CRISTINA PRADA
MANHATTAN CRAZY
“Cuando entro en su despa
cho, él ya está sentado a una exclusiva y sofisticada
mesa de diseño de acero blanco y cistal templado. Toda la habitación trasmite ese aire de pura sofisticación y acento cosmopolita. Hay un enorme sofá blanco y encima de él un fantástico cuadro lleno de color y fuerza. No sé de qué artista es pero parece de la escuela callejera del Nueva York de los ochenta. Junto a la mesa hay una estantería repleta de libros, revistas catalogadas y coches de colección. Hay al menos tres y no parecen de esos que vienen en fascículos de kiosco, más bien son de los que hizo un artesano en centro Europa y cincuenta años después se venden en una subasta en la televisión por cincuenta mil dólares.
mesa de diseño de acero blanco y cistal templado. Toda la habitación trasmite ese aire de pura sofisticación y acento cosmopolita. Hay un enorme sofá blanco y encima de él un fantástico cuadro lleno de color y fuerza. No sé de qué artista es pero parece de la escuela callejera del Nueva York de los ochenta. Junto a la mesa hay una estantería repleta de libros, revistas catalogadas y coches de colección. Hay al menos tres y no parecen de esos que vienen en fascículos de kiosco, más bien son de los que hizo un artesano en centro Europa y cincuenta años después se venden en una subasta en la televisión por cincuenta mil dólares.
– Si ya ha dejado de
admirar las vistas de mi ventana como si acabara de llegar del sur profundo y
fuese la primera vez que ve un rascacielos, me gustaría empezar con la
entrevista. No quiero perder más tiempo del necesario.
Su comentario me hace
clavar de nuevo la vista en él. Observa unos papeles sin darle la mayor
importancia a las palabras que acaba de decirme.
Es un auténtico capullo.
Es un auténtico capullo.
Lo miro y abro la boca
dispuesta a llamarlo de todo, pero entonces él alza la vista y me observa
fijamente. Tiene unos ojos impresionantes. Son de un verde diferente, casi
azul. Creo que son los ojos más bonitos que he visto nunca.
Hace un gesto exigente con las manos apremiándome a decir lo que quisiese que
fuese a decir, pero yo estoy conmocionada. No entiendo qué demonios me está
pasando. Solo quiero mandarlo al infierno y seguir con mi vida, pero mi cuerpo
se niega a cooperar.
– Desde luego no eres muy
espabilada, pecosa.
¿Qué?
– ¿Acaba de llamarme pecosa? – pregunto con un tono de voz tan atónito como visiblemente molesto.
– Tienes pecas así que te llamo pecosa – responde como si fuera obvio -. A cada uno se nos conoce
Rio escandalizada y furiosa, muy furiosa.
– Si te sientas y acabamos la entrevista, te dejo que te quedes en el sofá y me mires embobada desde allí mientras trabajo.
– Es…
Lola abre la puerta, camina decidida y le entrega un papel.
– El curriculum de la señorita Conrand. Lo había traspapelado.
El señor Brent coge el papel sin dar las gracias y comienza a revisarlo. Yo miro a Lola inquieta en demasiados sentidos. Estoy nerviosa y quiero marcharme de aquí. Además, apostaría los veintiséis dólares que tengo en la cartera, y en mi vida en general, a que ese curriculum acaba de escribirlo ahora mismo. Ella me mira y respira hondo invitándome a hacer lo mismo. Al ver que no se marcha, el señor Brent alza la vista del documento y clava su mirada en ella hasta que Lola se da por aludida, se disculpa y se va.
Cuando escucho la puerta cerrarse a mi espalda, estoy preparada para llamarle gilipollas y largarme.
¿Qué?
– ¿Acaba de llamarme pecosa? – pregunto con un tono de voz tan atónito como visiblemente molesto.
– Tienes pecas así que te llamo pecosa – responde como si fuera obvio -. A cada uno se nos conoce
Rio escandalizada y furiosa, muy furiosa.
– Si te sientas y acabamos la entrevista, te dejo que te quedes en el sofá y me mires embobada desde allí mientras trabajo.
– Es…
Lola abre la puerta, camina decidida y le entrega un papel.
– El curriculum de la señorita Conrand. Lo había traspapelado.
El señor Brent coge el papel sin dar las gracias y comienza a revisarlo. Yo miro a Lola inquieta en demasiados sentidos. Estoy nerviosa y quiero marcharme de aquí. Además, apostaría los veintiséis dólares que tengo en la cartera, y en mi vida en general, a que ese curriculum acaba de escribirlo ahora mismo. Ella me mira y respira hondo invitándome a hacer lo mismo. Al ver que no se marcha, el señor Brent alza la vista del documento y clava su mirada en ella hasta que Lola se da por aludida, se disculpa y se va.
Cuando escucho la puerta cerrarse a mi espalda, estoy preparada para llamarle gilipollas y largarme.
Llaman a la puerta y otra vez vuelven a interrumpirme. Ahora mismo solo quiero llamarlo de todo.
Bastardo engreído y presuntuoso.
– Bueno, señorita Katie
Conrand – comenta ojeando “mi” hoja de vida -. Nadie le ha dicho que los
curriculum sin foto no van a ninguna parte. Además, no es demasiado fea. Hay
quien la contraria solo por eso.
Eso ya ha sido la gota que ha colmado el vaso. Estoy demasiado cabreada. Apoyo las palmas de las manos en la mesa y me levanto como un resorte. Él alza la mirada.
– ¿Dónde cree que va? – pregunta arisco.
– ¿Sabe? Prefiero cortarme todos los dedos de las manos antes de trabajar para usted.
Me giro concienciándome de que no puedo asesinarlo en su despacho y camino hasta la puerta. Pero entonces le oigo sonreír a mi espalda y definitivamente no entiendo nada. Sin saber ni siquiera por qué y a pesar de no haberla visto, me doy cuenta de que es una sonrisa completamente diferente a las que le he visto hasta ahora. Suena sincera, como si realmente le divirtiese.
– Cobrarás unos setecientos a la semana.
Esas seis palabras me dejan clavada en el elegante parqué. Es casi el doble de lo que cobro ahora y solucionaría todos mis problemas de un plumazo. Ah, pero no quiero trabajar para él. Es odioso y está como un tren, una combinación horrible.”
Eso ya ha sido la gota que ha colmado el vaso. Estoy demasiado cabreada. Apoyo las palmas de las manos en la mesa y me levanto como un resorte. Él alza la mirada.
– ¿Dónde cree que va? – pregunta arisco.
– ¿Sabe? Prefiero cortarme todos los dedos de las manos antes de trabajar para usted.
Me giro concienciándome de que no puedo asesinarlo en su despacho y camino hasta la puerta. Pero entonces le oigo sonreír a mi espalda y definitivamente no entiendo nada. Sin saber ni siquiera por qué y a pesar de no haberla visto, me doy cuenta de que es una sonrisa completamente diferente a las que le he visto hasta ahora. Suena sincera, como si realmente le divirtiese.
– Cobrarás unos setecientos a la semana.
Esas seis palabras me dejan clavada en el elegante parqué. Es casi el doble de lo que cobro ahora y solucionaría todos mis problemas de un plumazo. Ah, pero no quiero trabajar para él. Es odioso y está como un tren, una combinación horrible.”
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