PÁGINAS

viernes, 9 de octubre de 2020

FRAGMENTO: Fuego amigo



Capítulo 1

 

El SEAL de primera clase de la Marina de los Estados Unidos, Jeremiah Winters, se dispuso a embarcar en el reluciente crucero blanco Escapade, aprovechando su metro noventa de estatura para observar los acontecimientos que se desarrollaban ante él. Los miembros de la tripulación habían formado una fila a ambos lados de los pasajeros que subían a bordo, a los que arrojaban confeti y estrechaban la mano con cálidas palabras de bienvenida, mientras los músicos tocaban alegres piezas de jazz, una adecuada elección para la ciudad portuaria de Nueva Orleáns.

La atmósfera festiva, combinada con el calor del sol de principios de abril, trajo una sonrisa a la delgada cara de Jeremiah, hasta que una premonición inesperada lo sacudió con un escalofrío a lo largo de la columna vertebral hacia su cerebro. Al instante, su sonrisa se desvaneció.

Miró de reojo a su compañero de equipo y de viaje, y se preguntó si Tristán había captado la energía oscura. Por supuesto que no. El navegante de pelo dorado parecía haber olvidado por completo la reciente ruptura con su novia y se paseaba feliz por la cubierta, con sus pensamientos centrados en el crucero.

«Estoy imaginando cosas», se dijo Jeremiah. Después de todo, trabajaba día tras día con un pequeño grupo de los guerreros más hábiles del planeta, protegiendo a gente inocente como estos turistas. Él y Tristán mantenían a salvo a la población; no se mezclaban con ella. Naturalmente, este clima de entusiasmo incontrolado y festivo, tan distinto del mundo disciplinado en el que solía vivir, no podía sino despertar su inquietud.

Sin embargo, le resultaba difícil descartar sus corazonadas, ya que había invertido mucho tiempo y esfuerzo en aprender a aprovechar su sexto sentido, sobre todo, cuando este le susurraba que algo malo iba a suceder.

Arrastró los pies.

—Espera —dijo, poniendo su mano sobre el brazo musculoso de Tristán mientras trataba de identificar el motivo de su nerviosismo.

—¿Qué pasa? —La mirada azul oscura de Tristán se posó en el perfil de Jeremiah y, luego, al captar el estado de ánimo de su compañero de equipo, él también miró a su alrededor.

Por delante de ellos, los miembros de la tripulación apartaban a los pasajeros para tomarles las fotos de embarque, disponibles más tarde para su compra, mientras el fotógrafo les daba instrucciones.

«Usted, bella dama, gire a la derecha. El marido, dele un abrazo. Ahora, ¡sonrían los dos!». El hombre bajito, de pelo lechoso miró a través de la lente y disparó varias tomas. Clic, clic, clic, clic.

Jeremiah vio en su mente un rifle en lugar de la cámara y oyó disparos que lanzaron contra el fondo del lienzo la sangre de la joven pareja. Parpadeó y la visión desapareció.

—¡Maldita sea!

Tristán le dio un codazo.

—Amigo, ¿qué pasa?

Jeremiah escudriñó la cubierta de proa a popa. ¿Qué podía decirle? ¿Que acababa de experimentar un horrible presagio? Sus compañeros de equipo habían aprendido a tomar en serio sus intuiciones, pero Jeremiah no tenía ningún deseo de reventar la burbuja de Tristán en ese momento, no cuando era la primera vez que lo veía contento desde que Mariah lo abandonó. Ni tampoco deseaba arruinar sus vacaciones antes de que comenzaran.

—Nada. Olvídalo.

El fotógrafo llamó al siguiente viajero para que posara frente al objetivo. Las largas trenzas castañas de una mujer de treinta y tantos años distrajeron a Jeremiah de sus agitados pensamientos.

Cuando la mujer se volvió hacia él, junto con su hija preadolescente y otra joven, Jeremiah se quedó sin aliento.

«¿Emma Albright? No puede ser».

Él abrió los ojos como platos, dudando de su visión. La profesora universitaria que lo había cautivado por completo, que había alterado el curso de su vida para siempre y que seguía siendo su perfecto ideal femenino, apenas había envejecido en los cinco años transcurridos desde que Jeremiah dejó la universidad George Mason. Puede que ahora estuviese más delgada y esbelta, con sus pómulos más angulosos, pero los labios rosados que se curvaban en una sonrisa mientras simulaba con sus dedos unas orejas de conejo detrás de la cabeza de su hija, eran los mismos que habían dado vida a Wordsworth y Coleridge para él. De hecho, eran los mismos labios que lo habían cautivado hasta el punto de no escuchar a veces las palabras que pronunciaban.

Él y Emma habían compartido algo intenso e inesperado —y tan confuso para su corazón impresionable que lo obligó a dejar sus estudios a mitad del semestre para convertirse en un caballero errante, un SEAL de la Marina, y enfrentarse a gigantes como los cárteles de la droga y los extremistas de ISIS. Lo había hecho por ella, aunque él apenas era capaz de admitirlo.

¿Cuáles eran las probabilidades de conducir desde Virginia hasta Nueva Orleans para subir a bordo de un crucero y encontrarse con ella aquí?

Clic, clic, clic, clic.

Los sonidos de la cámara digital le evocaron de nuevo el horror de las balas perforando la carne, de un baño de sangre y cuerpos sin vida.

«¡Dios, no! Ella no».

