PÁGINAS

viernes, 21 de octubre de 2016

RELATO COMPLETO: Un admirador para San Valentín de Sonia Lopez Souto

Relato COMPLETO


UN ADMIRADOR PARA
SAN VALENTÍN
De
Sonia López Souto



1


Cada día recibo docenas de paquetes en mi casa y lo más desquiciante es que ninguno es realmente para mí. Tengo, según muchos, el trabajo perfecto. Pruebo videojuegos desde mi casa. He tenido que adaptar una de las habitaciones para poder tener en ella todo lo necesario para desempeñar mi labor, pero ha merecido la pena. Desde mi accidente, no me apetece salir de casa y este empleo me lo permite. Y aunque no es tan divertido como la gente se piensa, me pagan lo suficiente por él como para poder vivir sin apuros.
El único contacto constante que tengo con el exterior es el mensajero de la empresa que me trae los videojuegos. Los demás que vienen a traerme todo lo que compro por internet, suelen ir variando cada día y no tengo tanto trato con ellos. Pero Miguel viene cada pocos días, bien para traerme un nuevo cargamento, bien para llevarse los que ya he probado. Siempre trata de mantener algún tipo de conversación conmigo, ya sea del tiempo, de alguna peli que ha visto o de cualquier otra cosa que se le ocurra. Es muy amable conmigo.
En varias ocasiones ha intentado sacarme de casa, pero siempre lo he rechazado de manera educada y sutil. No quiero ofenderlo, después de todo tendremos que vernos las caras muy a menudo. Y qué cara. Es tan lindo que me pongo nerviosa cada vez que está cerca de mí. Otra razón más para no querer implicarme más con él.
-Buenos días, encanto – me sonríe en cuanto abro la puerta.
-Buenos días, Miguel. ¿Traes algo para mí? – sigo con la broma que se ha hecho costumbre para nosotros.
-Déjame ver – revuelve su bolsa, fingiendo buscar – Vaya, pues hoy tenemos algo.
-¡Qué suerte! – rio.
-Una suerte inmensa – me guiña un ojo.
-Déjalo en la mesa – digo, dando por terminado nuestro ritual – Iré a por los de la semana pasada.
-¿Ya los has probado todos?
-Sí.
-¿Alguno interesante?
-Un poco violentos para mi gusto – le sonrío cuando se los entrego – Pero tal vez a ti te interesen.
-Yo soy más de hacer el amor – me guiña de nuevo el ojo y no puedo evitar sonrojarme intensamente. Luego añade – Y no la guerra.
-Ya – aclaro mi voz y observo el paquete que ha traído para no tener que mirarlo a él. Sus palabras me han alterado bastante.
-Tengo algo más para ti – me dice, ofreciéndome una carta roja – Estaba en tu buzón.
Hace tiempo le pedí que me subiese el correo también, para no tener que bajar a por él. Es tan voluntarioso, que no puso objeciones. Le sonrío mientras tomo en mis manos la carta. No tiene ningún nombre escrito en el sobre y frunzo el ceño. No me gusta no saber quien me la envía.
-Igual es importante – me dice, al ver mi expresión.
-La leeré luego – la dejo sobre los videojuegos nuevos – Gracias por todo.
-A mandar – hace el saludo militar, sin dejar de sonreír un solo momento.
Le sonrío sinceramente. Acabo de darme de cuenta de que sus visitas alegran mi día. En más de una ocasión, me he descubierto ansiosa esperando su llegada. Sobre todo cuando no nos vemos en varios días. Es como si necesitase una dosis diaria de Miguel para sentirme bien. Y eso es extraño, porque en realidad no nos conocemos tanto.
-Esta semana nos veremos todos los días – me dice, cuando ya está en la puerta. Me sonrojo. Es como si hubiese leído mis pensamientos.
-¿Y eso?
-Me ha dicho Tomás, que hay varios trabajadores de baja.
