La Tormenta
Nunca antes he
desobedecido a mi padre. Lo adoro y siempre lo he considerado un hombre sabio y
juicioso. Pero cuando me informó de que me desposaría con Connor MacGregor,
deseé que el suelo se abriese bajo mis pies y me tragase. Hubiera sido lo
mejor, la verdad. La fama de ese hombre lo precede y no es necesariamente
buena. Por algo mi padre lo quiere a su lado. Y por eso estoy yo en los
establos, ensillando mi caballo.
No sé muy
bien a dónde iré ni qué haré, lo único que tengo claro es que no me quedaré
aquí esperando a un esposo al que tachan de bárbaro y sanguinario. No es esa la
idea que yo tengo en mente para el hombre con el que he de compartir mi vida. Y
no me importa si mi padre se enfurece conmigo por huir. Esta vez se ha
equivocado y mucho.
Cuando abandono
el establo, la noche me envuelve y puedo salir del castillo sin ser vista.
Conocer el terreno ayuda bastante. Reviso las alforjas de mi caballo y monto
sobre él al sentirme segura de que no me verán. Lo espoleo obligándolo a salir
al galope. Para cuando sepan de mi desaparición, ya estaré muy lejos.
La luna
ilumina mi camino en las pocas ocasiones en que se digna a aparecer tras las
nubes. Sé que pronto comenzará a llover, pero no puedo permitirme buscar un
refugio. Todavía estoy cerca de casa.
La tormenta
me sorprende horas más tarde, cuando ya amanece. Me encuentro ya en el lago
pero no puedo avanzar más sobre el caballo, así que desciendo de él y lo
arrastro tras de mí. Se resiste porque le asustan los truenos. En cualquier
otra circunstancia, lo habría dejado libre para que regresase a casa, pero no
ahora. No hoy. Lo necesito para huir del cruel destino que se me ha impuesto.
Un relámpago
oculta las pocas sombras de la noche que quedan todavía y segundos después se
escucha el ensordecedor rugido de un trueno. Mi caballo, loco por el miedo, se
encabrita. Trato de tranquilizarlo pero las riendas se me escurren de entre las
manos. Se gira dispuesto a abandonarme y cuando intento evitarlo, me golpea con
sus cuartos traseros. No me hace daño, realmente, pero sí me desequilibra.
El
resbaladizo suelo a mis pies provoca mi caída y me deslizo inexorablemente
ladera abajo en dirección al lago. Sus gélidas aguas me reciben de buen grado,
y siento como el pánico me invade mientras mis ropas se empapan y empiezan a
pesar. No sé nadar, nunca me han enseñado, por lo que sé lo que sucederá a
continuación.
Braceo a la
desesperada intentando salir a flote pero mi vestido mojado se enreda en mis
piernas y me impide impulsarme. Trato de gritar pero sólo consigo que el agua
entre antes en mis pulmones. Sé que voy a morir y aunque horas antes lo había
deseado, ahora sólo puedo pensar en que quiero vivir.
Mi cuerpo se
hunde una última vez en el lago y ya no sale. Trato de aguantar la respiración
todo cuanto puedo, para robarle unos segundos más a la muerte, pero sé que es
en vano. La vida de Janet Fraser acabará como empezó, sumergida en agua.
Entonces,
siento cómo mi cuerpo se eleva. Noto el peso de la ropa pero no toco el suelo,
por lo que supongo que estoy volando. Hacia el creador. ¿Qué otra cosa podría
ser sino? Me convulsiono con cada movimiento, el aire ya no me es necesario
pero mis pulmones no deben saberlo todavía. Finalmente toco tierra. ¿Habré
llegado al cielo?
Siento unos
fuertes labios sobre los míos, que insuflan vida en mi cuerpo pero me niego a
abrir los ojos. No todavía, cuando me siento tan bien. Quiero disfrutar de mi
remanso de paz antes de enfrentarme a la eternidad de mi alma, lejos de mi
cuerpo terrenal.
De nuevo los
labios insisten en llenarme por dentro del aliento vital. Y es entonces cuando
mis pulmones reaccionan y expulsan el agua que los encharca. Toso y me revuelvo.
Unas poderosas manos me sujetan con delicadeza y acarician mi espalda,
consolándome. Cuando dirijo mi mirada hacia su dueño, me encuentro con los ojos
más azules que he visto en mi vida.
-¿Eres un
ángel? – logro decir con voz ronca.
