Enamorarse De
Nuevo
de Sonia López Souto
Me despierto con un dolor de
cabeza insoportable y llevo mi mano hasta ella, para descubrir que está
cubierta por una venda. Intento recordar qué ha sucedido para encontrarme en
aquella situación, pero lo único que encuentro en mi mente es un vacío enorme.
Me incorporo en la cama y me
sobreviene un mareo que me obliga a recostarme de nuevo. Gimo de dolor. Es
entonces cuando alguien se mueve cerca de mí. Con la oscuridad que reina en el
cuarto, ni lo había notado. Me asusto mucho y cierro los ojos cuando la
claridad me da de lleno en ellos.
-Estás despierta –la mujer me
sonríe. Veo alivio en su rostro– Temimos lo peor al ver que no respondías.
La miro con prudencia. No sé
quien es pero me habla con tanta familiaridad, que parece como que ella me
conoce. Mi mente intenta recordar pero el vacío continúa ahí. No me atrevo a
hablar, por miedo a decir algo que no deba o que disguste a la mujer.
Observo la habitación. Tampoco
reconozco nada de ella. Cada vez me siento más angustiada. El miedo se está
apoderando de mí. Debería saber quién es esa mujer, quién soy yo, dónde estoy.
Pero mi mente está en blanco.
-¿Te encuentras bien, Meg?
La mujer continúa hablando sin
comprender que con cada palabra, yo me asusto más. Me ha llamado Meg pero me resulta
un nombre totalmente ajeno a mí. Mi corazón comienza a latir con más rapidez a
cada minuto que pasa.
-¿Quieres que llame a tu madre?
No tienes buena cara, querida.
Una madre. Yo tengo una madre y ni
siquiera la recuerdo. La angustia se apodera totalmente de mí. Necesito huir, cuanto
más lejos mejor. Asiento hacia la mujer, incapaz de hablarle por miedo a que no
me crea. A que descubra mis intenciones.
En cuanto sale, me levanto como
puedo y salgo del cuarto. Ni siquiera me importa estar en camisón. Necesito
escapar de este lugar que no conozco. Alejarme de la gente a la que no
recuerdo, pero que parecen saber más de mí que yo misma.
Todavía no sé cómo pero logro
salir del castillo, un inmenso castillo totalmente ajeno a mi persona, y
escabullirme por el gran portón de la muralla que lo rodea. El paisaje no me
resulta familiar, no hay nada con lo que pueda orientarme. Pero no me importa,
sólo quiero alejarme de este lugar.
Una vez creo que nadie me verá,
corro tanto como puedo para poner distancia entre ese lugar y yo. Las lágrimas
empañan mis ojos y tropiezo un par de veces hasta que me doy por vencida y me
apoyo contra un árbol para sollozar de miedo.
No reconozco donde estoy, no sé
quién soy. Me siento sola, perdida, vacía. Me deslizo hasta el suelo y me rodeo
con mis brazos como puedo, tratando de entrar en calor. A pesar de que luce el
sol, estoy temblando y siento frío en todo mi cuerpo.
De repente, frente a mí, veo un
par de fuertes piernas cubiertas por botas de piel. Mis ojos ascienden por
ellas hasta llegar al bajo de un kilt con los mismos colores que vi en la mujer
que habló conmigo al despertarme. Un escalofrío recorre mi cuerpo al pensar en
que me han descubierto. No quiero que me obliguen a regresar.
Continúo elevando mi mirada hasta
su firme pecho, donde unos poderosos brazos están cruzados de manera casual.
Temerosa de lo que vaya a encontrarme, miro por último y con temor, el rostro
del hombre. Me observa a su vez, pero no hay censura, ni reproche en su
expresión. Simplemente anhelo. ¿De qué? No lo sé.
Sólo sé que mi corazón ha
comenzado a latir con desesperación y no es miedo lo que siento ahora. Es
admiración por el rostro de hombre más hermoso que he visto en mi vida. Su bien
definida mandíbula está un poco tensa pero hay dulzura en sus ojos verdes.
Tiene el cabello rojo peinado en una cola pero algunos mechones se escapan
hacia su frente en rebeldía. Es varonil, fuerte y corpulento y aún así rezuma
serenidad por todos los poros de su piel. Mirándolo, me siento
inexplicablemente segura.
