LA AVENTURA
de Sonia López Souto
Mis amigas habían insistido tanto en que las acompañase, que
no pude negarme, por más que prefiriese quedarme en casa lamentándome de mi
patética vida.
Hacía ya una semana que me habían echado del trabajo. Y todo
por no dejarme intimidar por mi jefe y su supuesta autoridad sobre nosotros.
Más bien diría que era un aprovechado del poder que le habían conferido. Pero
no estaba en mi mano cambiarlo. O sí lo estaba pero no quería hacerlo. Cuantos
menos problemas me crease, mejor para mí y mi futuro profesional.
Estábamos en el coche, camino de algún lugar. Viajábamos sin
rumbo fijo, en busca de aventuras. Al menos eso es lo me habían dicho ellas.
Mi gran aventura sería poder olvidar por un momento que habían
rescindido mi contrato por no acostarme con mi jefe. ¿Que tenía mi orgullo y mi
dignidad intactos? Cierto. Pero mi bolsillo se resentiría a final de mes,
cuando las facturas se llevasen parte de mis ahorros.
-Alegra esa cara, mujer -me dijo María, la más rubia de las
tres- Parece que vas al matadero.
-Por lo que sé de este viaje, bien podría ser así -me
encogí de hombros.
-Melodramática -suspiró Ana.
-Bueno -me encogí de nuevo de hombros y miré por la
ventanilla del coche.
-Tendremos que hacer algo para animarte.
-Yo creía que este viaje tenía ese propósito -ni siquiera
las miré.
-Pues está claro que no funciona.
En ese momento, un coche deportivo nos adelantó. Yo apenas
le presté atención, me interesaba más el paisaje. O fingía interesarme. Pero mis
amigas comenzaron a gritar como adolescentes.
-¿Habéis visto a esos bombones?
-Y con ese coche. Creo que me he enamorado.
-Exageradas -murmuré.
El deportivo permaneció delante de nuestro coche y fue
desacelerando hasta el punto de que María, que era quién conducía, tuvo que
adelantarle para no tener que frenar también.
-Oh, Dios -gritaron al unísono- Nos han lanzado un beso.
Yo bufé y ambas me lo recriminaron. No me importaba. Mi
cuerpo no estaba para escarceos con hombres que conducían coches caros y
ligaban en la carretera.
-Podrían ser violadores -pensé en alto.
-Pues yo me dejaría violar -la risa histérica de Ana me
hizo negar con la cabeza.
-Ahí vuelven -anunció María.
Vi pasar el coche por mi ventanilla, mientras nos revasaba
de nuevo. Me removí inquieta en el asiento, cuando se mantuvieron por unos
segundos, a nuestra altura.
-Esto es peligroso -dije- podrían provocar un accidente.
-Deja de ser tan aguafiestas.
Silencié mis protestas pero no pude detener la sensación de
angustia que se instaló en mi pecho.
Cuando repitieron la misma maniobra que la primera vez,
María tuvo que adelantar de nuevo. Y al sobrepasarnos una tercera vez, las tres
leímos perfectamente el mensaje que uno de ellos sostenía en sus manos. 'Un
café en la siguiente salida'.
-Ni se os ocurra -les advertí.
-Aquí está la aventura que buscamos - no me hicieron caso.
Me negué a seguirlas hasta la cafetería de la estación de
servicio donde nos detuvimos. Y aunque protestaron, esta vez logré mi objetivo.
Me paseé intranquila por el aparcamiento, maldiciéndolas en
bajo por lo insensatas que eran. Ni siquiera fui consciente de que no estaba
sola, hasta que alguien me habló.
-Pareces disgustada.
Lo miré y mis pupilas se dilataron. No las veía pero estaba
segura de ello, porque lo enfoqué perfectamente, mientras el resto del mundo
permanecía difuso.
No era de esos hombres que irradian belleza. Ni tenía un
cuerpo perfecto que te quitase el oxígeno de los pulmones. Pero su cabello rojo
y la miríada de pecas que adornaban su rostro lo hacían infinitamente
atractivo. Y sus ojos verdes, definitivamente eran de otro mundo.
-Lo estoy - bajé la mirada al comprender que me lo había
quedado mirando fijamente.
-Entonces únete al club.
-¿También estas disgustado? -lo miré de nuevo, con
curiosidad.