-Vaya – me lamento, no solo por ellos. Egoístamente, pienso en todo el trabajo extra que tendré los próximos días.
-Mira el lado bueno – me sonríe – Podrás disfrutar de mi compañía cada día.
Me sonrojo sin remedio. Sé que no lo ha dicho en el sentido que yo le he dado, pero así lo sentí. Me reprendo, porque no debo verlo de ese modo. Es un compañero de trabajo y no se mezcla el placer con el deber. Eso lo sabe cualquiera.
-Hasta mañana, entonces – le digo.
-Hasta mañana, encanto.
Cuando me quedo sola, tomo el paquete con los videojuegos y veo sobre él, la misteriosa carta que había en el buzón. No me entusiasma la idea, pero decido abrirla.
Un día sin ti es un día perdido.
Me quedo mirando el papel, sin saber exactamente qué hacer con él. Lo giro para mirarlo por ambos lados, por si hay algo más que me haya perdido, pero no. Simplemente una frase. Muy bonita, pero una frase sin sentido para mí.
Finalmente, imaginando que se han equivocado, la olvido en el aparador de la entrada y me pongo manos a la obra con el trabajo. Si me van a llegar videojuegos cada día, tendré que aplicarme más.
A la mañana siguiente, cuando llega Miguel me trae una nueva carta igual a la anterior. Dudo en cogerla. Estoy convencida de que no es para mí.
-¿Qué ponía la primera? – me pregunta, curioso.
-Una frase de amor – le digo sonrojándome – o algo así.
-Igual tienes un admirador secreto – me sonríe – El viernes es San Valentín, ¿lo sabías?
-Eso es ridículo – desecho su idea con un ademán. No me pierdo su cara de incredulidad.
-¿Por qué te parece tan extraño eso? Eres muy bonita – sonríe cuando me sonrojo nuevamente - ¿Por qué no la abres y sales de dudas?
Hago lo que me pide sin chistar. No quiero admitirlo pero siento curiosidad ahora. Un admirador secreto. No es algo que te suceda todos los días. Cuando me encuentro con una nueva frase, no puedo evitar sonreír.
Eres la sonrisa que ilumina mi vida.
-A alguien le has impresionado lo suficiente como para enviarte notas de amor – me guiña un ojo después de que le diga lo que pone.
Evito decir nada. No sé quién puede ser ni estoy segura de querer saberlo. No he vuelto a ser la misma desde mi accidente. Me he alejado de todos porque no me gusta ver la compasión en la cara de los demás y temo que alguien esté haciendo esto por lástima.
-Nos vemos mañana, encanto – la voz de Miguel me regresa al mundo real.
-Hasta mañana, Miguel.
El miércoles, una nueva carta viene de la mano de los videojuegos. La sonrisa de Miguel me dice que tendré que leerla en alto para que él sepa lo que han escrito. Casi se diría que le hace más ilusión a él que a mí.
Si dos personas están destinadas a estar juntas, en el camino se encontrarán. Tú eres mi más bonita casualidad.
-Pero qué bonito – no sé si hay una burla escondida en sus palabras pero tampoco intento averiguarlo.
-Cada vez son más largas – me limito a decir, a lo que él ríe.
-¿No te gustan ni un poquito?
Me gustas tú, pienso y me sonrojo al darme de cuenta de ello. Ha sucedido sin que haya podido evitarlo. Ni siquiera sé cómo, simplemente es así. Su buen humor, su alegría innata, su sonrisa perenne. Miguel es positivismo en sí mismo y eso es lo que yo más necesito en mi vida.
Miguel se toma mi sonrojo como un sí y decido no sacarlo de su error. Mejor eso a que se entere de que es él quien me provoca los sofocos. Sería demasiado incómodo para ambos.
