Hace un maravilloso día de verano.
Con el sol en pleno apogeo, apetece salir fuera a pasear. Cogo mi gorra
favorita y la coloco como puedo para cubrir mi cabello mal peinado. Tengo unos
rizos demasiado rebeldes, incapaces de ajustarse a una coleta.
Antes de salir me miro en el
espejo de la entrada. Pasable es la palabra que se pasa por mi mente al ver mi
reflejo. Nunca he sido coqueta, no me preocupa estar guapa sino cómoda. Llevo
ropa deportiva, lo mejor para caminar. Si mis amigas me viesen dirían algo como
que así jamás encontraré novio, pero eso es algo que tampoco me preocupa en
este momento. Estoy conforme con mi vida.
Mis pasos me llevan al parque que
hay junto a mi casa. Es grande y tiene muchos senderos por los que pasear, sin
llegar a resultar monótono. Cada día puedes elegir uno y aún así tardar en
repetirlos. Además, hay zonas para merendar, zonas de juegos para los más
pequeños y muchos bancos a lo largo de los senderos principales para descansar.
Por eso me gusta tanto el sitio y por eso acudo a él cada vez que tengo
oportunidad.
En esta ocasión elijo uno de los
senderos más apartados. No me apetece encontrarme con nadie, quiero estar sola
con mis pensamientos. Ha sido una semana dura en el trabajo y lo menos que
necesito ahora es tener que sonreír más y saludar a la gente a mi paso. Ya he
tenido suficiente de eso para todo el fin de semana.
A lo lejos quedan ya los gritos
de los niños y me encuentro sumergida en plena naturaleza. Es como haber salido
de la ciudad, sin haberlo hecho realmente. Otra de las razones por las que me
gusta el parque. Ajusto la gorra a mi cabeza cuando el sol me da en los ojos,
sin dejar de caminar. Para que el paseo haga su trabajo, el ritmo ha de ser
constante.
Tuerzo a la derecha junto al gran
roble, alejándome todavía más de las zonas más ruidosas del lugar. Aumento un
poco el paso para intentar gastar más calorías, aunque lo que busco realmente es
liberar tensiones. Ni siquiera noto que delante de mí hay alguien hasta que
escucho su voz advirtiéndome.
-Cuidado.
Levanto la vista para buscar el
peligro pero es demasiado tarde. El peligro me encuentra. Una gran mole peluda
planta sus patas sobre mí y me hacer perder el equilibrio, al no esperármelo.
Me caigo al suelo sin poder evitarlo, pero me siento afortunada de que sea mi
trasero y no mi cabeza quien se lleve la peor parte. Cuando noto una lengua
pegajosa raspando mi rostro, empiezo a reír descontroladamente. Esta situación
me parece surrealista.
-Lo siento – la voz que me había
advertido antes suena ahora muy cerca – Jamás había hecho algo así. No sé qué
le pasa.
Elevo mi vista hacia el hombre en
cuanto me saca al perro de encima y me quedo paralizada. He dejado de reír
también. Jamás en mi vida he visto a nadie tan guapo. No es el típico hombre de
revista, con un cuerpo de infarto, de esos que se trabajan en gimnasio; o un rostro
perfecto con sus ojos de exótico color, su masculina mandíbula y unos
tentadores labios. Para nada. Pero no puedo dejar de mirar para él.
Me encantan sus expresivos ojos
marrones, que reflejan pena por lo que su perro ha hecho; su descuidada barba
de dos días que no llega a cubrir el bonito hoyuelo en su barbilla; sus labios
tensos por el disgusto. Me sorprendo deseando besarlos para hacerle olvidarse
de lo ocurrido.
Y es ahí cuando comprendo que lo
he estado mirando fijamente por demasiado tiempo. Por suerte para mí, está ocupado
reprendiendo a su perro y no lo nota. Me levanto como puedo, me duelen las
posaderas, y siento la mirada de él sobre mí por primera vez desde que se
acercó a mí. Ahora sí que estoy nerviosa.
-¿Estás bien? – me pregunta -
¿Max te ha hecho daño?
-Estoy bien. Tardaré en volver a
sentarme, pero se me pasará – las bromas son mi mecanismo de defensa y ahora
mismo ha saltado. No quiero que sepa cuanto me afecta su presencia.
-Lo siento mucho.
Mi comentario le ha hecho
sentirse peor y ahora me arrepiento de haberlo dicho. Sin pensarlo, apoyo mi
mano en su brazo para disculparme. El latigazo que siento en ella, me obliga a
soltarlo. Ha sido raro, pero ahora nos estamos mirando a los ojos sin pestañear
siquiera. Ambos muy sorprendidos, al parecer él también lo ha notado.
Max aprovecha el momento para escapar
del agarre de su dueño, con tan mala suerte que me empuja contra él en la huída
y acabo en sus brazos. Bien visto, se podría decir que es buena suerte. Una
suerte excelente, porque ahora puedo admirar mejor sus hermosos ojos. Y el
cosquilleo que siento en la piel es muy agradable.
-Lo siento – repite, con menos
convicción.
-Yo no – le digo, envalentándome.
Si no aprovecho el momento, sé que me arrepentiré el resto de mis días.
Me mira sorprendido y yo le
sonrío. Nunca antes he sido tan atrevida con un chico pero él bien merece la
pena el riesgo. Cuanto más lo miro, más me gusta.
-Tú también me gustas – su
contestación me dice que he pensado en alto lo de que me gusta.
Me acomodo mejor en sus brazos
antes de devolverle la sonrisa. Carpe diem, me digo esta vez sólo en mi mente,
antes de besarlo. Siento su cuerpo apretarse contra el mío y sus labios me
corresponden.
¿Quién dijo que no quería
cruzarme con nadie en mi camino? Max, pensó mientras siguió besándolo, te debo
una.
jajajajjaja muy buen encuentro... no me extraña que al final no le importase encontrarse con alguien en su camino... es bueno....
ResponderEliminarCon encuentros como ese, yo también saldría a caminar más veces. Jeje.
EliminarGracias por comentar!