PÁGINAS

miércoles, 9 de septiembre de 2020

Fragmento: Un arduo camino




Prólogo

  

Miranda

La puerta mosquitera se cerró de golpe detrás de mí. A lo largo de los años, me había acostumbrado a ese ruido, que enmascaró el sonido de los pasos que se acercaban a la cocina. Era una vieja casa de campo, y hacía tiempo que había aprendido a ignorar los crujidos y los estallidos. De niña, los ruidos me mantenían despierta, y siempre había estado convencida de que alguien merodeaba por la casa, vagando por los pasillos a altas horas de la noche.

Metí la cabeza en la nevera para buscar zumo de naranja. Cuando me di cuenta de que tenía compañía, me di la vuelta con el cartón en la mano y me encontré cara a cara con el ceño fruncido de mi hermana, que daba golpecitos con el pie. Abrí el envase, me lo llevé a los labios —eso la volvió loca— y bebí más de lo que me apetecía, simplemente, para irritarla. Cuando dejé el cartón sobre la encimera dejé escapar un suspiro de satisfacción, seguido de un detestable eructo.

Sarah cruzó los brazos sobre su pecho para mostrar su desaprobación.

—Es increíble que tengas estos modales. —Teníamos esta pelea con frecuencia, pero yo nunca le hacía caso.

Me encogí de hombros, cerré el cartón de zumo y lo puse en la nevera, en ese orden, esperando que se largara. No hubo tal suerte. Bueno, si quería pelear que empezara cuanto antes, y así podría seguir con mi día. Apoyé los codos en la encimera y me la quedé mirando con una sonrisa en la cara. Entonces apreté los brazos contra los senos para resaltarlos. Ese era otro motivo de disputa entre las chicas Adams. Ella era plana como una tabla de planchar.

—He recibido una llamada de tu entrenador esta mañana.

Mierda. Me erguí, cuadré los hombros y me preparé para la batalla. Esto no iba a terminar bien.

—¿No es eso una violación de algún tipo de ley de la privacidad? —Tenía que haber reglas en contra de que la escuela compartiera información de los estudiantes con sus hermanos. Estaba segura de que solo podían hablar con los tutores legales o los padres, y mi hermana no era ninguna de las dos cosas, sin importar cuál creía ella que era su papel en mi vida.

—Dijo que no te presentaste al campamento ayer, lo cual es extraño, ya que saliste de la casa con tu bolso. Recuerdo que me dijiste que ibas al campamento. —Sus fosas nasales se ensancharon y sus mejillas se sonrojaron. La vena de su sien empezó a palpitar.

Le hice señas para que se fuera, queriendo evitar la discusión o que ella involucrara a mi padre.

—No es para tanto, Sarah —resoplé.

—Es un gran problema. Te comprometiste con esas chicas. —Sarah cerró las manos en puños. Como empezara a salirle saliva por la boca me iba—. ¿Tienes idea de lo irresponsable que es que la capitana del equipo no se presente?

—Capitana anterior. —Jenna Jackson había asumido mi papel al graduarse. —Y es animadora, no el Premio Nobel de la Paz. Hay toneladas de otros estudiantes de último año allí para ayudar. — Mantuve su mirada y me negué a retroceder, mientras rezaba en secreto para que su respiración no se volviera más errática. Cuanto más le pesaba el pecho, más problemas tenía. —Iré la semana que viene. Relájate. —Me atreví a doblar la esquina de la isla, pensando que podría pasar por ella y escapar a mi habitación.

No podía tener tanta suerte, porque ella me agarró por el brazo y sus dedos se clavaron en mi piel.

—¿Dónde estabas?

Tenía que haber cien grados afuera, pero la frialdad de su tono me hizo sentir escalofríos en la columna, y se me puso la piel de gallina. Me deshice de su agarre y me debatí entre mentir o decir la verdad. De todas formas, iba a haber repercusiones, así que tenía que disminuir el castigo.

—En el lago.

Su pecho se elevó con la respiración profunda que tomó. Luego soltó el aire abruptamente.  

—¿Toda la noche?

—No. Hubo una fiesta campestre en Twin Creeks. —Era una de las granjas más grandes de la ciudad, y mi novio era el propietario, o, mejor dicho, sus padres.

Los hombros de Sarah se relajaron y recuperó su color normal.

—¿Estuviste con Austin?

Austin era un ejemplo a seguir para mi hermana, por eso hizo la vista gorda ante el hecho de que me había quitado la virginidad y de que se escabullía conmigo a menudo en medio de la noche. Los Burins eran conocidos y muy respetados. La verdad es que Sarah siempre había sentido algo por el hermano mayor de Austin, Charlie, y eso hacía que Austin también le pareciera angelical.  

Luché contra la irritación.

—Él estaba allí junto a un montón de amigos. —El sarcasmo goteaba de mi voz. Podía ganar puntos diciéndole lo que se moría por saber, y disfruté ante la idea de confirmarle que Charlie se había pasado la noche besándose con Sissy Tomlin. Sus labios se fruncieron y luego se aplanaron en línea recta.

—¿Estaba Charlie allí? —Mi hermana era mala como una serpiente cuando hablaba conmigo; Charlie Burin, sin embargo, le derretía el corazón. Charlie no tenía ni idea de que ella existía. Habían ido juntos a la escuela durante doce años, ella había encabezado todos los comités sociales de Mason Belle, y habíamos cenado con su familia los domingos más veces de las que podía contar, pero, aun así, Charlie no recordaba ni su nombre.

—Sí.

—Sabes que él y papá están trabajando en un proyecto de irrigación, ¿verdad?

Lo sabía, pero no me importaba. El funcionamiento interno de una granja de ganado no me atraía y odiaba el trabajo manual. Yo solo hacía lo que papá me pedía, ni más ni menos. No me importaba cuidar de los caballos, y por eso se habían convertido en mi responsabilidad hacía años. Y me olvidé de todo lo demás.

—¿Y qué?

—¿Lo mencionó? —Esa era su forma de dar vueltas al culo de un burro para llegar a su cola, y no me gustaba el olor a mierda.

—No hablé con él.

Sarah parpadeó y sus fosas nasales se ensancharon.

—Bueno, si no les hablaste a los Burins sobre la granja, no puedo imaginar qué te mantuvo fuera toda la noche.

Comentarios como ese eran la razón por la que Charlie no tenía ni idea de quién era ella. Si Sarah creía que los sistemas de irrigación eran temas apropiados para las fiestas, probablemente, nunca había estado en una. Y si su idea de socializar incluía la mención a cómo regar los campos, no era de extrañar que siguiera soltera.

Arqueó una ceja perfectamente esculpida y esperó. Me pregunté si podía tocarse el pelo con ellas.

—Tu reputación ya es cuestionable. Tu irresponsabilidad consolida lo que la gente del pueblo piensa de ti.

Mi expresión se endureció, y me tocó cruzar los brazos.

—A nadie en Mason Belle le importa lo que hago. Además, tú no eres mi madre. —No intenté ocultar mi ira, y mi tono transmitía cada gramo de mi desprecio.

Su mandíbula cayó como si la hubiera abofeteado.

—Soy lo más cercano que tienes, y me avergüenzo de la persona en la que te estás convirtiendo. Así no es como te criaron.

No era algo que no hubiera escuchado de ella antes. La primera vez que lo dijo me dolió, pero luego se volvió aburrido y ya no me molestó. Sarah no había pedido ese papel. Se vio forzada a desempeñarlo cuando nuestra madre se fue de la ciudad dejándonos a solas con papá. Lo hacía lo mejor que podía; aunque, por mucho que lo intentara, nunca sería mamá.

Apreté los dientes mordiendo las palabras que quería lanzarle.

—¿Hemos terminado?

—No del todo. —Mi ira estaba a punto de estallar—. Estás castigada. Puedes ir al campamento de animadoras. Eso es todo. Hay mucho que hacer por aquí.

Mi boca se abrió conmocionada mientras una sonrisa recatada y alegre se dibujaba en sus labios cerrados. Parpadeó lentamente, con sus ojos pálidos y azules, fríos e insensibles.

—¿Por cuánto tiempo? —grazné.

Con sus dedos entrelazados y sus codos cerrados, se encogió de hombros.  

—Dos semanas deberían ser suficientes para que entiendas tus errores. —Un brillo de diversión bailaba en su expresión. Y la gente creía que era la hermana perfecta.

Qué montón de basura.

Austin planeaba recogerme después del almuerzo. Legalmente, yo era una adulta. Sarah no tenía derecho a sermonearme, y mucho menos a castigarme.

—Ni hablar —gruñí. Ya estaba subiendo el primer escalón cuando gritó:

—No me pongas a prueba, Miranda. Ya he hablado con papá.

Por supuesto que sí.

—De acuerdo —resoplé y subí hasta el segundo piso, asegurándome de dar un buen portazo para que todo el mundo en la casa me escuchara.  

En las siguientes dos horas tiré cosas por mi habitación en señal de protesta, y cuando no pude soportar más el cautiverio forzoso, busqué la manera de hacer miserable la vida de mi dominante hermana. Los minutos pasaban como horas, y mirar el reloj no ayudaba a que el tiempo pasase más rápido.

Sarah pensaba que había ganado la guerra, pero esta solo era una batalla insignificante. Me negué a agitar una bandera blanca. Tenía la ventana abierta de mi habitación y, en cuanto lo escuché, miré el reloj. Llegaba justo a tiempo. El vehículo de Austin tenía un sonido inconfundible de agallas y fuerza, como una Harley o un Mustang... Mi ingenua hermana estaba a punto de ser sorprendida por la caballería.

Abandoné la cama y metí los dedos de los pies en mis chanclas. Tan pronto como abrí la puerta, mi hermana atravesó la suya. Nos separaban unos tres metros de distancia, no era una gran ventaja. Mi largo y oscuro cabello onduló mientras giraba hacia las escaleras. Las palpitaciones en mi pecho aumentaban con cada paso que daba, mientras que un hilo de sudor corría por mi columna vertebral. La satisfacción del desafío superaba todas las incomodidades. Este era un juego que pensaba ganar. Era más joven. Era más rápida. Y quería irme más de lo que Sarah quería detenerme.

—Miranda. —Hice caso omiso a su advertencia.

Una vez que saliera a la calle tenía que calcular cada segundo. Si salía demasiado deprisa tendría que esperar a que Austin llegara para poder saltar a la cabina de su camioneta; si salía demasiado tarde tendría que esperar. Cualquiera de las dos opciones le daría un tiempo precioso a mi hermana para intervenir. Para tener éxito, mis pies tenían que estar en movimiento cuando la camioneta rodeara el círculo de grava frente a la casa, así que solo tendría que reducir la velocidad para permitirme entrar.

Las advertencias se hicieron más fuertes cuanto más se acercaba mi hermana.

—Vuelve aquí, jovencita. —Había ganado terreno, aunque no perdí tiempo en mirar por encima del hombro para averiguar cuánto.

