Prólogo
Miranda
La puerta mosquitera se cerró de golpe detrás de
mí. A lo largo de los años, me había acostumbrado a ese ruido, que enmascaró el
sonido de los pasos que se acercaban a la cocina. Era una vieja casa de campo,
y hacía tiempo que había aprendido a ignorar los crujidos y los estallidos. De
niña, los ruidos me mantenían despierta, y siempre había estado convencida de
que alguien merodeaba por la casa, vagando por los pasillos a altas horas de la
noche.
Metí la cabeza en la nevera para buscar zumo de
naranja. Cuando me di cuenta de que tenía compañía, me di la vuelta con el
cartón en la mano y me encontré cara a cara con el ceño fruncido de mi hermana,
que daba golpecitos con el pie. Abrí el envase, me lo llevé a los labios —eso la
volvió loca— y bebí más de lo que me apetecía, simplemente, para irritarla. Cuando
dejé el cartón sobre la encimera dejé escapar un suspiro de satisfacción,
seguido de un detestable eructo.
Sarah cruzó los brazos sobre su pecho para mostrar
su desaprobación.
—Es increíble que tengas estos modales. —Teníamos
esta pelea con frecuencia, pero yo nunca le hacía caso.
Me encogí de hombros, cerré el cartón de zumo y lo
puse en la nevera, en ese orden, esperando que se largara. No hubo tal suerte. Bueno,
si quería pelear que empezara cuanto antes, y así podría seguir con mi día. Apoyé
los codos en la encimera y me la quedé mirando con una sonrisa en la cara.
Entonces apreté los brazos contra los senos para resaltarlos. Ese era otro
motivo de disputa entre las chicas Adams. Ella era plana como una tabla de
planchar.
—He recibido una llamada de tu entrenador esta
mañana.
Mierda. Me erguí, cuadré los hombros y me preparé
para la batalla. Esto no iba a terminar bien.
—¿No es eso una violación de algún tipo de ley de la
privacidad? —Tenía que haber reglas en contra de que la escuela compartiera
información de los estudiantes con sus hermanos. Estaba segura de que solo
podían hablar con los tutores legales o los padres, y mi hermana no era ninguna
de las dos cosas, sin importar cuál creía ella que era su papel en mi vida.
—Dijo que no te presentaste al campamento ayer, lo
cual es extraño, ya que saliste de la casa con tu bolso. Recuerdo que me
dijiste que ibas al campamento. —Sus fosas nasales se ensancharon y sus
mejillas se sonrojaron. La vena de su sien empezó a palpitar.
Le hice señas para que se fuera, queriendo evitar
la discusión o que ella involucrara a mi padre.
—No es para tanto, Sarah —resoplé.
—Es un gran problema. Te comprometiste con esas
chicas. —Sarah cerró las manos en puños. Como empezara a salirle saliva por la
boca me iba—. ¿Tienes idea de lo irresponsable que es que la capitana del
equipo no se presente?
—Capitana anterior. —Jenna Jackson había asumido
mi papel al graduarse. —Y es animadora, no el Premio Nobel de la Paz. Hay
toneladas de otros estudiantes de último año allí para ayudar. — Mantuve su
mirada y me negué a retroceder, mientras rezaba en secreto para que su
respiración no se volviera más errática. Cuanto más le pesaba el pecho, más
problemas tenía. —Iré la semana que viene. Relájate. —Me atreví a doblar la
esquina de la isla, pensando que podría pasar por ella y escapar a mi
habitación.
No podía tener tanta suerte, porque ella me agarró
por el brazo y sus dedos se clavaron en mi piel.
—¿Dónde estabas?
Tenía que haber cien grados afuera, pero la
frialdad de su tono me hizo sentir escalofríos en la columna, y se me puso la
piel de gallina. Me deshice de su agarre y me debatí entre mentir o decir la
verdad. De todas formas, iba a haber repercusiones, así que tenía que disminuir
el castigo.
—En el lago.
Su pecho se elevó con la respiración profunda que
tomó. Luego soltó el aire abruptamente.
—¿Toda la noche?
—No. Hubo una fiesta campestre en Twin Creeks. —Era
una de las granjas más grandes de la ciudad, y mi novio era el propietario, o,
mejor dicho, sus padres.
Los hombros de Sarah se relajaron y recuperó su
color normal.
—¿Estuviste con Austin?
Austin era un ejemplo a seguir para mi hermana,
por eso hizo la vista gorda ante el hecho de que me había quitado la virginidad
y de que se escabullía conmigo a menudo en medio de la noche. Los Burins eran
conocidos y muy respetados. La verdad es que Sarah siempre había sentido algo
por el hermano mayor de Austin, Charlie, y eso hacía que Austin también le
pareciera angelical.
Luché contra la irritación.
—Él estaba allí junto a un montón de amigos. —El
sarcasmo goteaba de mi voz. Podía ganar puntos diciéndole lo que se moría por
saber, y disfruté ante la idea de confirmarle que Charlie se había pasado la
noche besándose con Sissy Tomlin. Sus labios se fruncieron y luego se aplanaron
en línea recta.
—¿Estaba Charlie allí? —Mi hermana era mala como
una serpiente cuando hablaba conmigo; Charlie Burin, sin embargo, le derretía
el corazón. Charlie no tenía ni idea de que ella existía. Habían ido juntos a
la escuela durante doce años, ella había encabezado todos los comités sociales
de Mason Belle, y habíamos cenado con su familia los domingos más veces de las
que podía contar, pero, aun así, Charlie no recordaba ni su nombre.
—Sí.
—Sabes que él y papá están trabajando en un
proyecto de irrigación, ¿verdad?
Lo sabía, pero no me importaba. El funcionamiento
interno de una granja de ganado no me atraía y odiaba el trabajo manual. Yo
solo hacía lo que papá me pedía, ni más ni menos. No me importaba cuidar de los
caballos, y por eso se habían convertido en mi responsabilidad hacía años. Y me
olvidé de todo lo demás.
—¿Y qué?
—¿Lo mencionó? —Esa era su forma de dar vueltas al
culo de un burro para llegar a su cola, y no me gustaba el olor a mierda.
—No hablé con él.
Sarah parpadeó y sus fosas nasales se ensancharon.
—Bueno, si no les hablaste a los Burins sobre la
granja, no puedo imaginar qué te mantuvo fuera toda la noche.
Comentarios como ese eran la razón por la que
Charlie no tenía ni idea de quién era ella. Si Sarah creía que los sistemas de
irrigación eran temas apropiados para las fiestas, probablemente, nunca había
estado en una. Y si su idea de socializar incluía la mención a cómo regar los
campos, no era de extrañar que siguiera soltera.
Arqueó una ceja perfectamente esculpida y esperó.
Me pregunté si podía tocarse el pelo con ellas.
—Tu reputación ya es cuestionable. Tu
irresponsabilidad consolida lo que la gente del pueblo piensa de ti.
Mi expresión se endureció, y me tocó cruzar los
brazos.
—A nadie en Mason Belle le importa lo que hago. Además,
tú no eres mi madre. —No intenté ocultar mi ira, y mi tono transmitía cada
gramo de mi desprecio.
Su mandíbula cayó como si la hubiera abofeteado.
—Soy lo más cercano que tienes, y me avergüenzo de
la persona en la que te estás convirtiendo. Así no es como te criaron.
No era algo que no hubiera escuchado de ella
antes. La primera vez que lo dijo me dolió, pero luego se volvió aburrido y ya
no me molestó. Sarah no había pedido ese papel. Se vio forzada a desempeñarlo
cuando nuestra madre se fue de la ciudad dejándonos a solas con papá. Lo hacía
lo mejor que podía; aunque, por mucho que lo intentara, nunca sería mamá.
Apreté los dientes mordiendo las palabras que
quería lanzarle.
—¿Hemos terminado?
—No del todo. —Mi ira estaba a punto de estallar—.
Estás castigada. Puedes ir al campamento de animadoras. Eso es todo. Hay mucho
que hacer por aquí.
Mi boca se abrió conmocionada mientras una sonrisa
recatada y alegre se dibujaba en sus labios cerrados. Parpadeó lentamente, con
sus ojos pálidos y azules, fríos e insensibles.
—¿Por cuánto tiempo? —grazné.
Con sus dedos entrelazados y sus codos cerrados, se
encogió de hombros.
—Dos semanas deberían ser suficientes para que
entiendas tus errores. —Un brillo de diversión bailaba en su expresión. Y la
gente creía que era la hermana perfecta.
Qué montón de basura.
Austin planeaba recogerme después del almuerzo.
Legalmente, yo era una adulta. Sarah no tenía derecho a sermonearme, y mucho
menos a castigarme.
—Ni hablar —gruñí. Ya estaba subiendo el primer
escalón cuando gritó:
—No me pongas a prueba, Miranda. Ya he hablado con
papá.
Por supuesto que sí.
—De acuerdo —resoplé y subí hasta el segundo piso,
asegurándome de dar un buen portazo para que todo el mundo en la casa me
escuchara.
En las siguientes dos horas tiré cosas por mi
habitación en señal de protesta, y cuando no pude soportar más el cautiverio
forzoso, busqué la manera de hacer miserable la vida de mi dominante hermana. Los
minutos pasaban como horas, y mirar el reloj no ayudaba a que el tiempo pasase
más rápido.
Sarah pensaba que había ganado la guerra, pero
esta solo era una batalla insignificante. Me negué a agitar una bandera blanca.
Tenía la ventana abierta de mi habitación y, en cuanto lo escuché, miré el
reloj. Llegaba justo a tiempo. El vehículo de Austin tenía un sonido
inconfundible de agallas y fuerza, como una Harley o un Mustang... Mi ingenua
hermana estaba a punto de ser sorprendida por la caballería.
Abandoné la cama y metí los dedos de los pies en
mis chanclas. Tan pronto como abrí la puerta, mi hermana atravesó la suya. Nos
separaban unos tres metros de distancia, no era una gran ventaja. Mi largo y oscuro
cabello onduló mientras giraba hacia las escaleras. Las palpitaciones en mi
pecho aumentaban con cada paso que daba, mientras que un hilo de sudor corría
por mi columna vertebral. La satisfacción del desafío superaba todas las
incomodidades. Este era un juego que pensaba ganar. Era más joven. Era más
rápida. Y quería irme más de lo que Sarah quería detenerme.
—Miranda. —Hice caso omiso a su advertencia.
Una vez que saliera a la calle tenía que calcular
cada segundo. Si salía demasiado deprisa tendría que esperar a que Austin
llegara para poder saltar a la cabina de su camioneta; si salía demasiado tarde
tendría que esperar. Cualquiera de las dos opciones le daría un tiempo precioso
a mi hermana para intervenir. Para tener éxito, mis pies tenían que estar en
movimiento cuando la camioneta rodeara el círculo de grava frente a la casa,
así que solo tendría que reducir la velocidad para permitirme entrar.
Las advertencias se hicieron más fuertes cuanto
más se acercaba mi hermana.
—Vuelve aquí, jovencita. —Había ganado terreno,
aunque no perdí tiempo en mirar por encima del hombro para averiguar cuánto.
La libertad estaba delante de mí, a solo unos
segundos de distancia. Abrí de golpe la puerta delantera de la casa cuando ella
llegaba al vestíbulo. Dos zancadas a través del porche y salté desde la cima
hasta la entrada mientras el motor diesel de Austin se aceleraba. Nuestros
amigos rugieron cuando se dieron cuenta de que estaba huyendo, y recé para que
Austin no bajara la velocidad. La puerta del lado del pasajero se abrió
mostrando mi asiento vacío al lado de Austin.
