PÁGINAS

lunes, 29 de marzo de 2021

FRAGMENTO: Jefe para siempre



Capítulo 1

 


Anya

La puerta del despacho de al lado se abre de golpe y mis dedos se detienen en el teclado. Respiro profunda y lentamente, y giro la cabeza. Mi jefe está de pie en la puerta, con una expresión atronadora. No es nada nuevo, siempre parece cabreado por una cosa u otra.

—¿Ha enviado Wellington los informes financieros? —me dice.

—Todavía no —respondo con calma.

Suelta un gruñido y vuelve a su despacho, cerrando la puerta de un portazo. Apenas parpadeo ante el sonido, demasiado acostumbrada después de un año y medio aquí.

Trabajar en Gilbert Homes, una empresa de diseño de interiores que se jacta de las mejores renovaciones a los precios más altos, es, definitivamente, uno de los logros más interesantes de mi vida. Por un lado, la paga es increíble, y mis compañeros de trabajo son amables y abiertos.

Por otro lado... está Zach Cooper.

Hace un año y medio, justo antes de asumir mi puesto como su secretaria, Gilbert Homes pasó por una gran reestructuración. Vincent Cooper, el anterior jefe de la compañía, fue expulsado sin ceremonias de su asiento por su propio hijo, que asumió su posición y se hizo cargo. Zach era un increíble hombre de negocios que conocía el mercado, a la gente, y negociaba mucho mejor que su padre.

Desafortunadamente, Zach es frío e inaccesible con sus empleados. No hay una sola persona que haga algo bien. No importa lo mucho que intentemos perfeccionar nuestras ideas y presentaciones, nada está a su altura. Siempre hay algo malo.

Miro la puerta del despacho. Es un perfeccionista extremo, y no tiene buen carácter, pero está muy bueno.

Vaya que sí.

Muy, muy bueno.

En mi primer día de trabajo, esperaba ser recibida por el canoso Vincent Cooper y me quedé muy sorprendida cuando me encontré cara a cara con el joven Zach Cooper en su lugar. Su pelo liso era tan negro como la noche, y sus ojos grises y almendrados me atravesaron. Desde el momento en que lo conocí, me sentí físicamente atraída por él, atraída por un magnetismo que aún no puedo quitarme de la cabeza, por mucho que lo intente.

No importa cuántas veces me regañe, ni que se olvide de decir «por favor», ni que me diga que mi trabajo es una mierda; no puedo dejar de fantasear con besarlo, tocarlo, sentirlo moverse sobre mí...

La puerta se abre de golpe otra vez. Ahora sí que salto, sorprendida por mis fantasías. Me aclaro la garganta y miro a Zach, cuyos ojos se entornan.

—¿Qué estás haciendo? —me pregunta.

No estoy trabajando, obviamente.

 —Pensando en la mejor manera de responder a este correo electrónico —respondo, agradecida de que mis manos aún estén en las teclas.

Zack me mira con recelo, pero lo deja pasar, incapaz de acusarme de holgazanear cuando no tiene pruebas. Evito sus ojos, no queriendo caer en su profundo reflejo. Dios, es un imbécil. Pero es un imbécil atractivo que me hace querer hacer cosas que serían muy inapropiadas en el lugar de trabajo.

—Llama a Hummings para que suba ahora mismo —dice, y luego se mete en su despacho de nuevo.

Pongo los ojos en blanco, luego cojo el teléfono y marco el número de mantenimiento interno.

 


Bostezo cuando abro la puerta de mi apartamento, pero se me forma una sonrisa al escuchar la risa infantil que proviene de dentro. Cuando entro, dos personas miran hacia arriba. La joven, Katrina Beverly, levanta la vista y sonríe al verme, pero se queda sentada en el suelo, ya que el niño de cuatro años está sentado en su regazo. Ryan, mi hijo, mira hacia arriba y chilla felizmente.

—¡Mamá! —grita corriendo hacia mí. Me rodea las rodillas con sus brazos.

—Hola, cariño —le digo, sintiendo que todo el estrés del día desaparece ante la visión de la sonrisa alegre de Ryan—. ¿Qué habéis hecho hoy?

—¡Fuimos al parque! —exclama Ryan—. ¡Y comí helado!

Rio. Katrina me dijo esta mañana que quería llevar a Ryan a una pequeña feria local, y le di permiso para comprarle un dulce o dos si se comportaba. Ahora Katrina me sonríe mientras se pone en pie—. Luego volvimos y jugamos un rato, ¿verdad? —le pregunta a Ryan—. Y me ayudaste a preparar la cena.

—Lavé las zanahorias —dice Ryan con orgullo.

—Bien hecho —lo elogio—. Apuesto a que será la mejor comida que he probado en mi vida.

Ryan se aleja y se pone a recoger sus juguetes.

—Gracias —le digo a Katrina—. Mañana es sábado, así que te veré el lunes.

—Por supuesto. —Sonríe.

Empleo a Katrina tres días a la semana. Los otros dos días, Ryan va a una guardería y los fines de semana me quedo en casa con él. Lo único bueno de Zach es que ha sido muy comprensivo con respecto a que yo tenga un hijo pequeño. Los días que está en la guardería, siempre salgo a la hora en punto por mucho trabajo que haya retrasado, y me niego a trabajar los fines de semana. Aunque Zach nunca ha reconocido abiertamente que lo entiende, siempre lo ha dejado pasar. Es una de las pocas pruebas que tengo para afirmar que Zach no es tan bastardo como deja creer a todo el mundo.

