta en su sitio bastante sorprendida por su mudez,
comenzando a temer que se marchara en cualquier momento dejándola sola con su
hijo.
Temerosa
de que esto sucediera, avanzó unos pasos para acercarse más a él, que aún
permanecía abstraído en sus propios pensamientos, como si así le obligara a
regresar al presente y a contarle qué intenciones tenía con respecto a ellos.
—Ashley,
¿qué vamos a hacer? —le preguntó, pues no podía soportar más la espera.
Había
albergado la esperanza de que se hubiera alegrado con la noticia, para después
abrazarla con fuerza mientras le aseguraba que juntos lo solucionarían todo.
Pero en vez de eso, se había quedado observándola petrificado, consiguiendo que
empezara a temerse lo peor.
Sin
saber qué hacer, ya que jamás en su corta vida se había enfrentado a algo así,
simplemente permaneció callada a la espera de que él asimilara lo que acababa
de decirle y reaccionara.
Recapacitando
sobre todo ello, se percató de que su forma de actuar era comprensible, ya que
él no se esperaba una noticia semejante y ella se lo había dicho de golpe. Lo
sabía porque a ella le había costado también asimilarlo, por lo que ahora no
podía reprocharle que él hiciera lo mismo.
Aun
así una voz en su interior le repetía sin descanso que algo no estaba bien, y
no fue hasta que él comenzó a caminar pensativo de un lado a otro del pequeño
cuarto, cuando pudo volver a respirar sin sentir una opresión en el pecho.
—¿Estás
segura de ello? —fue lo primero que le dijo cuando unos minutos después se
detuvo ante ella.
—Sí
—fue lo único que pudo contestarle.
—Pero
quizá te has equivocado, tal vez sea solo un retraso.
Resultaba
más que evidente la esperanza que tenía de que esto fuera cierto, pero por
desgracia Amy estaba bastante segura de su embarazo.
—Mi
doncella también me lo ha asegurado.
—¡Por
Dios, Amy! ¿Se lo has contado a tu doncella? —prorrumpió enfadado, deteniéndose
de nuevo.
Sin
poder remediarlo Amy dio un respingo asustada, pues no esperaba que él
levantara la voz. Conteniéndose para no echarse a llorar y para demostrarle que
ya no era una niña, se irguió todo lo que pudo y, sin bajar la mirada, por
primera vez en su vida se enfrentó cara a cara con otra persona.
—En
realidad no ha hecho falta —continuó diciendo ruborizada—: Ella se ocupa de mis
asuntos de mujer y no he podido ocultárselo.
—Pero
nadie más lo sabe, ¿no es así? —insistió él, con un tono de voz más calmado.
Con
la sensación de opresión instalada de nuevo en su pecho, Amy no fue capaz más
que de asentir, pues le faltaba el aire necesario para que las palabras
surgieran de su boca.
—Por
el momento tenemos que mantenerlo en secreto, ¿crees que tu doncella no se lo
contará a tu madre?
Con
la mirada de él clavada en la suya esperando una respuesta, Amy solo pudo
disimular su malestar y contestarle, tratando de aparentar una tranquilidad que
en realidad no sentía.
—Le
he pedido que me dé unos días y me lo ha concedido.
—Perfecto.
Es cuanto necesito para arreglarlo todo.
Tras
escuchar sus palabras su esperanza regresó, al comprender que había estado tan
abstraído y serio, no porque estuviera enfadado o demasiado sorprendido para
reaccionar, sino porque estaba pensando en la forma de arreglarlo todo.
—Entonces,
¿crees que se podrá solucionar? —le preguntó esperanzada.
—Claro
que sí. Tú déjalo en mis manos.
Por
primera vez Amy pudo suspirar aliviada, al saber que él buscaría la manera de
poder estar juntos y formar una familia. Se dijo que incluso el embarazo no
tenía por qué salir a la luz, ya que si se casaban enseguida podrían decir que
el niño había sido prematuro.
Al
pertenecer ambos a familias respetables nadie pondría en duda esta versión,
acabando esta pesadilla de una manera que seguro que ambos deseaban.
Tras
dedicarle una de sus sonrisas por fin pudo hablar sin temor:
—Menos
mal, estaba muy asustada por lo que podría sucedernos.
—No
tienes porqué sentirte así, pequeña. A veces estas cosas pasan entre un hombre
y una mujer, pero no tienes de qué preocuparte. Y ahora deja que te abrace para
que puedas olvidarlo todo.
Más
calmada se acercó a él para buscar el calor de su abrazo, sabiendo que solo de
esa manera lograría apartar todas las dudas y miedos. Pero no tardó mucho en
percibir que algo había cambiado en él, pues notó cómo a pesar de estar
abrazados Ashley se encontraba distante.
Aun así necesitaba demasiado de su
cercanía como para reprochárselo, ya que por nada del mundo quería hacer o
decir algo que volviera a hacerle enfadar. Sabía que estaba comportándose como
una niña tonta y asustadiza que se niega a enfrentarse a la realidad, pero en
ese momento, después de haber pasado por una auténtica pesadilla, lo único que
pedía era un poco de paz.
Por desgracia su momento de sosiego duró poco,
ya que tras haber transcurrido tan solo unos minutos Ashley la separó de su
abrazo sin muchos miramientos y le dijo mostrándole una sonrisa que no le
alcanzó a los ojos, a pesar de que pretendía tranquilizarla:
—Ahora,
si me disculpas, será mejor que me marche.
—Pero,
¿tienes que irte tan pronto? —le preguntó tratando de que no sonara a reproche.
Como contestación Ashley le besó la
nariz, como se hace con una hermana y no con la mujer que va a dar a luz a un
hijo propio. Luego, simplemente le sonrió y, tras colocarse bien la casaca[1],
acabó diciéndole:
—Por
si lo has olvidado, dentro de dos días ceno en Hertford Hall acompañado de mi
familia y quisiera tener todo este asunto solucionado antes de que sea
demasiado tarde.
A
Amy no le gustó que llamase a su futuro hijo “este asunto”, pero como no quería
que él se molestara con ella optó por callarse. Sabía que se encontraba en una
situación precaria que solo juntos solucionarían, ya que si por algún motivo él
decidiera repudiarla no podría hacer nada para evitarlo.
Si
esto sucediese no tendría ninguna posibilidad de salir con la cabeza alta, ya
que tanto su familia como toda la sociedad la culparía a ella de haber caído en
desgracia. Ser madre soltera significaba no solo la muerte social, sino vivir
el resto de la vida recluida en alguna pequeña propiedad, sin ningún futuro y
con un hijo que debería portar la cruz de ser bastardo durante el resto de su
vida.
Notando
cómo la serenidad que le había aportado se le escapaba de entre los dedos,
intentó no pensar en ello y confiar en Ashley, a pesar de que en ese momento
estuviera marchándose y dejándola sola cuando más le necesitaba.
—Está
bien Ashley, soluciónalo todo cuanto antes para que podamos anunciar la boda
dentro de dos días.
El
ceño fruncido que él puso al escucharla tampoco le agradó y empezó a
preguntarse qué estaría pasando por la cabeza de Ashley en ese momento. Pero
cuando él asintió, como si de esa manera confirmara que así sucedería, Amy pudo
soltar el aire que hasta hacía unos instantes ni siquiera sabía que retenía.
Aun
así, no pudo evitar sentir desasosiego al ver cómo él se marchaba sin
despedirse con un beso, como solía hacer al finalizar cada uno de sus
encuentros, y sin haber mencionado una sola palabra sobre sus planes para así
tranquilizarla.
Recordó
no sin cierta resignación que, a pesar de su corta experiencia con los hombres,
estos solían ignorar a las mujeres en las cuestiones más serias. Era algo
frecuente en su padre, y por lo visto también en Ashley, ya que entendían que
las mujeres eran demasiado simples como para ponerlas al corriente de sus asuntos.
Sintiéndose
mitad desamparada y mitad enfadada al no haber contado con ella, solo pudo
observar cómo salía de la cabaña, para después escuchar cómo su caballo se
alejaba al galope.
Un
escalofrío comenzó a recorrer todo su cuerpo, no solo a causa de la temperatura
que parecía que había bajado en esa mañana de primavera, sino porque un frío
procedente de su interior se estaba apoderando de ella.
Quería
creer en él, en que todo se solucionaría y serían felices juntos, pero por
mucho que lo intentaba no podía olvidar su frialdad y cómo la había dejado sola
en cuanto tuvo la oportunidad.
A
pesar de su malestar una ligera sonrisa acudió a sus labios al recordar que ya
jamás estaría sola, pues desde hacía pocas semanas llevaba en su interior a su
hijo. Poniéndose las manos en el vientre decidió darle un voto de confianza a
Ashley, convencida como estaba de que en cuando recapacitara se daría cuenta de
lo maravilloso que sería ser padre.
Lo
sabía porque ella misma había comenzado a amar a su pequeño, a pesar de los
problemas que le ocasionaría su precipitado nacimiento. También se recordó a sí
misma que debía entender que para un hombre todo el asunto del embarazo era
diferente, al no poder experimentar la maravillosa sensación de llevar una vida
dentro.
Algo
más tranquila, se encaminó hacia la puerta parándose durante unos segundos al
sol y notando cómo los rayos le calentaban y apartaban de ella el frío que
había tratado de consumirla.
Alzando
la cara al cielo suspiró y percibió cómo el calor ahuyentaba los temores y le
hacía albergar una sensación parecida a la esperanza. Notándose más
reconfortada se repitió que debía confiar en el amor de Ashley, a pesar de su
frialdad y de su partida precipitada.
Se
dijo que solo debía esperar dos días para alcanzar el sueño de ser la esposa de
Ashley, ya que un cielo tan maravilloso como el que tenía ante ella no podía
ser señal de nada malo.
Con
ese pensamiento se encaminó hacia su montura para regresar a Hertford Hall, sin
percibir cómo unas nubes oscuras se aproximaban por el norte.
Tal
vez dentro de dos días se hicieran realidad sus deseos, o tal vez dentro de dos
días sus más oscuras pesadillas le darían alcance.
CAPÍTULO 3
Armándose
de valor Amy comenzó a bajar la escalera de mármol de Hertford Hall, sabiendo que
esa noche la recordaría durante el resto de su vida.
Aunque
había tenido dos días para prepararse, no había logrado contener sus nervios,
pues albergaba la certeza de que esa noche en que ambas familias cenaban
juntas, Ashley aprovecharía para comunicar su enlace y posiblemente su
embarazo.
Debía
reconocer que su actitud era de total cobardía, pero cada vez que se imaginaba
frente a sus padres y hermana, así como junto a los padres de Ashley, se
apoderaba de ella un escalofrío que conseguía que deseara esconderse bajo las
sábanas.
Solo
cuando recordó que a sus diecisiete años ya no era ninguna niña, encontró el
coraje necesario para continuar, al ser consciente de que había llegado el
momento de enfrentarse a las consecuencias de sus actos.
Tratando
de controlar su nerviosismo, continuó su descenso por la gran escalinata,
intentando convencerse a sí misma de que no estaba asustada.
Sabía
que con su retraso solo había conseguido ser la última en presentarse, por lo
que su aparición llamaría la atención de todos los presentes aunque fuera
durante unos segundos. Una acción que sin duda le reprocharía su hermana
Rosemary, a quien le gustaba ser la última en bajar las escaleras para acaparar
todo el protagonismo.
Esa
noche sin embargo sería ella a la que todos esperaban y estaba convencida de
que, tras acabar la velada, tendría que aguantar algunos de sus insultos. Sin
embargo, en ese momento la rabieta de su hermana era lo que menos le importaba,
ya que al acabar la velada sería la prometida de Ashley y ningún desprecio de
Rosemary lograría mitigar su felicidad.
Ante
la idea de convertirse en la prometida de Ashley, Amy sonrió, aunque tuvo que
reprocharse haber sido una tonta al haber temido enfrentarse a los presentes,
cuando Ashley estaría entre ellos para protegerla.
Ya
a escasos pasos de las puertas del gran salón, Amy escuchó las voces de los
asistentes a la cena y pudo distinguir claramente las risas de su madre Rebeca
y de la madre de Ashley.
Agradecida
porque su madre no se hubiera percatado de su retraso se irguió, adoptando la
pose que toda dama elegante debe llevar, y continuó paso a paso hasta colocarse
entre las dos inmensas puertas abiertas que daban acceso a la estancia.
Lo
que vio ante ella le sorprendió, pues daba la sensación de que no habían
advertido su tardanza, ya que nadie miró en su dirección a pesar de encontrarse
a escasos metros. Divididos en tres grupos todos conversaban con una copa de
champán en la mano, pero lo que le molestó especialmente fue que Ashley
estuviera hablando con Rosemary tan absorto que ni siquiera se había percatado
de su llegada.