Emma interceptó su mirada fija, y el pulso de Jeremiah se detuvo mientras esperaba que el reconocimiento ensanchase sus suaves ojos azules. En vez de eso, se estrecharon como si ella pensara que él le era familiar, pero sin saber por qué. Luego, se dio la vuelta y puso un brazo sobre los hombros de su hija.

Con un pinchazo de dolor, la vio alejarse mientras charlaba con la otra mujer que parecía ser su hermana, dada la coincidencia de sus rasgos físicos.

Bueno, por supuesto que no lo había reconocido. Cinco años atrás, él era un hombre de veintipocos, con gafas de lente gruesa. La Marina no solo había corregido su visión con cirugía láser, sino que había añadido cincuenta libras de puro músculo en su cuerpo.

Incluso si ella lo hubiera reconocido, había dos mil cuatrocientos pasajeros navegando hacia el Caribe Occidental en este barco. Podrían viajar durante los próximos siete días y no volver a cruzarse nunca más.

Pero eso no era lo que esperaba que pasara, ¿verdad?

 

 

—¡Tenemos nuestro propio balcón! —exclamó Sammy, cruzando hacia la puerta de cristal con dos largos pasos antes de abrirla para salir. Lo único que se podía ver era el crucero Carnival, amarrado a su lado, pero pronto zarparían y podrían disfrutar de unas mejores vistas.

Emma le dedicó a su hermana una sonrisa satisfecha.

—Te dije que el cambio valdría la pena.

La habitación tenía una cama de matrimonio y un sofá extensible para Sammy, su hija.

Juliet agarró una de las maletas, abrió el armario y empezó a deshacer el equipaje.

—Sé que lo hiciste por mí —dijo ella—. No deberías haber gastado ese dinero extra.

La claustrofobia de Juliet había sido uno de los motivos, pero no el único.

—Lo hice por las tres —le aseguró Emma—. Recuerda, el crucero era gratis.

Emma había ganado un crucero de siete días para tres personas después de participar en un sorteo para recaudar fondos en la iglesia. No esperaba ganar, y tampoco lo deseaba. Las vacaciones bajo un cielo estrellado eran para mujeres que todavía tenían maridos y que aún creían en el amor. Se sentó en la cama y de repente anheló estar de vuelta en casa.

—Pero tal vez todo fue un error —murmuró, sabiendo que su hija no podía oírla con la brisa que soplaba en el balcón. Se peinó con las manos el cabello rubio y miró a su hermana. Esta se giró hacia ella y la sorprendió observándola.

—Te vas a divertir —dijo Juliet en un tono que sonó como una amenaza.

—¿O si no qué? —respondió Emma con ironía.

Juliet suspiró.

—Es hora de seguir adelante, Em —dijo, al mismo tiempo que volvía la cabeza hacia Sammy, inclinada hacia afuera para ver el costado del barco—. Necesitas relajarte y conocer gente. Y este es el lugar para hacerlo.

Por gente, su hermana sin duda se refería a un hombre.

—Mira quién habla —se mofó Emma—. No has cogido vacaciones desde que abriste tu empresa. —Juliet nunca se había casado, ni siquiera había tenido un novio estable y, últimamente, ocupaba todo su tiempo en atender su negocio de detective privado.

—Cierto. Pero ahora estoy aquí, y planeo soltarme —dijo con un sugerente movimiento de sus caderas—. Tú también deberías.

—Déjame adivinar —dijo Emma—. Lo que pasa en un crucero se queda en un crucero.

—Exactamente. Así que prométeme que intentarás divertirte.

Emma puso los ojos en blanco.

—Bien. Sí, intentaré divertirme.

—Chócala. —Juliet le extendió una mano.

Emma aceptó el ofrecimiento y un inesperado cosquilleo de emoción subió por su columna vertebral.

—Trato hecho —dijo, justo cuando Sammy deslizó la puerta y volvió a la habitación. El viento había despeinado su cabello oscuro, y sus verdes ojos brillaban.

—Esto es increíble —exclamó la muchacha—. Tenemos todo lo que necesitamos: una cafetera, una televisión, un reproductor de DVD… —Puso sus manos sobre cada objeto a medida que los enumeraba—. ¿Qué hay ahí? —le preguntó a su tía.

—Es un armario. ¿Qué tal si deshaces tu equipaje y guardas la maleta junto a tu cama?

—De acuerdo. —Sammy abrió la puerta frente al armario—. El baño es pequeño —exclamó, desapareciendo dentro de él—. Aunque la ducha es bastante grande —gritó.

Emma dejó que su hermana organizase primero su ropa y se recostó en la cama de matrimonio para probar el colchón. Miró al techo e intentó resucitar el breve hormigueo de entusiasmo que había sentido segundos antes. Pero sintió que volvía a caer en el mismo estado sombrío que se había apoderado de ella desde que Eddie la dejó por otra mujer.

—Mamá, no hay papel higiénico.

Juliet intervino antes de que Emma pudiera responder.

—Está en el dispensador.

—No, el dispensador está vacío.

Emma se puso de pie.

—Iré a preguntar. —Sacó la cabeza por la puerta y buscó a través del atestado pasillo a Shiv, su asistente de camarote. Le bloqueó la vista la alta y compacta silueta del atractivo hombre que antes le había resultado familiar en la cubierta. ¿Sería un famoso? ¿Un atleta profesional? Él aminoró su paso al verla, y una flecha de reconocimiento se clavó en el corazón de Emma, convirtiendo su educada sonrisa en un grito ahogado.