Katrina se va y cierro la puerta tras ella. Tengo algo de hambre, pero la cena puede esperar un poco; no he visto a Ryan en todo el día y me gustaría pasar un rato con él antes de que se vaya a la cama. Me acerco a donde está sentado en el suelo.

—¿Me das la camioneta? —pregunto.

Emocionado, Ryan me entrega una camioneta azul y pasamos la siguiente hora corriendo por la habitación. Los gritos de risa de Ryan son música para mis oídos, pero llega el momento de meterlo en la cama.

Ryan es todo mi mundo. Él es la razón por la que soporto a Zach. A veces, sin embargo, no puedo evitar preguntarme si seré capaz de soportarlo por mucho más tiempo. Zach es un jefe difícil. Es exigente, muy crítico, y espera que hagamos todo perfectamente a la primera. A veces también es cruel. El otro día hizo llorar a la pobre Sarah, una de las publicistas, después de regañarla por su ética de trabajo y por su forma de vestir.  

No es justo ni correcto. Hay días en los que miro a Zach y pienso en lo fácil que sería dejarlo. Luego pienso en Ryan y en lo difícil que sería conseguir otro trabajo en tan poco tiempo. No puedo permitirme perder mi trabajo. Necesito dinero para pagar mis cuentas y mantener a mi hijo.

—Mi jefe, probablemente, solo necesita echar un polvo —murmuro con malicia mientras saco mi cena de la nevera.

Tal vez sea porque estoy cansada de los hombres, o tal vez porque he puesto todo mi esfuerzo en Ryan, pero no he estado con nadie desde que Travis Gunter, el padre de Ryan, me abandonó al enterarse de que estaba embarazada.

Si Zach necesita tener sexo... ¿por qué no tengo sexo con él? Todo encaja. Me siento físicamente atraída por él, y eso aliviaría una picazón que no he podido aliviar yo sola. Algo en mi mente me dice que no funcionaría. Tal vez soy yo la que necesita tener sexo. Ha pasado tanto tiempo que lo extraño de vez en cuando. No es que me arrepienta de haber sido célibe por el bien de Ryan, pero, sí... a veces me gustaría. Y si tengo que elegir a alguien en mi vida con quien quiero tener sexo ahora mismo, definitivamente sería Zach. Su buena apariencia compensa su personalidad.

Me llevo el plato a la mesa y pienso en seducirlo. Qué locura, ¿de verdad estoy pensando en eso? ¿En serio quiero intentar seducir a Zach Cooper? Tengo que estar muy segura, porque no quiero que me despidan. Me imagino a Zach, su cuerpo alto, sus músculos anchos, su cara angulosa. Imagino sus caderas empujando contra las mías...

Mi estómago se aprieta. Sí, definitivamente, voy a ir a por ello. 


 

Capítulo 2

 

Anya

El fin de semana pasa volando y el lunes ya está aquí. Me he sacado de la cabeza seducir a Zach y me he centrado en Ryan, pero ahora que tengo que ir a trabajar vuelvo a pensar en ello. Me pongo un sujetador de encaje blanco y dejo un botón desabrochado en mi blusa. Luego me recojo el pelo en un moño y dejo algunos mechones sueltos para que me enmarquen la cara. Me aplico con cuidado un lápiz labial que es un poco más oscuro de lo normal.

Es todo lo que puedo hacer. No me considero una mujer poco atractiva, pero Zach nunca me ha mirado dos veces, así que necesito forzar su atención. Mi estómago está encogido. Ha pasado mucho tiempo, pero creo que todavía sé cómo jugar el juego. Pero hay una duda que se repite en mi mente: ¿estoy realmente dispuesta a apostarlo todo? ¿Quiero arriesgar todo lo que tengo, mi trabajo, mi estabilidad, mis referencias, por el sexo?

Entonces recuerdo a Zach diciéndome desdeñosamente que no hago nada bien, y todo porque cometí un pequeño error de puntuación la semana pasada. Sí... si soy sincera, ser despedida no sería tan grave, mi situación cambiará para mejor. La única razón por la que no me he ido ya es porque Zach, que es millonario, me paga bien; no conseguiré ese sueldo ni mi actual libertad en ningún otro sitio.

Pero, aun así, me he hecho esta promesa a mí misma. Voy a seducir a mi jefe y me enfrentaré a lo que pase después.

 

 

Zach no hace más que mirarme y gruñirme cuando entro en la oficina con un decidido y alegre «buenos días». Está demasiado ocupado con su café para dar un saludo apropiado en respuesta. No me lo tomo a pecho; esto sucede todas las mañanas. Zach es incluso menos madrugador que sociable, y eso significa que tratar de hablar con él de cualquier cosa antes de que se tome su café es una misión imposible.