La libertad estaba delante de mí, a solo unos segundos de distancia. Abrí de golpe la puerta delantera de la casa cuando ella llegaba al vestíbulo. Dos zancadas a través del porche y salté desde la cima hasta la entrada mientras el motor diesel de Austin se aceleraba. Nuestros amigos rugieron cuando se dieron cuenta de que estaba huyendo, y recé para que Austin no bajara la velocidad. La puerta del lado del pasajero se abrió mostrando mi asiento vacío al lado de Austin.

Con la gracia de una gacela, salté a la camioneta y luego agité la mano por la ventanilla. Austin aceleró en la curva de la izquierda y la puerta se cerró con el movimiento del vehículo. Gritó con emoción, como si acabara de sobrevivir al toro más malvado del rodeo durante ocho segundos. Me giré para mirar a la casa y saqué la mitad de mi cuerpo por la ventana abierta, riendo. El viento arremolinó mi pelo alrededor de mis mejillas. Incluso a través de los mechones que me quitaban la visión, no me perdí el despotrique de mi hermana en el porche. No podía oírla desde la camioneta, pero sí podía ver el fuego que había encendido dentro de ella. Parecía estar a punto de estallar. Menos mal que no estaría cerca de ella para presenciar la explosión.

Me enderecé en el asiento, pasé los dedos por mi largo pelo para quitármelo de la cara, y me incliné hacia Austin para besarlo en la mejilla. En un instante, me rodeó con su brazo derecho la parte baja de mi espalda. Nuestros labios se encontraron en un eléctrico, aunque breve beso. Cuando se alejó para concentrarse en el camino me quedé mirando su perfil. Austin era el chico que todas las chicas querían, como su hermano siete años antes. Solo que esta hermana había llamado la atención de este hermano desde el principio, y habíamos estado juntos desde el comienzo de nuestro primer año. Nunca había tenido ojos para nadie más que para mí, y no había otro chico en Mason Belle que despertase mi interés.

No era su mandíbula cincelada o su pelo rubio arenoso. Ni siquiera eran los músculos tensos o su bronceado de todo el año. Todo eso ayudaba, pero lo que más me atraía de Austin Burin era su alma gentil y su gran corazón. Y era ferozmente protector conmigo. No había nada que no hiciera para asegurar mi felicidad, y sus padres me adoraban. Habíamos sido creados para estar el uno con el otro, a pesar de las especulaciones e insinuaciones de mi hermana sobre mi reputación.

Nuestros amigos no paraban de cacarear en la parte de atrás. La mitad de nosotros había sido castigada por no volver a casa alguna noche. La otra mitad se las había arreglado para evitar ser atrapados. Alcancé el volumen del estéreo y lo subí un poco. La música country inundó el habitáculo. Los bajos hicieron vibrar el asiento y el sonido reverberó a través de mí. Condujimos hacia el lago en el que crecí nadando, y pensé en mi hermana sacudiendo el puño en los escalones de la casa. Su expresión no tenía precio y valía el castigo que me esperaba cuando regresara. Sarah Adams necesitaba un hobby aparte de torturarme. A pesar de sus intentos por calmar mi racha salvaje y acabar con mi diversión, la vida estaba muy cerca de la perfección.

El zumbido de la adrenalina había empezado a disminuir cuando Austin detuvo la camioneta. Una nube de polvo se elevó bajo el peso de las ruedas y yo tosí cuando llegó a la ventana abierta. La misma nube siguió a nuestros amigos cuando se dirigían el agua y nos dejaban solos.

La música murió cuando Austin quitó las llaves del encendido, pero no hizo ningún movimiento para salir. Sus dedos callosos acariciaron mi mandíbula y su pulgar se deslizó por mi mejilla. Me convertí en masilla bajo su toque y la suave mirada de sus dulces ojos marrones. Mi corazón se aceleró al tener su atención completa.

—¿Seguro que no estás poniendo el último clavo en tu ataúd? —Su preocupación era entrañable.

Le agarré las dos mejillas y planté firmemente mis labios sobre los suyos. Tomé lo que quería y le di lo que necesitaba. Austin movía cielo y tierra para complacerme, a menos que eso significara traicionar a mi padre. Apreciaba el respeto que le tenía, pero esto no se trataba de mi padre, sino de Sarah. Le di una palmadita en la mejilla. El tacto de su cara sin afeitar me hacía cosquillas en las palmas de las manos.

—Sarah no es mi padre. No te preocupes tanto.

—Estaba muy enfadada.

—Y se pregunta por qué Charlie no está interesado en ella.

Su antebrazo se flexionó al alcanzar el tirador de la puerta, y el calor entró en la cabina.

—La mayoría de las chicas sentirían lástima por tu hermana —dijo Austin mientras saltaba al terreno firme.

Esperé a que me mirara a la cara, sabiendo que extendería su mano. La tomé y me desplacé a su asiento. Entonces, en lugar de saltar con su ayuda, tracé un círculo con mi dedo. Sin dudarlo, me mostró su espalda. Coloqué mis brazos sobre sus hombros y alrededor de su cuello. Cuando aseguré mis piernas a su cintura, mis muslos se apretaron contra sus costados. Él se alejó de la camioneta y cerró la puerta con el pie.

El calor sofocante empeoró al montarme en su espalda, pero me encantaba estar cerca de él, y Austin no se quejaba. Aunque no hubiera venido envuelto en un precioso paquete de encanto y virilidad sureña, su aroma ya me habría encandilado. Mi nariz tocó la piel debajo de su oreja e inhalé profundamente. Solo otro olor en el mundo contenía una multitud de recuerdos como el de Austin, y era el de mi madre. Aunque en este punto, tenía muchos más recuerdos con Austin que con ella.

El olor de Austin me envolvía de seguridad como una manta en una noche fría. Había llorado en su hombro más veces de las que puedo contar desde que éramos niños, y a través de los años, él se volvió tan vital para mí como un órgano o un miembro. Austin poseía la llave de ese rinconcito que contenía todos mis secretos. Él había asumido el papel de caballero en mi vida el día que mi madre se fue. En pocas palabras, se comprometió conmigo en mi décimo cumpleaños. En aquel entonces pensé que era el peor día de mi vida, pero ahora me daba cuenta de que había sido el mejor.

—¿Venís al agua? —Charity se lanzó al agua y nos saludó ansiosamente para que nos uniéramos al grupo.

Había gente por todas partes, principalmente, ancianos, recién graduados, niños. jugadores de fútbol, animadoras, los miembros del club 4-H… Todos estaban aquí. Este era un rito en Mason Belle, Texas. Era la única época del año en la que no existía el estatus social.

Mis amigos ya estaban todos en el agua y no podía decir quién era quién, pero los encontraríamos a todos antes de que se pusiera el sol. Empecé a quitarme la camiseta sin mangas. Me encantaba este lugar, aquí había sido donde había buscado consuelo durante años. Árboles de un verde exuberante rodeaban el lago, y el color se reflejaba en la superficie del agua. Daba la impresión de nadar dentro de una esmeralda.

Mis mejillas ardían bajo el sofocante día. Me saqué los pantalones cortos dejándolos en el suelo con mi camiseta y las chanclas. Unas manos grandes y callosas se agarraron a mis caderas, y unos labios cálidos recorrieron el punto más sensible de mi hombro. En el momento en que los dientes de Austin se hundieron en mi carne mis rodillas se doblaron y me obligué a poner distancia entre nosotros. Me dolían las mejillas por la sonrisa que se expandió en mi cara y en cuanto me giré se me hinchó el corazón.

—Tienes que dejarlo. —La debilidad con la que pronuncié esa declaración me llevó a preguntarme si era una súplica o una orden.

Cuando dio un paso hacia mí yo di uno hacia atrás. En cualquier momento se abalanzaría y, si no estaba preparada para salir corriendo, me haría cosquillas hasta que me orinara encima. Levanté las manos riendo, y él no me puso ni un dedo encima.

—Traeré a Brock para que te dé una lección —le dije.

La cabeza de Austin cayó hacia atrás. Su nuez de Adán se movió en su garganta gruesa y los músculos se tensaron en su abdomen. El único sonido más dulce que su risa era su voz profunda y sureña.

—Cariño, aunque Brock quisiera salvarte, no tiene ninguna posibilidad.

Estreché la mirada, fallando miserablemente al querer parecer irritada. Los ojos de Austin brillaban de diversión y se arrugaban a los lados formando pequeñas patas de gallo. Yo levanté mi mano libre para agitar un dedo en dirección a mi novio. Si no hubiera estado prestando atención me habría perdido el rápido tic en su mirada, pero no me sirvió de nada porque un instante después sus brazos me agarraban la cintura. Como si fuera un fardo de heno, me vi catapultada sobre un hombro casi tan ancho como el suyo.

—¿Qué es lo que no tengo oportunidad de hacer? —El profundo tono barítono de Brock hizo vibrar todo mi cuerpo.

Mientras yo luchaba por bajar, Austin ignoró mi petición de ayuda.

—Randi cree que la salvarás.

—¡Lo hará! —grité.

—Odio decirte, Randi, que Austin reclamó tu culo mucho antes de que el resto supiéramos que había algo para reclamar como nuestro. Tu destino se escribió en las estrellas hace años. —Una gran mano cayó sobre mi trasero. No sabía si pertenecía a Austin o a Brock, y no estaba segura de que me importara averiguarlo—. Pero ten la seguridad de que, si hay alguien más que él, seré el primero en defender tu honor.

El mundo se inclinó, literalmente. Brock no me había bajado de su hombro cuando se volvió hacia el lago. Aparecieron otro par de pies de chico que reconocería en cualquier lugar, y los dos salieron corriendo en dirección al agua. Mi estómago rebotó en el hombro de Brock, y me las arreglé para lanzar varios gritos de ayuda que fueron ignorados. No importaba el calor que hacía; que me arrojaran al agua sería como si me echaran hielo en la cabeza. El drástico cambio de temperatura succionaría el aire de mis pulmones. Ya era bastante difícil respirar a través de la humedad de junio; era aún más difícil respirar bajo el agua sin avisar.

El temor a lo que vendría no disminuyó la risa, ni por mi parte ni por la de ellos. Me habían estado haciendo este tipo de cosas durante años. Si hubiera sido otra persona le habría dado su merecido, pero estos dos eran dueños de mi corazón. Escuché los vítores de mis compañeros, aunque no podía ver más allá de los músculos de la espalda de Brock. Los trozos de hierba pasaban zumbando mientras mi captor corría hacia el lago. Un día, serían demasiado viejos para este tipo de cosas, pero aún quedaba mucho tiempo.

Sus pies se ralentizaron cuando llegó a la orilla, pero no porque planeara detenerse. Correr en el agua era parecido a dar un paseo por arenas movedizas. Brock me agarró bien de las caderas, y yo respiré profundamente. Catapultada por el aire, mis brazos y piernas se agitaron, y lo último que vi antes de romper la superficie del lago fue la sonrisa contagiosa de Austin.

Antes de que me abriera camino hacia el aire fresco, Austin apareció delante de mí, y los dos nadamos juntos. Su cara se ondulaba con la distorsión del agua, pero no apartó sus ojos de los míos. Jadeé cuando atravesamos la superficie. El lago era demasiado profundo para mí, pero Austin se puso en pie y rodeó mi cintura con su brazo para llevarme a la seguridad de su pecho esculpido.

