PÁGINAS

jueves, 4 de junio de 2020

FRAGMENTO: Buscando a Cenicienta










Ella
Si había una cosa de mi trabajo que odiaba más que nada, era que tenía que discutir constantemente. Aquel día fue el cocinero de la familia Blue, Jon Staff, quien se resistió. No podía culparlo.
—¿Son conscientes de que no son las únicas personas en esta casa? No puedo cambiar toda la rotación semanal de desayunos sin preguntarle a su madre y ella se ha negado mil veces. —Sacudió la espátula en mi dirección, pero su ira iba dirigida a mis clientas, Halle y Sadie Blue.
También eran conocidas como las gemelas Blue, hijas de la famosa estrella de rock, Scott Blue. Llevaban tres semanas actuando en un famoso reality sobre sus vidas; las tres semanas más duras de mi vida.
El trabajo en sí no era duro, pero no resultaba un camino de rosas, puesto que las dos hermanas eran las mayores mocosas malcriadas que había conocido.
—Pasaré la nota, pero me van a enviar de vuelta —sugirió el hombre—. ¿Y si le pregunto a Nola? Seguramente no cueste mucho cambiar el menú del desayuno.
—No vas a conseguir nada, será un viaje absurdo. Nola nunca permitirá tales cambios y, debido a sus alergias alimentarias, tengo que mantener las cosas como ella quiere. —No podía asegurarlo, pero tenía el presentimiento de que las gemelas estaban involucradas en este asunto.
Sin decir más, me di la vuelta y me dirigí a las escaleras.
Tuve que revisar sus horarios semanales y asegurarme de que todo estaba coordinado y, por suerte, su reality show había hecho una pausa. Los escritores estaban ocupados escribiendo los guiones para que pareciera que sus vidas tenían sentido, así como contrarrestar la mala prensa en la que las chicas habían caído recientemente.
Halle, la mayor de las dos, llamó la atención cuando su exnovio publicó los desnudos que le había enviado. Sin olvidar los rumores sobre una cinta de contenido sexual, que había sido confiscada y en la que las dos hermanas se veían en actitud poco fraternal, aunque aún no había aparecido nada.
Sadie, la más joven por tres minutos, era la más callada, pero eso no la hacía más tratable, sino que la convertía en una verdadera psicópata. Era una bomba de relojería a punto de explotar. Su naturaleza salió a flote en todo su esplendor hacía tres meses, cuando destrozó su coche y golpeó a un paparazzi.
Subí las escaleras de camino a la habitación de Nola Blue, en la mansión donde vivía desde que acepté el trabajo, a petición suya, cuando mi madre murió de cáncer de mama.
Ambas eran muy amigas y, cuando ocurrió el fatal desenlace, ella se ocupó de todo, ya que mi madre había sido una famosa diseñadora de joyas, pero no pudo dejarme nada. Gran parte de su fortuna, incluso nuestra pequeña casa de la playa, fue confiscada. Nola no solo me ayudaba, dejándome ser la asistente personal de las gemelas, sino que también se ocupaba de todas mis deudas.
Cuando llegué al rellano superior, giré a la derecha y entré en la zona de uso reservado de la propiedad. Sadie estaba en el sofá y me hizo un gesto para que me fuera antes de que dijera una palabra. Me dirigí al dormitorio como tantas otras veces, pero en esta ocasión Halle no estaba sola.
Estaba agachada al lado de la cama, con las piernas abiertas, el culo inclinado hacia arriba y siendo penetrada por un tipo que no había visto en mi vida.
Me quedé helada y cuando me di la vuelta para salir, Sadie me bloqueó el paso y sonrió a la pareja que estaba detrás de mí.
Su hermana jadeaba y gemía. Al parecer disfrutaba del mejor orgasmo de su vida y Sadie entrecerró los ojos sin apartarse.
—No me digas que te molesta un poco de sexo. Ya que has venido hasta aquí, dinos lo que quieres.
Me giré un poco hacia la pareja que seguía ocupada para que supieran que no me intimidaban. Halle no prestaba mucha atención, pero el tipo se rió.