Me pongo a organizar mi mesa. Todas las mañanas, el personal de abajo envía informes sobre el progreso del día anterior, y mi primer trabajo del día es revisarlos y enviar cualquier cosa importante a Zach para que pueda ocuparse de ella. Por lo que puedo ver, no hubo problemas ayer, ni grandes ni pequeños. He terminado de leer el último informe cuando Zach se acerca y deja su taza de café en el fregadero. Su perpetuo ceño fruncido no desaparece de su cara, pero, al menos, parece un poco más accesible que hace tres minutos.

—¿Hay algo? —pregunta.

Recordando la promesa que me hice a mí misma, me inclino ligeramente hacia adelante. Sé que, si mira hacia abajo, podrá ver un indicio de la curva de mis pechos y, posiblemente, un poco del encaje blanco de mi sujetador.

—No, hoy no —digo.

Zach hace una pausa y, tan rápido que por un momento creo que me lo estoy imaginando, sus ojos se precipitan hacia abajo. Retrocede bruscamente.

—Bien —dice, y entra en su oficina, cerrando la puerta.

Parpadeo sorprendida. ¿Eso acaba de suceder o ha sido una ilusión?

 

Más tarde sucede de nuevo. Dejo caer mi bolígrafo en su oficina y me agacho lentamente para cogerlo. Cuando me pongo de pie y miro rápidamente a Zach, sus ojos se fijan en mi trasero por una fracción de segundo, antes de que se encuentre con mis ojos otra vez. No parece avergonzado ante la posibilidad de ser atrapado. Solo levanta una ceja con frialdad hacia mí, dejando que me pregunte qué significa su mirada... y si significó algo.

Una cosa es segura: Zach está interesado, al menos, un poco. Apenas he hecho nada, pero me ha mirado de otro modo. Tamborileo los dedos sobre mi mesa mientras espero a que se cargue un programa en mi ordenador. Sí, me ha mirado, pero no he podido descifrar la expresión de sus ojos.

Tal vez me encuentra atractiva y eso es todo. ¿Necesito intensificar mi juego para seducirlo completamente? Por el momento, no he hecho nada más que emplear algunos trucos baratos para conseguir una mirada. Pensé que podía jugar a este juego, pero he estado fuera de él más tiempo del que pensaba. Ya no sé cómo hacer esto. Hace cuatro años, podría haber tenido a cualquier hombre que quisiera comiendo de la palma de mi mano, pero luego quedé embarazada y Ryan ocupó la mayor parte de mi tiempo.

Una parte de mí se pregunta qué diablos estoy haciendo. ¿Estoy intentando que me despidan? Sacudo la cabeza. Soy una tonta.

Entonces la mano de Zach aterriza en mi mesa. Doy un respingo. No he oído a Zach salir de su despacho, estaba tan absorta en mis pensamientos. Me estremezco, esperando que me regañe por no prestar atención. Le he dado la oportunidad perfecta para ello. Pero no dice nada. En cambio, su mirada se dirige directamente a mis labios, un poco enrojecidos e hinchados por la forma en que me los he estado mordiendo, y todavía cubiertos por el lápiz labial oscuro que usé esta mañana. Inconscientemente, me los mojo con la lengua, y su mirada se oscurece de deseo. Una ardiente excitación burbujea en la boca de mi estómago. Entonces los ojos de Zach se encuentran con los míos y el momento se pierde.

—¿Qué estás haciendo? —pregunta.

—Lo siento —le digo—. Estaba esperando a que la descarga terminara y me perdí en mis pensamientos. —Echo un vistazo al ordenador. El programa, un nuevo sistema financiero que estamos probando, ha terminado de descargarse y el icono para instalarlo está parpadeando.

—Menos mal que nadie ha llamado. —Se inclina y me llega una bocanada de su embriagadora colonia, almizclada y fuerte. Yo me pregunto si puede oler mi perfume de lavanda. Espero no haberme echado demasiado—. Presta atención —dice, apenas notando nuestra proximidad—. Necesito que trabajes a pleno rendimiento.

Nuestros ojos se encuentran y nos congelamos durante un largo momento. Sé que él también puede sentir lo cerca que estoy. Puedo verlo en la forma en que su mano aprieta mi mesa y sus nudillos se vuelven blancos, y también en su respiración errática, y en sus ojos que observan mi cara y luego mi escote. Siento emoción, y un escalofrío me recorre la columna vertebral.

Zach retrocede primero y se aclara la garganta. Ahora se muestra tan severo como siempre, pero su expresión es un poco nerviosa, como si se encontrara en una situación incómoda.

—Vuelve al trabajo —ordena.

Luego se va rápido, pero sé que esta vez no me lo he imaginado.  Sus ojos me han deseado. Estaba tan cerca de mí que podía sentir el deseo que emanaba de él. Durante esos segundos, no importaba que fuéramos jefe y empleada, que él fuera un bastardo y yo una mera secretaria... Estábamos conectados por el deseo que ambos sentíamos.

Me apoyo en mi mesa y golpeo mi bolígrafo contra mis labios. De repente, ya no parece tan extraño querer seducir a Zach. Su reacción ahora es una prueba de que me ve sexualmente atractiva. Así que parece que mi plan va a funcionar. No fui estúpida al pensar que podría atraer la atención de Zach Cooper.

