Anya
La
puerta del despacho de al lado se abre de golpe y mis dedos se detienen en el
teclado. Respiro profunda y lentamente, y giro la cabeza. Mi jefe está de pie
en la puerta, con una expresión atronadora. No es nada nuevo, siempre parece cabreado
por una cosa u otra.
—¿Ha enviado
Wellington los informes financieros? —me dice.
—Todavía no —respondo
con calma.
Suelta un gruñido y
vuelve a su despacho, cerrando la puerta de un portazo. Apenas parpadeo ante el
sonido, demasiado acostumbrada después de un año y medio aquí.
Trabajar en Gilbert
Homes, una empresa de diseño de interiores que se jacta de las mejores
renovaciones a los precios más altos, es, definitivamente, uno de los logros más
interesantes de mi vida. Por un lado, la paga es increíble, y mis compañeros de
trabajo son amables y abiertos.
Por otro lado... está
Zach Cooper.
Hace un año y medio,
justo antes de asumir mi puesto como su secretaria, Gilbert Homes pasó por una
gran reestructuración. Vincent Cooper, el anterior jefe de la compañía, fue
expulsado sin ceremonias de su asiento por su propio hijo, que asumió su
posición y se hizo cargo. Zach era un increíble hombre de negocios que conocía
el mercado, a la gente, y negociaba mucho mejor que su padre.
Desafortunadamente,
Zach es frío e inaccesible con sus empleados. No hay una sola persona que haga algo
bien. No importa lo mucho que intentemos perfeccionar nuestras ideas y
presentaciones, nada está a su altura. Siempre hay algo malo.
Miro la puerta del
despacho. Es un perfeccionista extremo, y no tiene buen carácter, pero está muy
bueno.
Vaya que sí.
Muy, muy bueno.
En mi primer día de
trabajo, esperaba ser recibida por el canoso Vincent Cooper y me quedé muy
sorprendida cuando me encontré cara a cara con el joven Zach Cooper en su
lugar. Su pelo liso era tan negro como la noche, y sus ojos grises y
almendrados me atravesaron. Desde el momento en que lo conocí, me sentí
físicamente atraída por él, atraída por un magnetismo que aún no puedo quitarme
de la cabeza, por mucho que lo intente.
No importa cuántas
veces me regañe, ni que se olvide de decir «por favor», ni que me diga que mi
trabajo es una mierda; no puedo dejar de fantasear con besarlo, tocarlo,
sentirlo moverse sobre mí...
La puerta se abre de
golpe otra vez. Ahora sí que salto, sorprendida por mis fantasías. Me aclaro la
garganta y miro a Zach, cuyos ojos se entornan.
—¿Qué estás haciendo?
—me pregunta.
No estoy trabajando,
obviamente.
—Pensando en la mejor manera de responder a
este correo electrónico —respondo, agradecida de que mis manos aún estén en las
teclas.
Zack me mira con
recelo, pero lo deja pasar, incapaz de acusarme de holgazanear cuando no tiene
pruebas. Evito sus ojos, no queriendo caer en su profundo reflejo. Dios, es un
imbécil. Pero es un imbécil atractivo que me hace querer hacer cosas que serían
muy inapropiadas en el lugar de trabajo.
—Llama a Hummings para
que suba ahora mismo —dice, y luego se mete en su despacho de nuevo.
Pongo los ojos en
blanco, luego cojo el teléfono y marco el número de mantenimiento interno.
Bostezo
cuando abro la puerta de mi apartamento, pero se me forma una sonrisa al
escuchar la risa infantil que proviene de dentro. Cuando entro, dos personas
miran hacia arriba. La joven, Katrina Beverly, levanta la vista y sonríe al
verme, pero se queda sentada en el suelo, ya que el niño de cuatro años está
sentado en su regazo. Ryan, mi hijo, mira hacia arriba y chilla felizmente.
—¡Mamá!
—grita corriendo hacia mí. Me rodea las rodillas con sus brazos.
—Hola, cariño —le
digo, sintiendo que todo el estrés del día desaparece ante la visión de la
sonrisa alegre de Ryan—. ¿Qué habéis hecho hoy?
—¡Fuimos al parque! —exclama
Ryan—. ¡Y comí helado!
Rio. Katrina me dijo
esta mañana que quería llevar a Ryan a una pequeña feria local, y le di permiso
para comprarle un dulce o dos si se comportaba. Ahora Katrina me sonríe mientras
se pone en pie—. Luego volvimos y jugamos un rato, ¿verdad? —le pregunta a Ryan—.
Y me ayudaste a preparar la cena.
—Lavé las zanahorias —dice
Ryan con orgullo.
—Bien hecho —lo
elogio—. Apuesto a que será la mejor comida que he probado en mi vida.
Ryan se aleja y se
pone a recoger sus juguetes.
—Gracias —le digo a
Katrina—. Mañana es sábado, así que te veré el lunes.
—Por supuesto. —Sonríe.
Empleo a Katrina tres
días a la semana. Los otros dos días, Ryan va a una guardería y los fines de
semana me quedo en casa con él. Lo único bueno de Zach es que ha sido muy
comprensivo con respecto a que yo tenga un hijo pequeño. Los días que está en
la guardería, siempre salgo a la hora en punto por mucho trabajo que haya
retrasado, y me niego a trabajar los fines de semana. Aunque Zach nunca ha
reconocido abiertamente que lo entiende, siempre lo ha dejado pasar. Es una de
las pocas pruebas que tengo para afirmar que Zach no es tan bastardo como deja
creer a todo el mundo.