Y a pesar de lo que he descubierto, me encuentro invitándolo a tomar algo. Es la primera vez que hago algo así. Nunca he dejado que nadie se acerque demasiado a mí desde el accidente. Siempre con miedo a que lo hagan por lástima. Pero Miguel jamás lo ha mencionado ni me ha mirado de distinta manera por ir en silla de ruedas. Él me ve a mí y eso es otra de las razones por las que me gusta, pienso, mientras hablamos.
A la mañana siguiente me descubro ansiosa por que llegue Miguel. Y por leer la nueva carta. Es curiosidad, me digo, pero en el fondo sé que se debe a que durante la noche he soñado que quien me las enviaba era Miguel, y eso me hace sentir deseos de leerlas. Soñar es gratis, después de todo.
Mi estrategia es que un día cualquiera, no sé cómo ni con qué pretexto, por fin me necesites.
-Esta me ha gustado – admito. Miguel sonríe y vuelvo a pensar en que sería bonito que él fuese mi admirador secreto.
Una vez más, lo invito a tomar algo y charlamos durante al menos una hora. Después, Miguel se tiene que ir para seguir con los repartos. Mañana es el último día en que vendrá tan seguido. Echaré de menos sus visitas diarias.
El viernes me levanto con más ganas que nunca de ver a Miguel. Si fuese una mujer valiente y atrevida, le diría lo que siento. Después de todo es San Valentín, el día en que el amor cobra mayor importancia. Pero no siento la misma confianza en mí que antes de quedar postrada en la silla. Además, mi aislamiento voluntario desde hace un año ha minado mis dotes sociales.
-Buenos días, encanto – su sonrisa ilumina mi día y no puedo evitar pensar en las cartas una vez más. Una de ellas decía algo parecido.
Me entrega el paquete del trabajo y después la carta. No ha abandonado su sonrisa en ningún momento, pero lo noto nervioso. Abro la carta y su ansiedad parece crecer. Sonrío al verlo alternar su peso de una pierna a otra.
-Ni que la carta fuese para ti – le digo y él me sonríe.
Soy la persona más feliz del mundo cuando me dices Hola o me sonríes, porque sé que aunque haya sido tan solo un segundo, has pensado en mí.
A medida que leo, Miguel empieza a recitar conmigo y al final, es él quien termina la frase mientras yo guardo silencio. Lo miro indecisa. Él me sonríe y sale de mi piso un momento. Cuando regresa, porta en sus manos un gran ramo de rosas rojas y lo deposita en mis brazos.
-Feliz día de San Valentín, Emma.
Creo que es la primera vez, salvo el día que nos conocimos, que me llama por mi nombre y por alguna extraña razón, me afecta más que cuando me dice encanto. Me sonrojo al comprender que sí era él, después de todo, quien me enviaba las cartas.
-¿Por qué lo has hecho? – necesito saber que no ha sido todo un juego. Miguel no parece de esos, pero soy demasiado desconfiada.
-Porque no sabía de qué otra forma llamar tu atención – parece cohibido – Llevo un año intentándolo y nada parecía funcionar. Estabas tan encerrada en ti misma, que no lograba llegar a ti.
-Pero, ¿por qué?
-¿No es evidente? – se acerca a mí – Porque me gustas.
-¿En serio? – su cercanía me pone nerviosa, sobre todo cuando se agacha a mi lado, apoyándose en el reposabrazos de la silla.
-¿Tan difícil es de creer? – alza una ceja. Cuando mi vista huye hasta la silla, vuelve a hablar – Yo te veo a ti. Y tú eres muy guapa. Simpática, interesante, valiente, fuerte. Eres muchas cosas buenas, Emma. Una silla no debería frenarte.
No miramos un instante que parece infinito, ninguno de los dos quiere romper el contacto. Entonces, abro mi boca para hablar pero Miguel no me deja hacerlo. Eleva su rostro hacia el mío y me besa. No un beso tierno y suave, sino un beso cargado de intenciones. Un beso que me demuestra lo que verdaderamente siente por mí.
