Capítulo 1
Quinn
Cuando escucho que la
puerta del ascensor se abre, suspiro, enderezo la columna y cierro los ojos ante
el ordenador que tengo delante, aunque mis dedos no se detienen y siguen
tecleando.
Oigo pasos pesados
acercándose a mí, pero no miro hacia arriba hasta que una sombra cae sobre mi
escritorio. Solo entonces aparto los ojos de la pantalla del ordenador y aprieto
los labios mientras miro a mi jefe.
—Buenos días —lo
saludo.
Nicholas Dubois me
sonríe. Es una sonrisa encantadora, lo suficientemente amplia como para mostrar
sus brillantes dientes blancos. Se ajusta a sus rasgos infantiles y a su pelo
castaño cuidadosamente peinado. Sé que las mujeres desean su atención, atraídas
tanto por su aspecto como por su riqueza.
Personalmente, no veo
por qué tanto alboroto. Su rasgo más llamativo son sus brillantes ojos azules
enmarcados por largas y oscuras pestañas, pero su belleza es solo un
envoltorio.
—Buenos días, Quinn —dice,
apoyado en mi mesa.
Se inclina, no lo
suficiente para tocarme, pero sí para que pueda oler su colonia almizclada. Es
nueva.
—¿Hay algo en lo que
pueda ayudarte? —Deseo con todas mis fuerzas que regrese a su despacho.
—¿No quieres mi compañía?
—pregunta en broma.
—No —digo sin rodeos—.
Tengo mucho trabajo que hacer, como bien sabes, y creo que tú también.
Hace tres años,
cuando tuve enfrente a Nicholas Dubois, el hombre más rico de Manhattan, y le
dije por qué sería una buena elección ser su nueva secretaria, nunca hubiera
soñado con hablarle de esa manera. Ahora, sin embargo, llevo aquí el tiempo suficiente
como para tener esa confianza.
Con un suspiro,
Nicholas se retira y se lleva consigo el aroma que me niego a considerar
tentador de ninguna manera. Vuelvo a poner los ojos en la pantalla de mi
ordenador.
—Desafortunadamente,
el trabajo es la pesadilla de nuestra existencia —dice—. Esperaré con ansias el
momento en que nos veamos de nuevo.
Pasa por mi lado y la
puerta se cierra detrás de él. Solo entonces me relajo, poniendo los ojos en
blanco. No es que Nicholas sea un jefe terrible. En muchos sentidos, es un jefe
muy bueno. Es atento y amigable, pero también es de los que piensan que su
acento francés, el uso ocasional de palabras extranjeras y su buena apariencia,
le conseguirán cualquier mujer que desee.
Me ha dejado muy
claro que me desea, pero yo no estoy interesada lo más mínimo. Su mirada es
siempre persistente, se acerca demasiado a mí y, a veces, se pone poético sobre
mi belleza y me dice que soy tan hermosa como las rosas, o que mi cara es como
el sol cuando brilla a través del cielo nublado.
Sería bonito si no
hubiera visto un tren de mujeres saltar dentro y fuera de su cama a lo largo de
los años.
Me paso la mano por
el pelo corto y rubio. Me pregunto por qué está interesado en mí. No soy tan
guapa como las mujeres que suele llevar colgadas del brazo. Soy delgada y baja,
tengo pecas y uso gafas. Y nunca me he puesto un vestido glamuroso. Pero, por
alguna razón, Nicholas ha puesto su atención en mí, y ahora tengo que pensar en
la forma de rechazarlo de nuevo. Es frustrante, porque no importa lo fría que
sea con él. No pierde el interés.
De repente, la puerta
de Nicholas se abre.
—Quinn, ¿tienes el
informe de resultados del proyecto para el año que viene? —pregunta.
—No lo tengo. Le enviaré
un correo electrónico a Jonathan para que te lo envíe.
Desaparece tras la
puerta y sonrío irónicamente. Ese es el lado de Nicholas que me hizo querer
trabajar para él, un tipo que construyó una franquicia de tiendas de moda en
toda América hasta convertirse en uno de los hombres más ricos del país.
Sacudo la cabeza y
envío un mensaje a Jonathan Fairway, el jefe de nuestro departamento
financiero.
Desafortunadamente,
si esperaba irme esta tarde antes de que Nicholas pudiera decir algo más,
estaba muy equivocada. Mientras recojo mis pertenencias para irme, contenta de
que sea viernes, Nicholas aparece por la puerta.
—Me marcho. Hasta el
lunes —digo con una inclinación de cabeza, recogiendo algunos archivos para
llevar a casa.
