Capítulo 1
El SEAL de primera
clase de la Marina de los Estados Unidos, Jeremiah Winters, se dispuso a
embarcar en el reluciente crucero blanco Escapade, aprovechando su metro
noventa de estatura para observar los acontecimientos que se desarrollaban ante
él. Los miembros de la tripulación habían formado una fila a ambos lados de los
pasajeros que subían a bordo, a los que arrojaban confeti y estrechaban la mano
con cálidas palabras de bienvenida, mientras los músicos tocaban alegres piezas
de jazz, una adecuada elección para
la ciudad portuaria de Nueva Orleáns.
La atmósfera festiva, combinada con el calor del
sol de principios de abril, trajo una sonrisa a la delgada cara de Jeremiah, hasta
que una premonición inesperada lo sacudió con un escalofrío a lo largo de la columna
vertebral hacia su cerebro. Al instante, su sonrisa se desvaneció.
Miró de reojo a su compañero de equipo y de viaje,
y se preguntó si Tristán había captado la energía oscura. Por supuesto que no.
El navegante de pelo dorado parecía haber olvidado por completo la reciente
ruptura con su novia y se paseaba feliz por la cubierta, con sus pensamientos centrados
en el crucero.
«Estoy imaginando cosas», se dijo Jeremiah.
Después de todo, trabajaba día tras día con un pequeño grupo de los guerreros
más hábiles del planeta, protegiendo a gente inocente como estos turistas. Él y
Tristán mantenían a salvo a la población; no se mezclaban con ella.
Naturalmente, este clima de entusiasmo incontrolado y festivo, tan distinto del
mundo disciplinado en el que solía vivir, no podía sino despertar su inquietud.
Sin embargo, le resultaba difícil descartar sus corazonadas,
ya que había invertido mucho tiempo y esfuerzo en aprender a aprovechar su
sexto sentido, sobre todo, cuando este le susurraba que algo malo iba a
suceder.
Arrastró los pies.
—Espera —dijo, poniendo su mano sobre el brazo
musculoso de Tristán mientras trataba de identificar el motivo de su
nerviosismo.
—¿Qué pasa? —La mirada azul oscura de Tristán se
posó en el perfil de Jeremiah y, luego, al captar el estado de ánimo de su
compañero de equipo, él también miró a su alrededor.
Por delante de ellos, los miembros de la
tripulación apartaban a los pasajeros para tomarles las fotos de embarque,
disponibles más tarde para su compra, mientras el fotógrafo les daba
instrucciones.
«Usted, bella dama, gire a la derecha. El marido,
dele un abrazo. Ahora, ¡sonrían los dos!». El hombre bajito, de pelo lechoso
miró a través de la lente y disparó varias tomas. Clic, clic, clic, clic.
Jeremiah vio en su mente un rifle en lugar de la
cámara y oyó disparos que lanzaron contra el fondo del lienzo la sangre de la
joven pareja. Parpadeó y la visión desapareció.
—¡Maldita sea!
Tristán le dio un codazo.
—Amigo, ¿qué pasa?
Jeremiah escudriñó la cubierta de proa a popa.
¿Qué podía decirle? ¿Que acababa de experimentar un horrible presagio? Sus
compañeros de equipo habían aprendido a tomar en serio sus intuiciones, pero Jeremiah
no tenía ningún deseo de reventar la burbuja de Tristán en ese momento, no
cuando era la primera vez que lo veía contento desde que Mariah lo abandonó. Ni
tampoco deseaba arruinar sus vacaciones antes de que comenzaran.
—Nada. Olvídalo.
El fotógrafo llamó al siguiente viajero para que posara
frente al objetivo. Las largas trenzas castañas de una mujer de treinta y
tantos años distrajeron a Jeremiah de sus agitados pensamientos.
Cuando la mujer se volvió hacia él, junto con su
hija preadolescente y otra joven, Jeremiah se quedó sin aliento.
«¿Emma Albright? No puede ser».
Él abrió los ojos como platos, dudando de su
visión. La profesora universitaria que lo había cautivado por completo, que
había alterado el curso de su vida para siempre y que seguía siendo su perfecto
ideal femenino, apenas había envejecido en los cinco años transcurridos desde
que Jeremiah dejó la universidad George Mason. Puede que ahora estuviese más
delgada y esbelta, con sus pómulos más angulosos, pero los labios rosados que
se curvaban en una sonrisa mientras simulaba con sus dedos unas orejas de
conejo detrás de la cabeza de su hija, eran los mismos que habían dado vida a
Wordsworth y Coleridge para él. De hecho, eran los mismos labios que lo habían
cautivado hasta el punto de no escuchar a veces las palabras que pronunciaban.
Él y Emma habían compartido algo intenso e
inesperado —y tan confuso para su corazón impresionable que lo obligó a dejar
sus estudios a mitad del semestre para convertirse en un caballero errante, un
SEAL de la Marina, y enfrentarse a gigantes como los cárteles de la droga y los
extremistas de ISIS. Lo había hecho por ella, aunque él apenas era capaz de
admitirlo.
¿Cuáles eran las probabilidades de conducir desde
Virginia hasta Nueva Orleans para subir a bordo de un crucero y encontrarse con
ella aquí?
Clic,
clic, clic, clic.
Los sonidos de la cámara digital le evocaron de
nuevo el horror de las balas perforando la carne, de un baño de sangre y
cuerpos sin vida.
«¡Dios, no! Ella no».