—¿Jeremiah?

Sus rasgos habían madurado, su mandíbula era más fuerte y su largo cuello más grueso. Su cuerpo delgado se había transformado con una perfecta musculatura, que hacía que la tela de su camiseta se tensara sobre su ancho pecho.

Emma dejó que la puerta se cerrase mientras se dirigía hacia él, atraída como una polilla hacia la luz.

—¿Eres tú de verdad?

El rubio Adonis de menor estatura que lo acompañaba, se movió hacia la izquierda para observarla. Jeremiah, que se había detenido, ajustó su mochila y levantó una mano del tamaño de un plato de comida para que ella la estrechase sin el menor gesto de sorpresa.

—Profesora.

Él debió de haberla reconocido en la cubierta de recepción. Su sonrisa imperturbable dio paso al hoyuelo que le produjo la misma atracción poderosa que había sentido por él cinco años atrás.

—El mundo es un pañuelo —observó él con calma—. ¿Cómo estás?

—Vaya. —Incapaz de darle una respuesta fácil, aceptó su apretón de manos mientras registraba su calidez y firmeza—. Has crecido —dijo ella estúpidamente, a la vez que trataba de abarcarlo por completo con su mirada. La inteligencia desbordante de sus ojos, que había apreciado en él cuando era estudiante, aún estaba ahí. Su actitud imperturbable y pensativa también era la misma, pero todo lo demás era muy distinto.

—Y tú te ves igual. —Jeremiah habló con más confianza de la que tenía con veinte años.

Un pinchazo de autoconciencia la hizo retirar su mano. Lo más probable era que la ruptura de su matrimonio la hubiese envejecido más allá de sus treinta y tres años, por lo que la brecha de los seis que ella le llevaba ahora sería mayor que nunca.

Juliet echó un vistazo al otro hombre, quien les miraba interesado con una ceja dorada en alto.

Jeremiah siguió su ejemplo para hacer las presentaciones.

—Este es mi amigo y colega, Tristán Halliday. Tristán, Emma Albright.

El rubio le dedicó una sonrisa que atestiguaba que no le faltarían las mujeres.

—Encantado de conocerte. —Su mano aprisionó la de ella brevemente—. ¿De qué os conocéis?

Emma sintió una oleada de calor en su cara.

—Yo era la profesora de inglés de Jeremiah —admitió, aunque, en realidad, había sido algo más que eso.

—Su profesora… —Los ojos de Tristán rebosaban de diversión cuando miró a su compañero—. Ahora lo llamamos Bullfrog. Ya sabes, como la canción.

Su mente dio un salto rápido.

—Por supuesto.

—Además, es veloz en el agua como un demonio —añadió Tristán, lo que hizo que Jeremiah bajase la mirada.

—Discúlpenos —les dijo una pareja de ancianos para que desbloqueasen el pasillo.

—Me alegro mucho de verte de nuevo —dijo Emma a modo de despedida para que los dos hombres siguieran adelante.

—Lo mismo digo. —Jeremiah sostuvo su mirada una fracción de segundo y echó a andar con Tristán en sus talones.

Emma evaluó sus amplias espaldas y se preguntó a qué se dedicarían. Ambos estaban en muy buena forma. Podían ser nadadores olímpicos, aunque eran demasiado mayores para eso. Pero sí podrían ser instructores de buceo.

Emma se obligó a girarse y localizó al asistente. Corrió hacia él, moviéndose contra el flujo de pasajeros. Miró hacia atrás y vio que Jeremiah y su amigo entraban en un camarote varias puertas más abajo y enfrente del suyo.

Después de todos estos años, Jeremiah Winters se había cruzado de nuevo en su camino y estaba a solo unos pocos metros de distancia.

La corriente de excitación que había experimentado antes la atravesó una vez más como un riachuelo que ondulaba con rapidez sobre las rocas. ¿No habían prometido ella y Juliet soltarse el pelo en este crucero? De pronto, con Jeremiah a bordo, divertirse era una posibilidad.

Cierto, ella ya no era la idealista romántica que había sido hacía cinco años. De hecho, si en aquel entonces hubiera sabido que el amor era una mera ilusión, no se habría enamorado de un estudiante, y tampoco habría renunciado a él para salvar su matrimonio con Eddie, cuando fue este mismo quien lo arruinó poco después.

Nada de eso importaba ahora. Durante los siguientes siete días, ella y Juliet iban a desinhibirse. El hormigueo se hizo más fuerte. La experiencia le había enseñado que el «felices para siempre» era un mito. Pero esa verdad no tenía nada que ver con lo que ella viviese durante esta semana.

 

 

—Tu profesora está loca por ti, hermano.

La observación de Tristán, mientras entraban en el camarote, hundió aún más los pensamientos de Jeremiah en un estado de total confusión.

No esperaba que verla de cerca lo pusiera tan nervioso. Maldita sea, ya no era un niño. Como SEAL de la Marina, había visto y hecho cosas que jamás habría imaginado cuando tenía veintidós años. Pero, después de encontrarse con los grandes ojos azules de Emma Albright y oír su voz melodiosa, había vuelto a sucumbir a la misma intensa atracción que antes los había conducido por el camino equivocado. Era lo bastante maduro como para reconocer el peligro de semejante magnetismo.

—¿Vas a acercarte a ella?

La inesperada pregunta de Tristán le hizo pensar. Había estado inspeccionando su camarote interior —sin ventanas, con dos camas individuales y bien equipado—, pero sin prestar atención.