—Hay otra opción. —Ahí
está esa sonrisa encantadora de nuevo—. Podrías unirte a mí para tomar una copa
y hablar de trabajo.
Lo conozco lo
suficiente para saber que no quiere hablar de trabajo. Frunzo el ceño y lo miro
de frente.
—Nicholas —digo, con
el tono de voz seco—. Agradezco la oferta, pero no creo que sea apropiado que
nos reunamos fuera del trabajo. —Parece visiblemente sorprendido por rechazarlo,
y siento cierta satisfacción por ello—. Que tengas un buen fin de semana.
Me doy la vuelta,
mirando hacia atrás solo una vez cuando llego al ascensor. Él sigue mirándome,
confundido. La imagen es graciosa, pero consigo mantener mi sonrisa hasta que
las puertas del ascensor se cierran y me quedo sola.
Mi móvil suena en mi
bolsillo. Es un mensaje de mi mejor amiga, a la que estoy a punto de ver. Hace mucho
tiempo que no tenemos la oportunidad de ponernos al día, y hemos quedado en un
pequeño y encantador café que solíamos frecuentar cuando estábamos en la
universidad.
Christy Larsen y yo somos
amigas desde que estábamos en el instituto. Durante esos años, ninguna de las
dos era muy popular; yo siempre tenía la nariz enterrada en los libros, y
Christy era una artista que tenía la reputación de ser un poco extraña. Nos conocimos
en nuestro último año y hemos sido amigas desde entonces. Ahora, yo soy la
secretaria del hombre más rico de Manhattan, y Christy consiguió el trabajo de
sus sueños dibujando caricaturas de niños. Me alegro de tenerla en mi vida.
No tardo mucho en
llegar al café Aroma. La mujer de la caja registradora mira hacia arriba cuando
entro, y me dirijo hacia una mesa libre junto a la ventana.
Unos cinco minutos
más tarde, Christy entra como un torbellino y con aspecto un poco desaliñado.
Su pelo negro hasta los hombros está despeinado por el viento, y su camisa está
arrugada, con una gran mancha de tinta en la manga derecha. Mientras se acerca
a mí, se atusa el pelo con una amplia sonrisa.
—¡Quinn! —Me pongo en
pie y nos abrazamos—. ¡Me alegro de verte!
—Y yo. —Sonrío—. Siento
haber estado tan ocupada últimamente.
—No te preocupes, yo
también he estado muy ocupada. Por suerte, acabamos de terminar un proyecto,
¡así que tengo unas horas para respirar antes de empezar con el siguiente!
—Me pasa lo mismo. —Rio—.
Nicholas ha abierto una nueva tienda de sillas en Miami, y ha sido una
pesadilla. Los gerentes llamaban todos los días con algún nuevo problema.
—Me lo imagino —dice
Christy. Nos sentamos y se inclina hacia adelante con una sonrisa burlona—. ¿Alguna
novedad con Nicholas? ¿Sigue coqueteando contigo?
—Me ha invitado a
salir para «hablar de trabajo» —le digo sin más.
—Oh, eso es nuevo —dice
Christy—. Parece que está mejorando su juego.
Christy encuentra la
situación hilarante. Es frustrante, pero sé que ella estaría a mi lado si
Nicholas alguna vez cruzara una línea.
—Desearía que se
detuviera —me quejo.
La sonrisa de Christy
cae.
—¿De verdad te hace
sentir tan incómoda? —pregunta seriamente—. Porque si es así, tienes que hablar
con él.
Pienso en ello un
momento. Las atenciones de Nicholas son molestas, pero no llegan al acoso. Además,
aunque me cuesta admitirlo, a veces es difícil no quedar atrapada en su mirada.
—No, en realidad no. Es
más molesto que otra cosa —digo, poniendo los ojos en blanco—. Estoy segura de
que se olvidará de mí en cuanto alguien vuelva a llamarle la atención.
—Sí. —Christy se ríe—.
Pronto captará la indirecta, no te preocupes. Es normal que se haya dejado llevar
por tu linda cara.
Tímidamente, me
enderezo las gafas. No me considero muy guapa, por eso es tan extraño que
Nicholas haya puesto sus ojos en mí.
Entonces pienso en
los mensajes que me llegan al móvil y que ignoro, los de un exnovio con el que
no deseo volver a hablar. Me sacudo el pensamiento. Entre Nicholas y esos
mensajes, mi vida se está convirtiendo en un interminable dolor de cabeza.
Tal vez Christy tenga
razón y lo mejor sea hablar con Nicholas.
