Prólogo
Charlie
Los hospitales hacen todo lo posible por ser
lugares agradables. Mantienen los vestíbulos limpios, colocan muebles de cuero
alrededor de falsas chimeneas y añaden pequeños jardines a sus pasillos, pero el
esfuerzo es para los visitantes. Las cafeterías a la entrada, las pequeñas
tiendas de regalos con osos de peluche y grandes corazones rojos, y las fuentes
del deseo llenas de centavos no sirven para que los pacientes se recuperen
antes. Como todo el mundo, me detuve a comer algo antes de enfrentarme a lo que
había arriba.
La gente se aferra a cualquier cosa que le permita
olvidar el dolor y la miseria de los demás. Nadie quiere pensar en lo que pasa
a unos pocos pisos por encima de sus cabezas. Los pacientes son los que tienen
que vivir con las luces fluorescentes brillantes, el olor a desinfectante y
esterilizantes, y el zumbido constante de los aparatos electrónicos. Por eso, a
nadie le gustan los hospitales. Cuando un paciente está ingresado se queda
mirando una pared blanca con el estómago hecho un nudo, pensando en lo que
vendrá después. Mientras tanto, sus familiares y amigos están en el vestíbulo
bebiendo café con leche y deseándoles lo mejor.
No estaba cien por cien seguro de si Jack estaría
en el hospital o no. No era un hombre predecible y menos en estos días. Tenía
una buena razón, así que nadie lo culpaba. Era imposible atraparlo en casa, así
que era más fácil encontrarlo en el hospital.
Acabé de comer y recorrí los pasillos del hospital
arrugando la bolsa amarilla de las patatas fritas. La metí en un cubo de
basura. Odiaba estar tan familiarizado con este lugar, pero así era en las
últimas semanas. Odiaba caminar por los largos pasillos blancos. Cada ruido que
hacía parecía amplificarse en los corredores vacíos. De vez en cuando pasaba
por delante de un médico o un paciente, pero casi todo el tiempo era un largo y
vacío corredor de puertas grises.
Caminé hacia la habitación de Sarah. No la conocía
realmente, a pesar de que habíamos crecido en el mismo pequeño pueblo y
habíamos ido juntos a la escuela. Sin embargo, no nos habíamos relacionado con
las mismas amistades. Yo estaba más cerca de su hermana menor que de ella.
Venir aquí a hablar de negocios parecía una invasión, pero su padre necesitaba
mi ayuda con su rancho de ganado mientras ella estuviera aquí, y yo necesitaba
su opinión.
No había ningún Jack Adams en la habitación. Solo
estaba Sarah. Apostaría lo que fuera a que su padre había estado allí. No podía
imaginar lo que sería dejar a mi hija sola después de todo lo que había pasado.
Seguro que lo mataba tener que marcharse cada vez que venía.
Sarah estaba sentada con una pierna apoyada en el
borde del colchón y la otra colgando. Eso era una buena señal. Verla desconectada
de todas las máquinas era positivo. Se agachó y metió sus pequeñas manos bajo
su muslo, moviendo su pierna para apoyarla junto a la otra. Admiraba su fuerza
de voluntad y su determinación para superar esto. Quería ayudar, pero no estaba
seguro de cómo. Me quedé congelado en la puerta. Ella no me había visto y me
pregunté cuánto tiempo podría esperar antes de que se volviera demasiado
incómodo hacerle notar mi presencia.
Ella se frotó la nariz. Aunque no podía verla con
claridad se notaba que las lágrimas mojaban sus mejillas, aunque no estaba
sollozando. Hacía todo lo posible por mantener sus emociones bajo control,
incluso creyendo que estaba sola. Sus hombros se elevaban con cada respiración
profunda en un esfuerzo por calmarse, pero cada inhalación la hacía temblar.
Quería decir algo, pero no estaba seguro de por
dónde empezar. Por un lado, me sentía avergonzado, ya que no debería ser
testigo de este momento extremadamente privado. Por otro lado, quería
consolarla para aliviar un poco su dolor. Debía de haber algo que pudiera hacer
por ella en lugar de acecharla desde el pasillo. Cuando, finalmente, me hice
notar dando unos golpecitos en el marco de la puerta, Sarah levantó la cabeza. Inmediatamente,
se arrastró la manga de su pijama por la cara para secarse las lágrimas. No
pude descifrar si estaba enfadada o angustiada. Lo que fuera, le dolía. Sarah se
sobrepuso a la emoción y se centró en la pizarra en blanco que ya me había
acostumbrado a ver.
—¿Puedo entrar? —le pregunté, con las manos
metidas en los bolsillos de mi chaqueta.
Ella asintió ligeramente.
—Por supuesto, por favor. —No importaba cuánto
dolor tuviera, ella mantendría la compostura sureña de un pequeño pueblo de
Texas, porque así había sido criada.
No hacía falta ser un genio para ver que este no
era el mejor momento para molestarla, pero había una razón para mi visita. Necesitaba
encontrar a Jack.
—Siento irrumpir. Estaba buscando a tu padre. —Se
notaba que ella quería estar sola.
—No está aquí. —Escondió la cara, evitando el
contacto visual—. Si te das prisa, tal vez puedas atraparlo en casa.
Asentí con la cabeza, pero no me fui. Mis pies
estaban atornillados al suelo y algo me obligó a quedarme.
—¿Eso es todo? —Sus palabras rompieron el hechizo.
Cortaron la tensión que había entre nosotros como un cuchillo, pero en vez de
empujarme me acercaron un poco más.
La única vez que había visto a un ser tan frágil y
derrotado había sido un animal en una trampa. Sarah parecía haber perdido su
voluntad de luchar, y yo tenía un deseo abrumador de abrazarla. Algo en mí
quería susurrarle al oído que todo saldría bien. Sin embargo, no era capaz de
traerle esperanza.
—Sí. —Soné como un idiota. Mi mente se apresuró en
encontrar algún tema del que hablar, algo que le levantara el ánimo, pero me
quedé mudo. No podía imaginar lo que ella estaría pensando de mí—. ¿Estás bien?
—Vaya, ese comentario fue brillante.
No respondió. Las lágrimas brotaron de nuevo. Pude
ver cómo se le atascaban en la garganta cuando intentaba tragarlas para luchar
contra ellas. Se mordió el labio inferior y bajó la cabeza, cerrando los ojos.
Las lágrimas asomaron por sus pestañas y luego se deslizaron por sus mejillas.
Me di cuenta de que no era muy bueno ofreciendo
consuelo o apoyo, pero no podía soportar ver a una mujer llorar. Moví los pies
y me senté en la cama, junto a ella. Sarah se agarró el muslo y movió la pierna
para darme espacio. Se mordió los labios y agitó la cabeza.
—No quiero montar una escena. A papá le daría
mucha vergüenza que me vieras así. —No pretendía dar lástima.
La idea de que alguien tratara de hacerla sentir mal
por expresar sus emociones me mortificaba. Este era un momento muy difícil de
su vida; demonios, tenía suerte de estar viva.
