Relato Ampliado
EL PERRO, Una historia de amor
De
Sonia López Souto
1
Hace un maravilloso día de verano. Con el sol en pleno apogeo, apetece salir fuera a pasear. Cojo mi gorra favorita y la coloco como puedo para cubrir mi cabello mal peinado. Tengo unos rizos demasiado rebeldes, incapaces de ajustarse a una coleta.
Antes de salir me miro en el espejo de la entrada. Pasable es la palabra que se pasa por mi mente al ver mi reflejo. Nunca he sido coqueta, no me preocupa estar guapa sino cómoda. Llevo ropa deportiva, lo mejor para caminar. Si mis amigas me viesen dirían algo como que así jamás encontraré novio, pero eso es algo que tampoco me preocupa en este momento. Estoy conforme con mi vida.
Mis pasos me llevan al parque que hay junto a mi casa. Es grande y tiene muchos senderos por los que pasear, sin llegar a resultar monótono. Cada día puedes elegir uno y aún así tardar en repetirlos. Además, hay zonas para merendar, zonas de juegos para los más pequeños y muchos bancos a lo largo de los senderos principales para descansar. Por eso me gusta tanto el sitio y por eso acudo a él cada vez que tengo oportunidad.
En esta ocasión elijo uno de los senderos más apartados. No me apetece encontrarme con nadie, quiero estar sola con mis pensamientos. Ha sido una semana dura en el trabajo y lo menos que necesito ahora es tener que sonreír más y saludar a la gente a mi paso. Ya he tenido suficiente de eso para todo el fin de semana.
A lo lejos quedan ya los gritos de los niños y me encuentro sumergida en plena naturaleza. Es como haber salido de la ciudad, sin haberlo hecho realmente. Otra de las razones por las que me gusta el parque. Ajusto la gorra a mi cabeza cuando el sol me da en los ojos, sin dejar de caminar. Para que el paseo haga su trabajo, el ritmo ha de ser constante.
Tuerzo a la derecha junto al gran roble, alejándome todavía más de las zonas más ruidosas del lugar. Aumento un poco el paso para intentar gastar más calorías, aunque lo que busco realmente es liberar tensiones. Ni siquiera noto que delante de mí hay alguien hasta que escucho su voz advirtiéndome.
-Cuidado.
Levanto la vista para buscar el peligro pero es demasiado tarde. El peligro me encuentra. Una gran mole peluda planta sus patas sobre mí y me hacer perder el equilibrio, al no esperármelo. Me caigo al suelo sin poder evitarlo, pero me siento afortunada de que sea mi trasero y no mi cabeza quien se lleve la peor parte. Cuando noto una lengua pegajosa raspando mi rostro, empiezo a reír descontroladamente. Esta situación me parece surrealista.
-Lo siento –la voz que me había advertido antes suena ahora muy cerca– Jamás había hecho algo así. No sé qué le pasa.
Elevo mi vista hacia el hombre en cuanto me saca al perro de encima y me quedo paralizada. He dejado de reír también. Jamás en mi vida he visto a nadie tan guapo. No es el típico hombre de revista, con un cuerpo de infarto, de esos que se trabajan en gimnasio; o un rostro perfecto con sus ojos de exótico color, su masculina mandíbula y unos tentadores labios. Para nada. Pero no puedo dejar de mirar para él.
Me encantan sus expresivos ojos marrones, que reflejan pena por lo que su perro ha hecho; su descuidada barba de dos días que no llega a cubrir el bonito hoyuelo en su barbilla; sus labios tensos por el disgusto. Me sorprendo deseando besarlos para hacerle olvidarse de lo ocurrido.
Y es ahí cuando comprendo que lo he estado mirando fijamente por demasiado tiempo. Por suerte para mí, está ocupado reprendiendo a su perro y no lo nota. Me levanto como puedo, me duelen las posaderas, y siento la mirada de él sobre mí por primera vez desde que se acercó a mí. Ahora sí que estoy nerviosa.
-¿Estás bien? –me pregunta- ¿Max te ha hecho daño?
-Estoy bien. Tardaré en volver a sentarme, pero se me pasará –las bromas son mi mecanismo de defensa y ahora mismo ha saltado. No quiero que sepa cuanto me afecta su presencia.
-Lo siento mucho.
Mi comentario le ha hecho sentirse peor y ahora me arrepiento de haberlo dicho. Sin pensarlo, apoyo mi mano en su brazo para disculparme. El latigazo que siento en ella, me obliga a soltarlo. Ha sido raro, pero ahora nos estamos mirando a los ojos sin pestañear siquiera. Ambos muy sorprendidos, al parecer él también lo ha notado.