Katrina se va y
cierro la puerta tras ella. Tengo algo de hambre, pero la cena puede esperar un
poco; no he visto a Ryan en todo el día y me gustaría pasar un rato con él
antes de que se vaya a la cama. Me acerco a donde está sentado en el suelo.
—¿Me das la camioneta?
—pregunto.
Emocionado, Ryan me
entrega una camioneta azul y pasamos la siguiente hora corriendo por la
habitación. Los gritos de risa de Ryan son música para mis oídos, pero llega el
momento de meterlo en la cama.
Ryan es todo mi
mundo. Él es la razón por la que soporto a Zach. A veces, sin embargo, no puedo
evitar preguntarme si seré capaz de soportarlo por mucho más tiempo. Zach es un
jefe difícil. Es exigente, muy crítico, y espera que hagamos todo perfectamente
a la primera. A veces también es cruel. El otro día hizo llorar a la pobre
Sarah, una de las publicistas, después de regañarla por su ética de trabajo y
por su forma de vestir.
No es justo ni
correcto. Hay días en los que miro a Zach y pienso en lo fácil que sería
dejarlo. Luego pienso en Ryan y en lo difícil que sería conseguir otro trabajo
en tan poco tiempo. No puedo permitirme perder mi trabajo. Necesito dinero para
pagar mis cuentas y mantener a mi hijo.
—Mi jefe,
probablemente, solo necesita echar un polvo —murmuro con malicia mientras saco
mi cena de la nevera.
Tal vez sea porque
estoy cansada de los hombres, o tal vez porque he puesto todo mi esfuerzo en
Ryan, pero no he estado con nadie desde que Travis Gunter, el padre de Ryan, me
abandonó al enterarse de que estaba embarazada.
Si Zach necesita
tener sexo... ¿por qué no tengo sexo con él? Todo encaja. Me siento físicamente
atraída por él, y eso aliviaría una picazón que no he podido aliviar yo sola. Algo
en mi mente me dice que no funcionaría. Tal vez soy yo la que necesita tener
sexo. Ha pasado tanto tiempo que lo extraño de vez en cuando. No es que me
arrepienta de haber sido célibe por el bien de Ryan, pero, sí... a veces me
gustaría. Y si tengo que elegir a alguien en mi vida con quien quiero tener
sexo ahora mismo, definitivamente sería Zach. Su buena apariencia compensa su
personalidad.
Me llevo el plato a
la mesa y pienso en seducirlo. Qué locura, ¿de verdad estoy pensando en eso? ¿En
serio quiero intentar seducir a Zach Cooper? Tengo que estar muy segura, porque
no quiero que me despidan. Me imagino a Zach, su cuerpo alto, sus músculos
anchos, su cara angulosa. Imagino sus caderas empujando contra las mías...
Mi estómago se
aprieta. Sí, definitivamente, voy a ir a por ello.
Anya
El fin de semana pasa
volando y el lunes ya está aquí. Me he sacado de la cabeza seducir a Zach y me
he centrado en Ryan, pero ahora que tengo que ir a trabajar vuelvo a pensar en
ello. Me pongo un sujetador de encaje blanco y dejo un botón desabrochado en mi
blusa. Luego me recojo el pelo en un moño y dejo algunos mechones sueltos para
que me enmarquen la cara. Me aplico con cuidado un lápiz labial que es un poco
más oscuro de lo normal.
Es todo lo que puedo
hacer. No me considero una mujer poco atractiva, pero Zach nunca me ha mirado
dos veces, así que necesito forzar su atención. Mi estómago está encogido. Ha
pasado mucho tiempo, pero creo que todavía sé cómo jugar el juego. Pero hay una
duda que se repite en mi mente: ¿estoy realmente dispuesta a apostarlo todo?
¿Quiero arriesgar todo lo que tengo, mi trabajo, mi estabilidad, mis
referencias, por el sexo?
Entonces recuerdo a
Zach diciéndome desdeñosamente que no hago nada bien, y todo porque cometí un
pequeño error de puntuación la semana pasada. Sí... si soy sincera, ser
despedida no sería tan grave, mi situación cambiará para mejor. La única razón
por la que no me he ido ya es porque Zach, que es millonario, me paga bien; no
conseguiré ese sueldo ni mi actual libertad en ningún otro sitio.
Pero, aun así, me he
hecho esta promesa a mí misma. Voy a seducir a mi jefe y me enfrentaré a lo que
pase después.
Zach
no hace más que mirarme y gruñirme cuando entro en la oficina con un decidido y
alegre «buenos días». Está demasiado ocupado con su café para dar un saludo
apropiado en respuesta. No me lo tomo a pecho; esto sucede todas las mañanas.
Zach es incluso menos madrugador que sociable, y eso significa que tratar de
hablar con él de cualquier cosa antes de que se tome su café es una misión
imposible.
Me pongo a organizar
mi mesa. Todas las mañanas, el personal de abajo envía informes sobre el
progreso del día anterior, y mi primer trabajo del día es revisarlos y enviar
cualquier cosa importante a Zach para que pueda ocuparse de ella. Por lo que
puedo ver, no hubo problemas ayer, ni grandes ni pequeños. He terminado de leer
el último informe cuando Zach se acerca y deja su taza de café en el fregadero.