Busco en mi bolso un espejo compacto y estudio mi reflejo. Mi pelo empieza a encresparse un poco, ya que el rizo natural de mi pelo es casi imposible de domar. Soy demasiado perezosa para alisarlo cada mañana. Soy atractiva. Solía usar mi buena apariencia para atraer a hombres que me invitasen en los bares. No he cuidado tanto mi apariencia en los últimos años, principalmente, porque no tengo ni el tiempo ni el dinero, pero sigo siendo guapa.

Y, ahora, saber que Zach me mira con interés... es una sensación embriagadora. Significa que él también me encuentra atractiva. Cierro el espejo y sonrío. Mi plan para seducir a Zach está en pleno desarrollo. 


 

Capítulo 3

 

Anya

La semana pasa lentamente. Antes de darme cuenta, llega el viernes y empiezo a sentirme un poco frustrada. No he hecho ningún progreso. Zach me mira, sé que lo hace; me lanza miradas cuando me inclino hacia él y fija sus ojos en mis caderas mientras las balanceo a propósito. Sin embargo, a pesar de todo eso, nuestra dinámica no ha cambiado en absoluto. Él sigue dándome instrucciones y yo las sigo obedientemente mientras frunzo el ceño, y luego me voy a casa frustrada al terminar mi jornada, más incluso que cuando llego al trabajo.

Si soy honesta, sé por qué nada ha cambiado. Él es mi jefe y aunque una relación entre los dos no está prohibida, sí que sería despreciada. No es que esté buscando una relación. No... solo estoy interesada en el sexo. Puede que sea superficial, pero estoy deseando el toque físico de otra persona después de tanto tiempo, y estar cerca de Zach, que está muy caliente, no ayuda. Sin embargo, no parece que vayamos a tener sexo, al menos pronto, por mucho que odie admitirlo.

Bueno, tengo el fin de semana por delante para sacarme a Zach de la mente.

No tengo ninguna prisa en llegar a casa porque Ryan está en casa de mi madre. Mi madre se lo lleva de vez en cuando durante unas horas para darme un respiro. Al no tener pareja, trabajar y ser madre resulta un poco estresante.

De repente, la puerta del despacho de Zach se abre. Miro hacia arriba, parpadeando. Normalmente, no veo a Zach antes de irme, ya que trabaja hasta muy tarde, pero ahora está de pie junto a la puerta mirándome fijamente. La mirada de sus penetrantes ojos es insondable, y me pone los nervios de punta.

Entonces...

—Tenemos que hablar —dice abruptamente.

Luego se da la vuelta y desaparece en su oficina, dejando la puerta abierta para mí. Me quedo congelada. ¿Estoy metida en problemas? Mierda. Respiro profundamente para estabilizarme. No, lo más probable es que Zach, respondiendo al comentario que hice en el almuerzo sobre que no tendría prisa por llegar hoy a casa, me pida que me quede hasta tarde para ayudarlo. No es así como planeé mi noche, quería sentarme en el sofá y ver unas cuantas películas románticas, pero, al menos, el trabajo me ayudaría a no pensar en otras cosas.

Entro en el despacho de Zach. Está de pie junto a su mesa, apoyado en el borde, y parece que acaba de salir de una sesión de fotos. Mi boca se seca y trago.

—Cierra la puerta —dice.

Cuando voy a hacerlo, siento un cuerpo caliente que se acerca por detrás de mí. Sus brazos se acercan a mi cuerpo y apoya las manos contra la puerta. Me quedo congelada cuando siento su aliento agitando el vello de mi nuca. Ni siquiera lo he oído moverse.

—Me has estado comprometiendo toda la semana —dice Zach en voz baja.

Así que, se ha dado cuenta. Basándome en la forma en que está actuando, dudo que me vaya a reprender. Tomo aire y reúno coraje. Mis esfuerzos no han sido en vano.

—¿Y qué vas a hacer al respecto? —pregunto atrevidamente.

Por un momento, no pasa nada. Ambos estamos tan cerca que podríamos tocarnos si nos inclináramos un poco más. Sigo de cara a la puerta, esperando el momento que sé que va a llegar. Entonces, en un acuerdo tácito, nos movemos. Me doy la vuelta y él me presiona contra la puerta. Puedo sentir el bulto de su polla presionando contra mi vientre, y sus labios encuentran los míos en un beso ardiente. Su lengua serpentea en mi boca y coloca sus manos pesadas y poderosas en mis caderas. No puedo hacer otra cosa que agarrarme a él, perdida en la sensación de su tacto.

Entonces, tan abruptamente como me besó, Zach se aparta. Lo repentino de esto me deja tambaleándome y jadeando, tratando de recuperar el aliento. La presión de su cuerpo sobre el mío sigue siendo fuerte, y también noto la puerta en mi espalda.

—Joder —jadeo, echando la cabeza hacia atrás—. Zach, eso ha sido...

—Exactamente lo que querías, ¿verdad? —pregunta suavemente. Se inclina y me pellizca la mandíbula, haciendo que me estremezca contra él—. Has estado tratando de atraerme toda la semana, ¿no es así?

No puedo negarlo, pero tampoco me salen las palabras mientras él me mordisquea el cuello. Se toma mi silencio como un asentimiento.

—Has estado jugando —dice. Su agarre se estrecha—. ¿Sabes lo difícil que ha sido resistirme toda la semana? ¿Cuántas veces he querido tumbarte sobre mi mesa y follarte?