Con la gracia de una gacela, salté a la camioneta
y luego agité la mano por la ventanilla. Austin aceleró en la curva de la
izquierda y la puerta se cerró con el movimiento del vehículo. Gritó con
emoción, como si acabara de sobrevivir al toro más malvado del rodeo durante
ocho segundos. Me giré para mirar a la casa y saqué la mitad de mi cuerpo por
la ventana abierta, riendo. El viento arremolinó mi pelo alrededor de mis
mejillas. Incluso a través de los mechones que me quitaban la visión, no me
perdí el despotrique de mi hermana en el porche. No podía oírla desde la
camioneta, pero sí podía ver el fuego que había encendido dentro de ella. Parecía
estar a punto de estallar. Menos mal que no estaría cerca de ella para
presenciar la explosión.
Me enderecé en el asiento, pasé los dedos por mi
largo pelo para quitármelo de la cara, y me incliné hacia Austin para besarlo en
la mejilla. En un instante, me rodeó con su brazo derecho la parte baja de mi espalda.
Nuestros labios se encontraron en un eléctrico, aunque breve beso. Cuando se
alejó para concentrarse en el camino me quedé mirando su perfil. Austin era el
chico que todas las chicas querían, como su hermano siete años antes. Solo que
esta hermana había llamado la atención de este hermano desde el principio, y
habíamos estado juntos desde el comienzo de nuestro primer año. Nunca había
tenido ojos para nadie más que para mí, y no había otro chico en Mason Belle
que despertase mi interés.
No era su mandíbula cincelada o su pelo rubio
arenoso. Ni siquiera eran los músculos tensos o su bronceado de todo el año.
Todo eso ayudaba, pero lo que más me atraía de Austin Burin era su alma gentil y
su gran corazón. Y era ferozmente protector conmigo. No había nada que no
hiciera para asegurar mi felicidad, y sus padres me adoraban. Habíamos sido
creados para estar el uno con el otro, a pesar de las especulaciones e
insinuaciones de mi hermana sobre mi reputación.
Nuestros amigos no paraban de cacarear en la parte
de atrás. La mitad de nosotros había sido castigada por no volver a casa alguna
noche. La otra mitad se las había arreglado para evitar ser atrapados. Alcancé el
volumen del estéreo y lo subí un poco. La música country inundó el habitáculo. Los
bajos hicieron vibrar el asiento y el sonido reverberó a través de mí.
Condujimos hacia el lago en el que crecí nadando, y pensé en mi hermana
sacudiendo el puño en los escalones de la casa. Su expresión no tenía precio y
valía el castigo que me esperaba cuando regresara. Sarah Adams necesitaba un hobby
aparte de torturarme. A pesar de sus intentos por calmar mi racha salvaje y
acabar con mi diversión, la vida estaba muy cerca de la perfección.
El zumbido de la adrenalina había empezado a
disminuir cuando Austin detuvo la camioneta. Una nube de polvo se elevó bajo el
peso de las ruedas y yo tosí cuando llegó a la ventana abierta. La misma nube
siguió a nuestros amigos cuando se dirigían el agua y nos dejaban solos.
La música murió cuando Austin quitó las llaves del
encendido, pero no hizo ningún movimiento para salir. Sus dedos callosos
acariciaron mi mandíbula y su pulgar se deslizó por mi mejilla. Me convertí en
masilla bajo su toque y la suave mirada de sus dulces ojos marrones. Mi corazón
se aceleró al tener su atención completa.
—¿Seguro que no estás poniendo el último clavo en
tu ataúd? —Su preocupación era entrañable.
Le agarré las dos mejillas y planté firmemente mis
labios sobre los suyos. Tomé lo que quería y le di lo que necesitaba. Austin movía
cielo y tierra para complacerme, a menos que eso significara traicionar a mi
padre. Apreciaba el respeto que le tenía, pero esto no se trataba de mi padre,
sino de Sarah. Le di una palmadita en la mejilla. El tacto de su cara sin
afeitar me hacía cosquillas en las palmas de las manos.
—Sarah no es mi padre. No te preocupes tanto.
—Estaba muy enfadada.
—Y se pregunta por qué Charlie no está interesado
en ella.
Su antebrazo se flexionó al alcanzar el tirador de
la puerta, y el calor entró en la cabina.
—La mayoría de las chicas sentirían lástima por tu
hermana —dijo Austin mientras saltaba al terreno firme.
Esperé a que me mirara a la cara, sabiendo que
extendería su mano. La tomé y me desplacé a su asiento. Entonces, en lugar de
saltar con su ayuda, tracé un círculo con mi dedo. Sin dudarlo, me mostró su
espalda. Coloqué mis brazos sobre sus hombros y alrededor de su cuello. Cuando
aseguré mis piernas a su cintura, mis muslos se apretaron contra sus costados. Él
se alejó de la camioneta y cerró la puerta con el pie.
El calor sofocante empeoró al montarme en su
espalda, pero me encantaba estar cerca de él, y Austin no se quejaba. Aunque no
hubiera venido envuelto en un precioso paquete de encanto y virilidad sureña,
su aroma ya me habría encandilado. Mi nariz tocó la piel debajo de su oreja e
inhalé profundamente. Solo otro olor en el mundo contenía una multitud de
recuerdos como el de Austin, y era el de mi madre. Aunque en este punto, tenía
muchos más recuerdos con Austin que con ella.
El olor de Austin me envolvía de seguridad como
una manta en una noche fría. Había llorado en su hombro más veces de las que
puedo contar desde que éramos niños, y a través de los años, él se volvió tan
vital para mí como un órgano o un miembro. Austin poseía la llave de ese
rinconcito que contenía todos mis secretos. Él había asumido el papel de
caballero en mi vida el día que mi madre se fue. En pocas palabras, se
comprometió conmigo en mi décimo cumpleaños. En aquel entonces pensé que era el
peor día de mi vida, pero ahora me daba cuenta de que había sido el mejor.
—¿Venís al agua? —Charity se lanzó al agua y nos
saludó ansiosamente para que nos uniéramos al grupo.
Había gente por todas partes, principalmente,
ancianos, recién graduados, niños. jugadores de fútbol, animadoras, los
miembros del club 4-H… Todos estaban aquí. Este era un rito en Mason Belle,
Texas. Era la única época del año en la que no existía el estatus social.
Mis amigos ya estaban todos en el agua y no podía
decir quién era quién, pero los encontraríamos a todos antes de que se pusiera
el sol. Empecé a quitarme la camiseta sin mangas. Me encantaba este lugar, aquí
había sido donde había buscado consuelo durante años. Árboles de un verde
exuberante rodeaban el lago, y el color se reflejaba en la superficie del agua.
Daba la impresión de nadar dentro de una esmeralda.
Mis mejillas ardían bajo el sofocante día. Me
saqué los pantalones cortos dejándolos en el suelo con mi camiseta y las
chanclas. Unas manos grandes y callosas se agarraron a mis caderas, y unos
labios cálidos recorrieron el punto más sensible de mi hombro. En el momento en
que los dientes de Austin se hundieron en mi carne mis rodillas se doblaron y
me obligué a poner distancia entre nosotros. Me dolían las mejillas por la
sonrisa que se expandió en mi cara y en cuanto me giré se me hinchó el corazón.
—Tienes que dejarlo. —La debilidad con la que
pronuncié esa declaración me llevó a preguntarme si era una súplica o una
orden.
Cuando dio un paso hacia mí yo di uno hacia atrás.
En cualquier momento se abalanzaría y, si no estaba preparada para salir
corriendo, me haría cosquillas hasta que me orinara encima. Levanté las manos
riendo, y él no me puso ni un dedo encima.
—Traeré a Brock para que te dé una lección —le
dije.
La cabeza de Austin cayó hacia atrás. Su nuez de
Adán se movió en su garganta gruesa y los músculos se tensaron en su abdomen. El
único sonido más dulce que su risa era su voz profunda y sureña.
—Cariño, aunque Brock quisiera salvarte, no tiene
ninguna posibilidad.
Estreché la mirada, fallando miserablemente al
querer parecer irritada. Los ojos de Austin brillaban de diversión y se
arrugaban a los lados formando pequeñas patas de gallo. Yo levanté mi mano
libre para agitar un dedo en dirección a mi novio. Si no hubiera estado
prestando atención me habría perdido el rápido tic en su mirada, pero no me
sirvió de nada porque un instante después sus brazos me agarraban la cintura. Como
si fuera un fardo de heno, me vi catapultada sobre un hombro casi tan ancho
como el suyo.
—¿Qué es lo que no tengo oportunidad de hacer? —El
profundo tono barítono de Brock hizo vibrar todo mi cuerpo.
Mientras yo luchaba por bajar, Austin ignoró mi
petición de ayuda.
—Randi cree que la salvarás.
—¡Lo hará! —grité.
—Odio decirte, Randi, que Austin reclamó tu culo
mucho antes de que el resto supiéramos que había algo para reclamar como
nuestro. Tu destino se escribió en las estrellas hace años. —Una gran mano cayó
sobre mi trasero. No sabía si pertenecía a Austin o a Brock, y no estaba segura
de que me importara averiguarlo—. Pero ten la seguridad de que, si hay alguien
más que él, seré el primero en defender tu honor.
El mundo se inclinó, literalmente. Brock no me
había bajado de su hombro cuando se volvió hacia el lago. Aparecieron otro par
de pies de chico que reconocería en cualquier lugar, y los dos salieron
corriendo en dirección al agua. Mi estómago rebotó en el hombro de Brock, y me
las arreglé para lanzar varios gritos de ayuda que fueron ignorados. No
importaba el calor que hacía; que me arrojaran al agua sería como si me echaran
hielo en la cabeza. El drástico cambio de temperatura succionaría el aire de
mis pulmones. Ya era bastante difícil respirar a través de la humedad de junio;
era aún más difícil respirar bajo el agua sin avisar.
El temor a lo que vendría no disminuyó la risa, ni
por mi parte ni por la de ellos. Me habían estado haciendo este tipo de cosas
durante años. Si hubiera sido otra persona le habría dado su merecido, pero estos
dos eran dueños de mi corazón. Escuché los vítores de mis compañeros, aunque no
podía ver más allá de los músculos de la espalda de Brock. Los trozos de hierba
pasaban zumbando mientras mi captor corría hacia el lago. Un día, serían demasiado
viejos para este tipo de cosas, pero aún quedaba mucho tiempo.
Sus pies se ralentizaron cuando llegó a la orilla,
pero no porque planeara detenerse. Correr en el agua era parecido a dar un
paseo por arenas movedizas. Brock me agarró bien de las caderas, y yo respiré profundamente.
Catapultada por el aire, mis brazos y piernas se agitaron, y lo último que vi
antes de romper la superficie del lago fue la sonrisa contagiosa de Austin.
Antes de que me abriera camino hacia el aire
fresco, Austin apareció delante de mí, y los dos nadamos juntos. Su cara se
ondulaba con la distorsión del agua, pero no apartó sus ojos de los míos. Jadeé
cuando atravesamos la superficie. El lago era demasiado profundo para mí, pero
Austin se puso en pie y rodeó mi cintura con su brazo para llevarme a la
seguridad de su pecho esculpido.