Instintivamente, mis piernas se aferraron a él para evitar alejarme flotando, y lo golpeé juguetonamente en el bíceps. Él se estremeció, como si yo lo hubiera golpeado con fuerza.

—¿Por qué me golpeas?

—Dejaste que tu mejor amigo intentara matarme. —Fue un poco melodramático, y la sonrisa me delató.

Sacudió la cabeza para quitarse el agua del pelo.

—Cariño, no hay nada en el mundo que pueda hacerte daño mientras yo esté vivo.

—Te quiero, aunque seas una bola de queso. —Adoraba a Austin Burin con toda mi alma.

Me incliné hacia atrás y floté sobre mi espalda con mis piernas aseguradas alrededor de su cintura. Miré el cielo y las blancas nubes de malvavisco que salpicaban el azul. El agua distorsionaba el sonido, y me sentía feliz. De repente, Justin Richert se lanzó al agua a estilo bomba aterrizando cerca de nosotros. Las olas me envolvieron y solté mis piernas de la cintura de Austin para evitar ahogarme.

Nos habíamos adentrado en una zona en la que hacía pie, y esa fue la razón por la que Austin se dio la vuelta y se encaró con Justin.

—¿Qué demonios estás haciendo, amigo?

Traté de agarrar la muñeca de Austin, pero él se liberó de mi sujeción, así que enredé mis dedos a los suyos y lo mantuve a mi lado. No había muchas cosas en la vida por las que Austin peleara, pero yo era una de ellas. La principal.

—Austin... —le dije.

—Solo estaba bromeando, Burin. Cálmate. La animadora Barbie no se ha ahogado. —Se largó nadando.

Justin no era tan malo. El autoproclamado payaso de la clase solo hacía cosas para que la gente se riera, pero, a veces, se equivocaba. Yo no era su objetivo, solo estaba en su camino.

—Oye, olvídalo —le susurré apretando su mano.

Cuando volvió a mirarme su expresión ya se había relajado. Antes de que pudiera decir algo, Brock alzó el brazo hacia a Austin, que estaba junto al grupo de jugadores de fútbol y sus novias jugando a la gallina. Austin arrugó la frente y luego esbozó una sonrisa.

—¿Jugáis? —preguntó Brock.

—Por supuesto, cuenta con nosotros —le dije.

—Esa es mi chica. —Sonrió Austin. Tres palabras más dulces no existían.

Una vez que nos unimos a las otras parejas, Austin desapareció bajo el agua delante de mí y me subió a sus hombros, sujetando mis pantorrillas bajo sus bíceps para asegurar mis pies contra su espalda. No había dado el primer paso para participar en la batalla acuática cuando un ruido atronador de metal chocando con metal reverberó en el lago como si hubiera ocurrido allí mismo. Mis oídos captaron los cristales rotos, el chillido de los neumáticos que patinaban y el estruendoso choque. Todo el mundo se quedó quieto, y el silencio nos rodeó como un grueso y negro velo.

—¿Qué ha sido eso?

—Ha sonado como un accidente.

—¿Aquí?

—Espero que nadie haya salido herido.

Las voces aleatorias y los comentarios improvisados revoloteaban a mi alrededor. Sin respuestas a las preguntas, la gente perdió interés y volvió a lo que había estado haciendo. Sin embargo, mi atención seguía centrada en ese incidente. Me incliné para mirar a Austin mientras seguía encaramada sobre sus hombros.

—¿Crees que deberíamos asegurarnos de que todos están bien?

Sonrió e inclinó su barbilla, frunciendo sus labios en una silenciosa petición de un beso. Se lo di, pero fue casto.

—¿Te haría sentir mejor? —Su voz era más suave que la miel en una galleta caliente.

Asentí con la cabeza y me bajó.

—Quiero estar segura de que no necesitan ayuda. Ese ruido ha sido muy fuerte.

—Tienes un corazón de oro. Vamos.

Seguro que mi hermana no estaba de acuerdo con la afirmación de Austin. Yo era testaruda, bocazas y despreocupada; pero también era la chica que no soportaba ver a un animal herido o a un indigente en la calle sin tratar de arreglarlo.

Tan pronto como llegamos a la orilla las sirenas se dejaron escuchar. El único camión de bomberos de Mason Belle tocó la bocina y rugió a lo lejos. Tomé la mano de Austin agarrándola como si fuera yo la que esperaba que llegara la ayuda. No sabía qué venía después, si la ambulancia o el coche de policía. No diferenciaba sus sonidos porque nunca pasaba nada emocionante en esta ciudad. Dejé escapar el aliento que no me había dado cuenta de que sostenía. Mi pecho se desinfló y mis hombros se hundieron con alivio. El simple hecho de saber que había ayuda tranquilizó mi mente.

—¿Todavía crees que deberíamos ir? —preguntó Austin.

Probablemente, no podríamos acercarnos al accidente y estaría arrastrando a Austin lejos de nuestros amigos sin otra razón que ser entrometida. No podría ofrecer ninguna ayuda o habilidad útil. Así que sacudí la cabeza y me puse en pie para darle un beso en la mandíbula.

—No, quedémonos aquí.

 


Una hora más tarde, cuando ya habían cesado los sonidos de los vehículos de emergencia y el accidente ya no era más que un recuerdo, habíamos vencido a todas las otras parejas. Me reí mientras otras chicas del equipo de animadoras me hacían pasar un mal rato por mi naturaleza competitiva.

—¡Miranda Adams! —gritó una voz.

Con una sonrisa en mi rostro y palabras que aún salían de mi boca mientras defendía nuestro título ante Charity y Anna, me giré hacia la áspera voz que hacía que mi nombre sonara como el rugido de la tormenta. En lo alto del camino, justo antes de que se rompiera el suelo, estaba el sheriff Patton. Su sombría expresión me empujó hacia atrás en lugar de hacia delante.

—Miranda —repitió, como si no lo hubiera escuchado la primera vez. Nadie en este pueblo usaba mi nombre completo a menos que estuviera en problemas—. Querida, necesito hablar contigo. —Puso las manos en las caderas y bajó la cabeza. Su barbilla casi tocó su pecho. No pude leer su cara cuando hicimos contacto visual. El sheriff Patton cambió su mirada a otra persona antes de que pudiera identificar la emoción que escondía—. Austin, hijo, ¿por qué no la traes aquí arriba?

—Sí, señor.

Me asomé por encima del hombro y vi a mi novio nadar hacia mí. No tenía ni idea de lo que estaba pasando, pero no quería ser parte de ello. Solo había escuchado «Miranda» y «querida» en la misma frase cuando mi padre me contó que mi madre se había ido. Cuando Austin llegó a mi lado, sacudí la cabeza y me negué a ir.

—Cariño, el sheriff necesita hablar contigo. —Pasó sus dedos por los míos—. Vamos. Iré contigo. —El guiño que normalmente me derretía ahora no hizo nada para calmar mi miedo, pero, aun así, le permití que me sacara del agua.

Miré hacia atrás esperando ver la vida continuar, pero solo me topé con miradas aturdidas y llenas de preocupación. Mientras subíamos por el camino las luces azules en la parte superior de su coche daban vueltas en un patrón vertiginoso. Nada de lo que tuviera que decir podía ser bueno. Los policías nunca venían aquí y menos por asuntos oficiales.

El sheriff Patton se quitó el sombrero con una mano y puso la otra en mi hombro. Mi mirada siguió su movimiento y mi cuerpo se puso a sudar febrilmente. Temerosa de prestarle atención al oficial, me volví hacia la persona que me había sostenido cada vez que me había caído. Pero Austin no podía salvarme.

El hombre que había vigilado este pueblo desde que era pequeña respiró profundamente.

—Querida… —empezaba a odiar esa palabra—, ha habido un accidente.



Capítulo 1

 

Miranda

Seis años después


—Eason, ¿estás listo? —Asomé la cabeza por la puerta de su oficina, y sus ojos gris pizarra se encontraron con los míos. Mi corazón se calentó al ver su sonrisa.

—Casi. ¿Terminaste los archivos del caso Martin?

Levanté la carpeta y pasé a su oficina para dejar el papeleo en su mesa.

—Todo lo que pediste está aquí, incluyendo una copia del testamento. —El derecho inmobiliario rara vez era emocionante, pero, de vez en cuando, un caso llegaba a los tribunales y las cosas se ponían jugosas.

Como asistente legal, no podía asistir a muchas de las audiencias, aunque, ocasionalmente, podía participar en las declaraciones y mediaciones. Nunca dejaba de sorprenderme lo codiciosa que se volvía la gente después de la muerte. Los hermanos y hermanas se convertían en enemigos mortales, y los parientes perdidos durante mucho tiempo aparecían de la nada con las manos extendidas.

—Desearía poder ir contigo. Va a ser una locura.

Los hermanos Martin llevaban peleándose por el patrimonio de sus padres durante los dos últimos años. Eason había sido el abogado de la pareja fallecida desde que le pasó el caso el colegio de abogados y, por respeto a ellos, siguió ocupándose de él. Todo este asunto, incluyendo la agitación de Eason, nos había proporcionado a Garrett —otro socio—, y a mí un montón de entretenimiento.

Se puso de pie y agarró su maletín de cuero. Elegante y con gracia, Eason era tan ágil como un bailarín, pero, a la vez, derramaba testosterona por todos los poros de su piel. Desde los duros planos de su pecho hasta sus hombros cuadrados y su mandíbula de hierro, su carisma era absorbente. Solo había conocido a otro hombre en mi vida que llamaba la atención de una habitación repleta de gente sin darse cuenta; afortunadamente, ahí acababan sus similitudes. Un escalofrío me recorrió la columna vertebral cuando Austin cruzó por mi mente. No ocurría a menudo —principalmente, porque me negaba a permitirlo, no porque mi cerebro no intentara regodearse en esos recuerdos a diario—, pero cuando lo hacía luchaba duro para sacudírmelo de encima.

Eason se puso delante de mí y se pasó una mano por la cabeza. Su cabello perfectamente peinado había visto días mejores.

—¿Todo bien, Miranda?

Forcé una sonrisa y asentí rápidamente. No se lo había creído... no es que yo creyera que lo haría.

—Es bueno que no estés bajo juramento. No puedes mentir una mierda. —Su risa resonó a nuestro alrededor. Era cordial y cálida como el pollo y las albóndigas caseras, y llenaba el alma de la misma manera.

Un encogimiento de hombros fue todo lo que pude ofrecer.

Sin más discusión, Eason me ofreció su codo, y yo lo acepté. Algunos empleados continuaron trabajando en la oficina y me fui despidiendo de cada uno de ellos sin poder detener la nostalgia. Un pequeño recuerdo se escapó de la caja acorazada de mi mente, y luego docenas lo siguieron. Tenía que capturarlos a todos y empujarlos de vuelta a su escondite. Hubo otra vez en mi vida en la que ocupé esa codiciada posición en la vida de un hombre. Era una gran empresa, ambos éramos muy respetados, y yo amaba este lugar casi tanto como había amado a Mason Belle.