Le gusto, grita mi mente eufórica. Quisiera saltar de alegría pero como no puedo, me limito a saborear su beso. Rodeo su cuello con mis brazos y respondo con igual intensidad, mientras mentalmente bailo de alegría.
-¿Eso es un tú también me gustas? – me pregunta cuando nos separamos para tomar aire.
-Eso es un tú también me gustas – me sonrojo y él me besa de nuevo, con renovado ímpetu.
Feliz Día de San Valentín, pienso mientras disfruto de sus labios sobre los míos. Porque desde luego, este está siendo el mejor de todos cuantos he tenido.
Nunca le di demasiada importancia a esta celebración porque para mí el amor se ha de demostrar día a día, pero debo admitir que Miguel se lo ha currado. Me ha hecho creer que puede haber algo mejor que mi trabajo y mi apartamento, después de mi accidente. Me ha dado esperanzas. Algo que no tenía desde aquel fatídico día en que me dijeron que no volvería a caminar.
-¿Cenarías conmigo esta noche? – me dice en cuanto dejamos de besarnos.
-Me gustaría.
-Conozco un bonito restaurante cerca de tu casa que…
-No creo que sea buena idea.
No he vuelto a salir de casa desde que regresé del hospital y no me siento preparada todavía para eso. Para las miradas de la gente, para encontrarme con algún conocido y sentir su lástima.
-Yo estaré contigo todo el tiempo, Emma – que use mi nombre me desarma – Por favor. Tu vida no acabó el día del accidente.
Sé que tiene razón y aún así, no termino de decidirme. ¿Tan horrible sería ir? No lo sé.

FLASHBACK
-Llego tarde, Andrés – repito una vez más a través del auricular – Hablamos en cuanto salga de la reunión.
-¿No entiendes que esto es importante?
-¿Planear unas vacaciones es más importante que una reunión de trabajo? – frunzo el ceño – No lo creo. Hablamos luego, Andrés.
Cuelgo antes de que pueda decirme nada más. Es cierto que voy con retraso y todavía me quedan al menos veinte minutos de camino. Siempre que el tráfico sea fluido. Y a pesar de todo, intento no sobrepasar el límite de velocidad. Sólo me faltaba que me parasen para multarme.
-Venga ya – protesto al ver que el semáforo se pone en rojo a unos segundos de traspasarlo. Parece que hoy todo está en mi contra.
Me detengo impaciente y no dejo de mirar la luz intentando que se ponga verde sólo con mi pensamiento. Me vendría genial tener poderes en este momento. Teletransporte, pienso. Eso sería ideal.
En cuanto tengo vía libre, me meto en el cruce feliz por poder avanzar por fin. Entonces escucho un sonido justo segundos antes de notar un fuerte impacto contra el lateral del coche. Alguien ha tocado la bocina, avisándome pero es demasiado tarde. Mi coche da varias vueltas de campana. El cinturón me retiene en mi asiento, pero no evita que mi cuerpo se lleve igualmente varios golpes. Mi cabeza da un giro demasiado brusco y siento un dolor indescriptible en mi espalda. Tan fuerte, que me desmayo.
FIN DEL FLASHBACK

-Emma – la voz de Miguel me trae de regreso al presente - ¿Estás bien?
-Sí – asiento, no muy convencida.
-¿Me acompañarías? – me mira con la esperanza pintada en el rostro y sé que si continúa insistiendo, acabaré por ceder.
-No tengo nada elegante que ponerme – digo tontamente a modo de excusa.
-No necesitas nada elegante – sonríe, sabedor de que ha ganado – El restaurante es muy familiar. Totalmente informal. Sé que te gustará.
-Pero si en cualquier momento te pido que me traigas a casa…
-Nos quedaremos tanto como tú quieras – me interrumpe – Prometido.
-De acuerdo.
-Pasaré por ti a las siete – se acerca a mí de nuevo y me besa – Ahora tengo que volver al trabajo o me caerá la bronca.