Instintivamente, mis piernas se aferraron a él
para evitar alejarme flotando, y lo golpeé juguetonamente en el bíceps. Él se estremeció,
como si yo lo hubiera golpeado con fuerza.
—¿Por qué me golpeas?
—Dejaste que tu mejor amigo intentara matarme. —Fue
un poco melodramático, y la sonrisa me delató.
Sacudió la cabeza para quitarse el agua del pelo.
—Cariño, no hay nada en el mundo que pueda hacerte
daño mientras yo esté vivo.
—Te quiero, aunque seas una bola de queso. —Adoraba
a Austin Burin con toda mi alma.
Me incliné hacia atrás y floté sobre mi espalda
con mis piernas aseguradas alrededor de su cintura. Miré el cielo y las blancas
nubes de malvavisco que salpicaban el azul. El agua distorsionaba el sonido, y
me sentía feliz. De repente, Justin Richert se lanzó al agua a estilo bomba
aterrizando cerca de nosotros. Las olas me envolvieron y solté mis piernas de
la cintura de Austin para evitar ahogarme.
Nos habíamos adentrado en una zona en la que hacía
pie, y esa fue la razón por la que Austin se dio la vuelta y se encaró con
Justin.
—¿Qué demonios estás haciendo, amigo?
Traté de agarrar la muñeca de Austin, pero él se
liberó de mi sujeción, así que enredé mis dedos a los suyos y lo mantuve a mi
lado. No había muchas cosas en la vida por las que Austin peleara, pero yo era
una de ellas. La principal.
—Austin... —le dije.
—Solo estaba bromeando, Burin. Cálmate. La
animadora Barbie no se ha ahogado. —Se largó nadando.
Justin no era tan malo. El autoproclamado payaso
de la clase solo hacía cosas para que la gente se riera, pero, a veces, se
equivocaba. Yo no era su objetivo, solo estaba en su camino.
—Oye, olvídalo —le susurré apretando su mano.
Cuando volvió a mirarme su expresión ya se había
relajado. Antes de que pudiera decir algo, Brock alzó el brazo hacia a Austin,
que estaba junto al grupo de jugadores de fútbol y sus novias jugando a la
gallina. Austin arrugó la frente y luego esbozó una sonrisa.
—¿Jugáis? —preguntó Brock.
—Por supuesto, cuenta con nosotros —le dije.
—Esa es mi chica. —Sonrió Austin. Tres palabras
más dulces no existían.
Una vez que nos unimos a las otras parejas, Austin
desapareció bajo el agua delante de mí y me subió a sus hombros, sujetando mis
pantorrillas bajo sus bíceps para asegurar mis pies contra su espalda. No había
dado el primer paso para participar en la batalla acuática cuando un ruido
atronador de metal chocando con metal reverberó en el lago como si hubiera
ocurrido allí mismo. Mis oídos captaron los cristales rotos, el chillido de los
neumáticos que patinaban y el estruendoso choque. Todo el mundo se quedó quieto,
y el silencio nos rodeó como un grueso y negro velo.
—¿Qué ha sido eso?
—Ha sonado como un accidente.
—¿Aquí?
—Espero que nadie haya salido herido.
Las voces aleatorias y los comentarios
improvisados revoloteaban a mi alrededor. Sin respuestas a las preguntas, la
gente perdió interés y volvió a lo que había estado haciendo. Sin embargo, mi
atención seguía centrada en ese incidente. Me incliné para mirar a Austin
mientras seguía encaramada sobre sus hombros.
—¿Crees que deberíamos asegurarnos de que todos
están bien?
Sonrió e inclinó su barbilla, frunciendo sus
labios en una silenciosa petición de un beso. Se lo di, pero fue casto.
—¿Te haría sentir mejor? —Su voz era más suave que
la miel en una galleta caliente.
Asentí con la cabeza y me bajó.
—Quiero estar segura de que no necesitan ayuda. Ese
ruido ha sido muy fuerte.
—Tienes un corazón de oro. Vamos.
Seguro que mi hermana no estaba de acuerdo con la
afirmación de Austin. Yo era testaruda, bocazas y despreocupada; pero también
era la chica que no soportaba ver a un animal herido o a un indigente en la
calle sin tratar de arreglarlo.
Tan pronto como llegamos a la orilla las sirenas se
dejaron escuchar. El único camión de bomberos de Mason Belle tocó la bocina y
rugió a lo lejos. Tomé la mano de Austin agarrándola como si fuera yo la que
esperaba que llegara la ayuda. No sabía qué venía después, si la ambulancia o
el coche de policía. No diferenciaba sus sonidos porque nunca pasaba nada
emocionante en esta ciudad. Dejé escapar el aliento que no me había dado cuenta
de que sostenía. Mi pecho se desinfló y mis hombros se hundieron con alivio. El
simple hecho de saber que había ayuda tranquilizó mi mente.
—¿Todavía crees que deberíamos ir? —preguntó
Austin.
Probablemente, no podríamos acercarnos al
accidente y estaría arrastrando a Austin lejos de nuestros amigos sin otra
razón que ser entrometida. No podría ofrecer ninguna ayuda o habilidad útil.
Así que sacudí la cabeza y me puse en pie para darle un beso en la mandíbula.
—No, quedémonos aquí.
Una hora más tarde, cuando ya habían cesado los
sonidos de los vehículos de emergencia y el accidente ya no era más que un
recuerdo, habíamos vencido a todas las otras parejas. Me reí mientras otras
chicas del equipo de animadoras me hacían pasar un mal rato por mi naturaleza
competitiva.
—¡Miranda Adams! —gritó una voz.
Con una sonrisa en mi rostro y palabras que aún
salían de mi boca mientras defendía nuestro título ante Charity y Anna, me giré
hacia la áspera voz que hacía que mi nombre sonara como el rugido de la
tormenta. En lo alto del camino, justo antes de que se rompiera el suelo,
estaba el sheriff Patton. Su sombría expresión me empujó hacia atrás en lugar
de hacia delante.
—Miranda —repitió, como si no lo hubiera escuchado
la primera vez. Nadie en este pueblo usaba mi nombre completo a menos que
estuviera en problemas—. Querida, necesito hablar contigo. —Puso las manos en las
caderas y bajó la cabeza. Su barbilla casi tocó su pecho. No pude leer su cara
cuando hicimos contacto visual. El sheriff Patton cambió su mirada a otra
persona antes de que pudiera identificar la emoción que escondía—. Austin,
hijo, ¿por qué no la traes aquí arriba?
—Sí, señor.
Me asomé por encima del hombro y vi a mi novio
nadar hacia mí. No tenía ni idea de lo que estaba pasando, pero no quería ser
parte de ello. Solo había escuchado «Miranda» y «querida» en la misma frase
cuando mi padre me contó que mi madre se había ido. Cuando Austin llegó a mi lado,
sacudí la cabeza y me negué a ir.
—Cariño, el sheriff necesita hablar contigo. —Pasó
sus dedos por los míos—. Vamos. Iré contigo. —El guiño que normalmente me derretía
ahora no hizo nada para calmar mi miedo, pero, aun así, le permití que me
sacara del agua.
Miré hacia atrás esperando ver la vida continuar, pero
solo me topé con miradas aturdidas y llenas de preocupación. Mientras subíamos
por el camino las luces azules en la parte superior de su coche daban vueltas
en un patrón vertiginoso. Nada de lo que tuviera que decir podía ser bueno. Los
policías nunca venían aquí y menos por asuntos oficiales.
El sheriff Patton se quitó el sombrero con una
mano y puso la otra en mi hombro. Mi mirada siguió su movimiento y mi cuerpo se
puso a sudar febrilmente. Temerosa de prestarle atención al oficial, me volví
hacia la persona que me había sostenido cada vez que me había caído. Pero
Austin no podía salvarme.
El hombre que había vigilado este pueblo desde que
era pequeña respiró profundamente.
—Querida… —empezaba a odiar esa palabra—, ha
habido un accidente.
Miranda
Seis
años después
—Eason, ¿estás listo? —Asomé la cabeza por la
puerta de su oficina, y sus ojos gris pizarra se encontraron con los míos. Mi
corazón se calentó al ver su sonrisa.
—Casi. ¿Terminaste los archivos del caso Martin?
Levanté la carpeta y pasé a su oficina para dejar
el papeleo en su mesa.
—Todo lo que pediste está aquí, incluyendo una
copia del testamento. —El derecho inmobiliario rara vez era emocionante, pero,
de vez en cuando, un caso llegaba a los tribunales y las cosas se ponían
jugosas.
Como asistente legal, no podía asistir a muchas de
las audiencias, aunque, ocasionalmente, podía participar en las declaraciones y
mediaciones. Nunca dejaba de sorprenderme lo codiciosa que se volvía la gente
después de la muerte. Los hermanos y hermanas se convertían en enemigos
mortales, y los parientes perdidos durante mucho tiempo aparecían de la nada
con las manos extendidas.
—Desearía poder ir contigo. Va a ser una locura.
Los hermanos Martin llevaban peleándose por el
patrimonio de sus padres durante los dos últimos años. Eason había sido el
abogado de la pareja fallecida desde que le pasó el caso el colegio de abogados
y, por respeto a ellos, siguió ocupándose de él. Todo este asunto, incluyendo
la agitación de Eason, nos había proporcionado a Garrett —otro socio—, y a mí
un montón de entretenimiento.
Se puso de pie y agarró su maletín de cuero.
Elegante y con gracia, Eason era tan ágil como un bailarín, pero, a la vez, derramaba
testosterona por todos los poros de su piel. Desde los duros planos de su pecho
hasta sus hombros cuadrados y su mandíbula de hierro, su carisma era absorbente.
Solo había conocido a otro hombre en mi vida que llamaba la atención de una
habitación repleta de gente sin darse cuenta; afortunadamente, ahí acababan sus
similitudes. Un escalofrío me recorrió la columna vertebral cuando Austin cruzó
por mi mente. No ocurría a menudo —principalmente, porque me negaba a permitirlo,
no porque mi cerebro no intentara regodearse en esos recuerdos a diario—, pero
cuando lo hacía luchaba duro para sacudírmelo de encima.
Eason se puso delante de mí y se pasó una mano por
la cabeza. Su cabello perfectamente peinado había visto días mejores.
—¿Todo bien, Miranda?
Forcé una sonrisa y asentí rápidamente. No se lo
había creído... no es que yo creyera que lo haría.
—Es bueno que no estés bajo juramento. No puedes
mentir una mierda. —Su risa resonó a nuestro alrededor. Era cordial y cálida como
el pollo y las albóndigas caseras, y llenaba el alma de la misma manera.
Un encogimiento de hombros fue todo lo que pude
ofrecer.
Sin más discusión, Eason me ofreció su codo, y yo lo
acepté. Algunos empleados continuaron trabajando en la oficina y me fui
despidiendo de cada uno de ellos sin poder detener la nostalgia. Un pequeño
recuerdo se escapó de la caja acorazada de mi mente, y luego docenas lo
siguieron. Tenía que capturarlos a todos y empujarlos de vuelta a su escondite.
Hubo otra vez en mi vida en la que ocupé esa codiciada posición en la vida de
un hombre. Era una gran empresa, ambos éramos muy respetados, y yo amaba este
lugar casi tanto como había amado a Mason Belle.