La imagen que producen sus palabras es tan sorprendente y tan abrumadora que gimo. Mierda, sí, la idea es maravillosa. Tal vez pueda sentir mi corazón latiendo salvaje por sus palabras, porque una sonrisa aparece en sus labios. Es la primera vez que lo veo sonreír, aunque se trata de una oscura promesa de lo que está por venir, y un escalofrío recorre mi columna vertebral.

Definitivamente, quiero lo que está a punto de hacerme.

Me enderezo y lo miro a los ojos. Puedo ver su hambre. Me quiere tanto como yo a él. No hay nada entre nosotros salvo lujuria pura.

—¿Sí? —lo desafío, haciendo que sus ojos se oscurezcan—. ¿Qué te detiene, entonces?

Los dos respiramos pesadamente. Mi estómago se aprieta en anticipación y ya puedo sentir la humedad entre mis piernas. Los ojos de Zach brillan. Su sonrisa se estira y yo me estremezco cuando se agacha contra mí, su dura polla presionando contra mi muslo. Pero no es suficiente. Quiero más. Quiero sentir su gruesa longitud deslizándose dentro y fuera de mí mientras me folla.

—Voy a follarte —dice Zach, con la voz baja y áspera—. Voy a follarte fuerte sobre mi mesa.

—Sí —jadeo, y mis brazos se deslizan alrededor de su cuello. Maniobro con el nudo de su corbata—. Pero, primero, quiero desnudarte; quiero quitarte toda esta ropa.

Me quito la corbata mientras él desabrocha los botones de mi blusa blanca, sus dedos calientes rozando la piel de mi estómago. Febrilmente, yo también le desabrocho los botones. Uno de ellos sale volando, pero a ninguno de los dos nos importa. La extensión de su suave pecho se me revela, y deslizo mis manos sobre sus músculos desnudos, sintiendo sus ondulaciones. Zach está en forma y me emociona tocarlo por fin.

—Joder, Zach —suspiro. Me inclino y le doy un beso en el hombro—. ¿Cómo te mantienes tan en forma si te pasas todo el día sentado?

—Tengo un gimnasio privado en casa. —Me saca la blusa por los hombros, y la desliza hacia el suelo. Sus manos me envuelven las caderas—. Mira lo que has estado escondiendo bajo tu ropa de trabajo.

Mantenerme en forma siempre fue importante para mí cuando era más joven, aunque solo fuera para atraer más ojos en la época en la que frecuentaba los clubes. Cuando me quedé embarazada de Ryan y me vi obligada a cambiar mi vida, mantuve el hábito de hacer ejercicio en el poco tiempo libre que tenía.

Zach se echa hacia atrás y sus manos bajan hasta la cinturilla de mi falda, buscando la cremallera. Yo le quito la camisa y agarro la hebilla de su cinturón. Gruño cuando siento que me suelta la falda, y cae al suelo formando un remolino alrededor de mis tobillos. Me quito los tacones y le envuelvo una pierna alrededor de los muslos. Gemimos por la sensación. Finalmente, logro liberar su cinturón y lo lanzo a un lado.

Me siento expuesta y vulnerable en ropa interior, y puedo sentir los ojos de Zach rasgando mi cuerpo, su mirada caliente. Luego retrocede y baja la cabeza para besarme una vez más. Es tan feroz como antes. Zach domina el beso y me chupa la lengua. Me derrito al sentirlo y me agarro a sus antebrazos mientras lucho por mantenerme erguida. Noto el borde de su mesa en el trasero y Zach me ayuda a subirme en ella. Se inclina sobre mí, el sudor de su pecho desnudo brillando al sol.

—Ahora voy a follarte.

Me aprieto contra él, mis brazos se enrollan alrededor de su cuello. Mi corazón late rápidamente, y sé que no hay ningún lugar donde preferiría estar.


 

Capítulo 4

 

Zach

Desde el momento en que, a principios de la semana, noté la forma en que mis ojos se dirigían al cuerpo de mi secretaria, Anya Russell, supe que algo pasaba. Tampoco tardé mucho en entenderlo; aunque no se vestía de forma provocativa, movía su cuerpo de un modo seductor para llamar mi atención. Pero ella es mi secretaria y yo soy su jefe. No está bien que se comporte así en el lugar de trabajo. Más de una vez, contemplé la posibilidad de decírselo. El miércoles, incluso consideré despedirla antes de tener que admitir a regañadientes que es una buena secretaria, que no puedo permitirme perderla ahora mismo. Pero mi cabreo no ha durado demasiado tiempo.

He caído en la tentación y le he dado lo que tanto me pedía, lo que ambos deseábamos. Después, ya ambos saciados, me agacho para recoger mi ropa y Anya parpadea, sacudiendo la cabeza antes de deslizarse del escritorio y recoger su propia ropa. Por un momento, creo que va a decir algo sobre lo que acaba de pasar, pero se viste en silencio y se dirige a la puerta.

Antes de llegar, hace una pausa y gira la cabeza. No hay vergüenza en su mirada, solo aceptación y determinación.

—Te veré el lunes —dice respetuosamente.

Luego se va. Resoplo mientras recojo mi corbata.