-Yo también tengo que ponerme a ello – sonrío.
-Te echaré de menos.
Me besa una vez más antes de irse y yo me quedo inmóvil por largos minutos antes de reaccionar. Ha sucedido todo tan deprisa, que ya me veo asimilándolo durante las horas que faltan para nuestra cena de San Valentín.



2


-Nunca antes había estado aquí – le confieso a Miguel en cuanto entramos en el local – Y decir que lo tengo al lado de casa.
Pienso en lo que era mi vida antes del accidente y no veo más que estrés y prisas. Reuniones, discusiones, horas y horas frente a un ordenador para finalmente no conseguir lo que nos pedían. Era programadora en la misma empresa en la que sigo trabajando. Antes del accidente creaba los videojuegos, ahora los pruebo.
Sé que podría seguir desempeñando mi anterior trabajo, mis jefes están deseándolo en realidad, pero no me siento con fuerzas para ver cómo me observan día tras día mis compañeros, sin saber qué decirme o cómo comportarse a mi lado. Como si estar en silla de ruedas fuese algo así como la misma peste. Después de un par de semanas de momentos incómodos, pedí un nuevo puesto y me encerré en mi casa.
-No siempre nos detenemos a mirar a nuestro alrededor cuando vamos camino de algún lado – me dice Miguel con una sonrisa – Solo pensamos en el destino.
-Supongo que tienes razón – aunque yo sé que no es por eso que nunca vi este bonito restaurante.
Andrés siempre elegía por los dos. Él decidía dónde comer, dónde ir de vacaciones, con quién quedar y cuándo. A mí no me importaba demasiado porque ya tenía suficiente estrés en el trabajo como para pelearme con él por cosas como esa. Y por supuesto, Andrés era de una familia importante y los círculos en los que nos movíamos, no tenían nada que ver con un lugar tan pequeño y sencillo como este.
-Te va a gustar – sigue sonriendo – Los dueños son encantadores. Y muy cercanos. Casi parece que estuvieses comiendo en casa de tus abuelos.
-Eso suena genial.
Para retomar mi vida fuera de casa, me parece bien empezar por algo sencillo e íntimo. Y aunque estoy realmente nerviosa, la eterna sonrisa de Miguel y su incansable alegría, me ayudan a no echarme a llorar de angustia. Sus constantes atenciones también me permiten olvidar que hay más gente a nuestro alrededor. Seguir su conversación me tiene entretenida y hace que sólo me centre en él.
-Me tomé la libertad de pedir la especialidad de la casa – me mira dudando – Espero que no te importe.
-Me parece bien – le sonrío.
Tal y como me dijo, los dueños se acercan a nosotros con una actitud de innegable afecto y hablan con Miguel como si lo conociesen de siempre. Le preguntan por su abuela y es así como me entero de que Miguel fue criado por ella porque sus padres murieron cuando él era pequeño. No sé nada de él, en realidad.
-Habrá tiempo para eso – me dice cuando nota mi desasosiego, ha sabido interpretarlo a la perfección – Yo también quiero saberlo todo sobre ti. Lo bueno y… lo malo.
Supongo que se su manera de prepararme para lo que vendrá después. Porque está claro que querrá que hablemos del accidente algún día. Y aunque no quiero hacerlo, sé que si vamos a hacer que esto funcione, tendré que sincerarme con él. Al menos tengo el consuelo de que él no saldrá corriendo al enterarse de que me quedaré para siempre en la silla de ruedas.

FLASHBACK
-En cuanto salgas del hospital – Andrés habla sin parar y con cada palabra yo me hundo más en mi desesperación – buscaremos a los mejores traumatólogos y neurólogos. Ellos encontrarán una solución para tu parálisis.
-Andrés – intento explicarle lo que me han dicho los médicos pero no me escucha – no podré…
-En menos de lo que esperas, estarás caminando de nuevo. No te preocupes por el dinero, yo me encargo de todo. Eres mi chica y te quiero entera.