Su perpetuo ceño fruncido no desaparece de su cara, pero, al menos, parece un
poco más accesible que hace tres minutos.
—¿Hay algo? —pregunta.
Recordando la promesa
que me hice a mí misma, me inclino ligeramente hacia adelante. Sé que, si mira
hacia abajo, podrá ver un indicio de la curva de mis pechos y, posiblemente, un
poco del encaje blanco de mi sujetador.
—No, hoy no —digo.
Zach hace una pausa y,
tan rápido que por un momento creo que me lo estoy imaginando, sus ojos se
precipitan hacia abajo. Retrocede bruscamente.
—Bien —dice, y entra
en su oficina, cerrando la puerta.
Parpadeo sorprendida.
¿Eso acaba de suceder o ha sido una ilusión?
Más
tarde sucede de nuevo. Dejo caer mi bolígrafo en su oficina y me agacho
lentamente para cogerlo. Cuando me pongo de pie y miro rápidamente a Zach, sus
ojos se fijan en mi trasero por una fracción de segundo, antes de que se
encuentre con mis ojos otra vez. No parece avergonzado ante la posibilidad de
ser atrapado. Solo levanta una ceja con frialdad hacia mí, dejando que me
pregunte qué significa su mirada... y si significó algo.
Una cosa es segura:
Zach está interesado, al menos, un poco. Apenas he hecho nada, pero me ha
mirado de otro modo. Tamborileo los dedos sobre mi mesa mientras espero a que
se cargue un programa en mi ordenador. Sí, me ha mirado, pero no he podido
descifrar la expresión de sus ojos.
Tal vez me encuentra
atractiva y eso es todo. ¿Necesito intensificar mi juego para seducirlo
completamente? Por el momento, no he hecho nada más que emplear algunos trucos
baratos para conseguir una mirada. Pensé que podía jugar a este juego, pero he
estado fuera de él más tiempo del que pensaba. Ya no sé cómo hacer esto. Hace
cuatro años, podría haber tenido a cualquier hombre que quisiera comiendo de la
palma de mi mano, pero luego quedé embarazada y Ryan ocupó la mayor parte de mi
tiempo.
Una parte de mí se
pregunta qué diablos estoy haciendo. ¿Estoy intentando que me despidan? Sacudo la
cabeza. Soy una tonta.
Entonces la mano de
Zach aterriza en mi mesa. Doy un respingo. No he oído a Zach salir de su despacho,
estaba tan absorta en mis pensamientos. Me estremezco, esperando que me regañe
por no prestar atención. Le he dado la oportunidad perfecta para ello. Pero no
dice nada. En cambio, su mirada se dirige directamente a mis labios, un poco enrojecidos
e hinchados por la forma en que me los he estado mordiendo, y todavía cubiertos
por el lápiz labial oscuro que usé esta mañana. Inconscientemente, me los mojo
con la lengua, y su mirada se oscurece de deseo. Una ardiente excitación burbujea
en la boca de mi estómago. Entonces los ojos de Zach se encuentran con los míos
y el momento se pierde.
—¿Qué estás haciendo?
—pregunta.
—Lo siento —le digo—.
Estaba esperando a que la descarga terminara y me perdí en mis pensamientos. —Echo
un vistazo al ordenador. El programa, un nuevo sistema financiero que estamos
probando, ha terminado de descargarse y el icono para instalarlo está
parpadeando.
—Menos mal que nadie
ha llamado. —Se inclina y me llega una bocanada de su embriagadora colonia,
almizclada y fuerte. Yo me pregunto si puede oler mi perfume de lavanda. Espero
no haberme echado demasiado—. Presta atención —dice, apenas notando nuestra
proximidad—. Necesito que trabajes a pleno rendimiento.
Nuestros ojos se
encuentran y nos congelamos durante un largo momento. Sé que él también puede
sentir lo cerca que estoy. Puedo verlo en la forma en que su mano aprieta mi
mesa y sus nudillos se vuelven blancos, y también en su respiración errática, y
en sus ojos que observan mi cara y luego mi escote. Siento emoción, y un
escalofrío me recorre la columna vertebral.
Zach retrocede
primero y se aclara la garganta. Ahora se muestra tan severo como siempre, pero
su expresión es un poco nerviosa, como si se encontrara en una situación incómoda.
—Vuelve al trabajo —ordena.
Luego se va rápido,
pero sé que esta vez no me lo he imaginado. Sus ojos me han deseado. Estaba tan cerca de
mí que podía sentir el deseo que emanaba de él. Durante esos segundos, no
importaba que fuéramos jefe y empleada, que él fuera un bastardo y yo una mera
secretaria... Estábamos conectados por el deseo que ambos sentíamos.
Me apoyo en mi mesa y
golpeo mi bolígrafo contra mis labios. De repente, ya no parece tan extraño
querer seducir a Zach. Su reacción ahora es una prueba de que me ve sexualmente
atractiva. Así que parece que mi plan va a funcionar. No fui estúpida al pensar
que podría atraer la atención de Zach Cooper.