—Por supuesto que no —contestó.

—¿Por qué diablos no? —Tristán cogió su maleta y la arrojó sobre una de las camas, reclamándola para sí.

—Porque está casada.

—No, no lo está. No lleva un anillo en el dedo, hermano, y desde hace tiempo, por lo que he notado. Deberías darte cuenta de esas cosas —se burló.

En circunstancias normales, lo habría notado, pero su mirada había permanecido clavada en la aturdida expresión de Juliet. Jeremiah colocó su maleta sobre la segunda cama y le dio la espalda a Tristán mientras abría su mochila.

¿No estaba casada? ¿Qué habría pasado con el señor Albright, el motivo por el que ella le había rogado con lágrimas en los ojos que abandonara su clase y se alejara de su lado? La curiosidad lo asaltó de pronto, incluso cuando se dijo a sí mismo que no le importaba. Emma lo había dejado y, aunque él no se marchó con el rabo entre las piernas, sí le hizo sentir que era prescindible. No iba a arrastrarse hasta ella, por mucho que fuera la primera y única mujer a la que había amado.

Pero, de todos los lugares en los que podían cruzarse sus caminos, ¿por qué este, por qué ahora, con las inquietantes imágenes que había visto en la cubierta de recepción aún frescas en su cabeza?

—Hola. —Tristán le dio una palmada en la espalda y lo sacó de su sombrío humor—. ¿Cuál es tu problema, Bullfrog? Estamos de vacaciones. Desmelénate y disfruta un poco, ¿quieres?

Jeremiah le sonrió. Teniendo en cuenta que él llevaba su pelo castaño muy corto para aumentar su velocidad en el agua, no había forma de soltárselo. A menos que el bar ya estuviera abierto.

—Vamos a tomar una copa —sugirió, dejando su maleta para más tarde. Tal vez el alcohol borrase las horribles visiones de su cerebro.

—Ahora sí hablas con sentido.

 

 

—Apuesto a que todo este pantano estaba cubierto de agua durante el huracán Katrina —especuló Juliet, con un movimiento de su mano. La suave brisa de la tarde levantó el borde del sombrero de paja que se había puesto. En otros veinte minutos, su crucero abandonaría la marea del pantano y se dirigiría a aguas abiertas en busca de temperaturas más cálidas.

Emma imaginó el área circundante bajo los efectos de un huracán y se estremeció. Por suerte, no se encontrarían con una tormenta como esa en pleno abril. El capitán les había informado de que el tiempo en el Caribe Occidental sería soleado, con solo una posibilidad de lluvia mientras estuvieran en Belice.

Sammy tiró de su brazo.

—¿Podemos ir a nadar ahora? —suplicó.

Emma miró a Juliet, quien se encogió de hombros en señal de acuerdo.

Con un chillido de anticipación, la preadolescente se giró y voló por las escaleras exteriores que conducían a la piscina. Emma las siguió y sonrió con ironía. Su hermana y ella llevaban sombreros y vestidos largos sobre sus trajes de baño, lo cual no era el atuendo ideal para mostrarse desinhibidas.

Mientras Sammy se dirigía hacia el tobogán, Juliet y Emma ocuparon un par de tumbonas cerca del agua, pero a la sombra. Sacaron de las bolsas dos toallas, las extendieron y se sentaron a ver cómo Sammy se deslizaba por el tobogán y chapoteaba en el agua.

Emma miró la figura rígida de Juliet, con las manos apretadas sobre su estómago, y agitó la cabeza.

—¿Ya te estás divirtiendo? —le preguntó.

—Estoy en ello —contestó Juliet. Parecía estar pensando en su trabajo, tal vez en algún caso que no había resuelto antes de tomar el avión.

—No creo que tengamos la menor idea de cómo soltar amarras —dijo Emma.

Juliet parpadeó y se volvió hacia ella con el ceño fruncido.

—Tal vez deberíamos emborracharnos o algo.

—Hola —dijo una voz masculina, haciendo que ambas mirasen hacia arriba.

¿Cómo no habían visto llegar al compañero de Jeremiah? Era un completo misterio, ya que todas las mujeres de alrededor tenían los ojos clavados en él. Llevaba una camiseta blanca sin mangas que resaltaba la anchura de sus hombros bronceados, además de sus impresionantes pectorales.

El recién llegado saludó a Emma y miró a Juliet con una mezcla de curiosidad y timidez.

Emma chasqueó los dedos.

—Tristán.

—Lo recuerdas —la elogió él—. Y tú eres Emma. Pero, ¿quién es ella? —preguntó, con la vista fija en Juliet.

—Te presento a Juliet, mi hermana.

—Un placer conocerte —dijo Tristán.

Juliet miró perpleja a Emma y se incorporó para responder con un apretón de manos.

—Igualmente —dijo ella, en el mismo tono lacónico que usaba como detective privado.

A este paso, nunca llegarían a ninguna parte, pensó Emma, pero entonces Tristán movió el pulgar hacia el bar.

—¿Les gustaría acompañarnos a tomar algo, señoritas? —preguntó este.

¿Nosotras? Emma volvió la cabeza en dirección al bar y se le encogió el estómago al ver a Jeremiah, sentado en un taburete de espaldas a ellos. ¿Sabría que su colega las había invitado? ¿Les daría la bienvenida?

Pero Juliet ya se había levantado de su tumbona en un movimiento elegante y atlético.