 

 

Saqué a Anya de mi mente en el momento en que salí de mi despacho, satisfecho y con la única preocupación de que ella trate este asunto como si nunca hubiera ocurrido. El fin de semana pasa rápido, y ni una sola vez pienso en Anya. Un único encuentro sexual es más que suficiente para mí. El lunes no se muestra provocativa. Ha vuelto a ponerse la ropa que llevaba antes de seducirme, una blusa pálida abotonada correctamente, una falda de línea A y unas medias negras con tacones negros. Es ropa reglamentaria, y lo único que está fuera de lugar son los rizos que se le escapan del moño.

Ahora está inclinada sobre su escritorio, mordiéndose el labio mientras clasifica algunos papeles, obviamente, buscando algo. Mis ojos siguen el contorno de su firme trasero, que se balancea ligeramente mientras tararea. Luego se endereza y extiende los brazos sobre la cabeza. La acción expone un trozo de piel, y soy incapaz de mirar hacia otro lado hasta que ella baja los brazos de nuevo.

¿Qué cojones me pasa?

Toso para indicar mi presencia y Anya salta, sorprendida. Se balancea, parpadea, y luego esboza una pequeña sonrisa. Es la misma sonrisa educada de todas las mañanas.

—¿Jefe? —me pregunta, confundida—. ¿Está todo bien?

Debo haberme quedado allí plantado demasiado tiempo, irritado conmigo mismo por tener estos pensamientos, y también con ella por inspirarlos. Frunzo el ceño.

—Sí —contesto—. Pon los informes de la semana pasada en mi mesa tan pronto como sea posible.

Casi puedo sentir que pone los ojos en blanco a mi espalda mientras me alejo, como suele hacer cuando cree que le he hablado bruscamente sin motivo. Lo ignoro como siempre y cierro de golpe la puerta de mi despacho, necesitando poner una barrera entre Anya y yo. Pero eso no ayuda.

Bueno... joder. Me las arreglé para pasar todo el fin de semana sin pensar en ella, y ahora está impregnando todos mis pensamientos. Me hace enojar. Tengo trabajo que hacer. No tengo por qué distraerme con un encuentro sexual que no significó nada para ninguno de los dos, salvo el placer físico. Pero es difícil sacar su cuerpo de mi cabeza, o la forma en que sus ojos se oscurecieron cuando me acerqué para meter mi polla dentro de ella.

Respiro profundamente. Sé lo que está pasando. Anya no es la primera mujer con la que he buscado sexo sin ataduras a lo largo de los años. Normalmente, sin embargo, la mujer desaparece y no tengo que volver a verla.

Con Anya, sin embargo, no tengo más remedio que verla... un constante detonante de todos los sórdidos recuerdos de la semana pasada. Es mi secretaria, y no puedo pedirle que se vaya porque no quiero pensar en tener sexo con ella.

La solución más fácil a mi problema sería despedirla. No hay razón para no hacerlo. Ella tomó un camino inapropiado y sería motivo de despido. Frunzo el ceño y me froto la frente. No puedo hacerlo por dos malditas razones.

Yo también quise tener sexo con ella. Si quiero despedirla por seducirme, debería haberlo hecho antes de follar con ella. Hacerlo ahora me convertiría en un hipócrita. Y, segundo... la necesito como empleada. Estoy empezando a encontrar algunos indicios de ciertos tratos en los que mi padre estaba involucrado y que podrían poner en peligro tanto la compañía como mi reputación si alguna vez se descubrieran. Todavía no sé exactamente lo que es, pero creo que voy a desenterrar algo grande... y horrible.

Entre eso y los empleados que aún no quieren aceptarme, necesito a Anya no solo como mi secretaria, sino como un enlace efectivo entre el resto de los empleados y yo. Si ella no estuviera aquí, probablemente, tendría más problemas. No me gusta admitir que dependo un poco de ella, pero así es. Por lo tanto, despedir a Anya no es una opción.

 

 

Tres días después, los recuerdos de nuestro encuentro sexual son más fuertes que nunca. Anya no está provocándome, lo que es aún más irritante para mí. Es solo su mera presencia la que despierta los recuerdos. Para empeorar las cosas, Anya no parece estar afectada en absoluto. Sigue con su trabajo como siempre, me dirige la misma sonrisa distante y educada de siempre, y sigue mis instrucciones al pie de la letra. Me trae los papeles a tiempo y no se olvida de reenviarme los correos electrónicos importantes que necesito ver.

¿Cómo diablos está tan tranquila con todo esto? Hace que mi ira aumente. ¿El sexo conmigo fue tan insignificante que pudo sacarlo de su mente tan fácilmente? Obligo a mis pensamientos a detenerse y miro mi mesa. No. No voy a ir por ese camino. Me he follado a Anya. Fin de la historia. Ahora tenemos que trabajar juntos y olvidarnos de todo esto. Anya parece haberlo hecho. Ahora yo también tengo que hacerlo. No es algo que vaya a volver a pasar, porque no tengo ningún deseo de formar una conexión emocional más profunda con ella ni con nadie. Solo fue sexo, y no vale la pena todo el tiempo que he dedicado a pensar en ello.