Cuando el ascensor se cerró delante de nosotros, Eason se giró.

—¿Quieres hablar de ello?

—No hay nada de qué hablar.

Se rio en voz baja.

—No olvides que recuerdo a la chica que apareció en Nueva York en jeans cortos, una camiseta ajustada y botas de vaquero. Y eso sin nombrar la fea gorra de béisbol. En aquel entonces, también pensaste que guardarías tus secretos.

El abogado que había en Eason nunca dormía. Esa faceta siempre estaba presente, y el silencio que ahora había entre nosotros mientras esperaba a que yo respondiera era parte de su juego. Los testigos siempre cedían.

—Te agotaré, así que mejor me lo dices ahora y nos ahorras el tiempo a los dos. —Se regodeó

Me quejé, pensando en lo fuera de lugar que había estado en una ciudad donde todo valía. No tenía ningún plan cuando llegué a la estación de autobuses de Laredo. Todo lo que tenía era una maleta y unos cuantos dólares en mi cuenta bancaria que mi abuela me había dejado cuando murió. Mis ojos estaban hinchados de tanto llorar cuando miré fijamente el panel de la estación y elegí mi destino. Necesitaba algo diferente, un lugar donde nadie supiera mi nombre o mi pasado. La ciudad de Nueva York parecía ser perfecta.

—Si me amas, no volverás a recordarme eso nunca más —dije.

El ascensor tembló con su rugiente y estruendosa risa mientras yo captaba mi reflejo en los espejos de las paredes. Me di cuenta de lo diferente que me había vuelto. Ya no había ni rastro de la chica de pueblo. Una vez que conocí a Eason, que acababa de empezar en la firma en la que ambos trabajamos ahora, me ayudó a borrar cualquier signo externo que quedara de ella. Ahora, él me había atrapado en un abrazo que no le había correspondido, y mis brazos quedaron atrapados contra mis costados en el incómodo abrazo. Murmuré algo, pero mis palabras apagadas se perdieron en sus pectorales, y me negué a inhalar el olor de su colonia. Todos mis sentidos se perderían con una sola olfateada si lo hacía, y tenía que guardarle rencor.

—Te gustó convertirme en tu proyecto —le dije.

Mi cuerpo se expandió como una bolsa de malvaviscos aplastados cuando me dejó respirar. Sus dedos masajearon mis bíceps y luego mis hombros. Sus ojos de piedra eran ahora de un gris cálido que solo veía cuando se divertía mucho. Ahora a costa mía.

—No eras un proyecto, más bien, un trabajo en progreso. Habías comenzado con tu transformación antes de que llamaras a mi puerta. Estabas tan guapa con tus trenzas y ese cuerpecito tan macizo...

—¿Macizo?

Movió mis hombros de un lado a otro.

—Tenías un trasero perfecto. Y no me hagas hablar de tus piernas.

Me abstuve de poner los ojos en blanco y, en su lugar, cerré los párpados y soplé a través de mis labios fruncidos. Eason apreciaba las curvas de la silueta femenina, aunque, normalmente, no era tan descarado al respecto. La llegada del ascensor a la planta baja nos distrajo del tema en cuestión. Tan pronto como las puertas se abrieron el aguacero de afuera hizo eco en el vestíbulo desierto.

Me encantaba la lluvia. Había pasado horas en el porche de nuestra granja en una mecedora hablando con Mamá antes de que muriera. Más tarde, papá había ocupado su lugar. Cuando un rayo cruzó el horizonte, habría jurado ver a esa chica y a su abuela sentadas en un banco al otro lado de la calle. Salté cuando el trueno retumbó y la visión desapareció con la luz. Era oficial; había perdido la cabeza. La falta de sueño y el exceso de cafeína me habían vuelto loca, y había empezado a alucinar.

La mano que se posó en la parte baja de mi espalda me asustó. Un gesto que, normalmente, me calmaba, ahora me envió el corazón a la garganta.

—Estás muy tensa. ¿Qué te tiene tan nerviosa?

Volvíamos a eso. Tenía que encontrar una manera de distraerlo. Seguir actuando como una loca no lo conseguiría. Eason tenía una extraña habilidad para olfatear mentiras como un coonhound lo hacía con las presas. Fabricar excusas solo intensificaría su caza. Una distracción era lo único que funcionaba.

—Me muero de hambre. ¿Quieres comer algo antes de ir a casa?

Miró el Rólex que adornaba su muñeca. Había sido un regalo de sus padres cuando pasó el examen. Eason McNabb venía de una larga tradición de dinero, como nos gustaba llamarlo en el sur... aunque nunca hablaba de él.

—Sí, es tarde. No tengo ganas de ponerme a cocinar una comida elaborada cuando lleguemos a casa.

No pude mantener la cara seria.

—Una comida elaborada, ¿eh? ¿Así es como ahora llamas a las judías y a las salchichas? —Eason había estado a punto de quemar nuestro apartamento más de una vez cuando nos conocimos. Llamamos tantas veces a los bomberos que nos hicimos amigos de ellos y, a menudo, tomábamos tragos juntos los fines de semana.

Con la diversión brillando en sus ojos empujó la manija de vidrio y salimos. El toldo que recorría todo el edificio evitó que nos empapáramos.

—Los fideos de Ramen son un manjar en muchos países asiáticos.

Vigilamos la calle para ver si venía un taxi.

—Ahí viene uno —dije.

Eason se lanzó a la lluvia para llamarlo. Como un caballero, mantuvo la puerta del coche abierta. Entré y luego subió él. Estaba empapado. El pelo se le había pegado a la cabeza y la camisa se le aferró al pecho esculpido cuando se giró para cerrar la puerta.

—Pareces una rata ahogada —bromeé.

Esbozó una sonrisa torcida y encantadora.

—¿Ese es un sinónimo de devastadoramente guapo? —Sacudió la cabeza para librarse de los mechones mojados que se le pegaban a la cara, enviando salpicaduras a su alrededor.

Todos los hombres lo hacían. Lo había visto mil veces mientras crecía. No era un gesto exclusivo de Austin, pero los recuerdos se habían apoderado de mi corazón y cada detalle del presente me catapultaba al pasado.

—Algo así. —Le presté atención al taxista. Prácticamente, podía oír el tintineo de una caja registradora, pues a cada segundo que Eason y yo perdíamos intercambiándonos pullitas, el precio iba subiendo—.  Pho's en la Ochenta y Tres, por favor. —Era mi restaurante favorito de la ciudad.

El conductor me reconoció por el espejo retrovisor, aunque no se dio la vuelta. Eason sacó un pañuelo —mi padre lo habría llamado pañuelo—, y yo lo cogí. No sabía cómo podía estar seco cuando él parecía empapado hasta los huesos. Después de secarme la cara —ojalá sin arruinar mi maquillaje—, me froté el pelo con él como una toalla. Una vez me lo sequé lo mejor posible, me pasé los dedos por él. Era lo único bueno del pelo corto, que enseguida recuperaba el peinado.

—¿Vamos a comprar comida para llevar o vamos a entrar?

Eché un vistazo a su estado. No le vendría bien entrar en un restaurante con aire acondicionado estando empapado.

—Comida para llevar.

Procedió a sacar su móvil y ordenó el pedido. Tan pronto como empezó a hablar mi propio teléfono sonó en mi bolso. Busqué en él esa detestable pieza de tecnología, encontrándola al tercer timbrazo. Nunca había tenido la necesidad de un móvil en Mason Belle, y ahora odiaba su presencia en mi vida. Sin embargo, la empresa necesitaba que llevara uno encima. La pantalla se iluminó con el nombre de mi hermana y gemí lo suficientemente fuerte como para llamar la atención de Eason. Lo que no hice fue responder.

Cuando se cortó la comunicación, él se me quedó mirando.

—¿Quién era?

No tenía sentido tratar de ocultar mis sentimientos.

—Sarah. —Esa palabra contenía tantas emociones que no podía abarcarlas todas. Y ninguna era buena.  

—Seguirá intentándolo. Será mejor que le contestes y así no tendrás que volver a saber de ella hasta dentro de unas semanas. —Eason conocía todos los detalles sangrientos de mi pasado de Texas, y aunque no estaba de acuerdo con la forma en que lo manejaba, hacía tiempo que dejó de insistir en que arreglara mi relación con ella.  

Lo miré fijamente. Y parpadeé.

—La llamaré mañana por la mañana.

—Ah, ¿sí? ¿Seguro?

Nunca me había alegrado tanto de ver las luces de neón de Pho’s.  Sonreí dulcemente y señalé hacia la entrada. Cuando Eason regresó con nuestra comida, todavía miraba la pantalla del móvil, perdida en mis pensamientos.

—¿Alguna vez has usado esa cosa? —me preguntó. Luego se dirigió rápidamente al conductor para darle nuestra dirección.

Fue una pregunta tonta. Me golpeé la barbilla con el dedo y miré fijamente al techo como si tuviera que considerarlo seriamente.

—Creo que marqué tu número esta mañana para ver si querías café. Te envié un mensaje de texto anoche cuando estabas en el gimnasio. Y Garrett me enseñó a usar FaceTime. —Aunque no es que lo necesitara—. Así que, en general, diría que sí.

—Tu negativa a aprender el uso de la tecnología moderna me desconcierta.

—Acabo de decirte que lo he usado tres veces en las últimas veinticuatro horas.

Se movió en el asiento a mi lado y puso la bolsa de Pho’s entre sus pies.

—Ya sabes lo que quiero decir. La mayoría de las mujeres están tan apegadas a sus móviles como lo están a Louis Vuitton. Solo usas el correo electrónico en el trabajo, no tienes cuentas en las redes sociales y te acobardas cuando suena tu móvil. Es un poco raro.

Su mirada interrogante no iba a desaparecer hasta que llegáramos a casa o le diera más de dos palabras seguidas. Suspiré.

—No veo la necesidad. Si quiero que alguien se ponga en contacto conmigo le daré mi número, no pretendo ser amiga de gente a la que no he visto en una década. No me interesa hablar con ella.

—¿Qué sentido tiene? No contestarías, de todas formas.

El taxi disminuyó la velocidad frente a nuestra casa de piedra rojiza, la casa de piedra rojiza de Eason. Le pagué al conductor y Eason cogió la bolsa de comida. La lluvia había disminuido a una ligera niebla, pero ambos nos apresuramos hacia la puerta. Metió la llave en la cerradura, pero antes de abrir el cerrojo, se enfrentó a mí.

—Deberías devolverle la llamada.

 

 

Sarah y yo habíamos jugado al gato y al ratón durante días. Ella trataba de contactarme creyendo que yo estaba disponible, y yo la llamaba cuando estaba segura de que no lo estaba. Cuando el teléfono sonó el sábado por la noche, Eason y yo estábamos sentados en el sofá viendo una película de mierda. No tenía razón para no contestar, aunque decidí dejar que saltara el buzón de voz al escuchar el tono de mi hermana.

Eason salió corriendo del sofá. No importaba lo rápida que fuera, él lo era más y consiguió agarrar mi móvil.

