PÁGINAS

sábado, 16 de mayo de 2020

FRAGMENTO: Un camino por recorrer






Prólogo



Charlie
Los hospitales hacen todo lo posible por ser lugares agradables. Mantienen los vestíbulos limpios, colocan muebles de cuero alrededor de falsas chimeneas y añaden pequeños jardines a sus pasillos, pero el esfuerzo es para los visitantes. Las cafeterías a la entrada, las pequeñas tiendas de regalos con osos de peluche y grandes corazones rojos, y las fuentes del deseo llenas de centavos no sirven para que los pacientes se recuperen antes. Como todo el mundo, me detuve a comer algo antes de enfrentarme a lo que había arriba.
La gente se aferra a cualquier cosa que le permita olvidar el dolor y la miseria de los demás. Nadie quiere pensar en lo que pasa a unos pocos pisos por encima de sus cabezas. Los pacientes son los que tienen que vivir con las luces fluorescentes brillantes, el olor a desinfectante y esterilizantes, y el zumbido constante de los aparatos electrónicos. Por eso, a nadie le gustan los hospitales. Cuando un paciente está ingresado se queda mirando una pared blanca con el estómago hecho un nudo, pensando en lo que vendrá después. Mientras tanto, sus familiares y amigos están en el vestíbulo bebiendo café con leche y deseándoles lo mejor.
No estaba cien por cien seguro de si Jack estaría en el hospital o no. No era un hombre predecible y menos en estos días. Tenía una buena razón, así que nadie lo culpaba. Era imposible atraparlo en casa, así que era más fácil encontrarlo en el hospital.
Acabé de comer y recorrí los pasillos del hospital arrugando la bolsa amarilla de las patatas fritas. La metí en un cubo de basura. Odiaba estar tan familiarizado con este lugar, pero así era en las últimas semanas. Odiaba caminar por los largos pasillos blancos. Cada ruido que hacía parecía amplificarse en los corredores vacíos. De vez en cuando pasaba por delante de un médico o un paciente, pero casi todo el tiempo era un largo y vacío corredor de puertas grises.  
Caminé hacia la habitación de Sarah. No la conocía realmente, a pesar de que habíamos crecido en el mismo pequeño pueblo y habíamos ido juntos a la escuela. Sin embargo, no nos habíamos relacionado con las mismas amistades. Yo estaba más cerca de su hermana menor que de ella. Venir aquí a hablar de negocios parecía una invasión, pero su padre necesitaba mi ayuda con su rancho de ganado mientras ella estuviera aquí, y yo necesitaba su opinión.
No había ningún Jack Adams en la habitación. Solo estaba Sarah. Apostaría lo que fuera a que su padre había estado allí. No podía imaginar lo que sería dejar a mi hija sola después de todo lo que había pasado. Seguro que lo mataba tener que marcharse cada vez que venía.
Sarah estaba sentada con una pierna apoyada en el borde del colchón y la otra colgando. Eso era una buena señal. Verla desconectada de todas las máquinas era positivo. Se agachó y metió sus pequeñas manos bajo su muslo, moviendo su pierna para apoyarla junto a la otra. Admiraba su fuerza de voluntad y su determinación para superar esto. Quería ayudar, pero no estaba seguro de cómo. Me quedé congelado en la puerta. Ella no me había visto y me pregunté cuánto tiempo podría esperar antes de que se volviera demasiado incómodo hacerle notar mi presencia.
Ella se frotó la nariz. Aunque no podía verla con claridad se notaba que las lágrimas mojaban sus mejillas, aunque no estaba sollozando. Hacía todo lo posible por mantener sus emociones bajo control, incluso creyendo que estaba sola. Sus hombros se elevaban con cada respiración profunda en un esfuerzo por calmarse, pero cada inhalación la hacía temblar.
Quería decir algo, pero no estaba seguro de por dónde empezar. Por un lado, me sentía avergonzado, ya que no debería ser testigo de este momento extremadamente privado. Por otro lado, quería consolarla para aliviar un poco su dolor. Debía de haber algo que pudiera hacer por ella en lugar de acecharla desde el pasillo. Cuando, finalmente, me hice notar dando unos golpecitos en el marco de la puerta, Sarah levantó la cabeza. Inmediatamente, se arrastró la manga de su pijama por la cara para secarse las lágrimas. No pude descifrar si estaba enfadada o angustiada. Lo que fuera, le dolía. Sarah se sobrepuso a la emoción y se centró en la pizarra en blanco que ya me había acostumbrado a ver.
—¿Puedo entrar? —le pregunté, con las manos metidas en los bolsillos de mi chaqueta.
Ella asintió ligeramente.
—Por supuesto, por favor. —No importaba cuánto dolor tuviera, ella mantendría la compostura sureña de un pequeño pueblo de Texas, porque así había sido criada.
No hacía falta ser un genio para ver que este no era el mejor momento para molestarla, pero había una razón para mi visita. Necesitaba encontrar a Jack. 
—Siento irrumpir. Estaba buscando a tu padre. —Se notaba que ella quería estar sola.
—No está aquí. —Escondió la cara, evitando el contacto visual—. Si te das prisa, tal vez puedas atraparlo en casa.
Asentí con la cabeza, pero no me fui. Mis pies estaban atornillados al suelo y algo me obligó a quedarme.
—¿Eso es todo? —Sus palabras rompieron el hechizo. Cortaron la tensión que había entre nosotros como un cuchillo, pero en vez de empujarme me acercaron un poco más.
La única vez que había visto a un ser tan frágil y derrotado había sido un animal en una trampa. Sarah parecía haber perdido su voluntad de luchar, y yo tenía un deseo abrumador de abrazarla. Algo en mí quería susurrarle al oído que todo saldría bien. Sin embargo, no era capaz de traerle esperanza.
—Sí. —Soné como un idiota. Mi mente se apresuró en encontrar algún tema del que hablar, algo que le levantara el ánimo, pero me quedé mudo. No podía imaginar lo que ella estaría pensando de mí—. ¿Estás bien? —Vaya, ese comentario fue brillante.
No respondió. Las lágrimas brotaron de nuevo. Pude ver cómo se le atascaban en la garganta cuando intentaba tragarlas para luchar contra ellas. Se mordió el labio inferior y bajó la cabeza, cerrando los ojos. Las lágrimas asomaron por sus pestañas y luego se deslizaron por sus mejillas.
Me di cuenta de que no era muy bueno ofreciendo consuelo o apoyo, pero no podía soportar ver a una mujer llorar. Moví los pies y me senté en la cama, junto a ella. Sarah se agarró el muslo y movió la pierna para darme espacio. Se mordió los labios y agitó la cabeza.
—No quiero montar una escena. A papá le daría mucha vergüenza que me vieras así. —No pretendía dar lástima.
La idea de que alguien tratara de hacerla sentir mal por expresar sus emociones me mortificaba. Este era un momento muy difícil de su vida; demonios, tenía suerte de estar viva.
—No estás montando ninguna escena. —No era bueno con las palabras y menos aún con la empatía, así que traté de mantener la voz suave. Mi timbre era bastante profundo y en esta habitación austera reverberaba con bastante fuerza. Lo último que quería era parecer condescendiente—. Has pasado por mucho. Creo que tienes derecho a mostrar tus emociones—.  Necesitaba que me mirara, que me diera una indicación de que me había oído, pero no conseguí nada—. Eres una mujer increíblemente fuerte.
Sacudió la cabeza y sus desordenados rizos rubios rebotaron con el movimiento.
—No es verdad. —Su voz se quebró y la sentí como un cuchillo en el corazón—. No soy tan fuerte como todos creen. —Sus hombros se movieron y se estremecieron mientras luchaba por mantenerse serena. Cada vez que me miraba a través de sus pestañas oscuras, rápidamente, volvía a agachar la cabeza.
Sarah quería ocultar su miedo y enmascarar su inseguridad. A pesar de que no se sentía fuerte necesitaba que la gente siguiera creyendo que lo era. Entonces me di cuenta de que no era solo su debilidad lo que quería esconder, sino la desfiguración. Sus dedos pasaron por la zona afeitada de su cabeza, por encima de los puntos negros donde le habían practicado la cirugía. Mantenía la cabeza en el ángulo justo para esconder las cicatrices. Antes de que me diera cuenta de lo que estaba haciendo estiré la mano para tocar sus mejillas, pero al estremecerse la apoyé sobre su rodilla. 
—Por favor, no me mires, Charlie.
Intenté no mostrarle lo sorprendido que estaba por su petición.
—No te miraré si no quieres que lo haga, pero que conste que me gusta hacerlo.
—No estoy exactamente en mi mejor momento. —Sus palabras vacilaban ante su inseguridad, y temblaban cada vez que inhalaba profundamente. Se lamió los labios y luego levantó sus brillantes ojos para encontrarse con los míos, mostrándome sus defectos—. Ya no hay nada salvable en mi cara. —Enderezó la columna vertebral y tragó saliva.
Estaba tan fuera de mi elemento que no tenía ni idea de qué decir, pero quería que siguiera hablando... de cualquier cosa.
—¿Por eso estás llorando? —le pregunté—. ¿Tienes miedo de que alguien reaccione mal al ver tu cara?
Ella sacudió la cabeza.
—No es solo eso, es que… cada día es más difícil que el anterior. Cuando pienso que estoy progresando me doy cuenta de que he avanzado un centímetro en un interminable trecho de kilómetros. Estoy tratando de ser positiva. Quiero estar agradecida de haber sobrevivido y tener la oportunidad de recuperarme. Pero es difícil. Muy difícil. Las intenciones de los fisioterapeutas son mejores que su capacidad. No son dioses y no pueden hacer milagros. —Asentí con la cabeza y seguí escuchando—. Creo que debo aceptar que, probablemente, no volveré a caminar. —Dejó caer la cabeza entre sus manos, con cuidado de evitar los puntos y las abrasiones—. Estoy agotada. Ya no tengo ganas de pelear. Sé que suena como la mayor tontería que hayas oído, pero...
Mi corazón se derritió. Quería tranquilizarla, pero mantuve la distancia. Mi mano permaneció en su rodilla y me encontré acariciando su suave piel con mi pulgar. El deseo de atraerla hacia mí estuvo a punto de superar mi fuerza de voluntad. Dios, quería protegerla, pero no la conocía lo suficiente como para tomarme esa confianza.
—No lo entenderías —susurró—. Nadie lo entiende. Todos me dicen que tengo suerte de estar viva. Sé que es así, nadie es más consciente de ese hecho que yo, pero la vida continua para todos los que están fuera de estas cuatro paredes, mientras que la mía…
Le apreté la rodilla y dejó de hablar. Me dedicó una tenue sonrisa que me dolió más de lo que me alivió, pero no dejé de acariciar su piel. Puede que no se diera cuenta del calor y de la vida que había dentro de ella, pero yo podía sentirlo en las yemas de mis dedos.
—Aparte de papá, estoy yo sola. Los fisioterapeutas y los innumerables médicos no recordarán mi nombre el día que me den el alta. Me quedaré a solas con un ejercicio agotador que no produce resultados. Espero que nunca sepas lo que es.
Me preguntaba si alguien más le habría dado a Sarah la oportunidad de desahogarse, o si esperaban que fuera la misma mujer que había sido antes del accidente. No la conocía bien, pero nuestras familias estaban entrelazadas. Sabía lo mucho que había hecho por Jack y también cuidó de Miranda cuando su madre se fue. Necesitaba a alguien que la cuidara para variar, y no parecía que tuviera a alguien.
—La medicación me quita la energía y me nubla la mente, pero sin ella no hay forma de que pueda hacer la terapia física. Duele. Todo duele mucho. —Una lágrima se deslizó por su mejilla—. ¿Y si no vuelvo a caminar? ¿Y si no logro evolucionar? No he conseguido dar ni un solo paso. Ni uno solo. Estoy lista para tirar la toalla. —Finalmente, se detuvo. Sus hombros se redondearon, las lágrimas fluyeron y pareció completamente derrotada.
Por un momento, mi corazón se negó a latir mientras la miraba fijamente. Su absoluta desesperanza creó una fisura en mi pecho que se abrió. Me dolía tanto verla así que reaccioné en lugar de pensar. Mis manos encontraron su cara y le tomé la mandíbula sin tocar ninguna herida. Mis pulgares rozaron sus lágrimas y la miré a los ojos.
—Oye —dije—. Escúchame. —No dijo nada y tampoco apartó la vista. Sus ojos me miraban como si pudiera ver a través de ellos, en lo más profundo de mí—. No puedes rendirte, Sarah.
Su expresión se suavizó y apareció una pizca de euforia. No había dicho nada que fuera tan importante. Demonios, ni siquiera había dicho nada poético. Empecé a alejarme, pero antes de retirar la mano de su piel, ella levantó la suya. Sus dedos vendados descansaron sobre los míos y sus ojos sonrieron, aunque las lágrimas vinieron más rápido que cuando había entrado por la puerta
—¿Qué? ¿Qué he hecho? —Mi corazón errático había empezado a latir de nuevo, y ahora mi pulso acelerado era lo único que podía oír. No tenía ni idea de lo que había dicho para molestarla, pero fuera lo que fuera movería montañas para arreglarlo.
—Es solo que... —Sus ojos azules brillaban con el primer destello de esperanza que veía desde que había entrado en la habitación—. No sabía que supieras mi nombre.
Mis labios esbozaron una sonrisa que no pude resistir. A pesar de los puntos y las costras, las cicatrices y los huesos rotos, era la mujer más adorable que jamás había visto. Cada fibra de mi ser quería acercarla, abrazarla, sostenerla, pero por primera vez en mi vida tenía miedo de tocar a una mujer por temor a hacerle daño. Sostuve su cara entre mis manos y decidí quedarme allí tanto tiempo como ella me permitiera.  




Capítulo 1



Sarah
Un mes antes
Había una hermosa mariposa azul en la barandilla del porche. Quería capturarla y ponerla en un frasco de vidrio, aunque no debía hacerlo. Papá siempre me había dicho que frotar el polvo de las alas de una mariposa hacía imposible que volara. No quería lastimarla, solo mirarla un poco más. Sin embargo, tan pronto como subí al porche salió volando y ya no la vi.
Con la leve distracción desaparecida, era libre de concentrarme en otras cosas. Tenía una misión en mente ahora que Miranda estaba en casa. A través de la puerta mosquitera podía oírla trajinar en la cocina como un mapache. Tenía la cabeza metida en la nevera y esperé pacientemente a que la sacara. No tenía dudas de que alargaba el tiempo a propósito para irritarme. Cuando, finalmente, se enderezó tenía un envase de zumo de naranja en la mano del que bebió directamente. Odiaba eso. Era asqueroso e insalubre. Ahora, solo ella podía volver a beber de allí. Como siempre, a mi hermana no parecía importarle, pues eructó y volvió a beber.
Mis facciones se transformaron en una expresión de repugnancia.
—Es increíble que tengas estos modales. —Las palabras salieron de mi boca antes de que pudiera suavizarlas.
Ella se encogió de hombros y no respondió. Randi nunca quería iniciar una discusión. Odiaba pelear con mi hermana pequeña casi tanto como odiaba ser la que tenía que disciplinarla. Ella suspiró y puso los codos en la encimera que se interponía entre nosotras. Esa encimera había evitado que nos atacáramos y que nos sacáramos los ojos en más de una ocasión, y hoy parecía servir para el mismo propósito: una barrera entre las hermanas Adams.
Ella apretó los brazos sobre el pecho. No tenía ni idea de dónde había aprendido ese comportamiento tan grosero. Incluso antes de que mamá se fuera, a Randi nunca se le había permitido actuar de otra forma que no fuera una jovencita educada.
—He recibido la llamada de tu entrenador esta mañana. —Le solté con firmeza. Mantuve la mandíbula apretada y la barbilla en alto.
Miranda iba a tomárselo como un desafío, me di cuenta en cuanto se puso más recta y cuadró los hombros. Estaba a punto de desencadenarse una pelea a gritos. Murmuró algo sobre una violación de su privacidad.
—Dijo que no te presentaste al campamento ayer, lo cual es extraño, ya que saliste de casa con tu bolso. Recuerdo que me dijiste que ibas al campamento. —El calor subió de mi pecho a mis mejillas.
Estaba desesperado por mantener la compostura, pero Randi se había dado cuenta de lo irritada que estaba.
—No es para tanto, Sarah —resopló.
—Yo pienso que es un gran problema. Te comprometiste con esas chicas. —No pude evitar que mis manos se convirtieran en puños—. ¿Tienes idea de lo irresponsable que es que la capitana del equipo no se presente?
Ella frunció los labios.
—Capitana por poco tiempo. Y son animadoras, no el premio Nobel. —Randi se encogió de hombros—. Además, hay un montón de personas allí que pueden ayudar.
Odiaba lo complaciente que se mostraba, como si todo le resbalara. Era posible que quisiera que ella estuviera enojada porque yo estaba enojada. Notaba como mi enfado se extendía con la misma rapidez que un incendio forestal, sobre todo cuando se comportaba como una egoísta.
—Me voy la semana que viene. Relájate. —Empezó a alejarse.
Sin pensarlo, la alcancé y le agarré del brazo. Mi ira hervía en el centro de mi pecho. Quería tener una conversación razonable con mi hermana de dieciocho años, pero ella se negaba a actuar razonablemente. Era su modus operandi. Randi se había llevado todo lo que me había concedido papá, todo por lo que habíamos trabajado. No había hecho nada para ganar dinero en el rancho y aborrecía el trabajo manual. Mientras tanto, iba de un lado a otro mostrando su impresionante sonrisa y se salía con la suya.
Desde que mamá se había ido, Miranda Adams se había negado a seguir las reglas. Quería establecer las suyas. No iba a permitir que siguiera sucediendo. Tenía que terminar en algún momento y elegí que ese sería el día. Quería una respuesta directa. De una forma u otra, Randi tenía que admitir dónde había estado. Me negaba a dejar que se me escapara otra vez.
—¿Dónde estabas? —le exigí.
Incluso yo noté el frío que se apoderó del aire caliente de Texas. Mi voz arrojó una neblina helada sobre la conversación y me pareció que Miranda se estremecía.
Se lamió los labios tratando de ganar tiempo para formular una mentira. Pero cuanto más buscaba una salida, menos probable era que la encontrara. Aunque lo hizo.
—En el lago —dijo.
Tonterías. Tuve que aguantar la respiración y contar hasta diez para no explotar.
—¿Toda la noche?
—No. —Se estaba devanando los sesos mientras hablaba. Mi hermana era una maestra en seccionar la verdad para ir dándomela en fragmentos sin sentido—. Hubo una fiesta campestre en Twin Creeks.
—¿Estuviste con Austin?
Austin era un buen chico que venía de buena gente. Todo el pueblo sabía que los Burins eran como ángeles enviados a la tierra... Austin, Charlie... bueno, todos ellos.
—Él estaba allí junto a un montón de amigos. —Miranda hablaba con la expresión engreída y el tono desafiante, como si quisiera pelea. No se iba a rendir fácilmente.
Yo estaba tan concentrada en mantener mi respiración bajo control que estaba a punto de desmayarme. La cabeza empezaba a darme vueltas, como siempre me pasaba cuando se trataba de mi hermana.
—¿Estaba Charlie allí?
No sabía por qué había hecho esa pregunta, pues, en realidad, no me importaba. Charlie no sabía ni como me llamaba a pesar de que habíamos ido juntos a la escuela durante doce años y nuestras familias almorzaban juntas los domingos. No llamaría la atención de Charlie Burin ni aunque le diera una bofetada.
—Sí. —Se desinfló un poco, y vi algo de lástima en sus ojos.
—Sabes que él y papá están trabajando en un proyecto de irrigación, ¿verdad?
—¿Y qué? —Su carácter volvió a aparecer.
Estaba presionándola demasiado y no me gustaba la expresión de su cara.
—¿Lo mencionó? —Ella me miró con curiosidad, como preguntándose por qué sacaba esa conversación. Ni yo misma sabía a dónde quería llegar.
—No hablé con él —dijo.
Noté que estaba perdiendo fuelle. Esta conversación no iba a ninguna parte. No tenía sentido. Era como si me fastidiara no haber ido también, pero si no había ningún tema importante del que hablar era normal que no me hubieran invitado. Puede que nunca fuera popular ni que formara parte del mundo social de Mason Belle, pero no era tan aburrida ni tan ingenua como Randi pensaba. Mi mundo no se reducía a la agricultura.  
Miranda nunca entendería lo drásticamente que cambió mi vida el día en que nuestra madre se fue. La oportunidad de tener una infancia normal se desvaneció como la madre que nos abandonó. Hice lo que pude, pero no quería convertirme en la madre suplente de Randi. Lo único que quería de ella era que actuara con modales.
Sin embargo, parecía que prefería morir antes que hacer algo para contribuir a la familia de forma positiva. Su asociación con los Burins era una bendición en muchos sentidos, y siempre recé para que Austin fuera una buena influencia en las costumbres salvajes de Randi. Desafortunadamente, parecía inclinarse en la otra dirección. En lugar de que sus buenas cualidades se le contagiaran, ella hacía lo posible por contaminarle a él con los peores rasgos de su personalidad.
Yo no podía abandonar a Randi y por eso pasaba por alto muchas cosas. Por ahora. Los chismes de un pueblo pequeño pueden arruinar a una chica como Randi y matar cualquier esperanza de estar con un chico como Austin.
—Tu reputación ya es cuestionable —le dije—. Tu irresponsabilidad consolida lo que la gente del pueblo piensa de ti. —No quería hacerle daño, pero odiaba la forma en que me miraba, como si yo fuera patética.
—A nadie en Mason Belle le importa lo que hago. —Cruzó los brazos sobre el pecho—. Además, tú no eres mi madre.
Sus palabras me escocieron. El desprecio dolía. Dolía desde que mamá se había ido. Ya eran ocho años de tortura, no solo para mí, sino también para Randi.
Esto había ido más allá de la regañina que pretendía que fuera y se había convertido en una lucha a muerte. No podía controlarme, las palabras salían de mi boca sin poder detenerlas.
—Soy lo más cercano que tienes y me avergüenzo de la persona en la que te estás convirtiendo.
Su mandíbula se movió y luego se pasó la lengua por los dientes. Me pregunté si mi hermana iba a escupirme o a golpearme. No hizo ninguna de las dos cosas.
—¿Ya hemos terminado? —preguntó con más autocontrol del esperado.
—No del todo.
Las aletas de su nariz se ensancharon. Parecía un caballo listo para patear el suelo. Quería que entendiera lo que había hecho mal y reconociera sus actos, pero era demasiado terca para darme esa satisfacción.
—Estás castigada. Puedes ir al campamento de animadoras. Eso es todo. Hay mucho que hacer por aquí.
Su boca se abrió y sentí una insatisfactoria oleada de victoria. Debería haber experimentado más alegría por haber ganado la batalla.
—¿Por cuánto tiempo?
Me encogí de hombros mientras juntaba las manos. Randi pensaba que disfrutaba disciplinándola, pero la verdad era que tenía que unir los dedos para que no los viera temblar.
—Dos semanas.
—Ni hablar —murmuró, y se dispuso a largarse.
Grité justo cuando llegó al final de los escalones.
—No me pongas a prueba, Miranda. Ya he hablado con papá.
Me sentí un poco ridícula nombrando a mi padre, pues ambas éramos mujeres adultas, aunque una era un poco más madura que la otra. Sin embargo, Miranda me había obligado a hacerlo. Puede que a mí no me hiciera caso, pero a papá lo respetaba.  
—De acuerdo. —Hundió los hombros y subió los escalones como un niño pequeño con un berrinche, solo que tenía dieciocho años.
Segundos después, Randi cerró de un portazo la puerta de su habitación para asegurarse de que todos en el rancho supieran lo infeliz que era. Y aunque no me gustó escucharla llorar y tirar cosas durante las dos horas siguientes, al menos sabía que había hecho lo correcto. Fue una sensación agridulce.
Me dirigí al segundo piso y entré mi habitación. Necesitaba refrescarme antes de volver al trabajo. Hacía calor y había una humedad increíble. Había echado las cortinas, pero no ayudaba a mantener el calor a raya. Sin embargo, las sábanas estaban frescas. Mi cama estaba en un rincón y nunca le daba el sol. Suspiré y me hundí en el borde del colchón, y me masajeé las sienes. Había cosas que hacer en el rancho, pero el calor era tan opresivo que lo único que me apetecía era acostarme. No habíamos tenido una ola de calor como esta en años. El aire acondicionado no podía mantener el ritmo de nuestra vieja granja.
La ropa se me pegó a la piel pegajosa cuando me tumbé en la cama, y mis ojos se quedaron anclados en la rotación del ventilador del techo. El giro hipnótico unido al calor hizo que mis párpados se cerraran y dejé que el sueño me arrastrara.
Lo que pretendía que fueran unos minutos se convirtieron en un par de horas. Me desperté con un sobresalto y miré el reloj de mi mesita de noche. Entonces me di cuenta de lo que me había hecho tomar conciencia tan rápidamente. Me puse en pie y abrí la puerta de mi habitación justo cuando Miranda cerraba la suya de golpe.
—¡Miranda! —Randi no se detuvo.
Sus chanclas golpearon las maderas duras con cada paso que daba, y cuando giró en el siguiente tramo de la escalera su pelo oscuro ondeó de tan rápido como las bajaba. El calor me abanicó la cara, pero no sabía si era por mi creciente ira o por las mortales temperaturas del sur de Texas. Mi hermana dio los pasos de dos en dos, y si no conseguía atraparla antes de que saliera por la puerta principal, ya no lo haría. Odiaba este juego del gato y el ratón al que jugábamos las dos. Detestaba actuar como su madre. A mis veinticuatro años debía empezar mi propia vida, no recoger los pedazos de la que mamá había dejado atrás. 
—Vuelve aquí, jovencita. —Sonaba igual que nuestra madre y eso me hizo sentir mal. Pero no pude evitarlo.
Debería ser papá quien estuviera persiguiendo a su hija para darle disciplina. Sin embargo, aunque Randi no lo admitiera me necesitaba en este papel. El problema era que ella también necesitaba que fuera su hermana, pero yo no podía asumir ambos papeles. No era posible. Las madres disciplinaban; las hermanas conspiraban.
Si yo me comportara como su hermana la animaría a salir y a desafiar las reglas. A estar con su novio. La ayudaría a salir a escondidas y la llevaría a lugares que no le estaban permitidos por su edad. Compartiríamos secretos. Pero esa relación de hermanas nos la robaron el día que mamá nos dejó solas con un hombre que no estaba diseñado para ser un padre soltero de dos niñas. 
Randi agarró la manivela de la puerta y abrió justo cuando la camioneta de Austin entraba en el camino circular frente a nuestra casa. Sus amigos gritaron palabras de aliento y alguien abrió la puerta del pasajero. Randi saltó desde el escalón superior del porche hasta el camino de grava, dio dos pasos y estiró el brazo para coger la mano de su mejor amiga. El camión no disminuyó la velocidad, y Randi creyó que había ganado al asomar la cabeza por la ventanilla después de cerrar la puerta. Una sonrisa malvada le separó los labios y su pelo se agitó alrededor de sus mejillas.
Grité su nombre por última vez, pero no tenía sentido. Desde el porche vi a mi hermana desafiarme con alegría. Mi pecho se agitaba por la carrera, y estaba tan enfadada que podría escupir clavos. Y en ese momento, con sus amigos lanzando insultos infantiles y mi hermana orgullosa de lo que había hecho, me quebré.