Eso me duele más que no volver a andar. Me quiere entera. ¿Qué pasará cuando sepa que ya nunca más estaré entera? ¿Dejará de quererme? ¿Se puede dejar de querer a alguien solo porque ya no puede caminar? Aunque espero que Andrés me diga que no, en el fondo empiezo a entender que será un sí rotundo.
-Andrés – lo llamo más alto y por fin me presta atención – No voy a poder caminar nunca más. Mi lesión es irreversible.
-Eso no lo sabes.
-Lo saben los médicos. Me lo han dicho – las lágrimas amenazan con escapar y necesito que me abrace, pero se limita a mirarme con decepción.
-No puedes rendirte sin luchar primero, Emma.
-No se trata de rendirme. Es…
-No lo acepto y tú tampoco deberías. Encontraremos la forma de hacerte caminar de nuevo.
-¿Y si no puedo? – temo preguntarlo pero necesito saber a lo que atenerme.
-Podrás.
-¿Y si no puedo? – insisto con más convicción. La expresión de su rostro me lo dice todo.
FIN DEL FLASHBACK

-¿Estás bien, Emma? – Miguel me mira con preocupación.
-Sí – dudo solo un instante antes de continuar – Me he dejado llevar por los recuerdos. Lo siento.
-Pues no debían ser muy buenos – aventura.
-No mucho.
Miguel no insiste y seguimos comiendo en silencio. Sé que se muere de curiosidad pero quiere darme tiempo y es algo que siempre le agradeceré. Ya me he visto presionada demasiadas veces desde que salí del hospital. Presionada para abandonar mi casa e irme con mis padres, presionada a visitar a cuantos médicos hubiese para encontrar una solución a un problema que no lo tiene, presionada para reanudar mi vida cuando no me sentía todavía preparada.
Miguel es todo lo contrario. Con sus cartas ha despertado mi interés en él sin imponérmelo. Con la elección de un restaurante tan pequeño me ha dado la oportunidad de empezar a salir de casa pero sin sentirme agobiada por las miradas. Con su mutismo ante mi resistencia a contarle, logrará precisamente que le diga lo que siento sin que me pregunte.
-Tenía un novio – le digo y sigue en silencio, esperando mi siguiente paso – Yo creía que me amaba, pero cuando las cosas se complicaron y comprendió que vivir conmigo ya no sería como lo había planeado…
-Una persona así no merece ni uno solo de tus pensamientos – me dice cuando soy incapaz de seguir hablando – Deberías sentir lástima de él por no saber ver lo maravillosa que eres.
-No me conoces, Miguel. No sabes si soy maravillosa o no.
-Claro que lo sé. Llevo tiempo observándote – ahora su rostro se colorea intensamente.
-Un año no es suficiente, sobre todo si solo nos veíamos de vez en cuando.
-Tengo algo que confesarte – parece preocupado y avergonzado a partes iguales.
-Dime – lo animo, pues ahora soy yo la que siente curiosidad.
-En realidad, hace más de un año que te conozco. O al menos, que me he fijado en ti.
-¿Qué? ¿Cómo?
-El primer día que empecé a trabajar en la empresa, coincidimos en el ascensor. Había varias personas más, pero yo solo te recuerdo a ti. Después, te veía cada día al entrar y si no lo hacía, te buscaba luego hasta dar contigo. Quería acercarme a ti para intentar conocerte, pero parecías tan inaccesible para mí, que me conformaba con admirarte de lejos. Averigüé cosas de ti casi sin pretenderlo. Y te observaba en la cafetería cuando estabas con tus compañeros de trabajo. Se te veía tan feliz, tan alegre. Luego descubrí que estabas saliendo con el hijo del jefe y supe que ya no tenía nada que hacer. ¿Cómo competir contra él?
-Los primeros meses tuve problemas con algunos de mis compañeros por eso. Me llamaban oportunista – digo con pena.