—Bueno, dejemos de
pensar en eso —dice Christy con un firme asentimiento—. Esta noche es de las dos,
Quinn, como en los viejos tiempos. ¡Vamos a volvernos locas!
No puedo evitar
reírme al saber que, «enloquecer», es ir al cine y luego irnos a mi apartamento
para jugar al Scrabble. Sonrío. Al menos tengo a Christy a mi lado.
Nicholas
Cuando Quinn Butler
se va, con la cabeza erguida y los hombros rectos, no puedo evitar preguntarme
qué estoy haciendo mal.
Quinn es mi
secretaria desde hace tres años, y es una de las mejores que he tenido. Hace
unos meses no hubiera imaginado fijarme en ella, tenía muchas mujeres
lanzándose sobre mí como para arriesgarme a tener una relación con una
empleada, sin embargo, últimamente…
Miro su mesa. Está
meticulosamente ordenada. Intento recordar el momento en que la miré y me di
cuenta de que era preciosa. Recuerdo que estaba sentada aquí y se metía el pelo
detrás de la oreja de forma distraída.
Cuando les cuento la
historia a mis amigos, confiado en mi capacidad de llevar a cualquier mujer a
mi cama, exagero un poco los detalles. Les digo cómo se inclina hacia adelante
mostrando su escote embriagador, y cómo me mira seductoramente con sus ojos
color avellana a través de los mechones de su pelo corto y rubio.
Pero nada de eso es
cierto.
La deseo. Es
diferente a todas las mujeres que caen a mis pies rogando mi atención tan
pronto como descubren lo rico que soy. Es inteligente y su lengua es tan
cortante como su mente. Además de eso, sigue diciendo que no. Rio y me apoyo en
la puerta abierta de mi despacho.
Debería haberme
rendido hace tiempo. Quinn ha dejado muy claro que no tiene ningún interés en
mí más allá de nuestra relación laboral. Mi amigo me ha contado que conoce a
algunas chicas que se mueren por conocerme. ¿Por qué molestarme en perseguir a
una mujer que no me quiere cuando puedo tener a otras que sí me quieren?
Pero no puedo darme
por vencido y no sé por qué. Los constantes rechazos de Quinn son intrigantes;
no le importa mi dinero o lo famoso que soy, y a veces actúa como si le
repugnara la idea de una relación conmigo. Sin embargo, no puedo dejar de
buscar esa cosa que la hará cambiar de opinión. Necesito saber qué es lo que
hay en mí que le parece tan terrible, y qué tengo que cambiar para atraerla.
Porque la atraeré, de
una forma u otra. A diferencia de otras mujeres, no se deja llevar por mi
apariencia, mi acento extranjero o mi dinero. Y eso la hace aún más atractiva.
Miro mi reloj. Se
está haciendo tarde. Los limpiadores vendrán pronto. Soy un multimillonario que
construyó el imperio de Yuza desde cero, y lo convirtió en una de las cadenas
de tiendas de moda más populares del mundo. Si soy tan inteligente como para haber
hecho esta fortuna en América tras dejar mi casa en Francia hace muchos años, también
tengo que serlo para interesar a una maldita mujer.
Bajo las escaleras y
me encuentro con mi chófer, que espera pacientemente a que suba al elegante coche
negro. Me saluda con la cabeza.
—¿Adónde, señor? —pregunta.
—A casa, Alan —suspiro;
ya no tengo ganas de salir.
Casi puedo sentir su
intriga. Como he estado tan ocupado persiguiendo inútilmente a Quinn, no he
pasado tanto tiempo en los clubes de Manhattan. Sé que Alan, que es mi chófer
desde hace dos años, se está preguntando sobre este cambio, pero no me apetece
iluminarlo. No quiero que nadie sepa que yo, Nicholas Dubois, tengo problemas
con una mujer.
El viaje desde la
oficina no es largo y veo el paisaje pasar. Estoy irritado porque la mayoría de
mis pensamientos parecen girar en torno a Quinn Butler. Hacer que se enamore de
mí casi se ha convertido en una obsesión, y me vuelve loco no tener ni idea de
qué hacer a continuación, o cómo evitar más errores.
Siempre he sabido qué
hacer a continuación. Cuando vine a vivir a Estados Unidos, con nada más que
unos pocos títulos, una cuenta bancaria casi vacía y sueños enormes, seguí
adelante sin importar lo que pasara, negándome a mirar hacia atrás o
preocuparme por el futuro. Avanzar con confianza siempre ha sido mi marca
registrada.
El coche se detiene
en la entrada de mi mansión. Salgo del coche dando un portazo más fuerte de lo
necesario. ¿Qué tiene Quinn que me hace sentir inseguro?