Busco en mi bolso un
espejo compacto y estudio mi reflejo. Mi pelo empieza a encresparse un poco, ya
que el rizo natural de mi pelo es casi imposible de domar. Soy demasiado
perezosa para alisarlo cada mañana. Soy atractiva. Solía usar mi buena
apariencia para atraer a hombres que me invitasen en los bares. No he cuidado
tanto mi apariencia en los últimos años, principalmente, porque no tengo ni el
tiempo ni el dinero, pero sigo siendo guapa.
Y, ahora, saber que
Zach me mira con interés... es una sensación embriagadora. Significa que él
también me encuentra atractiva. Cierro el espejo y sonrío. Mi plan para seducir
a Zach está en pleno desarrollo.
Anya
La semana pasa lentamente. Antes de darme cuenta, llega
el viernes y empiezo a sentirme un poco frustrada. No he hecho ningún progreso.
Zach me mira, sé que lo hace; me lanza miradas cuando me inclino hacia él y
fija sus ojos en mis caderas mientras las balanceo a propósito. Sin embargo, a
pesar de todo eso, nuestra dinámica no ha cambiado en absoluto. Él sigue
dándome instrucciones y yo las sigo obedientemente mientras frunzo el ceño, y
luego me voy a casa frustrada al terminar mi jornada, más incluso que cuando
llego al trabajo.
Si soy honesta, sé por qué nada ha cambiado. Él es
mi jefe y aunque una relación entre los dos no está prohibida, sí que sería
despreciada. No es que esté buscando una relación. No... solo estoy interesada
en el sexo. Puede que sea superficial, pero estoy deseando el toque físico de
otra persona después de tanto tiempo, y estar cerca de Zach, que está muy
caliente, no ayuda. Sin embargo, no parece que vayamos a tener sexo, al menos
pronto, por mucho que odie admitirlo.
Bueno, tengo el fin de semana por delante para
sacarme a Zach de la mente.
No tengo ninguna prisa en llegar a casa porque
Ryan está en casa de mi madre. Mi madre se lo lleva de vez en cuando durante
unas horas para darme un respiro. Al no tener pareja, trabajar y ser madre resulta
un poco estresante.
De repente, la puerta del despacho de Zach se
abre. Miro hacia arriba, parpadeando. Normalmente, no veo a Zach antes de irme,
ya que trabaja hasta muy tarde, pero ahora está de pie junto a la puerta
mirándome fijamente. La mirada de sus penetrantes ojos es insondable, y me pone
los nervios de punta.
Entonces...
—Tenemos que hablar —dice abruptamente.
Luego se da la vuelta y desaparece en su oficina,
dejando la puerta abierta para mí. Me quedo congelada. ¿Estoy metida en
problemas? Mierda. Respiro profundamente para estabilizarme. No, lo más
probable es que Zach, respondiendo al comentario que hice en el almuerzo sobre que
no tendría prisa por llegar hoy a casa, me pida que me quede hasta tarde para
ayudarlo. No es así como planeé mi noche, quería sentarme en el sofá y ver unas
cuantas películas románticas, pero, al menos, el trabajo me ayudaría a no
pensar en otras cosas.
Entro en el despacho de Zach. Está de pie junto a su
mesa, apoyado en el borde, y parece que acaba de salir de una sesión de fotos.
Mi boca se seca y trago.
—Cierra la puerta —dice.
Cuando voy a hacerlo, siento un cuerpo caliente
que se acerca por detrás de mí. Sus brazos se acercan a mi cuerpo y apoya las
manos contra la puerta. Me quedo congelada cuando siento su aliento agitando el
vello de mi nuca. Ni siquiera lo he oído moverse.
—Me has estado comprometiendo toda la semana —dice
Zach en voz baja.
Así que, se ha dado cuenta. Basándome en la forma
en que está actuando, dudo que me vaya a reprender. Tomo aire y reúno coraje. Mis
esfuerzos no han sido en vano.
—¿Y qué vas a hacer al respecto? —pregunto
atrevidamente.
Por un momento, no pasa nada. Ambos estamos tan
cerca que podríamos tocarnos si nos inclináramos un poco más. Sigo de cara a la
puerta, esperando el momento que sé que va a llegar. Entonces, en un acuerdo
tácito, nos movemos. Me doy la vuelta y él me presiona contra la puerta. Puedo
sentir el bulto de su polla presionando contra mi vientre, y sus labios
encuentran los míos en un beso ardiente. Su lengua serpentea en mi boca y
coloca sus manos pesadas y poderosas en mis caderas. No puedo hacer otra cosa
que agarrarme a él, perdida en la sensación de su tacto.
Entonces, tan abruptamente como me besó, Zach se
aparta. Lo repentino de esto me deja tambaleándome y jadeando, tratando de
recuperar el aliento. La presión de su cuerpo sobre el mío sigue siendo fuerte,
y también noto la puerta en mi espalda.
—Joder —jadeo, echando la cabeza hacia atrás—.
Zach, eso ha sido...
—Exactamente lo que querías, ¿verdad? —pregunta
suavemente. Se inclina y me pellizca la mandíbula, haciendo que me estremezca contra
él—. Has estado tratando de atraerme toda la semana, ¿no es así?
No puedo negarlo, pero tampoco me salen las
palabras mientras él me mordisquea el cuello. Se toma mi silencio como un
asentimiento.
—Has estado jugando —dice. Su agarre se estrecha—.
¿Sabes lo difícil que ha sido resistirme toda la semana? ¿Cuántas veces he
querido tumbarte sobre mi mesa y follarte?