-Yo nunca lo creí. Veía cómo lo mirabas – toma mi mano para que lo mire a los ojos – y veía lo enamorada que estabas de él. Aunque también veía cómo cada día tu luz se iba apagando. No sé cómo era vuestra relación, ni pretendo averiguarlo, pero te estaba cambiando. No parecían la misma chica alegre que me gustaba.
-Siempre he tomado mis propias decisiones – le explico – Mis padres no quería que me dedicase a crear videojuegos, decían que no era un trabajo digno. Los hay peores, pero ellos creían que este era de mentes inmaduras. Imagínate lo que piensan ahora que los pruebo.
-Ya quisiera yo tu trabajo – me guiña un ojo y me sonríe.
-No es tan divertido como crees. Hay que registrar cada fallo, cada error. No es jugar por jugar.
-Lo imagino.
-El caso es que – pienso bien en lo que quiero decir, antes de continuar – Andrés empezó a tomar algunas decisiones por los dos y le dejé hacer porque ya estaba suficientemente estresada como para discutir con él por eso. Y antes de que pudiese darme cuenta, estaba inmersa en una relación donde sólo podía asentir y callar.
-¿Por qué no lo dejaste?
-Ya habíamos sentado las bases de la relación en los primeros meses y Andrés no pensaba ceder. Y yo… yo estaba demasiado enamorada para verlo o para intentar cambiarlo. Tampoco quería renunciar a él. Aunque admito que las última semanas empezamos a discutir más de lo habitual.
-Tal vez estabas abriendo los ojos.
-Los ojos los abrí después del accidente. Andrés no me quería del mismo modo que yo a él y me lo dejó claro en cuanto comprobó que nunca más podría caminar. Se fue sin explicaciones, sin disculpas. Simplemente dejó de aparecer por casa un día y no supe más de él.
-Como te he dicho, no merece ni uno solo de tus pensamientos. No era un hombre de verdad.
-¿Cómo son los hombres de verdad?
-Son aquellos que se quedan incluso en los peores momentos. Sobre todo en los peores momentos.
-Ya no me importa – encojo mis hombros.
-No debería – me sonríe – Porque lo que importa eres tú y la gente que realmente está a tu lado para acompañarte en el camino. No para decirte cual es.
-Yo ya no sé cuál es mi camino.
-Pues es el que tú decidas que sea. Una silla no debería impedirte alcanzar tus metas. Es más, debería ayudarte a llegar antes – bromea – sobre todo si vas cuesta abajo.
Si pretende romper el ambiente tenso que se estaba formando, eligió la mejor manera. Porque después de aquella primera risa, el resto de la noche es de lo mismo. Incluso me convence de acercarnos a la playa y dar una vuelta por el paseo marítimo antes de regresar a casa.
-Había olvidado lo que me gusta el olor a mar – le digo sonriendo.
-Creo que has olvidado muchas cosas – se agacha junto a mí – pero si me dejas, yo te ayudaré a recordarlas. Y te enseñaré muchas otras nuevas que estoy seguro de que te gustarán.
-Si tú vas conmigo, estoy dispuesta a intentarlo – es más de lo que haría unas cuantas horas antes.
Se acerca a mí lentamente y sé que va a besarme. Aún así, cuando lo hace, no puedo evitar que una corriente recorra todo mi cuerpo. O al menos la parte que soy capaz de sentir. Me gustan los besos de Miguel. Me hacen sentir fuerte, completa. Y eso es algo que perdí hace un año.
-No te vayas nunca de mi lado – le digo en un arrebato. No sé de dónde saqué el valor para hacerlo, pero jamás en mi vida he sido tan directa y sincera – Me haces sentir viva otra vez.
-Me quedaré contigo mientras me lo permitas – sonríe.
