PÁGINAS

viernes, 3 de julio de 2020

FRAGMENTO: Siempre mío de Victoria Snow





Capítulo 1



Lincoln
—Lincoln, hombre, justo la persona que quería ver —exclamó Drew.
—Eso espero, ya que este es mi despacho —bromeé.
—Solo quería recordarte la entrevista del lunes.
—¿Qué? —pregunté.
—La entrevista para escoger el nuevo director general. El negocio hotelero… ¿te suena? —me preguntó.
—Ah, sí, claro. Por supuesto —dije.
—¿Vas a venir?
—¿Por qué no has empezado por ahí? No, estoy demasiado ocupado con unos futuros clientes. Aunque recuérdame que contrate una nueva secretaria. Algunos papeles presentan errores y creo que ha sido culpa de ella.
—De acuerdo. Pero, deberías venir y opinar sobre a quién le entregas la gestión de la empresa hotelera.
—Confío en ti, por eso te encargarás tú de la entrevista. Siempre me has apoyado y no creo que me vayas a fallar ahora —dije yo.
—Está bien. Vale, te haré saber cómo va todo.
—Perfecto. Esperaré tu llamada —contesté.
—No, no lo harás. Te olvidarás todo el fin de semana hasta que te llame el lunes por la tarde. Pero, no importa. Sé que me quieres de todas formas.
—Arg, eso ha sonado como la típica frase de una esposa —bromeé de nuevo.
—Me sorprende que sepas cómo hablan, playboy —exclamó Drew.
—Qué gracioso.
—Lincoln, ¿por qué no sales de este despacho y haces algo más que trabajar? Búscate una tía para pasar el rato o charla con alguien. Tómate una copa en el bar de ese complejo cultural en el que vives.
—No es un centro cultural. Solo es un sitio que atiende, de forma maravillosa, las ocupadas vidas de los multimillonarios —contesté ufano.
—De cualquier manera, sal un poco de esta oficina.
Drew me apagó la luz, sabiendo muy bien que tendría que levantarme y cruzar la habitación para volver a encenderla. Archivé mis papeles para otro día, guardándolos en el cajón antes de coger mis cosas. No era adicto al trabajo, aunque prefería la compañía física de las mujeres a sus conversaciones banales. Hablaban mucho y querían demasiado de ti, especialmente dinero, cuando descubrían que lo tenías.
Sin embargo, se abrían de piernas a cambio de una comida decente y un buen polvo, así que podías salirte con la tuya sin tener que llamarlas después y sin que te costase una fortuna.
Volví a casa y vi a George ante la puerta del edificio. El viejo señor Worthington era el portero que saludaba a todos los vecinos por nuestro nombre cada vez que entrábamos y salíamos. Llevaba trabajando allí desde antes de que yo naciera, y se le identificaba con facilidad por el pelo negro azabache que se veía por la parte inferior del sombrero rojo del uniforme.
Y por su risa. Si le oías reír, sabías que era él al instante.
—Buenas tardes, señor Collins. No esperaba verlo tan temprano —me saludó.
—¿Es temprano? Hubiera jurado que era la hora a la que la mayoría de la gente sale del trabajo —dije.
—La mayoría sí, pero no usted, señor —afirmó—. Si sigue trabajando tanto, terminará en el hospital; y lo que es peor, sin nadie a quien llamar.
—Lo tendré en cuenta, George. Gracias.
—Aunque si busca entretenerse un poco, una hermosa joven ha entrado hace un rato. Está sentada en la barra, tiene el cabello de un rojo intenso y los ojos tan azules como el mar.
—Veo que le gusta, ¿eh? —le dije, guiñando el ojo.
—Imaginé que a usted también podría hacerlo. Nunca la he visto por aquí, así que quién sabe qué tipo de diversión estará buscando.
—Entiendo, George. Gracias otra vez.
Entré en el interior del edificio y giré a la derecha. Allí teníamos un bar y un restaurante. El Avalon estaba abierto a muy poca gente ajena al complejo y, como George era muy bueno para librarnos de las mujeres que aparecían por allí para intentar pescar a un millonario, cuando nos recomendaba a alguien, siempre acudíamos a echar un vistazo.
Al menos, yo lo hice.