Cuando el ascensor se cerró delante de nosotros,
Eason se giró.
—¿Quieres hablar de ello?
—No hay nada de qué hablar.
Se rio en voz baja.
—No olvides que recuerdo a la chica que apareció
en Nueva York en jeans cortos, una camiseta ajustada y botas de vaquero. Y eso
sin nombrar la fea gorra de béisbol. En aquel entonces, también pensaste que guardarías
tus secretos.
El abogado que había en Eason nunca dormía. Esa
faceta siempre estaba presente, y el silencio que ahora había entre nosotros
mientras esperaba a que yo respondiera era parte de su juego. Los testigos
siempre cedían.
—Te agotaré, así que mejor me lo dices ahora y nos
ahorras el tiempo a los dos. —Se regodeó
Me quejé, pensando en lo fuera de lugar que había
estado en una ciudad donde todo valía. No tenía ningún plan cuando llegué a la
estación de autobuses de Laredo. Todo lo que tenía era una maleta y unos
cuantos dólares en mi cuenta bancaria que mi abuela me había dejado cuando
murió. Mis ojos estaban hinchados de tanto llorar cuando miré fijamente el panel
de la estación y elegí mi destino. Necesitaba algo diferente, un lugar donde
nadie supiera mi nombre o mi pasado. La ciudad de Nueva York parecía ser
perfecta.
—Si me amas, no volverás a recordarme eso nunca
más —dije.
El ascensor tembló con su rugiente y estruendosa
risa mientras yo captaba mi reflejo en los espejos de las paredes. Me di cuenta
de lo diferente que me había vuelto. Ya no había ni rastro de la chica de
pueblo. Una vez que conocí a Eason, que acababa de empezar en la firma en la
que ambos trabajamos ahora, me ayudó a borrar cualquier signo externo que
quedara de ella. Ahora, él me había atrapado en un abrazo que no le había
correspondido, y mis brazos quedaron atrapados contra mis costados en el
incómodo abrazo. Murmuré algo, pero mis palabras apagadas se perdieron en sus
pectorales, y me negué a inhalar el olor de su colonia. Todos mis sentidos se
perderían con una sola olfateada si lo hacía, y tenía que guardarle rencor.
—Te gustó convertirme en tu proyecto —le dije.
Mi cuerpo se expandió como una bolsa de
malvaviscos aplastados cuando me dejó respirar. Sus dedos masajearon mis bíceps
y luego mis hombros. Sus ojos de piedra eran ahora de un gris cálido que solo
veía cuando se divertía mucho. Ahora a costa mía.
—No eras un proyecto, más bien, un trabajo en
progreso. Habías comenzado con tu transformación antes de que llamaras a mi
puerta. Estabas tan guapa con tus trenzas y ese cuerpecito tan macizo...
—¿Macizo?
Movió mis hombros de un lado a otro.
—Tenías un trasero perfecto. Y no me hagas hablar
de tus piernas.
Me abstuve de poner los ojos en blanco y, en su
lugar, cerré los párpados y soplé a través de mis labios fruncidos. Eason
apreciaba las curvas de la silueta femenina, aunque, normalmente, no era tan
descarado al respecto. La llegada del ascensor a la planta baja nos distrajo
del tema en cuestión. Tan pronto como las puertas se abrieron el aguacero de
afuera hizo eco en el vestíbulo desierto.
Me encantaba la lluvia. Había pasado horas en el
porche de nuestra granja en una mecedora hablando con Mamá antes de que muriera.
Más tarde, papá había ocupado su lugar. Cuando un rayo cruzó el horizonte,
habría jurado ver a esa chica y a su abuela sentadas en un banco al otro lado
de la calle. Salté cuando el trueno retumbó y la visión desapareció con la luz.
Era oficial; había perdido la cabeza. La falta de sueño y el exceso de cafeína
me habían vuelto loca, y había empezado a alucinar.
La mano que se posó en la parte baja de mi espalda
me asustó. Un gesto que, normalmente, me calmaba, ahora me envió el corazón a
la garganta.
—Estás muy tensa. ¿Qué te tiene tan nerviosa?
Volvíamos a eso. Tenía que encontrar una manera de
distraerlo. Seguir actuando como una loca no lo conseguiría. Eason tenía una
extraña habilidad para olfatear mentiras como un coonhound lo hacía con
las presas. Fabricar excusas solo intensificaría su caza. Una distracción era lo
único que funcionaba.
—Me muero de hambre. ¿Quieres comer algo antes de
ir a casa?
Miró el Rólex que adornaba su muñeca. Había sido
un regalo de sus padres cuando pasó el examen. Eason McNabb venía de una larga
tradición de dinero, como nos gustaba llamarlo en el sur... aunque nunca
hablaba de él.
—Sí, es tarde. No tengo ganas de ponerme a cocinar
una comida elaborada cuando lleguemos a casa.
No pude mantener la cara seria.
—Una comida elaborada, ¿eh? ¿Así es como ahora llamas
a las judías y a las salchichas? —Eason había estado a punto de quemar nuestro
apartamento más de una vez cuando nos conocimos. Llamamos tantas veces a los
bomberos que nos hicimos amigos de ellos y, a menudo, tomábamos tragos juntos
los fines de semana.
Con la diversión brillando en sus ojos empujó la
manija de vidrio y salimos. El toldo que recorría todo el edificio evitó que nos
empapáramos.
—Los fideos de Ramen son un manjar en muchos
países asiáticos.
Vigilamos la calle para ver si venía un taxi.
—Ahí viene uno —dije.
Eason se lanzó a la lluvia para llamarlo. Como un
caballero, mantuvo la puerta del coche abierta. Entré y luego subió él. Estaba
empapado. El pelo se le había pegado a la cabeza y la camisa se le aferró al
pecho esculpido cuando se giró para cerrar la puerta.
—Pareces una rata ahogada —bromeé.
Esbozó una sonrisa torcida y encantadora.
—¿Ese es un sinónimo de devastadoramente guapo? —Sacudió
la cabeza para librarse de los mechones mojados que se le pegaban a la cara,
enviando salpicaduras a su alrededor.
Todos los hombres lo hacían. Lo había visto mil
veces mientras crecía. No era un gesto exclusivo de Austin, pero los recuerdos
se habían apoderado de mi corazón y cada detalle del presente me catapultaba al
pasado.
—Algo así. —Le presté atención al taxista.
Prácticamente, podía oír el tintineo de una caja registradora, pues a cada
segundo que Eason y yo perdíamos intercambiándonos pullitas, el precio iba
subiendo—. Pho's en la Ochenta y Tres,
por favor. —Era mi restaurante favorito de la ciudad.
El conductor me reconoció por el espejo
retrovisor, aunque no se dio la vuelta. Eason sacó un pañuelo —mi padre lo habría
llamado pañuelo—, y yo lo cogí. No sabía cómo podía estar seco cuando él
parecía empapado hasta los huesos. Después de secarme la cara —ojalá sin
arruinar mi maquillaje—, me froté el pelo con él como una toalla. Una vez me lo
sequé lo mejor posible, me pasé los dedos por él. Era lo único bueno del pelo
corto, que enseguida recuperaba el peinado.
—¿Vamos a comprar comida para llevar o vamos a entrar?
Eché un vistazo a su estado. No le vendría bien
entrar en un restaurante con aire acondicionado estando empapado.
—Comida para llevar.
Procedió a sacar su móvil y ordenó el pedido. Tan
pronto como empezó a hablar mi propio teléfono sonó en mi bolso. Busqué en él
esa detestable pieza de tecnología, encontrándola al tercer timbrazo. Nunca
había tenido la necesidad de un móvil en Mason Belle, y ahora odiaba su
presencia en mi vida. Sin embargo, la empresa necesitaba que llevara uno
encima. La pantalla se iluminó con el nombre de mi hermana y gemí lo
suficientemente fuerte como para llamar la atención de Eason. Lo que no hice
fue responder.
Cuando se cortó la comunicación, él se me quedó
mirando.
—¿Quién era?
No tenía sentido tratar de ocultar mis
sentimientos.
—Sarah. —Esa palabra contenía tantas emociones que
no podía abarcarlas todas. Y ninguna era buena.
—Seguirá intentándolo. Será mejor que le contestes
y así no tendrás que volver a saber de ella hasta dentro de unas semanas. —Eason
conocía todos los detalles sangrientos de mi pasado de Texas, y aunque no
estaba de acuerdo con la forma en que lo manejaba, hacía tiempo que dejó de insistir
en que arreglara mi relación con ella.
Lo miré fijamente. Y parpadeé.
—La llamaré mañana por la mañana.
—Ah, ¿sí? ¿Seguro?
Nunca me había alegrado tanto de ver las luces de
neón de Pho’s. Sonreí dulcemente y
señalé hacia la entrada. Cuando Eason regresó con nuestra comida, todavía
miraba la pantalla del móvil, perdida en mis pensamientos.
—¿Alguna vez has usado esa cosa? —me preguntó. Luego
se dirigió rápidamente al conductor para darle nuestra dirección.
Fue una pregunta tonta. Me golpeé la barbilla con
el dedo y miré fijamente al techo como si tuviera que considerarlo seriamente.
—Creo que marqué tu número esta mañana para ver si
querías café. Te envié un mensaje de texto anoche cuando estabas en el gimnasio.
Y Garrett me enseñó a usar FaceTime. —Aunque no es que lo necesitara—. Así que,
en general, diría que sí.
—Tu negativa a aprender el uso de la tecnología
moderna me desconcierta.
—Acabo de decirte que lo he usado tres veces en
las últimas veinticuatro horas.
Se movió en el asiento a mi lado y puso la bolsa
de Pho’s entre sus pies.
—Ya sabes lo que quiero decir. La mayoría de las
mujeres están tan apegadas a sus móviles como lo están a Louis Vuitton. Solo
usas el correo electrónico en el trabajo, no tienes cuentas en las redes
sociales y te acobardas cuando suena tu móvil. Es un poco raro.
Su mirada interrogante no iba a desaparecer hasta
que llegáramos a casa o le diera más de dos palabras seguidas. Suspiré.
—No veo la necesidad. Si quiero que alguien se
ponga en contacto conmigo le daré mi número, no pretendo ser amiga de gente a
la que no he visto en una década. No me interesa hablar con ella.
—¿Qué sentido tiene? No contestarías, de todas
formas.
El taxi disminuyó la velocidad frente a nuestra
casa de piedra rojiza, la casa de piedra rojiza de Eason. Le pagué al conductor
y Eason cogió la bolsa de comida. La lluvia había disminuido a una ligera
niebla, pero ambos nos apresuramos hacia la puerta. Metió la llave en la
cerradura, pero antes de abrir el cerrojo, se enfrentó a mí.
—Deberías devolverle la llamada.
Sarah y yo habíamos jugado al gato y al ratón
durante días. Ella trataba de contactarme creyendo que yo estaba disponible, y yo
la llamaba cuando estaba segura de que no lo estaba. Cuando el teléfono sonó el
sábado por la noche, Eason y yo estábamos sentados en el sofá viendo una
película de mierda. No tenía razón para no contestar, aunque decidí dejar que
saltara el buzón de voz al escuchar el tono de mi hermana.
Eason salió corriendo del sofá. No importaba lo
rápida que fuera, él lo era más y consiguió agarrar mi móvil.
—¿Hola? —Sonó sin aliento, y podía imaginarme lo
que Sarah pensaría que estábamos haciendo los dos—. Hola, Sarah. ¿Cómo estás?