—Oye, rubia, ¿quieres un poco de esto? —Me iré y vi que se acariciaba la polla reluciente, recién salida del sexo de Halle.
Me miró de arriba abajo y se tiró al suelo de rodillas mientras se reía.
—Eres bienvenida a probarla. Seguro que has leído por ahí que no nos importa compartir. —Halle se llevó la dura longitud del hombre a los labios y la introdujo profundamente, hasta que sus pelotas presionaron contra su barbilla.
—Es increíble, ¿verdad? —Sadie simuló una sonrisa al ver mi cara de asombro y cruzó los brazos.
—Desde luego —repuse con dignidad y decidí centrarme en el asunto que me había llevado hasta allí—. He hablado con el cocinero y dice que la petición ha sido denegada. También ha hecho referencia a las alergias de tu madre, recordándome que el menú tiene que ser aprobado por ella.  
Sadie se rió y se dirigió a su hermana que todavía estaba con la garganta ocupada por el hombre. Eché un vistazo rápido, pero miré hacia otro lado.
—¿Estás segura de que no quieres probar? —inquirió Halle de forma cantarina desde las rodillas del tipo.
Miré hacia allí solo para decirles que no me intimidaban, pero mis mejillas se enrojecieron cuando le disparó su carga en las tetas. Deslizó un dedo por ellas y lo chupó, después se levantó, usó las sábanas de seda para limpiar el resto de semen y la dejó caer al suelo.
—Estaré esperando en la ducha —advirtió el hombre, agarrando su bata después de besarla. Luego me miró—. Eres bienvenida a unirte a nosotros, rubia. En realidad, os lo digo a las dos.
Entró en el baño y abrió el agua, dejando la puerta abierta para que las tres pudiéramos ver.
Parecía un poco mayor que ella, pero no mucho mayor que yo, quizás veinticinco o veintiséis años. Era increíblemente guapo, de pelo castaño y ojos ardientes. Tenía un bonito bronceado, sin olvidar su impresionante tamaño que Halle tomó como una profesional.
No es que no hubiera visto nunca a un hombre desnudo, aunque a mis veintitrés años apenas tenía experiencia, pero no me gustaban las chicas que disfrutaban con aquellos juegos perversos. No entendía por qué no podían ser normales, aunque suponía que nunca lo habían sido.
Me giré hacia Sadie.
—Todavía tenemos que repasar tu agenda. Sé que no tienes mucho hueco, pero aún está pendiente la sesión de promoción y una aparición como invitada.
Halle se acercó por detrás, el olor a sexo la rodeaba.
—Relájate, nuestro agente nos lo recordará.
Se refería a su madre que había asumido ese trabajo desde que tenían edad para decir Hollywood.
—No, no lo hará. —Dejé escapar un suspiro, mientras se reían—. Ella me contrató para que yo me ocupe.
—¿Es eso lo que piensas? —se burlaron las dos al mismo tiempo, aunque Halle continuó hablando—. Eso es lo que ella quiere que pienses. Solo eres su obra de caridad, por eso hace que te sientas importante desde que murió tu madre.
Sus duras palabras me sobresaltaron, pero apreté la mandíbula y levanté la barbilla, decidida a que no me afectaran.
—¿No sería más fácil dejarme hacer mi trabajo?
Las dos intercambiaron una mirada y se rieron.
—¿Y dónde estaría la diversión? —inquirió Halle, antes de alejarse para reunirse con su hombre en la ducha.
Sadie se apartó del camino para que yo pudiera escapar y abandoné el dormitorio con rapidez. No tenía sentido quejarme a Nola de lo que había ocurrido; se posicionaría de parte de su hija en cualquier asunto que expusiera.
Mientras bajaba las escaleras hasta el segundo piso, el sonido de la música llenaba el aire, aunque no era una canción familiar. Llegué a la puerta entreabierta y me asomé a la sala de música donde Scott Blue, una leyenda del rock, tocaba la guitarra. Era muy guapo para ser un hombre de mediana edad y, cuando estaba con él, sentía que entre nosotros había una relación casi familiar. No solo lo conocía desde que su esposa y mi madre eran buenas amigas, sino que cuando me miraba, algo en su alma reconocía la mía. Era como una especie de espíritu afín; quizás era porque había crecido escuchando su música, su voz y las letras poéticas que el mundo conocía y admiraba.
Mantenía la cabeza baja, a la altura de los hombros, el pelo castaño recogido en una cola de caballo del mismo color que el de las gemelas, mientras rasgueaba su guitarra.
Decidí no molestarlo y cuando me iba, me encontré con su madre en el pasillo.
—No me importa el tiempo que pase, siempre me encantará oírle tocar la guitarra. —Mamá Blue, o Millie, como la llamaba desde siempre, escuchaba a su hijo con la mirada fija.
—A mí también me encanta su música. Supongo que es algo que tenemos en común.
Se rió.
—Tengo eso en común con millones de personas, pero nadie oye las imperfecciones, las notas ásperas o cuando afina su guitarra. Esos momentos son especiales para mí. No importa lo famoso que sea, no importa que sea un ídolo, es mi niño. —Suspiró y giró la cabeza para mirarme a los ojos—. ¿Qué te preocupa? ¿No te gusta estar aquí?
—No soy una invitada, soy una asalariada y no lo tomes a mal, por favor, pero en este momento mi trabajo es un poco… desagradable.
Le conté lo que tuve que ver de sus nietas y ella se rió mucho.
—Entre tú y yo, no permitas que esas pequeñas zorras te afecten —susurró, inclinando la cabeza para nadie más pudiera escucharla—. Son unas malcriadas y se parecen más a su madre que a mi hijo. Conocí a la tuya. Era una buena mujer y tú me recuerdas mucho a ella.
En ese momento, Scott Blue afinó su guitarra y la anciana sonrió antes de alejarse por el pasillo.
Ella era posiblemente la única persona en la casa que me entendía.







Aiden
Oír el tono de mi madre era como oír una alarma. Nada podía despertarme más rápido de un sueño que su voz.
Me di la vuelta para responder cuando me di cuenta de que no estaba solo. Esperaba que para cuando me levantara, Zep se hubiera deshecho de las jóvenes que recogimos en el club la noche anterior.
Al girarme, le di un codazo a la chica y me senté con el teléfono en la mano, pero mi madre ya había colgado. Cuando me dispuse a llamarla, zumbó un mensaje de texto en el móvil y aparecieron tres palabras en la pantalla que me pusieron en movimiento.
Joder.
Me levanté y corrí por el pasillo hasta la habitación de Zep, con la esperanza de que mi mejor amigo y hermano del alma actuara rápido.
Abrí la puerta y entré, antes de fijarme en su cara o en la pelirroja que estaba inclinada hacia atrás y montada en su polla. Se cubrió los pechos, pero continuó balanceándose sobre él, mientras yo me detenía en seco.
—¡Está en camino! —Esas palabras pusieron a Zep en movimiento y gruñó al tiempo que la levantaba.
—La fiesta ha terminado, princesa. Es hora de irse.
—Pero tú ni siquiera te has corrido —gimoteó en protesta y arrastró el culo hasta el salón, donde estaba su amiga que había llegado alarmada por el alboroto.
Zep se vestía al tiempo que corría por el salón, a mi lado, como dos soldados preparándose para la inspección.
Las chicas se dirigieron hacia la puerta y la pelirroja se giró para mirarme, desde el otro lado de la habitación.
—Llámame —pidió con una sonrisa.
Sacudí la cabeza en respuesta y las conduje hacia la puerta para que terminaran de irse, pero no sirvió de nada que nos diéramos tanta prisa porque al abrir, se cruzaron con mi madre.
—Si continúa este tipo de comportamiento, haré que os mudéis los dos de nuevo a la casa principal. Ya no eres un niño, Aiden. —Miró a Zep que se abrochaba la camisa.
Yo llevaba en la mano la misma camiseta que había usado la noche anterior. La miré y vi que estaba arrugada, además, no estaba seguro de no haberla usado para limpiarme cuando me corrí. La revisé mejor para ver si estaba sucia y me di cuenta de que la mancha la llevaría mi camarera sexy en la suya. Menos mal.
—Tú tampoco eres un chiquillo, Zep. —Mi madre regañó a mi amigo y luego regresó a mí.
Al ser su hijo, sabía que recibiría la mayor parte de la bronca, con sus respectivas opiniones y las más grandes expectativas.
—Solo fuimos al club y conocimos a algunas señoritas —defendí mi derecho a salir de marcha con mujeres, como tantas otras veces en mi vida.
—Esas strippers no eran damas —ladró.
—Eran camareras —intervino Zep como si eso ayudara.
Ella sacudió la cabeza.
—He permitido que actúes como un sinvergüenza desde la muerte de tu padre, porque sé que es una forma de liberar las emociones; pero ha llegado el momento de sentar cabeza y, preferiblemente, con alguien que no lleve una etiqueta con su nombre.
—Dios no quiera que termine con alguien por debajo de mi posición e ingresos. Como si el mundo estuviera lleno de multimillonarias. —Siempre despreciaba a mis amigas.
—No voy a quedarme sentada mientras una de esas zorras vulgares se te acerca por tu dinero. Conoces a muchas chicas buenas, de familias ricas, que no son buscadoras de oro ni quieren mamar de la teta de la familia Prince.
 Zep se rió de la palabra y le di un codazo.
—Lo siento, no sabía que había una teta —murmuró.
Sacudí la cabeza mientras mi madre hablaba de cómo iban a cambiar las cosas.
—He decidido organizar otra gala. Ha pasado un tiempo y me gustaría centrarme en la generación más joven, así que enviaré las invitaciones correspondientes.
Sentí que la sangre me hervía.
Patricia era conocida por organizar grandiosos eventos antes de que muriera mi padre. Normalmente se anunciaban en la prensa y le servía para encontrar un nuevo amante, que es lo que había ocurrido a lo largo de los años. Sabía de lo que hablaba, pero no me parecía el momento adecuado y, sobre todo, lo consideraba un desperdicio de dinero. No necesitaba que me usara como excusa para hacer su pesca habitual.
—¿Consideras apropiado hacer un evento de lujo? Ni siquiera han pasado dos años completos de la muerte de mi padre. ¿No crees que podrías darle más tiempo? —Mantuve el tono calmado, pero ella no lo hizo.
—¿Te atreves a hablarme de lo que es adecuado, cuando has estado trayendo mujeres como si esto fuera una casa de huéspedes con una puerta giratoria? Yo decidiré lo que es apropiado.
Entorné los ojos y al mirarla me encontré con los suyos, igual de feroces.
—Siempre lo has hecho, Patricia. —Llamarla por su nombre de pila, en lugar de utilizar un apelativo cariñoso o maternal, era como tirarle agua helada a la cara.
Se paró frente a mí e irguió los hombros.
—La gala se hará —aseveró con fuerza—. Te sugiero que aproveches el evento para encontrar una buena chica y, sobre todo, que cambies tus costumbres antes de que dejes preñada a una basura de camarera y manches el apellido de la familia.
—No lo sé, Patricia, tu sucia reputación no lo echó a perder.
Zep se puso rígido a mi lado y los hombros de mi madre descendieron, aunque mantuvo la cabeza en alto. Había tenido una vida complicada y pasó su adolescencia rebelándose contra una madre déspota, solo para abrirse camino en el negocio de la música como productora.
—Quiero lo mejor para ti. Yo tuve que buscarme la vida sin ayuda de nadie. Sin embargo, tú tienes una oportunidad, no la desprecies.
Se dio la vuelta y se alejó furiosa, con los tacones golpeando el suelo como si fuera un soldado.
—Vaya, ha sido brutal, ¿no crees? —advirtió Zep, dándome a entender que me había pasado con Patricia.
Creía que mi amigo estaría orgulloso, ya que era el maestro de los insultos y no se impresionaba con nada, pero tenía debilidad por mi madre. Ella lo acogió cuando era un niño y su padre murió en un accidente de avión, junto con el resto de su banda. Nunca conoció a su madre y Patricia había ocupado ese papel hasta el punto de ganarse su respeto.
—Siempre estás de su lado. —Me di la vuelta y fui al sofá donde me senté, metiendo la cabeza entre las manos y los codos apoyados en las rodillas.
—Es una fiesta. Hasta tú sabes que las galas siempre atraen a las damas y esta es para ti. Oye, podemos convencerla de que organice una de esas cosas de disfraces, contratas a alguien que se haga pasar por ti y podrás marcharte sin que nadie se entere. —Se sirvió un trago del bar, mientras yo me sentaba derecho.
—No es mala idea. Si todos usan máscaras, no sabrá a quién he invitado.
Bebió su bebida de un trago y se paró frente a mí.
—Solo estaba bromeando. Esas fiestas son el sueño húmedo de cualquier adolescente; cuentos de hadas, magia y la excusa perfecta para lucir un vaporoso vestido. Ya es suficiente incordio tener que llevar esmoquin para aguantar todo lo demás.
—Sí, pero lo haremos de todos modos. Con Patricia empeñada en que conozca a la chica de mis sueños, me gustaría que la lista de invitados fuera algo más que zorras ricas y muchachos mocosos con fideicomisos. Quiero conocer a una chica de verdad, una que no se eche a perder por la riqueza, que tenga una vida sencilla con pasatiempos normales y un trabajo. Ya sabes, con cerebro.
Zep se rió.
—Buena suerte con eso, hombre. Sabes que tu madre enviará las invitaciones oficiales. Nadie podrá entrar sin una.
Tenía razón. Ella siempre ponía especial cuidado en asegurarse de que la lista de invitados fuera de lo más selecta.
—Por eso me vas a ayudar a enviar duplicados de las nuestras. Conseguiremos que la misma empresa imprima invitaciones extras y las repartiremos por toda la ciudad. Todos traerán un acompañante y nos aseguraremos de decirles que vengan con una amiga.
—Patricia te va a matar cuando las olfatee en el evento. Ella puede oler el perfume barato a una milla de distancia.
—Eso es porque ella creció usándolo. La única razón por la que no quiere que termine con alguien real, cuyos padres no están en nuestra clase social, es porque tiene miedo de que la chica le recuerde su juventud.
—¿Hablas en serio? Seguro que hay una chica con dinero y el suficiente cerebro para tener un hobby, además de ser lujuriosa en la cama y poder hacer feliz a tu madre.
—Hemos pasado más veces por todo eso y no la he conocido. Tengo que intentarlo. Entonces, ¿estás conmigo o no? Quién sabe, puede que tú también encuentres una buena chica. —Sonreí de forma pícara, pero él sacudió la cabeza.
—Una buena chica —repitió—. No me importa si es una zorra rica o no, quiero una con grandes tetas que me deje follarla por el culo cuando me apetezca y si son dos iguales, mejor.
—Tu fantasía de gemelas se queda anticuada, pero estoy seguro de que te gustaría que las hermanas Blue figuraran en la lista de invitados.
Zep estaba encaprichado con ellas desde hacía seis meses, cuando se enrolló con Halle, la más rara de las dos. No sabía qué le había hecho, pero había llamado su atención y desde entonces parecía obsesionado por verla.
—Aunque no vengan, me apunto a perseguir a las otras contigo.
Se inclinó hacia adelante, extendió su mano y se la estreché con la mía. Si lo conseguía, esta gala sería la última y le mostraría a mi madre que no podía controlarme. Mi vida era mía.






Ella
Aunque el hogar de la familia Blue era una enorme mansión, decorada en tonos cálidos, con lujosos muebles y estallidos de color, todavía parecía una fría cueva de piedra. Era como si las gemelas poseyeran una fuerza que absorbiera la vida, como si robara el aire y la luz de lugar. Ni siquiera tenían que estar en la misma habitación conmigo para hacerme sentir así. Daba la sensación de que su energía contaminaba la casa constantemente.
En los dos últimos meses me había cansado de trabajar para ellos. Necesitaba ganar lo suficiente para encontrar mi propio sitio, pero por ahora tendría que aguantar un poco más. Al menos el viaje al trabajo era fácil. Me levantaba todas las mañanas y ya estaba en mi destino, aunque preferiría conducir a través del país que vivir con las gemelas.
Iba de camino a la habitación de invitados cuando pasé junto a Scott Blue en el rellano del primer piso. En ese momento, se me cayó un anillo del dedo, golpeó el suelo de baldosas con un tintineo y rodó hasta detenerse a sus pies.
—¡Uy! —Se agachó, lo tomó en su mano y me lo entregó. Sus ojos brillantes y azules, casualmente del mismo tono claro que los míos, me miraron y me asombró que su rostro se iluminara. No resultaría llamativo si no se tratara del legendario rockero que había recibido esa mirada de millones de personas en su vida. Sacudió la cabeza y pareció volver de su aturdimiento. —Te pareces a tu madre cuando tenía tu edad. Todavía me cuesta creer que se ha ido.
Nunca le había oído hablar tantas palabras a la vez, especialmente sobre mi madre, y me tomó por sorpresa.
—Sí, a mí también me da la impresión de que fuera a verla entrar en cualquier momento. —Su enfermedad avanzó tan deprisa que no nos dio tiempo a aceptarla, antes de que el cáncer se la llevara.
Hizo un gesto y señaló el anillo con la cabeza.
—Es una pieza inusual.
Era de oro y playa y mi madre me lo dio poco antes de su muerte.
—Sí, es una pieza reformada que hizo con dos anillos diferentes. Dijo que era especial, pero no me explicó por qué. Tengo que arreglarlo para que me ajusten mejor, pero desde que perdí la casa no estoy segura de dónde colocar el instrumental.
—¿También haces joyas? —Se cruzó de brazos y pareció sorprenderse.
—Aprendí de la mejor, me enseñó todos sus trucos.
Compartimos una risa y se acercó un poco más.
—Deberías bajar a cenar. —Me tomó del brazo con delicadeza, mientras una voz sonaba detrás de mí.
—Es una idea maravillosa. —Nola se acercó y enlazó su brazo en el suyo y se unió a nosotros para bajar—. Somos casi familia y eres bienvenida a nuestra mesa en cualquier momento. Pensé que lo sabías, ya que vives con nosotros.
Se encogió de hombros y se alejó, entrando en el comedor delante de nosotros.
Las gemelas fruncieron el ceño cuando entré del brazo de su padre y me senté al lado de Halle que jugaba con su teléfono. Sadie tomó asiento con la misma cara imperturbable de siempre, como si el mundo pudiera estallar en llamas y a ella le diera igual. Ninguna dijo una palabra de inmediato.
Scott se colocó en la cabecera de la mesa y luego Millie entró para hacerlo en el extremo opuesto. Nola se sentó junto a Scott y esperó mientras se servía la cena. Sonreía, aunque estaba claro que no lo hacía por mí. Nos llevábamos bien, pero yo sabía cuál era mi lugar y tenía la sensación de que no me quería en su mesa.
Halle no dejaba de reírse, como si los mensajes de texto que estaba recibiendo fueran los mejores chistes del mundo. Se inclinó hacia mí cuando colocaban una porción de lasaña en mi plato y me mostró la pantalla de su teléfono. Al mirarla, vi la imagen con la que ella esperaba sorprenderme: unos largos dedos masculinos sostenían un pene completamente erecto. Tuve que admitir que el tamaño era impresionante, pero la preocupación de Halle por sorprenderme era excesiva.
Miré a las gemelas y se rieron hasta que su madre las regañó. Quien nos viera pensaría que teníamos doce años y estábamos sentadas en clase.
—Tengo una pequeña sorpresa para vosotras, chicas. —Se aclaró la garganta, esperando que todos la miráramos. Sabía que no debía pensar que me incluía, así que seguí comiendo mientras las gemelas parecían reacias a prestarle atención. Ella levantó un sobre y lo agitó. —Hace un rato ha llegado esto en el correo.
Era evidente que la tarjeta del interior se trataba de una invitación formal. Eché un vistazo al grueso cartón con letras doradas en relieve donde destacaba una corona y la letra P.
—Es de la familia Prince, como anfitriones de su gala anual. Una buena fuente, a través del club, me ha informado de que Patricia Prince quiere destinar la fiesta para conseguirle una novia a Aiden. Al parecer, está lista para que su hijo se case.
Scott se aclaró la garganta.
—Le deseo buena suerte. No se puede arrear a la gente como si fuera ganado y esperar que ocurra un milagro. Sería mejor que le dejara ser un hombre y encontrara a su novia a la antigua usanza.
—¿Y qué manera es esa, querido? —Nola parecía divertida, pero Scott se encogió de hombros y bebió un trago de vino antes de continuar con su cena.
Millie se aclaró la garganta.
—No todo el mundo es un fanático, hijo.
Me tragué un trozo de lasaña y desvié la mirada mientras tomaba un poco de vino para pasarlo.
—¿Mamá era una fanática? —Halle hizo una carantoña a su padre, pero Nola se había puesto muy seria.
—Difícilmente me llamaría a mí misma una groupie. Era muy fan, pero lo conocí a través de Layla. —Alcé la cabeza cuando Nola mencionó el nombre de mi madre—. Supongo que podríamos decir que ella era una groupie, ¿no es así, querido? La conociste entre bastidores en uno de tus conciertos, ¿verdad?
Scott me lanzó una mirada de disculpa y luego aclaró.
—En realidad, no. La conocí una mañana, en una cafetería, cuando se averió nuestro autobús de la gira a las afueras de la ciudad.
—Estoy seguro de que es una historia encantadora, querido. —Lo cortó y se inclinó sobre la mesa—. No hagamos que nuestra invitada se sienta incómoda.
Tuve la impresión de que ella estaba mucho más incómoda con el tema de mi madre que él.
—No tenía ni idea de que conocías a mi madre antes de conocer a Nola. —Sonreí a Scott—. Me encantaría que me lo contaras en otro momento.
Nola me miró como si pretendiera lanzarme dagas por los ojos y después a Millie, que sonreía como si estuviera satisfecha.
—Sí, en otro momento —dio la conversación por terminada y miró a sus hijas—. Las chicas tenemos una gala de la que hablar. Estoy segura de que querréis ir. Aiden Prince es un buen partido desde la muerte de su padre. He oído que su patrimonio entero vale más de tres mil millones de dólares en la actualidad y no deja de crecer.
Scott silbó.
—Es mucho dinero para un joven. —Luego se giró para mirarme—. Deberías ir a esa fiesta, Ella. Te vendría bien un poco de diversión.
Las gemelas dejaron lo que estaban haciendo y se irguieron en sus sillas. Nola se apresuró a intervenir para dejar clara su negativa.
—Estoy segura de que la invitación no es extensiva.
Crucé las manos en mi regazo con gesto nervioso, sin saber qué decir, mientras gotitas de sudor comenzaban a brotarme por la nuca.
Esta vez, Nola lanzó sus dagas en dirección a su marido.
—Bueno, la invitación va dirigida específicamente a las gemelas —aclaró para zanjar el tema.
—Tonterías, es una fiesta. Cuanta más gente vaya será más divertida. Estoy seguro de que solicitan la confirmación de asistencia y si se irá con acompañante. —Tomó la tarjeta de las manos de Nola y asintió señalando algo—. Sí, aquí está. Además, por eso la contratamos, ¿no? Como las chicas siempre se meten en problemas, no les vendrá mal tener a Ella cerca para supervisarlas, además, no solo es su asistente en los viajes de negocios.
—¿Hablas en serio, papá? No necesitamos una niñera. Ya tenemos más de veintiún años. —Sadie entornó los ojos con aspecto angelical, aunque su labio arqueado hacia arriba la hacía parecer un perro salvaje, listo para morder.
—No creo que pase nada malo. A Ella le encantará la fiesta y será bueno que conozca gente.
Halle miró a su hermana e intercambiaron una mirada traviesa.
—Gracias por la sugerencia, papá. —Llevó el vaso de vino a los labios y me miró con una sonrisa tan grande que pude ver el destello de sus dientes.
No se me ocurrió qué decir, así que sonreí también.
—Sí, gracias, parece divertido.
Al desviar los ojos me topé con la mirada de disculpa de Millie y supe que iba a ir a la gala me gustara o no.






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