Aquella mujer se hallaba sentada de espaldas a la entrada. Su pelo, en efecto, era de un intenso tono rojizo y descendía por su espalda. Pese a su curvilíneo cuerpo, no era mi tipo, aunque tampoco era demasiado estricto con esas cosas, así que decidí acercarme y tomar el asiento junto a ella.
—¿Disfrutando de una maravillosa noche? —le pregunté.
Volvió hacia mí sus ojos azules y sonrió. Luego, giró su cuerpo y cuando su pecho se hizo visible, me sentí salivar. Vaya. Era absolutamente deliciosa, y el manjar que ofrecía esta mujer era uno que estaba más que dispuesto a probar.
—No necesariamente, hasta ahora —murmuró.
—Es una lástima, sobre todo para una mujer tan hermosa como tú.
—Bueno, como decía mi madre, la vida no siempre es justa, hasta que decides hacer algo al respecto.
Su voz tenía un ligero acento sureño que despertó aún más mi interés. Con aquella dulzura y sus hermosos ojos azules, enseguida supe que me daría un festín con ella antes de que terminara la noche.
—Estoy completamente de acuerdo con tu madre. ¿Te gustaría tomar una copa conmigo arriba? —pregunté.
—Hmm, depende. ¿Te comportarás como un caballero? —inquirió coqueta.
—Desde luego que no —dije sonriendo.
Enlazó su mano en la mía y la llevé hasta el ascensor. Subimos a mi piso, el 59, donde mi apartamento tenía una de las vistas más hermosas de la ciudad. Cuando el sol se ponía, mi sala quedaba inundada por un colorido atardecer.
El bonito vestido verde que llevaba puesto quedaría genial sobre el suelo de madera de caoba de mi casa.
El ascensor privado se abrió directamente en mi sala de estar, y le puse la mano en la espalda para animarla a entrar. La pelirroja no perdió tiempo en darse la vuelta y agarrarse al cuello de mi abrigo porque, de repente, me besó.
Cuando terminamos de quitarnos la ropa, nos quedamos de pie. Sus deliciosos pechos presionaban contra los cristales de las ventanas de la sala mientras ella contemplaba la ciudad, y mi polla, enfundada con un condón, rozó su entrada antes de que me empujara en su interior.
Me acerqué y agarré sus maravillosos pechos mientras la empujaba por detrás. Su exquisito trasero rebotó contra mi pelvis mientras nuestros sonidos rebotaron en las paredes de mi suite.
Le saqué la polla y la di la vuelta antes de cogerla en brazos. Sus ojos se abrieron de par en par, obviamente no estaba acostumbrada a que un hombre pudiera izarla, y la inmovilicé contra el cristal. Sus pezones se fruncieron por el frío de la superficie justo cuando deslicé mi polla de nuevo en ella, y acerqué mi pecho a sus hermosas tetas antes de capturar sus labios en un beso.
—Oh, sí, nena. Mierda. Oh, Dios. Sí, nena. Sí. Sí. Así.
Capturé sus labios con los míos mientras me enterraba en ella, tragándome sus gemidos mientras mi polla se movía contra sus paredes. Me derramé en el condón mientras sus piernas se enganchaban a mi alrededor, aferrándome a ella.
De pronto, se corrió y me pareció muy hermosa. Apoyó la cabeza en la ventana y la inmovilicé contra el cristal, jadeando en su cuello mientras sus brazos me rodeaban.
Luego, la aparté de la ventana y la llevé al sofá.
Me senté con ella en mi regazo mientras notaba cómo se me cerraban los ojos. Mi cuerpo se disponía lentamente a dormir aferrado a este bonito cojín con forma de mujer. Sabía que ella se levantaría y se iría. Las jóvenes como ella siempre lo hacían. Chicas guapas que solo buscaban un polvo para, luego, decirle a sus amigas que el fin de semana se habían acostado con un tío rico.
Lo que no esperaba, y aún así, debería haberlo hecho, es que cogiera un par de candelabros de oro blanco de un estante cercano a la puerta.
La observé por el reflejo de la ventana mientras se ponía el vestido y vi cómo me miró para comprobar si estaba dormido. Yo seguía encorvado en el sofá con el condón deslizándose por mi polla, y ella supuso que sí lo estaba.
Su comportamiento no fue muy educado.
Drew tenía buenas intenciones cuando me decía que quería que encontrara a la mujer que me hiciera perder la cabeza, como su esposa hizo con él.
Lo que mi amigo no entendía era que su mujer era una rareza. Una joya.
Y esta pelirroja sin nombre no era la elegida para mí.




Capítulo 2



Amelia
Me puse la falda de tubo y luego saqué la chaqueta del armario. Por fin, había llegado el día que tanto esperaba desde hacía años. Me iban a entrevistar para el cargo de directora general de una importante cadena hotelera, y sabía que era perfecta para el puesto. Si conseguía el empleo, todo habría valido la pena.
Me calcé mis zapatos negros de la suerte, me peiné ante el espejo una última vez y me di un beso.
Este era el trabajo con el que soñaba y no pensaba arruinarlo por nada del mundo.
Me subí a un taxi y le di la dirección al conductor, pero mucho antes de que llegáramos ya distinguí el edificio a lo lejos. Cuando me dejó en la entrada, de repente me alegré de haber llegado con quince minutos de antelación porque aquel sitio era gigantesco. Debía tener al menos cuarenta plantas, y sus inmensos ventanales de color negro deslumbraban por sus cuatro lados. El edificio ocupaba fácilmente la mitad de la manzana en la que se encontraba, y no se parecía a nada que hubiera visto en mi vida.
Conocía hospitales que cabrían enteros dentro de semejante edificio.
Sentí ese revelador temblor en mi mano y la agarré fuerte antes de empezar a subir los escalones de acceso. No era el momento de ponerse nerviosa, ya había pasado lo más difícil. Había impresionado a alguien tanto como para que me concedieran esa entrevista. Ahora, solo era cuestión de mostrarles, exactamente, de lo que era capaz.
Subí al piso 29, como me habían indicado, y me acerqué a la mesa de una secretaria. Ella me dirigió una sonrisa perfecta y me preguntó para qué estaba allí pero, en el mismo instante en que mencioné mi nombre, se emocionó.
—Oh, Dios mío. Adelante, tome asiento. Avisaré de que está aquí —me dijo.
Me senté en un banco del vestíbulo y no pude evitar mover la pierna. Incluso las oficinas eran amplias en aquel lugar, con techos de bóveda alta, enormes puertas dobles en todos los despachos y muebles tremendos que amenazaban con tragarte entera.
O peor aún, que te quedaras dormida.
Antes de que mi nerviosismo fuera a más, apareció un hombre en la puerta. Era alto y permanecía de pie, apoyándose con el hombro en el marco, aunque su rostro reflejaba cordialidad.
—¿Señorita Wilson? —preguntó.
—Sí, señor —dije.
—Soy Drew Lyons y voy a llevar a cabo su entrevista.
—Encantado de conocerle, señor Lyons. Fue usted con quien hablé por teléfono, ¿no?
—Sí, en efecto. ¿Cómo está? —preguntó.
—Bien, gracias —le aseguré.
—¿Nerviosa?
—Oh, bueno… un poco. La clave es controlar los nervios y hacer lo que uno sabe, a pesar de ellos —dije.
—Estoy de acuerdo con usted, señorita Wilson —dijo, sonriendo.
Atravesamos otras puertas dobles hasta acceder a un despacho de lo más señorial, donde me invitó a sentarme en un sofá. Me situé en un rincón antes de cruzar las piernas, y él se sentó a mi lado luciendo todavía esa sonrisa tonta en la cara.
—¿Qué le hace pensar que puede hacer este trabajo?
—Dejando a un lado mis estudios y mi experiencia laboral, el hecho es que esto es lo que me gusta —dije.
—¿Construir hoteles es lo que le gusta?
—No, disfruto vendiendo una vida mejor. Construirlos es tarea de los contratistas. Yo convenzo a la gente de que el hotel es lo que necesitan para que su vida resulte más fácil y su experiencia en la ciudad más valiosa.
—Así que, ha trabajado en hoteles antes —comentó.
—¿Todo esto es para hacerse una idea de cómo ha sido mi vida, señor Lyons?
—Me limito solo a hacerle las preguntas, señorita Wilson —dijo, sonriendo.
—Si usted las hace, yo estaré encantada de responderlas.
—¿Ha trabajado antes en hoteles? —quiso saber.
—¿Ha leído usted mi currículum?
—Eres todo un tiburón, ¿eh? —bromeó, tuteándome.