—Nos encantaría —dijo ella, decidida.

Emma la imitó con menos entusiasmo. Llamó la atención de Sammy y señaló la barra para indicarle dónde iban. A las mujeres reunidas en torno a la piscina, ellas les deberían de parecer unas conquistas fáciles al dejar que un guapo desconocido las arrastrase con un simple movimiento de su pulgar.

Cuando Jeremiah las vio acercarse, se sentó más derecho. Su columna vertebral rígida le hizo saber a Emma que él no esperaba compañía. Y puede que tampoco la deseara.

Emma aminoró sus pasos. Una oleada de timidez la abrumó y se giró para huir.



Capítulo 2


 

Una mano firme, pero gentil, cogió a Emma por el codo y la obligó a darse la vuelta.

—Vamos, se muere por hablar contigo —dijo Tristán en voz baja mientras la conducía al bar—. Oye, Bullfrog —se dirigió a este—. Me he encontrado con tu profesora —explicó, a la vez que empujaba con suavidad a Emma junto al asiento de Jeremiah—. Resulta que tiene una hermana.

Jeremiah soltó un suspiro y las miró.

—Juliet, este es Jeremiah —continuó Tristán, sin dejarse intimidar por las incómodas vibraciones que emanaban de ambas partes—. Sus amigos lo llaman Bullfrog.

Jeremiah le dedicó a Juliet un breve gesto de asentimiento.

—Y, por supuesto, ya conoces a tu profesora de inglés —dijo Tristán.

—Espera —le preguntó Juliet a Emma—. ¿Es uno de tus alumnos?

—Lo era —dijo esta—. Hace años.

Jeremiah la miró un segundo más, y luego volcó toda su atención en su vaso de licor.

El corazón de Emma se hundió por segunda vez. Después de todos estos años, él aún no la había perdonado, y ella no podía culparlo por eso.

—Sentaos. —Tristán señaló los dos taburetes vacíos al lado de Jeremiah.

Emma se apoyó con torpeza e indecisión en el borde del taburete más cercano a él. Su repentina proximidad la hizo sentir extraña.

Siempre había sido alto. Ahora se veía enorme, con las piernas torneadas con recios músculos y un vello de aspecto suave que sobresalía de sus pantalones cortos. Incluso sus pies descalzos sobre las sandalias parecían poderosos y varoniles.

—¿Qué les traigo de beber, señoritas? —preguntó Tristán, impertérrito ante el comportamiento distante de su amigo.

—Tenemos nuestros propios tickets —contestó Juliet, enseñando los bonos para las bebidas que habían comprado al embarcar. Dirigió a Tristán una sonrisa dulce, pero desafiante, y los puso en la barra.

—Genial —dijo él con un encogimiento de hombros.

—Tomaré un vaso de Pinot Grigio —le dijo Emma al camarero. Tal vez si se lo bebiera de un trago, encontraría el valor para hablar con Jeremiah.

—No, espera. —Su hermana la miró arqueando una ceja—. Creo que preferirías algo fresco y excitante, con una sombrilla dentro, ¿no?

«De acuerdo», pensó Emma. Las bebidas bañadas en hielo eran mucho más divertidas.

—¿Cómo qué? —le preguntó a Juliet.

—Deberías probar sus mojitos: lima, menta y ron —sugirió Tristán, al tiempo que levantaba su vaso para mostrarle lo que estaba bebiendo.

El camarero guiñó el ojo.

—Le pondré uno con sombrilla —dijo.

—Dos mojitos entonces —decidió Juliet.

—Bueno —dijo Tristán cuando el camarero se dio la vuelta. Examinó a Juliet de arriba abajo y un tenue rubor asomó a las mejillas de esta.

—Sé cuál es el trabajo de Emma, pero ¿y tú?, ¿a qué te dedicas?

—Soy detective privado —dijo Juliet, con la voz de dura mujer de negocios que usaba en el trabajo—. Dirijo una empresa de investigación en Fairfax, Virginia.

Emma casi suspiró en voz alta. Si Juliet al menos intentara coquetear, entonces tal vez una de las dos tendría posibilidades.

A pesar de su tono, la respuesta de Juliet encendió una chispa de interés en los ojos azules y oscuros de Tristán.

—¿En serio? Apuesto a que puedes percibir todas las cosas que la gente suele pasar por alto.

Juliet se encogió de hombros.

—Eso espero. Y vosotros, ¿qué hacéis? —preguntó, mirando de soslayo a Jeremiah—. Asumo que trabajáis juntos.

Tristán apoyó un codo en el mostrador.

—¿Qué te hace pensar eso? —respondió con una desafiante sonrisa.

Ella lo estudió de la misma manera que él la había escudriñado antes, y volvió a mirar a Jeremiah.

—Los dos tenéis un aspecto atlético —dijo Juliet con naturalidad—. Supongo que sois militares.

—Guau. —El tono de Tristán reflejaba admiración—. Eso es muy astuto de tu parte. ¿Qué clase de militares crees que somos?

El camarero los interrumpió al colocar en la barra dos vasos junto con las fichas de las bebidas.

Juliet se tomó su tiempo para responder y le dio un sorbo a su mojito mientras inspeccionaba de nuevo a ambos hombres.

—Voy a necesitar más pistas —admitió—. Enséñame tus tatuajes, si tienes alguno.

Los ojos de Tristán se abrieron de par en par.

—¿Aquí mismo? ¿Estás segura de que quieres que lo haga?