Emma interceptó su mirada fija, y el pulso de
Jeremiah se detuvo mientras esperaba que el reconocimiento ensanchase sus
suaves ojos azules. En vez de eso, se estrecharon como si ella pensara que él
le era familiar, pero sin saber por qué. Luego, se dio la vuelta y puso un
brazo sobre los hombros de su hija.
Con un pinchazo de dolor, la vio alejarse mientras
charlaba con la otra mujer que parecía ser su hermana, dada la coincidencia de
sus rasgos físicos.
Bueno, por supuesto que no lo había reconocido. Cinco
años atrás, él era un hombre de veintipocos, con gafas de lente gruesa. La
Marina no solo había corregido su visión con cirugía láser, sino que había añadido
cincuenta libras de puro músculo en su cuerpo.
Incluso si ella lo hubiera reconocido, había dos
mil cuatrocientos pasajeros navegando hacia el Caribe Occidental en este barco.
Podrían viajar durante los próximos siete días y no volver a cruzarse nunca
más.
Pero eso no era lo que esperaba que pasara,
¿verdad?
—¡Tenemos nuestro
propio balcón! —exclamó Sammy, cruzando hacia la puerta de cristal con dos
largos pasos antes de abrirla para salir. Lo único que se podía ver era el
crucero Carnival, amarrado a su lado, pero pronto zarparían y podrían disfrutar
de unas mejores vistas.
Emma le dedicó a su hermana una sonrisa satisfecha.
—Te dije que el cambio valdría la pena.
La habitación tenía una cama de matrimonio y un
sofá extensible para Sammy, su hija.
Juliet agarró una de las maletas, abrió el armario
y empezó a deshacer el equipaje.
—Sé que lo hiciste por mí —dijo ella—. No deberías
haber gastado ese dinero extra.
La claustrofobia de Juliet había sido uno de los
motivos, pero no el único.
—Lo hice por las tres —le aseguró Emma—. Recuerda,
el crucero era gratis.
Emma había ganado un crucero de siete días para
tres personas después de participar en un sorteo para recaudar fondos en la
iglesia. No esperaba ganar, y tampoco lo deseaba. Las vacaciones bajo un cielo
estrellado eran para mujeres que todavía tenían maridos y que aún creían en el amor.
Se sentó en la cama y de repente anheló estar de vuelta en casa.
—Pero tal vez todo fue un error —murmuró, sabiendo
que su hija no podía oírla con la brisa que soplaba en el balcón. Se peinó con
las manos el cabello rubio y miró a su hermana. Esta se giró hacia ella y la
sorprendió observándola.
—Te vas a divertir —dijo Juliet en un tono que
sonó como una amenaza.
—¿O si no qué? —respondió Emma con ironía.
Juliet suspiró.
—Es hora de seguir adelante, Em —dijo, al mismo
tiempo que volvía la cabeza hacia Sammy, inclinada hacia afuera para ver el
costado del barco—. Necesitas relajarte y conocer gente. Y este es el lugar
para hacerlo.
Por gente, su hermana sin duda se refería a un
hombre.
—Mira quién habla —se mofó Emma—. No has cogido vacaciones
desde que abriste tu empresa. —Juliet nunca se había casado, ni siquiera había
tenido un novio estable y, últimamente, ocupaba todo su tiempo en atender su
negocio de detective privado.
—Cierto. Pero ahora estoy aquí, y planeo soltarme
—dijo con un sugerente movimiento de sus caderas—. Tú también deberías.
—Déjame adivinar —dijo Emma—. Lo que pasa en un
crucero se queda en un crucero.
—Exactamente. Así que prométeme que intentarás
divertirte.
Emma puso los ojos en blanco.
—Bien. Sí, intentaré divertirme.
—Chócala. —Juliet le extendió una mano.
Emma aceptó el ofrecimiento y un inesperado
cosquilleo de emoción subió por su columna vertebral.
—Trato hecho —dijo, justo cuando Sammy deslizó la
puerta y volvió a la habitación. El viento había despeinado su cabello oscuro,
y sus verdes ojos brillaban.
—Esto es increíble —exclamó la muchacha—. Tenemos
todo lo que necesitamos: una cafetera, una televisión, un reproductor de DVD… —Puso
sus manos sobre cada objeto a medida que los enumeraba—. ¿Qué hay ahí? —le
preguntó a su tía.
—Es un armario. ¿Qué tal si deshaces tu equipaje y
guardas la maleta junto a tu cama?
—De acuerdo. —Sammy abrió la puerta frente al
armario—. El baño es pequeño —exclamó, desapareciendo dentro de él—. Aunque la
ducha es bastante grande —gritó.
Emma dejó que su hermana organizase primero su
ropa y se recostó en la cama de matrimonio para probar el colchón. Miró al
techo e intentó resucitar el breve hormigueo de entusiasmo que había sentido
segundos antes. Pero sintió que volvía a caer en el mismo estado sombrío que se
había apoderado de ella desde que Eddie la dejó por otra mujer.
—Mamá, no hay papel higiénico.
Juliet intervino antes de que Emma pudiera
responder.
—Está en el dispensador.
—No, el dispensador está vacío.
Emma se puso de pie.
—Iré a preguntar. —Sacó la cabeza por la puerta y
buscó a través del atestado pasillo a Shiv, su asistente de camarote. Le
bloqueó la vista la alta y compacta silueta del atractivo hombre que antes le
había resultado familiar en la cubierta. ¿Sería un famoso? ¿Un atleta
profesional? Él aminoró su paso al verla, y una flecha de reconocimiento se
clavó en el corazón de Emma, convirtiendo su educada sonrisa en un grito
ahogado.