—¿Hola? —Sonó sin aliento, y podía imaginarme lo que Sarah pensaría que estábamos haciendo los dos—. Hola, Sarah. ¿Cómo estás? —Podría ahorrarse las confianzas. No eran amigos. Ni siquiera se conocían. Sin embargo, estaban charlando como viejos amigos—. Sí, el trabajo me mantiene ocupado.

No podía escucharla a ella, pero no dudé de que lo deleitaría con su encanto sureño. Sarah tenía unos modales muy educados. Lo que Eason dijo a continuación, me quitó el color de la cara.

—Sí, está aquí. Fue genial hablar contigo. Tenemos que traerte a la Gran Manzana. Miranda y yo podemos hacer de guías.

Recé para que ella lo rechazara y cubrí el móvil con la mano cuando se lo quité.

—¿Qué te pasa?

Eason me dio un golpe en el trasero y se fue, regañándome por encima del hombro.

—Debiste haber respondido.

Imbécil.

—Hola, Sarah. —Mi tono indicaba lo incómoda que estaba.

Ella suspiró, sin molestarse en enmascarar su decepción.

—Hola, Randi. —Su voz era tan alegre como siempre que me llamaba—. ¿Cómo va todo?

Algo me impedía comprometerme con Sarah o con papá. Era doloroso escuchar lo que iba pasando en Mason Belle porque yo ya no formaba parte. Odiaba tener sobrinas y un sobrino a los que no conocía, pero la verdad era que había sellado mi destino aquel día en el lago. Una decisión tonta había cambiado mi vida irrevocablemente, y por mucho que echara de menos Texas no podía volver a enfrentar la destrucción que había causado.

—Todo va bien.

—¿Seguís trabajando juntos tú y Eason? —Fue una pregunta cortés. Yo, sin embargo, la encontré intrusiva.

Volví al sofá, me dejé caer en el asiento que había ocupado unos segundos antes y me cubrí las piernas con una manta.

—Sí. Ya llevo trabajando con él casi seis años. Me gusta.

—¿Has pensado en ir a la escuela de leyes en lugar de ser solo una asistente legal? Serías una gran abogada.

Aparte de los años de educación que no estaba segura de poder pasar, esa meta también requeriría grandes cantidades de dinero que no tenía.

—No creo que la escuela de leyes sea una opción.

—¿Por qué no? —No podía culparla por ser ingenua. Si no me hubiera ido de Texas sería tan inconsciente como ella. Sarah todavía residía en Mason Belle, donde había pasado toda su vida. A ella le gustaba esa vida.

—Es costoso. Además, me gusta lo que hago —respiré profundamente.

—Supongo que estar bajo el ala de uno de los socios tiene sus ventajas, ¿no?

—Se asegura de que me cuiden, aunque, realmente, me gusta mi trabajo. —No tenía sentido defenderme. Sarah no sabía lo que hacía un asistente legal y yo no iba a explicárselo—. ¿Qué hay de ti? —Cambiar de tema era más fácil. A diferencia de Eason, Sarah era fácil de redirigir.

—Bueno, Kylie y Kara han empezado en el jardín de infancia. —Obviamente, no recordaba que ya me había dicho eso en las tres últimas veces que habíamos hablado—. Y me he unido a la Asociación de Padres y Maestros. Entre eso y perseguir a Rand, tengo trabajo a tiempo completo.  

Rand tenía tres años y se llamaba como el abuelo de su marido, Randall Charles Burin. Me negué a reconocer lo parecido que era su apodo con el mío. La única foto que había visto de mi sobrino, era exactamente como su tío.

—¿No te cuesta mantener el ritmo? —Me estremecí en el momento en que la pregunta salió de mi boca.

A Sarah no le importó o eligió ignorar mi insensibilidad.

—No más que a cualquier ama de casa persiguiendo a tres niños demasiado activos cuyo marido se marcha antes de que salga el sol.

No estaba al tanto de cómo había sucedido todo, principalmente, porque no había pedido que me lo contaran. Además, me había negado a ir a casa para su boda. Sarah había terminado casándose con Charlie Burin un año después de que yo me marchara, y las gemelas nacieron seis meses después en contra del consejo de los médicos. No había manera de pedir detalles sin saber de Austin. Incluso tantos años después, no podía soportar la idea de que su nombre se me pasara por los labios. Sarah lo había mencionado una vez y yo colgué rápidamente y rechacé sus llamadas durante meses. Nunca volvió a mencionarlo.

—Me gustaría que vinieras a casa de visita, Randi. Te encantaría. —La melancolía y el amor se mezclaban en su tono. Si esa hubiera sido la forma en que se hubiera comunicado conmigo cuando era adolescente, las cosas habrían sido diferentes.

—No puedo. —Le di la misma respuesta de siempre.

—¿Por el trabajo?

—Y otras cosas. —Era vaga en mis respuestas, y ella siempre las dejaba pasar. Excepto hoy.

—¿Cómo qué? —Me pasé los dedos por el pelo, deseando por primera vez que todavía fuera largo para tener algo de lo que tirar o con lo que jugar—. ¿Es Eason? ¿No quieres dejarlo?

—En parte. —Eso era mentira.

Odiaba no poder ver sus expresiones cuando hablábamos. Echaba de menos los matices que inundaban sus ojos, pues decían más que las palabras que elegía.

—Tráelo también.

—Papá nunca aceptaría eso. —Y no por las razones que ella pensaba—. Además, es imposible ajustar nuestros horarios. Y eso sin mencionar el coste de los billetes. Y no hay ningún hotel en Mason Belle.

—¿Es eso... o hay razones en Mason Belle para que no vengas? —Fue un descarado intento de sacar a relucir las cosas que nos mantenían separadas, que eran muchas desde que mamá se había ido.  

Sarah tenía en la mente la imagen de una feliz reunión familiar cuando, con toda probabilidad, se convertiría en más sentimientos heridos y palabras cruzadas. Papá había dejado claro su punto de vista el día que me fui. No había nada más que decir.

—Mi presente no quiere chocar con mi pasado, Sarah. Eres bienvenida a venir aquí cuando quieras. —Ella nunca vendría. Charlie no la dejaría.

—Bien, Randi. —El arrepentimiento se quedó flotando en la línea. Era el único sonido que me llegaba desde casa y también la razón número uno por la que nunca había regresado—. Bueno, te dejaré volver junto a Eason. Dale nuestro amor.

—Claro que sí. Buenas noches, Sarah.

Colgué el teléfono y lo lancé sobre la mesa de café frente a mí. Todas las llamadas terminaban de la misma manera. Cada conversación me dejaba cargada de culpa. Miranda Adams estaba feliz con la vida y los amigos que había hecho en la ciudad. Randi, por otro lado, siempre extrañaba su hogar. Por desgracia, perder Texas nunca sería razón suficiente para volver.

 


Capítulo 2

 

Austin

—Buenos días, Austin. —Mi cuñada me miró desde el porche de la casa de los Adams. El arrullo de su voz me dio la bienvenida y me atrajo.

—El día casi ha terminado, Sarah. —Caminé en su dirección desde el granero para darle un abrazo, y mi sobrino se acercó a mí a un ritmo que solo un niño de tres años podía mantener.

Poniéndome en cuclillas, me preparé para la fuerza con la que Rand se arrojaría contra mí. Su pequeño cuerpo golpeó mi pecho y envolví mis brazos alrededor de mi único sobrino, aunque no me dejó sostenerlo mucho tiempo. El rancho lo convertía en una bola de energía que no podía ser contenida.

—¿Qué hacemos hoy, Tin Tin?

El apodo que me había puesto le habría ganado un ojo morado si hubiera sido quince años mayor, pero era difícil no amar a un niño que no podía decir Austin. Kylie y Kara también me llamaban así, pero no se lo permitía a otros miembros de la familia. Miré a Sarah, no estaba seguro de cuánto tiempo planeaban quedarse. Ella no me dijo nada.

—No lo sé, amigo. ¿Vais a estar aquí todo el día? —Por mucho que adorara a mi sobrino, no podía hacer mucho con él.

—No por mucho tiempo. Solo hemos venido a traerle a papá un poco de miel.

Rand entrecerró los ojos cuando me miró. El sol brillaba en lo alto y no había ni una nube en el cielo. Pero, en el horizonte, olas de humo se elevaban desde las copas de los árboles.

—También trajimos pan. Yo ayudé a hacerlo —me dijo Rand.

Era un buen chico. Todos los hijos de Charlie y Sarah eran increíbles. Incluso a edades tempranas ayudaban a su madre sin quejarse.

—Apuesto a que a tu papá le encantará el pan con miel fresca.

El pequeño pecho de Rand se hinchó y enderezó su columna vertebral.

—Soy su favorito.

Le revolví el pelo castaño y le dije:

—También quiere a tus hermanas.

Se encogió de hombros como si las gemelas no importaran.

—No tanto como a mí. —Al igual que su padre, Rand tenía toda la confianza del mundo, a pesar de su estatura.

Sarah se rio detrás de su hijo, y miré hacia arriba a tiempo para ver su sonrisa.

—Papá os quiere a todos por igual. Lo mismo que yo. —No me incluyó en esa declaración.

Yo amaba a las chicas. Eran muy dulces. La personalidad de Kara era como la de Sarah, y Kylie tenía el mismo coraje y la misma chispa que Randi a su edad. No eran gemelas idénticas y, desafortunadamente para mí, no solo Kara se parecía a su madre, sino que Kylie era la viva imagen de su tía.

—El abuelo no os quiere a ti y a la tía Randi de la misma manera. Eres su favorita. —Incluso dichas en un tono infantil, esas palabras me llamaron la atención, destapando una herida que nunca había sanado.

Sarah jadeó e hizo lo mejor que pudo para ponerse al nivel de Rand.

—¿Por qué has dicho eso? —Asombrada y avergonzada, su mirada se dirigió a mí y sus mejillas se sonrojaron.

Los ojos del niño se llenaron de lágrimas cuando miró a su madre, y se cayeron cuando giró la cabeza hacia mí.

—Porque hizo que la tía Randi se fuera.

No sabría decir con qué frecuencia mis sobrinos escuchaban hablar de su tía. Lo único que sabía con seguridad era que su nombre nunca había salido de mis labios, y nunca se había mencionado en mi presencia. Nunca.

—Oh, no. Rand, cariño... —dijo Sarah. Yo estaba incómodo. No podría ofrecer ayuda en eso—. Eso no es cierto. La tía Randi se mudó a Nueva York.

—El abuelo le gritó. Te oí decirle al abuelo que, si no le hubiera gritado, no se habría ido porque amaba a Tin Tin. Te escuché con mis propios oídos —dijo llorando.

Mi corazón se rompió con el de mi sobrino. Seis años no habían eliminado el dolor, y tampoco los miles de kilómetros. La verdad era que pensar en ella todavía me hacía enojar, de ahí la razón por la que nadie la mencionaba en mi presencia. Sarah tomó la mano de su hijo y se dirigió hacia la casa.

—Voy a llevarlo adentro. Te veré en casa de tus padres el domingo, ¿verdad? —No importaba cuánto tiempo pasara, Sarah se culpaba de que Randi se hubiera ido y llevaba esa culpa como una soga.

