PÁGINAS

viernes, 25 de marzo de 2016

RELATO: Enamorarse de nuevo de Sonia López Souto

Enamorarse De Nuevo 
de Sonia López Souto

Me despierto con un dolor de cabeza insoportable y llevo mi mano hasta ella, para descubrir que está cubierta por una venda. Intento recordar qué ha sucedido para encontrarme en aquella situación, pero lo único que encuentro en mi mente es un vacío enorme.

Me incorporo en la cama y me sobreviene un mareo que me obliga a recostarme de nuevo. Gimo de dolor. Es entonces cuando alguien se mueve cerca de mí. Con la oscuridad que reina en el cuarto, ni lo había notado. Me asusto mucho y cierro los ojos cuando la claridad me da de lleno en ellos.

-Estás despierta –la mujer me sonríe. Veo alivio en su rostro– Temimos lo peor al ver que no respondías.

La miro con prudencia. No sé quien es pero me habla con tanta familiaridad, que parece como que ella me conoce. Mi mente intenta recordar pero el vacío continúa ahí. No me atrevo a hablar, por miedo a decir algo que no deba o que disguste a la mujer.

Observo la habitación. Tampoco reconozco nada de ella. Cada vez me siento más angustiada. El miedo se está apoderando de mí. Debería saber quién es esa mujer, quién soy yo, dónde estoy. Pero mi mente está en blanco.

-¿Te encuentras bien, Meg?

La mujer continúa hablando sin comprender que con cada palabra, yo me asusto más. Me ha llamado Meg pero me resulta un nombre totalmente ajeno a mí. Mi corazón comienza a latir con más rapidez a cada minuto que pasa.

-¿Quieres que llame a tu madre? No tienes buena cara, querida.

Una madre. Yo tengo una madre y ni siquiera la recuerdo. La angustia se apodera totalmente de mí. Necesito huir, cuanto más lejos mejor. Asiento hacia la mujer, incapaz de hablarle por miedo a que no me crea. A que descubra mis intenciones.

En cuanto sale, me levanto como puedo y salgo del cuarto. Ni siquiera me importa estar en camisón. Necesito escapar de este lugar que no conozco. Alejarme de la gente a la que no recuerdo, pero que parecen saber más de mí que yo misma.

Todavía no sé cómo pero logro salir del castillo, un inmenso castillo totalmente ajeno a mi persona, y escabullirme por el gran portón de la muralla que lo rodea. El paisaje no me resulta familiar, no hay nada con lo que pueda orientarme. Pero no me importa, sólo quiero alejarme de este lugar.

Una vez creo que nadie me verá, corro tanto como puedo para poner distancia entre ese lugar y yo. Las lágrimas empañan mis ojos y tropiezo un par de veces hasta que me doy por vencida y me apoyo contra un árbol para sollozar de miedo.

No reconozco donde estoy, no sé quién soy. Me siento sola, perdida, vacía. Me deslizo hasta el suelo y me rodeo con mis brazos como puedo, tratando de entrar en calor. A pesar de que luce el sol, estoy temblando y siento frío en todo mi cuerpo.

De repente, frente a mí, veo un par de fuertes piernas cubiertas por botas de piel. Mis ojos ascienden por ellas hasta llegar al bajo de un kilt con los mismos colores que vi en la mujer que habló conmigo al despertarme. Un escalofrío recorre mi cuerpo al pensar en que me han descubierto. No quiero que me obliguen a regresar.

Continúo elevando mi mirada hasta su firme pecho, donde unos poderosos brazos están cruzados de manera casual. Temerosa de lo que vaya a encontrarme, miro por último y con temor, el rostro del hombre. Me observa a su vez, pero no hay censura, ni reproche en su expresión. Simplemente anhelo. ¿De qué? No lo sé.

Sólo sé que mi corazón ha comenzado a latir con desesperación y no es miedo lo que siento ahora. Es admiración por el rostro de hombre más hermoso que he visto en mi vida. Su bien definida mandíbula está un poco tensa pero hay dulzura en sus ojos verdes. Tiene el cabello rojo peinado en una cola pero algunos mechones se escapan hacia su frente en rebeldía. Es varonil, fuerte y corpulento y aún así rezuma serenidad por todos los poros de su piel. Mirándolo, me siento inexplicablemente segura.