Miranda Adams había ido demasiado lejos esta vez. No solo me había desobedecido, sino que había desafiado a papá. Estaba cansada de sus travesuras inmaduras. Tenía los puños tan apretados que mis uñas atravesaron la piel de la palma, pero no me di cuenta hasta que agarré las llaves. Me limpié la sangre en los vaqueros y me dirigí a mi coche. Solo había un lugar al que iban Randi y sus amigos, y si tenía que seguirla hasta allí y montar una escena, lo haría. Ella se mortificaría, pero se lo merecía.
El volante estaba hirviendo y mi ira burbujeaba. Bajé las ventanillas hasta que el aire acondicionado funcionó y me metí en el largo camino de grava. El crujido de las piedrecillas bajo los neumáticos solía calmarme, pero en este momento me sentaba como tener arena en los ojos. Además, me impedían avanzar a la velocidad que yo quería.
El largo camino rural hacia el lago se extendía frente a mis ojos y el calor creaba un espejismo en el asfalto. Bajé la visera para evitar que la luz golpeara directamente mis pupilas; los brillantes rayos dorados me impedían la visión.
Y entonces mi mundo se hizo añicos.
No estaba segura de que fue lo que pasó primero. Tal vez, todo ocurrió a la vez. Fragmentos de vidrio llovieron sobre mis brazos, piernas y regazo, y se clavaron en mis mejillas incrustándose bajo la piel. Escuché el ruido de los múltiples airbags desplegándose y mi cinturón de seguridad dio un tirón, dejándome atrapada contra el asiento.
Me dolía todo, desde la cabeza hasta los dedos de los pies. El dolor era tan fuerte que no podía identificar dónde empezaba uno y dónde el otro. Cualquier movimiento me causaba un dolor insoportable, mientras el olor a gasolina me quemaba las fosas nasales. Tenía que liberarme, pero a pesar de mis esfuerzos no había ni un solo músculo que pudiera mover con éxito. Estaba inmovilizada o paralizada; no podía precisarlo.
La oscuridad invadió los bordes de mi visión y el pánico se apoderó de mí. Tenía que salir, pero no podía formular un pensamiento completo y mucho menos escapar. No sabía contra qué me había golpeado, ni siquiera podía precisar en qué posición estaba el coche, aunque por la forma en que mi cabeza colgaba y el peso presionaba mis hombros, tenía que estar boca abajo. Una bocina sonó sin parar y olí el humo. No podía precisar de dónde provenía, pues no podía ver más allá del metal arrugado. Luché como una loca para abrir los párpados, pero la oscuridad entró en mí como un ladrón en la noche, borrándome la visión hasta que todo lo que pude ver fueron esferas plateadas que brillaban como burbujas. Justo cuando mis ojos se cerraron, un grito penetrante flotó a mi alrededor. Podría haber sido un grito de ayuda o alguien retorciéndose de dolor. Quería gritar para que alguien me salvara de esta agonía, pero mi lengua se volvió gruesa.
Y entonces todo se volvió negro.  


Capítulo 2



Charlie
El hospital era el último lugar en el que quería estar, pero tenía preguntas que hacerle a Jack sobre mi trabajo en su rancho. Alguien tenía que mantener su ganado y su tierra regada, o tendría problemas mucho más serios que el estado de Sarah. Mi madre me había enviado con un plato de comida porque sabía que Jack no habría comido. Eso es lo que hacían las mujeres de este pueblo. Alimentaban a la gente. Una mujer tuvo un bebé y le llevaron comida. Una pareja se casó y el pueblo se encargó del catering de la recepción. También se ocupaban de la comida de los funerales, una tradición sureña que había pasado de generación en generación, aunque yo no la entendía.  
No tenía ni idea de dónde podría estar. Me imaginé que lo encontraría en la sala de espera más cercana a Sarah, pero terminé perdiéndome. Empecé a buscarlo en la sala de emergencias, ya que ahí era donde Randi y Austin habían visto a Jack por última vez. Según lo que mi hermano pequeño le había dicho a mi madre, el encuentro no había sido bonito.
El olor antiséptico me chamuscó las fosas nasales en cuanto pasé por las puertas de vidrio corredizas y entré a la sala de emergencias. Odiaba ese lugar. El tiempo parecía detenerse dentro de esas paredes. La gente podía esperar durante horas con un hueso roto mientras que otros eran llevados a toda prisa en camillas. Las enfermeras y los médicos corrían de un lugar a otro, pero la mujer que estaba detrás del mostrador de enfermería apenas pestañeaba. Para cuando un miembro del personal, finalmente, reconocía a un paciente, era solo para llevarlo a otra habitación en la que seguir esperando.
Miré alrededor de la sala de emergencias y no vi a Jack ni a nadie que conociera, así que me acerqué al mostrador para preguntarle a la enfermera dónde podía encontrarlos. Me indicó el ascensor y el séptimo piso, donde Sarah estaba en cirugía.
Aunque Jack no hubiera sido la única persona en la sala de espera de la séptima planta, habría resaltado entre los demás. El hombre parecía haber envejecido una década de la noche a la mañana. Sus ojos estaban cansados y tenía grandes ojeras. Nunca me había llamado la atención el aspecto curtido de su piel, pero ese día, cada arruga y cada cicatriz se marcaban de forma prominente.  
—Hola, Jack. —Me senté a su lado con el plato de comida cubierto de papel de aluminio.
Se volvió hacia mí, me dio una palmadita en la rodilla y esbozó la sonrisa más débil que jamás había visto. El miedo se había apoderado de él.
—Hola, hijo.
No era inusual que Jack usara términos afectuosos conmigo. Crecí con él compartiendo en ocasiones mi mesa, el banco de al lado de la iglesia, y había trabajado con él la mayor parte de mi vida adulta. Pero, de alguna manera, parecía un extraño ahora que la vida de su hija pendía de un hilo.
—¿Cómo está Sarah? —No había una manera fácil de preguntar, e ignorar las circunstancias sería una grosería.
Se pasó una mano frágil por su cabello gris.
—Está en cirugía. No se ha despertado desde el accidente. —Jack trató de parecer optimista, pero sus ojos lo delataron.
Le entregué el plato y me encogí de hombros.
—Mamá pensó que podrías tener hambre.
—Ella tiene buenas intenciones, Charlie. Es lo que hacen las mujeres. —Se llevó el plato a la nariz—. ¿Pollo frito? —preguntó, con la comisura de la boca inclinada hacia arriba.
Me reí entre dientes. Mamá era famosa por su pollo.
—Sí. Lo hizo solo para ti. Había un pastel de melocotón en el horno cuando me fui hace un rato. —Sacudí la cabeza—. Deja que te alimenten las mujeres de este pueblo y estarás más gordo que un cerdo.
Jack se puso de pie abruptamente. Observé cómo caminaba hacia la otra punta de la sala y luego volvía. Tenía preguntas para las que necesitaba respuestas, pero no podía ir al grano. En su lugar, me mantuve en un silencio incómodo. Jack regresó a su asiento y su rodilla se puso a rebotar. Apoyó el codo en el otro muslo y se cubrió la boca. Solo podía imaginar los pensamientos que cruzaban por su mente y la emoción que apretaba su corazón. Había perdido a su esposa hacía ocho o nueve años. Perder a su hija lo destruiría.
Quería preguntarle si había algo que pudiera hacer —sabía que no lo había—, pero no parecía querer hablar. Respeté eso y esperé a su lado. Tenía cosas que hacer, pero todo había palidecido en comparación con la vida de la hija de Jack. No tenía muchos detalles, pero podía imaginar en qué estado se encontraba después de que su Sedán fuera atropellado por un tractor-remolque.
Finalmente, rompí el silencio.
—¿Puedo traerte un poco de agua? ¿Café? —La perezosa música pop que se escuchaba en la sala de espera solo aumentaba el hedor de la muerte, y yo necesitaba moverme.
Jack asintió con la cara todavía entre sus manos. El sudor le perlaba la frente y se deslizaba por su escarpada mejilla. Quería ofrecerle más que una botella de agua de una máquina expendedora, pero no sabía de qué manera consolarlo. Deseé que mis padres hubieran venido en mi lugar para tomarle la mano y hacer menos insoportable la espera, ya que si el viejo se ponía a llorar yo no sabría qué hacer. Lo dejé a solas y salí al pasillo.
Al pasar junto a un grupo de enfermeras opté por volver a la última máquina expendedora que había visto en lugar de buscar una aquí arriba. Así me daría tiempo para recuperar la compostura. Di unas cuantas vueltas y bajé hasta la sala de las máquinas expendedoras. Justo antes de entrar, Miranda Adams me llamó la atención. Era una chica bajita y delgada de músculos tonificados y bronceados, pero lo que le faltaba en tamaño lo compensaba en personalidad. Todo el mundo la quería, especialmente, mi familia. Sin embargo, ahora mismo, no solo parecía pequeña, sino que también parecía perdida. Sus ojos se movían por la sala como si estuviera buscando a alguien, y al no encontrarlo se acercó al mostrador de la entrada.
Jack siempre había hablado muy bien de ella. Estaban muy unidos, aunque ella siempre ponía a prueba su paciencia. Era la hija de papá. Sarah siempre se quedaba al margen, sin comprometerse, mientras que Randi era la que cogía el toro por los cuernos. Sin embargo, en las últimas veinticuatro horas esa conexión se había roto, ya que Randi y Austin estaban relacionados indirectamente con la forma en que se había producido el accidente.
Por primera vez en todos los años que conocía a Randi —toda su vida—, su chispa había desaparecido. Su llama se había apagado. No solo parecía preocupada, también enferma.
No pude oír lo que le dijo a la mujer del mostrador, ya que no se molestó en mirar hacia arriba ni una sola vez mientras Randi hablaba. La novia de mi hermano temblaba, hasta que se enderezó bruscamente con la frustración deformando su cara. Entonces perdió la compostura.
—¿Puede ponerme al día sobre mi hermana? ¡Por favor!
Dios, sentí pena por ella.
Intenté localizar a Austin, incapaz de creer que había perdido de vista a Randi, pero no lo vi. Incluso sin saber con detalle lo que había pasado exactamente, sentí pena por Randi. Sus acciones no habían traído intencionadamente a Sarah al hospital; por desgracia, los adolescentes imprudentes causan dolorosas repercusiones. Mis condolencias no servían de mucho, y tampoco tenía ningún consuelo que ofrecer porque no sabía más que ella, excepto en qué piso se encontraban su hermana y su padre. 
Lo único que sabíamos con certeza era que Sarah estaba grave y no se sabía si se recuperaría. Esperaba que Randi no tuviera que soportar esa carga. Nunca sería la misma y Jack nunca la perdonaría. El día de antes Jack casi culpó a Randi, y Austin tuvo que interponerse entre los dos para evitar que el viejo le hiciera daño a su novia. Era mejor que me mantuviera al margen de ese drama.
Le di la espalda a Miranda en favor de las máquinas expendedoras. Introduje unos cuantos dólares y esperé a que salieran las latas. Me tragué la mitad de una como si pudiera darme algo de claridad o ligereza, pero no hizo ninguna de las dos cosas. Los lados de la botella crujieron mientras bebía, y me pregunté si Sarah se había dado cuenta de algo mientras se producía el accidente.
Cuando salí de la sala Miranda cruzaba la puerta. Su frustración hablaba por ella y las lágrimas le caían por las mejillas. No pensaba decirle a Jack que la había visto, pero sentí una punzada de arrepentimiento por no haber dado un paso adelante para ofrecerle apoyo. Bueno, ella tenía a Austin, y mamá me había enviado aquí por Jack.
Me di cuenta de que en todos los años que conocía a Randi Adams nunca la había visto llorar.

Pasé por el hospital otra vez para que Jack firmara un acuerdo de financiación para el equipo que necesitaba para el proyecto de irrigación de sus campos. Él apenas había estado en Cross Acres desde el accidente, y el hospital parecía ser el único lugar donde podía localizarlo con éxito.
Lo encontré en el mismo lugar que las otras veces que había venido por un tema u otro. Sentía que pasaba más tiempo en el camino de ida y vuelta al Anston Medical que trabajando para Jack, pero ahora mismo no había otra opción. O venía aquí o la irrigación se detenía. Y no era solo Jack el que se vería afectado. Todo su personal lo estaría a consecuencia de la sequía que estábamos sufriendo.
Apenas había comenzado a explicarle el papeleo a Jack cuando una enfermera apareció a través de las puertas batientes.
—¿Sr. Adams? —No había nadie más en la sala de espera, así que no sé por qué hablaba al aire. Ni una sola vez miró en nuestra dirección.
La cabeza de Jack giró rápidamente. Tenía la cara demacrada.  
—¿Sí?
—Sarah se está despertando por si quiere volver a verla. —La enfermera retrocedió y pegó la espalda contra la puerta, manteniéndola abierta para Jack.
Jack se puso en pie de un salto, pero antes de marcharse me dijo:
—Charlie…
—Ve. Podemos hacer esto más tarde. —Me retrasaría un día, pero era mucho más importante que su hija saliera del coma.
Sacudió la cabeza.
—Iba a preguntarte si quieres venir. —Su energía era contagiosa y pude ver el brillo de la emoción en sus ojos.
No sabía por qué me quería con él. Tal vez solo necesitaba apoyo moral. Que yo supiera, no había visto a Sarah desde el accidente, y si la había visto, había sido breve, en el mejor de los casos. Los doctores la habían mantenido en un coma inducido para darle a su cuerpo la mejor oportunidad de sobrevivir, y dos veces tuvieron que revivirla tras entrar en parada cardiorrespiratoria. Después de cinco días, Jack había empezado a murmurar sobre el daño cerebral y los posibles efectos de haber estado prácticamente muerta durante minutos. Le preocupaba que no pudiera hacer nada por sí misma, que sus músculos se olvidaran de cómo trabajar. Y mientras se enfrentaba a todos esos miedos, había desatendido a Randi.
No quería mi consejo o mi opinión, así que no se la ofrecí. Pero Jack estaba cometiendo un error con Randi. Ella no tenía la culpa del accidente de Sarah... había sido eso, un accidente. Pero la culpó y me preguntaba si alguna vez la perdonaría. Hice lo que mejor sabía hacer: mantener la boca cerrada y seguirlo. No obstante, debí pensármelo dos veces antes de hacerlo. Me había enfrentado a situaciones bastante horribles en ranchos con ganado que se había convertido en presa, animales enfermos, trampas y todo lo demás, pero no era lo mismo un animal que había sido mutilado que un humano.
Sarah estaba conectada a todas las máquinas imaginables. Cables, cuerdas, intravenosas… Había tanta basura colgando de su cuerpo que era difícil encontrarla. Entonces me di cuenta de que no podía encontrarla porque no la reconocía. Mi estómago se retorció y amenazó con rebelarse ante la carnicería que presenciaba. No había ni una pulgada de piel visible que no estuviera estropeada por los moretones, la hinchazón, los cortes, los puntos de sutura y otras lesiones que no podía definir. Parecía estar muerta. Lo único que la mantenía con vida era el constante zumbido de las máquinas que la obligaban a respirar. No tenía ni idea de lo que tenía metido en la boca, pero parecía un dispositivo de tortura.
—Está empezando a salir del sedante —advirtió la enfermera mientras pasaba una sábana por la fina bata que cubría el cuerpo inerte de Sarah—. Puede que no diga mucho. —La enfermera me dio una palmadita en el hombro al pasar por mi lado—. Puede oíros. No tengáis miedo de hablar.
Jack se acercó a su hija con precaución mientras yo me quedaba a los pies de la cama. Sacó una silla del rincón junto al colchón y se sentó. Dudó, claramente inseguro de dónde podía tocarla sin causarle dolor. Al final, se decidió por los dedos meñique y anular que estaban vendados. Jack sostuvo sus dedos con ternura y acarició los nudillos con pequeños círculos, logrando ignorar los cables que salían en espiral del dorso de su mano y el monitor de oxígeno de su dedo índice.
—Sarah, cariño. —Su voz se quebró al intentar contener la emoción. Apenas fue un susurro—. Soy papá. ¿Puedes oírme?
Las máquinas sonaban a un ritmo que me perseguiría el resto de mi vida. No era la cadencia de un fuerte latido; era un sonido que parecía marcar su camino hacia la muerte. Lo odiaba y quería salir de allí. Sin embargo, ahí estaba con una pila de papeles enrollados en la mano, mirando a una chica que apenas conocía. Siempre había sido muy reservada y cerrada. No importaba que fuera guapa porque era una snob en el instituto. Me avergoncé de ese pensamiento.
Sarah movió un poco la cabeza y sus ojos se abrieron de golpe. Lo miró con sus grandes ojos azules, del mismo color que el cielo de una tarde de verano. Jack luchó contra el embate de las emociones, pero le importaba un bledo quién lo viera. Después de cinco días sin saber si viviría, le tomó la mano y la miró como si fuera un bebé. Todo el dolor, la espera y el sufrimiento llegaron a un punto crítico en ese momento, y me sentí fuera de lugar al presenciar esa escena tan personal entre un padre y su hija.
Sus labios estaban agrietados, e intentó hablar por el tubo que tenía en la boca. Cuando se dio cuenta de que no era posible sus ojos se llenaron de lágrimas. Y luego los cerró mientras la máquina inhalaba por ella. Sarah estaba confundida, desorientada, y cuando sus párpados se separaron de nuevo no parecía reconocer a su padre. Mientras sus ojos buscaban frenéticamente en la habitación, me di cuenta de que no era que no nos reconociera, sino que no tenía ni idea de lo que estaba pasando.
Llamé la atención de Jack dando un golpecito a su silla con el pie. No quería asustarlo, pero fue lo que conseguí.
—No creo que sepa lo que pasó —susurré.
Lo último que probablemente recordaba era un tractor-remolque chocando contra un costado de su coche. Tal vez, ni siquiera recordaba eso. Y ahora estaba tumbada en la cama de una habitación de hospital poco iluminada y sin poder hablar. Seguramente, con una tonelada de dolor. No dije nada, sin embargo. Ni siquiera me moví del lado de la cama. Sarah y yo no estábamos unidos, a pesar de que habíamos ido juntos a la escuela desde el jardín de infancia y su familia cenaba en casa de mis padres muy a menudo. No nos movíamos en los mismos círculos sociales. De hecho, que yo estuviera aquí solo aumentó su confusión y, de nuevo, quise salir de esta habitación.
—Me alegro tanto de verte, cariño. —Jack se inclinó y le besó la frente.
Un suave gemido se escapó de su pecho, pero no podía decir si era la felicidad o el dolor lo que lo causó. Las enfermeras ya estaban empezando a acercarse para que las acompañáramos a la salida. Todos los clichés que había escuchado en las películas comenzaron a salir de sus bocas. «Ha sido un gran día». «Está confundida». «Pueden venir a verla de nuevo por la mañana»... Dejé de escucharlas porque sus palabras no iban dirigidas a mí. 
Los ojos de Sarah seguían mis movimientos por la habitación, incluso cuando sus párpados caían. La saludé con un gesto incómodo y ella miró hacia otro lado. Ese gesto, mi pobre intento de ser amable, parecía haberle causado más dolor que los pinchazos de las enfermeras. Intenté no analizarlo demasiado. Mi presencia no había sido intencionada, y le daría su espacio una vez que consiguiera que Jack firmara los papeles que aún tenía en mis manos.


Antes de ir a Laredo decidí pasar por Cross Acres para localizar a Jack. Era posible que uno de sus rancheros supiera dónde se encontraba si no estaba en el rancho. Pasé por su entrada de grava y crucé las puertas de hierro forjado que siempre estaban llenas de enredaderas y flores de colores. Una vez pregunté quién las mantenía y Jack me dijo que era cosa de Sarah. Me pregunté si Randi se ocuparía de ellas en ausencia de su hermana.
Respiré aliviado cuando encontré la F-350 de Jack aparcada en el círculo frente a la granja. Al menos, eso significaba que no tenía que hacer el viaje de cuarenta y cinco minutos a Laredo o recorrer toda la ciudad para encontrarlo. En lugar de aparcar en el camino detrás de su furgoneta estacioné delante del granero, junto al que parecía ser el camión de Austin. Salí del coche preguntándome qué hacía mi hermano aquí a las siete de la mañana. Sabía que había pasado mucho tiempo con Randi, pero era demasiado temprano.
Entonces Austin salió del granero con las riendas en la mano y el caballo de Randi detrás de él. El ceño fruncido que le desfiguraba la frente no me animaba. Por desgracia, se detuvo y esperó a que yo llegara a su lado.
—Eh, tío. ¿Qué estás haciendo? ¿Dónde está Randi? —Señalé con la cabeza hacia el caballo.
Sus labios se fruncieron, una expresión que solo veía cuando el nombre de su novia entraba en juego. Esa chica era la luz de la vida de mi hermano pequeño. En una especie de romance de película, él la reclamó cuando tenían diez años y se juraron amor eterno.
—La pregunta del millón de dólares. —Se alejó un paso como queriendo terminar la conversación.
Agarré su brazo.
—¿Qué pasa, hombre? ¿Estáis bien? —Nunca se peleaban.
Austin ladeó la cabeza y miró a su alrededor.
—Ella se ha marchado, Charlie. Se ha marchado. —Lanzó las manos al aire e hizo un aspaviento—. Como un maldito mago. —Austin parecía dar por hecho que yo sabía a qué se refería, pero estaba perdido.
—¿De qué estás hablando?
Apretó los puños y los dientes antes de responder.
—¡Randi!
—¿Adams?
—Jesús, Charlie, ¿me estás escuchando? ¡Sí! Miranda Adams.
—Nunca dejaría Mason Belle y mucho menos sin ti. ¿Estás seguro de que no está por ahí con Chasity?
Sus fosas nasales se abrieron y sus ojos se estrecharon.
—Ella se ha ido, Charlie.
La puerta mosquitera de la cocina golpeó y me giré para ver quién era. Jack se abrió camino hacia nosotros mientras me enfrentaba a mi hermano otra vez.
—¿Quién lo dice? Y si se ha ido, ¿qué demonios haces aquí a las siete de la mañana?
Austin se encogió de hombros, parte de su ira se disipó y pateó la grava bajo sus pies.
—Jack necesitaba ayuda. Se lo dijo a mamá y papá anoche. Randi se acaba de ir y no sabe adónde.
—Eso no tiene ningún sentido —dije.
Randi había crecido en este pueblo, y era demasiado joven. La gente nunca se iba de Mason Belle, especialmente, los que tenían familias aquí desde hacía generaciones, como era el caso de la suya. También eran dueños de la mayor parte del condado, tenían el mayor rancho de ganado en kilómetros, y todo lo que ella amaba estaba dentro de los límites de nuestro pueblo, incluyendo a mi hermano.
Le di una palmada en el hombro cuando Jack se unió a nosotros.
—Estoy seguro de que está nerviosa por todo lo que está pasando con Sarah. No te desanimes, Austin. Ella volverá. Ella te ama.
Nunca había visto a mi hermano tan perdido y hundido. Asintió con la cabeza, se volvió hacia el caballo de Randi y montó el hermoso animal. Sacudí la cabeza y le presté atención a Jack.
—Randi lo castrará cuando lo vea en este caballo. —Me reí, pero Jack no se unió a la risa.
La mirada de Jack siguió a Austin mientras cabalgaba por los pastos.
—Es un buen chico.
Tenía razón, mi hermano era un buen chico. Antes de que pudiera preguntarle sobre Randi, Jack hizo un gesto hacia la casa.
—Voy a firmar ese papeleo para ti. También tengo un cheque dentro. —Él abrió el camino y yo no cambié de tema.
El tema burocrático había empezado a minar mi paciencia, pero había hecho todo lo posible por entender sus circunstancias cada vez que mi temperamento se agitaba.
Entramos a la casa y la puerta se agitó detrás de nosotros. Pensé que ese ruido era común a todas las casas de la zona. Era tan familiar como el pollo frito o el pastel de manzana de mi madre.
—Toma asiento, hijo. Te ofrecería un café, pero Sarah es la que se ocupa de eso. No me gusta la cocina. Podrías enfermar si comieras algo hecho por mí. —Se rio, pero la sonrisa no le llegó a los ojos.
Me senté a la mesa del desayuno y esperé a que se uniera a mí.
—¿Cómo está ella?
—¿Sarah?
Asentí.
Jack se quitó su sombrero de vaquero y lo dejó en la mesa, a su lado. Su mano curtida echó su pelo hacia atrás, y dejó escapar un lento suspiro.
—No está bien, Charlie.
—Acaba de salir del coma. Dale algo de tiempo, Jack. Fue un accidente bastante grave.
—Los médicos no saben si volverá a caminar. No he tenido las agallas de decírselo.
—¿Qué quieres decir? ¿No es ese el trabajo del médico? —Me incliné hacia atrás en la silla y crucé los brazos—. Además, ¿no es un poco pronto para empezar a hacer ese tipo de conjeturas? Sí, tiene algunos huesos rotos, puntos de sutura y un montón de moretones, pero se recuperará.
Su nuez de Adán se movió pesadamente cuando tragó. Cuando sus ojos me miraron me di cuenta de que había tenido que tragar un gran bulto para poder hablar.
—Es la lesión de la médula espinal lo que les preocupa. No quiere decir que lo demás no sea preocupante, pero su espalda... está mal.
—¿Puedes conseguir un especialista en...?
Por supuesto que podía, la familia estaba forrada. Eran dueños de su tierra, la casa y el ganado. Era el único hombre del pueblo que no tenía un préstamo de ningún tipo con el banco. El papeleo que tenía que firmar para el equipo de irrigación no era porque no pudiera pagar su parte, sino porque los otros tres rancheros de su alrededor necesitaban que firmara para ayudarlos a regar sus tierras.
—Está en marcha. Tan pronto como esté lo suficientemente estable la trasladaremos a un centro de tratamiento donde podrá recibir terapia física y rehabilitación a tiempo completo, las veinticuatro horas del día. Es la única oportunidad que tendrá de hacer vida normal. —Dejó caer la cabeza y me pregunté si iba a perder el control—. También he contactado con varios cirujanos plásticos. —Había vergüenza en sus ojos cuando levantó la cabeza—. Una chica que no puede caminar en una comunidad ganadera necesita cerebro y belleza para conseguir un marido. Tengo que darle la mejor oportunidad que pueda.
—¿Eh?
El anciano claramente se había vuelto loco. Tal vez solo estaba cansado, pero eso era una locura. No podía decirle a su hija de veinticuatro años que necesitaba cirugía plástica para encontrar marido en el caso de que sus piernas no volvieran a funcionar.
—Ella no habría estado en ese coche si no hubiera discutido con Randi. Debería haber sido yo el que persiguiera a mi hija. No Sarah. Randi salió impune y Sarah está en la cama de un hospital, y Dios... —Sollozó y se cubrió la boca con la mano. Me encontré en la situación más incómoda en la que jamás había estado.
No sabía si debía abrazarlo, esperar a que dejara de llorar o qué. No sabía manejar este tipo de cosas, para eso estaban las mujeres, pero las únicas mujeres en la vida de Jack eran sus hijas. Ahora mismo, ninguna estaba disponible.
—Fue un accidente, Jack. Nadie tiene la culpa. Ni tú, ni Sarah, ni Randi.
—Desearía creer eso.


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