Asentí con la cabeza. Yo no culpaba a Sarah ni a Jack. Randi había tomado una decisión firme. En ese punto, era mejor que no volviera. Su abrupta partida había causado un alboroto aún mayor que el accidente. Hasta el día de hoy, nadie más que Jack sabía lo que había pasado con su hija para que ella hiciera las maletas. No importaba que hubiera dejado Mason Belle y Texas.

Me había dejado a mí. Y esa herida nunca se curaría.

—Burin, ¿vienes? —La pregunta de Corey me sacó de lo que se habría convertido en una espiral descendente.

Pateé la grava que me recordaba a Randi y la maldije en silencio por última vez.

—Sí, tío.

Guio dos caballos por las riendas y me esperó fuera del establo. Cuando Jack lo contrató hacía unas semanas no creí que Corey pudiera cumplir con los requisitos físicos del trabajo, pues era mayor que el resto de trabajadores del rancho. Pero me había equivocado.

Tomé las riendas y las coloqué sobre la cabeza de Nugget, metí la bota en el estribo y me subí a la silla de montar. Me incliné para acariciar el cuello del caballo y le di un suave golpecito con mi talón. No era mío, pero lo sentía como si lo fuera. Había sido de Randi, y yo lo había cuidado después de que ella se fuera, pensando que volvería. Ese caballo y yo habíamos estado juntos desde entonces.

—Tommy ya tiene una cuadrilla en los pastos del sur —comentó Corey.

—¿Los perros también?

Corey asintió, aunque no me miró a mí.

Nos enfrentábamos a un montón de días difíciles si no llovía o los incendios no se contenían. Con cerca de diez mil cabezas de ganado y el doble de hectáreas, conducir el rebaño podía convertirse en nuestro trabajo a tiempo completo. El sur de Texas no era ajeno a la sequía y al fuego, pero Corey y el resto eran optimistas en cuanto a que la amenaza no llegaría a Cross Acres.

Los incendios forestales me llenaban de ansiedad. La neblina gris nos alcanzaría en los próximos días y ya habíamos empezado a ver caer cenizas que el viento había arrastrado. Por la noche, el cielo brillaba en un naranja furioso que escondía la luna. Pero era la vida silvestre la que más me preocupaba. Los pájaros no gorjeaban en la distancia; los ratones de campo no corrían por los campos. Todos se habían movido al norte, hacia la seguridad.

Me ajusté la gorra de béisbol para bloquear más el sol. No importaban los años que llevaba trabajando en las granjas, siempre había rechazado un sombrero de vaquero. Podía ponerme las botas e incluso los Wranglers, pero mi límite eran las camisas a cuadros y los Stetsons de ala ancha. Tampoco me gustaban las grandes hebillas en el cinturón. Sin embargo, en días como ese, cuando el sol alcanzaba los mil grados y me quemaba el cuello, tenía dudas sobre esa decisión.

Corey se aclaró la garganta robándome la atención.

—¿Alguna posibilidad de que pueda ir a la fiesta de cumpleaños de mi hija mañana por la tarde?

—No sabía que tenías una hija. ¿Cuántos años tiene? —Me di cuenta de que sabía muy poco sobre el hombre que estaba a mi lado.

—Jessica. Cumplirá seis. —Rezumaba orgullo—. Es pequeña, pero muy inteligente.

Me sentí como un idiota. Di por sentado que había crecido aquí y que conocía bien a los residentes. Cuando la gente se mudaba a Mason Belle, lo que casi nunca ocurría, no solían quedarse mucho tiempo. Aparte de las granjas, había muy pocos lugares en la ciudad que ofrecieran empleo. La mayoría de los ranchos eran atendidos por familiares o amigos cercanos, así que los forasteros no tenían ninguna oportunidad en un pueblo de este tamaño.

—Mañana quédate en casa con tu hija. Nos las arreglaremos. —No era mucho, pero los días libres en el negocio del ganado eran difíciles de conseguir. Incluso los domingos, cuando no trabajábamos, los animales tenían que ser alimentados y cuidados.

—¿De verdad?

Asentí con la cabeza. Jack no estaría contento, pero la familia de Corey estaba asustada, como el resto de nosotros.

—¿Cómo terminaste en Mason Belle? —Ni siquiera era un punto en el mapa del estado. La única razón por la que la gente aterrizaba aquí era porque se perdían de camino a otro lugar.

No respondió de inmediato. Después de varios minutos, se aclaró la garganta.

—Tomé algunas malas decisiones en Houston y Alexandra me dio un ultimátum: seguir haciendo lo que estaba haciendo o mantener a mi familia.

—Parece que has tomado la decisión correcta. —Respetaba a un hombre que admitiera haber cometido errores y admiraba a cualquiera que eligiera la familia a toda costa.

—¿No vas a preguntar qué hice? —Parecía sorprendido, con la boca ligeramente abierta.

—No. —Sacudí la cabeza—. Si hubieras querido decírmelo, lo habrías hecho. Mientras no afecte a tu trabajo, no es asunto mío.

—¿Qué hay de ti?

No había planeado jugar a las veinte preguntas, pero tenía que darle el mismo respeto que él me había dado.

—Crecí aquí.

—¿Tienes esposa? ¿Hijos?

Era como si Dios quisiera castigarme hoy con recordatorios del pasado y oportunidades perdidas.

—No. —No ofrecí más de mí y, afortunadamente, Corey no lo pidió.

 

 

La cena del domingo fue una aventura en la casa de mis padres. Lo era desde que era un niño, y lo sería siendo hasta que mi madre ya no pudiera hacerlo físicamente. Ella siempre había cocinado para los cuatro durante años, pero, a medida que crecíamos, incluimos a amigos y novias, y la lista de invitados había seguido creciendo. Ahora, todos los domingos después de la iglesia, Charlie, Sarah y sus tres hijos, Jack y yo éramos habituales en la mesa. Mi madre recibía a cualquier ranchero de su propia granja y a los de Jack que quisieran venir también. Así eran las mujeres de Mason Belle.

Los domingos solía haber quince personas sentadas a la mesa del comedor, pero hoy no era el caso. La camioneta de Jack estaba en la entrada, y el todoterreno de Sarah estaba detrás. Parecía que nadie más que la familia se uniría a nosotros. No me sorprendió. La mayoría de los hombres de la ciudad estaban muy ocupados con sus rebaños. Cada día que pasaba se acercaban los incendios, y el pueblo se unía para ayudar a proteger el sustento de los demás. Jack y yo nos levantábamos antes del sol, nos separábamos para ir a la iglesia y almorzar, y volvíamos al trabajo.

Aparqué a un lado, cerca del patio trasero. En cuanto abrí la puerta oí a los niños jugando detrás de la casa. Sus risas y vocecitas flotaban en el aire.

—Cabeza de caca —le dijo Rand a Kylie.

Rand tenía un don para atormentar a sus hermanas, a pesar de su menor tamaño y edad. Me reí entre dientes. Dando la vuelta por el lado de la casa en la que crecí, me detuve a medio. Por una vez, Kylie y Kara habían vencido a Rand en su propio juego, aunque me apostaría el cuello a que Kylie había sido la que había convencido a Kara para que sujetara a Rand mientras lo aseguraba a un árbol. Kylie tenía las manos en las caderas y una pistola de juguete colgaba de su dedo.

—Ahora soy el sheriff.

Rand forcejó con la cuerda y la corteza del árbol. Gruñó algo que no pude oír.

—Tal vez deberíamos dejarlo ir, Ky —vaciló Kara. Sus rizos rubios rebotaron cuando giró la cabeza en busca de testigos—. Va a contarlo —se quejó.

Kylie no hizo ningún movimiento para liberar a su prisionero. Kara empezó a llorar y Rand gritó a todo pulmón. No podía creer que Sarah y Charlie los hubieran dejado a los tres fuera sin vigilancia. Era una receta para el desastre. Cuando Kara no se salió con la suya y Rand no obtuvo la libertad condicional, hizo lo que cualquier buena chica de su edad haría.

—Se lo diré a papá.

Kylie se puso delante de su hermana retándola a dar otro paso.

—Tengo otra cuerda. ¿Quieres estar al otro lado de ese árbol? —Entrecerró los ojos para asegurarse de que Kara entendiera que no era una amenaza vacía.

Kara era toda arpas y ángeles, mientras que Kylie era fuego y azufre. Aunque tuviera cinco años, Kylie ya podía trabajar con un lazo, y Kara no tenía ninguna posibilidad. Nunca llegaría a la casa antes de que Kylie la tuviera atada en el suelo. No debería encontrar sus payasadas tan divertidas, pero observarles era mucho más entretenido que chismorrear con sus padres. Me negaba a ser el que los disciplinara. Crucé los brazos y moví mis pies. En el proceso, pisé una ramita que se rompió y llamó su atención.

—Tin Tin. —Era lo más cercano a una orden que un niño de tres años podía dar—. Dile a Ky que me deje ir.

Kylie dejó caer el arma, el lazo y su atención en Rand, y echó a correr hacia mí, al igual que Kara. Me tragaron en abrazos de niña. Con una en cada brazo, las llevé como pelotas de fútbol hasta el árbol donde su hermano aún estaba atado.

—Desátalo. —Lo señalé con la cabeza por si no se daban cuenta de que me refería al niño retenido como rehén.

Kara fue la primera en señalar que no había hecho nada malo. Sus rasgos angelicales la hacían fácil de creer. Con pelo rubio, ojos de un azul pálido y piel de marfil, parecía un querubín.

—¿Ky?  Levanté mis cejas con expectación y ella cedió.

Sus ojos de color caramelo me miraron a través de sus gruesas y negras pestañas. Conocía a otra chica con esos mismos ojos y que poseía mi mundo con una sola mirada, pero yo había endurecido mi corazón a esa mirada hacía seis años. Debido a eso, Kylie no pudo manipularme como hacía con otras personas.

Con un resoplido agitó su trenza oscura.

—Bien. —Su exasperación fue digna de un Óscar. Kylie dirigió su atención a Rand y deshizo el nudo. No desenrolló la cuerda del tronco, pero él pudo liberarse.

Las chicas se fueron hacia la casa y al agacharme Rand me tiró al suelo para darme un abrazo. Su actitud afectuosa me tomó desprevenido y se olvidó de sus hermanas al instante.

—Tin Tin, ven a jugar conmigo.

Las palabras de Rand estallaron en el aire como un trueno. Se puso de pie y corrió hacia el columpio. Lo seguí a través del patio. Pero en vez de unirme a él, lo saqué del columpio y lo puse sobre mis hombros.

—Hoy no puedo quedarme mucho tiempo. ¿Qué tal si primero vamos a ver qué hacen Nana y Poppy?

Rand me presionó las mejillas con las palmas de las manos y me envolvió la mandíbula con sus dedos. Lentamente, se inclinó sobre el pico de mi gorra de béisbol hasta que su nariz estaba a centímetros de la mía, solo que estaba al revés.

—¿Vas a delatarme?

—¿Por qué?

—Por llamar a Ky cabeza de caca.

Luché por mantener la cara seria.

