PÁGINAS

sábado, 20 de junio de 2020

FRAGMENTO: La promesa de un amor






CAPÍTULO 1




“Si no recuerdas la más ligera locura en la que el amor te hizo caer, entonces no has amado”.
William Shakespeare

Lincolnshire, Inglaterra.
Primavera de 1817.
Asomada a la ventana de su recámara, Amy contemplaba cómo los primeros rayos de sol aparecían por la colina. Sabía que el momento de la verdad se acercaba de manera inevitable, provocándole un desasosiego que le oprimía el pecho y no le dejaba descansar.
Con las manos sudorosas, el cuerpo tembloroso y un insomnio que apenas le había permitido dormir durante la noche, no podía dejar de pensar en cómo su vida estaba a punto de cambiar.
«Dios mío, qué va a ser de mí.» Se repetía una y otra vez mientras intentaba buscar la mejor manera de enfrentarse a lo que le esperaba.
Llevándose las manos al vientre recordó el rostro del hombre que amaba y cómo se había entregado a él movida por el amor que le profesaba. Le conocía desde que tenía uso de razón al ser el hijo de sus vecinos, los condes de Rolswell, siendo frecuente desde su infancia que pasaran tiempo juntos, ya fuera cabalgando, paseando o simplemente jugando al ajedrez.
El motivo de que a nadie le extrañara su amistad era que durante generaciones ambas familias habían favorecido las buenas relaciones, y que Amy era una chiquilla que seguía a todas partes al joven Ashley, nueve años mayor que ella.
Solo la partida de Ashley para realizar sus estudios en Eton y su posterior viaje por Europa los mantuvieron separados, pero el regreso de este, hacía ya casi un año, había hecho que volvieran a ser inseparables. Aunque esta vez procuraban verse a escondidas por petición de Ashley y porque sus juegos de juventud habían cambiado por otros menos apropiados.
Su amor había sido una constante en su vida, ya que no recordaba un solo instante en que no lo amara. Incluso cuando tuvo que esperar su regreso durante años, temiendo que él la olvidara al conocer a otra mujer, o que decidiera quedarse en Londres motivado por las distracciones que ofrecía la capital a un soltero.
Respecto a Ashley, estaba convencida de que él también la amaba, no solo porque se lo había confesado en más de una ocasión estando entre sus brazos, sino porque algo en su interior así se lo aseguraba. Lo supo cuando él regresó y volvió a recibirla como si nunca se hubiera marchado, y por cómo comenzó a mirarla de forma diferente, como reconociendo los cambios que habían acontecido en su cuerpo durante su ausencia.
De no ser así, jamás se habría entregado a él en cuerpo y alma, pues aunque lo amaba con desesperación, no era tan estúpida como para perder su virginidad por una simple aventura, aunque fuera con el hombre al que amaba en secreto desde que era una niña.
—Todo se solucionará —pronunció en voz alta para darse confianza, pues desde que hacía varias semanas había sentido la necesidad de vomitar cada mañana, su inseguridad se había vuelto más profunda.
Si bien al principio no le había dado mucha importancia a su malestar matutino, fue cuando advirtió su falta de menstruación cuando se percató de la verdad de su estado. Estaba embarazada y debía enfrentarse a las consecuencias.
Suspirando intentó serenarse ante el terror que sentía cada vez que pensaba en ello, puesto que estaba convencida de que su recta y aristócrata familia jamás se lo perdonaría.
Estaba absolutamente segura de ello, como sabía que tratarían de tapar el escándalo de alguna manera. Eso era precisamente lo que más le aterraba, pues les conocía muy bien y sabía que no tendrían en cuenta sus deseos o el bienestar de su futuro hijo.
Pensar en su hijo hizo que el corazón se le detuviera pues, aunque apenas tenía unas semanas de vida y no lo había sentido en su interior, ya había logrado ganarse su cariño. Saber que dentro de ella se estaba gestando el hijo de Ashley era su única alegría, como también era el único motivo que la mantenía cuerda ante el caos que le esperaba.
El sonido de unos pasos acercándose a la recámara hizo que volviera a la realidad y se tensara, pues aunque sabía que solo podía ser su doncella personal, todavía no se sentía preparada para enfrentarse a nadie.
Aun así debía asumir que el mundo no se detendría por ella y que tarde o temprano el momento de revelar su secreto llegaría por mucho que quisiera evitarlo.
—Buenos días, milady. Veo que ya estáis levantada —empezó a hablarle Megan nada más entrar.
—Buenos días, Megan. Lo cierto es que apenas he podido dormir —le respondió mientras se alejaba de la ventana y se acercaba al tocador para sentarse frente a él.
—¿No os encontráis bien? Si lo deseáis puedo dejaros dormir un par de horas más —la preocupación de su doncella le conmovió, pues estaba segura de que sería de las pocas personas en todo Hertford Hall que mostraría interés por ella.
—No será necesario. Estoy convencida de que esta noche recuperaré las horas de sueño.
Recelosa Megan se le acercó con el ceño fruncido, mientras Amy, ya sentada ante su tocador, esperaba a que comenzara cuanto antes con su tarea de peinarla.
Amy sabía que Megan era una muchacha de buen corazón que le sería leal en caso de que supiera de su embarazo, pero también estaba convencida de que su deber la obligaría a contárselo a su madre. Era ese el motivo por el cual no quería que se enterara, pues no quería que tuviera que decidir entre callarse, y posiblemente perder su empleo, o contar su secreto y serle desleal.
Pero la suerte parecía que esa mañana no quería acompañarla, pues Megan no quiso dejar el tema a un lado y comenzó a hablar de nuevo.
—La verdad es que no tenéis buena cara desde hace unos días. ¿No queréis que llame al médico para asegurarnos de que no os pasa nada?
—¡No! —Soltó horrorizada Amy, paralizando a la doncella ante su reacción—. Lo siento Megan, no quería asustarte, pero no creo que sea necesario molestar al doctor Kendrick cuando solo es falta de sueño.
—Como deseéis, milady —fue su única respuesta, dejando que el silencio las envolviera como un velo asfixiante, mientras Megan continuaba con el trabajo de cepillar el cabello y callaba al respetar la decisión.
Por desgracia, Amy se sentía demasiado abatida y temerosa para soportar la tensión que se estaba acumulando entre ellas y, sin que pudiera evitarlo, una lágrima se escapó de entre sus ojos para comenzar a rodar por su mejilla.
Saber que había defraudado a su familia al quedarse embarazada era una losa demasiado pesada, pero más desesperación le daba estar convencida de que su vida cambiaría para siempre a sus diecisiete años. Necesitaba desahogarse para tratar de aflojar el nudo que le oprimía y por ello comenzó a hablar buscando un consuelo que ansiaba.
—Megan, yo… —no supo cómo continuar, pues las palabras parecían estancarse en su garganta.
Pero a Megan no le hizo falta una explicación para saber qué ocurría, ya que como doncella personal su obligación era atenderla y estar pendiente de cuanto necesitara, por lo que estaba al corriente de qué era exactamente lo que le sucedía.
—Espere un momento —le dijo antes de dirigirse hacia la puerta y, tras abrirla para asegurarse de que no había nadie cerca, la volvió a cerrar para después acercarse de nuevo a ella—. Creo saber qué es lo que tanto le asusta.
Sin dar crédito a lo que estaba sucediendo, Amy se giró en su asiento para mirarla a la cara, pero no fue hasta que Megan se agachó para contemplarla con pesar en su rostro cuando comprendió que estaba al tanto de todo.
—Hace días que sospecho que podría estar embarazada. Como sabe, me ocupo de tener los paños preparados y sabía del retraso.
—Entiendo —afirmó, mientras se decía que había sido una estúpida al no haberlo pensado—. Sé que tu obligación es decírselo a mi madre, pero te suplico que me des unos días.
Megan la observó en silencio durante unos segundos que a Amy le parecieron eternos, hasta que por fin le respondió:
—Sé que teme enfrentarse a su madre, pero debe prometerme que solo serán un par de días.
Nada más escucharla, Amy sintió el deseo de abrazarla, pero su correcta educación como la hija menor del conde de Barness se lo impedía. Aun así le regaló una sonrisa y un suspiro al saber que por unos días estaría cubierta.
—Te lo prometo Megan, hoy mismo voy a hablar con él y seguro que en breve se lo contaremos a nuestras familias.
—Estoy convencida de ello, milady. Usted es una muchacha bonita y de buena familia. Estoy segura de que el caballero no dudará en pedirle su mano al conde.
A Amy le habría gustado asentir ante la convicción de Megan, ya que no estaba tan convencida de que todo se resolviera de una manera tan clara.
—Eso pienso también —le contestó callando sus dudas—. El problema…
—Es su madre y su hermana —terminó de decirlo en voz alta Megan.
Amy solo tuvo que asentir ya que sobraban las palabras, al ser conocido por todos que la condesa de Barness era una mujer estricta y controladora, del mismo modo que se sabía que su hija mayor, Rosemary, era una déspota engreída.
Desde siempre ambas mujeres habían hecho todo lo posible por hacerle sentirse inferior, al recordarle en cada ocasión que se les presentaba su falta de elegancia, perfección y atractivo.
Todo ello había comenzado en su niñez, cuando la condesa se había percatado de que su segunda hija sería una muchacha de facciones poco llamativas. Un estigma que la marcaba como no deseable, al alejarse de los cánones de belleza que todo Barness debía ostentar. 
Y es que Amy poseía unos ojos marrones que sobresalían solo por su viveza, así como un cabello de color castaño de naturaleza rebelde que le costaba mantener bien peinado, y una nariz pequeña y chata que hacía juego con sus labios finos y nada seductores. Pero lo peor de todo era su boca, que tenía el tic de curvarse ligeramente hacia la izquierda cada vez que sonreía, lo cual, según le aseguraba su hermana, le hacía quedar como una estúpida pueblerina.
Todo ello era algo que no podía evitar, como tampoco podía remediar el preferir mil veces la libertad de la vida rural, donde podía montar a caballo por los páramos y conversar y disfrutar de la sencillez de las gentes que le rodeaban, en vez acudir a los salones de té, las tiendas de moda y esas tediosas veladas donde el protocolo dictaba hasta lo que tenías que pensar.
Amy sabía que jamás podría encajar entre la alta sociedad, no solo porque no se sentía parte de ella, sino porque desde siempre supo que jamás podría igualar en gracia y sofisticación a su hermana.
Rosemary era considerada la beldad más exquisita de toda la comarca, no solo por su porte esbelto y agraciado o por sus facciones perfectas, sino porque todo en ella emanaba una delicadeza que hacía suspirar a cuantos la miraban. Aunque ninguno de sus admiradores conocía la negrura de su corazón y cómo le gustaba hacer que la gente de su alrededor se sintiera insignificante.
Saber que ahora tendría que soportar sus reproches la estaba consumiendo, como también temía la reacción de su padre. Lord Frederick Barness era un ser estricto que se tomaba muy en serio el honor de su familia y que sin duda castigaría severamente a Amy, ya que le pesaban más las habladurías que el bienestar de su hija pequeña.
Había centrado toda su vida en aparentar ser el típico aristócrata más versado en banalidades que en el mantenimiento de sus tierras, del mismo modo que no mostraba ningún reparo en despreciar a todo aquel que por sus venas no llevara sangre noble.
La única ventaja con que contaba para asegurarse el perdón de su padre era que su futuro marido era el hijo de los condes de Rolswell, por lo que la posibilidad de unir ambas familias en un matrimonio sería una ventaja a tener en cuenta.
Esta era la única esperanza a la que podía aferrarse y por esa razón había centrado todas sus expectativas en contarle a Ashley su problema. Estaba convencida de que solo si se enfrentaban juntos a su padre tendrían una oportunidad, pues de lo contrario él no tendría ningún reparo en repudiarla, de modo que la idea de presentarse sola era lo que más le asustaba.
—Ojalá nada de esto hubiera pasado —se dijo después de haberse dejado llevar por su pensamiento.
—No será la primera lady que se casa en estado, como tampoco será la última. Piense que tiene diecisiete años y por lo tanto puede contraer matrimonio perfectamente.
—Lo sé, Megan. Y te puedo asegurar que amo al hombre que me ha seducido, pero habría preferido que las cosas hubieran sucedido de otra manera.
Encogiéndose de hombros, Megan se giró y comenzó a caminar alejándose de ella, indicándole sin palabras que ya nada se podía hacer al respecto. Con paso decidido se dirigió al armario para sacarle el vestido que se pondría esa mañana, como llevaba haciendo desde que había sido asignada como su doncella.
—¿Va a salir a montar como cada domingo? —al volverse y ver el sonrojo de Amy supo que ese día haría algo más que cabalgar, pero como buena sirvienta no quiso meterse en sus asuntos privados y permaneció a la espera de su respuesta.
—Así es.
Amy no pudo evitar acalorarse al recordar que cada domingo, desde hacía unos meses, Ashley y ella se reunían en la vieja casa del guardabosques. Había sido en uno de esos encuentros donde abundaban los besos y las palabras tiernas cuando todo sucedió, pues en un arrebato se dejaron llevar por la pasión y acabaron entregándose.
Una única vez en la que había perdido la virginidad al haber cedido ante las atenciones de Ashley y en la que, sin sospechar las consecuencias, había cometido un acto que le marcaría durante el resto de su vida.
—Hoy voy a verle y a contárselo —le confesó ante la necesidad de repetirse de nuevo que debía solucionar el problema cuanto antes.
El silencio de la doncella hizo que se intranquilizara y necesitara seguir hablando.
—Estoy convencida de que él se alegrará y todo acabará bien.
—Así será, milady —le aseguró Megan, aunque ninguna de las dos se mostraba muy segura de que así sucediera.
Volviéndose hacia el espejo de su tocador Amy se quedó por unos instantes contemplándose, deseando poder dejar atrás toda una vida de vacilaciones para poder enfrentarse a su destino con decisión.
Pero por desgracia llevaba grabado a fuego en su alma cada insulto, menosprecio y discriminación que había sufrido durante años, convirtiendo su carácter en algo frágil y maleable que la volvía insegura.
Por primera vez en su vida anheló tener la determinación de su hermana, pues si bien nunca había deseado su belleza o su elegancia, debía reconocer que siempre había anhelado poseer su fortaleza y determinación.
Suspirando se armó de valor para levantarse de su asiento y, decidida a enfrentarse a lo que le aguardaba, se puso su vestido de montar de fino terciopelo negro.
Sabía que durante los días venideros nada sería sencillo, pero tenía la esperanza de que al estar junto a Ashley todo le resultaría más llevadero.
«Ojalá todo acabe bien.»
Comenzó a repetirse una y otra vez como si así pudiera lograr que sucediera.
«Ojalá Ashley permanezca a mi lado.»
Fue su último pensamiento antes de salir de su cuarto rumbo a su cita con el destino.




CAPÍTULO 2




Resguardada por los majestuosos árboles que rodeaban la antigua cabaña del guardabosque, Amy caminaba de un lado para otro deseosa de que su cita secreta llegara cuanto antes. Necesitaba descubrir en los ojos de Ashley si en ellos había ese amor que él siempre le había asegurado, ya que ansiaba desesperadamente creer que la quería.
Temblando se percató de que de nuevo volvía a desconfiar de Ashley y, reprochándose su inseguridad, se juró que nunca más lo haría. Al fin y al cabo él le había demostrado en más de una ocasión la profundidad de sus sentimientos, por lo que no era justo que ella se dejara llevar por sus vacilaciones y dudara de su amor.
Reconocía que Ashley no se merecía algo así, más aún cuando en sus encuentros le había abierto un mundo nuevo que desconocía. Un mundo donde las palabras dulces y las caricias tiernas habían logrado que se volviera una mujer más conforme con su cuerpo y su feminidad.
Quizá esa felicidad que experimentaba cuando estaba con él se debía a que le había amado desde siempre, pero no había sido hasta su primer beso cuando había notado cómo ese amor se hacía más profundo, llegando a apoderarse de su pensamiento, su corazón y sus cinco sentidos.
Y es que desde que él había regresado, su vida había cambiado por completo y por fin tenía a alguien que la escuchaba y se preocupaba por ella.
Aún recordaba cómo el día en que se entregó a él le había buscado desconsolada, pues su hermana la había vuelto a insultar asegurándole que siempre sería vulgar y poco femenina. Solo en los brazos de Ashley pudo serenarse, mientras este le aseguraba que en sus muchos viajes jamás había encontrado una muchacha más bonita y de corazón más tierno.
A pesar de los meses transcurridos desde ese día, aún sentía el escozor de las lágrimas y cómo Ashley la consoló, convirtiéndose desde aquel día en su universo, pues era el único que le hacía sentirse feliz y segura de sí misma.
Por eso se pasaba los días contando las horas que faltaban para verle y cada domingo volvía a esa destartalada cabaña del guarda para dejarse llevar entre sus brazos.
El sonido de los cascos de un caballo hizo que Amy alzara la vista esperanzada y se encontrara con la imagen de Ashley cabalgando hacia ella con la gracia de un jinete experimentado. Sin poder apartar la mirada, solo pudo quedarse ahí parada, mientras le observaba atravesar la pradera para acudir a su encuentro.
Con su cabello rubio despeinado por el viento, su cara varonil y su porte atlético, Ashley parecía más un dios griego que el refinado conde de Rolswell. A sus veinticinco años, lord Ashley Davison III era considerado el mejor partido en millas, no solo porque su familia era una de las más antiguas y distinguidas del vecindario, sino porque poseía una belleza y una distinción que quitaban el aliento.
Amy estaba al corriente de que tanto las matronas como sus hijas competían por llamar su atención, por lo que se sentía doblemente agradecida de que Ashley se hubiera fijado en ella.
Deseosa de estar con él, salió a su encuentro sin perderlo de vista, sintiendo cómo sus piernas le flaqueaban cuando Ashley le dedicó una de sus espectaculares sonrisas. Solo cuando hubo bajado de su montura y la hubo estrechado en sus brazos, Amy dejó de temblar al haberse desvanecido todos sus miedos como si los hubiera barrido el viento.
 —Lamento llegar tarde, pequeña, pero unos asuntos importantes me han entretenido.
Olvidándose del decoro, Amy apenas escuchó sus palabras y se perdió entre sus brazos aferrándose con fuerza, consiguiendo que este soltara una carcajada y la acercara más a su cuerpo.
—Veo que me has echado mucho de menos —le dijo con tono irónico, justo antes de apoderarse de su boca con un beso posesivo.
Completamente rendida ante su encanto, Amy no opuso resistencia y sin ningún pudor abrió su boca para dejarle paso, como había hecho en muchas otras ocasiones. Durante unos segundos olvidó que ese comportamiento era inaceptable en una dama respetable, pero la necesidad que experimentaba de sentirse amada y valorada era mucho más intensa que su recato.
—Ashley, por un momento he temido que no vinieras —le confesó Amy cuando sus bocas se separaron, sin importarle que supiera cuánto dependía de él para sentirse feliz o lo vulnerable que era.
—Tontita. Sabes que por nada del mundo me perdería uno de nuestros encuentros —señaló sonriendo mientras le cogía la barbilla para encontrarse con sus ojos.
—Lo sé, pero hoy necesito tanto sentirme segura entre tus brazos que cada minuto se me ha hecho eterno.
Sin querer desperdiciar ni un segundo, Ashley no quiso profundizar en ese tema ni malgastar el poco tiempo de que disponían escuchando una vez más sus inseguridades. Sabía que Amy se sentía infeliz con su vida y despreciada por su familia, pero había sobrepasado su límite de escuchar más quejas.
Presuroso por comenzar con sus besos, la cogió de la mano para así tirar de ella hacia el interior de la cabaña y ambos ponerse a cubierto. Debía tener cuidado para que ningún desconocido que anduviera cerca pudiera verlos, pues había demasiado en juego como para arriesgarse.
Pero fue una vez ya dentro de su refugio cuando se percató de que algo grave sucedía, pues la expresión de Amy seguía seria y asustada. Un escalofrío le recorrió el cuerpo pillándole desprevenido, ya que algo le decía que, en esta ocasión, su desasosiego no se debía a alguna de sus frecuentes disputas con su familia.
Decidido a que no le amargara ese momento que tenían para estar juntos, se dispuso a besarla para así hacer que se olvidara de ello, pero Amy retrocedió un paso sorprendiéndole aún más.
Ella sabía que no podía posponer por más tiempo la noticia de su embarazo, pero por más que lo intentaba no encontraba las palabras apropiadas para decírselo.
Con el cuerpo temblando se reprochó estar tan nerviosa y, sin poder mirarle a los ojos por temor a ver en ellos desaprobación, respiró profundamente y comenzó a hablar antes de volver a perder la poca seguridad que aún albergaba.
—Tenemos que hablar.
Con esas simples palabras, el lívido de Ashley se apagó por completo y apareció una vocecita en su cabeza que le repetía que algo grave debía de haber ocurrido.
—¿No puede esperar para más tarde? —le preguntó para ganar un poco de tiempo, ya que deseaba estar con ella.
—No. Me temo que no —le respondió mientras se apretaba con fuerza las manos.
Suspirando Ashley retrocedió unos pasos y echó de menos una copa bien cargada de buen brandy, a la vez que se preguntaba qué podría haber sucedido para que se mostrara tan perturbada y, tras fijarse bien en ella, verla tan asustada.
Y entonces, una idea espantosa le vino a la cabeza, pues tuvo el convencimiento de que le diría que los habían descubierto. Una noticia que llevaba temiendo desde hacía unas semanas, cuando había escuchado unos pasos cerca de la cabaña mientras trataba de seducirla.
—Entonces dilo cuanto antes para que así podamos dejarlo a un lado —señaló sin querer demostrar que podía saber en qué consistía su noticia.
Inquieta, apretó con fuerza los puños y, tratando de controlar su nerviosismo, se aclaró la garganta seca para después decirle sin más:
—Estoy embarazada.
El silencio frío que se extendió por la destartalada habitación la pilló por sorpresa, ya que no se había imaginado que Ashley reaccionara quedándose rígido y mirándola fijamente, como si le costara creer que lo que acababa de escuchar fuera cierto.
Tras unos segundos de agónica espera, Amy sintió cómo las lágrimas empezaban a derramarse por su mejilla y necesitó más que nunca que él se compusiera para abrazarla y decirle que todo se arreglaría.
Pero Ashley estaba muy lejos de sentirse calmado ante lo que acababa de escuchar, pues aunque solo la había poseído una única vez, no podía negar que existía la posibilidad de que hubieran engendrado un hijo.
Maldiciendo su mala suerte bajó la mirada hasta el vientre plano de Amy, dándose cuenta por primera vez de que ante él tenía a una frágil mujer que apenas había dejado de ser niña.
Se lo decían sus inseguridades y sobre todo esa mirada mitad asustada y mitad esperanzada, que lo contemplaba como si él fuera capaz de cualquier heroicidad.
Resignado solo pudo quedar en silencio pensando qué sería de ellos desde ese mismo instante. Por su cabeza pasaban imágenes de la vida que él había deseado vivir, y en cambio, la que le esperaba ahora era como esposo de una muchacha inestable y padre de un bebé no deseado.
Mientras tanto, Amy permanecía quieta en su sitio bastante sorprendida por su mudez, comenzando a temer que se marchara en cualquier momento dejándola sola con su hijo.
Temerosa de que esto sucediera, avanzó unos pasos para acercarse más a él, que aún permanecía abstraído en sus propios pensamientos, como si así le obligara a regresar al presente y a contarle qué intenciones tenía con respecto a ellos.
—Ashley, ¿qué vamos a hacer? —le preguntó, pues no podía soportar más la espera.
Había albergado la esperanza de que se hubiera alegrado con la noticia, para después abrazarla con fuerza mientras le aseguraba que juntos lo solucionarían todo. Pero en vez de eso, se había quedado observándola petrificado, consiguiendo que empezara a temerse lo peor.
Sin saber qué hacer, ya que jamás en su corta vida se había enfrentado a algo así, simplemente permaneció callada a la espera de que él asimilara lo que acababa de decirle y reaccionara.
Recapacitando sobre todo ello, se percató de que su forma de actuar era comprensible, ya que él no se esperaba una noticia semejante y ella se lo había dicho de golpe. Lo sabía porque a ella le había costado también asimilarlo, por lo que ahora no podía reprocharle que él hiciera lo mismo.
Aun así una voz en su interior le repetía sin descanso que algo no estaba bien, y no fue hasta que él comenzó a caminar pensativo de un lado a otro del pequeño cuarto, cuando pudo volver a respirar sin sentir una opresión en el pecho.
—¿Estás segura de ello? —fue lo primero que le dijo cuando unos minutos después se detuvo ante ella.
—Sí —fue lo único que pudo contestarle.
—Pero quizá te has equivocado, tal vez sea solo un retraso.
Resultaba más que evidente la esperanza que tenía de que esto fuera cierto, pero por desgracia Amy estaba bastante segura de su embarazo.
—Mi doncella también me lo ha asegurado.
—¡Por Dios, Amy! ¿Se lo has contado a tu doncella? —prorrumpió enfadado, deteniéndose de nuevo.
Sin poder remediarlo Amy dio un respingo asustada, pues no esperaba que él levantara la voz. Conteniéndose para no echarse a llorar y para demostrarle que ya no era una niña, se irguió todo lo que pudo y, sin bajar la mirada, por primera vez en su vida se enfrentó cara a cara con otra persona.
—En realidad no ha hecho falta —continuó diciendo ruborizada—: Ella se ocupa de mis asuntos de mujer y no he podido ocultárselo.
—Pero nadie más lo sabe, ¿no es así? —insistió él, con un tono de voz más calmado.
Con la sensación de opresión instalada de nuevo en su pecho, Amy no fue capaz más que de asentir, pues le faltaba el aire necesario para que las palabras surgieran de su boca.
—Por el momento tenemos que mantenerlo en secreto, ¿crees que tu doncella no se lo contará a tu madre?
Con la mirada de él clavada en la suya esperando una respuesta, Amy solo pudo disimular su malestar y contestarle, tratando de aparentar una tranquilidad que en realidad no sentía.
—Le he pedido que me dé unos días y me lo ha concedido.
—Perfecto. Es cuanto necesito para arreglarlo todo.
Tras escuchar sus palabras su esperanza regresó, al comprender que había estado tan abstraído y serio, no porque estuviera enfadado o demasiado sorprendido para reaccionar, sino porque estaba pensando en la forma de arreglarlo todo.
—Entonces, ¿crees que se podrá solucionar? —le preguntó esperanzada.
—Claro que sí. Tú déjalo en mis manos.
Por primera vez Amy pudo suspirar aliviada, al saber que él buscaría la manera de poder estar juntos y formar una familia. Se dijo que incluso el embarazo no tenía por qué salir a la luz, ya que si se casaban enseguida podrían decir que el niño había sido prematuro.
Al pertenecer ambos a familias respetables nadie pondría en duda esta versión, acabando esta pesadilla de una manera que seguro que ambos deseaban.
Tras dedicarle una de sus sonrisas por fin pudo hablar sin temor:
—Menos mal, estaba muy asustada por lo que podría sucedernos.
—No tienes porqué sentirte así, pequeña. A veces estas cosas pasan entre un hombre y una mujer, pero no tienes de qué preocuparte. Y ahora deja que te abrace para que puedas olvidarlo todo.
Más calmada se acercó a él para buscar el calor de su abrazo, sabiendo que solo de esa manera lograría apartar todas las dudas y miedos. Pero no tardó mucho en percibir que algo había cambiado en él, pues notó cómo a pesar de estar abrazados Ashley se encontraba distante.
Aun así necesitaba demasiado de su cercanía como para reprochárselo, ya que por nada del mundo quería hacer o decir algo que volviera a hacerle enfadar. Sabía que estaba comportándose como una niña tonta y asustadiza que se niega a enfrentarse a la realidad, pero en ese momento, después de haber pasado por una auténtica pesadilla, lo único que pedía era un poco de paz.
 Por desgracia su momento de sosiego duró poco, ya que tras haber transcurrido tan solo unos minutos Ashley la separó de su abrazo sin muchos miramientos y le dijo mostrándole una sonrisa que no le alcanzó a los ojos, a pesar de que pretendía tranquilizarla:
—Ahora, si me disculpas, será mejor que me marche.
—Pero, ¿tienes que irte tan pronto? —le preguntó tratando de que no sonara a reproche.
Como contestación Ashley le besó la nariz, como se hace con una hermana y no con la mujer que va a dar a luz a un hijo propio. Luego, simplemente le sonrió y, tras colocarse bien la casaca[1], acabó diciéndole:
—Por si lo has olvidado, dentro de dos días ceno en Hertford Hall acompañado de mi familia y quisiera tener todo este asunto solucionado antes de que sea demasiado tarde.
A Amy no le gustó que llamase a su futuro hijo “este asunto”, pero como no quería que él se molestara con ella optó por callarse. Sabía que se encontraba en una situación precaria que solo juntos solucionarían, ya que si por algún motivo él decidiera repudiarla no podría hacer nada para evitarlo.
Si esto sucediese no tendría ninguna posibilidad de salir con la cabeza alta, ya que tanto su familia como toda la sociedad la culparía a ella de haber caído en desgracia. Ser madre soltera significaba no solo la muerte social, sino vivir el resto de la vida recluida en alguna pequeña propiedad, sin ningún futuro y con un hijo que debería portar la cruz de ser bastardo durante el resto de su vida.
Notando cómo la serenidad que le había aportado se le escapaba de entre los dedos, intentó no pensar en ello y confiar en Ashley, a pesar de que en ese momento estuviera marchándose y dejándola sola cuando más le necesitaba.
—Está bien Ashley, soluciónalo todo cuanto antes para que podamos anunciar la boda dentro de dos días.
El ceño fruncido que él puso al escucharla tampoco le agradó y empezó a preguntarse qué estaría pasando por la cabeza de Ashley en ese momento. Pero cuando él asintió, como si de esa manera confirmara que así sucedería, Amy pudo soltar el aire que hasta hacía unos instantes ni siquiera sabía que retenía.
Aun así, no pudo evitar sentir desasosiego al ver cómo él se marchaba sin despedirse con un beso, como solía hacer al finalizar cada uno de sus encuentros, y sin haber mencionado una sola palabra sobre sus planes para así tranquilizarla.
Recordó no sin cierta resignación que, a pesar de su corta experiencia con los hombres, estos solían ignorar a las mujeres en las cuestiones más serias. Era algo frecuente en su padre, y por lo visto también en Ashley, ya que entendían que las mujeres eran demasiado simples como para ponerlas al corriente de sus asuntos.
Sintiéndose mitad desamparada y mitad enfadada al no haber contado con ella, solo pudo observar cómo salía de la cabaña, para después escuchar cómo su caballo se alejaba al galope.
Un escalofrío comenzó a recorrer todo su cuerpo, no solo a causa de la temperatura que parecía que había bajado en esa mañana de primavera, sino porque un frío procedente de su interior se estaba apoderando de ella.
Quería creer en él, en que todo se solucionaría y serían felices juntos, pero por mucho que lo intentaba no podía olvidar su frialdad y cómo la había dejado sola en cuanto tuvo la oportunidad.
A pesar de su malestar una ligera sonrisa acudió a sus labios al recordar que ya jamás estaría sola, pues desde hacía pocas semanas llevaba en su interior a su hijo. Poniéndose las manos en el vientre decidió darle un voto de confianza a Ashley, convencida como estaba de que en cuando recapacitara se daría cuenta de lo maravilloso que sería ser padre.
Lo sabía porque ella misma había comenzado a amar a su pequeño, a pesar de los problemas que le ocasionaría su precipitado nacimiento. También se recordó a sí misma que debía entender que para un hombre todo el asunto del embarazo era diferente, al no poder experimentar la maravillosa sensación de llevar una vida dentro.
Algo más tranquila, se encaminó hacia la puerta parándose durante unos segundos al sol y notando cómo los rayos le calentaban y apartaban de ella el frío que había tratado de consumirla.
Alzando la cara al cielo suspiró y percibió cómo el calor ahuyentaba los temores y le hacía albergar una sensación parecida a la esperanza. Notándose más reconfortada se repitió que debía confiar en el amor de Ashley, a pesar de su frialdad y de su partida precipitada.
Se dijo que solo debía esperar dos días para alcanzar el sueño de ser la esposa de Ashley, ya que un cielo tan maravilloso como el que tenía ante ella no podía ser señal de nada malo.
Con ese pensamiento se encaminó hacia su montura para regresar a Hertford Hall, sin percibir cómo unas nubes oscuras se aproximaban por el norte.
Tal vez dentro de dos días se hicieran realidad sus deseos, o tal vez dentro de dos días sus más oscuras pesadillas le darían alcance.





CAPÍTULO 3





Armándose de valor Amy comenzó a bajar la escalera de mármol de Hertford Hall, sabiendo que esa noche la recordaría durante el resto de su vida.
Aunque había tenido dos días para prepararse, no había logrado contener sus nervios, pues albergaba la certeza de que esa noche en que ambas familias cenaban juntas, Ashley aprovecharía para comunicar su enlace y posiblemente su embarazo.
Debía reconocer que su actitud era de total cobardía, pero cada vez que se imaginaba frente a sus padres y hermana, así como junto a los padres de Ashley, se apoderaba de ella un escalofrío que conseguía que deseara esconderse bajo las sábanas.
Solo cuando recordó que a sus diecisiete años ya no era ninguna niña, encontró el coraje necesario para continuar, al ser consciente de que había llegado el momento de enfrentarse a las consecuencias de sus actos.
Tratando de controlar su nerviosismo, continuó su descenso por la gran escalinata, intentando convencerse a sí misma de que no estaba asustada.
Sabía que con su retraso solo había conseguido ser la última en presentarse, por lo que su aparición llamaría la atención de todos los presentes aunque fuera durante unos segundos. Una acción que sin duda le reprocharía su hermana Rosemary, a quien le gustaba ser la última en bajar las escaleras para acaparar todo el protagonismo.
Esa noche sin embargo sería ella a la que todos esperaban y estaba convencida de que, tras acabar la velada, tendría que aguantar algunos de sus insultos. Sin embargo, en ese momento la rabieta de su hermana era lo que menos le importaba, ya que al acabar la velada sería la prometida de Ashley y ningún desprecio de Rosemary lograría mitigar su felicidad.
Ante la idea de convertirse en la prometida de Ashley, Amy sonrió, aunque tuvo que reprocharse haber sido una tonta al haber temido enfrentarse a los presentes, cuando Ashley estaría entre ellos para protegerla.
Ya a escasos pasos de las puertas del gran salón, Amy escuchó las voces de los asistentes a la cena y pudo distinguir claramente las risas de su madre Rebeca y de la madre de Ashley.
Agradecida porque su madre no se hubiera percatado de su retraso se irguió, adoptando la pose que toda dama elegante debe llevar, y continuó paso a paso hasta colocarse entre las dos inmensas puertas abiertas que daban acceso a la estancia.
Lo que vio ante ella le sorprendió, pues daba la sensación de que no habían advertido su tardanza, ya que nadie miró en su dirección a pesar de encontrarse a escasos metros. Divididos en tres grupos todos conversaban con una copa de champán en la mano, pero lo que le molestó especialmente fue que Ashley estuviera hablando con Rosemary tan absorto que ni siquiera se había percatado de su llegada.
Sintiéndose una vez más como una extraña entre su familia, se adentró con paso decidido, deseando acercarse cuanto antes a la pareja. Había algo en la actitud de ellos que no le gustaba, quizá porque juntos parecían perfectos el uno para el otro.
Pero no solo eran celos lo que percibió al verlos, sino que además le hacían sentirse inferior al parecer ellos una obra digna del mismísimo Tiziano[2], mientras que ella a su lado solo sería considerada un simple complemento al que nadie prestaría atención.
Intentando apartar de su cabeza este pensamiento, continuó andando dispuesta a que nada estropeara su noche, aunque no pudo evitar enfadarse consigo misma por haberse dejado llevar por sus inseguridades. Resignada al no poder competir con la belleza de su hermana, sintió cómo el enfado iba creciendo en su interior, no solo porque siempre se dejaba llevar por los prejuicios, sino porque nadie se molestaba ni siquiera en saludarla.
Estaba llegando a un grado de enojo tal que en ese instante dejó de importarle si se ponía en evidencia delante de sus futuros suegros, así como del pastor de la parroquia anglicana a la que pertenecían y al que su madre había invitado como comodín para que ninguna dama estuviera sin compañía.
Tampoco le importaba que esa noche Ashley estuviera realmente espléndido con su traje de gala, o que Rosemary le sonriera como si fuera una gata en celo, algo que solía hacer cuando andaba cerca un noble con un título adecuado y riquezas en abundancia.
Pero solo había avanzado un metro escaso cuando su madre la detuvo al cogerla con fuerza del brazo, con el firme propósito de que se detuviera y de asegurarse de que la escuchara.
—No te atrevas a molestarlos. Tienes la estúpida manía de importunar solo con tu presencia.
Extrañada ante la petición de su madre Amy la miró a la cara, como si buscara la confirmación de que le había escuchado correctamente. Hacía años que apenas prestaba atención a los insultos que le dedicaba a la más mínima ocasión. Estaba cansada de oírlos y de justificarla cuando en realidad ella no era culpable de su apariencia o de su forma de ser.
Pero esta vez había algo diferente en su madre. Cuando pudo ver el frío glacial que emanaba de sus ojos, así como el rictus de su boca, que apretaba con fuerza, supo que había algo más en su petición. No tuvo que pensar mucho de qué podría tratarse, pues cuando volvió a mirar hacia la pareja, vio cómo su hermana le tocaba sutilmente el brazo a Ashley mientras le dedicaba una de sus más deslumbrantes sonrisas.
Nada más verlo notó una punzada en el estómago al darse cuenta de las intenciones de su madre, ya que era más que evidente que pretendía emparejar a su primogénita con el primogénito de los Rolswell.
Como si fuera una especie de letanía entendió por fin a qué se debía esa cena con sus vecinos, quedando aún más claro cuando sin más su madre se giró dándole la espalda, para volver a centrar su atención en elogiar a lady Rolswell, que en ese momento conversaba con el párroco.
Plantada en medio del gran salón como si fuera una visita no deseada Amy quiso enfrentarse a su madre. Deseaba con todas sus fuerzas poder mirarle a la cara para gritarle que Ashley era suyo y ni ella ni nadie podrían impedir que acabaran juntos, pero sabía que jamás podría hacer algo semejante.
Se lo impedían no solo el respeto que le debía a la mujer que le había dado la vida, sino también su gran corazón y su educación, que así se lo indicaban.
Sintiéndose sola, a pesar de estar rodeada de la gente que supuestamente más la quería, solo pudo cerrar sus manos para convertirlas en puños y apretarlos con fuerza hasta que sus nudillos se volvieron blancos y las uñas se le clavaron en las palmas.
Suspirando para tratar de serenarse, se giró dispuesta a no hacerle caso, ya que por nada del mundo permitiría que nadie ni nada le estropeara esta noche. Había soñado en infinidad de ocasiones con ese momento en que Ashley pediría su mano delante de todos y no estaba dispuesta a que le arruinaran esa ocasión tan especial.
Queriendo dejar atrás este asunto que tanto le molestaba, alzó la cabeza para encontrarse con la mirada de Ashley, que la observaba con una sonrisa en los labios. Con el corazón latiéndole a mil por hora Amy solo pudo devolverle la sonrisa y, tras ver cómo le hacía señas para que se le acercara, todo lo demás dejó de tener importancia.
Perdida en el deseo de estar junto a él olvidó la advertencia de su madre, como tampoco prestó atención a la mirada cargada de censura de Rosemary. En ese instante en el gran salón para ella solo estaba Ashley y, como no soportaba estar por más tiempo separada de su compañía, comenzó a caminar hasta colocarse frente a él.
—Está preciosa, milady.
Encantada con su cumplido solo pudo agrandar la sonrisa, mientras escuchaba cómo de la boca de Rosemary salía un bufido muy poco apropiado para una dama.
—Llegas tarde —le reprochó su hermana con un tono de voz cortante.
Sin dar muestras de haberla escuchado Amy continuó mirando a Ashley, mientras este se inclinaba para cogerle de la mano y besársela como todo un caballero.
Se sentía como una princesa en medio de un cuento de hadas y hubiera podido jurar que en ese instante estaba flotando. Contestando al cumplido de Ashley le dijo con las mejillas ligeramente coloradas:
—Gracias. Usted también está muy guapo.
Nada más oírla Rosemary se propuso dejarla en evidencia, por lo que la golpeó en el brazo con su abanico mientras le reprochaba:
—Eso jamás se le dice a un hombre.
—Déjala. Lady Amy Clarence puede hacerlo.
Al escucharle decir su nombre completo sonrió, pues era el único que la llamaba así en público desde hacía años. Estando una mañana en la cabaña le había contado que era su forma de decirle que la amaba sin que nadie se percatara, por lo que Amy solo se fijó en su significado.
Encantada con seguirle el juego se dispuso a contestarle, con el propósito de dejarle claro a su hermana que entre ambos había algo que ella jamás tendría. Pero justo en ese instante el mayordomo interrumpió en el salón con andares pomposos, como si fuera un auténtico placer dirigirse a la señora de Hertford Hall.
Una actitud que se había ganado la simpatía de lady Barness al hacerla sentir importante, y por ello el mayordomo contaba con carta blanca a la hora de aseverar al servicio, un placer del que sin duda disfrutaba siempre que podía y ante el que todos debían callar si querían conservar el trabajo.
Como si se tratara de un secreto de estado el mayordomo le dirigió unas discretas palabras a su madre para, segundos después, ésta asentir con la cabeza y anunciar con solemnidad:
—Me informan de que podemos ir entrando en la sala donde se servirá la cena.
El asentimiento de los invitados le indicó que tendría que esperar otra oportunidad para dejarle claro a su hermana que ya no era una niña a la que podía manejar y desacreditar a su antojo, y suspirando observó cómo su padre le ofrecía galantemente el brazo a lady Rolswell, del mismo modo que el conde le ofrecía su brazo a la anfitriona.
Viendo que las parejas se estaban formando, y que el párroco la miraba con el propósito de que fuera su compañera de cena, se apresuró a mirar a Ashley.
Pero al parecer ese día la suerte no estaba de su parte, ya que en ese justo momento escuchó cómo Rosemary le decía con una voz tan dulce que incluso resultaba empalagosa:
—Lord Ashley, espero que no le moleste que mi madre nos haya puesto juntos en la mesa.
—Para nada, milady, será todo un placer acompañarla.
Asombrada por el descaro y la familiaridad de su hermana, Amy observó cómo esta se le acercaba para aferrarse a su brazo, temiendo que esa noche Rosemary haría todo lo posible para estropearle la velada. Lo único que Amy desconocía era si lo estaba haciendo a propósito o si era fruto de la casualidad que no dejara de interponerse entre Ashley y ella; o lo que era peor, que todo ello fuera un ardid de su madre.
Enfadada con Rosemary pudo ver cómo su sonrisa se volvía maliciosa al pasar por su lado, obteniendo así la respuesta de que esa noche haría todo lo posible para dejarla en evidencia.
Sin poder reprocharle nada a Ashley, pues no habría sido apropiado para un caballero denegar el ofrecimiento de una dama, los vio encaminarse con paso distinguido siguiendo a la comitiva que ya había comenzado a dirigirse a la otra estancia.
Deseando perder la compostura para apartar de un empujón a su hermana, se sobresaltó cuando el serio párroco llamado señor Anderson se colocó ante ella, con una mirada tan fría y un rictus tan severo, que daba la sensación de que estuviera ofreciendo el brazo a una babosa en vez de a una muchacha.
A Amy no le extrañó esta actitud, pues de sobra sabía que el señor Anderson no tenía nada en su contra, sino que simplemente consideraba a todas las mujeres unos seres impíos, puestos en el mundo para amargar la existencia de los hombres con sus artimañas de seducción.
Por ese motivo el párroco de férreas convicciones anglicanas permanecía soltero, pues a pesar de que se le permitía contraer matrimonio si así lo deseaba, no había encontrado a una mujer que no estuviera marcada por el pecado de Eva. Un pequeño inconveniente que el señor Anderson remarcaba cuando estaba cerca de una fémina, pero que milagrosamente olvidaba cuando se encontraba frente a una dama que podía ser generosa con sus donativos.
Sabiendo que la cena sería sumamente tediosa a Amy solo le quedó asentir, siendo los últimos en presentarse en el espléndido comedor que relucía con su infinidad de velas, tapices, flores y dorados.
Fue entonces el turno de su madre de acomodar a los presentes, y como cabía de esperar colocó a Ashley al lado de Rosemary en el otro extremo de la mesa, por lo que le resultaría imposible mantener una conversación con él durante la cena.
Sintiéndose decaída ante el tedio que le esperaba, solo le quedó el consuelo de pensar que su hermana podría tenerlo durante la cena, pero ella lo tendría durante el resto de su vida. Un pensamiento que la hizo sonreír, ganándose con ello el reproche de su acompañante, el señor Anderson, el cual insistió en recordarle las virtudes de una doncella según los salmos mientras sorbía con veneración la sopa de langosta.
Aburrida solo le quedó permanecer en silencio al mismo tiempo que el señor Anderson recitaba palabra por palabra su discurso, sin que nadie le prestara atención. De vez en cuando contemplaba cómo todos menos ellos sonreían encantados, en una cena que transcurría con su madre riendo cada broma del conde de Rolswell, mientras su padre se encargaba de agasajar a lady Rolswell.
Cansada de observar ese espectáculo se fijó en que Rosemary también se esforzaba por mantener ocupado a Ashley, pues en ningún momento permitió que este alzara la cabeza para dirigirle algún comentario. Lo único con lo que tuvo que conformarse fue con alguna mirada perdida, acompañada de esquivas sonrisas que le sabían a poco.
Y así, con alguna frase esporádica para contestar a alguno de los Rolswell, los discursos del señor Anderson, que no paraba ni para masticar, y más de una docena de miradas de censura de su madre para que mantuviera la postura erguida, fue transcurriendo la cena de ocho platos entre los que destacó la exquisita perdiz, la trucha especialmente preparada para lord Rolswell, el solomillo en salsa de frambuesa que era el plato favorito de Rosemary, y el salmón con salsa de puerros que nunca faltaba en las cenas de gala al ser la especialidad del chef.
Plato tras plato a Amy solo le quedó el consuelo de saber que en algún momento la cena terminaría, por muy eterna que se le estuviera haciendo. Por eso cuando desde la cabecera de la mesa su padre se levantó con una copa de champán en la mano, Amy no supo si alegrarse porque pronto se retirarían para los postres o si sorprenderse por su comportamiento.
—Les ruego que me presten atención —comenzó a hablar, consiguiendo que todos se giraran en silencio para escucharle—. Aunque sé que para la mayoría de los presentes no es ninguna sorpresa el motivo de esta velada, me gustaría anunciar formalmente un enlace que sin duda todos estábamos esperando.
Al escucharle Amy creyó que el corazón se le escapaba del pecho, pues jamás hubiera imaginado que Ashley pidiera su mano sin contarle nada, y mucho menos que su madre o su hermana no se hubieran enterado de algo semejante.
Emocionada solo pudo mirar a Ashley para compartir con él este momento tan especial, sorprendiéndole que este estuviera con el rostro serio observando a su padre mientras hablaba.
Fue entonces cuando sintió en su pecho que algo estaba mal, confirmando esta sospecha cuando escuchó el final del brindis de su padre.
—Tengo el honor de anunciar el enlace matrimonial de lord Ashley Davison III, con mi hija lady Rosemary Barness.
La impresión que recibió Amy al escuchar la noticia fue tan fuerte, que sintió cómo el pecho se le oprimía dejándola sin aire. Notando un leve mareo se dijo a sí misma que debía estar equivocada, pero cuando todos alzaron las copas repitiendo los nombres no le quedó ninguna duda de que Ashley jamás sería suyo.
Con la idea de que todo había sido un error y su padre había dicho el nombre de la hija equivocada, Amy estuvo a punto de levantarse del asiento para informarles de que la noticia era incorrecta. Pero algo en su interior le dijo que quizá no fuera así y, necesitando confirmar que nada de lo que acababa de escuchar era cierto, miró a Ashley esperando que este también estuviera tan sorprendido como ella.
Sin embargo, para su desconsuelo se encontró con la imagen de Ashley sonriendo feliz a su hermana, la cual se mostraba encantada al haber cazado a uno de los solteros más cotizados de Inglaterra.
Sintiendo cómo el corazón se le rompía en mil pedazos estuvo a punto de gritarle para pedirle una explicación, sin importarle que quedase en evidencia delante de todos. Pero un ligero mareo consiguió que permaneciera sentada en su asiento, intentando de forma desesperada que el aire regresara a sus pulmones y las lágrimas no delataran su dolor.
Una y otra vez intentaba encontrarle sentido a lo que estaba sucediendo, pues era la primera vez que tenía noticias de que su hermana estaba siendo cortejada por Ashley. Se dio cuenta de que todo debió de haberse llevado de forma confidencial, e incluso lo más posible es que Ashley lo hubiera urdido todo cuando había acudido a su encuentro secreto y ella le había dicho que estaba embarazada.
Se preguntó qué más cosas le habría estado ocultando, llegando incluso a cuestionarse si de verdad alguna vez la había amado o si todo había sido fruto de un engaño. Sintiendo que era demasiado doloroso pensar en ello solo pudo tratar de serenarse, pues necesitaba con desesperación hablar con Ashley.
Debía responder a las preguntas que empezaban a acumularse en su cabeza, siendo las más importantes si de verdad la quería, desde cuándo sabía de su compromiso con su hermana y, lo más significativo, qué iba a ser de ella y de su hijo.
Llevando su mano al vientre recordó que ahora su pequeño sería considerado un bastardo al no tener padre y, con el cuerpo aún temblando por el impacto de la noticia, se levantó despacio y sintió la necesidad de salir de ese cuarto enseguida.
Estaba tan sumida en su pena y su bochorno que no era consciente de las felicitaciones que recibía la pareja por parte de todos, ni de cómo él se negaba a mirar en su dirección para evitar enfrentarse a sus reproches.
Ashley sabía que pronto tendría que darle una explicación de lo que estaba sucediendo, como también sabía que debía buscar una salida a la difícil situación de su hijo bastardo.
Por eso cuando vio cómo Amy se levantaba temblorosa no fue a su encuentro, ni tampoco se excusó para ir tras ella cuando la vio salir por uno de los grandes ventanales que conducían a los jardines de la casa.
Sabía que para no levantar sospechas debía permanecer junto a Rosemary, esperando quedar libre para ir en su búsqueda y poder resolver sus problemas.
Y así, entre brindis y sonrisas de satisfacción, el señor Anderson junto a los Rolswell y los Barness se quedaron brindando, sin percatarse ni extrañarse de que Amy se marchara abatida y sola, como si no formara parte de la familia.
Algo que por desgracia solía ocurrir con demasiada frecuencia y por eso ya a nadie le sorprendía.




CAPÍTULO 4




Necesitaba salir de ahí cuanto antes.
Con ese único pensamiento Amy atravesó las puertas abiertas de los grandes ventanales, al no poder soportar ni por un solo segundo más los brindis de felicitaciones a los novios, las risas de los presentes y la sensación de haber sido engañada.
Sin importarle lo que pudieran pensar de ella se adentró en los jardines, deseando dejar atrás el dolor punzante que sentía en su pecho a causa de su desengaño, pero sobre todo, anhelando borrar la sensación de haber estado viviendo una mentira entre sus brazos.
Solo cuando se encontró entre las sombras se dejó llevar por su pena y comenzó a llorar, mientras notaba cómo el corazón se le desgarraba cada vez que recordaba el momento en que su padre anunciaba el enlace. Rememorar ese instante le hacía un daño atroz, pero una parte de ella quería asegurarse de que no olvidara jamás cómo Ashley se había negado a mirarla a la cara en ese momento, prueba inequívoca de que se sentía culpable.
Sabía que tarde o temprano debería enfrentarse a él, ya que le debía una explicación sobre su relación con Rosemary, como también sabía que a partir de ahora se encontraría sola para enfrentarse a su familia y al mundo entero.
Pero pese a todo, una pequeña parte de ella seguía creyendo en Ashley e intentaba buscar una justificación que lo aclarara todo. Tal vez sus padres de alguna manera le habían obligado a aceptar ese matrimonio, y quizá esa misma noche tenía pensado fugarse con ella para casarse en secreto en Gretna Greene[1].
Sintiéndose sin fuerzas se dejó caer en un banco de piedra, mientras deseaba ser más fuerte para poder soportar lo que se le avecinaba y más inteligente para descubrir si todo había sido un engaño.
Estaba tan sumida en su pesar que no percibió el paso del tiempo, como tampoco se percató de la presencia de Ashley cuando se le acercó, quizá porque este se le había aproximado moviéndose con cuidado entre las sombras.
—Amy, cariño, por fin te encuentro. Me has dado un susto de muerte —le dijo con preocupación en su voz, aunque solo consiguió su silencio.
Y es que Amy en ese momento no estaba segura de estar preparada para verle, pues aunque ansiaba una explicación de sus propios labios, también era cierto que le costaba estar a su lado sin sentir dolor.
—Sé que debes de estar confusa por lo que está sucediendo, pero puedo explicártelo todo —siguió hablando, quizá para intentar que ella le diera una oportunidad de ser escuchado o tal vez porque no le gustaba verla en ese estado.
Fuera como fuese Amy se armó de valor y, deseosa de acabar cuanto antes con la pesadilla que estaba viviendo, alzó la mirada para contemplar esos espléndidos ojos verdes que tanto amaba y preguntarle en apenas un susurro:
—¿Es cierto tu compromiso con mi hermana?
—Así es, pequeña. Pero no tienes de qué preocuparte, el que me case con Rosemary no va a cambiar nada entre nosotros.
Extrañada frunció el ceño, al no entender cómo podría creer que eso fuera posible.  Incluso ella, a pesar de su corta edad y de su amor que la cegaba, sabía que era impropio mantener su relación cuando estaba prometido con otra. Esa posibilidad era del todo inaceptable, a menos que él creyera que seguirían manteniendo sus encuentros secretos.
Sintiéndose cada vez más defraudada y enojada, le contestó con un tono de voz menos lastimero y más desafiante.
—¿Cómo puedes decir eso? Que seas mi cuñado lo cambiará todo.
—No lo entiendes: mi boda con tu hermana es por compromiso, por eso no creo que importe que nosotros nos sigamos viendo —le respondió sin ninguna muestra de remordimientos.
Irritada ante esa atrocidad, Amy se levantó de golpe sorprendiendo a Ashley, que no la había visto antes en una actitud que no fuera sumisa, pero sobre todo lo que le dejó asombrado fue que le gritara a la cara sin ningún reparo.
—¿Que no crees que importe? ¿En serio me estás pidiendo que sea tu amante cuando te vas a casar con mi hermana? —asqueada con ese hombre que en nada se parecía a su enamorado, le siguió preguntando, ahora en voz baja—: ¿Y qué va a ser de nuestro hijo?
Sin gustarle su actitud, pues creía que, como solía hacer ella, obedecería sus deseos sin oponer resistencia, Ashley abandonó su pose seductora y amable para mostrarse tal y como de verdad era.
En solo unos segundos se transformó ante el desconcierto de Amy, apareciendo un individuo arrogante más parecido a un noble malcriado que a un hombre enamorado. Erguido ante ella alzó una ceja para mirarla como si ella fuera una especie de insecto que se había cruzado en su camino, dejándole claro que entre sus brazos solo había sido una estúpida marioneta.
 Después, sin mostrar ninguna duda o arrepentimiento, y sin importarle si con sus palabras la hería, le indicó:
—Desde luego, tu embarazo es un inconveniente, pero ya lo he hablado con una comadrona y tiene a la pareja perfecta para que se lo quede. Tú solo debes inventar una excusa para pasar los meses de embarazo en algún lugar aislado para que nadie te vea y, tras el parto, regresas como si nada.
—¿Quieres que dé a mi hijo? —le preguntó incrédula, pues le costaba comprender lo que acababa de escuchar de sus labios.
—Creía que preferirías esa opción a que abortaras, pero si así lo prefieres por mí no hay ningún problema.
—¡No! ¡Jamás daré a mi hijo y mucho menos lo mataré! ¿Pero qué clase de hombre eres para pedirme algo así? —le volvió a gritar, aunque esta vez llevada por el horror de lo que acababa de escuchar.
—No hay otra solución, tienes que deshacerte de él de alguna manera. Estarás de acuerdo conmigo en que no es bueno para ninguna de las dos familias que se forme un escándalo con la boda tan cerca —soltó perdiendo la paciencia, pues si algo no toleraba era que le llevaran la contraria y mucho menos si era una mujer.
—¿Acaso te preocupa más la boda? ¡Es tu hijo! —siguió gritándole.
—¡Basta!, ¿quieres dejar de comportarte como una niña y pensar con la cabeza? Mi compromiso con tu hermana es inamovible y no voy a renunciar a Hertford Hall por un error.
Asqueada ante ese hombre tan frío al que no reconocía, Amy perdió la compostura y le abofeteó con todas sus ganas, consiguiendo que él volviera la cara por la fuerza del impacto.
En realidad, Amy no sabía qué se había apoderado de ella para haberse dejado llevar por ese impulso, pero a pesar del miedo que sintió, cuando él volvió a mirarla con sus ojos cargados de odio, no pudo evitar sentirse satisfecha.
Por primera vez en su vida se había enfrentado a alguien y, aunque solo había durado un segundo, nunca podría olvidar la inmensa satisfacción que sintió al ver su mejilla enrojecida.
Pero cuando se percató de los ojos coléricos con los que la contemplaba, solo le quedó retroceder asustada, hasta que la cogió con fuerza del brazo que le había alzado para impedir que siguiera retrocediendo. Luego, acercándola a él de un tirón, le dijo con una voz tan pausada y tan fría que consiguió helarle la sangre:
—Voy a dejarte pasar este golpe porque comprendo que estás alterada. Pero si vuelves a hacerlo, te juro por lo más sagrado que te lo devolveré sin importarme las consecuencias.
Mirándole fijamente advirtió lo equivocada que había estado con él, al haberse cegado por un estúpido enamoramiento infantil. De hecho, ni siquiera había reparado en la clase de mujeriego egocéntrico que era, pues estaba convencida de que la había utilizado para su propio placer, como también comprendía que pretendía continuar utilizándola como amante.
Ahora que de verdad le conocía estaba convencida de que en ningún momento había pensado en el bienestar de ella o de su hijo, y mucho menos en formar una familia los tres juntos. Enojada ante su ceguera lamentó haberle entregado su amor y su virginidad, pues sin duda no se merecía ese honor.
Buscando dañarle de la misma manera en que él la había dañado, Amy tiró fuerte del brazo que él le aprisionaba para soltarse y, dando un paso atrás para alejarse de él, le miró con asco para después decirle directamente a los ojos:
—Y pensar que te lo he entregado todo. ¡Qué engañada he estado contigo!
—Por lo que yo recuerdo, querida, no me costó mucho convencerte para que te entregaras. Así que ahora no vayas de santa acusándome de ser un sinvergüenza sin alma, cuando lo único que no quiero es que un mocoso me arruine la vida.
—Si fueras un hombre de verdad te casarías con la mujer a la que has seducido y le darías tu apellido al niño.
—¿Y perderlo todo? ¿Porqué? ¿Por un hijo que a saber si es mío y por una mujer que solo es una segundona?
Nada más oírle deseó volver a golpearle con todas sus fuerzas, para así devolverle cada golpe que le estaba destrozando el corazón al que ya apenas sentía latiendo en su pecho.
Pero el orgullo dañado de Ashley le exigía que siguiera insultándola con la intención de destrozarla por haberle rechazado y despreciado.
—¿De verdad pensaste que si pudiera escoger me quedaría contigo y tu miserable dote en vez de con tu hermana? ¡Por Dios, niña! Eres tan ingenua que incluso das pena.
Intentando que el dolor que sentía no se viera reflejado en su rostro se irguió como segundos antes lo había hecho Ashley, para demostrar que no estaba dispuesta a dejarse pisotear por ese hombre.
Decidida lo miró con toda la arrogancia que pudo reunir y, sacando las fuerzas necesarias de la indignación que cada vez era más fuerte que su pena, le dijo consiguiendo que la voz no le temblara:
—¿Sabes qué? Tienes razón, eres perfecto para mi hermana ya que los dos sois igual de mezquinos y manipuladores. Te deseo que seas muy feliz con ella, porque vas a necesitar toda la suerte del mundo.
—¿Y crees que contigo hubiera sido feliz? —le dijo mostrándose divertido con el único propósito de provocarla.
—Yo por lo menos te habría querido —y mirándole con asco de arriba a abajo continuó diciéndole—: Aunque sabiendo ahora cómo eres en realidad, te mereces a alguien que te amargue la vida, y puedes estar seguro de que Rosemary es una experta en hacer infeliz a cuantos la rodean.
Las carcajadas que sonaron por parte de Ashley no consiguieron engañar a ninguno de los dos, pues era demasiado evidente que eran forzadas. A pesar de todo, él siguió con su ataque y, viendo que ella se volvía para marcharse, se apresuró a asegurarle:
—Suenas patética con tu arranque de celos. Además, ¿qué vas a hacer sin mí? ¿Crees que con tu aspecto vulgar y con un bastardo alguien se va a fijar en ti? No vas a tardar ni dos días en buscarme.
Aunque Amy había tratado de alejarse de él al no poder soportar por más tiempo el cruce de acusaciones e insultos, no pudo evitar girarse para contestarle con toda la frialdad que pudo reunir:
—No necesito a ningún hombre, y menos a ti, para salir adelante. Y en cuanto a regresar a tu lado, puedes estar seguro de que nunca lo haré.
Dedicándole una última mirada al que había sido, y por desgracia aún lo era, el amor de su vida, se despidió en silencio de él para comenzar a caminar hacia el interior de la mansión, donde sabía que no le esperaba nada.
—Al final, ¿qué vas a hacer con el mocoso? —le escuchó preguntarle mientras se alejaba, notándose en su voz la preocupación. Aunque era más que evidente que lo que de verdad temía no era lo que iba a ser de ella y el niño, sino si iba a montar un escándalo.
Demasiado cansada para continuar con la discusión se volvió permaneciendo en su sitio con pose regia y, tras mirarle con la barbilla bien alzada, afirmó convencida:
—Lo que mi hijo y yo hagamos a partir de ahora es solo asunto nuestro. Pero ten una cosa clara, no quiero volver a verte en toda mi vida.
Sin nada más que decirle se giró dejándole solo entre las sombras, mientras la llamaba enfadado al no haber conseguido de ella lo que quería.
Por suerte para Amy él no se atrevió a ir tras ella para exigirle que la obedeciera lanzándole amenazas, como que le robaría al niño o negar ante todos que el hijo era suyo para dejarla en evidencia.
Fue en ese preciso instante cuando se dio cuenta de que nunca más volvería a estar a su lado, por mucho que su ausencia le doliera. Pero no podría perdonarle su engaño y sobre todo su falta de sentimientos hacia ella y su hijo.
Sabiendo que esa noche habían muerto todos sus sueños de chiquilla, se propuso no mirar nunca más hacia atrás, pues ahora tenía un duro camino por delante donde solo podía permitirse pensar en el bien de su pequeño.
Cansada, lastimada y sabiendo que debía buscar una solución cuanto antes a su problema, entró por una de las salas vacías para encaminarse al hall. Se sentía demasiado cansada como para dar explicaciones, pero sobre todo lo que menos quería era encontrarse con alguien de su familia y tener que soportar sus reproches por haber desaparecido.
Pero estaba escrito que esa noche solo le traería tristeza, ya que cuando se disponía a subir por las mismas escaleras de mármol que unas horas antes le habrían conducido ante su amor, ahora se quedó clavada en el sitio al escuchar la gélida voz de su hermana.
 —¿Cómo te atreves a ponernos en evidencia en mi gran noche? ¿Es que no tienes decencia?
Sabiendo que no podría escaparse de ella sin más, pues estaba convencida de que la seguiría hasta el mismísimo infierno si con ello la dañaba, se giró despacio para enfrentarse a ella, aunque antes se aseguró de borrar toda muestra de dolor de su rostro.
—No sé a qué te refieres —consiguió decirle, aunque perdió parte de su alma al tener que tragarse todo lo que estaba sintiendo y le estaba consumiendo a cada segundo que pasaba.
—¿Acaso crees que soy estúpida?
Tras escucharla se fijó mejor en su cara y, al ver la ira que esta mostraba, se percató de que lo más probable es que hubiera escuchado la conversación de ambos en el jardín. 
En otras circunstancias Amy estaba segura de que habría temido su reacción al saber sobre su relación secreta con Ashley y su embarazo, pero se sentía tan agotada tanto mental como físicamente que ya no le importaba lo que pudiera decirle.
Por ello, y sin saber de dónde había sacado las fuerzas necesarias para hacerlo, la apartó de un empujón mientras le decía con voz fría:
—Si me disculpas, Rosemary, estoy demasiado cansada para tus jueguecitos.
Pero Rosemary no tardó en reponerse para atacarla de nuevo, a pesar de sentirse algo confundida por su reacción ya que no se había enfrentado nunca a ella.
—Siempre supe que eras vulgar, pero entregarte al prometido de tu hermana…. ¿tan desesperada estabas por un hombre? Porque, si es así, te habría venido mejor fornicar con el mozo de cuadra…, a menos que pensaras que conseguirías a Ashley convirtiéndote en su prostituta.
Se sentía tan cansada, defraudada y dolida en ese momento que las palabras de Rosemary apenas la dañaron y, tomando aire para darse fuerza y así poder acabar cuanto antes con esta horrible noche, se giró para mirarla a la cara y así hablarle sin tapujos.
—Me da absolutamente igual lo que pienses. Y ahora, si me disculpas, déjame en paz.
Pero cuando se disponía a alejarse, Rosemary la detuvo colocándose delante de ella e impidiendo así que se marchara antes de que la escuchara.
—Si crees que vas a quitármelo estás muy equivocada, nuestro compromiso ya es oficial y tus artimañas no van a evitarlo. ¿O de verdad creías que un hombre como él se conformaría con un patito feo cuando puede tener a un cisne?
Amy quería gritarle que todo lo había hecho por amor y no para quitárselo, ya que ni siquiera sabía que ambos estaban prometidos, pero decidió callarse pues estaba convencida de que en realidad no serviría para nada. Rosemary ya se había formado su opinión sobre todo este asunto y por mucho que le insistiera solo lograría más insultos por su parte.
Con unas ganas enormes de retirarse a su recámara continuó su camino, por lo que comenzó a subir las escaleras al no sentirse con las fuerzas necesarias para soportar otro ataque verbal.
Pero Rosemary estaba demasiado furiosa tras haber escuchado la discusión de ambos en el jardín, por lo que no estaba dispuesta a dejarla marchar sin hacerle pagar por su humillación. No le importaba haber descubierto que Ashley era un hombre sin corazón capaz de cualquier cosa para conseguir lo que quería, como tampoco le afectaba conocer que su matrimonio era tan solo de conveniencia.
Hacía mucho que sabía que, aunque era la primogénita, nunca podría heredar la propiedad de Hertford Hall al ser mujer, aunque sí podía quedarse con toda la fortuna al no estar sujeta al mayorazgo[2], un aliciente que le daba el control de la propiedad y de su futuro marido, y que Ashley solo sabría después de su matrimonio.
Pero en ese instante en lo único que pensaba era en desquitarse con Amy hasta verla destrozada, pues era una mujer egocéntrica y resentida que solo pensaba en sí misma. Además, también le convenía más culpar a su hermana de lo sucedido en vez de al verdadero culpable, por lo que no dudó en volver a atacarla con sus palabras, más aún al ver su desplante y haberle dado la espalda.
—Ashley nunca te quiso, solo te utilizó porque te vio débil.
Para su desconcierto Amy no sucumbió a su juego y continuó alejándose, como si no la hubiera escuchado. Algo que no era del todo cierto, pues aunque solo deseaba dejar atrás el pasado, debía reconocer que ella también había llegado a esa conclusión, y saberlo la dañaba con la misma dureza que una puñalada.
Aun así, no estaba dispuesta a que su hermana viera su dolor, pues percibió cómo algo dentro de ella había cambiado esa noche. No estaba segura de qué podría tratarse, pero saber que ahora tenía que pensar no solo en ella sino en su hijo, le daba el coraje necesario para no dejarse pisotear nunca más por otra persona.
Por ello, y a pesar de sentirse físicamente débil, se irguió, descubriendo que podía ser más fuerte de lo que se había imaginado, y se juró que desde ese mismo instante se esforzaría en ser una mujer más valiente, decidida y lista.
Mientras, Rosemary la contemplaba subir las escaleras con una actitud que le sorprendió, ya que había creído que el desplante de Ashley la destruiría, como también había estado segura de que sus palabras la dañarían como lo habían estado haciendo durante años.
De hecho, era por ese amor que Amy le profesaba en secreto a Ashley por lo que ella le había aceptado por esposo, pues de lo contrario habría preferido escoger a otro pretendiente menos mezquino. Pero cuando hacía unas semanas había descubierto su romance al verlos escondidos en la casa del guarda, no había dudado en escogerlo para quitárselo.
Por eso ahora, al verla tan entera cuando debería estar consumida por el dolor, se sintió defraudada, y no quiso parar hasta estar convencida de que la había quebrado. 
—Pienso contarle sobre tu embarazo a padre.
Pero tras esperar unos segundos y ver cómo seguía sin responderle, comprendió que tendría que insistir para lograr su propósito.
—Él te repudiará y te quedarás sin nada.
Suspirando Amy supo que lo haría, de la misma manera que supo que esa noche sería su última oportunidad para demostrarle que no estaba dispuesta a que volviera a dañarla.
Por eso, girándose desde lo alto de la escalera, la miró con unos ojos cargados de dolor, pero también de resentimiento por esa hermana que nunca le había demostrado una pizca de amor.
—No sé qué te hecho para que me odies tanto, pero puedes estar convencida de que algún día tu maldad se volverá contra ti.
Y sin más continuó en silencio, mientras su hermana perpleja y colérica la miraba alejarse con los puños bien apretados y jurándose que haría todo lo necesario para hacerle la vida imposible.
Ajena a todo ello Amy llegó al refugio de su cuarto, escapando por primera vez del ataque de su hermana sin derramar una lágrima, hasta que por fin entró en su habitación y pudo cerrar la puerta con llave. Solo entonces se dejó llevar por la pena, y tirándose sobre la cama se abandonó a la rabia, a la frustración y al odio que el encuentro con Ashley le había provocado.
Saber que el hombre al que había amado por encima de su propia vida le había engañado era demasiado doloroso, como también lo era saber que a partir de ese momento se encontraba sola con su embarazo.
Solo cuando pensó en su futuro hijo consiguió calmar sus lágrimas y, tras jurarse que no permitiría que nadie lo dañara o lo alejara de su lado, se propuso urdir un plan para luchar por los dos.
Durante un par de horas pensó en sus posibilidades, sabiendo que el tiempo estaba en su contra, segura de que Rosemary no tardaría en contarles a sus padres sobre su embarazo.
Dándose cuenta de todo lo que se jugaba decidió que solo le quedaba una salida y, con el nuevo día a punto de comenzar, se levantó de su lecho dispuesta a tomar las riendas de su futuro y a no volver a llorar nunca más.




[1] Gretna Greena es un pueblo del sur de Escocia, famoso porque ofrecía la posibilidad de casarse, sin el consentimiento de sus padres, a las parejas menores de edad.
[2] El mayorazgo era un sistema de reparto de bienes que beneficiaba al mayor de los hijos, de forma que el grueso del patrimonio de una familia no se pudiera perder.

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