—Simplemente no disfruto perdiendo el tiempo. Esa es la razón por la que solicité el puesto. Mientras estudiaba, trabajé en un hotel cerca del campus. Estaba al tanto de muchas cosas sobre mis compañeros de universidad que prefería no permitirme, pero también descubrí muchas que necesitaban cambiarse. Cosas que se hicieron que no tenían sentido, y otras que podrían mejorarse.
—¿Cómo qué? —preguntó.
—Contráteme y lo sabrá —dije, sonriendo.
—Si pudiera cambiar algo de los hoteles de todo el mundo, ¿qué sería? —se interesó.
—La forma en la que se alecciona a los gerentes. Les enseñan a seguir las reglas, no a servir al cliente. Y hay diferencia —dije.
—Si pudiera añadir algo nuevo a cada uno de esos hoteles, ¿qué sería? —preguntó.
—Unas putas toallas, señor Lyons —exclamé.
Se rio con mi afirmación y me sentí aliviada. Dirigió su mirada hacia los enormes ventanales, después al techo de su despacho y casi pude oír girar los engranajes de su mente. No iba a enfrentarme a esta entrevista fingiendo ser alguien que no soy, pero cuanto más tiempo permanecía allí sentada, debatiendo con él, más me preguntaba si no me habría pasado.
—Me gusta usted, señorita Wilson —dijo—. Me gusta mucho. Sin embargo, debo informarla de que aunque Lincoln Collins es el dueño de la cadena, no le verá mucho. Trabajará directamente conmigo en todos los proyectos, y todo lo que necesite saber le será transmitido a través de mí.
—¿Hay alguna razón por la que necesito saber eso?
—Depende. ¿Quiere el trabajo? —me preguntó.
—No estaría aquí si no lo quisiera.
—Bien. Porque se lo estoy dando —me respondió.
Me quedé pasmada y traté de digerir lo que acababa de decirme. La entrevista no había durado más de quince minutos, solo la había llevado a cabo un hombre y, de repente, así, sin más, ¿era la directora general de una cadena de hoteles de lujo?
—Estamos inmersos en un proceso de expansión, señorita Wilson, y necesitamos ayuda. Yo me encargo de la gestión del negocio hotelero y del conglomerado bancario de inversión del señor Collins, por lo que no puedo estar siempre aquí para supervisarlo todo. Ahí es donde usted entra en juego.
—Necesitaré todas sus notas, números y cualquier otra información pertinente al proceso de expansión que hayan concretado hasta ahora —le comenté.
—Oh, eso no es problema. Todo está en esta oficina.
—¿Solo tengo que venir a su despacho cuando lo necesite? —inquirí.
—¿Quién dijo que esta era mi oficina? —me preguntó, sonriente—. ¿Acepta el puesto?
—¿Cuándo empiezo, señor Lyons?
—¿Qué tal el viernes?
—Estupendo, así dispondré de tiempo para disfrutar con la idea de que tengo un nuevo empleo.
—Espero con interés trabajar estrechamente con usted, señorita. Wilson.
—Igualmente, señor Lyons.
Le estreché la mano antes de que me acompañara al ascensor, y mantuve la compostura hasta que el ascensor rugió a la vida. Entonces, alcé los puños mientras chillaba y aplaudía de emoción. Había conseguido el empleo de mis sueños y, de paso, saldaría parte de las deudas que había contraído durante mi época estudiantil.
Y a lo largo de mi vida.
El ascensor me dejó en la planta principal y salí con la cabeza alta al vestíbulo. Ninguna de las personas que había allí sabía quién era yo, pero tenía el presentimiento de que el viernes todos lo sabrían. Iba a dirigir una de las expansiones hoteleras más mediáticas que hubieran visto. Este trabajo me prepararía para lo que quisiera hacer en el futuro.
Paré un taxi y me subí a él antes de volver a saltar de emoción. Había quedado para almorzar en mi local favorito, así que le di al taxista la dirección antes de que nos alejáramos de aquel oscuro edificio.
Este podría parecer una torre negra y oscura en pleno centro de la ciudad, pero para mí se había convertido en un cegador faro de esperanza.
La lucha que había llevado a cabo hasta ese momento había valido la pena, y no iba a desperdiciarla.



Capítulo 3



Lincoln
—¿Cómo van las ganancias trimestrales, Lincoln?