La imagen que producen sus palabras es tan
sorprendente y tan abrumadora que gimo. Mierda, sí, la idea es maravillosa. Tal
vez pueda sentir mi corazón latiendo salvaje por sus palabras, porque una
sonrisa aparece en sus labios. Es la primera vez que lo veo sonreír, aunque se
trata de una oscura promesa de lo que está por venir, y un escalofrío recorre
mi columna vertebral.
Definitivamente, quiero lo que está a punto de
hacerme.
Me enderezo y lo miro a los ojos. Puedo ver su
hambre. Me quiere tanto como yo a él. No hay nada entre nosotros salvo lujuria
pura.
—¿Sí? —lo desafío, haciendo que sus ojos se
oscurezcan—. ¿Qué te detiene, entonces?
Los dos respiramos pesadamente. Mi estómago se
aprieta en anticipación y ya puedo sentir la humedad entre mis piernas. Los
ojos de Zach brillan. Su sonrisa se estira y yo me estremezco cuando se agacha
contra mí, su dura polla presionando contra mi muslo. Pero no es suficiente.
Quiero más. Quiero sentir su gruesa longitud deslizándose dentro y fuera de mí
mientras me folla.
—Voy a follarte —dice Zach, con la voz baja y
áspera—. Voy a follarte fuerte sobre mi mesa.
—Sí —jadeo, y mis brazos se deslizan alrededor de
su cuello. Maniobro con el nudo de su corbata—. Pero, primero, quiero desnudarte;
quiero quitarte toda esta ropa.
Me quito la corbata mientras él desabrocha los botones
de mi blusa blanca, sus dedos calientes rozando la piel de mi estómago. Febrilmente,
yo también le desabrocho los botones. Uno de ellos sale volando, pero a ninguno
de los dos nos importa. La extensión de su suave pecho se me revela, y deslizo
mis manos sobre sus músculos desnudos, sintiendo sus ondulaciones. Zach está en
forma y me emociona tocarlo por fin.
—Joder, Zach —suspiro. Me inclino y le doy un beso
en el hombro—. ¿Cómo te mantienes tan en forma si te pasas todo el día sentado?
—Tengo un gimnasio privado en casa. —Me saca la
blusa por los hombros, y la desliza hacia el suelo. Sus manos me envuelven las
caderas—. Mira lo que has estado escondiendo bajo tu ropa de trabajo.
Mantenerme en forma siempre fue importante para mí
cuando era más joven, aunque solo fuera para atraer más ojos en la época en la
que frecuentaba los clubes. Cuando me quedé embarazada de Ryan y me vi obligada
a cambiar mi vida, mantuve el hábito de hacer ejercicio en el poco tiempo libre
que tenía.
Zach se echa hacia atrás y sus manos bajan hasta
la cinturilla de mi falda, buscando la cremallera. Yo le quito la camisa y agarro
la hebilla de su cinturón. Gruño cuando siento que me suelta la falda, y cae al
suelo formando un remolino alrededor de mis tobillos. Me quito los tacones y le
envuelvo una pierna alrededor de los muslos. Gemimos por la sensación.
Finalmente, logro liberar su cinturón y lo lanzo a un lado.
Me siento expuesta y vulnerable en ropa interior,
y puedo sentir los ojos de Zach rasgando mi cuerpo, su mirada caliente. Luego
retrocede y baja la cabeza para besarme una vez más. Es tan feroz como antes.
Zach domina el beso y me chupa la lengua. Me derrito al sentirlo y me agarro a
sus antebrazos mientras lucho por mantenerme erguida. Noto el borde de su mesa
en el trasero y Zach me ayuda a subirme en ella. Se inclina sobre mí, el sudor
de su pecho desnudo brillando al sol.
—Ahora voy a follarte.
Me aprieto contra él, mis brazos se enrollan
alrededor de su cuello. Mi corazón late rápidamente, y sé que no hay ningún
lugar donde preferiría estar.
Zach
Desde el momento en que, a principios de la
semana, noté la forma en que mis ojos se dirigían al cuerpo de mi secretaria,
Anya Russell, supe que algo pasaba. Tampoco tardé mucho en entenderlo; aunque
no se vestía de forma provocativa, movía su cuerpo de un modo seductor para
llamar mi atención. Pero ella es mi secretaria y yo soy su jefe. No está bien
que se comporte así en el lugar de trabajo. Más de una vez, contemplé la
posibilidad de decírselo. El miércoles, incluso consideré despedirla antes de
tener que admitir a regañadientes que es una buena secretaria, que no puedo
permitirme perderla ahora mismo. Pero mi cabreo no ha durado demasiado tiempo.
He caído en la tentación y le he dado lo que tanto
me pedía, lo que ambos deseábamos. Después, ya ambos saciados, me agacho para
recoger mi ropa y Anya parpadea, sacudiendo la cabeza antes de deslizarse del
escritorio y recoger su propia ropa. Por un momento, creo que va a decir algo
sobre lo que acaba de pasar, pero se viste en silencio y se dirige a la puerta.
Antes de llegar, hace una pausa y gira la cabeza.
No hay vergüenza en su mirada, solo aceptación y determinación.
—Te veré el lunes —dice respetuosamente.
Luego se va. Resoplo mientras recojo mi corbata.
Saqué a Anya de mi mente en el momento en que salí
de mi despacho, satisfecho y con la única preocupación de que ella trate este
asunto como si nunca hubiera ocurrido. El fin de semana pasa rápido, y ni una
sola vez pienso en Anya. Un único encuentro sexual es más que suficiente para
mí. El lunes no se muestra provocativa. Ha vuelto a ponerse la ropa que llevaba
antes de seducirme, una blusa pálida abotonada correctamente, una falda de
línea A y unas medias negras con tacones negros. Es ropa reglamentaria, y lo
único que está fuera de lugar son los rizos que se le escapan del moño.
Ahora está inclinada sobre su escritorio,
mordiéndose el labio mientras clasifica algunos papeles, obviamente, buscando
algo. Mis ojos siguen el contorno de su firme trasero, que se balancea
ligeramente mientras tararea. Luego se endereza y extiende los brazos sobre la
cabeza. La acción expone un trozo de piel, y soy incapaz de mirar hacia otro
lado hasta que ella baja los brazos de nuevo.
¿Qué cojones me pasa?
Toso para indicar mi presencia y Anya salta,
sorprendida. Se balancea, parpadea, y luego esboza una pequeña sonrisa. Es la
misma sonrisa educada de todas las mañanas.
—¿Jefe? —me pregunta, confundida—. ¿Está todo bien?
Debo haberme quedado allí plantado demasiado
tiempo, irritado conmigo mismo por tener estos pensamientos, y también con ella
por inspirarlos. Frunzo el ceño.
—Sí —contesto—. Pon los informes de la semana
pasada en mi mesa tan pronto como sea posible.
Casi puedo sentir que pone los ojos en blanco a mi
espalda mientras me alejo, como suele hacer cuando cree que le he hablado
bruscamente sin motivo. Lo ignoro como siempre y cierro de golpe la puerta de
mi despacho, necesitando poner una barrera entre Anya y yo. Pero eso no ayuda.
Bueno... joder. Me las arreglé para pasar todo el
fin de semana sin pensar en ella, y ahora está impregnando todos mis
pensamientos. Me hace enojar. Tengo trabajo que hacer. No tengo por qué
distraerme con un encuentro sexual que no significó nada para ninguno de los
dos, salvo el placer físico. Pero es difícil sacar su cuerpo de mi cabeza, o la
forma en que sus ojos se oscurecieron cuando me acerqué para meter mi polla
dentro de ella.
Respiro profundamente. Sé lo que está pasando.
Anya no es la primera mujer con la que he buscado sexo sin ataduras a lo largo
de los años. Normalmente, sin embargo, la mujer desaparece y no tengo que
volver a verla.
Con Anya, sin embargo, no tengo más remedio que
verla... un constante detonante de todos los sórdidos recuerdos de la semana
pasada. Es mi secretaria, y no puedo pedirle que se vaya porque no quiero
pensar en tener sexo con ella.
La solución más fácil a mi problema sería despedirla.
No hay razón para no hacerlo. Ella tomó un camino inapropiado y sería motivo de
despido. Frunzo el ceño y me froto la frente. No puedo hacerlo por dos malditas
razones.
Yo también quise tener sexo con ella. Si quiero despedirla
por seducirme, debería haberlo hecho antes de follar con ella. Hacerlo ahora me
convertiría en un hipócrita. Y, segundo... la necesito como empleada. Estoy
empezando a encontrar algunos indicios de ciertos tratos en los que mi padre
estaba involucrado y que podrían poner en peligro tanto la compañía como mi
reputación si alguna vez se descubrieran. Todavía no sé exactamente lo que es,
pero creo que voy a desenterrar algo grande... y horrible.
Entre eso y los empleados que aún no quieren
aceptarme, necesito a Anya no solo como mi secretaria, sino como un enlace
efectivo entre el resto de los empleados y yo. Si ella no estuviera aquí,
probablemente, tendría más problemas. No me gusta admitir que dependo un poco
de ella, pero así es. Por lo tanto, despedir a Anya no es una opción.
Tres días después,
los recuerdos de nuestro encuentro sexual son más fuertes que nunca. Anya no
está provocándome, lo que es aún más irritante para mí. Es solo su mera presencia
la que despierta los recuerdos. Para empeorar las cosas, Anya no parece estar
afectada en absoluto. Sigue con su trabajo como siempre, me dirige la misma
sonrisa distante y educada de siempre, y sigue mis instrucciones al pie de la
letra. Me trae los papeles a tiempo y no se olvida de reenviarme los correos
electrónicos importantes que necesito ver.
¿Cómo diablos está tan tranquila con todo esto?
Hace que mi ira aumente. ¿El sexo conmigo fue tan insignificante que pudo
sacarlo de su mente tan fácilmente? Obligo a mis pensamientos a detenerse y miro
mi mesa. No. No voy a ir por ese camino. Me he follado a Anya. Fin de la historia.
Ahora tenemos que trabajar juntos y olvidarnos de todo esto. Anya parece
haberlo hecho. Ahora yo también tengo que hacerlo. No es algo que vaya a volver
a pasar, porque no tengo ningún deseo de formar una conexión emocional más
profunda con ella ni con nadie. Solo fue sexo, y no vale la pena todo el tiempo
que he dedicado a pensar en ello.
Agarro mi bolígrafo con fuerza. Mañana, cuando
llegue al trabajo, la saludaré como de costumbre y me olvidaré de todo.
En el momento en que
veo a Anya a la mañana siguiente, recuerdo el profundo sonido gutural de su
gemido y mi polla se endurece. Me encierro en mi despacho, sin molestarme en
responder a su cortés saludo matinal. A la mierda con esto. Necesito que Anya siga
siendo mi secretaria, nada más. Abrir la puerta de mi oficina. Ella, que acaba
de sentarse, parece irritada.
—A partir de ahora, toda la correspondencia
importante se hará a través del correo electrónico —anuncio con la voz dura y
esperando obediencia—. No debes entrar en mi oficina a menos que yo lo diga explícitamente.
Espero que Anya parezca ofendida. Pero ella solo
levanta una ceja.
—Bien —dice,
encogiéndose de hombros. No le importa. Por un momento, casi envidio su actitud
indiferente—. Tendrás que venir y recoger tu propio papeleo, entonces.
Hace un gesto hacia una pila ordenada en el borde
de su mesa. Frunzo el ceño y gruño. Joder, esto no debería ser tan difícil.
—Bien —me quiebro—. Las únicas veces que se te
permite entrar en mi despacho es cuando haces entregas importantes, a menos que
yo diga lo contrario. Cuando lo hagas, debes entrar y salir lo más rápido
posible, y no debes distraerme de ninguna manera.
No espero una respuesta, simplemente, vuelvo a mi despacho.
Estoy furioso por haber tenido que poner tal medida en marcha. ¿Cómo se atreve
mi mente a traicionarme así? Tengo cosas mucho más importantes que atender
ahora mismo. No quiero estar constantemente pensando en lo grandes y gordos que
son los pechos de Anya.
Me dejo caer en mi silla y recojo mi bolígrafo,
obligando a mis dedos a relajarse antes de partirlo por la mitad. Tengo trabajo
que hacer. Todos mis otros problemas van a tener que esperar. Y si estos
impulsos no desaparecen... bueno, siempre puedo obligar a Anya a tomarse unas
vacaciones para liberarme de ella durante unos días.
Respiro profundamente y expulso a Anya de mi
mente.
Ahora tengo que concentrarme en averiguar
exactamente lo que mi padre hacía durante su época como propietario de Gilbert
Homes.
Capítulo 5
Anya
La puerta se cierra de golpe detrás de Zach
mientras vuelve a su despacho. Siento irritación. Ha pasado casi una semana
desde que Zach y yo tuvimos sexo, y todo ha empeorado. Él apenas me mira.
Cuando lo hace, es solo para dar instrucciones y fruncir el ceño. Es como si lo
hubiera ofendido mortalmente al participar en un encuentro sexual mutuo.
Bueno, me importa un bledo, para ser honesta. No
esperaba mucho de él y, al menos, tuve sexo increíble. Solo quiero hacer mi trabajo
en paz para que me paguen al final de la semana. Sin embargo, estaría mintiendo
si dijera que no me siento un poco infeliz por cómo han salido las cosas, ya
que él me está tratando como si yo hubiera intentado matarlo.
Miro el reloj. Solo faltan seis horas más de
trabajo. Cierro los ojos brevemente. Puedo hacerlo. Hoy es viernes, y tendré
todo el fin de semana para olvidarme de Zach y de su terrible actitud. Y si me
despide, estaré más que feliz de irme y encontrar otro trabajo.
***
Una media hora antes de que me vaya, suena el
teléfono. Dejo a medio el correo electrónico que estoy escribiendo, tomo el
auricular y lo sujeto entre mi hombro y mi oreja antes de volver a poner mis
manos en el teclado.
—Ha llamado a la oficina de Gilbert Homes —digo
amablemente—. ¿En qué puedo ayudarle?
—Hola, busco a Anya Russell... —dice la voz de una
mujer.
Se me cae el estómago. Solo hay unas pocas razones
por las que alguien me llamaría a la oficina en horas de trabajo, y ninguna de
ellas es buena.
—Soy yo —digo, con pánico creciente—. ¿Qué puedo
hacer por usted?
—Me llamo Yvonne Freeman —explica la mujer, y mi
corazón se hunde; sé exactamente quién es—. Soy una de las cuidadoras de Ryan
en la guardería Northpoint.
—Sí... creo que nos hemos visto una o dos veces —digo,
con la boca seca—. ¿Ryan está bien?
—Está un poco enfermo —dice con simpatía—. Estaba
un poco pálido hace un rato, y ahora acaba de vomitar. Está muy agitado y
cansado.
Cierto que Ryan se veía un poco apagado esta
mañana. Estuve a punto de no ir al trabajo, pero Ryan insistió en que quería ir
a la guardería y ver a sus amigos.
—Gracias por hacérmelo saber —le digo poniéndome
de pie—. Iré a buscarlo ahora.
—Gracias —dice Yvonne—. Nos vemos.
Cuelgo y recojo mi bolso.
—¿Qué estás haciendo?
Me giro y veo a Zach salir de su despacho. Se ha
cruzado de brazos.
—Lo siento, tengo que irme.
—No has terminado tu trabajo.
La frustración me invade.
—Soy consciente, pero no tengo elección. —Lucho
por mantener la calma—. Mi...
—En cualquier caso —dice Zach, hablando por encima
de mí—, hoy necesito que trabajes hasta tarde.
No es una pregunta. Lo miro fijamente y me siento aún
más frustrada. Significa que espera que me quede, incluso con un aviso tan
tardío, cuando sabe que los viernes tengo que recoger a Ryan de la guardería.
—No puedo. —Respiro hondo.
—Me temo que negarse no es una opción —dice Zach—.
Te necesito esta noche, ya que hay una situación que requiere atención
inmediata. Encuentra una niñera. Te necesito aquí.
Cualquier otro día habría llamado a mi familia y
amigos para ver quién podía cuidar a Ryan por la noche. Si Zach exige que me
quede, significa que realmente me necesita y que ha ocurrido algo importante y
terrible que debemos arreglar de inmediato. Pero hoy es un día diferente. Hoy
he recibido una llamada de la guardería de Ryan y mi hijo está muy enfermo.
—Lo entiendo, pero esta noche no puedo. Tengo que
ir a recoger a mi hijo ahora mismo.
Zach resopla, incrédulo.
—O, simplemente, no quieres estar cerca de mí —se
burla—. ¿Estás tan enfadada por no haberme vuelto a acostar contigo que te
niegas a hacer tu trabajo?
Me quedo aturdida por la acusación y la ira
comienza a arder en mi pecho, extendiéndose lentamente por el resto de mi
cuerpo. Ha sido una semana muy larga con Zach considerándome inferior a la
suciedad bajo su zapato, tratando de lidiar con la afluencia de trabajo que ha
llegado de repente de todos los departamentos de la empresa, y cuidando de
Ryan. ¿Y ahora Zach se atreve a insinuar que soy yo la que está equivocada?
Me giro lentamente para enfrentarme a él. Un
pequeño rincón de mi mente me dice que necesito contener mi lengua. Pero no
puedo. Estoy cansada, estresada y enojada.
—Me has tratado como una basura toda la semana,
bastardo —gruño, y él se inclina un poco hacia atrás, sorprendido por el calor
de mis palabras—. Para que lo sepas, mi hijo está enfermo y la guardería me ha
llamado para que lo recoja. Si no me crees, llámalos tú mismo para comprobarlo.
Si no fueras tan imbécil, me hubieras dejado explicarme antes de insultarme.
Paso por delante de él. Está demasiado aturdido
para intentar detenerme, y no me doy la vuelta hasta que llego al ascensor y
aprieto con rabia el botón de la planta baja. Él se da la vuelta. Hay una
extraña expresión en su cara que no puedo descifrar.
Entonces las puertas se cierran y el ascensor
baja. Solo entonces mi ira escapa de mí. Suspiro y me froto la cara. Bueno,
ahora tengo dos cosas que hacer esta noche. Cuidar de Ryan, y esperar la
llamada de Zach diciéndome que estoy despedida.
Esperaba que Zach me llamara de camino a la
guardería, pero no lo ha hecho. Me divierte pensar que sigue junto a mi mesa,
intentando comprender las duras palabras que le lancé. Me pregunto cuándo fue
la última vez que alguien le habló así. Probablemente, pierda mi trabajo, pero
ya es demasiado tarde para arrepentirse.
Estaciono mi coche y me apresuro hacia la
guardería. Puedo ver a algunos niños jugando en el patio vallado, pero Ryan no
está con ellos. Al entrar me encuentro con Ivonne, la que me llamó. Su cara se relaja
en una sonrisa al verme.
—Señorita Russel, me alegro de verla —dice—. Ryan
está en una de las habitaciones con Jessie.
—Gracias —digo, siguiéndola—. ¿Está mejor?
—Empezó a tener fiebre hace unos cinco minutos —dice
Yvonne con una mueca.
Ryan está recostado sobre una de las trabajadoras,
una mujer morena y bonita que le lee en voz baja. Sus ojos están cerrados y tiene
la cara pálida. Sin embargo, tan pronto como entro sus ojos se abren de golpe.
Entonces se incorpora y se apresura a correr hacia mí.
—¡Mamá! —grita. Me rodea con los brazos las
rodillas y yo me inclino para darle un abrazo. Ya puedo sentir el calor de su
frente.
—Oh, Ryan, vamos a llevarte a casa, ¿vale? —Aliso
su pelo hacia atrás—. Te haré un poco de sopa y podremos acurrucarnos en el
sofá y ver películas.
Normalmente, Ryan saltaría de alegría ante la
sugerencia. Pero, ahora, solo esboza una débil sonrisa.
—Gracias por sentarse con él —le digo a la mujer.
—No te preocupes. —Sonríe ella.
Tomo a Ryan en brazos y se acuesta contra mi hombro
como un peso muerto, respirando contra mi cuello, y lo llevo al área de
recepción.
—Una firma y yo rellenaré el resto —dice Yvonne en
voz baja, entregándome un bolígrafo.
—Gracias. —Firmo rápidamente mientras Yvonne
recoge la mochila de Ryan.
Vamos hacia el coche y lo coloco en su asiento. Siento
su frente. Todavía está caliente. Voy a tener que darle un poco de medicina y
vigilarlo esta noche. Siempre está pegajoso cuando está enfermo, así que puede
dormir en mi cama.
Suspiro y me deslizo en el asiento del conductor. Un niño enfermo y la posibilidad de no tener trabajo la próxima semana. ¿Qué más puede salir mal hoy?
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