—¿Jeremiah?
Sus rasgos habían madurado, su mandíbula era más
fuerte y su largo cuello más grueso. Su cuerpo delgado se había transformado
con una perfecta musculatura, que hacía que la tela de su camiseta se tensara
sobre su ancho pecho.
Emma dejó que la puerta se cerrase mientras se
dirigía hacia él, atraída como una polilla hacia la luz.
—¿Eres tú de verdad?
El rubio Adonis de menor estatura que lo
acompañaba, se movió hacia la izquierda para observarla. Jeremiah, que se había
detenido, ajustó su mochila y levantó una mano del tamaño de un plato de comida
para que ella la estrechase sin el menor gesto de sorpresa.
—Profesora.
Él debió de haberla reconocido en la cubierta de
recepción. Su sonrisa imperturbable dio paso al hoyuelo que le produjo la misma
atracción poderosa que había sentido por él cinco años atrás.
—El mundo es un pañuelo —observó él con calma—. ¿Cómo
estás?
—Vaya. —Incapaz de darle una respuesta fácil,
aceptó su apretón de manos mientras registraba su calidez y firmeza—. Has
crecido —dijo ella estúpidamente, a la vez que trataba de abarcarlo por
completo con su mirada. La inteligencia desbordante de sus ojos, que había
apreciado en él cuando era estudiante, aún estaba ahí. Su actitud imperturbable
y pensativa también era la misma, pero todo lo demás era muy distinto.
—Y tú te ves igual. —Jeremiah habló con más
confianza de la que tenía con veinte años.
Un pinchazo de autoconciencia la hizo retirar su
mano. Lo más probable era que la ruptura de su matrimonio la hubiese envejecido
más allá de sus treinta y tres años, por lo que la brecha de los seis que ella
le llevaba ahora sería mayor que nunca.
Juliet echó un vistazo al otro hombre, quien les
miraba interesado con una ceja dorada en alto.
Jeremiah siguió su ejemplo para hacer las
presentaciones.
—Este es mi amigo y colega, Tristán Halliday. Tristán,
Emma Albright.
El rubio le dedicó una sonrisa que atestiguaba que
no le faltarían las mujeres.
—Encantado de conocerte. —Su mano aprisionó la de
ella brevemente—. ¿De qué os conocéis?
Emma sintió una oleada de calor en su cara.
—Yo era la profesora de inglés de Jeremiah —admitió,
aunque, en realidad, había sido algo más que eso.
—Su profesora… —Los ojos de Tristán rebosaban de
diversión cuando miró a su compañero—. Ahora lo llamamos Bullfrog. Ya sabes,
como la canción.
Su mente dio un salto rápido.
—Por supuesto.
—Además, es veloz en el agua como un demonio —añadió
Tristán, lo que hizo que Jeremiah bajase la mirada.
—Discúlpenos —les dijo una pareja de ancianos para
que desbloqueasen el pasillo.
—Me alegro mucho de verte de nuevo —dijo Emma a
modo de despedida para que los dos hombres siguieran adelante.
—Lo mismo digo. —Jeremiah sostuvo su mirada una
fracción de segundo y echó a andar con Tristán en sus talones.
Emma evaluó sus amplias espaldas y se preguntó a
qué se dedicarían. Ambos estaban en muy buena forma. Podían ser nadadores olímpicos,
aunque eran demasiado mayores para eso. Pero sí podrían ser instructores de
buceo.
Emma se obligó a girarse y localizó al asistente.
Corrió hacia él, moviéndose contra el flujo de pasajeros. Miró hacia atrás y vio
que Jeremiah y su amigo entraban en un camarote varias puertas más abajo y
enfrente del suyo.
Después de todos estos años, Jeremiah Winters se
había cruzado de nuevo en su camino y estaba a solo unos pocos metros de
distancia.
La corriente de excitación que había experimentado
antes la atravesó una vez más como un riachuelo que ondulaba con rapidez sobre
las rocas. ¿No habían prometido ella y Juliet soltarse el pelo en este crucero?
De pronto, con Jeremiah a bordo, divertirse era una posibilidad.
Cierto, ella ya no era la idealista romántica que
había sido hacía cinco años. De hecho, si en aquel entonces hubiera sabido que
el amor era una mera ilusión, no se habría enamorado de un estudiante, y
tampoco habría renunciado a él para salvar su matrimonio con Eddie, cuando fue
este mismo quien lo arruinó poco después.
Nada de eso importaba ahora. Durante los
siguientes siete días, ella y Juliet iban a desinhibirse. El hormigueo se hizo
más fuerte. La experiencia le había enseñado que el «felices para siempre» era
un mito. Pero esa verdad no tenía nada que ver con lo que ella viviese durante
esta semana.
—Tu profesora está
loca por ti, hermano.
La observación de Tristán, mientras entraban en el
camarote, hundió aún más los pensamientos de Jeremiah en un estado de total confusión.
No esperaba que verla de cerca lo pusiera tan nervioso.
Maldita sea, ya no era un niño. Como SEAL de la Marina, había visto y hecho
cosas que jamás habría imaginado cuando tenía veintidós años. Pero, después de
encontrarse con los grandes ojos azules de Emma Albright y oír su voz melodiosa,
había vuelto a sucumbir a la misma intensa atracción que antes los había conducido
por el camino equivocado. Era lo bastante maduro como para reconocer el peligro
de semejante magnetismo.
—¿Vas a acercarte a ella?
La inesperada pregunta de Tristán le hizo pensar.
Había estado inspeccionando su camarote interior —sin ventanas, con dos camas
individuales y bien equipado—, pero sin prestar atención.
—Por supuesto que no —contestó.
—¿Por qué diablos no? —Tristán cogió su maleta y
la arrojó sobre una de las camas, reclamándola para sí.
—Porque está casada.
—No, no lo está. No lleva un anillo en el dedo,
hermano, y desde hace tiempo, por lo que he notado. Deberías darte cuenta de
esas cosas —se burló.
En circunstancias normales, lo habría notado, pero
su mirada había permanecido clavada en la aturdida expresión de Juliet. Jeremiah
colocó su maleta sobre la segunda cama y le dio la espalda a Tristán mientras abría
su mochila.
¿No estaba casada? ¿Qué habría pasado con el señor
Albright, el motivo por el que ella le había rogado con lágrimas en los ojos
que abandonara su clase y se alejara de su lado? La curiosidad lo asaltó de pronto,
incluso cuando se dijo a sí mismo que no le importaba. Emma lo había dejado y,
aunque él no se marchó con el rabo entre las piernas, sí le hizo sentir que era
prescindible. No iba a arrastrarse hasta ella, por mucho que fuera la primera y
única mujer a la que había amado.
Pero, de todos los lugares en los que podían
cruzarse sus caminos, ¿por qué este, por qué ahora, con las inquietantes
imágenes que había visto en la cubierta de recepción aún frescas en su cabeza?
—Hola. —Tristán le dio una palmada en la espalda y
lo sacó de su sombrío humor—. ¿Cuál es tu problema, Bullfrog? Estamos de
vacaciones. Desmelénate y disfruta un poco, ¿quieres?
Jeremiah le sonrió. Teniendo en cuenta que él
llevaba su pelo castaño muy corto para aumentar su velocidad en el agua, no
había forma de soltárselo. A menos que el bar ya estuviera abierto.
—Vamos a tomar una copa —sugirió, dejando su
maleta para más tarde. Tal vez el alcohol borrase las horribles visiones de su
cerebro.
—Ahora sí hablas con sentido.
—Apuesto a que todo
este pantano estaba cubierto de agua durante el huracán Katrina —especuló
Juliet, con un movimiento de su mano. La suave brisa de la tarde levantó el
borde del sombrero de paja que se había puesto. En otros veinte minutos, su
crucero abandonaría la marea del pantano y se dirigiría a aguas abiertas en
busca de temperaturas más cálidas.
Emma imaginó el área circundante bajo los efectos
de un huracán y se estremeció. Por suerte, no se encontrarían con una tormenta
como esa en pleno abril. El capitán les había informado de que el tiempo en el
Caribe Occidental sería soleado, con solo una posibilidad de lluvia mientras
estuvieran en Belice.
Sammy tiró de su brazo.
—¿Podemos ir a nadar ahora? —suplicó.
Emma miró a Juliet, quien se encogió de hombros en
señal de acuerdo.
Con un chillido de anticipación, la preadolescente
se giró y voló por las escaleras exteriores que conducían a la piscina. Emma las
siguió y sonrió con ironía. Su hermana y ella llevaban sombreros y vestidos
largos sobre sus trajes de baño, lo cual no era el atuendo ideal para mostrarse
desinhibidas.
Mientras Sammy se dirigía hacia el tobogán, Juliet
y Emma ocuparon un par de tumbonas cerca del agua, pero a la sombra. Sacaron de
las bolsas dos toallas, las extendieron y se sentaron a ver cómo Sammy se
deslizaba por el tobogán y chapoteaba en el agua.
Emma miró la figura rígida de Juliet, con las
manos apretadas sobre su estómago, y agitó la cabeza.
—¿Ya te estás divirtiendo? —le preguntó.
—Estoy en ello —contestó Juliet. Parecía estar
pensando en su trabajo, tal vez en algún caso que no había resuelto antes de tomar
el avión.
—No creo que tengamos la menor idea de cómo soltar
amarras —dijo Emma.
Juliet parpadeó y se volvió hacia ella con el ceño
fruncido.
—Tal vez deberíamos emborracharnos o algo.
—Hola —dijo una voz masculina, haciendo que ambas
mirasen hacia arriba.
¿Cómo no habían visto llegar al compañero de Jeremiah?
Era un completo misterio, ya que todas las mujeres de alrededor tenían los ojos
clavados en él. Llevaba una camiseta blanca sin mangas que resaltaba la anchura
de sus hombros bronceados, además de sus impresionantes pectorales.
El recién llegado saludó a Emma y miró a Juliet
con una mezcla de curiosidad y timidez.
Emma chasqueó los dedos.
—Tristán.
—Lo recuerdas —la elogió él—. Y tú eres Emma.
Pero, ¿quién es ella? —preguntó, con la vista fija en Juliet.
—Te presento a Juliet, mi hermana.
—Un placer conocerte —dijo Tristán.
Juliet miró perpleja a Emma y se incorporó para
responder con un apretón de manos.
—Igualmente —dijo ella, en el mismo tono lacónico
que usaba como detective privado.
A este paso, nunca llegarían a ninguna parte,
pensó Emma, pero entonces Tristán movió el pulgar hacia el bar.
—¿Les gustaría acompañarnos a tomar algo,
señoritas? —preguntó este.
¿Nosotras? Emma volvió la cabeza en dirección al
bar y se le encogió el estómago al ver a Jeremiah, sentado en un taburete de
espaldas a ellos. ¿Sabría que su colega las había invitado? ¿Les daría la
bienvenida?
Pero Juliet ya se había levantado de su tumbona en
un movimiento elegante y atlético.
—Nos encantaría —dijo ella, decidida.
Emma la imitó con menos entusiasmo. Llamó la
atención de Sammy y señaló la barra para indicarle dónde iban. A las mujeres
reunidas en torno a la piscina, ellas les deberían de parecer unas conquistas
fáciles al dejar que un guapo desconocido las arrastrase con un simple
movimiento de su pulgar.
Cuando Jeremiah las vio acercarse, se sentó más
derecho. Su columna vertebral rígida le hizo saber a Emma que él no esperaba
compañía. Y puede que tampoco la deseara.
Emma aminoró sus pasos. Una oleada de timidez la
abrumó y se giró para huir.
Capítulo 2
Una mano firme, pero
gentil, cogió a Emma por el codo y la obligó a darse la vuelta.
—Vamos, se muere por hablar contigo —dijo Tristán
en voz baja mientras la conducía al bar—. Oye, Bullfrog —se dirigió a este—. Me
he encontrado con tu profesora —explicó, a la vez que empujaba con suavidad a
Emma junto al asiento de Jeremiah—. Resulta que tiene una hermana.
Jeremiah soltó un suspiro y las miró.
—Juliet, este es Jeremiah —continuó Tristán, sin
dejarse intimidar por las incómodas vibraciones que emanaban de ambas partes—. Sus
amigos lo llaman Bullfrog.
Jeremiah le dedicó a Juliet un breve gesto de asentimiento.
—Y, por supuesto, ya conoces a tu profesora de
inglés —dijo Tristán.
—Espera —le preguntó Juliet a Emma—. ¿Es uno de
tus alumnos?
—Lo era —dijo esta—. Hace años.
Jeremiah la miró un segundo más, y luego volcó
toda su atención en su vaso de licor.
El corazón de Emma se hundió por segunda vez. Después
de todos estos años, él aún no la había perdonado, y ella no podía culparlo por
eso.
—Sentaos. —Tristán señaló los dos taburetes vacíos
al lado de Jeremiah.
Emma se apoyó con torpeza e indecisión en el borde
del taburete más cercano a él. Su repentina proximidad la hizo sentir extraña.
Siempre había sido alto. Ahora se veía enorme, con
las piernas torneadas con recios músculos y un vello de aspecto suave que
sobresalía de sus pantalones cortos. Incluso sus pies descalzos sobre las
sandalias parecían poderosos y varoniles.
—¿Qué les traigo de beber, señoritas? —preguntó
Tristán, impertérrito ante el comportamiento distante de su amigo.
—Tenemos nuestros propios tickets —contestó Juliet, enseñando los bonos para las bebidas que
habían comprado al embarcar. Dirigió a Tristán una sonrisa dulce, pero
desafiante, y los puso en la barra.
—Genial —dijo él con un encogimiento de hombros.
—Tomaré un vaso de Pinot Grigio —le dijo Emma al
camarero. Tal vez si se lo bebiera de un trago, encontraría el valor para
hablar con Jeremiah.
—No, espera. —Su hermana la miró arqueando una
ceja—. Creo que preferirías algo fresco y excitante, con una sombrilla dentro,
¿no?
«De acuerdo», pensó Emma. Las bebidas bañadas en
hielo eran mucho más divertidas.
—¿Cómo qué? —le preguntó a Juliet.
—Deberías probar sus mojitos: lima, menta y ron —sugirió
Tristán, al tiempo que levantaba su vaso para mostrarle lo que estaba bebiendo.
El camarero guiñó el ojo.
—Le pondré uno con sombrilla —dijo.
—Dos mojitos entonces —decidió Juliet.
—Bueno —dijo Tristán cuando el camarero se dio la
vuelta. Examinó a Juliet de arriba abajo y un tenue rubor asomó a las mejillas
de esta.
—Sé cuál es el trabajo de Emma, pero ¿y tú?, ¿a qué
te dedicas?
—Soy detective privado —dijo Juliet, con la voz de
dura mujer de negocios que usaba en el trabajo—. Dirijo una empresa de
investigación en Fairfax, Virginia.
Emma casi suspiró en voz alta. Si Juliet al menos
intentara coquetear, entonces tal vez una de las dos tendría posibilidades.
A pesar de su tono, la respuesta de Juliet
encendió una chispa de interés en los ojos azules y oscuros de Tristán.
—¿En serio? Apuesto a que puedes percibir todas
las cosas que la gente suele pasar por alto.
Juliet se encogió de hombros.
—Eso espero. Y vosotros, ¿qué hacéis? —preguntó,
mirando de soslayo a Jeremiah—. Asumo que trabajáis juntos.
Tristán apoyó un codo en el mostrador.
—¿Qué te hace pensar eso? —respondió con una
desafiante sonrisa.
Ella lo estudió de la misma manera que él la había
escudriñado antes, y volvió a mirar a Jeremiah.
—Los dos tenéis un aspecto atlético —dijo Juliet
con naturalidad—. Supongo que sois militares.
—Guau. —El tono de Tristán reflejaba admiración—. Eso
es muy astuto de tu parte. ¿Qué clase de militares crees que somos?
El camarero los interrumpió al colocar en la barra
dos vasos junto con las fichas de las bebidas.
Juliet se tomó su tiempo para responder y le dio
un sorbo a su mojito mientras inspeccionaba de nuevo a ambos hombres.
—Voy a necesitar más pistas —admitió—. Enséñame
tus tatuajes, si tienes alguno.
Los ojos de Tristán se abrieron de par en par.
—¿Aquí mismo? ¿Estás segura de que quieres que lo
haga?
Juliet parpadeó. Su audacia le arrancó una risa
inesperada.
—Depende de hasta dónde tengas que desnudarte —declaró,
con una nota más juguetona.
«Eso es un progreso», pensó Emma.
—Solo te tomo el pelo —admitió Tristán—. Lo tengo
en la espalda.
Con esa breve advertencia, él se levantó la
camiseta y dejó al descubierto un abdomen duro, digno de aparecer en la portada
de una revista de fitness. Su gesto
hizo que todas las mujeres cercanas se quedaran mudas. Tristán se dio la vuelta
y le mostró el tatuaje de un águila roja, negra y azul blasonada en la parte
superior de su espalda. Con las alas y garras extendidas, y el pico abierto y
afilado, parecía lista para atacar a su presa.
Juliet tragó con dificultad.
—Eso es...
—Magnífico —intervino Emma, aunque Juliet no
estaba muy segura de si se refería al tatuaje o al cuerpo del hombre.
Tristán se bajó la camisa mientras se balanceaba
hacia atrás.
—¿Te sirve para reducir las opciones? —le preguntó
a Juliet.
—Solo un poco —murmuró esta. Tomó otro sorbo de su
bebida, y se concentró en las brillantes y doradas ondas del cabello de Tristán.
—¿Cuánto tiempo llevas de permiso? —Quiso saber
ella.
—Dos días —rio él, divertido por el juego.
—Entonces, la rama del ejército en la que sirves
no es demasiado escrupulosa en cuanto a la longitud de tu pelo —dedujo Juliet—,
aunque tu silencioso compañero lo lleva bastante corto.
Jeremiah la miró al oírla pronunciar su nombre.
—Por lo cual —continuó Juliet—, yo diría… la
Marina.
Tristán agitó la cabeza con incredulidad.
—Eres realmente buena —se maravilló.
—Excepto que no parecéis squids[1]
—dijo Juliet.
Él hizo una mueca de dolor ante el término
peyorativo.
—Bueno, eso es porque somos más ranas que calamares
—explicó, bajando la voz—. Acciones subacuáticas, ese tipo de cosas —añadió,
después de una pausa.
Las pupilas grises de Juliet se posaron
alternativamente en Tristán y Jeremiah.
—Sois SEALs de la Marina —adivinó con confianza.
Tristán apretó los labios y miró a su alrededor.
—Eso no es algo que debamos anunciar —admitió—. Pero
tienes razón. Tengo que decir que estoy muy impresionado.
El asombro lanzó a Emma sobre su taburete. Por el
rabillo del ojo, vio a Jeremiah tomar un trago de lo que parecía ser whisky con
hielo.
—No hay que ser de la NASA para acertar —dijo
Juliet, pero el toque de color añadido en sus mejillas y su pequeña sonrisa, le
dijo a Emma que estaba contenta de haberlo sorprendido.
Mientras Tristán les explicaba que los SEAL eran
considerados objetivos de alto valor, y que la discreción era la mejor parte
del mismo, Emma miró a Jeremiah y lo encontró observando su reacción. Sus ojos
seguían siendo una mezcla de oro y verde, llenos de profundos pensamientos que
de repente deseaba explorar.
—Por eso no podía encontrarte —dijo Emma en voz
alta.
Jeremiah alzó las cejas.
—¿Me buscaste?
—Por supuesto que te busqué. —¿Cómo pudo creer, ni
por un momento, que ella no había vuelto a pensar en él?—. Quería saber qué
hiciste después de la universidad. Nunca volví a verte —explicó.
Jeremiah le clavó su mirada.
—Pensé que eso era lo que querías —dijo con una
voz un poco más dura.
El dolor seguía tan presente como cuando su
amistad terminó de forma tan abrupta, cortándola en rodajas. Ella agitó la
cabeza.
—No. Eso fue lo que tenía que pasar —aclaró—. No lo
que yo deseaba. —Emma sintió el impulso de poner una mano consoladora sobre su
hombro.
Jeremiah pareció asombrado por su afirmación. Se
envaró en su asiento y miró a otro lado. Mientras Emma escuchaba cómo Tristán le
explicaba a Juliet que esta era la primera vez que visitaba un enclave turístico
de América Central, en vez de pueblos miserables, infestados de drogas,
Jeremiah se frotó la mano sobre su cara.
La culpa se abrió paso a través de Juliet.
—Espero que me hayas perdonado, Jeremiah. Nunca
debí haberte engañado. Eras solo un muchacho. Debería haberlo pensado.
Jeremiah puso su gran mano sobre la de ella,
silenciando sus disculpas. El aire volvió a llenar los pulmones de Juliet.
—Espera —dijo él, en un tono que traicionaba su
impaciencia—. No me engañaste. Y no era tan joven. No me arrepiento de nada de
lo que pasó —agregó decidido. Después, apartó su mano, apuró su whisky y se
puso de pie—. Disculpad —les dijo a los tres y se marchó.
La mortificación le quemó las mejillas a Emma. Él
había aceptado sus disculpas, pero era obvio que no la había perdonado. Limpió
las gotas de condensación de su vaso y se encontró con la aguda mirada de Juliet.
Sabía que más tarde tendría que darle explicaciones.
—No le hagas caso —dijo Tristán, moviéndose para
interponerse entre ellos—. Hoy está de un humor extraño. Además, está
desentrenado para tratar con las damas.
Emma frunció el ceño.
—¿Qué quieres decir? —Ella ladeó la cabeza,
curiosa por saber de la vida amorosa de Jeremiah.
—Oh, demonios —dijo Tristán, al darse cuenta de
que había hablado demasiado.
—Es solo que él… —Pareció buscar las palabras
adecuadas, y luego se encogió de hombros—. Es complicado —dijo al fin, con una
mano en su corazón—. Yo, soy un tipo mucho más fácil de entender.
—Estás admitiendo que eres superficial —señaló
Juliet.
—¡Juliet! —Emma miró
el vaso casi vacío en la mano de su hermana—. No seas grosera —dijo, dándole
una palmadita en el codo.
—No te preocupes, cariño. Puedo aguantar por mi
cuenta. —Tristán se volvió hacia Juliet—. ¿Superficial? —preguntó—. No. Pero sí
más fácil de satisfacer.
Juliet lo miró con curiosidad.
—¿Por qué querría satisfacerte?
Él rio con ganas.
—Me recuerdas a algo. —La estudió un momento—. Ya
sé. A un tipo de fruta llamada lichi. ¿Sabes cuál es?
Juliet levantó la barbilla.
—Creo que sí.
—Está cubierta de una hermosa cáscara rojiza, del
color de tus labios. El lichi es bastante duro por fuera, pero si te tomas el
tiempo de despojarlo de la corteza, el globo de carne interior es absolutamente
suculento.
Juliet respiró hondo.
—No son muy comunes por aquí —dijo al fin, con la
voz entrecortada—. Parece que has viajado un poco —observó.
Mientras Tristán enumeraba una lista de países que
había visitado, los pensamientos de Emma volvieron a su breve diálogo con
Jeremiah.
«No me arrepiento de nada de lo que pasó», le
había dicho con determinación. ¿Significaba eso que él apreciaba los recuerdos
de su tiempo juntos, igual que ella lo hacía?
¿Cómo se le podía ocurrir que ella lo había echado
de su vida sin pensarlo dos veces? Nada podría haber estado más lejos de la
verdad. Ella lo había buscado a través de Internet. La mayoría de los jóvenes
adultos tenían una cuenta en las redes sociales, pero, a pesar de la
persistencia con que lo había rastreado, no había ninguna señal de Jeremiah
Winters en Internet. Y ahora, ella sabía por qué: había abandonado la
universidad para convertirse en un SEAL de la Marina.
Ella había visto en la tele varios documentales
sobre el agotador programa de entrenamiento que eliminaba a los candidatos
potenciales hasta que solo quedaba un puñado. Considerando el joven delgado e
intelectual que había sido, su dureza mental por sí sola debió de haberle
impedido tocar la campana que habría significado su renuncia.
Una orgullosa sonrisa curvó los labios de Juliet,
sorprendida por el logro de Jeremiah.
Cuando una gota de agua cayó sobre su hombro, levantó
la vista y se encontró con Sammy, que venía de la piscina.
—Mamá, tengo sed.
La charla entre Juliet y Tristán había cambiado a
una discusión sobre la seguridad nacional. Al menos, los dos parecían estar de
acuerdo en la política agresiva del actual gobierno contra los cárteles de la
droga y los terroristas.
Sin nada significativo que añadir, Emma se excusó
para mostrarle a Sammy dónde encontrar limonada gratis. Tomó nota de lo absorta
que estaba Juliet en la conversación y del interés de Tristán, y sintió que la
afilada aguja de la envidia la pinchó de repente. Le habría gustado compartir
una buena conversación con Jeremiah, como cuando estaban en el campus.
«Basta», se regañó en silencio. Cualquier diálogo
profundo con Jeremiah seguramente habría despertado los sentimientos de afecto
que ella todavía albergaba por él, y francamente, esos sentimientos la
aterrorizaban.
El amor desembocó en angustia, y la angustia no
era algo que ella quisiera experimentar de nuevo. Fue lo mejor que él se hubiese
marchado.
Juliet se encontró a
sí misma rectificando su percepción inicial del guapo SEAL de la Marina.
Tristán no era un simple chico guapo sin cerebro,
por supuesto que no. Era un hecho conocido que los SEAL tienen un coeficiente
intelectual superior a la media. Soportaban muchas más dificultades mentales y
físicas que el ser humano promedio y se manejaban bien en ambientes hostiles.
Tristán había viajado a lugares de los que ella nunca había oído hablar y que
anhelaba visitar, y él había articulado su postura sobre la seguridad nacional
con un razonamiento sólido y citando ejemplos históricos que reforzaban su
argumento, hasta el punto de que ella no pudo sino admirar su criterio, a pesar
de no estar muy de acuerdo con él.
—Oye, escucha —dijo Tristán, con un codo sobre la
barra y la cabeza inclinada para hablar en un murmullo conspirativo mientras
sus ojos seguían el camino de Emma hasta la cafetería—. Me vendría bien tu
ayuda —declaró.
Juliet se puso en guardia al instante.
—¿Con qué?
Cuando él la miró directamente con sus ojos azul
oscuro fijos en los suyos, algo la estremeció por dentro. No estaba
acostumbrada a eso. En lo que respectaba a los hombres, ella era la que tomaba
todas las decisiones. La mayoría de ellos eran colegas o criminales, hombres
con los que nunca se involucraba.
—Sé que mi amigo, Bullfrog, está enamorado de tu
hermana —le espetó Tristán.
Juliet se rio en voz alta ante la improbable posibilidad.
—¿Qué?
—En serio. Todas las piezas del rompecabezas encajaron
de golpe cuando se encontraron en el pasillo esta mañana. Siempre ha hablado de
esa mujer perfecta a la que amó y perdió. Se trataba de Emma.
Su afirmación la intrigó.
—Pero él era su alumno —protestó ella.
—Lo sé. Y algo pasó entre ellos. La oí disculparse
con él hace un segundo, diciendo que esperaba que él la hubiera perdonado.
—Y luego se levantó y se fue —recordó Juliet,
después de girar la cabeza para mirar a su hermana, que en ese momento le estaba
entregando a Sammy un vaso grande de limonada.
—Creo que todo ocurrió cuando él iba a la
universidad.
Ella lo miró fijamente.
—¿Hace cinco años? Mi hermana estaba casada por
aquel entonces, y nunca habría engañado a su marido. Fue ese bastardo de mala
muerte quien la traicionó —agregó con rabia.
—Lamento escuchar eso —dijo Tristán, sonando
sincero. Pero entonces su sonrisa reapareció, un poco torcida, y a Juliet se le
aceleró el pulso.
—Me encanta lo brutal que eres —admitió.
—Imagino que puedes mantener a un hombre a raya.
—No cambies de tema —ordenó ella—. Aceptaré tu
tesis de que tenían algo, tal vez una amistad, hasta que se demuestre lo
contrario. Pero ¿en qué necesitas ayuda?
La sonrisa de Tristán se desvaneció.
—Quiero juntarlos y ver qué pasa —dijo con
expresión seria—. Bullfrog es el ser humano más puro que he conocido.
—Lo defines de un modo extraño —afirmó Juliet.
—Si llegas a conocerlo, verás a qué me refiero. Es
espiritual. Es limpio. Suele ser muy reservado. Lee en lugar de salir. Medita
para mantener la calma. Sé que vino a este crucero solo para hacerme feliz, no
para su propio disfrute. Pero, si alguien merece la felicidad, es Bullfrog. Y
creo que tu hermana es la clave para que la alcance.
Juliet se mordisqueó el labio inferior. Él le
había dado mucho en qué pensar, sobre todo, la intrigante idea de que Emma se
había involucrado emocionalmente con uno de sus propios alumnos mientras estaba
casada. Y algo más de lo que Tristán había dicho llamó su atención.
—¿Por qué Jeremiah sentía la necesidad de hacerte
feliz? —preguntó ella.
Tristán hizo una mueca de dolor y bajó la cabeza.
—No se te pasa nada, ¿verdad?
—Normalmente, no. —Dio un golpecito con el dedo en
la barra mientras esperaba su respuesta.
—Está bien. —Tristán levantó la cabeza para ver su
reacción—. Había planeado traer a mi novia a este crucero y proponerle
matrimonio, pero rompió conmigo hace dos semanas, y Bullfrog se ofreció a venir
en su lugar.
Algo dentro de Juliet se hundió, pero ella lo
ignoró.
—¿No tenías ni idea de que te iba a abandonar?
Él se quedó sin aliento y apartó la mirada.
—Tal vez sí. Creí que el crucero despertaría algo
nuevo entre nosotros. Las cosas se habían estancado —confesó.
—¿Cuánto tiempo estuvisteis juntos? —Ufff... esa pregunta entrometida y
personal se le escapó antes de que pudiera acallar al investigador privado que llevaba
dentro.
—Ese no es el tema de nuestra conversación —le
dijo Tristán con voz firme, pero amistosa—. Hablemos de Bullfrog y Emma. ¿Me
ayudarás a juntarlos?
Ella consideró su sugerencia y no vio ningún
motivo para no hacerlo. Aunque solo fuera durante el tiempo que durase el crucero,
tener a Jeremiah Bullfrog cerca para que su hermana jugase con él, parecía una
buena idea.
—Claro. ¿Cómo?
—Es fácil. Solo tienes que informarme a qué
excursiones vais a ir, cuándo planeáis comer o salir, y yo te haré saber lo
mismo. De esa manera, coincidiremos en los mismos lugares y podremos reunirlos.
Si el destino está a favor, la madre naturaleza hará el resto.
Ella consideró su plan.
—Emma es bastante cínica cuando se trata de
romances, así que dudo que resulte tan fácil. Eddie se encargó de eso.
—¿Su ex? —preguntó él.
Ella asintió con una dura sonrisa y Tristán la
miró a través de sus pestañas doradas.
—Déjame adivinar. Tú tampoco crees en el amor.
—Ese no es el tema de nuestra conversación —lo
imitó.
Su descaro le hizo reír.
—Bien. Nos ceñiremos al tema. Entonces, ¿estás conmigo?
Juliet dirigió una mirada pensativa a su hermana.
Desde que Eddie había destruido su matrimonio, Emma había vivido como una
solterona, escondida en su apartamento con su hija y sus dos gatos. Dejó de ver
películas de chicas, dejó de leer novelas románticas… A este ritmo, permanecería
soltera el resto de su vida.
—Hagámoslo —decidió, y extendió una mano hacia
Tristán para sellar su acuerdo.
Por segunda vez esa tarde, su mano envolvió la de
ella. La fuerza y la seguridad en su cálido agarre transmitían una virilidad
tan palpable que su ritmo cardiaco se aceleró. Entró en pánico y retiró la
mano.
Él no hizo ningún comentario.
—Déjame invitarte a otro trago —le ofreció.
Pero Juliet le enseñó una ficha.
—No. La pediré yo misma.
[1] En castellano, «calamar».
Término de la Marina de los EE. UU. para designar a los marinos regulares.
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