-No soy
ningún ángel, muchacha – su voz lo desmiente. Nadie en la tierra podría tener
una voz tan dulce y dura al mismo tiempo.
Ni un rostro
tan bello. Ni aquel cuerpo fuerte que se aprieta contra el mío y me mantiene a
salvo de las inclemencias del tiempo. Definitivamente es un ángel. Mi ángel.
-Eres un
ángel – repito. Ya no pregunto, sino que lo afirmo, y una sonrisa brilla en su
perfecto rostro.
-Seré tu
ángel si es lo que quieres – me susurra, provocando escalofríos en mí, que nada
tienen que ver con que esté empapada y en medio de la nada, a la intemperie.
Consciente
por primera vez desde que abrí los ojos de lo que me rodea, comprendo que sigo
en el lago y que la tormenta no ha amainado. Miro a mi ángel salvador y mis
ojos se abren de sorpresa al comprender que es un hombre y no un ser celestial.
Intento apartarme de él pero me lo impide.
-No vayas a
temerme ahora, muchacha – me dice, sin dejar de mirarme a los ojos – No te he
salvado la vida para arrebatártela después.
Le creo. No
sé quien es ni qué hace aquí, pero le creo. Inconscientemente me acerco más y
él aprieta su abrazo. Cuando baja la cabeza yo elevo la mía y nuestros labios
se juntan. Recuerdo esos labios pero el tacto ahora no es el mismo. Siento la
urgencia en aquel beso y me pierdo en su devastadora seguridad. Sabe lo que
quiere y lo exige. Y yo solo puedo ofrecérselo sin reservas.
Cuando rompe
el contacto y me toma en sus brazos, no protesto. Simplemente hundo mi rostro
en su pecho y rodeo su cuello con mis brazos. Iré a donde me lleve. Nada más me
importa. Si es al infierno, lo seguiré hasta arder con él.
El cansancio
y la experiencia en el lago hacen mella en mí y me duermo en sus poderosos
brazos. Ni me sorprende la fe ciega que he depositado en él, porque mi corazón
me dice que es a su lado donde debo estar. Que he nacido para pertenecerle.
-La habéis
encontrado – escucho decir a mi padre horas después.
-Os dije que
lo haría – dice mi salvador, sin dejar de sostenerme, mientras me lleva a mis
aposentos.
Estamos de
vuelta en el castillo y mi aciago destino está de nuevo acechándome. ¿Cómo
podré ahora desposarme con un cruel asesino, estando enamorada de mi ángel? Un
ángel que mi padre envió en mi busca.
-Espero que
este contratiempo no os haga cambiar de opinión respecto al matrimonio, Connor.
-Sólo
reafirma mi intención de hacerla mi esposa, Ian – dice él con la seguridad de
quién se sabe vencedor.
Y ha de ser
así, porque ahora que sé quién es, nadie impedirá que me despose con él. Ni una
reputación como la que tiene. Sin duda, algo de mentira ha de haber, pues unos
ojos tan limpios y puros como aquellos no pueden esconder un alma oscura como
la que se empeñan en relatar en las historias sobre MacGregor, el bárbaro.
Lo miro a los
ojos en cuanto nos quedamos solos en mi alcoba. Esto no debería estar sucediendo
pero nadie ha protestado ni lo ha impedido. Una sincera sonrisa en sus labios
ilumina también sus ojos azules y sé que todo estará bien.
-Ahora eres
mía, Janet – me dice – No vuelvas a poner tu vida en peligro, porque no
soportaría perderte.
-No pareces un
bárbaro – digo.
-No para ti –
me deposita en la cama – Nunca para ti.
Cuando me
besa, sé que he encontrado mi lugar. Connor es mi vida ahora y no puedo creer
que haya querido huir de él. Bendita tormenta que me frenó y nos hizo
encontrarnos.
Me encantó el relato, muchisimas gracias Mayte
ResponderEliminarSe me ha echo muy corto... Que bonito!
ResponderEliminarSe me ha echo muy corto... Que bonito!
ResponderEliminarHombres protectores... son mi debilidad <3
ResponderEliminarGracias chicas!!! Es una satisfacción saber que el trabajo de una se valora. :)
ResponderEliminarUn beso!!
Me encantó!!!!
ResponderEliminarConsigues que nos emocionemos con tan pocas palabras... genial!!
ResponderEliminarMuy bonito y tierno.
ResponderEliminarMuy bonito y tierno.
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