—Cabeza de caca. —Sonaba divertido—. No.

—Gracias. —Se sentó de nuevo. Sin embargo, sus manos no se movieron. De repente, estaba de vuelta en mi cara. La excitación brilló en sus ojos y una malvada expresión de alegría alzó sus mejillas. —¿Vas a delatar a Ky y Kara por atarme? —La esperanza bailó en su voz mientras, prácticamente, rebotaba sobre mis hombros.

Moví la cabeza de un lado a otro para hacerle creer que lo estaba considerando.

—Bueno... si lo hago le dirán a tu madre lo que hiciste. Probablemente, sea mejor dejarlo pasar.

Sus labios se retorcieron, luego se relajaron y desapareció de nuevo.

Dejé mis llaves en la mesa del vestíbulo y me dirigí a la cocina.

—¿Ma? —llamé.

Rand enroscó sus muslos en mi cuello cuando intenté ponerlo en el suelo. Todo lo que hizo falta fue un pellizco en el costado para que se riera y me soltara. Golpeé su trasero juguetonamente y se fue corriendo a torturar a alguien más. Me di cuenta de que sus hermanas no estaban por allí.

—Estamos aquí. —Mi madre entró en la sala de estar con un paño de cocina en la mano. La mancha de harina en su nariz era linda. También significaba que el pollo frito y las galletas estaban en el menú de hoy. Se me hizo la boca agua al pensarlo.

Habían pasado unos cuarenta y cinco minutos desde la última vez que la había visto, pero, aun así, me incliné para besar su mejilla como si hubieran pasado semanas.

—La comida huele bien.

Me dio una palmadita en el brazo y esbozó una sonrisa maternal.

—Tu favorita.

—¿Dónde están todos? —La seguí hasta la cocina y ella continuó la conversación con mi cuñada. Las dos estaban especialmente unidas. Chismorreaban, intercambiaban secretos y consejos de maquillaje y más cosas de mujeres—. Hola, Sarah. —Me incliné y le apreté el hombro en un amistoso abrazo por detrás.

Metí la mano en el bol de guisantes y me llevé uno a la boca. Sonreí mientras masticaba. Sarah me dio la mano y sacudió la cabeza como si no supiera qué hacer conmigo.

—La comida está casi lista, ¿por qué no avisas a todo el mundo? Tu padre, Charlie y Jack están ahí atrás cuidando a los niños. —Mi madre me guiñó el ojo.

—No, no es así.

Mi madre me hizo señas para que me fuera.

—Por supuesto que sí.

Sin quitarle la atención a mi madre, cogí otro guisante del tazón de Sarah.

—Mamá, acabo de estar ahí fuera. Los niños entraron conmigo. Papá, Charlie y Jack no estaban cerca.

—No seas tonto. Los niños no pueden estar fuera sin supervisión.

Ladeé la cabeza y la ceja correspondiente. Ni mi madre ni Sarah parecían preocupadas.

—Entonces, ¿no sabes dónde están?

Siempre había un lugar estratégico para picar antes de la cena. Hoy, el lugar ideal era estar apoyado en la encimera detrás de Sarah. Desde ahí era capaz de robar cosas antes de que ella pudiera detenerme. Kylie y Kara corrieron por la cocina. Tres segundos después, Rand corrió detrás de ellas.

—Ahí están los niños —dijo mi madre.

—No sé cómo Charlie y yo llegamos a la edad adulta con ese tipo de supervisión.

Sarah saltó en defensa de su suegra lanzándome un golpe cariñoso en el hombro.

—¿Es Charlie consciente de lo violenta que eres? —me burlé.

—¿Austin? ¿Eres tú? —La voz de mi padre gritó desde el porche trasero.

Mi madre se giró con un «te lo dije» escrito en su cara. Puse los ojos en blanco. Los hombres podrían haber estado afuera, pero no estaban vigilando a los niños. Si lo hubieran hecho, era poco probable que Ky hubiera atado a Rand a un árbol.

Usando el pie me retiré de la encimera. Si mi padre gritaba mi nombre es que quería hablar conmigo.

—Sí, señor.

Pasé por las puertas francesas que se abrían al otro lado del patio. Era más bien un porche envolvente que rodeaba toda la casa.

—Hola, Jack. Charlie.

Mi hermano pateó una silla y me hizo un gesto para que me sentara.

—Jack me ha dicho que tienes manos extras que vienen a ayudar a llevar los rebaños más al norte.

Me encogí de hombros. Mi hermano era el siguiente en la línea para dirigir Twin Creeks, así que estaba demasiado involucrado en el negocio de la agricultura y la ganadería de Mason Belle. Yo, por otro lado, trabajaba para un ganadero, y sólo hacía lo que me decían.

—Sí.

Antes de que pudiera continuar con el interrogatorio que estaba a punto de comenzar, su esposa lo llamó desde la casa.

—Charlie, necesito tu ayuda. —Sarah trataba de hacerlo todo por su cuenta, incluso cuando no debía, así que cada vez que llamaba a Charlie él saltaba.

Jack vio a su yerno responder a las necesidades de su hija.

—Tu hermano es un buen hombre.

No tenía que decírmelo. Jack era fantástico como marido y padre. Miré a Charlie por encima de mi hombro. Cuando cerró la puerta, me volví hacia Jack.

—Sí. Tiene suerte de tenerlo.

La pesada mano de Jack me dio una palmada en el hombro.

—Tú también eres un buen hombre, Austin. —Sus ojos parecían perder el enfoque mientras pensaba en lo que quedaba en la punta de su lengua—. Tu tiempo está llegando. Recuerda lo que te digo.

No había necesidad de hablar de ello. Jack cargaba con tanta culpa como Sarah. Él creía que había perdido a Randi por su culpa. Se había disculpado una vez, y esa había sido la única vez que habíamos hablado de ella.

—¿Las cosas van bien en el campo?

Agradecí la distracción. Habría hablado de la cría de vacas para cambiar de tema.

—Estamos moviendo el ganado.

Actué como si eso no fuera el doble de trabajo, aunque Jack sabía la verdad. No era necesario decirle la carga que suponía para nuestros recursos el no tener pastos para el pastoreo. No eran animales pequeños. No solo necesitaban espacio, sino también comida. Y cuanto más al norte los movíamos para alejarlos del fuego, más apretados estaban.

La puerta trasera se abrió, y tres niños pasaron de largo. Todo lo que pude ver fueron manchas de color y risas.

Jack se sentó y apoyó sus codos en sus rodillas.

—Con suerte, las manos extra aliviarán un poco la carga de trabajo de esta tarde.

—Sí, señor. Hablé con tu capataz. Tenemos uno o dos días más antes de que tengamos que considerar mudarlos de nuevo.

—Confío en tu juicio.

Normalmente, Jack tomaba estas decisiones y yo las llevaba a cabo, pero no lo había visto el viernes ni el sábado, y hoy habíamos estado en extremos opuestos del rancho antes de ir a la iglesia. Así que no pude hablar con él. Me sorprendió que me dejara el destino de Cross Acres a mí.

 

 

A medianoche me quedé sin gasolina, sin cafeína y sin suerte. Cuando, finalmente, lo dejé, los incendios estaban todavía a más de ciento sesenta kilómetros de nuestros pastos. Si no dormía un poco, no sería persona por la mañana. Por lo menos, habíamos movido los rebaños de un peligro inminente y habíamos ganado un poco más de tiempo. La gente hacía todo lo que podía, pero la tierra y el ganado habían sido diezmados en un par de condados. La FAA había detenido todos los aviones de extinción de incendios durante varias horas esta tarde, porque no era seguro volar. Afortunadamente, la tasa de quemado había disminuido por debajo de seis kilómetros por hora.

Arrastré mi cuerpo dolorido a mi camioneta y disminuí la velocidad en el camino de grava que salía de la propiedad de los Adams. Cross Acres tenía una elegante puerta de hierro y una tonelada de flores y arbustos en la entrada... aunque no es que pudiera verla en medio de la noche. La neblina ámbar de los incendios forestales proyectaba un extraño brillo en el horizonte y creaba un antinatural velo de oscuridad alrededor de todo lo demás. Cada mañana y cada tarde durante los últimos seis años, había bajado mi ventanilla para escuchar el crujido de los neumáticos en las rocas. Era una dulce tortura, un dolor que odiaba amar. Durante un kilómetro y medio me concentraba en ese ruido. La camioneta llegó a la carretera asfaltada de las afueras de Cross Acres. Era un camino directo de aquí a mi casa. Había conducido este tramo tantas veces que juraría que podría hacerlo con los ojos vendados. El extraño color del cielo me llamaba la atención. No solo me preocupaba el rancho de Jack; la granja de mis padres también estaba en peligro, al igual que la de todas las personas que conocía. Nuestras casas estaban en peligro. Toda la forma de vida de Mason Belle estaba actualmente en riesgo.

El hedor de la madera y los arbustos ardientes se metió en la cabina del camión cuando encendí el aire acondicionado para mantenerme despierto, y encontré la única emisora de radio que no estaba repleta de noticias en lugar de música. No recordaba mucho después de haber girado en la entrada de mi casa, incluyendo el estacionamiento, el paseo por el interior o el aterrizaje de cara en mi colchón sin cambiarme de ropa.

No fue hasta que el sonido del móvil me sacó del sueño que me di cuenta de dónde estaba. Me di la vuelta en busca de mi teléfono y lo encontré en mi bolsillo. La pantalla mostraba tres llamadas perdidas de Jack y me lo acerqué al oído.

—¿Hola? —Me moví en el colchón y miré fijamente al techo. Me ardían los ojos incluso detrás de los párpados cerrados.

—Austin, el viento se ha levantado. El fuego se mueve rápido. Necesito que reúnas a los chicos y traigas a tantos como puedas. Tenemos que darnos prisa.

Debería haber entrado en pánico, pero me mantuve en calma.

—¿Tan rápido? —Lo cuestioné. Si hubiera dormido más, me habría dado cuenta de que si Jack llamaba se trataba de una emergencia.

—Ráfagas de hasta cien kilómetros por hora.

En mi mente cansada traté de hacer las cuentas. Incapaz de llegar a la respuesta entendí lo suficiente como para saber que los incendios estaban a unos ciento diez kilómetros cuando me fui. Dos horas más tarde, con vientos agresivos, las llamas lamían rápidamente la tierra y todo lo que encontraba a su paso.

—Estoy en camino.

—¿Te pondrás en contacto con los chicos? —preguntó.

No había una forma fácil de decírselo, aunque tenía que saberlo.

—Jack. —Me pasé la mano por el pelo y mis pies se movieron más rápido que mi boca—. Puedo llamar. Pero si se mueve tan rápido, todos tratarán de salvar sus casas y sus propios rebaños. Si conoces a alguien en los condados vecinos, sería bueno llamarlos.

Cuando encontré mis llaves en la cocina, Jack todavía no había respondido.

—¿Jack? —pregunté de nuevo y cerré la puerta detrás de mí.

—Haz lo mejor que puedas, hijo.

