LA VENGANZA DEL HIGHLANDER
DE ANNE MARIE WARREN
Una pasión más poderosa que el odio entre dos clanes
DE ANNE MARIE WARREN
Una pasión más poderosa que el odio entre dos clanes
Sin lugar a dudas
este mes las amantes de las novelas sobre highlanders estamos de enhorabuena,
tras haberse adelantado el lanzamiento de "LA VENGANZA DEL
HIGHLANDER".
Para todas aquellas
que esperábamos la tercera parte de la serie Medieval ha sido toda una
sorpresa, más aun cuando la autora comunicó que adelantaba el lanzamiento
debido a la insistencia de las lectoras por tener el libro.
Como he mencionado se
trata de la tercera parte de la exitosa serie MEDIEVAL, la cual está ambientada
en las Highlands, y cuyos libros se pueden leer de forma independientes al
tratar cada uno de historias diferentes.
Por el momento la
autora ha afirmado que deja la serie en suspensión, ya que su nuevo proyecto
estará ambientado en la regencia. Su título será LA PROMESA DE UN AMOR y
promete ser emotivo, apasionado y como viene siendo habitual en la escritora
cargado de romance.
Os dejo la sinopsis
de La venganza del Highlander, así como los cuatro primeros capítulos cedidos
por la escritora.
SINOPSIS
Una pasión más poderosa que el odio entre dos
clanes.
Atormentado por la muerte violenta de su
familia a manos de su enemigo Gordon MacDougall, el nuevo laird Malcom Campbell,
se propone vengarse no solo con la muerte del asesino, sino con hacer
prisionera a su joven viuda.
Pero en el momento en que Malcom pone los
ojos en la altiva belleza pelirroja no puede dejar de pensar en ella, y decide
cambiar sus planes forzándola a contraer matrimonio.
Lady Sheena MacDougall lleva soportando los
malos tratos de su esposo desde su precipitado casamiento, y ahora que por fin
es libre, el laird de los Campbell aparece ante las puertas de su castillo para
hacerla su prisionera, obligándola a casarse con un extraño que quiere usarla
como venganza.
Un asesino, dos almas heridas y un solo
destino, ¿podrá su amor salvarles?
Una pasión más poderosa que el odio entre dos
clanes.
Atormentado por la muerte violenta de su
familia a manos de su enemigo Gordon MacDougall, el nuevo laird Malcom Campbell,
se propone vengarse no solo con la muerte del asesino, sino con hacer
prisionera a su joven viuda.
Pero en el momento en que Malcom pone los
ojos en la altiva belleza pelirroja no puede dejar de pensar en ella, y decide
cambiar sus planes forzándola a contraer matrimonio.
Lady Sheena MacDougall lleva soportando los
malos tratos de su esposo desde su precipitado casamiento, y ahora que por fin
es libre, el laird de los Campbell aparece ante las puertas de su castillo para
hacerla su prisionera, obligándola a casarse con un extraño que quiere usarla
como venganza.
Un asesino, dos almas heridas y un solo
destino, ¿podrá su amor salvarles?
CAPÍTULO 1
Tierras
altas de Escocia, 1260
La
bruma espesa del páramo rodeaba a los numerosos guerreros de los dos clanes
enemistados desde hacía poco tiempo, mientras el estremecedor sonido de las
espadas al entrechocar resonaba a su alrededor.
Esa
fría madrugada de principios de mayo parecía que el sol se negaba a dejar su
refugio tras las montañas, siendo sustituido por unas negras nubes que
presenciaban impasible la lucha que por el momento iban ganando los Campbell.
La
ferocidad con que este clan batallaba era de sobra conocida en todas las
Highlands, como también era conocida la desbocada ambición del laird de los
MacDougall, el cual era capaz de las más viles artimañas con tal de conseguir lo que deseaba.
Había
sido el orgullo de Gordon MacDougall el que había empezado esta desavenencia,
al no haber conseguido como esposa a la hija del laird Seamus Campbell. Y es
que para Seamus su pequeña siempre había sido su mayor tesoro, al recordarle a
la mujer que había amado con todo su corazón y que había perdido hacía cuatro
años tras un feliz matrimonio.
Ante
la tumba de su amada había jurado que cuidaría a la niña hasta que el cielo
quisiera reunirlo con su esposa, por lo que estaba dispuesto a anteponer la
felicidad de su hija a cualquier precio. Fue este juramento el que le hizo
plantearse la petición de mano de Gordon MacDougall, pues aunque su unión sería
muy ventajosa para ambos clanes, al colindar sus tierras, no podía olvidar ciertos
rumores que indicaban que era un hombre con un temperamento agresivo y
dictatorial.
Fue
por este motivo que aunque su primera reacción ante la petición del laird había
sido de aprobación, a pesar de que Gordon debía por lo menos doblar la edad a
Mysie, al final el temor a unirla con un hombre cruel le había hecho
recapacitar, al empezar a creer que este matrimonio solo le traería dolor a su
hija; sobre todo cuando le informaron que Gordon era el principal sospechoso del
repentino y extraño fallecimiento de su primera esposa.
Al
parecer esta se había caído misteriosamente desde una ventana de la torre; la
cual estaba a demasiada altura para que ella sola la alcanzara sin ayuda, cuando
tan solo habían pasado siete meses desde su boda.
Según
le indicaron, la joven esposa contaba con apenas quince años; edad que
curiosamente también tenía Mysie cuando pidieron su mano, y no tenía parientes
cercanos que pudieran exigir explicaciones, por lo que su muerte pronto solo
fue motivo de chismes entre los sirvientes y campesinos de los alrededores, los
cuales comenzaron a especular sobre el mal genio del laird de los MacDougall, y
sus extraños gustos por las jóvenes doncellas que apenas podían defenderse de
sus abusos.
Por
todo ello, y aun sabiendo que se enfrentaría a la enemistad de un poderoso
clan, Seamus Campbell al final se había negado a estos esponsales, al estar
cada vez más convencido de que con ello solo le traería infelicidad a Mysie.
Por suerte pudo contar con el apoyo de su hijo mayor Malcom y de su gente, ya
que estos tampoco querían sacrificar a la muchacha por un acuerdo ventajoso, al
no querer que la desdicha de Mysie recayera sobre sus conciencias.
Esto
hizo que Seamus no se arrepintiera de su decisión de anteponer el bienestar de
su hija al de su propio clan, aunque los enfrentamientos y las muertes entre
ambos mandos lograran que se separara de su pequeña, al creer más oportuno que
permaneciera recluida en un convento por su seguridad.
Solo
cuando cuatro meses después el MacDougall pareció dejar atrás el enfrentamiento
al contraer matrimonio con otra muchacha, pudieron vivir con una relativa
calma, aunque las escaramuzas siguieron presentes entre ambos clanes. Fue por
ello que Seamus decidió que su hija siguiera en el convento hasta que hubiera
transcurrido por lo menos un año desde su fallida petición de mano, para así
asegurarse de que permaneciera fuera de todo peligro.
Pero
nadie pudo imaginar que Gordon MacDougall fuera un presuntuoso resentido que nunca
olvidaba y aprovechara la salida del convento de Mysie; al haber transcurrido
el año fijado, para desquitarse de lo que él había considerado un insulto a su
persona asesinando brutalmente a toda la comitiva, incluyendo a Seamus que ansioso
por ver a su hija había ido en persona a recogerla.
La
muerte del laird de los Campbell había sorprendido a todas las Highland al
haber sido una auténtica carnicería, ya que sin ninguna muestra de compasión
había torturado y quemado vivo a Seamus, siendo injusto que un hombre tan sensato
y apreciado como él recibiera un final tan atroz y repugnante.
Pero
que además violara y asesinara a una mujer para después arrojarla al fuego fue
algo tan espantoso, que el clan de los MacDougall pronto se encontró sin la
ayuda de sus clanes aliados y tuvo que contratar a mercenarios para protegerse.
Esta
necesidad de hombres a pesar de ser un clan poderoso era debido a la falta de
guerreros MacDougall, pues las continuas disputas con otros clanes desde que
Gordon fue nombrado laird, unido a los incesantes abandonos de sus soldados a
causa de sus brutales castigos, había reducido considerablemente el número de
sus soldados.
Además,
estos abandonos se multiplicaron, cuando se supo que Malcom Campbell había jurado
frente a las cenizas de su padre y de su hermana que no descansaría hasta
aniquilar al MacDougall, siendo su único objetivo desde que fue nombrado nuevo
laird de los Campbell. Desde entonces se había convertido en una constante pesadilla
para Gordon MacDougall y para un clan que desde entonces parecía maldito.
Y
ahora, casi seis meses después de la dramática muerte de su familia, por fin
había llegado el momento de la venganza que Malcom tanto había ansiado y le
había cambiado, al agriar su carácter y pasar de ser un hombre amable y
bondadoso como su padre, a ser un individuo amargado que solo albergaba odio en
su corazón.
Por
eso cuando estaba a punto de darle el justo castigo a su más odiado enemigo, apartó
toda muestra de clemencia de su mente dispuesto a que nada ni nadie se
interpusiera, y así poder saborear a su antojo la dulce satisfacción de haber
hecho justicia.
Con
una superioridad causada por su juventud y sus deseos de victoria Malcom
Campbell logró someter a su adversario Gordon MacDougall, que por primera vez
en su vida se vio vencido por un clan que desde el principio había creído
inferior al suyo. Pensamiento que le había hecho cometer demasiados errores y
ahora tendría que pagar por ello.
Agotado
tras el esfuerzo de detener el continuo ataque de Malcom con su claymore[1], el
poderoso laird apenas podía respirar al haber recibido varios golpes que le
habrían dañado algunas costillas, y con sumo esfuerzo intentó una y otra vez
detener el feroz ataque de su contrincante hasta que las fuerzas apenas lo
sostuvieron.
Ambos
laird se encontraban rodeados de sus hombres, que como ellos alzaban sus
espadas buscando vencer a su oponente, con la diferencia de que los fieros
Campbell no dejaban de vigilar a Malcom por si necesitaba su ayuda, mientras
que los hombres que acompañaban a Gordon no le prestaban mucha atención, al
tratarse en su mayoría de mercenarios que ya habían sido generosamente pagados.
Quizá
fuera esta diferencia la que estaba consiguiendo que los Campbell ganaran, pues
luchaban codo con codo con guerreros a los que conocían y a los que estaban
unidos por lazos de sangre o de amistad.
Por
su parte Malcom apenas era consciente de nada de lo que sucedía a su alrededor,
pues todo su cuerpo y su mente estaban puestos en el combate que mantenía con
Gordon. Un enfrentamiento que llevaba deseando demasiados meses y que por fin
había llegado.
Con
toda la rabia marcando cada movimiento consiguió que las pocas fuerzas que le
quedaban a Gordon se agotaran, cayendo este frente a él de rodillas y sin
apenas respiración. Ver a su enemigo en semejante estado le reportó un gran
placer, pero todo su ser le reclamaba que acabara con él para arrancar de su
alma ese dolor que lo estaba consumiendo y cambiando.
Con
decisión siguió atacando a su adversario, sin importar su torso ensangrentado a
causa de los cortes que le estaba proporcionando a ambos costados, pues el
MacDougall apenas podía esquivar las estocadas que furioso le lanzaba Malcom.
Sabiendo que su final estaba cerca y que acabaría
muerto de rodillas ante su enemigo, Gordon no se pudo callar, y dando una
última muestra de su vanidad y de su espíritu rencoroso atacó con sus palabras,
al saber que estas causarían más daño al laird de los Campbell que los golpes
que podía darle con su espada.
—Sucio
Campbell, debí haberte matado cuando tuve la oportunidad —gruñó desesperado—. Aunque
gozar entre los muslos de tu hermana y matar a tu padre me proporcionó un
placer por el que merece la pena morir.
—En
ese caso, prepárate para ir al infierno —contestó fríamente Malcom, pues no
pensaba dejarse llevar por la rabia y perderse el terror que emanaría de los
ojos de su rival cuando supiera que su muerte era eminente.