-¿Estás bien? –me pregunta con
tanta confianza que sé sin lugar a dudas que me conoce.
Y por más que yo me esfuerzo en
recordarlo, no logro hacerlo. La frustración arruga mi frente y nuevas lágrimas recorren mis coloradas
mejillas. Me siento desesperar por lo que me abrazo más fuerte a mí misma y
aparto la mirada de él. De repente, me siento de nuevo sola.
-No os conozco –susurro y mi ceño
se frunce– No sé quien sois. No sé quién soy yo.
Noto cómo me levanta y me rodea
con sus brazos. Mi cuerpo se amolda al suyo en una repuesta espontánea. Hay
cierta familiaridad en este gesto, como si mi lugar fuese aquel, contra su
pecho. Oigo el latir de su corazón y me siento reconfortada.
-El golpe fue terrible, Meg –me
susurra al oído, con desesperación en su voz– Temo que tus recuerdos se hayan
ido para siempre. Norma dijo que podía suceder.
No digo nada. Tampoco sabría qué
decirle. Simplemente disfruto del consuelo que su abrazo me brinda. Podría
pasarme el resto de mis días pegada a él y sería feliz. Rodeo su cintura con
mis brazos y noto que me aprieta más contra él. Cuando aspiro su aroma, me
estremezco. Yo lo he olido antes.
-¿Quién sois? –le pregunto con
voz ahogada.
-¿No me recuerdas? –me mira
apenado y siento la necesidad de borrar esa angustia con un beso.
Antes de que pueda procesarlo, mi
mano ya acaricia su mejilla y lo veo cerrar los ojos. Se siente bien, se siente
correcto. Se apodera de mi mano con la suya y se la lleva a los labios. Cuando
la besa, un cosquilleo recorre mi brazo entero.
-¿Quién sois? –pregunto de nuevo,
esta vez con ansias de saber la respuesta.
-¿No me recuerdas? –repite él,
acariciándome esta vez a mí.
Mis ojos se cierran ante el tacto
de su mano. Ruda pero suave al mismo tiempo y algo en mi interior se remueve.
Se sigue sintiendo bien. Cuando sus labios rozan los míos, me tenso por un
momento, pero no lo detengo. Porque a pesar de no recordarlo, sé que aquello
está bien.
La ternura con que besa mi boca
me está volviendo loca. Quiero más, necesito más. Porque algo en mí parece
estar despertando. Me apoyo contra su pecho y suspiro en completo abandono. Su
agarre se intensifica y el beso se vuelve más exigente. Y mi subconsciente me
hace saber que aquello ya ha sucedido más veces, que es algo que debe pasar.
Me aferro a él con desesperación
mientras el beso se prolonga. Las sensaciones que me provoca no me son ajenas,
por más que no logre recordarlas tal y como deberían. Entonces, cuando me
levanta del suelo para cargarme en sus brazos, un nombre surge entre la negrura
que es el vacío que hay en mi mente. Lo miro a los ojos y parpadeo varias
veces.
-¿Duncan? –susurro dudando.
-Sí, Meg –me sonríe– Soy Duncan.
-Mi Duncan –digo con algo más de
convicción.
-Tu Duncan –su sonrisa se amplía.
Tal vez no recuerde nada más de
mi vida, pero sí recuerdo que amo a este hombre. Mi hombre. Mi esposo. Una
sonrisa ilumina ahora mi rostro. Siento alivio al saber que ya no estoy sola.
-Te recuerdo –le digo– Pero sólo
a ti.
-Es suficiente, mi vida –me besa una
vez más, antes de subir al caballo conmigo– Podemos empezar de nuevo, si es
necesario. Siempre que estemos juntos.
-Llévame a nuestro hogar, Duncan
–apoyo mi cabeza en su hombro, reconfortada por su calor.
-Tú eres mi hogar, Meg.
Hermoso :')
ResponderEliminarGracias :)
EliminarUn placer :)
ResponderEliminarEl relato fue hermoso, pero algo triste... Es comprensible que Meg estuviese confundida y austada ya que no tenía recuerdos de ellos... pero me pareció hermoso el momento en donde ella comienza a recordar a su esposo Duncan... Me alegro que vuelvan a empezar de cero con su vida.
ResponderEliminarQue bonito
ResponderEliminarQue bonito
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