Juliet parpadeó. Su audacia le arrancó una risa inesperada.

—Depende de hasta dónde tengas que desnudarte —declaró, con una nota más juguetona.

«Eso es un progreso», pensó Emma.

—Solo te tomo el pelo —admitió Tristán—. Lo tengo en la espalda.

Con esa breve advertencia, él se levantó la camiseta y dejó al descubierto un abdomen duro, digno de aparecer en la portada de una revista de fitness. Su gesto hizo que todas las mujeres cercanas se quedaran mudas. Tristán se dio la vuelta y le mostró el tatuaje de un águila roja, negra y azul blasonada en la parte superior de su espalda. Con las alas y garras extendidas, y el pico abierto y afilado, parecía lista para atacar a su presa.

Juliet tragó con dificultad.

—Eso es...

—Magnífico —intervino Emma, aunque Juliet no estaba muy segura de si se refería al tatuaje o al cuerpo del hombre.

Tristán se bajó la camisa mientras se balanceaba hacia atrás.

—¿Te sirve para reducir las opciones? —le preguntó a Juliet.

—Solo un poco —murmuró esta. Tomó otro sorbo de su bebida, y se concentró en las brillantes y doradas ondas del cabello de Tristán.

—¿Cuánto tiempo llevas de permiso? —Quiso saber ella.

—Dos días —rio él, divertido por el juego.

—Entonces, la rama del ejército en la que sirves no es demasiado escrupulosa en cuanto a la longitud de tu pelo —dedujo Juliet—, aunque tu silencioso compañero lo lleva bastante corto.

Jeremiah la miró al oírla pronunciar su nombre.

—Por lo cual —continuó Juliet—, yo diría… la Marina.

Tristán agitó la cabeza con incredulidad.

—Eres realmente buena —se maravilló.

—Excepto que no parecéis squids[1] —dijo Juliet.

Él hizo una mueca de dolor ante el término peyorativo.

—Bueno, eso es porque somos más ranas que calamares —explicó, bajando la voz—. Acciones subacuáticas, ese tipo de cosas —añadió, después de una pausa.

Las pupilas grises de Juliet se posaron alternativamente en Tristán y Jeremiah.

—Sois SEALs de la Marina —adivinó con confianza.

Tristán apretó los labios y miró a su alrededor.

—Eso no es algo que debamos anunciar —admitió—. Pero tienes razón. Tengo que decir que estoy muy impresionado.

El asombro lanzó a Emma sobre su taburete. Por el rabillo del ojo, vio a Jeremiah tomar un trago de lo que parecía ser whisky con hielo.

—No hay que ser de la NASA para acertar —dijo Juliet, pero el toque de color añadido en sus mejillas y su pequeña sonrisa, le dijo a Emma que estaba contenta de haberlo sorprendido.

Mientras Tristán les explicaba que los SEAL eran considerados objetivos de alto valor, y que la discreción era la mejor parte del mismo, Emma miró a Jeremiah y lo encontró observando su reacción. Sus ojos seguían siendo una mezcla de oro y verde, llenos de profundos pensamientos que de repente deseaba explorar.

—Por eso no podía encontrarte —dijo Emma en voz alta.

Jeremiah alzó las cejas.

—¿Me buscaste?

—Por supuesto que te busqué. —¿Cómo pudo creer, ni por un momento, que ella no había vuelto a pensar en él?—. Quería saber qué hiciste después de la universidad. Nunca volví a verte —explicó.

Jeremiah le clavó su mirada.

—Pensé que eso era lo que querías —dijo con una voz un poco más dura.

El dolor seguía tan presente como cuando su amistad terminó de forma tan abrupta, cortándola en rodajas. Ella agitó la cabeza.

—No. Eso fue lo que tenía que pasar —aclaró—. No lo que yo deseaba. —Emma sintió el impulso de poner una mano consoladora sobre su hombro.

Jeremiah pareció asombrado por su afirmación. Se envaró en su asiento y miró a otro lado. Mientras Emma escuchaba cómo Tristán le explicaba a Juliet que esta era la primera vez que visitaba un enclave turístico de América Central, en vez de pueblos miserables, infestados de drogas, Jeremiah se frotó la mano sobre su cara.

La culpa se abrió paso a través de Juliet.

—Espero que me hayas perdonado, Jeremiah. Nunca debí haberte engañado. Eras solo un muchacho. Debería haberlo pensado.

Jeremiah puso su gran mano sobre la de ella, silenciando sus disculpas. El aire volvió a llenar los pulmones de Juliet.

—Espera —dijo él, en un tono que traicionaba su impaciencia—. No me engañaste. Y no era tan joven. No me arrepiento de nada de lo que pasó —agregó decidido. Después, apartó su mano, apuró su whisky y se puso de pie—. Disculpad —les dijo a los tres y se marchó.

La mortificación le quemó las mejillas a Emma. Él había aceptado sus disculpas, pero era obvio que no la había perdonado. Limpió las gotas de condensación de su vaso y se encontró con la aguda mirada de Juliet. Sabía que más tarde tendría que darle explicaciones.

—No le hagas caso —dijo Tristán, moviéndose para interponerse entre ellos—. Hoy está de un humor extraño. Además, está desentrenado para tratar con las damas.

Emma frunció el ceño.

—¿Qué quieres decir? —Ella ladeó la cabeza, curiosa por saber de la vida amorosa de Jeremiah.

—Oh, demonios —dijo Tristán, al darse cuenta de que había hablado demasiado.