Pero
a este aún le quedaba más veneno por soltar de su boca, al ser demasiado
prepotente para asumir que le habían vencido, y en vez de marcharse de este
mundo con honor prefirió atacar con cobardía.
—Allí
veré a tu padre y a esa hermanita tuya que se abrió de piernas nada más verme.
Conteniendo
la furia que empezaba a hervir por sus venas Malcom consiguió con una estocada
arrebatarle la espada a Gordon, el cual quedó ante él desarmado, ensangrentado
y vencido.
El
silencio que se impuso en el páramo les indicó a los dos líderes que sus
hombres estaban observando el desenlace, y solo cuando Gordon miró a su
alrededor se percató que los pocos guerreros que le quedaban se habían rendido,
otorgando a los Campbell la victoria en el campo de batalla.
La
experiencia de Gordon en otras batallas le aseguraba que su derrota era
inminente, pero se alegraba que antes de dejar este mundo el resentimiento y el
desprecio del laird de los Campbell hicieran de su existencia un calvario, pues
así su muerte no sería en vano al saber que la amargura en el corazón del Highlander
no le dejaría vivir en paz.
—La
muy perra no paró de gemir como una puta mientras la penetraba, aunque no es de
extrañar siendo una Campbell.
Tras
escucharle Malcom lanzó una mirada tan gélida al MacDougall que este no pudo
evitar estremecerse, a pesar de ser trece años mayor que su adversario y ser él
quien le había provocado, pues los ojos del laird de los Campbell no parecían
humanos al estar inyectados en sangre y emanar puro odio.
Tratando
de contener la animadversión que sentía por ese hombre Malcom respiró
profundamente, pues tenía algo más que decir antes de cumplir con su destino y
acabar con su enemigo, ya que quería borrar de su cara la burla maliciosa que
mostraba Gordon, a pesar de saber que su muerte era eminente.
—Antes
de morir quiero que sepas que tomaré Dunstaffnage[2] y haré
que tu clan se someta al mío mientras tu esposa se convierte en mi ramera.
La
rabia que vio en los ojos del MacDougall; unido al hecho de que estaba de rodillas
le dio una gran satisfacción, y sin que este pudiera responder con palabras al
insulto a su sangre levantó su espada, y con un único movimiento certero, la
bajó con fuerza cortándole la cabeza.
Quieto
ante el cadáver de esa alimaña Malcom no sabía muy bien qué sentir, pues aunque
había creído que al matarle su dolor menguaría, este seguía clavado en lo más
profundo de su ser sintiéndolo igual que en los seis últimos meses.
Con
las manos temblorosas soltó su claymore, que cayó al suelo donde la tierra y la
sangre se mezclaban, y miró al cielo cubierto de nubes oscuras buscando el
consuelo que tanto ansiaba. Por desgracia solo recibió silencio y un gélido
viento que removió su cabello negro, sintiendo por primera vez una soledad tan
intensa que creyó partirse en dos.
El
alarido que soltó consiguió que todos los presentes agacharan las cabezas, pues
cada uno de ellos se daba cuenta del dolor que estaba sufriendo su laird, al
haber cumplido su venganza y sin embargo no sentirse en paz. Lo sabían pues
ellos también experimentaban algo parecido, al comprender que la muerte de ese
hombre jamás podría devolverles a sus muertos.
Quieto
en medio del campo de batalla Malcom bajó la cabeza fijándose en los cadáveres
que yacían ante él, y que por suerte pocos de ellos lucían el tartán de los
Campbell, para pasar a continuación a contemplar el cuerpo decapitado del
MacDougall.
—Blair —llamó Malcom con voz profunda y grave
a su lugarteniente y amigo, pues no se había percatado de que estaba a su lado
esperando órdenes.
—Aquí
estoy laird —le contestó avanzando un paso para que se diera cuenta de su
presencia.
Sin
ni siquiera mirarlo, ya que le era imposible apartar la mirada del cadáver de
ese hombre, Malcom le dijo:
—Que
algunos hombres hagan una hoguera. Quiero quemar a este cabrón como quemó a mi
familia, pero asegúrate que de él no queden ni las cenizas.
—Así
se hará —fueron sus únicas palabras pues no sabía qué decirle en ese momento
para calmar su dolor.
Malcom
no tuvo que esperar mucho hasta que sus hombres cumplieron sus órdenes, y todos
los presentes del clan rodearan la hoguera para contemplar como el hombre que
había traído la tristeza a sus tierras era devorado por las llamas.
—Espero
que tu alma jamás pueda descansar en paz, Gordon MacDougall, pues ni siquiera me
dejaste un cadáver al que abrazar y del que despedirme —le gritó furioso a las
llamas, pues la desolación era tan grande que era incapaz de llorar—, pero te
juro que ningún MacDougall podrá descansar en paz hasta que mi corazón deje de
sangrar por mis seres queridos.
Durante
unos minutos ninguno de los presentes hizo o dijo nada dejándose envolver por
la pena y el silencio, mientras su laird notaba en cada fibra de su ser que no
había quedado satisfecho con la muerte del laird de los MacDougall.
Dándose
cuenta de que el final de todo ese sufrimiento no acabaría hasta que cumpliera
su promesa y sometiera a la esposa de ese malnacido, solo le quedó cabalgar
hacia Dunstaffnage para reclamarlo como suyo y hacer de la mujer de ese asesino
su ramera.
—¿Regresamos
ya a Inveraray[3]?
—le preguntó Blair deseando dejar atrás el campo de batalla para poder vivir en
paz, pues aunque era un guerrero sabía que continuar con la venganza no traería
nada bueno al clan y menos a su amigo.
—Nay,
antes tenemos que pasar por Dunstaffnage. Tengo algo pendiente por hacer —comentó
pensativo y serio.
—¿Estás
seguro de no querer dejar todo esto atrás?
La
cara de rabia con que Malcom le miró le dio la contestación, pero aun así su
amigo le dijo con una voz que parecía provenir del inframundo.
—Esto
no acabará hasta que yo lo diga, y no lo hará hasta que cada MacDougall sufra
como lo hicieron mi padre y mi hermana.
Blair
permaneció en silencio al saber que sería inútil razonar con él estando en este
estado de excitación, y esperó que los tres días que tardarían en llegar a su
destino fueran suficiente para aplacarlo y que entrara en razón, pues aunque él
estaba a favor del ojo por ojo, no creía que eso incluyera que la esposa del
hombre tuviera que pagar por sus pecados, al menos que fuera una harpía sin corazón
deseosa de causar la muerte a un Campbell.
Suspirando
deseó que su laird pronto recapacitara, mientras los hombres se encaminaban
hacia sus caballos dispuestos a seguir a su señor hasta donde hiciera falta,
incluyendo el castillo de los MacDougall.
CAPÍTULO 2
Castillo
de Dunstaffnage.
Tres
días después.
Tratando
de serenar sus nervios Angus MacDougall se encaminó al encuentro de su señora
en la capilla, al tener el triste y difícil deber de comunicarle que su marido
y laird de esas tierras había muerto en el campo de batalla, y que los Campbell
en breve llegarían a la fortaleza con el fin de destruirla.
Odiaba
ser el portavoz de semejante noticia, al ser su señora una mujer dulce y
compasiva que ya había sufrido demasiado a sus diecisiete años, pero como miembro
de más rango en el lugar, y de más edad al haber alcanzado ya los cincuenta
años, era el único que podía llevar a cabo esa misión aunque esta no le
agradara.
Resignado,
Angus siguió caminando resintiéndose de los calambres que una antigua herida en
la pierna le daba, pero sobre todo maldiciendo por no ser treinta años más
joven y poder defender como se merecían esas pobres almas que apenas podrían
ofrecer resistencia a los Campbell; en especial a su laird Malcom, pues en
todas las Highland se sabía que su sed de venganza no tendría fin hasta que
aniquilara al último MacDougall, o hasta que el creador le otorgara un corazón
para que tuviera piedad.
—Angus,
¿es verdad lo que se rumorea en las cocinas? —le preguntó una mujer regordeta,
alta y con el cabello cano recogido con un estirado moño que presurosa se
dirigía hacia él.
A
este no le extrañó que la mujer se hubiera enterado tan pronto al tratarse de
la castellana[4]
del castillo, pues una de sus funciones era estar al corriente de todo lo que
sucedía tras las puertas de la torre del homenaje[5], y al
haber mandado al mensajero a las cocinas para que tomara algo de comer, era de
esperar que ella acabara enterándose.
—¿Y
qué es lo que dicen esos entrometidos sirvientes que en vez de trabajar se
pasan las horas de cháchara? —le preguntó para molestarla, pues cualquiera que
conociera a Glinis sabría que para ella la disciplina era algo prioritario, y
que jamás dejaría que los siervos a su cargo perdieran el tiempo en
banalidades.
Parándose
en el acto Glinis se colocó con los brazos en jarras como si estuviera
dispuesta a presentar batalla, aunque Angus no se impresionó al conocerla desde
hacía demasiados años y saber que su corazón era demasiado bueno y generoso,
aunque le gustaba aparentar ser una mujer severa para mantener el orden.
—Mis trabajadores jamás rumorean como viejas
mientras trabajan, Angus MacDougall, y cualquiera que diga semejante atrocidad
tendrá que vérselas conmigo.
Angus
trató de esconder la sonrisa ante el arrebato de cólera de Glinis, y se detuvo
para escuchar el sermón que le esperaba y ya de paso descansar un poco la
pierna que le atormentaba con sus pinchazos.
—Lo que sucede —empezó a decir mientras bajaba
los brazos y estiraba su impecable delantal blanco con nerviosismo—, es que ha
llegado un muchacho muy alterado diciendo que el señor ha muerto y que los
Campbell están a punto de llegar para matarnos.
Angus
soltó un improperio que dejaba al mensajero a la misma altura en inteligencia
que un asno, y se reprochó no haberle ordenado al muchacho que no le comentara
nada a nadie hasta que él regresara con la señora, pues quizá ella quisiera
preguntarle más cosas sobre lo sucedido con su esposo.
—Por desgracia es cierto, pero me hubiera
gustado que la señora hubiera sido la primera en enterarse.
—¿Ella
todavía no lo sabe? —preguntó incrédula Glinis.
Siendo
él ahora el enfurecido comenzó de nuevo a caminar, sabiendo que ella se
colocaría a su lado para acompañarle y de paso enterarse de lo que estaba
sucediendo.
—No,
no soy tan rápido como las lenguas de esos sirvientes suyos —le dijo para
provocarla—. En cuanto ese bocazas de mensajero me dio la noticia fui a la
recámara de la señora para buscarla, pero una criada me comentó que a estas
horas es frecuente que se encuentre rezando en la capilla.
—Es
cierto, esa pobre mujer pasa un par de horas cada mañana rezando, pero por la
poca suerte que ha tenido en la vida parece que el Todopoderoso nunca la
escucha.
—Bueno,
pues parece que por fin la ha escuchado, aunque no seré yo quien hable mal de
un muerto.
—Por
supuesto —le respondió de inmediato santiguándose—, lo que el Altísimo le tenga
preparado a su marido es cosa entre él y su creador, aunque me parece que a
estas horas lo que estará viendo ese hombre son las entrañas del infierno —terminó
afirmando para después santiguarse de nuevo.
Angus
asintió, pues todos los del castillo sabían del mal carácter del laird al
haberlo sufrido en sus propias carnes, pero sobre todo se comentaba la forma tan
despiadada en que insultaba y castigaba a su esposa, la cual cada vez parecía
más apagada y maltrecha al sentirse desamparada ante su desgracia.
Por
unos segundos ambos permanecieron en silencio escuchándose tan solo el sonido
de sus pasos, mientras recordaban las veces que ella gritaba pidiendo ayuda al
ser flagelada en presencia de todos en el gran salón, sin que nadie del clan se
acercara a protegerla, pues nadie se atrevía a provocar al laird si no quería acabar
en las mazmorras o muerto.