-¿Estás bien? –me pregunta con tanta confianza que sé sin lugar a dudas que me conoce.

Y por más que yo me esfuerzo en recordarlo, no logro hacerlo. La frustración arruga mi frente y  nuevas lágrimas recorren mis coloradas mejillas. Me siento desesperar por lo que me abrazo más fuerte a mí misma y aparto la mirada de él. De repente, me siento de nuevo sola.

-No os conozco –susurro y mi ceño se frunce– No sé quien sois. No sé quién soy yo.

Noto cómo me levanta y me rodea con sus brazos. Mi cuerpo se amolda al suyo en una repuesta espontánea. Hay cierta familiaridad en este gesto, como si mi lugar fuese aquel, contra su pecho. Oigo el latir de su corazón y me siento reconfortada.

-El golpe fue terrible, Meg –me susurra al oído, con desesperación en su voz– Temo que tus recuerdos se hayan ido para siempre. Norma dijo que podía suceder.

No digo nada. Tampoco sabría qué decirle. Simplemente disfruto del consuelo que su abrazo me brinda. Podría pasarme el resto de mis días pegada a él y sería feliz. Rodeo su cintura con mis brazos y noto que me aprieta más contra él. Cuando aspiro su aroma, me estremezco. Yo lo he olido antes.

-¿Quién sois? –le pregunto con voz ahogada.

-¿No me recuerdas? –me mira apenado y siento la necesidad de borrar esa angustia con un beso.

Antes de que pueda procesarlo, mi mano ya acaricia su mejilla y lo veo cerrar los ojos. Se siente bien, se siente correcto. Se apodera de mi mano con la suya y se la lleva a los labios. Cuando la besa, un cosquilleo recorre mi brazo entero.

-¿Quién sois? –pregunto de nuevo, esta vez con ansias de saber la respuesta.

-¿No me recuerdas? –repite él, acariciándome esta vez a mí.

Mis ojos se cierran ante el tacto de su mano. Ruda pero suave al mismo tiempo y algo en mi interior se remueve. Se sigue sintiendo bien. Cuando sus labios rozan los míos, me tenso por un momento, pero no lo detengo. Porque a pesar de no recordarlo, sé que aquello está bien.

La ternura con que besa mi boca me está volviendo loca. Quiero más, necesito más. Porque algo en mí parece estar despertando. Me apoyo contra su pecho y suspiro en completo abandono. Su agarre se intensifica y el beso se vuelve más exigente. Y mi subconsciente me hace saber que aquello ya ha sucedido más veces, que es algo que debe pasar.

Me aferro a él con desesperación mientras el beso se prolonga. Las sensaciones que me provoca no me son ajenas, por más que no logre recordarlas tal y como deberían. Entonces, cuando me levanta del suelo para cargarme en sus brazos, un nombre surge entre la negrura que es el vacío que hay en mi mente. Lo miro a los ojos y parpadeo varias veces.

-¿Duncan? –susurro dudando.

-Sí, Meg –me sonríe– Soy Duncan.

-Mi Duncan –digo con algo más de convicción.

-Tu Duncan –su sonrisa se amplía.

Tal vez no recuerde nada más de mi vida, pero sí recuerdo que amo a este hombre. Mi hombre. Mi esposo. Una sonrisa ilumina ahora mi rostro. Siento alivio al saber que ya no estoy sola.

-Te recuerdo –le digo– Pero sólo a ti.

-Es suficiente, mi vida –me besa una vez más, antes de subir al caballo conmigo– Podemos empezar de nuevo, si es necesario. Siempre que estemos juntos.

-Llévame a nuestro hogar, Duncan –apoyo mi cabeza en su hombro, reconfortada por su calor.

-Tú eres mi hogar, Meg.



6 comentarios:

  1. El relato fue hermoso, pero algo triste... Es comprensible que Meg estuviese confundida y austada ya que no tenía recuerdos de ellos... pero me pareció hermoso el momento en donde ella comienza a recordar a su esposo Duncan... Me alegro que vuelvan a empezar de cero con su vida.

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