—Es solo que él… —Pareció buscar las palabras adecuadas, y luego se encogió de hombros—. Es complicado —dijo al fin, con una mano en su corazón—. Yo, soy un tipo mucho más fácil de entender.

—Estás admitiendo que eres superficial —señaló Juliet.

—¡Juliet! —Emma miró el vaso casi vacío en la mano de su hermana—. No seas grosera —dijo, dándole una palmadita en el codo.

—No te preocupes, cariño. Puedo aguantar por mi cuenta. —Tristán se volvió hacia Juliet—. ¿Superficial? —preguntó—. No. Pero sí más fácil de satisfacer.

Juliet lo miró con curiosidad.

—¿Por qué querría satisfacerte?

Él rio con ganas.

—Me recuerdas a algo. —La estudió un momento—. Ya sé. A un tipo de fruta llamada lichi. ¿Sabes cuál es?

Juliet levantó la barbilla.

—Creo que sí.

—Está cubierta de una hermosa cáscara rojiza, del color de tus labios. El lichi es bastante duro por fuera, pero si te tomas el tiempo de despojarlo de la corteza, el globo de carne interior es absolutamente suculento.

Juliet respiró hondo.

—No son muy comunes por aquí —dijo al fin, con la voz entrecortada—. Parece que has viajado un poco —observó.

Mientras Tristán enumeraba una lista de países que había visitado, los pensamientos de Emma volvieron a su breve diálogo con Jeremiah.

«No me arrepiento de nada de lo que pasó», le había dicho con determinación. ¿Significaba eso que él apreciaba los recuerdos de su tiempo juntos, igual que ella lo hacía?

¿Cómo se le podía ocurrir que ella lo había echado de su vida sin pensarlo dos veces? Nada podría haber estado más lejos de la verdad. Ella lo había buscado a través de Internet. La mayoría de los jóvenes adultos tenían una cuenta en las redes sociales, pero, a pesar de la persistencia con que lo había rastreado, no había ninguna señal de Jeremiah Winters en Internet. Y ahora, ella sabía por qué: había abandonado la universidad para convertirse en un SEAL de la Marina.

Ella había visto en la tele varios documentales sobre el agotador programa de entrenamiento que eliminaba a los candidatos potenciales hasta que solo quedaba un puñado. Considerando el joven delgado e intelectual que había sido, su dureza mental por sí sola debió de haberle impedido tocar la campana que habría significado su renuncia.

Una orgullosa sonrisa curvó los labios de Juliet, sorprendida por el logro de Jeremiah.

Cuando una gota de agua cayó sobre su hombro, levantó la vista y se encontró con Sammy, que venía de la piscina.

—Mamá, tengo sed.

La charla entre Juliet y Tristán había cambiado a una discusión sobre la seguridad nacional. Al menos, los dos parecían estar de acuerdo en la política agresiva del actual gobierno contra los cárteles de la droga y los terroristas.

Sin nada significativo que añadir, Emma se excusó para mostrarle a Sammy dónde encontrar limonada gratis. Tomó nota de lo absorta que estaba Juliet en la conversación y del interés de Tristán, y sintió que la afilada aguja de la envidia la pinchó de repente. Le habría gustado compartir una buena conversación con Jeremiah, como cuando estaban en el campus.

«Basta», se regañó en silencio. Cualquier diálogo profundo con Jeremiah seguramente habría despertado los sentimientos de afecto que ella todavía albergaba por él, y francamente, esos sentimientos la aterrorizaban.

El amor desembocó en angustia, y la angustia no era algo que ella quisiera experimentar de nuevo. Fue lo mejor que él se hubiese marchado.

 

 

Juliet se encontró a sí misma rectificando su percepción inicial del guapo SEAL de la Marina.

Tristán no era un simple chico guapo sin cerebro, por supuesto que no. Era un hecho conocido que los SEAL tienen un coeficiente intelectual superior a la media. Soportaban muchas más dificultades mentales y físicas que el ser humano promedio y se manejaban bien en ambientes hostiles. Tristán había viajado a lugares de los que ella nunca había oído hablar y que anhelaba visitar, y él había articulado su postura sobre la seguridad nacional con un razonamiento sólido y citando ejemplos históricos que reforzaban su argumento, hasta el punto de que ella no pudo sino admirar su criterio, a pesar de no estar muy de acuerdo con él.

—Oye, escucha —dijo Tristán, con un codo sobre la barra y la cabeza inclinada para hablar en un murmullo conspirativo mientras sus ojos seguían el camino de Emma hasta la cafetería—. Me vendría bien tu ayuda —declaró.

Juliet se puso en guardia al instante.

—¿Con qué?

Cuando él la miró directamente con sus ojos azul oscuro fijos en los suyos, algo la estremeció por dentro. No estaba acostumbrada a eso. En lo que respectaba a los hombres, ella era la que tomaba todas las decisiones. La mayoría de ellos eran colegas o criminales, hombres con los que nunca se involucraba.

—Sé que mi amigo, Bullfrog, está enamorado de tu hermana —le espetó Tristán.

Juliet se rio en voz alta ante la improbable posibilidad.

—¿Qué?

—En serio. Todas las piezas del rompecabezas encajaron de golpe cuando se encontraron en el pasillo esta mañana. Siempre ha hablado de esa mujer perfecta a la que amó y perdió. Se trataba de Emma.

Su afirmación la intrigó.

—Pero él era su alumno —protestó ella.