Sin
lugar a dudas si alguien se merecía los fuegos del infierno ese era Gordon
MacDougall, pues no solo había hecho de la vida de su joven esposa un calvario
desde el mismo día de su casamiento; hacía algo más de un año, sino que también
había arruinado al clan con sus excesos y sus continuas luchas con otros clanes
como los Campbell.
—Espero que la suerte de la señora cambie
ahora para bien, ya que si alguien se lo merece es ella —indicó Glinis con voz
solemne, para después parar ante las puertas de la capilla del castillo al
haber llegado a su destino.
Tanto
Angus como Glinis contemplaron las puertas de ese pequeño edificio colocado a
unos metros de la torre del homenaje, como si estuvieran ante una prueba que
ninguno de ellos deseaba realizar, pero que sabían que era necesario llevar a
cabo cuanto antes.
La
capilla, al estar situada a un lateral del patio tenía cierta intimidad, pero
por el alboroto que empezaba a formarse en el castillo, era evidente que las malas
noticias ya estaban corriendo de boca en boca, y no era apropiado que su señora
fuera la última en enterarse.
—Glinis
—le llamó Angus mirándola a los ojos—. ¿Entrarás conmigo para consolar a la
señora? No estoy muy seguro de cómo se tomará la muerte de su esposo y no tengo
experiencia tratando con mujeres.
Glinis
asintió al reconocer que un viudo como Angus no sabría cómo enfrentarse ante
las lágrimas o la histeria de una mujer, por mucho que se hubiera entrenado con
espadas o machetes o se hubiera curtido la piel.
—Puedes
contar conmigo, aunque yo tampoco sé cómo se va a tomar la noticia —tras decir
esto se alisó el delantal para presentarse ante su señora impecable, aunque su
vena belicosa hizo que mirara a Angus y acabara comentándole—: Pero te digo una
cosa, si esa muchacha, tras enterarse de que ahora es viuda comienza a dar
saltos de alegría, no voy a ser yo quien la regañe.
Y
sin más abrió la puerta de la capilla dejando a Angus sin palabras, mientras
ella decidida entraba en el lugar santo.
Arrodillada
frente al altar Sheena MacDougall no escuchó como la puerta se abría para dar
paso a Angus y Glinis, al estar demasiado absorta con sus plegarias en la
pequeña capilla del clan.
Esa
mañana se había levantado temprano con el firme propósito de pedir a San
Patricio que la protegiera de su marido, o en el peor de los casos, que le
permitiera morir de una vez en lugar de seguir padeciendo semejante
sufrimiento.
Sabía
que la llegada de su esposo no podía demorarse por más tiempo, y a cada segundo
que pasaba la angustia de saber que tendría que recibirlo en su cama y soportar
sus abusos la ponían enferma.
Lamentaba
con todo su corazón vivir atemorizada, pero sobre todo echaba de menos a esa muchacha
vivaz, traviesa y soñadora que había sido antes de casarse con ese monstruo. Aún
recordaba cuando su tío le anunció su próximo enlace, y lo agradecida que se
sintió al creer que jamás encontraría un esposo al haber muerto su prometido y
pertenecer a un clan tan pobre y pequeño como los Bucheman.
De
su futuro esposo solo sabía que le llevaba veintitrés años, pero nunca se
hubiera esperado que un hombre pudiera tratar a otro ser humano con tanta
brutalidad, más aun siendo él un laird y ella su esposa.
Se
había dado cuenta en la misma noche de bodas al tener que soportar la violación
de su cuerpo en repetidas ocasiones, y cuando a la mañana siguiente fue
recibida por burlas de ese hombre que había jurado ante Dios que la amaría y la
protegería.
Desde
entonces sus días habían ido de mal en peor, y solo conseguía algo de paz
cuando él se marchaba a enfrentarse a otros clanes. Era en esas ocasiones
cuando podía descansar y reponerse de sus innumerables heridas, aunque sentía
como su espíritu rebelde agonizaba cada noche y deseaba su muerte cuando él
regresaba.
Un
hecho que cada vez Sheena veía más cercana de manos de ese hombre, pues nunca
perdía la oportunidad de recriminarla por no concederle un hijo varón, a pesar
de sus continuos intentos y de llevar más de un año casados sin tener
descendencia.
Le
gustaba recordarle en tono amenazante que ya estuvo casado con anterioridad con
otra muchacha que tampoco le dio hijos, y se jactaba de como esa mujer estúpida
que no servía para nada acabó cayéndose por la ventana.
Si
Sheena hubiera tenido valor le hubiera contestado que quizá fuera él el estéril,
pues si dos muchachas sanas no se quedaban embarazadas con su semilla, es que
la culpa no era de ellas. Pero decir esto hubiera sido igual que firmar su
sentencia de muerte, y aunque en ocasiones la deseara con desesperación, la
prudencia siempre le aconsejaba callarse y esperar otra oportunidad para
provocarle.
Le
hubiera gustado tener una familia a la que acudir y pedir auxilio para así
haber salido de este infierno, pero por desgracia había quedado huérfana de
padres al haber fallecido estos de fiebres varios años antes de que ella se
casara, quedando ante el cuidado de un tío de su padre que tras sus esponsales
había fallecido al caerse del caballo.
Toda
una consecución de mala suerte que parecía no acabar nunca, y por eso, frente
al altar y de rodillas, pedía clemencia a San Patricio buscando una salida para
su lamentable existencia, pues no soportaba más ser esa mujer asustada, amargada
y maltrecha en la que se estaba convirtiendo.
—Milady,
¿podemos hablar unas palabras con usted? Me temo que hay algo importante que
debemos contarle —le comunicó Glinis con voz dulce.
Nada
más oírla Sheena se encogió, al creer que la mujer le iba a decir que su esposo
había regresado. No soportaba la idea de volver a verlo, y tratando de que no
se notara en su voz su pesar, le preguntó sin apartar la mirada de la cruz que
tenía ante ella, como si esperara un milagro que le librara de tener que
recibirlo.
—¿Ha
regresado mi esposo a casa?
—No,
milady —respondió Glinis manteniendo su tono dulce para después mirar a Angus
como si pidiera su aprobación para darle la noticia. Hecho que él le concedió
con un gesto de ánimo y al final ella continuó diciendo—: Acaba de llegar un
mensajero del campo de batalla, y parece ser que su esposo ha muerto.
El
silencio que siguió tras el anuncio puso nerviosos a Angus y a Glinis, al no
saber qué estaba pasando por la cabeza de su señora. Daba la sensación que tras
escuchar el triste desenlace se había quedado paralizada, sin que ninguno de
los dos supiera qué decir para sacarla de su aturdimiento.
—¿Estáis
seguros de su muerte?
La
escucharon decir con una voz apenas audible, y con su mirada aún fija en la
cruz que se alzaba en el altar.
—Así
es, milady. El laird está muerto —le respondió Angus acercándose unos pasos,
mientras Glinis se retorcía las manos al no saber qué hacer.
«Dios
Todopoderoso, gracias, gracias…»
Empezó
a repetir una y otra vez Sheena en su mente al estar convencida de que le
habían concedido su deseo. Reconocía que no era de buen cristiano tener unos
pensamientos tan atroces, pero no podía evitar sentirse agradecida al saber que
el hombre que la había humillado, golpeado y maltratado de todas las formas
imaginables había muerto.
Sintiéndose aliviada le hubiera gustado gritar
de felicidad al saber que los abusos también habían terminado; tanto los de ella
como los del resto del clan, y por ello empezó a llorar al sentir la esperanza
de una vida mejor por primera vez en mucho tiempo.
Angus
sintiéndose incómodo al verla llorar miró a Glinis como si esperara que ella
hiciera algo, pero para su consternación se encontró que esta se estaba secando
las lágrimas con el bajo de su blanco delantal.
—¿Por
qué llora milady? Cualquiera hubiera imaginado que le odiaba después de cómo la
trataba —le preguntó Angus a Glinis en
un susurro.
La
contestación de Glinis fue darle un codazo en el costado para que se callara,
para después, una vez sorbido por la nariz y secado sus lágrimas decirle:
—Se
puede llorar por muchos motivos.
La
cara que puso Angus de no entender nada; y menos aún en temas relacionados con
mujeres, le hubiera hecho gracia a Glinis en cualquier otro momento, pero ahora
estaba más preocupada por su señora. Se daba cuenta de que la noticia marcaba
un nuevo comienzo para ella y se alegraba sinceramente de que así fuera, pues
nadie se merecía más ser feliz que esa muchacha que había llegado a ellos
cargada de ilusión y fuerza, quedando ahora tan solo una triste sombra de lo
que había sido.
—¿Se
encuentra bien, milady?
Sheena
simplemente asintió, para después santiguarse y levantarse despacio. No pudo
evitar que las piernas le temblaran, pues había permanecido varias horas de
rodillas rezando y ahora estas se negaban a sostenerla, por lo que tuvo que
sentarse de forma apresurada, y tanto Angus como Glinis se preocuparon por ello
acercándose en el acto a socorrerla.
—¿Necesitáis
algo, milady? —le preguntó Angus alarmado al verla en ese estado.
—Solo
me gustaría saber cómo murió mi esposo.
—¿Queréis
que mande llamar al mensajero para que os relate lo sucedido? —le preguntó
Angus.
—No,
prefiero escucharlo de vos —le contestó mirándolo a la cara con unos ojos que
le decían que prefería la intimidad de la capilla para tratar este tema tan
delicado.
En
ese instante Angus sintió un profundo respeto por esa mujer que ante todos
parecía una ratita asustada, pero cuya mirada escondía una fuerza que llevaba oculta
demasiado tiempo. Irguiéndose como si de nuevo estuviera ante la asamblea
representativa[6]
de su clan; la cual fue disuelta cuando Gordon MacDougall fue elegido laird al
creerla innecesaria, el viejo Angus volvió a sentirse orgulloso de ser un
MacDougall y servir a un señor que en verdad merecía ese puesto.
—Como
deseéis, milady —le contestó y se dispuso a contarle todo lo que sabía—. Al
parecer vuestro esposo se batió en el campo de batalla con Malcom Campbell, y
tras una lucha feroz el Campbell acabó arrancándole la cabeza.
—¡Por
la sangre de Cristo! ¿No podrías contarlo de forma más sutil? —le recriminó
Glinis a Angus al percatarse de la encogida que Sheena había dado al escuchar
la noticia.
—¿Y
cómo se dice de forma sutil que le han arrancado la cabeza? —le respondió
enfadado, mientras se volvía para encarar a esa insufrible mujer.
Fue
justo antes de que ambos se enzarzaran en una discusión cuando Sheena decidió
intervenir, al querer terminar cuanto antes con el relato y así estar segura de
que Gordon MacDougall jamás regresaría a su lado.
—Por
favor Angus, continúe con la historia. Y respecto a ser más cuidadoso con las
palabras, solo quiero saber la verdad de cuanto ha sucedido —logró decir antes
de que Glinis contestara de mala gana a Angus olvidando que estaba en la
capilla.
Asintiendo
Angus se irguió aún más; si es que eso era posible, y tras observar como Glinis
ponía los ojos en blanco al verle tan pomposo se dispuso a seguir con el
relato.
—Como
iba diciendo… —empezó a contar mientras miraba altivo a Glinis y se llevaba las
manos a la espalda— Malcom Campbell acabó con la vida de su esposo digamos… de
una forma desagradable.
Nada
más decirlo miró a Glinis como si buscara su aprobación, y esta le ofreció una
inclinación de cabeza para indicarle que de esa manera era la apropiada.
Convencido de que no era tan difícil hablar correctamente ante su señora para
no herir su sensibilidad, se relajó, y cogiendo aire continuó hablando.
—Después,
según me indicó el mensajero, el Campbell no tuvo bastante con decapitarlo, y
el muy bastardo mandó que quemaran el cadáver ante sus ojos.