-Mis amigos han decidido hacer un alto en el camino sin
consultarme -se encogió de hombros- Y ya vamos con retraso. Odio llegar tarde
a los sitios.
Me senté junto a él en el césped, mientras me hablaba. De
repente, sentía la necesidad de tenerlo cerca.
-Yo también lo odio.
-No me digas que también tú llegas tarde a algún sitio.
-No que yo sepa -le sonreí- Estamos buscando aventuras
aunque me parece que mis amigas acaban de encontrar la suya en esa cafetería.
-Lo siento.
-Yo siento haberme dejado convencer por ellas para venir.
Estaría mejor en mi casa.
-Yo me alegro de que te convencieran -cuando lo miré, habló
de nuevo- Me ha gustado conocerte.
-Supongo que algo bueno sacaré de todo esto -le sonreí de
nuevo.
-Yo espero que sí.
Se giró hacia mí y yo hice lo mismo. No sabía qué se
proponía pero estaba tan cómoda con él, que tampoco me importaba demasiado,
siempre que pudiese pasar más tiempo a su lado.
-Tal vez suene atrevido y termines golpeándome por decirlo,
pero he deseado besarte desde el primer momento en que te vi -se mordió le
labio y entornó los ojos, esperando el tortazo.
Supongo que lo esperaba. Yo
desde luego, no pensaba hacer nada semejante.
-Puedes intentarlo -le sujerí.
Se acercó más a mí mientras su mano se apoderaba de mi nuca
para ayudarse a unir nuestros labios. La descarga eléctrica que sentimos, nos
separó.
-Vaya -dije.
-Vaya -repitió antes de besarme de nuevo.
Cuando nos separamos, nuestras respiraciones estaban
descontroladas. Podía sentir el cosquilleo en los labios y pasé la lengua por
ellos inconscientemente. Su mirada se posó en ellos y sentí mi corazón golpear
con fuerza mi pecho.
-¿Me darías tu número de teléfono? -me preguntó- No
querría perder el contacto ahora que te he encontrado.
Mordí mi labio mientras asentía. No estaba segura de poder
hablar en ese momento sin sonar demasiado ridícula.
Tomé su teléfono en mis manos y grabé mi número. En cuanto
lo revisó, me dedicó la sonrisa más increíble que había visto en mi vida.
-Ahora ya te tengo -susurró antes de besarme una vez más.
Ya de regreso en el coche, escuché protestar a mis amigas
porque la pequeña reunión con los guapos del coche deportivo no salió todo lo
bien que esperaban. Pero no les presté demasiada atención porque recibí un
mensaje en mi teléfono.
-Hola, Anaís. Soy el pelirrojo al que enamoraste con tus
besos. Sólo ahora que no te tengo cerca, recordé que no te di mi nombre. Soy
Eduardo. Y estoy deseando verte de nuevo.
Sonreí sin poder evitarlo y le contesté al momento. Mientras
mi mente captaba vagos retazos de la conversación de mis amigas sobre un chico
al que los guaperas debían acompañar a algún sitio.
-Hola, Eduardo. Un placer haberte conocido. Sí, señor. Un
verdadero placer. Espero poder repetir experiencia pronto.
Capté el nombre de Eduardo en boca de María y me alarmé.
-¿Qué dices de un tal Eduardo?
-Que por culpa de él, los chicos terminaron nuestra pequeña
reunión. No lo conozco pero ya lo odio.
Sonreí al comprender que gracias a la locura de mis amigas
por perseguir a los guapos y, seguramente, ricos chicos del deportivo, yo había
podido conocer a un pelirrojo increíble.
-Al final te quedarás sin aventura, Anaís -la voz de Ana me
regresó al presente.
No dije nada pero mi sonrisa se amplió. Desde luego que
había conseguido mi aventura. Una que esperaba que me llevase muy lejos.
-Yo también -ponía el mensaje de Eduardo- Y te aseguro que
repetiremos experiencia tantas veces como desees.
Definitivamente, mi aventura acababa de empezar.
Genial... como siempre... que momento más sencillo pero más romántico... haces que tenga ganas de conocer a un pelirrojo... y, como siempre, me dejas con ganas de saber más...
ResponderEliminarEs original :) .. La mayoría de los galanes de novelas son de cabello oscuro o monos, no pelirojos, y por supuesto el relato muy bonito como siempre, es algo que desearías que te pase :)
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