—Podría ahorrarse las confianzas. No eran amigos. Ni siquiera se conocían. Sin
embargo, estaban charlando como viejos amigos—. Sí, el trabajo me mantiene
ocupado.
No podía escucharla a ella, pero no dudé de que lo
deleitaría con su encanto sureño. Sarah tenía unos modales muy educados. Lo que
Eason dijo a continuación, me quitó el color de la cara.
—Sí, está aquí. Fue genial hablar contigo. Tenemos
que traerte a la Gran Manzana. Miranda y yo podemos hacer de guías.
Recé para que ella lo rechazara y cubrí el móvil
con la mano cuando se lo quité.
—¿Qué te pasa?
Eason me dio un golpe en el trasero y se fue,
regañándome por encima del hombro.
—Debiste haber respondido.
Imbécil.
—Hola, Sarah. —Mi tono indicaba lo incómoda que
estaba.
Ella suspiró, sin molestarse en enmascarar su
decepción.
—Hola, Randi. —Su voz era tan alegre como siempre
que me llamaba—. ¿Cómo va todo?
Algo me impedía comprometerme con Sarah o con
papá. Era doloroso escuchar lo que iba pasando en Mason Belle porque yo ya no
formaba parte. Odiaba tener sobrinas y un sobrino a los que no conocía, pero la
verdad era que había sellado mi destino aquel día en el lago. Una decisión
tonta había cambiado mi vida irrevocablemente, y por mucho que echara de menos
Texas no podía volver a enfrentar la destrucción que había causado.
—Todo va bien.
—¿Seguís trabajando juntos tú y Eason? —Fue una pregunta
cortés. Yo, sin embargo, la encontré intrusiva.
Volví al sofá, me dejé caer en el asiento que
había ocupado unos segundos antes y me cubrí las piernas con una manta.
—Sí. Ya llevo trabajando con él casi seis años. Me
gusta.
—¿Has pensado en ir a la escuela de leyes en lugar
de ser solo una asistente legal? Serías una gran abogada.
Aparte de los años de educación que no estaba
segura de poder pasar, esa meta también requeriría grandes cantidades de dinero
que no tenía.
—No creo que la escuela de leyes sea una opción.
—¿Por qué no? —No podía culparla por ser ingenua.
Si no me hubiera ido de Texas sería tan inconsciente como ella. Sarah todavía
residía en Mason Belle, donde había pasado toda su vida. A ella le gustaba esa
vida.
—Es costoso. Además, me gusta lo que hago —respiré
profundamente.
—Supongo que estar bajo el ala de uno de los
socios tiene sus ventajas, ¿no?
—Se asegura de que me cuiden, aunque, realmente,
me gusta mi trabajo. —No tenía sentido defenderme. Sarah no sabía lo que hacía
un asistente legal y yo no iba a explicárselo—. ¿Qué hay de ti? —Cambiar de
tema era más fácil. A diferencia de Eason, Sarah era fácil de redirigir.
—Bueno, Kylie y Kara han empezado en el jardín de
infancia. —Obviamente, no recordaba que ya me había dicho eso en las tres últimas
veces que habíamos hablado—. Y me he unido a la Asociación de Padres y
Maestros. Entre eso y perseguir a Rand, tengo trabajo a tiempo completo.
Rand tenía tres años y se llamaba como el abuelo
de su marido, Randall Charles Burin. Me negué a reconocer lo parecido que era
su apodo con el mío. La única foto que había visto de mi sobrino, era
exactamente como su tío.
—¿No te cuesta mantener el ritmo? —Me estremecí en
el momento en que la pregunta salió de mi boca.
A Sarah no le importó o eligió ignorar mi
insensibilidad.
—No más que a cualquier ama de casa persiguiendo a
tres niños demasiado activos cuyo marido se marcha antes de que salga el sol.
No estaba al tanto de cómo había sucedido todo,
principalmente, porque no había pedido que me lo contaran. Además, me había
negado a ir a casa para su boda. Sarah había terminado casándose con Charlie
Burin un año después de que yo me marchara, y las gemelas nacieron seis meses
después en contra del consejo de los médicos. No había manera de pedir detalles
sin saber de Austin. Incluso tantos años después, no podía soportar la idea de
que su nombre se me pasara por los labios. Sarah lo había mencionado una vez y
yo colgué rápidamente y rechacé sus llamadas durante meses. Nunca volvió a
mencionarlo.
—Me gustaría que vinieras a casa de visita, Randi.
Te encantaría. —La melancolía y el amor se mezclaban en su tono. Si esa hubiera
sido la forma en que se hubiera comunicado conmigo cuando era adolescente, las
cosas habrían sido diferentes.
—No puedo. —Le di la misma respuesta de siempre.
—¿Por el trabajo?
—Y otras cosas. —Era vaga en mis respuestas, y
ella siempre las dejaba pasar. Excepto hoy.
—¿Cómo qué? —Me pasé los dedos por el pelo,
deseando por primera vez que todavía fuera largo para tener algo de lo que
tirar o con lo que jugar—. ¿Es Eason? ¿No quieres dejarlo?
—En parte. —Eso era mentira.
Odiaba no poder ver sus expresiones cuando
hablábamos. Echaba de menos los matices que inundaban sus ojos, pues decían más
que las palabras que elegía.
—Tráelo también.
—Papá nunca aceptaría eso. —Y no por las razones
que ella pensaba—. Además, es imposible ajustar nuestros horarios. Y eso sin mencionar
el coste de los billetes. Y no hay ningún hotel en Mason Belle.
—¿Es eso... o hay razones en Mason Belle para que
no vengas? —Fue un descarado intento de sacar a relucir las cosas que nos
mantenían separadas, que eran muchas desde que mamá se había ido.
Sarah tenía en la mente la imagen de una feliz
reunión familiar cuando, con toda probabilidad, se convertiría en más
sentimientos heridos y palabras cruzadas. Papá había dejado claro su punto de
vista el día que me fui. No había nada más que decir.
—Mi presente no quiere chocar con mi pasado,
Sarah. Eres bienvenida a venir aquí cuando quieras. —Ella nunca vendría.
Charlie no la dejaría.
—Bien, Randi. —El arrepentimiento se quedó flotando
en la línea. Era el único sonido que me llegaba desde casa y también la razón
número uno por la que nunca había regresado—. Bueno, te dejaré volver junto a
Eason. Dale nuestro amor.
—Claro que sí. Buenas noches, Sarah.
Colgué el teléfono y lo lancé sobre la mesa de café frente a mí. Todas las llamadas terminaban de la misma manera. Cada conversación me dejaba cargada de culpa. Miranda Adams estaba feliz con la vida y los amigos que había hecho en la ciudad. Randi, por otro lado, siempre extrañaba su hogar. Por desgracia, perder Texas nunca sería razón suficiente para volver.
Austin
—Buenos días, Austin. —Mi cuñada me miró desde el
porche de la casa de los Adams. El arrullo de su voz me dio la bienvenida y me
atrajo.
—El día casi ha terminado, Sarah. —Caminé en su
dirección desde el granero para darle un abrazo, y mi sobrino se acercó a mí a
un ritmo que solo un niño de tres años podía mantener.
Poniéndome en cuclillas, me preparé para la fuerza
con la que Rand se arrojaría contra mí. Su pequeño cuerpo golpeó mi pecho y
envolví mis brazos alrededor de mi único sobrino, aunque no me dejó sostenerlo
mucho tiempo. El rancho lo convertía en una bola de energía que no podía ser
contenida.
—¿Qué hacemos hoy, Tin Tin?
El apodo que me había puesto le habría ganado un
ojo morado si hubiera sido quince años mayor, pero era difícil no amar a un
niño que no podía decir Austin. Kylie y Kara también me llamaban así, pero no
se lo permitía a otros miembros de la familia. Miré a Sarah, no estaba seguro
de cuánto tiempo planeaban quedarse. Ella no me dijo nada.
—No lo sé, amigo. ¿Vais a estar aquí todo el día?
—Por mucho que adorara a mi sobrino, no podía hacer mucho con él.
—No por mucho tiempo. Solo hemos venido a traerle
a papá un poco de miel.
Rand entrecerró los ojos cuando me miró. El sol
brillaba en lo alto y no había ni una nube en el cielo. Pero, en el horizonte,
olas de humo se elevaban desde las copas de los árboles.
—También trajimos pan. Yo ayudé a hacerlo —me dijo
Rand.
Era un buen chico. Todos los hijos de Charlie y
Sarah eran increíbles. Incluso a edades tempranas ayudaban a su madre sin
quejarse.
—Apuesto a que a tu papá le encantará el pan con
miel fresca.
El pequeño pecho de Rand se hinchó y enderezó su
columna vertebral.
—Soy su favorito.
Le revolví el pelo castaño y le dije:
—También quiere a tus hermanas.
Se encogió de hombros como si las gemelas no
importaran.
—No tanto como a mí. —Al igual que su padre, Rand
tenía toda la confianza del mundo, a pesar de su estatura.
Sarah se rio detrás de su hijo, y miré hacia
arriba a tiempo para ver su sonrisa.
—Papá os quiere a todos por igual. Lo mismo que
yo. —No me incluyó en esa declaración.
Yo amaba a las chicas. Eran muy dulces. La
personalidad de Kara era como la de Sarah, y Kylie tenía el mismo coraje y la
misma chispa que Randi a su edad. No eran gemelas idénticas y,
desafortunadamente para mí, no solo Kara se parecía a su madre, sino que Kylie
era la viva imagen de su tía.
—El abuelo no os quiere a ti y a la tía Randi de
la misma manera. Eres su favorita. —Incluso dichas en un tono infantil, esas
palabras me llamaron la atención, destapando una herida que nunca había sanado.
Sarah jadeó e hizo lo mejor que pudo para ponerse
al nivel de Rand.
—¿Por qué has dicho eso? —Asombrada y avergonzada,
su mirada se dirigió a mí y sus mejillas se sonrojaron.
Los ojos del niño se llenaron de lágrimas cuando
miró a su madre, y se cayeron cuando giró la cabeza hacia mí.
—Porque hizo que la tía Randi se fuera.
No sabría decir con qué frecuencia mis sobrinos escuchaban
hablar de su tía. Lo único que sabía con seguridad era que su nombre nunca había
salido de mis labios, y nunca se había mencionado en mi presencia. Nunca.
—Oh, no. Rand, cariño... —dijo Sarah. Yo estaba
incómodo. No podría ofrecer ayuda en eso—. Eso no es cierto. La tía Randi se
mudó a Nueva York.
—El abuelo le gritó. Te oí decirle al abuelo que,
si no le hubiera gritado, no se habría ido porque amaba a Tin Tin. Te escuché
con mis propios oídos —dijo llorando.
Mi corazón se rompió con el de mi sobrino. Seis
años no habían eliminado el dolor, y tampoco los miles de kilómetros. La verdad
era que pensar en ella todavía me hacía enojar, de ahí la razón por la que
nadie la mencionaba en mi presencia. Sarah tomó la mano de su hijo y se dirigió
hacia la casa.
—Voy a llevarlo adentro. Te veré en casa de tus
padres el domingo, ¿verdad? —No importaba cuánto tiempo pasara, Sarah se
culpaba de que Randi se hubiera ido y llevaba esa culpa como una soga.
Asentí con la cabeza. Yo no culpaba a Sarah ni a
Jack. Randi había tomado una decisión firme. En ese punto, era mejor que no
volviera. Su abrupta partida había causado un alboroto aún mayor que el
accidente. Hasta el día de hoy, nadie más que Jack sabía lo que había pasado
con su hija para que ella hiciera las maletas. No importaba que hubiera dejado Mason
Belle y Texas.
Me había dejado a mí. Y esa herida nunca se
curaría.
—Burin, ¿vienes? —La pregunta de Corey me sacó de
lo que se habría convertido en una espiral descendente.
Pateé la grava que me recordaba a Randi y la
maldije en silencio por última vez.
—Sí, tío.
Guio dos caballos por las riendas y me esperó
fuera del establo. Cuando Jack lo contrató hacía unas semanas no creí que Corey
pudiera cumplir con los requisitos físicos del trabajo, pues era mayor que el
resto de trabajadores del rancho. Pero me había equivocado.
Tomé las riendas y las coloqué sobre la cabeza de
Nugget, metí la bota en el estribo y me subí a la silla de montar. Me incliné
para acariciar el cuello del caballo y le di un suave golpecito con mi talón.
No era mío, pero lo sentía como si lo fuera. Había sido de Randi, y yo lo había
cuidado después de que ella se fuera, pensando que volvería. Ese caballo y yo
habíamos estado juntos desde entonces.
—Tommy ya tiene una cuadrilla en los pastos del
sur —comentó Corey.
—¿Los perros también?
Corey asintió, aunque no me miró a mí.
Nos enfrentábamos a un montón de días difíciles si
no llovía o los incendios no se contenían. Con cerca de diez mil cabezas de
ganado y el doble de hectáreas, conducir el rebaño podía convertirse en nuestro
trabajo a tiempo completo. El sur de Texas no era ajeno a la sequía y al fuego,
pero Corey y el resto eran optimistas en cuanto a que la amenaza no llegaría a
Cross Acres.
Los incendios forestales me llenaban de ansiedad.
La neblina gris nos alcanzaría en los próximos días y ya habíamos empezado a
ver caer cenizas que el viento había arrastrado. Por la noche, el cielo
brillaba en un naranja furioso que escondía la luna. Pero era la vida silvestre
la que más me preocupaba. Los pájaros no gorjeaban en la distancia; los ratones
de campo no corrían por los campos. Todos se habían movido al norte, hacia la
seguridad.
Me ajusté la gorra de béisbol para bloquear más el
sol. No importaban los años que llevaba trabajando en las granjas, siempre
había rechazado un sombrero de vaquero. Podía ponerme las botas e incluso los
Wranglers, pero mi límite eran las camisas a cuadros y los Stetsons de ala
ancha. Tampoco me gustaban las grandes hebillas en el cinturón. Sin embargo, en
días como ese, cuando el sol alcanzaba los mil grados y me quemaba el cuello,
tenía dudas sobre esa decisión.
Corey se aclaró la garganta robándome la atención.
—¿Alguna posibilidad de que pueda ir a la fiesta
de cumpleaños de mi hija mañana por la tarde?
—No sabía que tenías una hija. ¿Cuántos años tiene?
—Me di cuenta de que sabía muy poco sobre el hombre que estaba a mi lado.
—Jessica. Cumplirá seis. —Rezumaba orgullo—. Es
pequeña, pero muy inteligente.
Me sentí como un idiota. Di por sentado que había
crecido aquí y que conocía bien a los residentes. Cuando la gente se mudaba a
Mason Belle, lo que casi nunca ocurría, no solían quedarse mucho tiempo. Aparte
de las granjas, había muy pocos lugares en la ciudad que ofrecieran empleo. La
mayoría de los ranchos eran atendidos por familiares o amigos cercanos, así que
los forasteros no tenían ninguna oportunidad en un pueblo de este tamaño.
—Mañana quédate en casa con tu hija. Nos las arreglaremos.
—No era mucho, pero los días libres en el negocio del ganado eran difíciles de
conseguir. Incluso los domingos, cuando no trabajábamos, los animales tenían
que ser alimentados y cuidados.
—¿De verdad?
Asentí con la cabeza. Jack no estaría contento, pero
la familia de Corey estaba asustada, como el resto de nosotros.
—¿Cómo terminaste en Mason Belle? —Ni siquiera era
un punto en el mapa del estado. La única razón por la que la gente aterrizaba
aquí era porque se perdían de camino a otro lugar.
No respondió de inmediato. Después de varios
minutos, se aclaró la garganta.
—Tomé algunas malas decisiones en Houston y Alexandra
me dio un ultimátum: seguir haciendo lo que estaba haciendo o mantener a mi
familia.
—Parece que has tomado la decisión correcta. —Respetaba
a un hombre que admitiera haber cometido errores y admiraba a cualquiera que
eligiera la familia a toda costa.
—¿No vas a preguntar qué hice? —Parecía
sorprendido, con la boca ligeramente abierta.
—No. —Sacudí la cabeza—. Si hubieras querido
decírmelo, lo habrías hecho. Mientras no afecte a tu trabajo, no es asunto mío.
—¿Qué hay de ti?
No había planeado jugar a las veinte preguntas,
pero tenía que darle el mismo respeto que él me había dado.
—Crecí aquí.
—¿Tienes esposa? ¿Hijos?
Era como si Dios quisiera castigarme hoy con
recordatorios del pasado y oportunidades perdidas.
—No. —No ofrecí más de mí y, afortunadamente,
Corey no lo pidió.
La cena del domingo fue una aventura en la casa de
mis padres. Lo era desde que era un niño, y lo sería siendo hasta que mi madre
ya no pudiera hacerlo físicamente. Ella siempre había cocinado para los cuatro
durante años, pero, a medida que crecíamos, incluimos a amigos y novias, y la
lista de invitados había seguido creciendo. Ahora, todos los domingos después
de la iglesia, Charlie, Sarah y sus tres hijos, Jack y yo éramos habituales en
la mesa. Mi madre recibía a cualquier ranchero de su propia granja y a los de
Jack que quisieran venir también. Así eran las mujeres de Mason Belle.
Los domingos solía haber quince personas sentadas a
la mesa del comedor, pero hoy no era el caso. La camioneta de Jack estaba en la
entrada, y el todoterreno de Sarah estaba detrás. Parecía que nadie más que la
familia se uniría a nosotros. No me sorprendió. La mayoría de los hombres de la
ciudad estaban muy ocupados con sus rebaños. Cada día que pasaba se acercaban
los incendios, y el pueblo se unía para ayudar a proteger el sustento de los
demás. Jack y yo nos levantábamos antes del sol, nos separábamos para ir a la
iglesia y almorzar, y volvíamos al trabajo.
Aparqué a un lado, cerca del patio trasero. En
cuanto abrí la puerta oí a los niños jugando detrás de la casa. Sus risas y
vocecitas flotaban en el aire.
—Cabeza de caca —le dijo Rand a Kylie.
Rand tenía un don para atormentar a sus hermanas,
a pesar de su menor tamaño y edad. Me reí entre dientes. Dando la vuelta por el
lado de la casa en la que crecí, me detuve a medio. Por una vez, Kylie y Kara
habían vencido a Rand en su propio juego, aunque me apostaría el cuello a que
Kylie había sido la que había convencido a Kara para que sujetara a Rand
mientras lo aseguraba a un árbol. Kylie tenía las manos en las caderas y una
pistola de juguete colgaba de su dedo.
—Ahora soy el sheriff.
Rand forcejó con la cuerda y la corteza del árbol.
Gruñó algo que no pude oír.
—Tal vez deberíamos dejarlo ir, Ky —vaciló Kara.
Sus rizos rubios rebotaron cuando giró la cabeza en busca de testigos—. Va a
contarlo —se quejó.
Kylie no hizo ningún movimiento para liberar a su
prisionero. Kara empezó a llorar y Rand gritó a todo pulmón. No podía creer que
Sarah y Charlie los hubieran dejado a los tres fuera sin vigilancia. Era una
receta para el desastre. Cuando Kara no se salió con la suya y Rand no obtuvo
la libertad condicional, hizo lo que cualquier buena chica de su edad haría.
—Se lo diré a papá.
Kylie se puso delante de su hermana retándola a
dar otro paso.
—Tengo otra cuerda. ¿Quieres estar al otro lado de
ese árbol? —Entrecerró los ojos para asegurarse de que Kara entendiera que no era
una amenaza vacía.
Kara era toda arpas y ángeles, mientras que Kylie
era fuego y azufre. Aunque tuviera cinco años, Kylie ya podía trabajar con un
lazo, y Kara no tenía ninguna posibilidad. Nunca llegaría a la casa antes de que
Kylie la tuviera atada en el suelo. No debería encontrar sus payasadas tan
divertidas, pero observarles era mucho más entretenido que chismorrear con sus
padres. Me negaba a ser el que los disciplinara. Crucé los brazos y moví mis
pies. En el proceso, pisé una ramita que se rompió y llamó su atención.
—Tin Tin. —Era lo más cercano a una orden que un
niño de tres años podía dar—. Dile a Ky que me deje ir.
Kylie dejó caer el arma, el lazo y su atención en
Rand, y echó a correr hacia mí, al igual que Kara. Me tragaron en abrazos de
niña. Con una en cada brazo, las llevé como pelotas de fútbol hasta el árbol
donde su hermano aún estaba atado.
—Desátalo. —Lo señalé con la cabeza por si no se
daban cuenta de que me refería al niño retenido como rehén.
Kara fue la primera en señalar que no había hecho
nada malo. Sus rasgos angelicales la hacían fácil de creer. Con pelo rubio, ojos
de un azul pálido y piel de marfil, parecía un querubín.
—¿Ky? Levanté mis cejas con expectación y ella
cedió.
Sus ojos de color caramelo me miraron a través de
sus gruesas y negras pestañas. Conocía a otra chica con esos mismos ojos y que
poseía mi mundo con una sola mirada, pero yo había endurecido mi corazón a esa
mirada hacía seis años. Debido a eso, Kylie no pudo manipularme como hacía con
otras personas.
Con un resoplido agitó su trenza oscura.
—Bien. —Su exasperación fue digna de un Óscar.
Kylie dirigió su atención a Rand y deshizo el nudo. No desenrolló la cuerda del
tronco, pero él pudo liberarse.
Las chicas se fueron hacia la casa y al agacharme Rand
me tiró al suelo para darme un abrazo. Su actitud afectuosa me tomó
desprevenido y se olvidó de sus hermanas al instante.
—Tin Tin, ven a jugar conmigo.
Las palabras de Rand estallaron en el aire como un
trueno. Se puso de pie y corrió hacia el columpio. Lo seguí a través del patio.
Pero en vez de unirme a él, lo saqué del columpio y lo puse sobre mis hombros.
—Hoy no puedo quedarme mucho tiempo. ¿Qué tal si
primero vamos a ver qué hacen Nana y Poppy?
Rand me presionó las mejillas con las palmas de
las manos y me envolvió la mandíbula con sus dedos. Lentamente, se inclinó
sobre el pico de mi gorra de béisbol hasta que su nariz estaba a centímetros de
la mía, solo que estaba al revés.
—¿Vas a delatarme?
—¿Por qué?
—Por llamar a Ky cabeza de caca.
Luché por mantener la cara seria.
—Cabeza de caca. —Sonaba divertido—. No.
—Gracias. —Se sentó de nuevo. Sin embargo, sus
manos no se movieron. De repente, estaba de vuelta en mi cara. La excitación
brilló en sus ojos y una malvada expresión de alegría alzó sus mejillas. —¿Vas
a delatar a Ky y Kara por atarme? —La esperanza bailó en su voz mientras,
prácticamente, rebotaba sobre mis hombros.
Moví la cabeza de un lado a otro para hacerle
creer que lo estaba considerando.
—Bueno... si lo hago le dirán a tu madre lo que
hiciste. Probablemente, sea mejor dejarlo pasar.
Sus labios se retorcieron, luego se relajaron y
desapareció de nuevo.
Dejé mis llaves en la mesa del vestíbulo y me
dirigí a la cocina.
—¿Ma? —llamé.
Rand enroscó sus muslos en mi cuello cuando
intenté ponerlo en el suelo. Todo lo que hizo falta fue un pellizco en el
costado para que se riera y me soltara. Golpeé su trasero juguetonamente y se
fue corriendo a torturar a alguien más. Me di cuenta de que sus hermanas no estaban
por allí.
—Estamos aquí. —Mi madre entró en la sala de estar
con un paño de cocina en la mano. La mancha de harina en su nariz era linda.
También significaba que el pollo frito y las galletas estaban en el menú de
hoy. Se me hizo la boca agua al pensarlo.
Habían pasado unos cuarenta y cinco minutos desde
la última vez que la había visto, pero, aun así, me incliné para besar su
mejilla como si hubieran pasado semanas.
—La comida huele bien.
Me dio una palmadita en el brazo y esbozó una
sonrisa maternal.
—Tu favorita.
—¿Dónde están todos? —La seguí hasta la cocina y
ella continuó la conversación con mi cuñada. Las dos estaban especialmente unidas.
Chismorreaban, intercambiaban secretos y consejos de maquillaje y más cosas de
mujeres—. Hola, Sarah. —Me incliné y le apreté el hombro en un amistoso abrazo
por detrás.
Metí la mano en el bol de guisantes y me llevé uno
a la boca. Sonreí mientras masticaba. Sarah me dio la mano y sacudió la cabeza
como si no supiera qué hacer conmigo.
—La comida está casi lista, ¿por qué no avisas a
todo el mundo? Tu padre, Charlie y Jack están ahí atrás cuidando a los niños. —Mi
madre me guiñó el ojo.
—No, no es así.
Mi madre me hizo señas para que me fuera.
—Por supuesto que sí.
Sin quitarle la atención a mi madre, cogí otro guisante
del tazón de Sarah.
—Mamá, acabo de estar ahí fuera. Los niños
entraron conmigo. Papá, Charlie y Jack no estaban cerca.
—No seas tonto. Los niños no pueden estar fuera
sin supervisión.
Ladeé la cabeza y la ceja correspondiente. Ni mi madre
ni Sarah parecían preocupadas.
—Entonces, ¿no sabes dónde están?
Siempre había un lugar estratégico para picar
antes de la cena. Hoy, el lugar ideal era estar apoyado en la encimera detrás
de Sarah. Desde ahí era capaz de robar cosas antes de que ella pudiera
detenerme. Kylie y Kara corrieron por la cocina. Tres segundos después, Rand corrió
detrás de ellas.
—Ahí están los niños —dijo mi madre.
—No sé cómo Charlie y yo llegamos a la edad adulta
con ese tipo de supervisión.
Sarah saltó en defensa de su suegra lanzándome un
golpe cariñoso en el hombro.
—¿Es Charlie consciente de lo violenta que eres? —me
burlé.
—¿Austin? ¿Eres tú? —La voz de mi padre gritó
desde el porche trasero.
Mi madre se giró con un «te lo dije» escrito en su
cara. Puse los ojos en blanco. Los hombres podrían haber estado afuera, pero no
estaban vigilando a los niños. Si lo hubieran hecho, era poco probable que Ky
hubiera atado a Rand a un árbol.
Usando el pie me retiré de la encimera. Si mi
padre gritaba mi nombre es que quería hablar conmigo.
—Sí, señor.
Pasé por las puertas francesas que se abrían al
otro lado del patio. Era más bien un porche envolvente que rodeaba toda la casa.
—Hola, Jack. Charlie.
Mi hermano pateó una silla y me hizo un gesto para
que me sentara.
—Jack me ha dicho que tienes manos extras que
vienen a ayudar a llevar los rebaños más al norte.
Me encogí de hombros. Mi hermano era el siguiente
en la línea para dirigir Twin Creeks, así que estaba demasiado involucrado en
el negocio de la agricultura y la ganadería de Mason Belle. Yo, por otro lado,
trabajaba para un ganadero, y sólo hacía lo que me decían.
—Sí.
Antes de que pudiera continuar con el interrogatorio
que estaba a punto de comenzar, su esposa lo llamó desde la casa.
—Charlie, necesito tu ayuda. —Sarah trataba de
hacerlo todo por su cuenta, incluso cuando no debía, así que cada vez que
llamaba a Charlie él saltaba.
Jack vio a su yerno responder a las necesidades de
su hija.
—Tu hermano es un buen hombre.
No tenía que decírmelo. Jack era fantástico como
marido y padre. Miré a Charlie por encima de mi hombro. Cuando cerró la puerta,
me volví hacia Jack.
—Sí. Tiene suerte de tenerlo.
La pesada mano de Jack me dio una palmada en el
hombro.
—Tú también eres un buen hombre, Austin. —Sus ojos
parecían perder el enfoque mientras pensaba en lo que quedaba en la punta de su
lengua—. Tu tiempo está llegando. Recuerda lo que te digo.
No había necesidad de hablar de ello. Jack cargaba
con tanta culpa como Sarah. Él creía que había perdido a Randi por su culpa. Se
había disculpado una vez, y esa había sido la única vez que habíamos hablado de
ella.
—¿Las cosas van bien en el campo?
Agradecí la distracción. Habría hablado de la cría
de vacas para cambiar de tema.
—Estamos moviendo el ganado.
Actué como si eso no fuera el doble de trabajo, aunque
Jack sabía la verdad. No era necesario decirle la carga que suponía para
nuestros recursos el no tener pastos para el pastoreo. No eran animales
pequeños. No solo necesitaban espacio, sino también comida. Y cuanto más al
norte los movíamos para alejarlos del fuego, más apretados estaban.
La puerta trasera se abrió, y tres niños pasaron
de largo. Todo lo que pude ver fueron manchas de color y risas.
Jack se sentó y apoyó sus codos en sus rodillas.
—Con suerte, las manos extra aliviarán un poco la
carga de trabajo de esta tarde.
—Sí, señor. Hablé con tu capataz. Tenemos uno o
dos días más antes de que tengamos que considerar mudarlos de nuevo.
—Confío en tu juicio.
Normalmente, Jack tomaba estas decisiones y yo las
llevaba a cabo, pero no lo había visto el viernes ni el sábado, y hoy habíamos
estado en extremos opuestos del rancho antes de ir a la iglesia. Así que no pude
hablar con él. Me sorprendió que me dejara el destino de Cross Acres a mí.
A medianoche me quedé sin gasolina, sin cafeína y sin
suerte. Cuando, finalmente, lo dejé, los incendios estaban todavía a más de ciento
sesenta kilómetros de nuestros pastos. Si no dormía un poco, no sería persona
por la mañana. Por lo menos, habíamos movido los rebaños de un peligro
inminente y habíamos ganado un poco más de tiempo. La gente hacía todo lo que
podía, pero la tierra y el ganado habían sido diezmados en un par de condados.
La FAA había detenido todos los aviones de extinción de incendios durante
varias horas esta tarde, porque no era seguro volar. Afortunadamente, la tasa
de quemado había disminuido por debajo de seis kilómetros por hora.
Arrastré mi cuerpo dolorido a mi camioneta y
disminuí la velocidad en el camino de grava que salía de la propiedad de los
Adams. Cross Acres tenía una elegante puerta de hierro y una tonelada de flores
y arbustos en la entrada... aunque no es que pudiera verla en medio de la
noche. La neblina ámbar de los incendios forestales proyectaba un extraño
brillo en el horizonte y creaba un antinatural velo de oscuridad alrededor de
todo lo demás. Cada mañana y cada tarde durante los últimos seis años, había
bajado mi ventanilla para escuchar el crujido de los neumáticos en las rocas.
Era una dulce tortura, un dolor que odiaba amar. Durante un kilómetro y medio
me concentraba en ese ruido. La camioneta llegó a la carretera asfaltada de las
afueras de Cross Acres. Era un camino directo de aquí a mi casa. Había
conducido este tramo tantas veces que juraría que podría hacerlo con los ojos
vendados. El extraño color del cielo me llamaba la atención. No solo me
preocupaba el rancho de Jack; la granja de mis padres también estaba en
peligro, al igual que la de todas las personas que conocía. Nuestras casas
estaban en peligro. Toda la forma de vida de Mason Belle estaba actualmente en riesgo.
El hedor de la madera y los arbustos ardientes se
metió en la cabina del camión cuando encendí el aire acondicionado para
mantenerme despierto, y encontré la única emisora de radio que no estaba repleta
de noticias en lugar de música. No recordaba mucho después de haber girado en
la entrada de mi casa, incluyendo el estacionamiento, el paseo por el interior
o el aterrizaje de cara en mi colchón sin cambiarme de ropa.
No fue hasta que el sonido del móvil me sacó del
sueño que me di cuenta de dónde estaba. Me di la vuelta en busca de mi teléfono
y lo encontré en mi bolsillo. La pantalla mostraba tres llamadas perdidas de
Jack y me lo acerqué al oído.
—¿Hola? —Me moví en el colchón y miré fijamente al
techo. Me ardían los ojos incluso detrás de los párpados cerrados.
—Austin, el viento se ha levantado. El fuego se
mueve rápido. Necesito que reúnas a los chicos y traigas a tantos como puedas.
Tenemos que darnos prisa.
Debería haber entrado en pánico, pero me mantuve
en calma.
—¿Tan rápido? —Lo cuestioné. Si hubiera dormido
más, me habría dado cuenta de que si Jack llamaba se trataba de una emergencia.
—Ráfagas de hasta cien kilómetros por hora.
En mi mente cansada traté de hacer las cuentas.
Incapaz de llegar a la respuesta entendí lo suficiente como para saber que los
incendios estaban a unos ciento diez kilómetros cuando me fui. Dos horas más
tarde, con vientos agresivos, las llamas lamían rápidamente la tierra y todo lo
que encontraba a su paso.
—Estoy en camino.
—¿Te pondrás en contacto con los chicos? —preguntó.
No había una forma fácil de decírselo, aunque
tenía que saberlo.
—Jack. —Me pasé la mano por el pelo y mis pies se
movieron más rápido que mi boca—. Puedo llamar. Pero si se mueve tan rápido,
todos tratarán de salvar sus casas y sus propios rebaños. Si conoces a alguien
en los condados vecinos, sería bueno llamarlos.
Cuando encontré mis llaves en la cocina, Jack
todavía no había respondido.
—¿Jack? —pregunté de nuevo y cerré la puerta
detrás de mí.
—Haz lo mejor que puedas, hijo.
Esa era la peor pesadilla de todo ranchero. La
devastación era más profunda que las implicaciones financieras. La pérdida de
parte de un rebaño, el daño a la tierra, el peligro potencial, todo ello se
comía el alma de un hombre porque su corazón estaba en cada pieza de esa
granja. Después de cortar la comunicación con Jack, escribí un mensaje de texto
en grupo para los hombres de Mason Belle. Menos mal que el camino de mi casa a
la de Jack era recto, ya que mi atención estaba en todas partes menos en él. Mi
SOS masivo no pasó desapercibido, pero no había mucha mano de obra disponible.
Nos conformaríamos con que la mitad de los empleados de Jack aparecieran.
Cuando pasé la intersección de la Ruta 14 miré fijamente la calle oscura y recé
para que mis padres estuvieran a salvo. El fuego me perseguía por detrás, los
vientos eran fuertes, y me preguntaba si sería mejor salvarnos, pero esa no era
la forma de vida de un ranchero.
Mis neumáticos chirriaron cuando salieron del
pavimento y giraron para golpear la grava. La parte de atrás de la camioneta derrapó
antes de alcanzar la puerta de hierro de Cross Acres. Aparqué junto al vehículo
de Corey y abrí la puerta. Todas las luces de la casa estaban encendidas y el
granero estaba iluminado como el cuatro de julio. El fuego ya no nos molestaba
desde más allá del horizonte, podía verlo bailando en el corazón de Mason
Belle. Luché contra el viento y el hollín para entrar en el granero.
Corey, junto con una impresionante mujer y una
joven, esperaban más allá de las puertas. Supuse que eran Alexandra y Jessica,
aunque no se hicieron presentaciones. Corey señaló una esquina fuera del camino
y las dos se fueron sin dudarlo. Se inclinó hacia mí para que no pudieran
oírlo.
—No podía dejarlas en casa.
—No tienes que explicarte. —No tenían familia
aquí. Era lógico ponerlas a salvo para poder hacer su trabajo—. ¿Dónde está Jack?
Corey agitó la cabeza y se encogió de hombros. El
miedo le abrió los ojos y la vena de su cuello latió con un pulso visible.
—No he visto a nadie desde que llegué.
Tommy y Brock habían estado aquí, pues sus
camionetas sí estaban. Y la de Jack estaba estacionada donde siempre.
—Revisa cuántos caballos faltan. Voy a revisar la
casa.
Empecé a moverme mientras Corey seguía hablando.
Incluso los rancheros experimentados no deberían salir sin un plan. Podía pasar
cualquier cosa y encontrarse a kilómetros de distancia de la ayuda. Las señales
de los móviles no eran fiables, y si nadie sabía tu ubicación tampoco sabían
dónde buscar. No podía imaginarme por qué Jack se habría ido antes de que yo
llegara.
—Estoy seguro de que está bien. —Mi voz no era tan
firme como esperaba—. Ensilla a Nugget para mí. Vuelvo enseguida.
Corey no hizo más comentarios. Sus pasos se
volvieron tan rápidos como los míos. Antes de cabalgar hasta el final de la
propiedad con un ranchero inexperto, necesitaba asegurarme de que el viejo no estaba
por los alrededores y grité su nombre.
—¿Jack? —Abrí cada puerta de la casa y revisé cada
habitación. Las escaleras pasaban bajo mis pies de dos en dos. No estaba en el
primer ni en el segundo piso—. ¡Jack! —Mi voz resonó en las paredes, pero no
obtuve respuesta. La casa estaba vacía.
La puerta mosquitera rebotó salvajemente contra el
marco por la fuerza innecesaria con la que la empujé. Se agitó detrás de mí
cuando finalmente se cerró. Para entonces, estaba a medio camino del granero.
—¿Corey? ¿Tienes a Nugget listo? —Demonios, solo
habían pasado tres minutos desde que le había pedido que ensillara el caballo y
ahí estaba con las riendas en la mano.
—Listo para partir. —Me entregó las tiras de cuero—.
Se han perdido seis caballos. ¿Quieres que cabalgue contigo?
Rechazarlo me haría tan tonto como el hombre al
que quería encontrar. Corey entendió mi asentimiento brusco y se fue hacia los
establos. Afortunadamente, tenía un caballo preparado. Esperaba que no fuera
uno que hubiera trabajado todo el día. Perder el tiempo no estaba en mis planes.
Si Corey notó mi irritación, no me lo dijo. Siguió
el ritmo mientras el caballo que yo montaba galopaba delante de él. Mi estómago
retumbó con un recordatorio de que no había comido en horas, y deseaba haber
agarrado algo dentro de la casa. No sabía a qué nos enfrentábamos, así que el
hambre tendría que esperar.
Corey y yo cabalgamos tan al sur como pudimos. Una
densa capa de humo se comió todo el aire respirable. Me picaban los ojos, el
hollín se asentaba en mis brazos y piernas, y cada paso que dábamos hacia el
fuego solo amplificaba nuestras toses. Ralentizamos a los caballos para que
miraran a su alrededor, pero con el humo era bastante difícil.
—¿Ves a alguien? —pregunté por encima del viento.
Corey escudriñó los alrededores y, finalmente,
apuntó al suroeste.
—¡Allí!
A lo lejos, se distinguían cinco caballos montados
empujando una pequeña manada. Corey no esperaba una invitación. Cuando di la
orden para que Nugget se moviera, me siguió. Metí mis talones en las ancas del
caballo instándole a que tomara velocidad. A medida que su ritmo aumentaba me
hundí hasta su cuello y sostuve las riendas. Mi cuerpo fluía al ritmo del
animal, y con cada zancada mi corazón golpeaba más fuerte bajo mi esternón. El
aire atravesaba la melena de Nugget y silbaba junto a mis oídos, ahogando el
crepitar del fuego, del viento y de la estampida de las pezuñas que avanzaban.
Mantenerme más abajo en la silla de montar me
ayudó a evitar parte del humo, pero era peligroso para Nugget usar ese aire
contaminado para alimentar mi carrera. Necesitábamos llevar los caballos y el
ganado lo más lejos posible, hacia el este, ya que era la única esperanza de
salvarlos. Las llamas llegaban rápido. El viento les daba impulso, y a cada
minuto que pasaba el escenario empeoraba.
—¿Dónde está Jack? —le pregunté a Tommy. Solo
había cuatro tipos con él, y Jack no era uno de ellos.
—Volvió a por los rezagados —contestó.
Jack siempre había tenido mentalidad de manada. No
debería sorprenderme que hubiera ido tras unas cuantas cabezas que no podían
seguir el ritmo. En cualquier otra circunstancia habría tenido sentido, pero no
en estas. Salvar sus vidas podría significar perder la suya.
—Tommy, ¿a qué distancia estaban? —grité para que
me escuchara.
—A un par de cientos de metros cuando fue tras
ellos. —Detuvo su caballo y lo giró hacia mí.
No necesitaba más información. Su expresión parecía
ser el certificado de defunción de Jack. En ese momento, no estaba seguro de
quién era más idiota, si Jack o yo.
—Corey, ve con Tommy. Voy a ver si puedo
encontrarlo. —Sabía que no debía ir solo. Jack también sabía que no debía ir a
buscar unas míseras cabezas. Sin embargo, él lo había hecho, y yo también
estaba a punto de hacerlo.
Corey me hizo un guiño brusco y Tommy sacudió la
cabeza. Los otros no se dieron cuenta. El tiempo era un bien precioso del que carecíamos,
y yo lo estaba consumiendo mientras seguía allí. Antes de irme, Corey me lanzó
un pañuelo que me até al cuello y que luego levanté sobre mi boca y mi nariz. Entonces
agité las riendas hacia la izquierda y me dirigí hacia el brillante infierno
que iluminaba el cielo nocturno.
Todos los puntos de referencia habían
desaparecido, el humo obstruía el paisaje e imposibilitaba el rastreo. El fuego
parecía arder en un círculo que me rodeaba desde todos los ángulos. Fue la
primera vez en años que agradecí conocer estos pastos como si fueran míos.
Había pasado la mayor parte de mi vida aquí. Cualquier otro se habría perdido. Sin
esperanza de encontrar a Jack, estuve a punto de dar media vuelta para salvar a
Nugget y a mi mismo, hasta que la silueta de Medianoche que se alzaba en la
distancia me llamó la atención. Si hubiera tenido una cámara, la foto podría
haber ganado unos cuantos premios. Era una bestia, enorme pero elegante. Las
llamas estaban demasiado cerca y el semental estaba descontento, a pesar de que
se erguía firme y obedecía las órdenes de Jack.
Nugget se dirigió a donde le dije a un ritmo que
no era justo para él, dadas las condiciones. Conté las vacas por las que Jack había
arriesgado su vida y me dieron ganas de retorcerle el cuello al viejo. Doce.
Doce cabezas. Había arriesgado su vida, la mía, y la de dos caballos por doce
malditas cabezas.
—¡Jack! —Ningún hombre podría pelear con una
manada asustada desde un caballo—. ¡Jack! Tenemos que salir de aquí. —Tosí y
traté de proteger mi cara con el brazo; desafortunadamente, el único aire
limpio flotaba cerca del suelo.
Jack no se movió, ni tampoco dos de las reses más
cercanas a él. Cuando me acerqué me di cuenta de por qué. El hedor era
horrible, era más que heno quemado y madera chamuscada. Jack no había sacado a
todos los rezagados, y el par de vaquillas que se hallaban junto a las pezuñas
de Medianoche necesitaban ser sacrificadas. Había salido de la casa con tanta
prisa que no pensé en coger un arma. Jack sí.
No había tiempo para debatirlo. O les disparaba o las
dejábamos sufrir. No eran mascotas. Ninguna tenía nombre. Pero para Jack Adams
eran parte de su rancho, y el rancho significaba todo para él.
—¿Necesitas que lo haga? —Hablé lo suficientemente
fuerte para que me escuchara.
Con la escopeta en la mano, lanzó su pierna sobre
la silla y se deslizó hacia abajo. Jesús, iba a hacer que nos mataran a los
dos. Mi atención se interpuso entre él y el fuego que se arrastraba hacia
nosotros. El estruendo del primer disparo fue rápido, reverberando en el aire
espeso de la noche. Contuve la respiración cuando se produjo la segunda
explosión. Jack se arrodilló. Lo había visto en películas cientos de veces.
Allí, frente a mí, dejó caer el arma, sus brazos cayeron a los lados, y se fue
de cara a la tierra como si hubiera recibido la bala en lugar del animal.
Joder. Bajé del caballo y me acerqué corriendo a
él. Pensaba que se había desmayado por la inhalación de humo. En el peor de los
casos, habría sufrido un ataque al corazón. No tenía ni idea. Tampoco tuve
tiempo de evaluar la situación. Nugget y Medianoche estaban ansiosos. No pasaría
mucho tiempo más hasta que salieran corriendo. Si lo hacían, las vacas no
serían las únicas que sucumbirían a las fuerzas de la naturaleza.
En una fracción de segundo tomé una decisión.
Agarré a Jack por la cintura, y cuando no se puso de pie, puse toda mi energía
en mis muslos para levantar su peso muerto. Agarré las riendas de Medianoche e
intenté asegurar a Jack a la silla. Esperaba que Medianoche no se asustara o
sería un desastre. No podía salvar las otras diez cabezas y tampoco podía
dejarlas sufrir, así que hice lo que tenía que hacer lo más rápido posible y
monté mi caballo.
La evidencia de la masacre pronto sería borrada.
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