—Hemos subido un 1,2% respecto a la misma fecha del año pasado, y un 4,2% respecto al último trimestre —dije.
—Es un avance bastante interesante. Has mantenido un aumento constante del 0,8% a lo largo de los años, variando de un trimestre a otro. ¿Está preparando alguna OPA hostil?
Algunos de los inversores se rieron, pero yo me senté a ver cómo se ponían nerviosos. Había una razón para que invirtieran en mi banco, y era porque les hacía ganar dinero. Me reunía con ellos cada trimestre y les enviaba un boletín informativo dos veces al año, uno para terminar el año y otro para comenzarlo. Sin embargo, no venían solo por el dinero.
Venían por mí.
Mis prácticas eran criticadas por muchos, y aunque podían elogiarme en Wall Street, el público no quería tener nada que ver conmigo. Parte de la banca de inversión versa sobre el asesoramiento financiero. Un tanto por ciento de interés por aquí, una cuota mensual por allá… No parece mucho, pero si provees al cliente de un servicio de primera y un importante beneficio, puedes ganar cientos de miles de dólares por cliente y década.
Sin embargo, la banca financiera también requiere ser un tiburón sin escrúpulos. El sector inmobiliario siempre estaba ahí, y mi compañía había tomado la decisión de comprar préstamos de bajo interés, cuyos dueños no cumplían con los pagos. Los bancos no podían permitirse el lujo de mantenerlos, pero yo sí. Podía asumir la pérdida, aumentar el porcentaje de interés para fomentar sus pagos mensuales, y si estos no pagaban, simplemente ejecutaba la hipoteca. Luego me dedicaba a vender sus activos, vendía sus propiedades y reinvertía ese dinero en la cartera de mi empresa para seguir creciendo.
Así fue como pude invertir en el negocio de los hoteles de lujo, y es exactamente por eso que este grupo de inversores estaban sentados frente a mí.
Porque yo estaba dispuesto a soportar la presión que ellos no deseaban aguantar.
—No, señor Groves, no estoy planeando una OPA hostil. Simplemente estoy experimentando un rendimiento mediocre con respecto a mi nueva cadena hotelera. Está todo en la carpeta que no ha abierto —le dije.
—Mediocre, ¿eh? ¿Esperas que mejore? —preguntó.
—Dije mediocre. Lo que quiero decir es que no es suficiente. Estamos inmersos en plena expansión. Una vez que esta se complete, calculo un beneficio del 7,2% para ustedes, un 10% para mi compañía y un aumento constante del 2,2% en los próximos veinte trimestres —expliqué.
Los vi estudiando las cifras y estaban impresionados. La banca de inversión no era solo jugar con los números. Era saber dónde poner el dinero y cómo asignar los activos.
No tenía cuatro mil millones de dólares metidos en el banco. Los tenía esparcidos por toda mi cartera.
En el banco solo tenía quinientos millones.
—¿Tienes algún consejo que darnos, Lincoln? —preguntó el señor Groves.
—De hecho, sí —dije—. Si quieren que sus clientes sigan llevándoles su dinero, tienen que proporcionarles dos cosas: grandes beneficios si se quedan, y fuertes penalizaciones si sacan su dinero y se van a otra parte.
Les sonreí irónico y me devolvieron el favor antes de que la reunión llegara a su fin. Había recogido mi maletín y me dirigía a mi oficina cuando me sonó el móvil. Saqué el teléfono de la chaqueta y contesté justo al entrar en el despacho.
—La he contratado —exclamó Drew.
—¿A quién? —pregunté.
—A la stripper para la fiesta —bromeó.
—A qué hora es, me aseguraré de ir —dije sonriendo, sabiendo muy bien que no era de ayuda.
—He contratado a la nueva directora general para el proyecto de expansión del hotel, idiota.
—Ah, ¿ya? —pregunté.
—Sabía que te olvidarías. Es igual. Se llama Amelia Wilson, es algo atrevida, aunque también inteligente como un látigo. Nos vendrá muy bien.
—Son buenas noticias. Me alegro de que hayas encontrado a alguien —dije, mientras me encogía de hombros.
—No te importaría ni aunque fuera una rata voladora, ¿verdad? —quiso saber.
—Eso no es cierto. Una rata voladora, desde luego, me llamaría la atención —dije, sonriendo.
—Te caerá bien. Tenéis el mismo sentido del humor —me aseguró.
—¡No voy a liarme con mi nueva ejecutiva, Drew!
—Nadie ha sugerido que te acuestes con una empleada, tío —exclamó—. Solo trato de explicarte algunas de vuestras similitudes para que podamos trabajar todos juntos.
—Estoy seguro de que has hecho lo mejor para la empresa. Siempre lo haces. No obstante, estoy a punto de marcharme de la oficina por hoy, así que mándame un correo electrónico y cuéntame todo lo que quieras.
—La reunión de inversores ha ido bien, ¿eh? —curioseó.
—Groves estuvo presente.
—Ah, ese es un hueso duro de roer.
—Hablaremos más tarde —dije.
Me dirigí de nuevo al Avalon con mi abrigo sobre los hombros y el maletín en la mano. Los archivos importantes, como los informes trimestrales y anuales que contenían información sensible, los guardaba en mi oficina. Tenía un armario que no estaba a la vista, y un gabinete a prueba de incendios, cerrado con llave, en el que metía todas esas cosas. Odiaba salir a la calle con documentos como esos en el maletín y sentir cómo me quemaban la mano con cada paso que daba.
Pero, mientras atravesaba la puerta principal y saludaba a George con un asentimiento, vi una figura rodeada de gente, entrando en el ascensor.
Fruncí el ceño mientras intentaba averiguar quién era, aunque no tuve oportunidad de verle la cara. Solo distinguí que llevaba pantalones azules, por lo que supuse que se trataría de un hombre. No conseguí nada más.
—Oye, ¿George? —pregunté.
—¿Sí, señor Collins?
—¿Quién era ese?
—Creo que el multimillonario que vive en el ático —dijo.
—¿Quieres decir que no sabes quién acaba de entrar? —pregunté asombrado.
Era de lo más extraño. George conocía a todos los vecinos por su nombre, aunque nos llamaba por nuestro apellido por cuestiones de formalidad. De hecho, se enorgullecía de ello como portero del Avalon.
—No, no es eso, señor. No creo que nadie sepa quién es —dijo George.
—Entonces ¿es un hombre?
—¿Sinceramente? He oído decir que se trata de una mujer.
—Pero la persona que acaba de entrar en el ascensor vestía pantalones azul marino —dije.
—Siempre va rodeada de un montón de gente. Les veo salir y traerle la cena antes de que los eche. Harán su paseo de la vergüenza por la mañana antes de que yo llegue.
—Escuché cierto rumor… aunque no creí que nadie viviera en el ático —dije.
—¿Qué ha oído, señor Collins?
—Que arriba se celebraban fiestas todos los años. Reuniones en las que circulaba libremente el alcohol y que había reservados para la práctica de todo tipo de actividades sexuales. La verdad es que imaginé que el ático se alquilaba como salón de fiestas. ¿Realmente crees que es posible que alguien viva en él?
—Lo único que sé con certeza, señor, es que, según la lista de inquilinos, todas las plantas del edificio están ocupadas, incluida la del ático.
—¿Por qué tanto secretismo? ¿Por qué un multimillonario viviría con tanta privacidad? —pregunté.
—Tal vez el dueño tiene algo que esconder —comentó George.
—O algo que perder.
—Todo lo que sé es que nadie puede subir sin un permiso estricto del inquilino, y una llave que se inserta en una ranura especial del ascensor.
—Hmm, suena de lo más elegante —añadí.
—Lo dice el multimillonario que tiene su propia piscina en su piso —exclamó, sonriendo.
—Y hablando de eso, me voy a ir a nadar un rato —le comenté.
—Que pase una buena tarde, señor Collins.
Pero cuando entré en el ascensor para subir a mi apartamento, no pude evitar tocar la ranura dorada que hay en la parte inferior de todos los botones de cada planta.
¿Por qué alguien con tanto dinero necesitaría tanta privacidad en su vida?



Capítulo 4



Amelia
Entré en el edificio para comenzar mi primer día de trabajo y fui inmediatamente recibida por el encargado de recepción. Sonreí y asentí con la cabeza, complacida de ver que tenía razón al adivinar el tipo de ambiente en el que estaba entrando, y me dirigí al piso 29. Las puertas del ascensor se abrieron y, de pronto, me encontré nada menos que con el propio señor Lyons; ambos nos saludamos antes de empezar a caminar por el pasillo.
—¿Cómo va el primer día? —me preguntó.
—Aún no he llegado a mi oficina, señor Lyons.
—Bueno, me temo que no tendrá tiempo para eso. El señor Collins ha convocado a primera hora una reunión de la junta directiva para presentarla a todos. Es un individuo directo que disfruta quitándose de encima las formalidades para que no interfieran constantemente con el trabajo.
—Buena idea —exclamé—. Y supongo que estoy a punto de entrar en una sala llena de hombres...
—No, señorita Wilson. En una sala llena de tiburones.
—Menos mal que no estoy sangrando por ningún sitio —dije, sonriendo.
Giramos en la esquina y nos encontramos cara a cara con una enorme sala de conferencias. Las ventanas dejaban entrar la luz de la mañana y pude ver a los asistentes sentados en sus sillas de cuero. Todos llevaban el mismo tipo de trajes, en tonos negro y azul marino, colores apagados para intentar afirmar su dominio.
Ya había estado antes en juntas como aquella. Mi experiencia me permitía saber cómo funcionaba la mentalidad de los ejecutivos financieros, por lo que sabía a lo que me enfrentaba y me sentía preparada para ello.
—Respire hondo antes de pasar, señorita Wilson.
—No se preocupe. He traído el tanque de oxígeno —bromeé.
El señor Lyons me abrió la puerta y los miembros de la junta me examinaron de arriba abajo, mientras mis tacones resonaban en el suelo. Nos dirigimos a la parte delantera de la estancia mientras una silla vacía presidía la mesa, y miré con curiosidad al señor Lyons antes de que se aclarara la garganta.
—Caballeros, les presento a Amelia Wilson, la nueva directora general de la cadena hotelera.
—Buenos días, caballeros —dije.
Sus rostros pasaron del agotamiento rancio al de depredadores salivando ante una presa. Las dagas que disparaban por los ojos me dejaban claro que muchos de ellos se habían presentado para el puesto, y estaban enfadados porque se lo habían dado a alguien ajeno a la empresa.
Y, encima, con tetas. Probablemente también les enfurecía que fuera mujer.
—Amelia, por su preparación y experiencia laboral, lleva años estudiando el sector y sabe cómo manejarse en hostelería. Es consciente de que la experiencia del cliente es tan importante como vender esa experiencia en sí, y tiene algunas ideas maravillosas sobre cómo expandir el negocio y hacer de esta cadena de hoteles la mejor experiencia de lujo que un cliente pueda encontrar —afirmó.
—Por favor, basta, me está haciendo sonrojar —comenté.
—No hace falta mucho para halagarte, ¿verdad? —dijo un hombre.
—Ese parece ser el lema de su actual cadena de hoteles, ¿no es así? —pregunté.
La habitación enmudeció y el señor Lyons retrocedió, permitiéndome tomar la palabra mientras los asistentes me lanzaban sus gélidas miradas.
—En este momento, la cadena de hoteles que ustedes dirigen no es muy diferente de las otras que ya existen. Venden una experiencia lujosa, sí, pero proporcionan escasos suministros y prácticamente ningún capricho, y luego se quejan cuando sus números no son los deseados. Pues bien, yo estoy aquí para cambiar eso.
—Necesitarás algo más que cambiar la decoración para expandir la cadena —comentó otro.
—Exacto, porque en realidad no creo que haya nada malo en ella. Sin embargo, hay un problema con ofrecer servicio de habitaciones y no tener un chef con personal suficiente, presumir de lujo y no proporcionar el presupuesto para poner ni siquiera un jacuzzi, y dar a los clientes toallas que rascan la piel por ahorrarse unos dólares —dije.
Y, de nuevo, la sala quedó en silencio.
—Cuando la gente viaja, no quiere sentirse como en casa. Desea estar en un lugar que sea mejor que su propio hogar. Cuando un cliente se hospeda en uno de nuestros establecimientos, nuestro objetivo debe ser hacer que se quede, no que eche de menos su casa. Si extrañan su hogar, lo estamos haciendo mal.
Podía ver al señor Lyons sonriendo por el rabillo del ojo y, una a una, las miradas de los ejecutivos pasaron de ser heladas a curiosas.