Max aprovecha el momento para escapar del agarre de su dueño, con tan mala suerte que me empuja contra él en la huída y acabo en sus brazos. Bien visto, se podría decir que es buena suerte. Una suerte excelente, porque ahora puedo admirar mejor sus hermosos ojos. Y el cosquilleo que siento en la piel es muy agradable.
-Lo siento –repite, con menos convicción.
-Yo no –le digo, envalentonándome. Si no aprovecho el momento, sé que me arrepentiré el resto de mis días.
Me mira sorprendido y yo le sonrío. Nunca antes he sido tan atrevida con un chico pero él bien merece la pena el riesgo. Cuanto más lo miro, más me gusta.
-Tú también me gustas –su contestación me dice que he pensado en alto lo de que me gusta.
Me acomodo mejor en sus brazos antes de devolverle la sonrisa. Carpe diem, me digo esta vez sólo en mi mente, antes de besarlo. Siento su cuerpo apretarse contra el mío y sus labios me corresponden.
¿Quién dijo que no quería cruzarme a nadie en mi camino? Max, pienso mientras sigo besándolo, te debo una. Y bien grande, desde luego, porque sus labios me están haciendo perder el norte. Es algo celestial.
-Vaya –dice al separarnos.
-Vaya –repito sonriendo– Me llamo Carlota.
-Un placer, Carlota –extiende su mano hacia mí y me río al aceptarla– Yo soy Adrián.
-Encantada.
Nos miramos durante interminables segundos, con nuestras manos enlazadas, sin decirnos nada. No resulta incómodo a pesar de que nunca me ha gustado que me observen tan fijamente. En el trabajo lo hacen continuamente y no me agrada. Pero con Adrián se nota diferente. Él me ve a mí.
-Sabes que Max se ha escapado, ¿verdad? –digo al fin, sin romper el contacto.
-Maldita sea –me suelta la mano y busca a su perro con la mirada– Lo había olvidado.
-Te ayudo –le digo riendo.
-Te lo agradezco –parece azorado– No sé que ha podido pasarle. Nunca antes había hecho algo así.
-No es bonito que se haya escapado –le digo mientras caminamos en la dirección en que lo vimos desaparecer– pero yo no voy a protestar porque me haya tirado.
Su sonrisa es contagiosa y encantadora. Me tienta a besarlo de nuevo, pero Max está primero. Me preocupa que le haya pasado algo malo. O que se haya metido en algún lío. Sé que hay gente que odia a los animales y no dejarán pasar la oportunidad de lastimarlo si se les presenta.
-Max –lo llama.
Todavía no hay rastro de él y veo cómo la ansiedad empieza a apoderarse de Adrián. Siento el impulso de tranquilizarlo de algún modo, pero no sé cómo hacerlo. No lo conozco, no sé si agradecerá cualquier gesto de mi parte. Cierto que nos hemos besado y que nos gustó a ambos, pero de ahí a pretender ser su apoyo en un momento como éste, hay un gran trecho.
Me debato entre seguir mi instinto o reprimirlo. No sería la primera vez que me equivoco. Y ya he pasado suficiente vergüenza por los rechazos para lo que me queda de vida. Pero cuando se pasa la mano por el pelo, en señal de desesperación, me doy por vencida y tomo su mano.
-Lo encontraremos –le digo. Me sonríe y aprieta mi mano. Esa es una buena señal.
Continuamos caminando y buscando a Max. En ningún momento suelta mi mano y aunque sé que la situación no es la idónea para ello, no puedo evitar mantener una tonta sonrisa en mis labios.
De repente, Max aparece de la nada y salta sobre nosotros. Si Adrián no fuese tan ágil, nos habría tirado a ambos. Me separo de ellos y observo como el perro lame a su dueño mientras su cola no deja de danzar de un lado a otro. Adrián lo acaricia en la cabeza, soportando todo su peso contra el pecho. Está claro que hay mucho amor entre ellos.
-Max –le dice- ¿dónde diablos te habías metido? Menudo susto me has dado, granuja. No vuelvas a hacer algo así.
El perro ladra un par de veces como si le estuviese contestando y yo sonrío. La imagen de ellos dos abrazados, pues eso parece que están haciendo, es tan tierna. Me encantaría poder unirme a ellos, pero no sé si seré bienvenida.
Continuará
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