PÁGINAS

jueves, 10 de marzo de 2016

CARTAS DE AMOR: de Marcelo Galliano

División de bienes de Marcelo Galliano


CARTA DE AMOR
  
Estimada:
                    Ahora que el acorde final se ha desplomado y que ninguna esperanza queda por sonar en nuestro concierto, será cuestión  de ponerse de acuerdo en las cosas que cada uno hará suyas para siempre. Tomá nota, sí, por favor, tomá nota, no me mires de esa manera, no amenaces con un bosquejo de lágrima, no tenses los labios en forma de falso beso como quien va a preguntar un porqué sin respuesta. Sólo tomá nota; tomá nota te digo.
Para comenzar,  te dejo las ciento y pico de miradas inquietantes que te he dedicado a solas;  el aire del balcón que bebimos a  dúo las noches en que el tilo  o la pastilla o el  pedacito de queso no bastaban para tanto insomnio. Te doy los riachos de sábanas revueltas; la televisión repitiendo propagandas circularmente  en las madrugadas de cortinas corridas y  aliento y cansancio; el gusto del café; el olor a tierra mojada y el de la leña; las arrugas del mar y el rostro de la  luna ablandándose en el agua, y también, por qué no, las gaviotas fatalmente rojas del crepúsculo. Te regalo, casi está de más decirlo, todo lo que te he escrito, inclusive algunos poemas de los que me avergüenzo pero a los que quiero sin motivo. Te obsequio las camisas dobladas por tus manos y las rasgadas por tus dientes; los ceniceros sucios; las copas limpias, los viajes que no hicimos y esa ilusión de Paris con aguacero que mantuvimos con infantil hidalguía. Te dejo también mi colección de caracoles, la de sellos postales, la de botellitas y otras apreciadas idioteces con menos valor que mugre. Te entrego  todos los espejos,   los libros de Borges que he fatigado con admiración y los de Cortázar en los que me he resbalado con placer, y hasta  la Enciclopedia Espasa Calpe que jamás he abierto ni siquiera para olfatear el perfume a papel viejo que tanto me seduce y me conmueve.
                      Te dejo los fines de semana de otoño en que un poco de  lluvia se enjuagaba  la cara en los vidrios y otro poco se derramaba en nuestras  bocas llenándolas de lágrimas. Te doy las fotos que se han amarilleado peligrosamente y las que, más peligrosamente todavía, se mantienen intactas en un CD, burlándose de nosotros. Te entrego  el hueco tibio de la almohada;  la miel con que untabas el pan  y ensuciabas tu nariz, y todo el helado de vainilla que exista; todas las estrellas, todos los eclipses, y todos los  pinos y las fuentes de Roma que jamás he visto pero a las que Respighi  le ha dado los pentagramas  que escuchábamos los viernes,  bajo una luz color  ceniza, mientras vos deseabas que pusiera otro disco.
                       Y, principalmente, te  brindo la línea del horizonte para que corras  sin recordarme nunca, sin tropezarte con el fantasma de mi nombre.
                      Pero por favor, no se te olvide de tener bien en claro que para mí,  para mí y solamente para mí, queda toda la tristeza del mundo.

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