Sintiéndose
una vez más como una extraña entre su familia, se adentró con paso decidido,
deseando acercarse cuanto antes a la pareja. Había algo en la actitud de ellos
que no le gustaba, quizá porque juntos parecían perfectos el uno para el otro.
Pero
no solo eran celos lo que percibió al verlos, sino que además le hacían
sentirse inferior al parecer ellos una obra digna del mismísimo Tiziano[2],
mientras que ella a su lado solo sería considerada un simple complemento al que
nadie prestaría atención.
Intentando
apartar de su cabeza este pensamiento, continuó andando dispuesta a que nada
estropeara su noche, aunque no pudo evitar enfadarse consigo misma por haberse
dejado llevar por sus inseguridades. Resignada al no poder competir con la
belleza de su hermana, sintió cómo el enfado iba creciendo en su interior, no
solo porque siempre se dejaba llevar por los prejuicios, sino porque nadie se
molestaba ni siquiera en saludarla.
Estaba
llegando a un grado de enojo tal que en ese instante dejó de importarle si se
ponía en evidencia delante de sus futuros suegros, así como del pastor de la
parroquia anglicana a la que pertenecían y al que su madre había invitado como
comodín para que ninguna dama estuviera sin compañía.
Tampoco
le importaba que esa noche Ashley estuviera realmente espléndido con su traje
de gala, o que Rosemary le sonriera como si fuera una gata en celo, algo que
solía hacer cuando andaba cerca un noble con un título adecuado y riquezas en
abundancia.
Pero
solo había avanzado un metro escaso cuando su madre la detuvo al cogerla con
fuerza del brazo, con el firme propósito de que se detuviera y de asegurarse de
que la escuchara.
—No
te atrevas a molestarlos. Tienes la estúpida manía de importunar solo con tu
presencia.
Extrañada
ante la petición de su madre Amy la miró a la cara, como si buscara la
confirmación de que le había escuchado correctamente. Hacía años que apenas
prestaba atención a los insultos que le dedicaba a la más mínima ocasión.
Estaba cansada de oírlos y de justificarla cuando en realidad ella no era
culpable de su apariencia o de su forma de ser.
Pero
esta vez había algo diferente en su madre. Cuando pudo ver el frío glacial que
emanaba de sus ojos, así como el rictus de su boca, que apretaba con fuerza,
supo que había algo más en su petición. No tuvo que pensar mucho de qué podría
tratarse, pues cuando volvió a mirar hacia la pareja, vio cómo su hermana le
tocaba sutilmente el brazo a Ashley mientras le dedicaba una de sus más
deslumbrantes sonrisas.
Nada
más verlo notó una punzada en el estómago al darse cuenta de las intenciones de
su madre, ya que era más que evidente que pretendía emparejar a su primogénita
con el primogénito de los Rolswell.
Como
si fuera una especie de letanía entendió por fin a qué se debía esa cena con
sus vecinos, quedando aún más claro cuando sin más su madre se giró dándole la
espalda, para volver a centrar su atención en elogiar a lady Rolswell, que en
ese momento conversaba con el párroco.
Plantada
en medio del gran salón como si fuera una visita no deseada Amy quiso
enfrentarse a su madre. Deseaba con todas sus fuerzas poder mirarle a la cara
para gritarle que Ashley era suyo y ni ella ni nadie podrían impedir que
acabaran juntos, pero sabía que jamás podría hacer algo semejante.
Se
lo impedían no solo el respeto que le debía a la mujer que le había dado la
vida, sino también su gran corazón y su educación, que así se lo indicaban.
Sintiéndose
sola, a pesar de estar rodeada de la gente que supuestamente más la quería,
solo pudo cerrar sus manos para convertirlas en puños y apretarlos con fuerza
hasta que sus nudillos se volvieron blancos y las uñas se le clavaron en las
palmas.
Suspirando
para tratar de serenarse, se giró dispuesta a no hacerle caso, ya que por nada
del mundo permitiría que nadie ni nada le estropeara esta noche. Había soñado
en infinidad de ocasiones con ese momento en que Ashley pediría su mano delante
de todos y no estaba dispuesta a que le arruinaran esa ocasión tan especial.
Queriendo
dejar atrás este asunto que tanto le molestaba, alzó la cabeza para encontrarse
con la mirada de Ashley, que la observaba con una sonrisa en los labios. Con el
corazón latiéndole a mil por hora Amy solo pudo devolverle la sonrisa y, tras
ver cómo le hacía señas para que se le acercara, todo lo demás dejó de tener
importancia.
Perdida
en el deseo de estar junto a él olvidó la advertencia de su madre, como tampoco
prestó atención a la mirada cargada de censura de Rosemary. En ese instante en
el gran salón para ella solo estaba Ashley y, como no soportaba estar por más
tiempo separada de su compañía, comenzó a caminar hasta colocarse frente a él.
—Está
preciosa, milady.
Encantada
con su cumplido solo pudo agrandar la sonrisa, mientras escuchaba cómo de la
boca de Rosemary salía un bufido muy poco apropiado para una dama.
—Llegas
tarde —le reprochó su hermana con un tono de voz cortante.
Sin
dar muestras de haberla escuchado Amy continuó mirando a Ashley, mientras este
se inclinaba para cogerle de la mano y besársela como todo un caballero.
Se
sentía como una princesa en medio de un cuento de hadas y hubiera podido jurar
que en ese instante estaba flotando. Contestando al cumplido de Ashley le dijo
con las mejillas ligeramente coloradas:
—Gracias.
Usted también está muy guapo.
Nada
más oírla Rosemary se propuso dejarla en evidencia, por lo que la golpeó en el
brazo con su abanico mientras le reprochaba:
—Eso
jamás se le dice a un hombre.
—Déjala.
Lady Amy Clarence puede hacerlo.
Al
escucharle decir su nombre completo sonrió, pues era el único que la llamaba
así en público desde hacía años. Estando una mañana en la cabaña le había
contado que era su forma de decirle que la amaba sin que nadie se percatara,
por lo que Amy solo se fijó en su significado.
Encantada
con seguirle el juego se dispuso a contestarle, con el propósito de dejarle
claro a su hermana que entre ambos había algo que ella jamás tendría. Pero
justo en ese instante el mayordomo interrumpió en el salón con andares
pomposos, como si fuera un auténtico placer dirigirse a la señora de Hertford
Hall.
Una
actitud que se había ganado la simpatía de lady Barness al hacerla sentir
importante, y por ello el mayordomo contaba con carta blanca a la hora de
aseverar al servicio, un placer del que sin duda disfrutaba siempre que podía y
ante el que todos debían callar si querían conservar el trabajo.
Como
si se tratara de un secreto de estado el mayordomo le dirigió unas discretas
palabras a su madre para, segundos después, ésta asentir con la cabeza y
anunciar con solemnidad:
—Me
informan de que podemos ir entrando en la sala donde se servirá la cena.
El
asentimiento de los invitados le indicó que tendría que esperar otra
oportunidad para dejarle claro a su hermana que ya no era una niña a la que podía
manejar y desacreditar a su antojo, y suspirando observó cómo su padre le
ofrecía galantemente el brazo a lady Rolswell, del mismo modo que el conde le
ofrecía su brazo a la anfitriona.
Viendo
que las parejas se estaban formando, y que el párroco la miraba con el
propósito de que fuera su compañera de cena, se apresuró a mirar a Ashley.
Pero
al parecer ese día la suerte no estaba de su parte, ya que en ese justo momento
escuchó cómo Rosemary le decía con una voz tan dulce que incluso resultaba
empalagosa:
—Lord
Ashley, espero que no le moleste que mi madre nos haya puesto juntos en la
mesa.
—Para
nada, milady, será todo un placer acompañarla.
Asombrada
por el descaro y la familiaridad de su hermana, Amy observó cómo esta se le
acercaba para aferrarse a su brazo, temiendo que esa noche Rosemary haría todo
lo posible para estropearle la velada. Lo único que Amy desconocía era si lo
estaba haciendo a propósito o si era fruto de la casualidad que no dejara de
interponerse entre Ashley y ella; o lo que era peor, que todo ello fuera un
ardid de su madre.
Enfadada
con Rosemary pudo ver cómo su sonrisa se volvía maliciosa al pasar por su lado,
obteniendo así la respuesta de que esa noche haría todo lo posible para dejarla
en evidencia.
Sin
poder reprocharle nada a Ashley, pues no habría sido apropiado para un
caballero denegar el ofrecimiento de una dama, los vio encaminarse con paso
distinguido siguiendo a la comitiva que ya había comenzado a dirigirse a la
otra estancia.
Deseando
perder la compostura para apartar de un empujón a su hermana, se sobresaltó
cuando el serio párroco llamado señor Anderson se colocó ante ella, con una
mirada tan fría y un rictus tan severo, que daba la sensación de que estuviera
ofreciendo el brazo a una babosa en vez de a una muchacha.
A
Amy no le extrañó esta actitud, pues de sobra sabía que el señor Anderson no
tenía nada en su contra, sino que simplemente consideraba a todas las mujeres
unos seres impíos, puestos en el mundo para amargar la existencia de los
hombres con sus artimañas de seducción.
Por
ese motivo el párroco de férreas convicciones anglicanas permanecía soltero,
pues a pesar de que se le permitía contraer matrimonio si así lo deseaba, no
había encontrado a una mujer que no estuviera marcada por el pecado de Eva. Un
pequeño inconveniente que el señor Anderson remarcaba cuando estaba cerca de
una fémina, pero que milagrosamente olvidaba cuando se encontraba frente a una
dama que podía ser generosa con sus donativos.
Sabiendo
que la cena sería sumamente tediosa a Amy solo le quedó asentir, siendo los
últimos en presentarse en el espléndido comedor que relucía con su infinidad de
velas, tapices, flores y dorados.
Fue
entonces el turno de su madre de acomodar a los presentes, y como cabía de
esperar colocó a Ashley al lado de Rosemary en el otro extremo de la mesa, por
lo que le resultaría imposible mantener una conversación con él durante la
cena.
Sintiéndose
decaída ante el tedio que le esperaba, solo le quedó el consuelo de pensar que
su hermana podría tenerlo durante la cena, pero ella lo tendría durante el
resto de su vida. Un pensamiento que la hizo sonreír, ganándose con ello el
reproche de su acompañante, el señor Anderson, el cual insistió en recordarle
las virtudes de una doncella según los salmos mientras sorbía con veneración la
sopa de langosta.
Aburrida
solo le quedó permanecer en silencio al mismo tiempo que el señor Anderson
recitaba palabra por palabra su discurso, sin que nadie le prestara atención.
De vez en cuando contemplaba cómo todos menos ellos sonreían encantados, en una
cena que transcurría con su madre riendo cada broma del conde de Rolswell,
mientras su padre se encargaba de agasajar a lady Rolswell.
Cansada
de observar ese espectáculo se fijó en que Rosemary también se esforzaba por
mantener ocupado a Ashley, pues en ningún momento permitió que este alzara la
cabeza para dirigirle algún comentario. Lo único con lo que tuvo que
conformarse fue con alguna mirada perdida, acompañada de esquivas sonrisas que
le sabían a poco.
Y
así, con alguna frase esporádica para contestar a alguno de los Rolswell, los
discursos del señor Anderson, que no paraba ni para masticar, y más de una
docena de miradas de censura de su madre para que mantuviera la postura
erguida, fue transcurriendo la cena de ocho platos entre los que destacó la
exquisita perdiz, la trucha especialmente preparada para lord Rolswell, el
solomillo en salsa de frambuesa que era el plato favorito de Rosemary, y el salmón
con salsa de puerros que nunca faltaba en las cenas de gala al ser la
especialidad del chef.
Plato
tras plato a Amy solo le quedó el consuelo de saber que en algún momento la
cena terminaría, por muy eterna que se le estuviera haciendo. Por eso cuando desde
la cabecera de la mesa su padre se levantó con una copa de champán en la mano,
Amy no supo si alegrarse porque pronto se retirarían para los postres o si
sorprenderse por su comportamiento.
—Les
ruego que me presten atención —comenzó a hablar, consiguiendo que todos se
giraran en silencio para escucharle—. Aunque sé que para la mayoría de los
presentes no es ninguna sorpresa el motivo de esta velada, me gustaría anunciar
formalmente un enlace que sin duda todos estábamos esperando.
Al
escucharle Amy creyó que el corazón se le escapaba del pecho, pues jamás
hubiera imaginado que Ashley pidiera su mano sin contarle nada, y mucho menos
que su madre o su hermana no se hubieran enterado de algo semejante.
Emocionada
solo pudo mirar a Ashley para compartir con él este momento tan especial,
sorprendiéndole que este estuviera con el rostro serio observando a su padre
mientras hablaba.
Fue
entonces cuando sintió en su pecho que algo estaba mal, confirmando esta
sospecha cuando escuchó el final del brindis de su padre.
—Tengo
el honor de anunciar el enlace matrimonial de lord Ashley Davison III, con mi
hija lady Rosemary Barness.
La
impresión que recibió Amy al escuchar la noticia fue tan fuerte, que sintió
cómo el pecho se le oprimía dejándola sin aire. Notando un leve mareo se dijo a
sí misma que debía estar equivocada, pero cuando todos alzaron las copas
repitiendo los nombres no le quedó ninguna duda de que Ashley jamás sería suyo.
Con
la idea de que todo había sido un error y su padre había dicho el nombre de la
hija equivocada, Amy estuvo a punto de levantarse del asiento para informarles
de que la noticia era incorrecta. Pero algo en su interior le dijo que quizá no
fuera así y, necesitando confirmar que nada de lo que acababa de escuchar era
cierto, miró a Ashley esperando que este también estuviera tan sorprendido como
ella.
Sin
embargo, para su desconsuelo se encontró con la imagen de Ashley sonriendo
feliz a su hermana, la cual se mostraba encantada al haber cazado a uno de los
solteros más cotizados de Inglaterra.
Sintiendo
cómo el corazón se le rompía en mil pedazos estuvo a punto de gritarle para
pedirle una explicación, sin importarle que quedase en evidencia delante de
todos. Pero un ligero mareo consiguió que permaneciera sentada en su asiento,
intentando de forma desesperada que el aire regresara a sus pulmones y las
lágrimas no delataran su dolor.
Una
y otra vez intentaba encontrarle sentido a lo que estaba sucediendo, pues era
la primera vez que tenía noticias de que su hermana estaba siendo cortejada por
Ashley. Se dio cuenta de que todo debió de haberse llevado de forma
confidencial, e incluso lo más posible es que Ashley lo hubiera urdido todo
cuando había acudido a su encuentro secreto y ella le había dicho que estaba
embarazada.
Se
preguntó qué más cosas le habría estado ocultando, llegando incluso a
cuestionarse si de verdad alguna vez la había amado o si todo había sido fruto
de un engaño. Sintiendo que era demasiado doloroso pensar en ello solo pudo
tratar de serenarse, pues necesitaba con desesperación hablar con Ashley.
Debía
responder a las preguntas que empezaban a acumularse en su cabeza, siendo las
más importantes si de verdad la quería, desde cuándo sabía de su compromiso con
su hermana y, lo más significativo, qué iba a ser de ella y de su hijo.
Llevando
su mano al vientre recordó que ahora su pequeño sería considerado un bastardo
al no tener padre y, con el cuerpo aún temblando por el impacto de la noticia,
se levantó despacio y sintió la necesidad de salir de ese cuarto enseguida.
Estaba
tan sumida en su pena y su bochorno que no era consciente de las felicitaciones
que recibía la pareja por parte de todos, ni de cómo él se negaba a mirar en su
dirección para evitar enfrentarse a sus reproches.
Ashley
sabía que pronto tendría que darle una explicación de lo que estaba sucediendo,
como también sabía que debía buscar una salida a la difícil situación de su
hijo bastardo.
Por
eso cuando vio cómo Amy se levantaba temblorosa no fue a su encuentro, ni
tampoco se excusó para ir tras ella cuando la vio salir por uno de los grandes
ventanales que conducían a los jardines de la casa.
Sabía
que para no levantar sospechas debía permanecer junto a Rosemary, esperando
quedar libre para ir en su búsqueda y poder resolver sus problemas.
Y
así, entre brindis y sonrisas de satisfacción, el señor Anderson junto a los
Rolswell y los Barness se quedaron brindando, sin percatarse ni extrañarse de
que Amy se marchara abatida y sola, como si no formara parte de la familia.
Algo
que por desgracia solía ocurrir con demasiada frecuencia y por eso ya a nadie
le sorprendía.
CAPÍTULO 4
Necesitaba
salir de ahí cuanto antes.
Con
ese único pensamiento Amy atravesó las puertas abiertas de los grandes
ventanales, al no poder soportar ni por un solo segundo más los brindis de
felicitaciones a los novios, las risas de los presentes y la sensación de haber
sido engañada.
Sin
importarle lo que pudieran pensar de ella se adentró en los jardines, deseando
dejar atrás el dolor punzante que sentía en su pecho a causa de su desengaño,
pero sobre todo, anhelando borrar la sensación de haber estado viviendo una
mentira entre sus brazos.
Solo
cuando se encontró entre las sombras se dejó llevar por su pena y comenzó a
llorar, mientras notaba cómo el corazón se le desgarraba cada vez que recordaba
el momento en que su padre anunciaba el enlace. Rememorar ese instante le hacía
un daño atroz, pero una parte de ella quería asegurarse de que no olvidara
jamás cómo Ashley se había negado a mirarla a la cara en ese momento, prueba
inequívoca de que se sentía culpable.
Sabía
que tarde o temprano debería enfrentarse a él, ya que le debía una explicación
sobre su relación con Rosemary, como también sabía que a partir de ahora se
encontraría sola para enfrentarse a su familia y al mundo entero.
Pero
pese a todo, una pequeña parte de ella seguía creyendo en Ashley e intentaba
buscar una justificación que lo aclarara todo. Tal vez sus padres de alguna
manera le habían obligado a aceptar ese matrimonio, y quizá esa misma noche
tenía pensado fugarse con ella para casarse en secreto en Gretna Greene[1].
Sintiéndose
sin fuerzas se dejó caer en un banco de piedra, mientras deseaba ser más fuerte
para poder soportar lo que se le avecinaba y más inteligente para descubrir si
todo había sido un engaño.
Estaba
tan sumida en su pesar que no percibió el paso del tiempo, como tampoco se
percató de la presencia de Ashley cuando se le acercó, quizá porque este se le
había aproximado moviéndose con cuidado entre las sombras.
—Amy,
cariño, por fin te encuentro. Me has dado un susto de muerte —le dijo con
preocupación en su voz, aunque solo consiguió su silencio.
Y
es que Amy en ese momento no estaba segura de estar preparada para verle, pues
aunque ansiaba una explicación de sus propios labios, también era cierto que le
costaba estar a su lado sin sentir dolor.
—Sé
que debes de estar confusa por lo que está sucediendo, pero puedo explicártelo
todo —siguió hablando, quizá para intentar que ella le diera una oportunidad de
ser escuchado o tal vez porque no le gustaba verla en ese estado.
Fuera
como fuese Amy se armó de valor y, deseosa de acabar cuanto antes con la
pesadilla que estaba viviendo, alzó la mirada para contemplar esos espléndidos
ojos verdes que tanto amaba y preguntarle en apenas un susurro:
—¿Es
cierto tu compromiso con mi hermana?
—Así
es, pequeña. Pero no tienes de qué preocuparte, el que me case con Rosemary no
va a cambiar nada entre nosotros.
Extrañada
frunció el ceño, al no entender cómo podría creer que eso fuera posible. Incluso ella, a pesar de su corta edad y de
su amor que la cegaba, sabía que era impropio mantener su relación cuando
estaba prometido con otra. Esa posibilidad era del todo inaceptable, a menos
que él creyera que seguirían manteniendo sus encuentros secretos.
Sintiéndose
cada vez más defraudada y enojada, le contestó con un tono de voz menos
lastimero y más desafiante.
—¿Cómo
puedes decir eso? Que seas mi cuñado lo cambiará todo.
—No
lo entiendes: mi boda con tu hermana es por compromiso, por eso no creo que
importe que nosotros nos sigamos viendo —le respondió sin ninguna muestra de
remordimientos.
Irritada
ante esa atrocidad, Amy se levantó de golpe sorprendiendo a Ashley, que no la
había visto antes en una actitud que no fuera sumisa, pero sobre todo lo que le
dejó asombrado fue que le gritara a la cara sin ningún reparo.
—¿Que
no crees que importe? ¿En serio me estás pidiendo que sea tu amante cuando te
vas a casar con mi hermana? —asqueada con ese hombre que en nada se parecía a
su enamorado, le siguió preguntando, ahora en voz baja—: ¿Y qué va a ser de
nuestro hijo?
Sin
gustarle su actitud, pues creía que, como solía hacer ella, obedecería sus
deseos sin oponer resistencia, Ashley abandonó su pose seductora y amable para
mostrarse tal y como de verdad era.
En
solo unos segundos se transformó ante el desconcierto de Amy, apareciendo un
individuo arrogante más parecido a un noble malcriado que a un hombre
enamorado. Erguido ante ella alzó una ceja para mirarla como si ella fuera una
especie de insecto que se había cruzado en su camino, dejándole claro que entre
sus brazos solo había sido una estúpida marioneta.
Después, sin mostrar ninguna duda o
arrepentimiento, y sin importarle si con sus palabras la hería, le indicó:
—Desde
luego, tu embarazo es un inconveniente, pero ya lo he hablado con una comadrona
y tiene a la pareja perfecta para que se lo quede. Tú solo debes inventar una
excusa para pasar los meses de embarazo en algún lugar aislado para que nadie
te vea y, tras el parto, regresas como si nada.
—¿Quieres
que dé a mi hijo? —le preguntó incrédula, pues le costaba comprender lo que
acababa de escuchar de sus labios.
—Creía
que preferirías esa opción a que abortaras, pero si así lo prefieres por mí no
hay ningún problema.
—¡No!
¡Jamás daré a mi hijo y mucho menos lo mataré! ¿Pero qué clase de hombre eres
para pedirme algo así? —le volvió a gritar, aunque esta vez llevada por el
horror de lo que acababa de escuchar.
—No
hay otra solución, tienes que deshacerte de él de alguna manera. Estarás de
acuerdo conmigo en que no es bueno para ninguna de las dos familias que se
forme un escándalo con la boda tan cerca —soltó perdiendo la paciencia, pues si
algo no toleraba era que le llevaran la contraria y mucho menos si era una
mujer.
—¿Acaso
te preocupa más la boda? ¡Es tu hijo! —siguió gritándole.
—¡Basta!,
¿quieres dejar de comportarte como una niña y pensar con la cabeza? Mi
compromiso con tu hermana es inamovible y no voy a renunciar a Hertford Hall
por un error.
Asqueada
ante ese hombre tan frío al que no reconocía, Amy perdió la compostura y le
abofeteó con todas sus ganas, consiguiendo que él volviera la cara por la
fuerza del impacto.
En
realidad, Amy no sabía qué se había apoderado de ella para haberse dejado llevar
por ese impulso, pero a pesar del miedo que sintió, cuando él volvió a mirarla
con sus ojos cargados de odio, no pudo evitar sentirse satisfecha.
Por
primera vez en su vida se había enfrentado a alguien y, aunque solo había
durado un segundo, nunca podría olvidar la inmensa satisfacción que sintió al
ver su mejilla enrojecida.
Pero
cuando se percató de los ojos coléricos con los que la contemplaba, solo le
quedó retroceder asustada, hasta que la cogió con fuerza del brazo que le había
alzado para impedir que siguiera retrocediendo. Luego, acercándola a él de un
tirón, le dijo con una voz tan pausada y tan fría que consiguió helarle la
sangre:
—Voy
a dejarte pasar este golpe porque comprendo que estás alterada. Pero si vuelves
a hacerlo, te juro por lo más sagrado que te lo devolveré sin importarme las
consecuencias.
Mirándole
fijamente advirtió lo equivocada que había estado con él, al haberse cegado por
un estúpido enamoramiento infantil. De hecho, ni siquiera había reparado en la
clase de mujeriego egocéntrico que era, pues estaba convencida de que la había
utilizado para su propio placer, como también comprendía que pretendía
continuar utilizándola como amante.
Ahora
que de verdad le conocía estaba convencida de que en ningún momento había
pensado en el bienestar de ella o de su hijo, y mucho menos en formar una
familia los tres juntos. Enojada ante su ceguera lamentó haberle entregado su
amor y su virginidad, pues sin duda no se merecía ese honor.
Buscando
dañarle de la misma manera en que él la había dañado, Amy tiró fuerte del brazo
que él le aprisionaba para soltarse y, dando un paso atrás para alejarse de él,
le miró con asco para después decirle directamente a los ojos:
—Y
pensar que te lo he entregado todo. ¡Qué engañada he estado contigo!
—Por
lo que yo recuerdo, querida, no me costó mucho convencerte para que te
entregaras. Así que ahora no vayas de santa acusándome de ser un sinvergüenza
sin alma, cuando lo único que no quiero es que un mocoso me arruine la vida.
—Si
fueras un hombre de verdad te casarías con la mujer a la que has seducido y le
darías tu apellido al niño.
—¿Y
perderlo todo? ¿Porqué? ¿Por un hijo que a saber si es mío y por una mujer que
solo es una segundona?
Nada
más oírle deseó volver a golpearle con todas sus fuerzas, para así devolverle
cada golpe que le estaba destrozando el corazón al que ya apenas sentía
latiendo en su pecho.
Pero
el orgullo dañado de Ashley le exigía que siguiera insultándola con la
intención de destrozarla por haberle rechazado y despreciado.
—¿De
verdad pensaste que si pudiera escoger me quedaría contigo y tu miserable dote
en vez de con tu hermana? ¡Por Dios, niña! Eres tan ingenua que incluso das
pena.
Intentando
que el dolor que sentía no se viera reflejado en su rostro se irguió como
segundos antes lo había hecho Ashley, para demostrar que no estaba dispuesta a
dejarse pisotear por ese hombre.
Decidida
lo miró con toda la arrogancia que pudo reunir y, sacando las fuerzas
necesarias de la indignación que cada vez era más fuerte que su pena, le dijo
consiguiendo que la voz no le temblara:
—¿Sabes
qué? Tienes razón, eres perfecto para mi hermana ya que los dos sois igual de
mezquinos y manipuladores. Te deseo que seas muy feliz con ella, porque vas a
necesitar toda la suerte del mundo.
—¿Y
crees que contigo hubiera sido feliz? —le dijo mostrándose divertido con el
único propósito de provocarla.
—Yo
por lo menos te habría querido —y mirándole con asco de arriba a abajo continuó
diciéndole—: Aunque sabiendo ahora cómo eres en realidad, te mereces a alguien
que te amargue la vida, y puedes estar seguro de que Rosemary es una experta en
hacer infeliz a cuantos la rodean.
Las
carcajadas que sonaron por parte de Ashley no consiguieron engañar a ninguno de
los dos, pues era demasiado evidente que eran forzadas. A pesar de todo, él
siguió con su ataque y, viendo que ella se volvía para marcharse, se apresuró a
asegurarle:
—Suenas
patética con tu arranque de celos. Además, ¿qué vas a hacer sin mí? ¿Crees que
con tu aspecto vulgar y con un bastardo alguien se va a fijar en ti? No vas a
tardar ni dos días en buscarme.
Aunque
Amy había tratado de alejarse de él al no poder soportar por más tiempo el
cruce de acusaciones e insultos, no pudo evitar girarse para contestarle con
toda la frialdad que pudo reunir:
—No
necesito a ningún hombre, y menos a ti, para salir adelante. Y en cuanto a
regresar a tu lado, puedes estar seguro de que nunca lo haré.
Dedicándole
una última mirada al que había sido, y por desgracia aún lo era, el amor de su vida,
se despidió en silencio de él para comenzar a caminar hacia el interior de la
mansión, donde sabía que no le esperaba nada.
—Al
final, ¿qué vas a hacer con el mocoso? —le escuchó preguntarle mientras se
alejaba, notándose en su voz la preocupación. Aunque era más que evidente que lo
que de verdad temía no era lo que iba a ser de ella y el niño, sino si iba a
montar un escándalo.
Demasiado
cansada para continuar con la discusión se volvió permaneciendo en su sitio con
pose regia y, tras mirarle con la barbilla bien alzada, afirmó convencida:
—Lo
que mi hijo y yo hagamos a partir de ahora es solo asunto nuestro. Pero ten una
cosa clara, no quiero volver a verte en toda mi vida.
Sin
nada más que decirle se giró dejándole solo entre las sombras, mientras la
llamaba enfadado al no haber conseguido de ella lo que quería.
Por
suerte para Amy él no se atrevió a ir tras ella para exigirle que la obedeciera
lanzándole amenazas, como que le robaría al niño o negar ante todos que el hijo
era suyo para dejarla en evidencia.
Fue
en ese preciso instante cuando se dio cuenta de que nunca más volvería a estar
a su lado, por mucho que su ausencia le doliera. Pero no podría perdonarle su
engaño y sobre todo su falta de sentimientos hacia ella y su hijo.
Sabiendo
que esa noche habían muerto todos sus sueños de chiquilla, se propuso no mirar
nunca más hacia atrás, pues ahora tenía un duro camino por delante donde solo
podía permitirse pensar en el bien de su pequeño.
Cansada,
lastimada y sabiendo que debía buscar una solución cuanto antes a su problema,
entró por una de las salas vacías para encaminarse al hall. Se sentía demasiado
cansada como para dar explicaciones, pero sobre todo lo que menos quería era
encontrarse con alguien de su familia y tener que soportar sus reproches por
haber desaparecido.
Pero
estaba escrito que esa noche solo le traería tristeza, ya que cuando se
disponía a subir por las mismas escaleras de mármol que unas horas antes le
habrían conducido ante su amor, ahora se quedó clavada en el sitio al escuchar
la gélida voz de su hermana.
—¿Cómo te atreves a ponernos en evidencia en
mi gran noche? ¿Es que no tienes decencia?
Sabiendo
que no podría escaparse de ella sin más, pues estaba convencida de que la
seguiría hasta el mismísimo infierno si con ello la dañaba, se giró despacio
para enfrentarse a ella, aunque antes se aseguró de borrar toda muestra de
dolor de su rostro.
—No
sé a qué te refieres —consiguió decirle, aunque perdió parte de su alma al
tener que tragarse todo lo que estaba sintiendo y le estaba consumiendo a cada
segundo que pasaba.
—¿Acaso
crees que soy estúpida?
Tras
escucharla se fijó mejor en su cara y, al ver la ira que esta mostraba, se
percató de que lo más probable es que hubiera escuchado la conversación de
ambos en el jardín.
En
otras circunstancias Amy estaba segura de que habría temido su reacción al
saber sobre su relación secreta con Ashley y su embarazo, pero se sentía tan
agotada tanto mental como físicamente que ya no le importaba lo que pudiera
decirle.
Por
ello, y sin saber de dónde había sacado las fuerzas necesarias para hacerlo, la
apartó de un empujón mientras le decía con voz fría:
—Si
me disculpas, Rosemary, estoy demasiado cansada para tus jueguecitos.
Pero
Rosemary no tardó en reponerse para atacarla de nuevo, a pesar de sentirse algo
confundida por su reacción ya que no se había enfrentado nunca a ella.
—Siempre
supe que eras vulgar, pero entregarte al prometido de tu hermana…. ¿tan
desesperada estabas por un hombre? Porque, si es así, te habría venido mejor
fornicar con el mozo de cuadra…, a menos que pensaras que conseguirías a Ashley
convirtiéndote en su prostituta.
Se
sentía tan cansada, defraudada y dolida en ese momento que las palabras de
Rosemary apenas la dañaron y, tomando aire para darse fuerza y así poder acabar
cuanto antes con esta horrible noche, se giró para mirarla a la cara y así
hablarle sin tapujos.
—Me
da absolutamente igual lo que pienses. Y ahora, si me disculpas, déjame en paz.
Pero
cuando se disponía a alejarse, Rosemary la detuvo colocándose delante de ella e
impidiendo así que se marchara antes de que la escuchara.
—Si
crees que vas a quitármelo estás muy equivocada, nuestro compromiso ya es
oficial y tus artimañas no van a evitarlo. ¿O de verdad creías que un hombre
como él se conformaría con un patito feo cuando puede tener a un cisne?
Amy
quería gritarle que todo lo había hecho por amor y no para quitárselo, ya que
ni siquiera sabía que ambos estaban prometidos, pero decidió callarse pues
estaba convencida de que en realidad no serviría para nada. Rosemary ya se
había formado su opinión sobre todo este asunto y por mucho que le insistiera
solo lograría más insultos por su parte.
Con
unas ganas enormes de retirarse a su recámara continuó su camino, por lo que
comenzó a subir las escaleras al no sentirse con las fuerzas necesarias para
soportar otro ataque verbal.
Pero
Rosemary estaba demasiado furiosa tras haber escuchado la discusión de ambos en
el jardín, por lo que no estaba dispuesta a dejarla marchar sin hacerle pagar
por su humillación. No le importaba haber descubierto que Ashley era un hombre
sin corazón capaz de cualquier cosa para conseguir lo que quería, como tampoco
le afectaba conocer que su matrimonio era tan solo de conveniencia.
Hacía
mucho que sabía que, aunque era la primogénita, nunca podría heredar la
propiedad de Hertford Hall al ser mujer, aunque sí podía quedarse con toda la
fortuna al no estar sujeta al mayorazgo[2],
un aliciente que le daba el control de la propiedad y de su futuro marido, y
que Ashley solo sabría después de su matrimonio.
Pero
en ese instante en lo único que pensaba era en desquitarse con Amy hasta verla
destrozada, pues era una mujer egocéntrica y resentida que solo pensaba en sí
misma. Además, también le convenía más culpar a su hermana de lo sucedido en
vez de al verdadero culpable, por lo que no dudó en volver a atacarla con sus
palabras, más aún al ver su desplante y haberle dado la espalda.
—Ashley
nunca te quiso, solo te utilizó porque te vio débil.
Para
su desconcierto Amy no sucumbió a su juego y continuó alejándose, como si no la
hubiera escuchado. Algo que no era del todo cierto, pues aunque solo deseaba
dejar atrás el pasado, debía reconocer que ella también había llegado a esa
conclusión, y saberlo la dañaba con la misma dureza que una puñalada.
Aun
así, no estaba dispuesta a que su hermana viera su dolor, pues percibió cómo
algo dentro de ella había cambiado esa noche. No estaba segura de qué podría
tratarse, pero saber que ahora tenía que pensar no solo en ella sino en su
hijo, le daba el coraje necesario para no dejarse pisotear nunca más por otra
persona.
Por
ello, y a pesar de sentirse físicamente débil, se irguió, descubriendo que
podía ser más fuerte de lo que se había imaginado, y se juró que desde ese
mismo instante se esforzaría en ser una mujer más valiente, decidida y lista.
Mientras,
Rosemary la contemplaba subir las escaleras con una actitud que le sorprendió,
ya que había creído que el desplante de Ashley la destruiría, como también
había estado segura de que sus palabras la dañarían como lo habían estado
haciendo durante años.
De
hecho, era por ese amor que Amy le profesaba en secreto a Ashley por lo que
ella le había aceptado por esposo, pues de lo contrario habría preferido
escoger a otro pretendiente menos mezquino. Pero cuando hacía unas semanas
había descubierto su romance al verlos escondidos en la casa del guarda, no
había dudado en escogerlo para quitárselo.
Por
eso ahora, al verla tan entera cuando debería estar consumida por el dolor, se
sintió defraudada, y no quiso parar hasta estar convencida de que la había
quebrado.
—Pienso
contarle sobre tu embarazo a padre.
Pero
tras esperar unos segundos y ver cómo seguía sin responderle, comprendió que
tendría que insistir para lograr su propósito.
—Él
te repudiará y te quedarás sin nada.
Suspirando
Amy supo que lo haría, de la misma manera que supo que esa noche sería su
última oportunidad para demostrarle que no estaba dispuesta a que volviera a
dañarla.
Por
eso, girándose desde lo alto de la escalera, la miró con unos ojos cargados de dolor,
pero también de resentimiento por esa hermana que nunca le había demostrado una
pizca de amor.
—No
sé qué te hecho para que me odies tanto, pero puedes estar convencida de que
algún día tu maldad se volverá contra ti.
Y
sin más continuó en silencio, mientras su hermana perpleja y colérica la miraba
alejarse con los puños bien apretados y jurándose que haría todo lo necesario
para hacerle la vida imposible.
Ajena
a todo ello Amy llegó al refugio de su cuarto, escapando por primera vez del
ataque de su hermana sin derramar una lágrima, hasta que por fin entró en su
habitación y pudo cerrar la puerta con llave. Solo entonces se dejó llevar por
la pena, y tirándose sobre la cama se abandonó a la rabia, a la frustración y
al odio que el encuentro con Ashley le había provocado.
Saber
que el hombre al que había amado por encima de su propia vida le había engañado
era demasiado doloroso, como también lo era saber que a partir de ese momento
se encontraba sola con su embarazo.
Solo
cuando pensó en su futuro hijo consiguió calmar sus lágrimas y, tras jurarse
que no permitiría que nadie lo dañara o lo alejara de su lado, se propuso urdir
un plan para luchar por los dos.
Durante
un par de horas pensó en sus posibilidades, sabiendo que el tiempo estaba en su
contra, segura de que Rosemary no tardaría en contarles a sus padres sobre su
embarazo.
Dándose
cuenta de todo lo que se jugaba decidió que solo le quedaba una salida y, con
el nuevo día a punto de comenzar, se levantó de su lecho dispuesta a tomar las
riendas de su futuro y a no volver a llorar nunca más.
[1] Gretna Greena es un pueblo del sur de
Escocia, famoso porque ofrecía la posibilidad de casarse, sin el consentimiento
de sus padres, a las parejas menores de edad.
[2] El mayorazgo era un sistema de reparto de
bienes que beneficiaba al mayor de los hijos, de forma que el grueso del
patrimonio de una familia no se pudiera perder.
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