—No sería inteligente aumentar el número de hoteles que la cadena quiere. He estudiado las cifras, analizado algunos de esos establecimientos y reducido el número a los tres más lucrativos entre todos los que ustedes ya habían escogido. El resto del dinero debería destinarse a la mejora de los otros hoteles. No obtendrán grandes beneficios a menos que proporcionen una experiencia de lujo, pero sus otros hoteles se quedarán en nada si no los actualizan a los estándares de lujo que yo les exigiré.
—Pero teníamos presupuestados diez hoteles diferentes —exclamó alguien.
—Y ahora, tienen tres. Estamos trabajando con el mismo presupuesto, solo que asignando el dinero de manera diferente —dije.
—¿Cuáles son sus planes con respecto a la mejora de los hoteles que tenemos actualmente? —preguntó uno de mis compañeros.
—Nos ajustaremos al mismo plazo, todo dentro del año. Estoy investigando a los contratistas que ustedes emplearon para construir los hoteles originalmente, y estudiaré bien las cifras antes de empezar. Lo que me sorprende es que la cadena no haya recibido aún demandas relacionadas con publicidad falsa. Hay cuatro hoteles que se jactan de tener servicio de habitaciones sin contar con una cocina —dije.
—Y al mismo tiempo, ¿los otros tres hoteles se van a construir...? —preguntó alguien.
—Sí, y serán internacionales. La mayor parte de los ingresos de cualquier cadena hotelera proviene de los viajes internacionales. Una cadena americana necesita equipar las habitaciones para que sus clientes se sientan como en un lugar exótico, mientras que proporcionan algunas de las comodidades que les recuerdan a su hogar. Los viajeros de negocios de todo el país quieren olvidarse del trabajo tanto como sea posible, pero los turistas que viajan por todo el mundo desean que se les recuerde algún parecido con su hogar.
—Eso me suena a basura psicológica —intervino un hombre bruscamente.
—Y por eso la cadena no está obteniendo los beneficios que debería generar. Este negocio es 25% construcción, 25% desglose psicológico y 50% servicio al cliente. Necesitamos todas las piezas para tener éxito en este mundo, y yo voy a proporcionárselas —les aseguré.
—¿Tienes potestad para hacerlo? —preguntó alguien.
—Es la directora general —respondió un hombre, mientras entraba por la puerta—. Puede hacer lo que quiera.
Aquel desconocido entró en la sala de reuniones con la cabeza alta. Llevaba un traje gris, hecho a medida, con una camisa negra de botones y, de repente, se sentó en la silla vacía que presidía la mesa.
Cuando me miró, supe enseguida quién era.
Oh... Joder.
—Señorita Wilson —dijo, asintiendo con la cabeza—. Creo que aún no nos han presentado. ¿Sabe quién soy?
—Señorita Wilson, él es...
—Lincoln Collins —respondí—. Por supuesto que sé quién acaba de sentarse delante de mí.
—Veo que ha amansado a las fieras —dijo—. ¿Le importaría explicarme qué les ha contado que les tiene tan cautivados?
—Creo que ha sido una mezcla entre mi aspecto y el hecho de que acabo de tirar todo su plan por la borda —comenté.
—El plan —dijo, asintiendo con la cabeza.
—Sí. Ese en el que íbamos a construir diez hoteles diferentes en un año. Lo he reducido a tres en los lugares más lucrativos que habíamos escogido, para que invirtamos el resto del presupuesto en los otros hoteles que ya hemos establecido, para que podamos redefinir lo que nuestra cadena de hoteles cree que significa «lujo».
—Suena bien —alabó—. ¿Algo más?
—Sí —dije.
«¿Por qué coño no me llamaste?»
Sus ojos se centraron en mí y enderecé la espalda. Si no lo hacía, me arriesgaba a desmoronarme completamente, y no podía ser presa de su mirada.
Otra vez no.
No después de todo lo que ya había soportado.
—¿Le importaría iluminarme? —preguntó.
—Las toallas de sus hoteles son una mierda —dije.
El señor Lyons reprimió la carcajada cuando una sonrisa me afloró en los labios, y fue entonces cuando Lincoln se levantó de su asiento y cogió el maletín.
—Creo que quiere decir que las toallas de nuestros hoteles son una mierda —puntualizó.
Y la forma en que pronunció la palabra «nuestros» me hizo temblar un poco.



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