Agarro mi bolígrafo con fuerza. Mañana, cuando llegue al trabajo, la saludaré como de costumbre y me olvidaré de todo.

 

 

En el momento en que veo a Anya a la mañana siguiente, recuerdo el profundo sonido gutural de su gemido y mi polla se endurece. Me encierro en mi despacho, sin molestarme en responder a su cortés saludo matinal. A la mierda con esto. Necesito que Anya siga siendo mi secretaria, nada más. Abrir la puerta de mi oficina. Ella, que acaba de sentarse, parece irritada.

—A partir de ahora, toda la correspondencia importante se hará a través del correo electrónico —anuncio con la voz dura y esperando obediencia—. No debes entrar en mi oficina a menos que yo lo diga explícitamente.

Espero que Anya parezca ofendida. Pero ella solo levanta una ceja.

 —Bien —dice, encogiéndose de hombros. No le importa. Por un momento, casi envidio su actitud indiferente—. Tendrás que venir y recoger tu propio papeleo, entonces.

Hace un gesto hacia una pila ordenada en el borde de su mesa. Frunzo el ceño y gruño. Joder, esto no debería ser tan difícil.

—Bien —me quiebro—. Las únicas veces que se te permite entrar en mi despacho es cuando haces entregas importantes, a menos que yo diga lo contrario. Cuando lo hagas, debes entrar y salir lo más rápido posible, y no debes distraerme de ninguna manera.

No espero una respuesta, simplemente, vuelvo a mi despacho. Estoy furioso por haber tenido que poner tal medida en marcha. ¿Cómo se atreve mi mente a traicionarme así? Tengo cosas mucho más importantes que atender ahora mismo. No quiero estar constantemente pensando en lo grandes y gordos que son los pechos de Anya.

Me dejo caer en mi silla y recojo mi bolígrafo, obligando a mis dedos a relajarse antes de partirlo por la mitad. Tengo trabajo que hacer. Todos mis otros problemas van a tener que esperar. Y si estos impulsos no desaparecen... bueno, siempre puedo obligar a Anya a tomarse unas vacaciones para liberarme de ella durante unos días.

Respiro profundamente y expulso a Anya de mi mente.

Ahora tengo que concentrarme en averiguar exactamente lo que mi padre hacía durante su época como propietario de Gilbert Homes. 


 

Capítulo 5

 

 

Anya

La puerta se cierra de golpe detrás de Zach mientras vuelve a su despacho. Siento irritación. Ha pasado casi una semana desde que Zach y yo tuvimos sexo, y todo ha empeorado. Él apenas me mira. Cuando lo hace, es solo para dar instrucciones y fruncir el ceño. Es como si lo hubiera ofendido mortalmente al participar en un encuentro sexual mutuo.

Bueno, me importa un bledo, para ser honesta. No esperaba mucho de él y, al menos, tuve sexo increíble. Solo quiero hacer mi trabajo en paz para que me paguen al final de la semana. Sin embargo, estaría mintiendo si dijera que no me siento un poco infeliz por cómo han salido las cosas, ya que él me está tratando como si yo hubiera intentado matarlo.

Miro el reloj. Solo faltan seis horas más de trabajo. Cierro los ojos brevemente. Puedo hacerlo. Hoy es viernes, y tendré todo el fin de semana para olvidarme de Zach y de su terrible actitud. Y si me despide, estaré más que feliz de irme y encontrar otro trabajo.

***

Una media hora antes de que me vaya, suena el teléfono. Dejo a medio el correo electrónico que estoy escribiendo, tomo el auricular y lo sujeto entre mi hombro y mi oreja antes de volver a poner mis manos en el teclado.

—Ha llamado a la oficina de Gilbert Homes —digo amablemente—. ¿En qué puedo ayudarle?

—Hola, busco a Anya Russell... —dice la voz de una mujer.

Se me cae el estómago. Solo hay unas pocas razones por las que alguien me llamaría a la oficina en horas de trabajo, y ninguna de ellas es buena.

—Soy yo —digo, con pánico creciente—. ¿Qué puedo hacer por usted?

—Me llamo Yvonne Freeman —explica la mujer, y mi corazón se hunde; sé exactamente quién es—. Soy una de las cuidadoras de Ryan en la guardería Northpoint.

—Sí... creo que nos hemos visto una o dos veces —digo, con la boca seca—. ¿Ryan está bien?

—Está un poco enfermo —dice con simpatía—. Estaba un poco pálido hace un rato, y ahora acaba de vomitar. Está muy agitado y cansado.

Cierto que Ryan se veía un poco apagado esta mañana. Estuve a punto de no ir al trabajo, pero Ryan insistió en que quería ir a la guardería y ver a sus amigos.

—Gracias por hacérmelo saber —le digo poniéndome de pie—. Iré a buscarlo ahora.

—Gracias —dice Yvonne—. Nos vemos.

Cuelgo y recojo mi bolso.

—¿Qué estás haciendo?

Me giro y veo a Zach salir de su despacho. Se ha cruzado de brazos.

—Lo siento, tengo que irme.

—No has terminado tu trabajo.

La frustración me invade.

—Soy consciente, pero no tengo elección. —Lucho por mantener la calma—. Mi...

—En cualquier caso —dice Zach, hablando por encima de mí—, hoy necesito que trabajes hasta tarde.