-Si alguna vez te digo que te vayas – continúo – no lo hagas. Porque estoy segura de que habrá momentos de esos en los que crea que estás conmigo por lástima y sé que intentaré hacerte daño para que me abandones. Pero no lo hagas, por favor.
-Yo te aseguro que no habrá de esos momentos – toma mi cara entre sus manos para mirarnos directamente a los ojos – Te recordaré cada día, que te veo a ti y no a tu silla. Que me gustas tú, tal y como eres. Y que te quiero a ti, por ser tú.
-Pero yo dudaré…
-No lo harás – me besa antes de continuar -  Porque las palabras pueden olvidarse, pero los hechos perduran. Te lo demostraré cada día y no dudarás jamás de que estoy contigo por ti, no por tu silla.
-Y si…
-Y si dudas – me interrumpe una vez más – tiraré la silla por la ventana y me quedaré contigo. Problema resuelto.
De nuevo consigue hacerme reír y mis dudas se van por el aire junto a las carcajadas. Miguel es único, me estoy dando cuenta de ello. Con cada cosa que descubro de él, con cada minuto que compartimos, me demuestra que no usa palabras vacías. Que todo cuando dice, es cierto. Porque como él ha dicho, los hechos no se pueden negar.
-Es tarde y empieza a hacer frío – me dice al ver que tiemblo.
Coloca su chaqueta sobre mis hombros y comienza a empujar la silla de regreso a mi casa. El silencio se apodera de nosotros pero lo siento como una buena señal, porque no me siento incómoda para nada.
Después del accidente, siempre evité esos momentos porque la gente tendía a mirarme con pena o a intentar decir cualquier tontería con tal de rellenar el silencio, haciéndome sentir peor de lo que ya estaba. Era como si tratasen de demostrarme que nada había cambiado, pero en realidad hacían justo lo contrario.
-Llegamos.
Miguel está frente a mí, justo en la puerta, dispuesto a irse si yo no le pido que se quede. Y esa es otra razón más para quererlo. Porque no pide nada que no esté dispuesta a darle.
-Gracias por un maravilloso día de San Valentín – me dice acercándose para besarme - ¿Podría venir mañana a por ti para salir de nuevo por ahí? ¿O es demasiado para ti?
Que me dé a elegir es novedad para mí después de mi relación con Andrés. Y después de que haya tenido que pelearme con mis padres para que me dejasen quedarme en mi casa. Haber ido a la suya habría sido retroceder y no me gusta eso. Puede que ahora me cueste hacer algunas cosas, pero no soy ninguna inútil.
-Puedes venir a por mí – le digo con seguridad.
-Bien – me besa de nuevo – Hasta mañana.
-O puedes quedarte esta noche – le digo casi en un susurro cuando ya comienza a cerrar la puerta. Ni siquiera estoy segura de que me escuche.
Pero lo hace. Porque se detiene y se gira hacia mí con una sonrisa tan ilustrativa, que tengo la sensación de haberlo invitado a quedarse para siempre conmigo. Y por más que debería asustarme la idea, creo que no me importaría en absoluto que lo hiciese.
-Si me quedo hoy – todavía no se mueve del marco de la puerta – no podrás echarme nunca más.
Sus palabras confirman mis sospechas. Entonces recuerdo cada palabra que me ha dicho. Cada promesa que me ha hecho. Recuerdo sus cartas. Sus sonrisas. Recuerdo incluso la primera vez que hablamos. Y entiendo que Miguel ha estado ahí para mí desde el principio de mi recuperación. Tal vez no tan implicado como le habría gustado, pero lo ha hecho.
-La casa es grande – le digo al fin y su sonrisa competiría con la más radiante de todas las sonrisas, dejándola en ridículo.
Cierra la puerta tras él y se acerca a mí de nuevo para besarme. Sus labios saben a un futuro juntos. A momentos inolvidables. A felicidad pura. Y desde luego, estoy convencida de que así será, porque Miguel siempre consigue lo que se propone.



  FINAL

2 comentarios: