PÁGINAS

viernes, 4 de marzo de 2016

RELATO: La Tormenta de Sonia López Souto

La Tormenta  
de Sonia López Souto

Nunca antes he desobedecido a mi padre. Lo adoro y siempre lo he considerado un hombre sabio y juicioso. Pero cuando me informó de que me desposaría con Connor MacGregor, deseé que el suelo se abriese bajo mis pies y me tragase. Hubiera sido lo mejor, la verdad. La fama de ese hombre lo precede y no es necesariamente buena. Por algo mi padre lo quiere a su lado. Y por eso estoy yo en los establos, ensillando mi caballo.
No sé muy bien a dónde iré ni qué haré, lo único que tengo claro es que no me quedaré aquí esperando a un esposo al que tachan de bárbaro y sanguinario. No es esa la idea que yo tengo en mente para el hombre con el que he de compartir mi vida. Y no me importa si mi padre se enfurece conmigo por huir. Esta vez se ha equivocado y mucho.
Cuando abandono el establo, la noche me envuelve y puedo salir del castillo sin ser vista. Conocer el terreno ayuda bastante. Reviso las alforjas de mi caballo y monto sobre él al sentirme segura de que no me verán. Lo espoleo obligándolo a salir al galope. Para cuando sepan de mi desaparición, ya estaré muy lejos.
La luna ilumina mi camino en las pocas ocasiones en que se digna a aparecer tras las nubes. Sé que pronto comenzará a llover, pero no puedo permitirme buscar un refugio. Todavía estoy cerca de casa.
La tormenta me sorprende horas más tarde, cuando ya amanece. Me encuentro ya en el lago pero no puedo avanzar más sobre el caballo, así que desciendo de él y lo arrastro tras de mí. Se resiste porque le asustan los truenos. En cualquier otra circunstancia, lo habría dejado libre para que regresase a casa, pero no ahora. No hoy. Lo necesito para huir del cruel destino que se me ha impuesto.
Un relámpago oculta las pocas sombras de la noche que quedan todavía y segundos después se escucha el ensordecedor rugido de un trueno. Mi caballo, loco por el miedo, se encabrita. Trato de tranquilizarlo pero las riendas se me escurren de entre las manos. Se gira dispuesto a abandonarme y cuando intento evitarlo, me golpea con sus cuartos traseros. No me hace daño, realmente, pero sí me desequilibra.
El resbaladizo suelo a mis pies provoca mi caída y me deslizo inexorablemente ladera abajo en dirección al lago. Sus gélidas aguas me reciben de buen grado, y siento como el pánico me invade mientras mis ropas se empapan y empiezan a pesar. No sé nadar, nunca me han enseñado, por lo que sé lo que sucederá a continuación.
Braceo a la desesperada intentando salir a flote pero mi vestido mojado se enreda en mis piernas y me impide impulsarme. Trato de gritar pero sólo consigo que el agua entre antes en mis pulmones. Sé que voy a morir y aunque horas antes lo había deseado, ahora sólo puedo pensar en que quiero vivir.
Mi cuerpo se hunde una última vez en el lago y ya no sale. Trato de aguantar la respiración todo cuanto puedo, para robarle unos segundos más a la muerte, pero sé que es en vano. La vida de Janet Fraser acabará como empezó, sumergida en agua.
Entonces, siento cómo mi cuerpo se eleva. Noto el peso de la ropa pero no toco el suelo, por lo que supongo que estoy volando. Hacia el creador. ¿Qué otra cosa podría ser sino? Me convulsiono con cada movimiento, el aire ya no me es necesario pero mis pulmones no deben saberlo todavía. Finalmente toco tierra. ¿Habré llegado al cielo?
Siento unos fuertes labios sobre los míos, que insuflan vida en mi cuerpo pero me niego a abrir los ojos. No todavía, cuando me siento tan bien. Quiero disfrutar de mi remanso de paz antes de enfrentarme a la eternidad de mi alma, lejos de mi cuerpo terrenal.
De nuevo los labios insisten en llenarme por dentro del aliento vital. Y es entonces cuando mis pulmones reaccionan y expulsan el agua que los encharca. Toso y me revuelvo. Unas poderosas manos me sujetan con delicadeza y acarician mi espalda, consolándome. Cuando dirijo mi mirada hacia su dueño, me encuentro con los ojos más azules que he visto en mi vida.
-¿Eres un ángel? – logro decir con voz ronca.
-No soy ningún ángel, muchacha – su voz lo desmiente. Nadie en la tierra podría tener una voz tan dulce y dura al mismo tiempo.
Ni un rostro tan bello. Ni aquel cuerpo fuerte que se aprieta contra el mío y me mantiene a salvo de las inclemencias del tiempo. Definitivamente es un ángel. Mi ángel.
-Eres un ángel – repito. Ya no pregunto, sino que lo afirmo, y una sonrisa brilla en su perfecto rostro.
-Seré tu ángel si es lo que quieres – me susurra, provocando escalofríos en mí, que nada tienen que ver con que esté empapada y en medio de la nada, a la intemperie.
Consciente por primera vez desde que abrí los ojos de lo que me rodea, comprendo que sigo en el lago y que la tormenta no ha amainado. Miro a mi ángel salvador y mis ojos se abren de sorpresa al comprender que es un hombre y no un ser celestial. Intento apartarme de él pero me lo impide.
-No vayas a temerme ahora, muchacha – me dice, sin dejar de mirarme a los ojos – No te he salvado la vida para arrebatártela después.
Le creo. No sé quien es ni qué hace aquí, pero le creo. Inconscientemente me acerco más y él aprieta su abrazo. Cuando baja la cabeza yo elevo la mía y nuestros labios se juntan. Recuerdo esos labios pero el tacto ahora no es el mismo. Siento la urgencia en aquel beso y me pierdo en su devastadora seguridad. Sabe lo que quiere y lo exige. Y yo solo puedo ofrecérselo sin reservas.
Cuando rompe el contacto y me toma en sus brazos, no protesto. Simplemente hundo mi rostro en su pecho y rodeo su cuello con mis brazos. Iré a donde me lleve. Nada más me importa. Si es al infierno, lo seguiré hasta arder con él.
El cansancio y la experiencia en el lago hacen mella en mí y me duermo en sus poderosos brazos. Ni me sorprende la fe ciega que he depositado en él, porque mi corazón me dice que es a su lado donde debo estar. Que he nacido para pertenecerle.
-La habéis encontrado – escucho decir a mi padre horas después.
-Os dije que lo haría – dice mi salvador, sin dejar de sostenerme, mientras me lleva a mis aposentos.
Estamos de vuelta en el castillo y mi aciago destino está de nuevo acechándome. ¿Cómo podré ahora desposarme con un cruel asesino, estando enamorada de mi ángel? Un ángel que mi padre envió en mi busca.
-Espero que este contratiempo no os haga cambiar de opinión respecto al matrimonio, Connor.
-Sólo reafirma mi intención de hacerla mi esposa, Ian – dice él con la seguridad de quién se sabe vencedor.
Y ha de ser así, porque ahora que sé quién es, nadie impedirá que me despose con él. Ni una reputación como la que tiene. Sin duda, algo de mentira ha de haber, pues unos ojos tan limpios y puros como aquellos no pueden esconder un alma oscura como la que se empeñan en relatar en las historias sobre MacGregor, el bárbaro.
Lo miro a los ojos en cuanto nos quedamos solos en mi alcoba. Esto no debería estar sucediendo pero nadie ha protestado ni lo ha impedido. Una sincera sonrisa en sus labios ilumina también sus ojos azules y sé que todo estará bien.
-Ahora eres mía, Janet – me dice – No vuelvas a poner tu vida en peligro, porque no soportaría perderte.
-No pareces un bárbaro – digo.
-No para ti – me deposita en la cama – Nunca para ti.
Cuando me besa, sé que he encontrado mi lugar. Connor es mi vida ahora y no puedo creer que haya querido huir de él. Bendita tormenta que me frenó y nos hizo encontrarnos.

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