No es una pregunta. Lo miro fijamente y me siento aún más frustrada. Significa que espera que me quede, incluso con un aviso tan tardío, cuando sabe que los viernes tengo que recoger a Ryan de la guardería.

—No puedo. —Respiro hondo.

—Me temo que negarse no es una opción —dice Zach—. Te necesito esta noche, ya que hay una situación que requiere atención inmediata. Encuentra una niñera. Te necesito aquí.

Cualquier otro día habría llamado a mi familia y amigos para ver quién podía cuidar a Ryan por la noche. Si Zach exige que me quede, significa que realmente me necesita y que ha ocurrido algo importante y terrible que debemos arreglar de inmediato. Pero hoy es un día diferente. Hoy he recibido una llamada de la guardería de Ryan y mi hijo está muy enfermo.

—Lo entiendo, pero esta noche no puedo. Tengo que ir a recoger a mi hijo ahora mismo.

Zach resopla, incrédulo.

—O, simplemente, no quieres estar cerca de mí —se burla—. ¿Estás tan enfadada por no haberme vuelto a acostar contigo que te niegas a hacer tu trabajo?

Me quedo aturdida por la acusación y la ira comienza a arder en mi pecho, extendiéndose lentamente por el resto de mi cuerpo. Ha sido una semana muy larga con Zach considerándome inferior a la suciedad bajo su zapato, tratando de lidiar con la afluencia de trabajo que ha llegado de repente de todos los departamentos de la empresa, y cuidando de Ryan. ¿Y ahora Zach se atreve a insinuar que soy yo la que está equivocada?

Me giro lentamente para enfrentarme a él. Un pequeño rincón de mi mente me dice que necesito contener mi lengua. Pero no puedo. Estoy cansada, estresada y enojada.

—Me has tratado como una basura toda la semana, bastardo —gruño, y él se inclina un poco hacia atrás, sorprendido por el calor de mis palabras—. Para que lo sepas, mi hijo está enfermo y la guardería me ha llamado para que lo recoja. Si no me crees, llámalos tú mismo para comprobarlo. Si no fueras tan imbécil, me hubieras dejado explicarme antes de insultarme.

Paso por delante de él. Está demasiado aturdido para intentar detenerme, y no me doy la vuelta hasta que llego al ascensor y aprieto con rabia el botón de la planta baja. Él se da la vuelta. Hay una extraña expresión en su cara que no puedo descifrar.

Entonces las puertas se cierran y el ascensor baja. Solo entonces mi ira escapa de mí. Suspiro y me froto la cara. Bueno, ahora tengo dos cosas que hacer esta noche. Cuidar de Ryan, y esperar la llamada de Zach diciéndome que estoy despedida.

 

 

Esperaba que Zach me llamara de camino a la guardería, pero no lo ha hecho. Me divierte pensar que sigue junto a mi mesa, intentando comprender las duras palabras que le lancé. Me pregunto cuándo fue la última vez que alguien le habló así. Probablemente, pierda mi trabajo, pero ya es demasiado tarde para arrepentirse.

Estaciono mi coche y me apresuro hacia la guardería. Puedo ver a algunos niños jugando en el patio vallado, pero Ryan no está con ellos. Al entrar me encuentro con Ivonne, la que me llamó. Su cara se relaja en una sonrisa al verme.

—Señorita Russel, me alegro de verla —dice—. Ryan está en una de las habitaciones con Jessie.

—Gracias —digo, siguiéndola—. ¿Está mejor?

—Empezó a tener fiebre hace unos cinco minutos —dice Yvonne con una mueca.

Ryan está recostado sobre una de las trabajadoras, una mujer morena y bonita que le lee en voz baja. Sus ojos están cerrados y tiene la cara pálida. Sin embargo, tan pronto como entro sus ojos se abren de golpe. Entonces se incorpora y se apresura a correr hacia mí.

—¡Mamá! —grita. Me rodea con los brazos las rodillas y yo me inclino para darle un abrazo. Ya puedo sentir el calor de su frente.

—Oh, Ryan, vamos a llevarte a casa, ¿vale? —Aliso su pelo hacia atrás—. Te haré un poco de sopa y podremos acurrucarnos en el sofá y ver películas.

Normalmente, Ryan saltaría de alegría ante la sugerencia. Pero, ahora, solo esboza una débil sonrisa.

—Gracias por sentarse con él —le digo a la mujer.

—No te preocupes. —Sonríe ella.

Tomo a Ryan en brazos y se acuesta contra mi hombro como un peso muerto, respirando contra mi cuello, y lo llevo al área de recepción.

—Una firma y yo rellenaré el resto —dice Yvonne en voz baja, entregándome un bolígrafo.

—Gracias. —Firmo rápidamente mientras Yvonne recoge la mochila de Ryan.

Vamos hacia el coche y lo coloco en su asiento. Siento su frente. Todavía está caliente. Voy a tener que darle un poco de medicina y vigilarlo esta noche. Siempre está pegajoso cuando está enfermo, así que puede dormir en mi cama.

Suspiro y me deslizo en el asiento del conductor. Un niño enfermo y la posibilidad de no tener trabajo la próxima semana. ¿Qué más puede salir mal hoy? 

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