—Lo sé. Y algo pasó entre ellos. La oí disculparse con él hace un segundo, diciendo que esperaba que él la hubiera perdonado.

—Y luego se levantó y se fue —recordó Juliet, después de girar la cabeza para mirar a su hermana, que en ese momento le estaba entregando a Sammy un vaso grande de limonada.

—Creo que todo ocurrió cuando él iba a la universidad.

Ella lo miró fijamente.

—¿Hace cinco años? Mi hermana estaba casada por aquel entonces, y nunca habría engañado a su marido. Fue ese bastardo de mala muerte quien la traicionó —agregó con rabia.

—Lamento escuchar eso —dijo Tristán, sonando sincero. Pero entonces su sonrisa reapareció, un poco torcida, y a Juliet se le aceleró el pulso.

—Me encanta lo brutal que eres —admitió.

—Imagino que puedes mantener a un hombre a raya.

—No cambies de tema —ordenó ella—. Aceptaré tu tesis de que tenían algo, tal vez una amistad, hasta que se demuestre lo contrario. Pero ¿en qué necesitas ayuda?

La sonrisa de Tristán se desvaneció.

—Quiero juntarlos y ver qué pasa —dijo con expresión seria—. Bullfrog es el ser humano más puro que he conocido.

—Lo defines de un modo extraño —afirmó Juliet.

—Si llegas a conocerlo, verás a qué me refiero. Es espiritual. Es limpio. Suele ser muy reservado. Lee en lugar de salir. Medita para mantener la calma. Sé que vino a este crucero solo para hacerme feliz, no para su propio disfrute. Pero, si alguien merece la felicidad, es Bullfrog. Y creo que tu hermana es la clave para que la alcance.

Juliet se mordisqueó el labio inferior. Él le había dado mucho en qué pensar, sobre todo, la intrigante idea de que Emma se había involucrado emocionalmente con uno de sus propios alumnos mientras estaba casada. Y algo más de lo que Tristán había dicho llamó su atención.

—¿Por qué Jeremiah sentía la necesidad de hacerte feliz? —preguntó ella.

Tristán hizo una mueca de dolor y bajó la cabeza.

—No se te pasa nada, ¿verdad?

—Normalmente, no. —Dio un golpecito con el dedo en la barra mientras esperaba su respuesta.

—Está bien. —Tristán levantó la cabeza para ver su reacción—. Había planeado traer a mi novia a este crucero y proponerle matrimonio, pero rompió conmigo hace dos semanas, y Bullfrog se ofreció a venir en su lugar.

Algo dentro de Juliet se hundió, pero ella lo ignoró.

—¿No tenías ni idea de que te iba a abandonar?

Él se quedó sin aliento y apartó la mirada.

—Tal vez sí. Creí que el crucero despertaría algo nuevo entre nosotros. Las cosas se habían estancado —confesó.

—¿Cuánto tiempo estuvisteis juntos? —Ufff... esa pregunta entrometida y personal se le escapó antes de que pudiera acallar al investigador privado que llevaba dentro.

—Ese no es el tema de nuestra conversación —le dijo Tristán con voz firme, pero amistosa—. Hablemos de Bullfrog y Emma. ¿Me ayudarás a juntarlos?

Ella consideró su sugerencia y no vio ningún motivo para no hacerlo. Aunque solo fuera durante el tiempo que durase el crucero, tener a Jeremiah Bullfrog cerca para que su hermana jugase con él, parecía una buena idea.

—Claro. ¿Cómo?

—Es fácil. Solo tienes que informarme a qué excursiones vais a ir, cuándo planeáis comer o salir, y yo te haré saber lo mismo. De esa manera, coincidiremos en los mismos lugares y podremos reunirlos. Si el destino está a favor, la madre naturaleza hará el resto.

Ella consideró su plan.

—Emma es bastante cínica cuando se trata de romances, así que dudo que resulte tan fácil. Eddie se encargó de eso.

—¿Su ex? —preguntó él.

Ella asintió con una dura sonrisa y Tristán la miró a través de sus pestañas doradas.

—Déjame adivinar. Tú tampoco crees en el amor.

—Ese no es el tema de nuestra conversación —lo imitó.

Su descaro le hizo reír.

—Bien. Nos ceñiremos al tema. Entonces, ¿estás conmigo?

Juliet dirigió una mirada pensativa a su hermana. Desde que Eddie había destruido su matrimonio, Emma había vivido como una solterona, escondida en su apartamento con su hija y sus dos gatos. Dejó de ver películas de chicas, dejó de leer novelas románticas… A este ritmo, permanecería soltera el resto de su vida.

—Hagámoslo —decidió, y extendió una mano hacia Tristán para sellar su acuerdo.

Por segunda vez esa tarde, su mano envolvió la de ella. La fuerza y la seguridad en su cálido agarre transmitían una virilidad tan palpable que su ritmo cardiaco se aceleró. Entró en pánico y retiró la mano.

Él no hizo ningún comentario.

—Déjame invitarte a otro trago —le ofreció.

Pero Juliet le enseñó una ficha.

—No. La pediré yo misma.



[1] En castellano, «calamar». Término de la Marina de los EE. UU. para designar a los marinos regulares.



 ¿QUIERES LEER GRATIS ESTE LIBRO?

Participa en la promoción de Grupo Romance Editorial y consíguelo gratis a cambio de un comentario en Amazon

Manda un mensaje a:

grpropococión@gmail.com


No hay comentarios:

Publicar un comentario