—No estás montando ninguna escena. —No era bueno
con las palabras y menos aún con la empatía, así que traté de mantener la voz
suave. Mi timbre era bastante profundo y en esta habitación austera reverberaba
con bastante fuerza. Lo último que quería era parecer condescendiente—. Has
pasado por mucho. Creo que tienes derecho a mostrar tus emociones—. Necesitaba que me mirara, que me diera una
indicación de que me había oído, pero no conseguí nada—. Eres una mujer
increíblemente fuerte.
Sacudió la cabeza y sus desordenados rizos rubios
rebotaron con el movimiento.
—No es verdad. —Su voz se quebró y la sentí como
un cuchillo en el corazón—. No soy tan fuerte como todos creen. —Sus hombros se
movieron y se estremecieron mientras luchaba por mantenerse serena. Cada vez
que me miraba a través de sus pestañas oscuras, rápidamente, volvía a agachar
la cabeza.
Sarah quería ocultar su miedo y enmascarar su
inseguridad. A pesar de que no se sentía fuerte necesitaba que la gente
siguiera creyendo que lo era. Entonces me di cuenta de que no era solo su debilidad
lo que quería esconder, sino la desfiguración. Sus dedos pasaron por la zona
afeitada de su cabeza, por encima de los puntos negros donde le habían
practicado la cirugía. Mantenía la cabeza en el ángulo justo para esconder las
cicatrices. Antes de que me diera cuenta de lo que estaba haciendo estiré la
mano para tocar sus mejillas, pero al estremecerse la apoyé sobre su
rodilla.
—Por favor, no me mires, Charlie.
Intenté no mostrarle lo sorprendido que estaba por
su petición.
—No te miraré si no quieres que lo haga, pero que
conste que me gusta hacerlo.
—No estoy exactamente en mi mejor momento. —Sus
palabras vacilaban ante su inseguridad, y temblaban cada vez que inhalaba
profundamente. Se lamió los labios y luego levantó sus brillantes ojos para
encontrarse con los míos, mostrándome sus defectos—. Ya no hay nada salvable en
mi cara. —Enderezó la columna vertebral y tragó saliva.
Estaba tan fuera de mi elemento que no tenía ni
idea de qué decir, pero quería que siguiera hablando... de cualquier cosa.
—¿Por eso estás llorando? —le pregunté—. ¿Tienes
miedo de que alguien reaccione mal al ver tu cara?
Ella sacudió la cabeza.
—No es solo eso, es que… cada día es más difícil
que el anterior. Cuando pienso que estoy progresando me doy cuenta de que he
avanzado un centímetro en un interminable trecho de kilómetros. Estoy tratando
de ser positiva. Quiero estar agradecida de haber sobrevivido y tener la
oportunidad de recuperarme. Pero es difícil. Muy difícil. Las intenciones de
los fisioterapeutas son mejores que su capacidad. No son dioses y no pueden
hacer milagros. —Asentí con la cabeza y seguí escuchando—. Creo que debo
aceptar que, probablemente, no volveré a caminar. —Dejó caer la cabeza entre
sus manos, con cuidado de evitar los puntos y las abrasiones—. Estoy agotada.
Ya no tengo ganas de pelear. Sé que suena como la mayor tontería que hayas
oído, pero...
Mi corazón se derritió. Quería tranquilizarla,
pero mantuve la distancia. Mi mano permaneció en su rodilla y me encontré
acariciando su suave piel con mi pulgar. El deseo de atraerla hacia mí estuvo a
punto de superar mi fuerza de voluntad. Dios, quería protegerla, pero no la
conocía lo suficiente como para tomarme esa confianza.
—No lo entenderías —susurró—. Nadie lo entiende.
Todos me dicen que tengo suerte de estar viva. Sé que es así, nadie es más
consciente de ese hecho que yo, pero la vida continua para todos los que están
fuera de estas cuatro paredes, mientras que la mía…
Le apreté la rodilla y dejó de hablar. Me dedicó
una tenue sonrisa que me dolió más de lo que me alivió, pero no dejé de
acariciar su piel. Puede que no se diera cuenta del calor y de la vida que
había dentro de ella, pero yo podía sentirlo en las yemas de mis dedos.
—Aparte de papá, estoy yo sola. Los
fisioterapeutas y los innumerables médicos no recordarán mi nombre el día que
me den el alta. Me quedaré a solas con un ejercicio agotador que no produce
resultados. Espero que nunca sepas lo que es.
Me preguntaba si alguien más le habría dado a
Sarah la oportunidad de desahogarse, o si esperaban que fuera la misma mujer
que había sido antes del accidente. No la conocía bien, pero nuestras familias
estaban entrelazadas. Sabía lo mucho que había hecho por Jack y también cuidó
de Miranda cuando su madre se fue. Necesitaba a alguien que la cuidara para
variar, y no parecía que tuviera a alguien.
—La medicación me quita la energía y me nubla la
mente, pero sin ella no hay forma de que pueda hacer la terapia física. Duele.
Todo duele mucho. —Una lágrima se deslizó por su mejilla—. ¿Y si no vuelvo a
caminar? ¿Y si no logro evolucionar? No he conseguido dar ni un solo paso. Ni
uno solo. Estoy lista para tirar la toalla. —Finalmente, se detuvo. Sus hombros
se redondearon, las lágrimas fluyeron y pareció completamente derrotada.
Por un momento, mi corazón se negó a latir
mientras la miraba fijamente. Su absoluta desesperanza creó una fisura en mi
pecho que se abrió. Me dolía tanto verla así que reaccioné en lugar de pensar.
Mis manos encontraron su cara y le tomé la mandíbula sin tocar ninguna herida.
Mis pulgares rozaron sus lágrimas y la miré a los ojos.
—Oye —dije—. Escúchame. —No dijo nada y tampoco
apartó la vista. Sus ojos me miraban como si pudiera ver a través de ellos, en
lo más profundo de mí—. No puedes rendirte, Sarah.
Su expresión se suavizó y apareció una pizca de
euforia. No había dicho nada que fuera tan importante. Demonios, ni siquiera
había dicho nada poético. Empecé a alejarme, pero antes de retirar la mano de
su piel, ella levantó la suya. Sus dedos vendados descansaron sobre los míos y
sus ojos sonrieron, aunque las lágrimas vinieron más rápido que cuando había
entrado por la puerta
—¿Qué? ¿Qué he hecho? —Mi corazón errático había
empezado a latir de nuevo, y ahora mi pulso acelerado era lo único que podía
oír. No tenía ni idea de lo que había dicho para molestarla, pero fuera lo que
fuera movería montañas para arreglarlo.
—Es solo que... —Sus ojos azules brillaban con el
primer destello de esperanza que veía desde que había entrado en la habitación—.
No sabía que supieras mi nombre.
Mis labios esbozaron una sonrisa que no pude
resistir. A pesar de los puntos y las costras, las cicatrices y los huesos
rotos, era la mujer más adorable que jamás había visto. Cada fibra de mi ser
quería acercarla, abrazarla, sostenerla, pero por primera vez en mi vida tenía
miedo de tocar a una mujer por temor a hacerle daño. Sostuve su cara entre mis
manos y decidí quedarme allí tanto tiempo como ella me permitiera.