Esa era la peor pesadilla de todo ranchero. La devastación era más profunda que las implicaciones financieras. La pérdida de parte de un rebaño, el daño a la tierra, el peligro potencial, todo ello se comía el alma de un hombre porque su corazón estaba en cada pieza de esa granja. Después de cortar la comunicación con Jack, escribí un mensaje de texto en grupo para los hombres de Mason Belle. Menos mal que el camino de mi casa a la de Jack era recto, ya que mi atención estaba en todas partes menos en él. Mi SOS masivo no pasó desapercibido, pero no había mucha mano de obra disponible. Nos conformaríamos con que la mitad de los empleados de Jack aparecieran. Cuando pasé la intersección de la Ruta 14 miré fijamente la calle oscura y recé para que mis padres estuvieran a salvo. El fuego me perseguía por detrás, los vientos eran fuertes, y me preguntaba si sería mejor salvarnos, pero esa no era la forma de vida de un ranchero.

Mis neumáticos chirriaron cuando salieron del pavimento y giraron para golpear la grava. La parte de atrás de la camioneta derrapó antes de alcanzar la puerta de hierro de Cross Acres. Aparqué junto al vehículo de Corey y abrí la puerta. Todas las luces de la casa estaban encendidas y el granero estaba iluminado como el cuatro de julio. El fuego ya no nos molestaba desde más allá del horizonte, podía verlo bailando en el corazón de Mason Belle. Luché contra el viento y el hollín para entrar en el granero.

Corey, junto con una impresionante mujer y una joven, esperaban más allá de las puertas. Supuse que eran Alexandra y Jessica, aunque no se hicieron presentaciones. Corey señaló una esquina fuera del camino y las dos se fueron sin dudarlo. Se inclinó hacia mí para que no pudieran oírlo.

—No podía dejarlas en casa.

—No tienes que explicarte. —No tenían familia aquí. Era lógico ponerlas a salvo para poder hacer su trabajo—. ¿Dónde está Jack?

Corey agitó la cabeza y se encogió de hombros. El miedo le abrió los ojos y la vena de su cuello latió con un pulso visible.

—No he visto a nadie desde que llegué.

Tommy y Brock habían estado aquí, pues sus camionetas sí estaban. Y la de Jack estaba estacionada donde siempre.

—Revisa cuántos caballos faltan. Voy a revisar la casa.

Empecé a moverme mientras Corey seguía hablando. Incluso los rancheros experimentados no deberían salir sin un plan. Podía pasar cualquier cosa y encontrarse a kilómetros de distancia de la ayuda. Las señales de los móviles no eran fiables, y si nadie sabía tu ubicación tampoco sabían dónde buscar. No podía imaginarme por qué Jack se habría ido antes de que yo llegara.

—Estoy seguro de que está bien. —Mi voz no era tan firme como esperaba—. Ensilla a Nugget para mí. Vuelvo enseguida.

Corey no hizo más comentarios. Sus pasos se volvieron tan rápidos como los míos. Antes de cabalgar hasta el final de la propiedad con un ranchero inexperto, necesitaba asegurarme de que el viejo no estaba por los alrededores y grité su nombre.

—¿Jack? —Abrí cada puerta de la casa y revisé cada habitación. Las escaleras pasaban bajo mis pies de dos en dos. No estaba en el primer ni en el segundo piso—. ¡Jack! —Mi voz resonó en las paredes, pero no obtuve respuesta. La casa estaba vacía.

La puerta mosquitera rebotó salvajemente contra el marco por la fuerza innecesaria con la que la empujé. Se agitó detrás de mí cuando finalmente se cerró. Para entonces, estaba a medio camino del granero.

—¿Corey? ¿Tienes a Nugget listo? —Demonios, solo habían pasado tres minutos desde que le había pedido que ensillara el caballo y ahí estaba con las riendas en la mano.

—Listo para partir. —Me entregó las tiras de cuero—. Se han perdido seis caballos. ¿Quieres que cabalgue contigo?

Rechazarlo me haría tan tonto como el hombre al que quería encontrar. Corey entendió mi asentimiento brusco y se fue hacia los establos. Afortunadamente, tenía un caballo preparado. Esperaba que no fuera uno que hubiera trabajado todo el día. Perder el tiempo no estaba en mis planes.

Si Corey notó mi irritación, no me lo dijo. Siguió el ritmo mientras el caballo que yo montaba galopaba delante de él. Mi estómago retumbó con un recordatorio de que no había comido en horas, y deseaba haber agarrado algo dentro de la casa. No sabía a qué nos enfrentábamos, así que el hambre tendría que esperar.

Corey y yo cabalgamos tan al sur como pudimos. Una densa capa de humo se comió todo el aire respirable. Me picaban los ojos, el hollín se asentaba en mis brazos y piernas, y cada paso que dábamos hacia el fuego solo amplificaba nuestras toses. Ralentizamos a los caballos para que miraran a su alrededor, pero con el humo era bastante difícil.

—¿Ves a alguien? —pregunté por encima del viento.

Corey escudriñó los alrededores y, finalmente, apuntó al suroeste.

—¡Allí!

A lo lejos, se distinguían cinco caballos montados empujando una pequeña manada. Corey no esperaba una invitación. Cuando di la orden para que Nugget se moviera, me siguió. Metí mis talones en las ancas del caballo instándole a que tomara velocidad. A medida que su ritmo aumentaba me hundí hasta su cuello y sostuve las riendas. Mi cuerpo fluía al ritmo del animal, y con cada zancada mi corazón golpeaba más fuerte bajo mi esternón. El aire atravesaba la melena de Nugget y silbaba junto a mis oídos, ahogando el crepitar del fuego, del viento y de la estampida de las pezuñas que avanzaban.

Mantenerme más abajo en la silla de montar me ayudó a evitar parte del humo, pero era peligroso para Nugget usar ese aire contaminado para alimentar mi carrera. Necesitábamos llevar los caballos y el ganado lo más lejos posible, hacia el este, ya que era la única esperanza de salvarlos. Las llamas llegaban rápido. El viento les daba impulso, y a cada minuto que pasaba el escenario empeoraba.

—¿Dónde está Jack? —le pregunté a Tommy. Solo había cuatro tipos con él, y Jack no era uno de ellos.

—Volvió a por los rezagados —contestó.

Jack siempre había tenido mentalidad de manada. No debería sorprenderme que hubiera ido tras unas cuantas cabezas que no podían seguir el ritmo. En cualquier otra circunstancia habría tenido sentido, pero no en estas. Salvar sus vidas podría significar perder la suya.

—Tommy, ¿a qué distancia estaban? —grité para que me escuchara.

—A un par de cientos de metros cuando fue tras ellos. —Detuvo su caballo y lo giró hacia mí.

No necesitaba más información. Su expresión parecía ser el certificado de defunción de Jack. En ese momento, no estaba seguro de quién era más idiota, si Jack o yo.

—Corey, ve con Tommy. Voy a ver si puedo encontrarlo. —Sabía que no debía ir solo. Jack también sabía que no debía ir a buscar unas míseras cabezas. Sin embargo, él lo había hecho, y yo también estaba a punto de hacerlo.

Corey me hizo un guiño brusco y Tommy sacudió la cabeza. Los otros no se dieron cuenta. El tiempo era un bien precioso del que carecíamos, y yo lo estaba consumiendo mientras seguía allí. Antes de irme, Corey me lanzó un pañuelo que me até al cuello y que luego levanté sobre mi boca y mi nariz. Entonces agité las riendas hacia la izquierda y me dirigí hacia el brillante infierno que iluminaba el cielo nocturno.

Todos los puntos de referencia habían desaparecido, el humo obstruía el paisaje e imposibilitaba el rastreo. El fuego parecía arder en un círculo que me rodeaba desde todos los ángulos. Fue la primera vez en años que agradecí conocer estos pastos como si fueran míos. Había pasado la mayor parte de mi vida aquí. Cualquier otro se habría perdido. Sin esperanza de encontrar a Jack, estuve a punto de dar media vuelta para salvar a Nugget y a mi mismo, hasta que la silueta de Medianoche que se alzaba en la distancia me llamó la atención. Si hubiera tenido una cámara, la foto podría haber ganado unos cuantos premios. Era una bestia, enorme pero elegante. Las llamas estaban demasiado cerca y el semental estaba descontento, a pesar de que se erguía firme y obedecía las órdenes de Jack.

Nugget se dirigió a donde le dije a un ritmo que no era justo para él, dadas las condiciones. Conté las vacas por las que Jack había arriesgado su vida y me dieron ganas de retorcerle el cuello al viejo. Doce. Doce cabezas. Había arriesgado su vida, la mía, y la de dos caballos por doce malditas cabezas.

—¡Jack! —Ningún hombre podría pelear con una manada asustada desde un caballo—. ¡Jack! Tenemos que salir de aquí. —Tosí y traté de proteger mi cara con el brazo; desafortunadamente, el único aire limpio flotaba cerca del suelo.

Jack no se movió, ni tampoco dos de las reses más cercanas a él. Cuando me acerqué me di cuenta de por qué. El hedor era horrible, era más que heno quemado y madera chamuscada. Jack no había sacado a todos los rezagados, y el par de vaquillas que se hallaban junto a las pezuñas de Medianoche necesitaban ser sacrificadas. Había salido de la casa con tanta prisa que no pensé en coger un arma. Jack sí.

No había tiempo para debatirlo. O les disparaba o las dejábamos sufrir. No eran mascotas. Ninguna tenía nombre. Pero para Jack Adams eran parte de su rancho, y el rancho significaba todo para él.

—¿Necesitas que lo haga? —Hablé lo suficientemente fuerte para que me escuchara.

Con la escopeta en la mano, lanzó su pierna sobre la silla y se deslizó hacia abajo. Jesús, iba a hacer que nos mataran a los dos. Mi atención se interpuso entre él y el fuego que se arrastraba hacia nosotros. El estruendo del primer disparo fue rápido, reverberando en el aire espeso de la noche. Contuve la respiración cuando se produjo la segunda explosión. Jack se arrodilló. Lo había visto en películas cientos de veces. Allí, frente a mí, dejó caer el arma, sus brazos cayeron a los lados, y se fue de cara a la tierra como si hubiera recibido la bala en lugar del animal.

Joder. Bajé del caballo y me acerqué corriendo a él. Pensaba que se había desmayado por la inhalación de humo. En el peor de los casos, habría sufrido un ataque al corazón. No tenía ni idea. Tampoco tuve tiempo de evaluar la situación. Nugget y Medianoche estaban ansiosos. No pasaría mucho tiempo más hasta que salieran corriendo. Si lo hacían, las vacas no serían las únicas que sucumbirían a las fuerzas de la naturaleza.

En una fracción de segundo tomé una decisión. Agarré a Jack por la cintura, y cuando no se puso de pie, puse toda mi energía en mis muslos para levantar su peso muerto. Agarré las riendas de Medianoche e intenté asegurar a Jack a la silla. Esperaba que Medianoche no se asustara o sería un desastre. No podía salvar las otras diez cabezas y tampoco podía dejarlas sufrir, así que hice lo que tenía que hacer lo más rápido posible y monté mi caballo.

La evidencia de la masacre pronto sería borrada.


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