El
grito que soltó Glinis volvió a interrumpir el relato de Angus, que sorprendido
se la quedó mirando, como retándola a que le dijera que había hecho mal.
Sabiendo
que era imposible aleccionar a ese viejo cascarrabias Glinis se mantuvo
callada, mientras Sheena asimilaba que su marido jamás regresaría. Si le
hubieran dicho que le habían herido de gravedad hubiera dudado de que
sobreviviera, pues estaba segura que ni el mismísimo demonio querría a su
marido en el infierno, pero al haber sido decapitado y después incinerado, era
imposible que hubiera sobrevivido, a menos que…
—¿Estáis
seguro de que fue mi esposo el decapitado?
—Sí,
milady. Estaban rodeados por sus hombres y todos pudieron verlo.
Con
la confirmación de su muerte pudo volver a calmarse y respirar con normalidad
por primera vez en mucho tiempo, comenzando a sentir algo parecido a la
esperanza en su corazón.
—Pero
hay más —continuó informándola al saber que era necesario acabar cuanto antes—.
Tras el asesinato del laird, ese Malcom encabezó la marcha contra Dunstaffnage
para destruirlo.
—¿Se
dirige hacia aquí? —le preguntó levantándose de su asiento alterada y
lamentando no tener un minuto de paz para disfrutar de su reciente libertad.
—Así
es, milady. Según el mensajero llegará a nuestras murallas en menos de una hora
o quizá antes.
El
chillido que esta vez soltó Glinis fue de espanto provocando que Sheena se
encogiera, al vivir sumida en la tensión desde su matrimonio, pues cada grito
la alteraba al recordarle a su marido y el placer que este sentía cuando los
escuchaba.
Reprochándose
esta reacción sin sentido Sheena se irguió, y tras apartar la mirada de una
Glinis que retorcía su delantal; hasta entonces impoluto, observó a Angus que
la contemplaba a la espera de su reacción.
—¿Tenemos
hombres suficientes para retener el ataque?
—Lamento
decirle que no. Por desgracia el laird se llevó a todo hombre que pudiera
empuñar una espada, y en el castillo solo quedan algunos ancianos y heridos,
así como los treinta hombres que han regresado y pueden presentar batalla.
—¿Sabemos
cuántos Campbell se acercan?
—Creemos
que algo más de trescientos.
—Casi
treinta contra más de trescientos —dijo en voz baja Sheena mientras negaba con
la cabeza.
Fue
justo en ese instante en que los tres permanecieron callados, cuando llegó a
sus oídos el bullicio que reinaba en el patio.
—Creo
milady que ya se han enterado todos del peligro que corremos —afirmó Glinis
rompiendo el silencio que otra vez había caído sobre ellos.
—Será
mejor que salgamos a poner orden y a prepararnos para recibir a los Campbell.
Y
sin más se encaminó hacia la puerta con paso decidido, dejando asombrados a
Angus y Glinis.
—Pero
milady, no podemos enfrentarnos a los Campbell y tampoco podemos rendirnos.
—Pues
algo tendremos que hacer Angus, porque me temo que el Campbell no estará
dispuesto a retirarse y volver cuando estemos preparados.
—Pero,
¿qué va a pasar con las mujeres y los niños? —esta vez fue Glinis la que
preguntó mientras la seguía asustada.
Sheena
no tenía respuesta para ninguno de los dos, pero cuando abrió las puertas de la
capilla y observó el caos que reinaba en el patio, algo dentro de ella le dijo
que debía ser fuerte por ellos y buscar una salida.
Ahora
era ella lo único que le quedaba a ese clan que lo había entregado todo a su
laird, pues la mayoría de ellos se veían con harapos y maltratados por un
hombre que debió protegerlos y cuidarlos. Se dio cuenta de que ella no había
sido la única víctima de su marido, pues aunque sabía que sus abusos habían
sido muchos; como castigos excesos y privaciones, jamás había estado en su mano
hacer algo por ellos.
Hasta
ese momento.
Ante
ella tenía un clan formado en su mayoría por mujeres y niños, que desesperadas
se aferraban a algún fardo donde portaban las pocas pertenencias que les
quedaban, mientras no perdían de vista a sus hijos que revoloteaban a su
alrededor llorando.
Ver
esa imagen hizo que su antiguo ser atrevido resurgiera, tomando la decisión de
ser fuerte para ayudarles y darles soluciones. Decidió que el tiempo de ser
cobarde había acabado, pues ahora tenía a su gente que la necesitaba y no iba a
permitir que ningún hombre, ya fuera Campbell o MacDougall, le volviera a robar
el valor.
Era
consciente de que solo contaba con diecisiete años y no tenía ninguna
experiencia en el campo de batalla ni en resistir asedios, pero estaba
dispuesta a cualquier cosa con tal de salvar a su gente.
—¿Qué
vamos a hacer, milady? —preguntó Angus visiblemente angustiado, pues al parecer
él también se negaba a dejar a esas gentes sin protección ante la feroz
venganza de los Campbell.
—Tráeme
a un mensajero lo antes posible. Voy a mandar una misiva pidiendo ayuda a mi
hermano y debe salir antes de que los Campbell lleguen.
Al
intuir por la forma en que Angus la miraba que no creía que eso sirviera de
nada, Sheena se dispuso a explicarle lo que pensaba.
—Sé
que es imposible que sus hombres lleguen a tiempo, pero por lo menos habremos
intentado algo, y quizá nos vengan bien para recuperar el castillo —y mirando
desafiante a Angus le dijo decidida—: No pienso entregar Dunstaffnage sin más.
Visiblemente
sorprendido por sus palabras Angus se la quedó mirando, comprobando una
resolución en sus ojos que nunca antes había visto en ellos.
—Así
se hará, mi señora —le respondió con orgullo, para de inmediato marcharse a
cumplir sus órdenes.
Una
vez a solas Glinis se colocó al lado de su señora, al mismo tiempo que Sheena
empezaba a caminar por el patio en dirección a las almenas, con el firme
propósito de asegurarse a qué distancia se encontraban los Campbell.
Fue
extraordinario observar cómo a su paso las voces que hasta entonces reinaban en
la fortaleza se acallaban, y centenares de ojos inocentes, asustados y
suplicantes la miraban como si esperaran que hiciera un milagro y los salvara.
—No
tiene por qué ser usted la que se ocupe de esto milady —le comentó Glinis mientras
seguían avanzando y todos los presentes las seguían.
—Ahora
soy lo único que tienen, y aunque no soy una MacDougall de nacimiento, no
pienso darles la espalda.
Un
murmullo de voces tras ella le indicó que la habían escuchado, pero estaba
demasiado perdida intentando descubrir una forma de evitar un derramamiento de
sangre como para prestar atención.
—Pero
usted ya ha sufrido demasiado —le siguió diciendo Glinis, aunque en esta
ocasión tuvo la prudencia de susurrárselo para que solo su señora lo oyera.
Habían
llegado a lo alto de la muralla cuando Sheena escuchó estas palabras, y
observando la nube de polvo que se aproximaba con una rapidez escalofriante, se
volvió hacia su castellana para agradecerle su preocupación con un apretón de
manos mientras le aseguraba:
—No
voy a volver a esconderme.
Comprendiendo
lo que pretendía hacer, Glinis calló, y ambas mujeres, junto con un buen número
de otros miembros del clan, se volvieron para observar el avance de los
Campbell mientras la mayoría rezaban, y otros como Sheena pensaban cómo
resolver el problema sin deshonrar al clan, pues este no se merecía sufrir más
abusos por culpa de un laird que solo había pensado en sí mismo en vez de en su
gente.
En
lo alto de la muralla, con el viento meciendo los cabellos sueltos del color
del fuego y la túnica del color de la esmeralda, Sheena MacDougall sintió un
escalofrío de terror, al imaginarse que estaba a punto de conocer lo que era el
miedo y el rencor de manos de un enemigo.
CAPÍTULO 3
Con
el sol en lo alto del cielo anunciando el medio día, el ejército de más de
trescientos highlander se detuvo a pocos metros del gran rastrillo que impedía
el acceso al castillo, como si supieran que los MacDougall apenas podían
presentar batalla y los desafiaran con su presencia a rendirse.
Si
bien era cierto que aún no estaban preparados para recibirlos, los MacDougall
no tuvieron otra alternativa que ocupar lo alto de las almenas, intentando
aparentar una seguridad que no tenían y rezando para que los Campbell no se
percataran de su reducido número.
Sheena,
como líder de su clan ahora que su marido estaba muerto, esperaba contar con la
ventaja de que el laird de los Campbell no supiera lo desprotegidos que se
encontraban, y así conseguir condiciones favorables para su gente y para ella
misma, antes de que saciaran su sed de venganza contra las mujeres y los niños.
Estaba
tan asustada por lo que tenía que hacer que de buena gana hubiera salido
corriendo, pero solo necesitaba recordar los centenares de ojos inocentes que
la miraban suplicándole su ayuda, para armarse de valor y permanecer en su
sitio dispuesta a negociar por el bien de todos.
Sabía
que lo único que podía ofrecerle era su obediencia como nuevo señor de esas
tierras, a cambio del perdón de sus gentes, además de prometerle que ningún
MacDougall volvería a levantarse contra un Campbell mientras los dejaran vivir en
paz.
Pero
lo que Sheena no sabía es que Malcom tenía otros planes para el castillo de los
MacDougall, pues aunque quería su rendición y que pasara a sus manos, lo que en
realidad ansiaba era hacerla su prisionera y humillarla como pago del
sufrimiento que su esposo había provocado.
Esperaba
que con ello el dolor de su pecho se desvaneciera, pues solo deseaba acabar
cuanto antes con toda esta muerte, y tratar de llevar una vida donde las pérdidas
sufridas no le impidieran seguir adelante.
—¿Estás
seguro de que quieres esto? —le preguntó Blair a Malcom, al no gustarle lo que
su laird y amigo tenía pensado hacerle a la señora de ese lugar, pues aunque
era una MacDougall, ante todo era una dama.
Montado
sobre su frisón[7]
Malcom encabezaba a su ejército, mientras decidido contemplaba las murallas de Dunstaffnage
preguntándose si sería necesario un asedio para conseguir su premio. Desde que
había matado a Gordon MacDougall no había dejado de pensar en su esposa, y en cómo
sería esa mujer que había convivido con un monstruo sin oponer resistencia a
sus barbaries.
Durante
los tres días de viaje había meditado mucho sobre este tema, y ahora, al
encontrarse ante el imponente castillo que le desafiaba con su majestuosa
altura y robustez, la rabia que creyó que iría disminuyendo tras la muerte del
MacDougall había vuelto de nuevo pidiendo venganza.
Por
ello estaba seguro de la contestación que le daría a la pregunta que le acababa
de hacer su amigo, pero para su sorpresa, cuando se disponía a contestarle, se
abrieron las puertas y elevaron el rastrillo, como si no tuvieran ante ellos a
un poderoso enemigo al que temer, enfureciéndole aún más al mostrarles una actitud
tan prepotente.
—Esto
no me gusta —escuchó como decía Blair a su lado al mismo tiempo que observaba desconfiado
todo a su alrededor—. Nadie es tan iluso de dejar entrar sin más al enemigo, y
conociendo la forma tan despreciable con que los MacDougall siempre se han
portado, debe de tratarse de una emboscada.
—Recuerda
que apenas les quedan hombres y deben estar desesperados —repuso Malcom, y
aunque quería parecer seguro, la experiencia le decía que desconfiara.
—Entonces
son aún más peligrosos —afirmó convencido.
Pero
las sorpresas aún no habían acabado, pues justo entonces apareció al otro lado
de la puerta la visión de la más bella mujer que jamás hubieran contemplado,
dejando a los dos hombres sin palabras y con la mirada fija en ella, mientras
se les acercaba despacio aunque sin dejar el refugio de las murallas.