Capítulo 1
Sarah
Un
mes antes
Había una hermosa mariposa azul en la barandilla
del porche. Quería capturarla y ponerla en un frasco de vidrio, aunque no debía
hacerlo. Papá siempre me había dicho que frotar el polvo de las alas de una
mariposa hacía imposible que volara. No quería lastimarla, solo mirarla un poco
más. Sin embargo, tan pronto como subí al porche salió volando y ya no la vi.
Con la leve distracción desaparecida, era libre de
concentrarme en otras cosas. Tenía una misión en mente ahora que Miranda estaba
en casa. A través de la puerta mosquitera podía oírla trajinar en la cocina
como un mapache. Tenía la cabeza metida en la nevera y esperé pacientemente a
que la sacara. No tenía dudas de que alargaba el tiempo a propósito para
irritarme. Cuando, finalmente, se enderezó tenía un envase de zumo de naranja
en la mano del que bebió directamente. Odiaba eso. Era asqueroso e insalubre.
Ahora, solo ella podía volver a beber de allí. Como siempre, a mi hermana no
parecía importarle, pues eructó y volvió a beber.
Mis facciones se transformaron en una expresión de
repugnancia.
—Es increíble que tengas estos modales. —Las
palabras salieron de mi boca antes de que pudiera suavizarlas.
Ella se encogió de hombros y no respondió. Randi
nunca quería iniciar una discusión. Odiaba pelear con mi hermana pequeña casi
tanto como odiaba ser la que tenía que disciplinarla. Ella suspiró y puso los
codos en la encimera que se interponía entre nosotras. Esa encimera había
evitado que nos atacáramos y que nos sacáramos los ojos en más de una ocasión,
y hoy parecía servir para el mismo propósito: una barrera entre las hermanas
Adams.
Ella apretó los brazos sobre el pecho. No tenía ni
idea de dónde había aprendido ese comportamiento tan grosero. Incluso antes de
que mamá se fuera, a Randi nunca se le había permitido actuar de otra forma que
no fuera una jovencita educada.
—He recibido la llamada de tu entrenador esta
mañana. —Le solté con firmeza. Mantuve la mandíbula apretada y la barbilla en
alto.
Miranda iba a tomárselo como un desafío, me di
cuenta en cuanto se puso más recta y cuadró los hombros. Estaba a punto de
desencadenarse una pelea a gritos. Murmuró algo sobre una violación de su
privacidad.
—Dijo que no te presentaste al campamento ayer, lo
cual es extraño, ya que saliste de casa con tu bolso. Recuerdo que me dijiste
que ibas al campamento. —El calor subió de mi pecho a mis mejillas.
Estaba desesperado por mantener la compostura,
pero Randi se había dado cuenta de lo irritada que estaba.
—No es para tanto, Sarah —resopló.
—Yo pienso que es un gran problema. Te
comprometiste con esas chicas. —No pude evitar que mis manos se convirtieran en
puños—. ¿Tienes idea de lo irresponsable que es que la capitana del equipo no
se presente?
Ella frunció los labios.
—Capitana por poco tiempo. Y son animadoras, no el
premio Nobel. —Randi se encogió de hombros—. Además, hay un montón de personas
allí que pueden ayudar.
Odiaba lo complaciente que se mostraba, como si
todo le resbalara. Era posible que quisiera que ella estuviera enojada porque
yo estaba enojada. Notaba como mi enfado se extendía con la misma rapidez que
un incendio forestal, sobre todo cuando se comportaba como una egoísta.
—Me voy la semana que viene. Relájate. —Empezó a
alejarse.
Sin pensarlo, la alcancé y le agarré del brazo. Mi
ira hervía en el centro de mi pecho. Quería tener una conversación razonable con
mi hermana de dieciocho años, pero ella se negaba a actuar razonablemente. Era
su modus operandi. Randi se había
llevado todo lo que me había concedido papá, todo por lo que habíamos
trabajado. No había hecho nada para ganar dinero en el rancho y aborrecía el
trabajo manual. Mientras tanto, iba de un lado a otro mostrando su
impresionante sonrisa y se salía con la suya.
Desde que mamá se había ido, Miranda Adams se
había negado a seguir las reglas. Quería establecer las suyas. No iba a
permitir que siguiera sucediendo. Tenía que terminar en algún momento y elegí que
ese sería el día. Quería una respuesta directa. De una forma u otra, Randi
tenía que admitir dónde había estado. Me negaba a dejar que se me escapara otra
vez.
—¿Dónde estabas? —le exigí.
Incluso yo noté el frío que se apoderó del aire
caliente de Texas. Mi voz arrojó una neblina helada sobre la conversación y me
pareció que Miranda se estremecía.
Se lamió los labios tratando de ganar tiempo para
formular una mentira. Pero cuanto más buscaba una salida, menos probable era
que la encontrara. Aunque lo hizo.
—En el lago —dijo.
Tonterías. Tuve que aguantar la respiración y
contar hasta diez para no explotar.
—¿Toda la noche?
—No. —Se estaba devanando los sesos mientras
hablaba. Mi hermana era una maestra en seccionar la verdad para ir dándomela en
fragmentos sin sentido—. Hubo una fiesta campestre en Twin Creeks.
—¿Estuviste con Austin?
Austin era un buen chico que venía de buena gente.
Todo el pueblo sabía que los Burins eran como ángeles enviados a la tierra...
Austin, Charlie... bueno, todos ellos.
—Él estaba allí junto a un montón de amigos. —Miranda
hablaba con la expresión engreída y el tono desafiante, como si quisiera pelea.
No se iba a rendir fácilmente.
Yo estaba tan concentrada en mantener mi
respiración bajo control que estaba a punto de desmayarme. La cabeza empezaba a
darme vueltas, como siempre me pasaba cuando se trataba de mi hermana.
—¿Estaba Charlie allí?
No sabía por qué había hecho esa pregunta, pues,
en realidad, no me importaba. Charlie no sabía ni como me llamaba a pesar de que
habíamos ido juntos a la escuela durante doce años y nuestras familias
almorzaban juntas los domingos. No llamaría la atención de Charlie Burin ni
aunque le diera una bofetada.
—Sí. —Se desinfló un poco, y vi algo de lástima en
sus ojos.
—Sabes que él y papá están trabajando en un
proyecto de irrigación, ¿verdad?
—¿Y qué? —Su carácter volvió a aparecer.
Estaba presionándola demasiado y no me gustaba la
expresión de su cara.
—¿Lo mencionó? —Ella me miró con curiosidad, como
preguntándose por qué sacaba esa conversación. Ni yo misma sabía a dónde quería
llegar.
—No hablé con él —dijo.
Noté que estaba perdiendo fuelle. Esta conversación
no iba a ninguna parte. No tenía sentido. Era como si me fastidiara no haber
ido también, pero si no había ningún tema importante del que hablar era normal
que no me hubieran invitado. Puede que nunca fuera popular ni que formara parte
del mundo social de Mason Belle, pero no era tan aburrida ni tan ingenua como
Randi pensaba. Mi mundo no se reducía a la agricultura.
Miranda nunca entendería lo drásticamente que
cambió mi vida el día en que nuestra madre se fue. La oportunidad de tener una
infancia normal se desvaneció como la madre que nos abandonó. Hice lo que pude,
pero no quería convertirme en la madre suplente de Randi. Lo único que quería
de ella era que actuara con modales.
Sin embargo, parecía que prefería morir antes que
hacer algo para contribuir a la familia de forma positiva. Su asociación con
los Burins era una bendición en muchos sentidos, y siempre recé para que Austin
fuera una buena influencia en las costumbres salvajes de Randi. Desafortunadamente,
parecía inclinarse en la otra dirección. En lugar de que sus buenas cualidades
se le contagiaran, ella hacía lo posible por contaminarle a él con los peores
rasgos de su personalidad.
Yo no podía abandonar a Randi y por eso pasaba por
alto muchas cosas. Por ahora. Los chismes de un pueblo pequeño pueden arruinar
a una chica como Randi y matar cualquier esperanza de estar con un chico como
Austin.
—Tu reputación ya es cuestionable —le dije—. Tu
irresponsabilidad consolida lo que la gente del pueblo piensa de ti. —No quería
hacerle daño, pero odiaba la forma en que me miraba, como si yo fuera patética.
—A nadie en Mason Belle le importa lo que hago. —Cruzó
los brazos sobre el pecho—. Además, tú no eres mi madre.
Sus palabras me escocieron. El desprecio dolía. Dolía
desde que mamá se había ido. Ya eran ocho años de tortura, no solo para mí,
sino también para Randi.
Esto había ido más allá de la regañina que
pretendía que fuera y se había convertido en una lucha a muerte. No podía
controlarme, las palabras salían de mi boca sin poder detenerlas.
—Soy lo más cercano que tienes y me avergüenzo de
la persona en la que te estás convirtiendo.
Su mandíbula se movió y luego se pasó la lengua
por los dientes. Me pregunté si mi hermana iba a escupirme o a golpearme. No
hizo ninguna de las dos cosas.
—¿Ya hemos terminado? —preguntó con más
autocontrol del esperado.
—No del todo.
Las aletas de su nariz se ensancharon. Parecía un
caballo listo para patear el suelo. Quería que entendiera lo que había hecho
mal y reconociera sus actos, pero era demasiado terca para darme esa
satisfacción.
—Estás castigada. Puedes ir al campamento de
animadoras. Eso es todo. Hay mucho que hacer por aquí.
Su boca se abrió y sentí una insatisfactoria
oleada de victoria. Debería haber experimentado más alegría por haber ganado la
batalla.
—¿Por cuánto tiempo?
Me encogí de hombros mientras juntaba las manos.
Randi pensaba que disfrutaba disciplinándola, pero la verdad era que tenía que unir
los dedos para que no los viera temblar.
—Dos semanas.
—Ni hablar —murmuró, y se dispuso a largarse.
Grité justo cuando llegó al final de los
escalones.
—No me pongas a prueba, Miranda. Ya he hablado con
papá.
Me sentí un poco ridícula nombrando a mi padre,
pues ambas éramos mujeres adultas, aunque una era un poco más madura que la
otra. Sin embargo, Miranda me había obligado a hacerlo. Puede que a mí no me hiciera
caso, pero a papá lo respetaba.
—De acuerdo. —Hundió los hombros y subió los escalones
como un niño pequeño con un berrinche, solo que tenía dieciocho años.
Segundos después, Randi cerró de un portazo la
puerta de su habitación para asegurarse de que todos en el rancho supieran lo
infeliz que era. Y aunque no me gustó escucharla llorar y tirar cosas durante
las dos horas siguientes, al menos sabía que había hecho lo correcto. Fue una
sensación agridulce.
Me dirigí al segundo piso y entré mi habitación.
Necesitaba refrescarme antes de volver al trabajo. Hacía calor y había una humedad
increíble. Había echado las cortinas, pero no ayudaba a mantener el calor a
raya. Sin embargo, las sábanas estaban frescas. Mi cama estaba en un rincón y nunca
le daba el sol. Suspiré y me hundí en el borde del colchón, y me masajeé las
sienes. Había cosas que hacer en el rancho, pero el calor era tan opresivo que
lo único que me apetecía era acostarme. No habíamos tenido una ola de calor
como esta en años. El aire acondicionado no podía mantener el ritmo de nuestra
vieja granja.
La ropa se me pegó a la piel pegajosa cuando me
tumbé en la cama, y mis ojos se quedaron anclados en la rotación del ventilador
del techo. El giro hipnótico unido al calor hizo que mis párpados se cerraran y
dejé que el sueño me arrastrara.
Lo que pretendía que fueran unos minutos se
convirtieron en un par de horas. Me desperté con un sobresalto y miré el reloj
de mi mesita de noche. Entonces me di cuenta de lo que me había hecho tomar
conciencia tan rápidamente. Me puse en pie y abrí la puerta de mi habitación
justo cuando Miranda cerraba la suya de golpe.
—¡Miranda! —Randi no se detuvo.
Sus chanclas golpearon las maderas duras con cada
paso que daba, y cuando giró en el siguiente tramo de la escalera su pelo
oscuro ondeó de tan rápido como las bajaba. El calor me abanicó la cara, pero
no sabía si era por mi creciente ira o por las mortales temperaturas del sur de
Texas. Mi hermana dio los pasos de dos en dos, y si no conseguía atraparla
antes de que saliera por la puerta principal, ya no lo haría. Odiaba este juego
del gato y el ratón al que jugábamos las dos. Detestaba actuar como su madre. A
mis veinticuatro años debía empezar mi propia vida, no recoger los pedazos de
la que mamá había dejado atrás.
—Vuelve aquí, jovencita. —Sonaba igual que nuestra
madre y eso me hizo sentir mal. Pero no pude evitarlo.
Debería ser papá quien estuviera persiguiendo a su
hija para darle disciplina. Sin embargo, aunque Randi no lo admitiera me
necesitaba en este papel. El problema era que ella también necesitaba que fuera
su hermana, pero yo no podía asumir ambos papeles. No era posible. Las madres
disciplinaban; las hermanas conspiraban.
Si yo me comportara como su hermana la animaría a
salir y a desafiar las reglas. A estar con su novio. La ayudaría a salir a
escondidas y la llevaría a lugares que no le estaban permitidos por su edad.
Compartiríamos secretos. Pero esa relación de hermanas nos la robaron el día
que mamá nos dejó solas con un hombre que no estaba diseñado para ser un padre
soltero de dos niñas.
Randi agarró la manivela de la puerta y abrió
justo cuando la camioneta de Austin entraba en el camino circular frente a
nuestra casa. Sus amigos gritaron palabras de aliento y alguien abrió la puerta
del pasajero. Randi saltó desde el escalón superior del porche hasta el camino
de grava, dio dos pasos y estiró el brazo para coger la mano de su mejor amiga.
El camión no disminuyó la velocidad, y Randi creyó que había ganado al asomar la
cabeza por la ventanilla después de cerrar la puerta. Una sonrisa malvada le
separó los labios y su pelo se agitó alrededor de sus mejillas.
Grité su nombre por última vez, pero no tenía
sentido. Desde el porche vi a mi hermana desafiarme con alegría. Mi pecho se
agitaba por la carrera, y estaba tan enfadada que podría escupir clavos. Y en
ese momento, con sus amigos lanzando insultos infantiles y mi hermana orgullosa
de lo que había hecho, me quebré.
Miranda Adams había ido demasiado lejos esta vez.
No solo me había desobedecido, sino que había desafiado a papá. Estaba cansada
de sus travesuras inmaduras. Tenía los puños tan apretados que mis uñas
atravesaron la piel de la palma, pero no me di cuenta hasta que agarré las
llaves. Me limpié la sangre en los vaqueros y me dirigí a mi coche. Solo había
un lugar al que iban Randi y sus amigos, y si tenía que seguirla hasta allí y
montar una escena, lo haría. Ella se mortificaría, pero se lo merecía.
El volante estaba hirviendo y mi ira burbujeaba.
Bajé las ventanillas hasta que el aire acondicionado funcionó y me metí en el
largo camino de grava. El crujido de las piedrecillas bajo los neumáticos solía
calmarme, pero en este momento me sentaba como tener arena en los ojos. Además,
me impedían avanzar a la velocidad que yo quería.
El largo camino rural hacia el lago se extendía frente
a mis ojos y el calor creaba un espejismo en el asfalto. Bajé la visera para
evitar que la luz golpeara directamente mis pupilas; los brillantes rayos
dorados me impedían la visión.
Y entonces mi mundo se hizo añicos.
No estaba segura de que fue lo que pasó primero. Tal
vez, todo ocurrió a la vez. Fragmentos de vidrio llovieron sobre mis brazos,
piernas y regazo, y se clavaron en mis mejillas incrustándose bajo la piel. Escuché
el ruido de los múltiples airbags
desplegándose y mi cinturón de seguridad dio un tirón, dejándome atrapada
contra el asiento.
Me dolía todo, desde la cabeza hasta los dedos de
los pies. El dolor era tan fuerte que no podía identificar dónde empezaba uno y
dónde el otro. Cualquier movimiento me causaba un dolor insoportable, mientras
el olor a gasolina me quemaba las fosas nasales. Tenía que liberarme, pero a
pesar de mis esfuerzos no había ni un solo músculo que pudiera mover con éxito.
Estaba inmovilizada o paralizada; no podía precisarlo.
La oscuridad invadió los bordes de mi visión y el
pánico se apoderó de mí. Tenía que salir, pero no podía formular un pensamiento
completo y mucho menos escapar. No sabía contra qué me había golpeado, ni
siquiera podía precisar en qué posición estaba el coche, aunque por la forma en
que mi cabeza colgaba y el peso presionaba mis hombros, tenía que estar boca
abajo. Una bocina sonó sin parar y olí el humo. No podía precisar de dónde
provenía, pues no podía ver más allá del metal arrugado. Luché como una loca
para abrir los párpados, pero la oscuridad entró en mí como un ladrón en la
noche, borrándome la visión hasta que todo lo que pude ver fueron esferas
plateadas que brillaban como burbujas. Justo cuando mis ojos se cerraron, un
grito penetrante flotó a mi alrededor. Podría haber sido un grito de ayuda o
alguien retorciéndose de dolor. Quería gritar para que alguien me salvara de
esta agonía, pero mi lengua se volvió gruesa.
Y entonces todo se volvió negro.
Capítulo 2
Charlie
El hospital era el último lugar en el que quería
estar, pero tenía preguntas que hacerle a Jack sobre mi trabajo en su rancho. Alguien
tenía que mantener su ganado y su tierra regada, o tendría problemas mucho más serios
que el estado de Sarah. Mi madre me había enviado con un plato de comida porque
sabía que Jack no habría comido. Eso es lo que hacían las mujeres de este
pueblo. Alimentaban a la gente. Una mujer tuvo un bebé y le llevaron comida.
Una pareja se casó y el pueblo se encargó del catering de la recepción. También se ocupaban de la comida de los
funerales, una tradición sureña que había pasado de generación en generación,
aunque yo no la entendía.
No tenía ni idea de dónde podría estar. Me imaginé
que lo encontraría en la sala de espera más cercana a Sarah, pero terminé
perdiéndome. Empecé a buscarlo en la sala de emergencias, ya que ahí era donde
Randi y Austin habían visto a Jack por última vez. Según lo que mi hermano
pequeño le había dicho a mi madre, el encuentro no había sido bonito.
El olor antiséptico me chamuscó las fosas nasales
en cuanto pasé por las puertas de vidrio corredizas y entré a la sala de
emergencias. Odiaba ese lugar. El tiempo parecía detenerse dentro de esas
paredes. La gente podía esperar durante horas con un hueso roto mientras que
otros eran llevados a toda prisa en camillas. Las enfermeras y los médicos
corrían de un lugar a otro, pero la mujer que estaba detrás del mostrador de
enfermería apenas pestañeaba. Para cuando un miembro del personal, finalmente,
reconocía a un paciente, era solo para llevarlo a otra habitación en la que
seguir esperando.
Miré alrededor de la sala de emergencias y no vi a
Jack ni a nadie que conociera, así que me acerqué al mostrador para preguntarle
a la enfermera dónde podía encontrarlos. Me indicó el ascensor y el séptimo
piso, donde Sarah estaba en cirugía.
Aunque Jack no hubiera sido la única persona en la
sala de espera de la séptima planta, habría resaltado entre los demás. El
hombre parecía haber envejecido una década de la noche a la mañana. Sus ojos
estaban cansados y tenía grandes ojeras. Nunca me había llamado la atención el
aspecto curtido de su piel, pero ese día, cada arruga y cada cicatriz se
marcaban de forma prominente.
—Hola, Jack. —Me senté a su lado con el plato de
comida cubierto de papel de aluminio.
Se volvió hacia mí, me dio una palmadita en la
rodilla y esbozó la sonrisa más débil que jamás había visto. El miedo se había
apoderado de él.
—Hola, hijo.
No era inusual que Jack usara términos afectuosos
conmigo. Crecí con él compartiendo en ocasiones mi mesa, el banco de al lado de
la iglesia, y había trabajado con él la mayor parte de mi vida adulta. Pero, de
alguna manera, parecía un extraño ahora que la vida de su hija pendía de un
hilo.
—¿Cómo está Sarah? —No había una manera fácil de
preguntar, e ignorar las circunstancias sería una grosería.
Se pasó una mano frágil por su cabello gris.
—Está en cirugía. No se ha despertado desde el
accidente. —Jack trató de parecer optimista, pero sus ojos lo delataron.
Le entregué el plato y me encogí de hombros.
—Mamá pensó que podrías tener hambre.
—Ella tiene buenas intenciones, Charlie. Es lo que
hacen las mujeres. —Se llevó el plato a la nariz—. ¿Pollo frito? —preguntó, con
la comisura de la boca inclinada hacia arriba.
Me reí entre dientes. Mamá era famosa por su
pollo.
—Sí. Lo hizo solo para ti. Había un pastel de
melocotón en el horno cuando me fui hace un rato. —Sacudí la cabeza—. Deja que
te alimenten las mujeres de este pueblo y estarás más gordo que un cerdo.
Jack se puso de pie abruptamente. Observé cómo
caminaba hacia la otra punta de la sala y luego volvía. Tenía preguntas para
las que necesitaba respuestas, pero no podía ir al grano. En su lugar, me mantuve
en un silencio incómodo. Jack regresó a su asiento y su rodilla se puso a
rebotar. Apoyó el codo en el otro muslo y se cubrió la boca. Solo podía
imaginar los pensamientos que cruzaban por su mente y la emoción que apretaba
su corazón. Había perdido a su esposa hacía ocho o nueve años. Perder a su hija
lo destruiría.
Quería preguntarle si había algo que pudiera hacer
—sabía que no lo había—, pero no parecía querer hablar. Respeté eso y esperé a
su lado. Tenía cosas que hacer, pero todo había palidecido en comparación con
la vida de la hija de Jack. No tenía muchos detalles, pero podía imaginar en
qué estado se encontraba después de que su Sedán fuera atropellado por un tractor-remolque.
Finalmente, rompí el silencio.
—¿Puedo traerte un poco de agua? ¿Café? —La
perezosa música pop que se escuchaba en la sala de espera solo aumentaba el
hedor de la muerte, y yo necesitaba moverme.
Jack asintió con la cara todavía entre sus manos.
El sudor le perlaba la frente y se deslizaba por su escarpada mejilla. Quería
ofrecerle más que una botella de agua de una máquina expendedora, pero no sabía
de qué manera consolarlo. Deseé que mis padres hubieran venido en mi lugar para
tomarle la mano y hacer menos insoportable la espera, ya que si el viejo se
ponía a llorar yo no sabría qué hacer. Lo dejé a solas y salí al pasillo.
Al pasar junto a un grupo de enfermeras opté por
volver a la última máquina expendedora que había visto en lugar de buscar una
aquí arriba. Así me daría tiempo para recuperar la compostura. Di unas cuantas vueltas
y bajé hasta la sala de las máquinas expendedoras. Justo antes de entrar,
Miranda Adams me llamó la atención. Era una chica bajita y delgada de músculos tonificados
y bronceados, pero lo que le faltaba en tamaño lo compensaba en personalidad. Todo
el mundo la quería, especialmente, mi familia. Sin embargo, ahora mismo, no solo
parecía pequeña, sino que también parecía perdida. Sus ojos se movían por la sala
como si estuviera buscando a alguien, y al no encontrarlo se acercó al
mostrador de la entrada.
Jack siempre había hablado muy bien de ella.
Estaban muy unidos, aunque ella siempre ponía a prueba su paciencia. Era la
hija de papá. Sarah siempre se quedaba al margen, sin comprometerse, mientras
que Randi era la que cogía el toro por los cuernos. Sin embargo, en las últimas
veinticuatro horas esa conexión se había roto, ya que Randi y Austin estaban relacionados
indirectamente con la forma en que se había producido el accidente.
Por primera vez en todos los años que conocía a
Randi —toda su vida—, su chispa había desaparecido. Su llama se había apagado.
No solo parecía preocupada, también enferma.
No pude oír lo que le dijo a la mujer del
mostrador, ya que no se molestó en mirar hacia arriba ni una sola vez mientras
Randi hablaba. La novia de mi hermano temblaba, hasta que se enderezó
bruscamente con la frustración deformando su cara. Entonces perdió la
compostura.
—¿Puede ponerme al día sobre mi hermana? ¡Por
favor!
Dios, sentí pena por ella.
Intenté localizar a Austin, incapaz de creer que
había perdido de vista a Randi, pero no lo vi. Incluso sin saber con detalle lo
que había pasado exactamente, sentí pena por Randi. Sus acciones no habían
traído intencionadamente a Sarah al hospital; por desgracia, los adolescentes
imprudentes causan dolorosas repercusiones. Mis condolencias no servían de
mucho, y tampoco tenía ningún consuelo que ofrecer porque no sabía más que
ella, excepto en qué piso se encontraban su hermana y su padre.
Lo único que sabíamos con certeza era que Sarah
estaba grave y no se sabía si se recuperaría. Esperaba que Randi no tuviera que
soportar esa carga. Nunca sería la misma y Jack nunca la perdonaría. El día de
antes Jack casi culpó a Randi, y Austin tuvo que interponerse entre los dos
para evitar que el viejo le hiciera daño a su novia. Era mejor que me
mantuviera al margen de ese drama.
Le di la espalda a Miranda en favor de las
máquinas expendedoras. Introduje unos cuantos dólares y esperé a que salieran
las latas. Me tragué la mitad de una como si pudiera darme algo de claridad o
ligereza, pero no hizo ninguna de las dos cosas. Los lados de la botella
crujieron mientras bebía, y me pregunté si Sarah se había dado cuenta de algo
mientras se producía el accidente.
Cuando salí de la sala Miranda cruzaba la puerta.
Su frustración hablaba por ella y las lágrimas le caían por las mejillas. No
pensaba decirle a Jack que la había visto, pero sentí una punzada de
arrepentimiento por no haber dado un paso adelante para ofrecerle apoyo. Bueno,
ella tenía a Austin, y mamá me había enviado aquí por Jack.
Me di cuenta de que en todos los años que conocía
a Randi Adams nunca la había visto llorar.
Pasé por el hospital otra vez para que Jack
firmara un acuerdo de financiación para el equipo que necesitaba para el
proyecto de irrigación de sus campos. Él apenas había estado en Cross Acres
desde el accidente, y el hospital parecía ser el único lugar donde podía
localizarlo con éxito.
Lo encontré en el mismo lugar que las otras veces
que había venido por un tema u otro. Sentía que pasaba más tiempo en el camino
de ida y vuelta al Anston Medical que trabajando para Jack, pero ahora mismo no
había otra opción. O venía aquí o la irrigación se detenía. Y no era solo Jack
el que se vería afectado. Todo su personal lo estaría a consecuencia de la
sequía que estábamos sufriendo.
Apenas había comenzado a explicarle el papeleo a
Jack cuando una enfermera apareció a través de las puertas batientes.
—¿Sr. Adams? —No había nadie más en la sala de
espera, así que no sé por qué hablaba al aire. Ni una sola vez miró en nuestra
dirección.
La cabeza de Jack giró rápidamente. Tenía la cara
demacrada.
—¿Sí?
—Sarah se está despertando por si quiere volver a
verla. —La enfermera retrocedió y pegó la espalda contra la puerta,
manteniéndola abierta para Jack.
Jack se puso en pie de un salto, pero antes de
marcharse me dijo:
—Charlie…
—Ve. Podemos hacer esto más tarde. —Me retrasaría
un día, pero era mucho más importante que su hija saliera del coma.
Sacudió la cabeza.
—Iba a preguntarte si quieres venir. —Su energía
era contagiosa y pude ver el brillo de la emoción en sus ojos.
No sabía por qué me quería con él. Tal vez solo
necesitaba apoyo moral. Que yo supiera, no había visto a Sarah desde el
accidente, y si la había visto, había sido breve, en el mejor de los casos. Los
doctores la habían mantenido en un coma inducido para darle a su cuerpo la
mejor oportunidad de sobrevivir, y dos veces tuvieron que revivirla tras entrar
en parada cardiorrespiratoria. Después de cinco días, Jack había empezado a
murmurar sobre el daño cerebral y los posibles efectos de haber estado
prácticamente muerta durante minutos. Le preocupaba que no pudiera hacer nada
por sí misma, que sus músculos se olvidaran de cómo trabajar. Y mientras se
enfrentaba a todos esos miedos, había desatendido a Randi.
No quería mi consejo o mi opinión, así que no se
la ofrecí. Pero Jack estaba cometiendo un error con Randi. Ella no tenía la culpa
del accidente de Sarah... había sido eso, un accidente. Pero la culpó y me
preguntaba si alguna vez la perdonaría. Hice lo que mejor sabía hacer: mantener
la boca cerrada y seguirlo. No obstante, debí pensármelo dos veces antes de
hacerlo. Me había enfrentado a situaciones bastante horribles en ranchos con
ganado que se había convertido en presa, animales enfermos, trampas y todo lo
demás, pero no era lo mismo un animal que había sido mutilado que un humano.
Sarah estaba conectada a todas las máquinas
imaginables. Cables, cuerdas, intravenosas… Había tanta basura colgando de su
cuerpo que era difícil encontrarla. Entonces me di cuenta de que no podía
encontrarla porque no la reconocía. Mi estómago se retorció y amenazó con
rebelarse ante la carnicería que presenciaba. No había ni una pulgada de piel
visible que no estuviera estropeada por los moretones, la hinchazón, los
cortes, los puntos de sutura y otras lesiones que no podía definir. Parecía estar
muerta. Lo único que la mantenía con vida era el constante zumbido de las
máquinas que la obligaban a respirar. No tenía ni idea de lo que tenía metido
en la boca, pero parecía un dispositivo de tortura.
—Está empezando a salir del sedante —advirtió la
enfermera mientras pasaba una sábana por la fina bata que cubría el cuerpo inerte
de Sarah—. Puede que no diga mucho. —La enfermera me dio una palmadita en el
hombro al pasar por mi lado—. Puede oíros. No tengáis miedo de hablar.
Jack se acercó a su hija con precaución mientras
yo me quedaba a los pies de la cama. Sacó una silla del rincón junto al colchón
y se sentó. Dudó, claramente inseguro de dónde podía tocarla sin causarle
dolor. Al final, se decidió por los dedos meñique y anular que estaban
vendados. Jack sostuvo sus dedos con ternura y acarició los nudillos con pequeños
círculos, logrando ignorar los cables que salían en espiral del dorso de su
mano y el monitor de oxígeno de su dedo índice.
—Sarah, cariño. —Su voz se quebró al intentar
contener la emoción. Apenas fue un susurro—. Soy papá. ¿Puedes oírme?
Las máquinas sonaban a un ritmo que me perseguiría
el resto de mi vida. No era la cadencia de un fuerte latido; era un sonido que
parecía marcar su camino hacia la muerte. Lo odiaba y quería salir de allí. Sin
embargo, ahí estaba con una pila de papeles enrollados en la mano, mirando a
una chica que apenas conocía. Siempre había sido muy reservada y cerrada. No
importaba que fuera guapa porque era una snob
en el instituto. Me avergoncé de ese pensamiento.
Sarah movió un poco la cabeza y sus ojos se
abrieron de golpe. Lo miró con sus grandes ojos azules, del mismo color que el
cielo de una tarde de verano. Jack luchó contra el embate de las emociones, pero
le importaba un bledo quién lo viera. Después de cinco días sin saber si
viviría, le tomó la mano y la miró como si fuera un bebé. Todo el dolor, la
espera y el sufrimiento llegaron a un punto crítico en ese momento, y me sentí fuera
de lugar al presenciar esa escena tan personal entre un padre y su hija.
Sus labios estaban agrietados, e intentó hablar
por el tubo que tenía en la boca. Cuando se dio cuenta de que no era posible
sus ojos se llenaron de lágrimas. Y luego los cerró mientras la máquina
inhalaba por ella. Sarah estaba confundida, desorientada, y cuando sus párpados
se separaron de nuevo no parecía reconocer a su padre. Mientras sus ojos buscaban
frenéticamente en la habitación, me di cuenta de que no era que no nos
reconociera, sino que no tenía ni idea de lo que estaba pasando.
Llamé la atención de Jack dando un golpecito a su
silla con el pie. No quería asustarlo, pero fue lo que conseguí.
—No creo que sepa lo que pasó —susurré.
Lo último que probablemente recordaba era un
tractor-remolque chocando contra un costado de su coche. Tal vez, ni siquiera
recordaba eso. Y ahora estaba tumbada en la cama de una habitación de hospital
poco iluminada y sin poder hablar. Seguramente, con una tonelada de dolor. No
dije nada, sin embargo. Ni siquiera me moví del lado de la cama. Sarah y yo no
estábamos unidos, a pesar de que habíamos ido juntos a la escuela desde el
jardín de infancia y su familia cenaba en casa de mis padres muy a menudo. No
nos movíamos en los mismos círculos sociales. De hecho, que yo estuviera aquí solo
aumentó su confusión y, de nuevo, quise salir de esta habitación.
—Me alegro tanto de verte, cariño. —Jack se
inclinó y le besó la frente.
Un suave gemido se escapó de su pecho, pero no
podía decir si era la felicidad o el dolor lo que lo causó. Las enfermeras ya
estaban empezando a acercarse para que las acompañáramos a la salida. Todos los
clichés que había escuchado en las películas comenzaron a salir de sus bocas. «Ha
sido un gran día». «Está confundida». «Pueden venir a verla de nuevo por la
mañana»... Dejé de escucharlas porque sus palabras no iban dirigidas a mí.
Los ojos de Sarah seguían mis movimientos por la
habitación, incluso cuando sus párpados caían. La saludé con un gesto incómodo
y ella miró hacia otro lado. Ese gesto, mi pobre intento de ser amable, parecía
haberle causado más dolor que los pinchazos de las enfermeras. Intenté no
analizarlo demasiado. Mi presencia no había sido intencionada, y le daría su espacio
una vez que consiguiera que Jack firmara los papeles que aún tenía en mis
manos.
Antes de ir a Laredo decidí pasar por Cross Acres
para localizar a Jack. Era posible que uno de sus rancheros supiera dónde se
encontraba si no estaba en el rancho. Pasé por su entrada de grava y crucé las
puertas de hierro forjado que siempre estaban llenas de enredaderas y flores de
colores. Una vez pregunté quién las mantenía y Jack me dijo que era cosa de
Sarah. Me pregunté si Randi se ocuparía de ellas en ausencia de su hermana.
Respiré aliviado cuando encontré la F-350 de Jack
aparcada en el círculo frente a la granja. Al menos, eso significaba que no
tenía que hacer el viaje de cuarenta y cinco minutos a Laredo o recorrer toda
la ciudad para encontrarlo. En lugar de aparcar en el camino detrás de su
furgoneta estacioné delante del granero, junto al que parecía ser el camión de
Austin. Salí del coche preguntándome qué hacía mi hermano aquí a las siete de
la mañana. Sabía que había pasado mucho tiempo con Randi, pero era demasiado
temprano.
Entonces Austin salió del granero con las riendas
en la mano y el caballo de Randi detrás de él. El ceño fruncido que le
desfiguraba la frente no me animaba. Por desgracia, se detuvo y esperó a que yo
llegara a su lado.
—Eh, tío. ¿Qué estás haciendo? ¿Dónde está Randi? —Señalé
con la cabeza hacia el caballo.
Sus labios se fruncieron, una expresión que solo
veía cuando el nombre de su novia entraba en juego. Esa chica era la luz de la
vida de mi hermano pequeño. En una especie de romance de película, él la
reclamó cuando tenían diez años y se juraron amor eterno.
—La pregunta del millón de dólares. —Se alejó un
paso como queriendo terminar la conversación.
Agarré su brazo.
—¿Qué pasa, hombre? ¿Estáis bien? —Nunca se peleaban.
Austin ladeó la cabeza y miró a su alrededor.
—Ella se ha marchado, Charlie. Se ha marchado. —Lanzó
las manos al aire e hizo un aspaviento—. Como un maldito mago. —Austin parecía dar
por hecho que yo sabía a qué se refería, pero estaba perdido.
—¿De qué estás hablando?
Apretó los puños y los dientes antes de responder.
—¡Randi!
—¿Adams?
—Jesús, Charlie, ¿me estás escuchando? ¡Sí!
Miranda Adams.
—Nunca dejaría Mason Belle y mucho menos sin ti.
¿Estás seguro de que no está por ahí con Chasity?
Sus fosas nasales se abrieron y sus ojos se
estrecharon.
—Ella se ha ido, Charlie.
La puerta mosquitera de la cocina golpeó y me giré
para ver quién era. Jack se abrió camino hacia nosotros mientras me enfrentaba
a mi hermano otra vez.
—¿Quién lo dice? Y si se ha ido, ¿qué demonios
haces aquí a las siete de la mañana?
Austin se encogió de hombros, parte de su ira se disipó
y pateó la grava bajo sus pies.
—Jack necesitaba ayuda. Se lo dijo a mamá y papá
anoche. Randi se acaba de ir y no sabe adónde.
—Eso no tiene ningún sentido —dije.
Randi había crecido en este pueblo, y era demasiado
joven. La gente nunca se iba de Mason Belle, especialmente, los que tenían
familias aquí desde hacía generaciones, como era el caso de la suya. También
eran dueños de la mayor parte del condado, tenían el mayor rancho de ganado en kilómetros,
y todo lo que ella amaba estaba dentro de los límites de nuestro pueblo,
incluyendo a mi hermano.
Le di una palmada en el hombro cuando Jack se unió
a nosotros.
—Estoy seguro de que está nerviosa por todo lo que
está pasando con Sarah. No te desanimes, Austin. Ella volverá. Ella te ama.
Nunca había visto a mi hermano tan perdido y hundido.
Asintió con la cabeza, se volvió hacia el caballo de Randi y montó el hermoso
animal. Sacudí la cabeza y le presté atención a Jack.
—Randi lo castrará cuando lo vea en este caballo. —Me
reí, pero Jack no se unió a la risa.
La mirada de Jack siguió a Austin mientras
cabalgaba por los pastos.
—Es un buen chico.
Tenía razón, mi hermano era un buen chico. Antes
de que pudiera preguntarle sobre Randi, Jack hizo un gesto hacia la casa.
—Voy a firmar ese papeleo para ti. También tengo
un cheque dentro. —Él abrió el camino y yo no cambié de tema.
El tema burocrático había empezado a minar mi
paciencia, pero había hecho todo lo posible por entender sus circunstancias
cada vez que mi temperamento se agitaba.
Entramos a la casa y la puerta se agitó detrás de
nosotros. Pensé que ese ruido era común a todas las casas de la zona. Era tan
familiar como el pollo frito o el pastel de manzana de mi madre.
—Toma asiento, hijo. Te ofrecería un café, pero
Sarah es la que se ocupa de eso. No me gusta la cocina. Podrías enfermar si
comieras algo hecho por mí. —Se rio, pero la sonrisa no le llegó a los ojos.
Me senté a la mesa del desayuno y esperé a que se
uniera a mí.
—¿Cómo está ella?
—¿Sarah?
Asentí.
Jack se quitó su sombrero de vaquero y lo dejó en
la mesa, a su lado. Su mano curtida echó su pelo hacia atrás, y dejó escapar un
lento suspiro.
—No está bien, Charlie.
—Acaba de salir del coma. Dale algo de tiempo,
Jack. Fue un accidente bastante grave.
—Los médicos no saben si volverá a caminar. No he
tenido las agallas de decírselo.
—¿Qué quieres decir? ¿No es ese el trabajo del
médico? —Me incliné hacia atrás en la silla y crucé los brazos—. Además, ¿no es
un poco pronto para empezar a hacer ese tipo de conjeturas? Sí, tiene algunos
huesos rotos, puntos de sutura y un montón de moretones, pero se recuperará.
Su nuez de Adán se movió pesadamente cuando tragó.
Cuando sus ojos me miraron me di cuenta de que había tenido que tragar un gran
bulto para poder hablar.
—Es la lesión de la médula espinal lo que les
preocupa. No quiere decir que lo demás no sea preocupante, pero su espalda...
está mal.
—¿Puedes conseguir un especialista en...?
Por supuesto que podía, la familia estaba forrada.
Eran dueños de su tierra, la casa y el ganado. Era el único hombre del pueblo
que no tenía un préstamo de ningún tipo con el banco. El papeleo que tenía que
firmar para el equipo de irrigación no era porque no pudiera pagar su parte,
sino porque los otros tres rancheros de su alrededor necesitaban que firmara
para ayudarlos a regar sus tierras.
—Está en marcha. Tan pronto como esté lo
suficientemente estable la trasladaremos a un centro de tratamiento donde podrá
recibir terapia física y rehabilitación a tiempo completo, las veinticuatro
horas del día. Es la única oportunidad que tendrá de hacer vida normal. —Dejó
caer la cabeza y me pregunté si iba a perder el control—. También he contactado
con varios cirujanos plásticos. —Había vergüenza en sus ojos cuando levantó la
cabeza—. Una chica que no puede caminar en una comunidad ganadera necesita
cerebro y belleza para conseguir un marido. Tengo que darle la mejor
oportunidad que pueda.
—¿Eh?
El anciano claramente se había vuelto loco. Tal
vez solo estaba cansado, pero eso era una locura. No podía decirle a su hija de
veinticuatro años que necesitaba cirugía plástica para encontrar marido en el
caso de que sus piernas no volvieran a funcionar.
—Ella no habría estado en ese coche si no hubiera discutido
con Randi. Debería haber sido yo el que persiguiera a mi hija. No Sarah. Randi
salió impune y Sarah está en la cama de un hospital, y Dios... —Sollozó y se
cubrió la boca con la mano. Me encontré en la situación más incómoda en la que
jamás había estado.
No sabía si debía abrazarlo, esperar a que dejara
de llorar o qué. No sabía manejar este tipo de cosas, para eso estaban las
mujeres, pero las únicas mujeres en la vida de Jack eran sus hijas. Ahora
mismo, ninguna estaba disponible.
—Fue un accidente, Jack. Nadie tiene la culpa. Ni
tú, ni Sarah, ni Randi.
—Desearía creer eso.
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