Con
el sol iluminando una delicada figura que le daba el aspecto de una auténtica
ninfa, Malcom pudo observar los dulces rasgos de un rostro que sorprendía por
su mezcla entre determinación y bondad. Unos rasgos que le confundían, al dar
la impresión de que esa mujer tan menudita y aparentemente dócil no podía ser
la harpía que se había imaginado.
Aun
así tenía la experiencia necesaria con las mujeres para saber que el aspecto de
una dama nada tenía que ver con su forma de ser, pues hasta el más dulce de los
rostros podía esconder a una auténtica déspota manipuladora.
Curioso
ante la visión de esta dama acercó despacio su montura, comprobando que su
aspecto también estaba marcado por un halo de rebeldía, pues con toda claridad pudo ver unos cabellos del
color del fuego tan abundantes e indómitos, que trataban de escaparse del
crispinette[8]
que adornaba su cabeza para darle un aspecto elegante y sofisticado, pero que
en ella quedaba fuera de lugar ante una cabellera tan salvaje.
Su
porte regio, su mirada fija al frente con la barbilla alzada, la blancura de su
piel de alabastro y su vestimenta de una finísima calidad y elegancia, le
aseguraba que ante él se encontraba la mujer que había ido a reclamar como pago
por su venganza, aunque su juventud y su valentía al presentarse ante ellos
sola y desarmada le había sorprendido.
Pero
al hallarse a cierta distancia Malcom no pudo percatarse del temblor de su cuerpo,
ni cómo trataba de infundirse valor al encontrarse sola ante todo un ejército
dispuesto a remeter contra ella y cuanto se les interpusieran.
Sheena
sabía que estaba en serios problemas al contemplar la forma tan descarada,
altiva y feroz con que el guerrero que estaba al mando la miraba, pues la
hostilidad que le demostraba le hacía temer que se había equivocado, al haberle
subestimado y ahora encontrarse ante un hombre con el corazón tan negro como el
de su difunto esposo.
Conforme
el guerrero se acercaba Sheena pudo distinguir más aspectos de su rostro, y
aunque debía reconocer que era bello y más joven de lo que esperaba, su forma
de observarla la asustaba. Aunque no le conocía era indiscutible que ante ella
se encontraba el temido Malcom Campbell, pues como había escuchado mencionar en
más de una ocasión a algunos de sus hombres, el Campbell tenía una cabellera
oscura y la mirada del mismísimo demonio capaz de fulminar a cualquiera.
Era
esa peculiaridad de sus ojos lo que le aseguraba su identidad, ya que con solo
mirarlos estos eran capaces de calentarle todo el cuerpo hasta hacerla arder,
como también le impedía moverse, pensar, hablar o dejar de temblar.
—Milady
—la voz de Angus detrás de ella la sobresaltó, pues se había quedado tan
absorta contemplando el avance del hombre en su caballo, que no se había dado
cuenta de que estaba a punto de atravesar las puertas del castillo.
Haciendo
un considerable esfuerzo apartó la mirada del Campbell, reprochándose su
debilidad y esperando que Angus no lo hubiera notado.
—¿No
cree que debería decirle al Campbell que se detenga?
Demasiado
tarde Sheena comprendió su error, pues se había quedado tan absorta observándole
que no se había percatado del avance del guerrero, al haberla dejado maravillada
por su aspecto masculino. Solo esperaba que el Campbell no hubiera advertido su
ensimismamiento, pues solo con imaginárselo sentía como su rostro le ardía y se
sonrojaba como una fresa.
—Lo
lamento, me he quedado paralizada —se disculpó en voz baja a Angus mientras le
miraba con arrepentimiento.
El
sonido de los cascos del caballo entrando en el patio hizo que Sheena se
volviera para observar de nuevo al laird, sin llegar a ver la expresión de
entendimiento de Angus, pues él también se había quedado maravillado ante el
porte magnífico y bien formado del Campbell, como seguro lo habían hecho todos
aquellos que se encontraban defendiendo las murallas o formados en el patio a la
espera de alguna orden.
A
pesar de saberse observado Malcom no cambió su rumbo ni desvió su mirada de la
mujer ruborizada, hasta que se encontró a escasos dos metros de ella y detuvo
su caballo.
Fue
justo entonces cuando un silencio denso y espeso se extendió por toda la
fortaleza, ya que ni los Campbell ni los MacDougall hicieron o dijeron algo
para remediarlo. Era como si cada uno de los presentes estuviera pendiente de
sus señores, conscientes de que este encuentro entre ellos sería decisivo para
el futuro de ambos clanes, pues un solo movimiento en falso podría desencadenar
una tragedia.
Sheena
sabía cuánto se jugaba al estar en desventaja, y por eso decidió ofrecer su
hospitalidad para frenar las hostilidades entre ambos clanes, y así
demostrarles que no estaban interesados en seguir con los enfrentamientos.
Pero la tensión en el ambiente era tan tirante
que incluso le costaba respirar o pensar con coherencia, aunque por suerte la
educación que su madre le había ofrecido se impuso, y tratando de mostrarse
serena, se secó las manos sudorosas en el vestido color esmeralda que se había
puesto para la ocasión, y sonriendo levemente le dijo al laird de los Campbell:
—Bienvenidos
a Dunstaffnage. Como señora del clan de los MacDougall les ofrezco nuestra
hospitalidad y mis deseos de paz.
Orgullosa
al haber dicho toda la parrafada sin confundirse amplió la sonrisa,
consiguiendo que Malcom frunciera aún más el entrecejo y se mostrara más
agresivo. Algo que la sorprendió y la asustó, pues no esperaba esta reacción
por su parte al haber creído que sus palabras de paz le agradarían.
Sin
embargo Malcom estaba más enfadado que nunca, pues esa pequeña mujer no se daba
cuenta de que su castillo acababa de ser tomado, ya que le recibía como si
fueran los invitados a una fiesta y no unos adversarios que acababan de invadir
sus tierras.
Era
consciente que al ser una dama no tendría por qué saber sobre normas a seguir
en una rendición, pero cualquiera que recibiera a un ejército enemigo bien
armado alzando sus puertas y presentándose ante él, debería saber que equivalía
a una rendición incondicional y por eso ahora ella era su prisionera.
Sin
embargo esa MacDougall le miraba fijamente como si le estuviera desafiando, y
lo que era peor, permanecía erguida ante él como si aún fuera la señora del
castillo. Un hecho que quería aclarar cuanto antes, y por eso bajó de su
caballo con movimientos ágiles y se acercó a Sheena con paso decidido, seguido de
cerca de Blair y del resto de los hombres.
Tenerla
tan cerca le dejó por unos instantes sin aliento, pues desde esa corta
distancia y al estar frente a ella, pudo apreciar unas coquetas pecas que
adornaban su nariz y la hacían aún más deseable.
Se
sentía tan alterado y furioso por su reacción ante ella que no se paró a
pensar, y en un acto impulsivo la aferró con fuerza de los hombros como si
quisiera reclamarla en ese mismo instante como suya, sin darse cuenta del daño
que le hacía y de que solo lograba atemorizarla.
Sorprendida
ante una conducta tan poco caballerosa Sheena trató de soltarse, pero por más
que forcejeaba con su agresor lo único que conseguía era que le apretara con
más fuerza.
—¿Qué
hace? —le preguntó cada vez más asustada.
—¿Eres
la esposa de Gordon MacDougall? —inquirió aunque ya sabía la respuesta, sin
notar que el anciano que estaba detrás de ella se les acercaba con la intención
de velar por su señora.
Pero
ni Malcom ni Sheena se daban cuenta de nada más que no fueran ellos dos, sin
percatarse del revuelo que se había montado en el patio al ver cómo era tratada
su señora, y como los Campbell tuvieron que desenvainar las espadas para que
nadie se acercara a su señor.
Sin
entender qué había hecho para enfadar tanto a ese hombre Sheena solo pudo
estremecerse ante la expresión cruel de su mirada, y comprendiendo que jamás
podría igualar en fuerza a ese guerrero, solo le quedó levantar la barbilla
para mirarle, y haciendo grandes esfuerzos para no delatar su miedo le contestó
en voz alta:
—Lo
soy. Y vos no tenéis…
—Calla
mujer —soltó enfadado y agitándola con más fuerza—. Desde ahora solo hablarás
cuando te pregunte.
Al
escuchar cómo se dirigía a ella de una forma tan poco cortés se enfadó, pues
era evidente que solo buscaba humillarla delante de sus hombres al tratarla
como una simple sierva, y después del infierno que había vivido con su marido,
no estaba dispuesta a verse sometida de nuevo.
Pero
lo que ella no sabía era que Malcom estaba luchando consigo mismo, pues por un
lado deseaba que sintiera lo que era ser despreciada públicamente como castigo
por ser la esposa del MacDougall, y por otro lado, al mirarla a los ojos y
verla tan indefensa y asustada, le costaba olvidar sus principios sintiéndose
incapaz de dañarla.
Solo
tuvo que apartar su mirada de ese rostro que tanto le turbaba para observar
como poco a poco el patio se iba llenando de mujeres y niños, los cuales en su
mayoría estaban vestidos con harapos y desnutridos. No tuvo que ser muy listo
para saber que esas personas habían sido sometidas por un tirano, y que esa
mujer de apariencia delicada que vestía con ropajes de dama no había hecho nada
para impedirlo.
—Soy
la lady de este castillo y os exijo que me tratéis con respeto.
Escuchar
la altivez de su voz, como si estuviera acostumbrada a dar órdenes y que estas
fueran cumplidas de inmediato lo irritó aún más, y acercándola a su cara le
dijo con tono amenazante:
—Tú
no eres nadie para exigirme y mucho menos para pedirme respeto, cuando no has
mostrado ninguna consideración con tu propia gente.
La
rabia con que fueron dichas esas palabras y la acusación que le lanzó la hizo
que callara indignada, pues no entendía cómo podía culparla de haber desatendido
a su clan, cuando ella jamás había tenido autoridad para hacerlo.
Le
hubiera gustado decirle que ella también había sufrido privaciones y vejaciones
como su gente, y que el único poder que tenía sobre ellos eran sus rezos
pidiendo al Todopoderoso que les ayudara. Sin embargo, ante la mirada de
censura de ese hombre decidió callarse los malos tratos que había padecido por
parte de su esposo, al no querer humillarse ante él y ante todos los que les
observaban; incluidos los Campbell.
Estaba
segura de que si eso se sabía ella jamás podría mirar a nadie a la cara, pues
temería ver su lástima y su compasión cada vez que la observaran. No conocía la
manera de hacerle entender que lo único que le quedaba era su amor propio, pues
aunque su marido estuvo a punto de arrebatárselo a golpes, aún le quedaba el
suficiente como para mantener la cabeza alta.
Por
su parte Malcom empezó a sentirse asqueado por esa situación, pues el simple
roce de su piel lo estaba alterando tanto que creía que en cualquier momento iba
a enloquecer. Culpaba de ello a esa bruja de cabellos del color del fuego, y se
maldijo por ser tan débil y dejarse llevar por sus deseos en vez de por su
furia.
Esperando
acabar de una vez por todas con esta situación tan incómoda, Malcom la volvió a
mirar y sin demostrar clemencia le dijo:
—A
partir de ahora serás mi prisionera y no volverás a tener privilegios.
Durante
unos segundos se quedaron ambos mirando como si se estuvieran retando, y como
si supieran que tras esas palabras acababan de sellar su destino, pues ahora
ella le pertenecía y podría hacerle lo que se le antojara sin que los
MacDougall pudieran impedirlo.
Saber
que de nuevo estaría sometida a un hombre de apariencia cruel la hizo palidecer,
y si no hubiera sido por que la sostenía con fuerza, estaba segura de que se hubiera
caído al suelo al notar como las piernas le fallaban negándose a sostenerla.
Sin
poder contemplar por un segundo más el espanto en la cara de Sheena apartó su
mirada, al sentirse como un cobarde que sometía y aterraba a una mujer
olvidando sus principios y su caballerosidad.
Solo
al recordar las enseñanzas que le fueron inculcadas desde pequeño comprendió
que no podría cumplir su venganza si no acababa con todo esto cuanto antes, y
decidido a dejar en esta ocasión la compasión a un lado, se volvió furioso para
arrojar a Sheena contra el pecho de Blair mientras le decía:
—Llévala
a Inveraray y déjala en la mazmorra. No quiero que hable con nadie y que nadie
la visite hasta que yo llegue.
—¡No!
—fue lo único que ella pudo decir aunque apenas pudo ser escuchado al ser dicho
en un susurro.
Sin
contradecir a su laird aunque su mirada le aseguraba que no estaba de acuerdo,
Blair sujetó con fuerza a Sheena para que no cayera al suelo, pues esta estaba
al borde del desmayo y apenas se sostenía en pie.
—No
puede tratar así a milady —soltó Angus indignado, pues observaba incrédulo
desde una corta distancia cómo su señora era tratada sin ningún respeto, cuando
ella era inocente de cualquier culpa o reproche.
—Será
mejor que no interfieras anciano, o tú también la acompañarás a las mazmorras —le
aseguró Malcom con tono intimidante, aunque para su sorpresa el anciano no se
acobardó y se mantuvo al lado de su señora.
Al
escuchar Sheena las palabras del Campbell y ver como Angus se ponía en peligro
por ella, comprendió que tanto el anciano como sus hombres morirían por
defenderla si oponía resistencia. Estaba convencida que todo lo que estaba
sucediendo debía ser a causa de un malentendido, y de que cuando el Campbell se
calmara y recapacitara la soltaría y regresaría a Dunstaffnage.
Quería
creer en ello con todo su ser, y por eso miró a Angus tratando de parecer
tranquila, para que así se calmara y no se pusiera en peligro. Suspirando
Sheena consiguió reunir la fortaleza que necesitaba de ese espíritu rebelde que
ya creía perdido, y convencida de que era lo mejor para Angus y su clan, le
dijo para que la dejara marchar sin que hubiera consecuencias:
—No
te preocupes Angus, seguro que estaré bien. Lo más importante ahora es
Dunstaffnage y por eso deberás cuidarlo en mi nombre.
—Pero
milady, no puede hacerla su prisionera cuando vos sois inocente.
—Estoy
segura de que todo se aclarará en cuanto lleguemos a Inveraray.
Al
escuchar esas palabras Malcom sintió como si le hubieran colocado un hierro
ardiendo en el estómago, pues jamás hubiera creído que esa mujer a la que
catalogaba como harpía, se preocupara por su gente y que no aprovechara ese
momento para encrespar a su clan para que la liberara.
Sus
palabras, dichas con calma y respeto hacia el anciano le habían sorprendido,
como también le dejó atónito que no arremetiera contra él pataleando enfurecida
por haberla humillado delante de su clan, para después suplicarle su perdón por haberla hecho su prisionera.
Queriendo
acabar cuanto antes con esta situación que se le estaba escapando de entre las
manos, Malcom se impuso a la razón y dijo con tono enérgico:
—Blair,
llévatela de una vez.
En
el acto Blair se dispuso a cumplir la orden de su laird, llevándola con paso
decidido hasta su montura, donde la subió al caballo que la llevaría hasta
Inveraray acompañada de una pequeña escolta.
—Milady,
no deje que estas alimañas la atemoricen, vos sois una MacDougall y podrá con
todo.
No
muy convencida de ello, pues al pensar en lo que le esperaba su cuerpo ya
empezaba a temblar, Sheena se armó de valor y aferrándose con fuerza a las
crines del caballo miró por última vez al anciano, que en pie al lado del
Campbell la observaba alejarse mientras su captor ni siquiera se dignaba a
mirarla.
Fue
justo cuando se disponía a atravesar las puertas del castillo cuando escuchó a
Glinis gritando tras ella para que no se la llevaran, teniendo que ser sostenida
por Angus para que esta no persiguiera a su señora fuera del castillo.
La
imagen de Glinis desconsolada en los brazos de Angus fue lo último que Sheena
pudo ver, como tampoco pudo distinguir cuando Glinis desconsolada corrió tras
Malcom para preguntarle:
—Por
favor, ¿a dónde lleváis a milady? Ella no ha hecho nada…
—Es
una MacDougall —respondió Malcom sin más, sorprendido por el cariño y la
preocupación que todos mostraban por su señora, pues las numerosas mujeres allí
reunidas comenzaron a llorar o a maldecir a los Campbell en cuanto vieron como
era llevada prisionera.
—Pero
ella…
La
mirada amenazante que Malcom le lanzó, así como los brazos de Angus que la
aferraban con fuerza para avisarla de que no siguiera provocándole, hicieron
que Glinis callara por unos instantes, hasta que una última pregunta le vino a
la mente y soltándose de Angus se volvió a acercar a Malcom, el cual se
encaminaba enfadado a la torre del homenaje.
—¿Cuándo
regresará milady?
—Ella
ya no es tu señora y no regresará nunca a Dunstaffnage.
Asustada
ante estas palabras Glinis se detuvo quedando en silencio, mientras observaba a
ese hombre sin escrúpulos que caminaba decidido, sin importarle que había sentenciado a su
señora a la humillación y a la pena.
Sin
poder evitarlo se santiguó y empezó a llorar de nuevo por su señora al no
merecerse semejante castigo, sin darse cuenta que el fiero guerrero apretaba
con fuerza sus puños pues los remordimientos ya le estaban consumiendo.
Y
es que si antes de conocer a esa mujer de cabellos salvajes y ojos compasivos
su corazón ya sufría por la pérdida de sus seres queridos, ahora este también se
consumía ante el recuerdo de esa mirada penetrante que le había hecho alcanzar
por unos segundos el paraíso.
CAPÍTULO 4
Tras
algo más de dos días cabalgando sin apenas descanso por páramos, ríos y montes
Sheena se sentía exhausta, a causa del rigor del viaje y de estar completamente
desorientada.
Esto
se debía a que apenas había salido del refugio de su hogar desde que había nacido,
pues había viajado por primera vez en su vida para su boda con Gordon
MacDougall. La falta de costumbre para montar a caballo, dormir a la intemperie
o para realizar rápidas comidas insustanciales estaban mermando cada vez más su
resistencia, además de dejarle demasiado tiempo a solas con sus pensamientos.
Y
es que no podía evitar preguntarse cómo acabaría todo este asunto, mientras
comenzaba a odiar con todo su ser cada tramo del camino que le acercaba a su
encierro. Le parecía una cruel ironía que la primera vez que había realizado un
viaje fue para casarse con un monstruo, y que en esta segunda ocasión el
trayecto le llevara hasta unas mazmorras.
Con
demasiado tiempo a solas con sus pensamientos no podía dejar de reprocharse su
mala suerte, pues le parecía increíble que tras librarse de un tirano como su
marido, apareciera en su vida otro hombre sin corazón que quisiera castigarla
por algo que desconocía.
Por
mucho que reflexionaba sobre ello no comprendía como el Campbell podía odiarla
tanto, cuando no se conocían y nada tenía que ver con los asuntos de su esposo.
No hacía más que preguntarse qué sería de ella ahora que estaba bajo el dominio
de ese hombre, y si este sería tan frío y brutal como su marido, o por el
contrario tendría el interior tan cálido y apasionado como en un principio
había visto en sus ojos.
Habría
jurado nada más verlo que ese recio guerrero que se había acercado a ella
montado en su caballo era un hombre de honor, como también había creído que había
algo especial en él cuando la había mirado fijamente.
Sin
embargo, el cambio que había experimentado con el paso de los segundos la había
confundido, pues por mucho que rememoraba lo que le había dicho, no encontraba
un motivo que justificara su enfado y su posterior condena al haberla hecho su
prisionera. Solo esperaba que con el paso de los días este se calmara y se
diera cuenta de su error, pues era evidente que todo había sido un malentendido
quizá llevado por la tensión del momento.
Quería
pensar que una vez que se percatara de su injusticia la mandaría sacar de la mazmorra, y tal vez
entonces podrían reunirse para hablar sobre la paz de ambos clanes.
—Coma
—la voz del hombre a la que le habían encomendado la sacó de sus pensamientos,
haciendo que diera un respingo antes de levantar la mirada para observarle, ya
que ella se encontraba sentada con la espalda apoyada en un ancho árbol
mientras él estaba de pie frente a ella.
Hacía
unos pocos minutos que se habían detenido para comer y descansar, y ese hombre
la había bajado del caballo donde la había colocado antes de emprender la
marcha.
También
le habían atado las manos con unas cuerdas en las muñecas que le dañaban la
piel, y no le habían permitido llevar las riendas de su montura para impedir
que se escapara, como si una mujer sola en medio de alguna parte pudiera
librarse fácilmente de un puñado de guerreros adiestrados.
Suspirando
Sheena contempló el trozo de queso con pan que el hombre le ofrecía, y aunque
notaba el estómago cerrado a causa del miedo, se esforzó por comérselo al no
saber cuándo o qué sería su próxima comida, como tampoco quería provocarle y
acabar en peores circunstancias de las que se encontraba.
—En
pocas horas estaremos en Inveraray —siguió hablando el hombre, consiguiendo con
sus palabras que Sheena se quedara petrificada.
Saber
que en breve llegaría al castillo de los Campbell la hizo estar a punto de
desfallecer, pues si bien se sentía cansada, dolorida, confusa y aterrada, más horror
le daba pasar la noche en las mazmorras.
—¿Qué
haréis conmigo cuando lleguemos? —no pudo remediar preguntar aunque sabía cuál
sería su respuesta.
Durante
unos segundos el guerrero se la quedó mirando como si dudara, consiguiendo que
el corazón de Sheena se agitara de alegría por si ese hombre se había apiadado
de ella, pero cuando apartó la mirada y cerró con fuerza los puños, Sheena supo
que toda esperanza era inútil.
—Cumplir
las órdenes —terminó diciendo Blair, por mucho que lamentara olvidarse de sus
principios al encarcelar a una dama en un lugar tan inapropiado.
Blair
sabía que el dolor que Malcom sentía por la muerte de su familia le había
cambiado al haberlo amargado, pero no podía entender cómo podía culpar a la
esposa por los pecados de su marido, más aun cuando no conocía a la mujer y la
había condenado sin haberla dejado defenderse; algo completamente impropio de
su amigo.
Solo
esperaba que poco a poco Malcom se calmara y rectificara su error, aunque mucho
se temía que para la mujer ya sería demasiado tarde, pues le sería imposible librarse
de pasar por lo menos un par de noches en las mazmorras.
Contemplando
el dulce y asustado rostro de la MacDougall no pudo evitar pensar en la
cantidad de personas que morían en ese lugar tan inmundo, sobre todo a causa de
las malas condiciones de higiene y alimentación a las que tenían que
enfrentarse.
Sabía
de hombres rudos y acostumbrados a las penurias que habían sucumbido a la
muerte o la locura, y se preguntó cuánto podría resistir una dama en esas
circunstancias.
—¿Puedo
haceros una pregunta? —escuchó Blair como ella le decía.
Imaginando
que tendría mil dudas en esos momentos, y que tal vez si le aclaraba algunas de
estas antes de llegar a su destino se sentiría mejor, Blair asintió con la cabeza
en una clara señal afirmativa.
—¿Podéis
decirme cómo es vuestro laird?
—¿A
qué os réferis? —le preguntó algo confuso y sorprendido, pues creyó que su
curiosidad tendría que ver con las condiciones de su cautiverio y no con
Malcom.
—¿Debo
temerle? —le preguntó bajando la mirada avergonzada por su atrevimiento,
mientras disimulaba su bochorno mordisqueando el trozo de pan.
Al
saber qué era lo que más le preocupaba, Blair se quedó pensativo, hasta que
finalmente comprendió que para ella era importante saber si su captor era un
hombre clemente o por el contrario despiadado. Pensó que era lógico que
quisiera saber ante qué adversario tenía que enfrentarse, considerando que esa
pequeña mujer que parecía asustada y confusa, era digna de admiración al
guardar en su interior una inteligencia tan despierta.
Sabiendo
que lo estaba pasando mal y que lo peor estaba aún por llegar, decidió que
sería mejor ser lo más sincero posible con ella para así calmarla.
—Malcom
MacDougall es un laird justo que posee un gran sentido del honor.
«Y
al que no debéis temerle». Le hubiera gustado añadir, pero recordó la frialdad
de sus ojos cuando empujó a la mujer contra su pecho, y le fue imposible comentárselo
al no saber si sería verdad.
—Solo
espero que no sea como mi esposo —fue lo primero que le pasó por la cabeza, sin
percatarse de que lo había dicho en alto.
—De
eso podéis estar segura —le indicó categórico al haberla escuchado con claridad,
demostrando por su expresión de desagrado que su comentario le había molestado.
Sin
querer seguir con esta conversación Blair no señaló nada más, y se apartó
dejándola a solas con sus cavilaciones, ya que era lo único que se había
llevado con ella a excepción de su miedo.
Tras
la corta parada que hicieron para comer continuaron su viaje, hasta que con la
puesta de sol cercana llegaron ante la impresionante visión del castillo de los
Campbell.
Construida
sobre una llanura el castillo de Inveraray daba la sensación de ser una
construcción inexpugnable, aunque su belleza te dejaba maravillado así como su
majestuosidad. Con sus agudas torres a cada esquina y sus muros oscuros de gran
altura, te hacía pensar en él como en un lugar de ensueño que formaba parte de
la hierba, las colinas y los árboles que la rodeaban, en vez de una fortaleza
con mazmorras oscuras donde encerraban a los prisioneros.
Sin
sentirse preparada para lo que le esperaba Sheena se agarró con más fuerza a
las crines del caballo, empapándose de la visión del sol bajando por las
colinas mientras pintaba con tonos rojizos y anaranjados todo lo que le
rodeaba. Pensó que quizá esa visión sería la última que viera en mucho tiempo,
y por eso quiso empaparse de ella para poder recordar esa belleza cuando
estuviera encerrada.
Sumida
en la contemplación de cada matiz de Inveraray Sheena apenas prestó atención a
nada más, hasta que a escasos metros de los portones se percató de las voces y los
ruidos del castillo, extrañándole que a una hora tan avanzada de la tarde
hubiera tanto ajetreo en el exterior.
Pero
jamás hubiera podido imaginar la gran actividad que reinaba en ese lugar, pues
por todas direcciones había mujeres, hombres y niños ocupados
en alguna tarea, así como perros, gansos, caballos y gallinas que estaban por
todas partes, si bien realizando alguna tarea o simplemente yendo de un lado a
otro en busca de comida.
No
tuvo que esperar mucho hasta que poco a poco todas las personas presentes se
fueron percatando de su llegada, siendo recibidos con gritos a modo de saludos,
así como asentimientos y alguna que otra sonrisa para los hombres, mientras que
a ella la miraban con curiosidad y recelo.
Sin
perder ni un segundo Blair la bajó con cuidado del caballo; al llevar las manos
atadas, y la condujo al interior del edificio a toda prisa, quizá para no ser
visto y así no tener que dar explicaciones sobre su prisionera. Algo que era
realmente imposible de llevar a cabo, al ser observados a cada momento por
centenares de ojos curiosos.
La
prisa por deshacerse de ella era tal, que a Sheena apenas le dio tiempo de
observar el interior de la gran sala que se abría frente a ellos. En su lugar
Blair tiró de ella para que continuaran por un corredor que se abría paralelo a
esta estancia, alejándola del alboroto que se escuchaba procedente de su
interior.
Sheena
se percató al mirar hacia atrás que nadie más los acompañaba, y se preguntó si
el Campbell deseaba tenerla aislada para siempre y por eso no quería que nadie
supiera dónde la habían encerrado. Pensar en ello la hizo estremecerse mientras
el silencio se hacía cada vez más opresivo, al ser consciente por primera vez
lo que suponía estar a su merced.
Las
antorchas que colgaban a cada lado del corredor daban una luz algo escasa,
consiguiendo que las sombras que proyectaban parecieran tenebrosas, al
seguirles a cada tramo que atravesaban como si fueran espectros.
Si
además se unía el temor creciente de Sheena por su encierro y el aire que cuanto
más avanzaban más se encrudecía, el resultado era un cuerpo tan tembloroso que
apenas le obedecía y una sequedad en la garganta que apenas le permitía hablar;
si es que se le hubiera ocurrido decir algo, ya que su mente se negaba a pensar
con claridad.
Pero
a pesar de su torpeza al sostenerse y caminar, y de los demás males que la
atormentaban, no tardaron mucho en llegar a una gran puerta de madera maciza,
tan pesada que a Blair le costó abrirla con una sola mano, al sostener en la
otra a Sheena.
Nada
más abrirse la puerta un frío penetrante y húmedo llegó de su interior, así
como un olor mohoso y fétido que hizo que Sheena deseara tener las manos libres
para taparse la boca. Haciendo grandes esfuerzos por no vomitar se asomó
curiosa por ese hueco prácticamente oscuro que se abría ante ella, descubriendo
unas escaleras que bajaban a un nivel inferior y que se imaginó que debían
conducir a las mazmorras.
Blair
no tardó mucho en coger una antorcha de la pared para iluminar el lugar,
apareciendo ante ellos una visión tan tétrica y oscura, que Sheena hubiera dado
cualquier cosa por librarse de su cautiverio.
—Por
favor, no podéis pretender encerrarme en este sitio.
Blair
ni siquiera se dignó a mirarla, aunque por la tensión de su cuerpo y sobre todo
de su mandíbula, se notaba que él tampoco estaba de acuerdo con ese mandato de
su laird. Aun así siguió adelante con su orden, tirando con fuerza del brazo de
Sheena, para así obligarla a bajar por esas escaleras que parecían conducirla
al interior de la mismísima tierra.
Asustada
como nunca antes lo había estado bajó teniendo cuidado, ya que los escalones
eran escurridizos y estrechos. Mirando recelosa a su alrededor comprobó que el
lugar recordaba bastante a una especie de cueva, que en algún momento fue excavada
en la roca de la parte inferior del castillo para albergar las celdas.
Pero
lo peor estaba aún por llegar, pues ante ella apareció una pequeña cámara donde
podían verse las puertas compactas y cerradas de cuatro estancias, que daban la
impresión de estar tan podridas como el aire que se respiraba.
Entre
la humedad, el aire rancio al ser un sitio cerrado y lo que parecía el
nauseabundo olor de las secreciones humanas acumuladas en las celdas, el tufo
de ese lugar era tan intenso, que incluso Blair reguló hacia atrás cuando llegó
a esa cámara.
Pero
Sheena se encontraba tan impresionada por lo que tendría que soportar, que en
lo único que pensaba era que esas cuatro celdas estuvieran ocupadas, para que
así tuvieran que encerrarla en otra parte del castillo y no tener que quedarse
en ese recinto tan poco apropiado, no solo para una dama, sino para un ser
humano.
Aunque
la luz que provenía del interior de una de ellas, junto con su puerta entornada,
le aseguraba que no sería tan afortunada.
Imaginando
lo que le esperaba Sheena se dijo que incluso prefería mil veces estar
encerrada en una pocilga con los cerdos en vez de en ese sitio, pues por lo
menos podría respirar aire fresco en vez de ese otro rancio y pesado que se
respiraba.
—Carcelero
—la voz penetrante y enfadada de Blair la hizo salir de sus cavilaciones al
asustarse.
—¿Quién
está ahí? —Se escuchó decir a un hombre que salía del único cuarto cuyo
interior tenía luz—. Disculpadme, no sabía… —empezó a decir el carcelero cuando
vio a Blair.
—Necesito
una celda —le interrumpió este, pues tanto ese lugar como ese hombre le
desagradaban, y estaba deseando acabar cuanto antes con la misión que su laird
le había encomendado.
El
hombre que había aparecido ante ellos, y portaba una antorcha en una de las
manos, era el espécimen humano más desagradable que Sheena hubiera visto en su
vida, no solo por su aspecto desaliñado, seboso y gigantesco, sino porque su
olor daba auténtica repulsión nada más percibirlo.
Si
a todo ello le unías el pelo graso que se le pegaba a la cabeza y unas encías
podridas que enseñó a Sheena cuando sus pequeños ojos vidriosos la miraron con
descaro, el resultado fue una sensación de repulsión por su aspecto, y de
peligro al notar como la miraba con deseo.
Sabía
que cuando Blair la dejara a solas estaría en sus manos al ser el encargado de
cuidarla, y mucho se temía que ese hombre le traería serios problemas al querer
conseguir de ella más de lo que estaba dispuesta a darle.
—Puede
elegir la celda que desee, el último ocupante murió esta misma mañana y ya me
he desecho de esa escoria —le dijo con tono fanfarrón a Blair pero sin dejar de
mirar por el rabillo del ojo a ella, por lo que Sheena no supo si estaba
hablando en broma para asustarla o estaba en lo cierto.
Pero
Blair no quiso seguir el juego y le acalló de inmediato, pues no estaba
dispuesto a soportar las tonterías de ese individuo, como tampoco quería seguir
soportando su pestilente olor.
—Guárdate
tus historias y enséñame una celda que esté en condiciones.
Mostrando
confusión por primera vez el carcelero se le quedó mirando, al haber creído que
había bajado a la dama solo para asustarla. Pero ahora que se fijaba mejor y
veía el talante oscuro del lugarteniente, así como el aterrorizado de la dama,
se dio cuenta de que su suerte había cambiado y tendría a su cuidado y disfrute
a esa mujer tan hermosa.
El
brillo lascivo que sus ojos revelaron hizo que Sheena retrocediera un paso,
pues el carcelero estaba tan encantado con su próxima prisionera que se olvidó
de guardar las apariencias hasta que estuvieran a solas. Solo de pensar en lo
bien que se lo pasaría fornicando con una mujer tan refinada se le hacía la
boca agua y el miembro se le tensaba, pues hacía mucho que las prostitutas más
cercanas se habían negado a atenderlo, y las ganas de probar una hembra se le
antojaba todo un privilegio.
Por
suerte no solo Sheena se había percatado de la mirada lujuriosa del carcelero,
pues Blair acercó a Sheena a su lado y con un tono de voz que no dejaba duda de
su autoridad le dijo:
—Ten
cuidado, si a esta mujer le llega a pasar algo la ira del laird caerá sobre ti.
El
carcelero pareció entender la amenaza, pues nada más escucharla reguló hacia
atrás y bajó la cabeza permaneciendo silencioso y sumiso.
Una
reacción que hizo que Sheena suspirara de alivio, ya que al parecer el Campbell
inspiraba temor a ese hombre, y eso sería un punto a su favor para mantenerlo
alejado de ella. Aun así, estaba muy lejos de permanecer tranquila, y más
cuando el carcelero abrió la puerta y Blair tiró de ella para que entrara.
—Por favor —volvió a suplicarle mientras
trataba de contener las lágrimas, al no desear humillarse más ante esos
hombres.
—Os
ruego milady que no me lo hagáis más difícil —le pidió Blair al mismo tiempo
que la metía en la celda.
Al
volverse y ver el pesar que ese hombre estaba sintiendo al dejarla en esas
condiciones, Sheena se percató de que en realidad él solo estaba siguiendo las
órdenes de su laird, aunque no estuviera de acuerdo con ellas. Se dio cuenta de
que por mucho que gritara, pataleara o se quejara él jamás dejaría de cumplir
su mandato, por lo que solo conseguiría rebajarse ante él, demostrando que como
MacDougall y como escocesa no tenía endereza ni honor.
Le
hubiera gustado decirle que no le importaba si se sentía incómodo ante esta
situación o si no quería soportar la histeria de una mujer, pero se recordó que
ante todo era una dama respetable que no había hecho nada y por ello no debía
suplicar clemencia.
Su
honor se lo impedía, como también se lo impedía que todos en Inveraray supieran
que una MacDougall se había humillado cuando había sido llevada a las
mazmorras. Irguiéndose trató de demostrar una fortaleza que en realidad no
sentía, y dio unos pasos adentrándose en la celda para así quedar en el centro
de esta.
Su
gesto de valor no pasó desapercibido a Blair, el cual la miró con un respeto en
sus ojos que antes estos no habían mostrado.
—Haced
que su estancia sea lo más cómoda posible —le indicó Blair al carcelero sin
dejar de mirarla.
Fue
entonces cuando Sheena se permitió contemplar el pequeño cuarto donde la habían
introducido, y para su sorpresa se encontró con un habitáculo de dos metros por
dos metros de diámetro. El suelo estaba formado por tierra apisonada y húmeda,
mientras que las paredes eran de piedra fría, sin ventana o alguna clase de
orificio que hiciera que ese lugar tan estrecho tuviera ventilación.
En
una de las esquinas se encontraba un cubo sucio para sus evacuaciones, así como
un jergón pequeño, sucio y lo más posible es que estuviera lleno de pulgas, que
estaba situado a un lado del suelo. El ambiente era frío pero seco, al no
filtrarse ni una ráfaga de aire en su interior, por lo que Sheena supuso que
cuando la puerta se cerrara sentiría como si se asfixiara, más aún si se
llevaban consigo la antorcha dejándola a oscuras.
Sin
querer pensar en ello se esforzó de nuevo por no llorar y mantuvo su barbilla
alzada, como retando a su captor a que dijera algo.
Pero
Blair no dijo una sola palabra mientras contemplaba cada detalle que le rodeaba,
notándose por la expresión de su rostro que no le agradaba lo que veía y mucho
menos ese carcelero lascivo. Solo esperaba que su laird no tuviera que
arrepentirse de ello, y por eso le ofreció una mirada de disculpa a la
MacDougall cuando se le acercó y le desató con cuidado las cuerdas que ataban
sus muñecas.
Deseando
quitarse de su piel el hedor de ese sitio, y sabiendo que ya no le quedaba nada
más por hacer, Blair se giró para salir de la celda cuando la voz de la mujer
le detuvo.
—¿Podríais
concederme una merced? —le pidió, aunque sin mostrarse sumisa.
—Si
está en mi mano así lo haré.
—Podríais
dejarme la antorcha —fue más una petición que una pregunta.
Al
comprobar Blair que en su mano portaba la única antorcha de la celda, y por
consiguiente la dejaría a oscuras cuando se marchara, se reprochó por su falta
de consideración al no haber pensado en ello, y afirmando con la cabeza dejó
sujeta la antorcha en un gancho de la pared que estaba diseñado expresamente
para ese fin.
—¿Necesitáis
algo más? —le preguntó antes de marcharse.
—Nada
que vos podáis concederme.
Su
contestación le dejó en silencio por unos segundos, mientras una parte de él se
negaba a dejarla en esas circunstancias.
—Le
ordenaré al carcelero que os traiga la cena y lo necesario para pasar la noche
más cómoda.
La
conciencia de Blair así se lo exigía, aunque de ella solo obtuviera una
inclinación de cabeza a modo de gratitud y su silencio. Suspirando simplemente
salió de la celda, y con pesar dejó que el carcelero cerrara la pesada puerta
que la dejaría aislada y sola, y lo que era peor, en las manos de ese hombre.
Sin
poder resistirse Sheena se acercó a la puerta mientras escuchaba como la llave
la dejaba encerrada, y como Blair cumplía su palabra y le pedía al carcelero
que le llevara comida y enseres de limpieza así como una manta. Pero lo peor
fue escuchar como sus pasos se alejaban, pues eso significaba que ahora se
encontraba sola en ese lugar tan desagradable.
La
tristeza que sintió en ese instante casi la hizo desfallecer, hasta que escuchó
el ruido de las ratas moviéndose tras ella y perdió el poco valor que le
quedaba. Aterrorizada ante la perspectiva de tener que convivir con ellas y de
que de vez en cuando la mordieran, Sheena comenzó a gritar y a golpear la
puerta en pleno ataque de pánico, dejando que por primera vez en su vida su
tristeza, su enfado y su rabia salieran de su interior.
Maldiciendo
al Campbell, a los hombres y a su mala suerte se dejó llevar por el llanto,
notando como con cada lágrima que emanaba de sus ojos menos fuerzas le
quedaban. Sintiéndose vencida y sumamente cansada se dejó caer de rodillas al
suelo, mientras rezaba a los cielos para que su cautiverio acabara cuanto
antes.
Pero
por desgracia aún le quedaba por soportar una humillación más, pues cuando el
carcelero llegó y abrió la puerta de la celda, sorprendiéndola al no haberle
escuchado, este le tiró una delgada manta a la cara y le dijo mientras le
dejaba un recipiente pequeño con agua junto con un trozo de pan:
—No
soy la niñera de nadie y no pienso tratarte de forma diferente por ser una
dama. Aquí soy yo el que da las órdenes y si me desobedeces no duraré en
golpearte —señaló con tono firme mientras se erguía ante ella con las piernas
abiertas y los brazos cruzados sobre su pecho, como si la estuviera desafiando
a que le provocara para que viera que sus amenazas eran ciertas.
Sin
querer parecer débil ante él Sheena se levantó del suelo con un gran esfuerzo,
para que viera que ella no era una mujer frágil a la que podría manipular a su
voluntad. Irguiendo la barbilla y dejando que las lágrimas se secaran en sus
mejillas se le quedó mirando fijamente, lo que provocó que él se le acercara
unos pasos y le dijera desafiante:
—Puede
que ahí fuera te creas alguien importante, pero en este lugar soy yo el que
manda y si no me complaces lo pasarás muy mal.
Al
ver que ella no retrocedía ni bajaba la cabeza él entrecerró los ojos, pues era
la primera vez que ante él se encontraba con una mujer tan obstinada y orgullosa.
Había tenido en su poder a criadas y campesinas que habían cometido alguna
falta grave, y todas ellas habían acabado abriéndose de piernas para
satisfacerle a cambio de un poco más de comida, pues sabían que la otra opción
era la de ser violadas y sometidas al hambre y a los golpes.
Pero
parecía que esa mujer tendría que aprender por las malas, y aunque el
lugarteniente le había advertido de que no la tocara, sabía por experiencia que
pasados unos días no se acordarían de ella y entonces podría hacer lo que quisiera
con su cuerpo.
Regodeándose
en ese día en que podría forzarla se tocó la entrepierna, la cual ya estaba
dura y deseosa de probarla. Decidido a someterla a través del miedo la cogió de
los cabellos con fuerza, para después acercarla a su cara regordeta y grasienta
mientras la miraba de forma lasciva y le soltaba su fétido aliento al decirle:
—Si
deseas comer más de una vez al día, una antorcha, agua para lavarte, un peine o
simplemente que retire tu mierda, tendrás que pagarme por ello.
Tratando
de contener las náuseas y de evitar con sus manos que el tirón de su cabello le
hiciera más daño, Sheena le contestó con tono firme, pues no quería mostrar
debilidad ante ese hombre tan repugnante.
—Sabes
muy bien que no tengo nada con que pagarte.
La
carcajada que él dio la hizo estremecerse, así como la mirada lujuriosa que
recorrió su cuerpo, y la lengua con que él se humedeció los labios mientras
contemplaba sus pechos.
—Tienes
muchas cosas que me interesan, como esa boca que seguro chupa de maravilla y lo
que guardas entre las piernas.
Sheena
tuvo que hacer serios esfuerzos para conseguir que el horror no se reflejara en
sus ojos, ya que nada más escucharle entendió lo que ese hombre sin escrúpulos
quería de ella como pago.
Se
dijo que aunque estuviera muerta de hambre y de frío jamás sucumbiría a sus
pagos, aunque una vocecita en su interior le indicó que no se mostrara tan
segura, pues realmente nunca había padecido hambruna y no podía saber lo que
estaría dispuesta a hacer después de pasar unos días privada de luz, agua,
mantas o comida.
Notando
su turbación el carcelero sonrió complacido por su silencio y por el espanto
con que le miraba. Por la intensidad y la furia de su mirada sabía que
someterla le llevaría más tiempo que a las demás, pero también estaba seguro
que una vez la tuviera sería más sabrosa que cualquier otra hembra que hubiera
probado.
Soltándola
de golpe del pelo estuvo a punto de tirarla al suelo, pero por suerte Sheena
pudo apoyarse en una de las paredes para no caerse. La mirada que él le lanzó
la puso en aviso, al asegurarle que estaba ante el comienzo de una dura batalla
que no sabía si podría ganar.
Sobre
todo cuando vio como la puerta se cerraba y la dejaba en la celda con la única
compañía de las ratas, mientras las lágrimas, el cansancio y la desesperación eran
sustituidos por el odio hacia el culpable de todo ello. Un hombre que la había
castigado de manera injusta y que ahora maldecía, pues solo él era el
responsable de lo que le pasara en esa celda.
Si
bien antes de conocer al Campbell solo había odiado a su marido, ahora tras
saber de su maldad hacia ella también detestaba con todo su ser a Malcom
Campbell; asesino de su esposo, usurpador de su castillo y responsable de su
encierro en lo que parecía el infierno.
[1] Es una
espada típica de los Highlanders escoceses, cuyo uso precisaba de las dos manos
para ser blandida debido a su gran tamaño.
[2]
Construido en el S. XIII se considera unos de los castillos más antiguos de
Escocia y fue el hogar de los MacDougall hasta que terminó pasando a manos de
los Campbell en el S. XV (Hecho que modifico en el libro).
[3] Ha sido
la sede de los duques de Argyll, jefes del clan Campbell, desde el siglo XVIII.
[5] Es el
edificio principal de un castillo. Está
formado por varios pisos de altura donde se encuentran emplazados el gran
salón, el almacén, los dormitorios y en ocasiones la cocina.
[6] Eran
necesarias para la paz de la heredad y las presidía el señor del castillo, al
constituir este la ley e imponer las sanciones.
[7] El
frisón es una raza de caballo grande, elegante
y normalmente de color negro, con una gran abundancia de pelo en las
patas y que proviene de los Países bajos.
[8] Es una gorra
de red con forma de bolsas o mallas para limitar el cabello. Están hechos de
oro, plata y sedas de colores.
OTRAS NOVELAS DE LA SERIE
En una Escocia medieval donde todo es posible y el amor es eterno, dos amantes tendrán que enfrentarse al poder de una profecía que pretende separarles.
Kennan MacKenzie jamás hubiera imaginado que una extraña mujer cautivara su solitario corazón, pero su amor le fuera prohibido al ser la prometida de un hombre misterioso.
Una novela de fantasía, romance y aventura, donde dos amantes son obligados a permanecer unidos pero sin poder amarse, y donde lo irracional es su única esperanza.
Aunque este libro pertenece a una serie se puede leer de forma independiente, ya que cada tomo contará una historia diferente ambientada en la escocia medieval.
Tras la muerte de su padre, el laird de los MacLead, a manos del clan vecino y con un traidor entre sus muros, a Maisie solo le quedaba recibir la ayuda de un impresionante inglés llegado de las cruzadas, cuya presencia no sería bien recibida por su clan al creer que se trataba de un demonio llegado del infierno.
Rohan Glaymore estaba acostumbrado a que todo el mundo le temiera, al haber nacido con el rostro marcado, y ser considerado una aberración. Una marca que solo le había traído soledad y tristeza, hasta que una valerosa escocesa lo miró directamente a la cara sin mostrar temor, desafiando con cada mirada a que su corazón la amara.
Traición, romance, aventura y todo un mundo de supersticiones, en esta segunda entrega de esta serie medieval.
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