—¿Está todo bien? —pregunta
Alan levantando una ceja mientras baja la ventanilla.
—Bien —digo con un
suspiro—. Solo un largo día.
Parece que quiere
preguntar, pero, en el último segundo, recuerda su lugar como mi empleado y se
retira con un asentimiento. El gesto me hace sentir extrañamente solo.
—Lo veré mañana,
señor —dice Alan.
Al mirar hacia mi
casa recuerdo la razón de querer estar siempre de fiesta. Vivir solo en esta
enorme casa me está pasando factura, pues no tengo a nadie con quien
compartirla.
—Me estoy ablandando —digo
en voz alta, al tiempo que cruzo el jardín.
Los constantes
rechazos de Quinn me han hecho reflexionar sobre algunos aspectos de mi vida, y
he encontrado varias cosas que faltan. Ella entró en mi vida y la puso patas
arriba, y ni siquiera tiene la decencia de fingir que está interesada en mí.
Resoplo. Tal vez, si puedo intuir alguna señal de atracción o admiración de
ella, todo volverá a la normalidad.
Estoy tan cansado que
ceno y me acuesto temprano. Quiero escapar de mi mente, que gira sin descanso. Pero
Quinn también suele aparecer en mis sueños. Ahora está frente a mí. Lleva un bonito
vestido esmeralda que se pliega alrededor de su cuerpo, resaltando sus curvas.
Sobre nosotros, luces brillantes se balancean haciendo que las sombras bailen
perezosamente a su alrededor. La vista es tan hermosa que no puedo dejar de
mirarla.
Ella aprovecha mi
estupefacción para dar un paso adelante. La abertura de su vestido se abre y
veo su sedosa pierna y su zapato plateado de tacón. Mis ojos recorren su pierna
hasta llegar a sus ojos, que me miran detrás de sus gafas. A medida que se
acerca veo las pecas que salpican sus mejillas, y respiro el familiar perfume
floral que siempre lleva.
—Nicholas —suspira, y
esa sola palabra de sus labios hace que una llama se encienda en mi estómago.
—Quinn —respondo, y
mi voz se vuelve áspera—. Estás preciosa.
Ella sonríe. No suele
hacerlo conmigo. Incluso antes de que empezara a perseguirla siempre me miraba
con cortesía profesional. Solo la he visto sonreír una vez, cuando se rio de un
chiste que le contó uno de sus colegas, y nunca he olvidado la suave alegría
que iluminaba su rostro en ese momento.
—Gracias —dice ella—.
¿Quieres bailar?
Una melodía comienza a
sonar. Quinn me extiende las dos manos, aún sonriendo, y me empuja hacia
delante presionando su cuerpo contra el mío. Sus brazos se enrollan alrededor
de mi cuello.
—Creo que es un baile
lento —me murmura al oído sonriendo mientras tiemblo.
Empezamos a balancearnos
lentamente, en un movimiento sensual. El cuerpo de Quinn se frota con suavidad
contra el mío y su pierna se frota contra la pernera de mi pantalón. Sus dedos
juegan con el vello de mi nuca. Puedo sentir cómo se me endurece la entrepierna,
y sé que ella también lo siente.
Casi espero que se
aleje con asco, pero, en cambio, sonríe con los ojos brillantes. Se acerca
sinuosamente y mete una de sus piernas entre las mías. Sus ojos me miran
mientras se frota contra mí lenta y deliberadamente.
Es casi imposible
respirar. Mi polla se mueve y se endurece. Me duele. Dios, deseo tanto a esta
mujer. La necesito ahora mismo.
La agarro por las
caderas. Sé lo que quiero. Quinn está de pie delante de mí, más que dispuesta a
darme todo lo que le pido. La empujo y cae en una silla que está detrás de
ella. Me mira, sus ojos oscuros de deseo, y entonces arquea una pierna haciendo
que los pliegues de su falda caigan.
—¿Y bien? —me pregunta.
Me inclino sobre
ella. De cerca, sus ojos color avellana son aún más impresionantes.
—Voy a follarte —le
prometo en voz baja.
Sus brazos me
envuelven los hombros y tiran de mí.
—Lo espero con ansias —suspira.
Nicholas
Me inclino y capturo
sus labios, que se abren inmediatamente como una invitación. Mi lengua se desliza
dentro de su boca y acaricio sus dientes y encías. Puedo sentir sus dedos
desabrochándome la camisa.
Me retiro y rompo el
beso, que nos deja a los dos jadeando. Deslizo los tirantes de su vestido por
sus hombros y siento que mi calor aumenta cuando me doy cuenta de que no lleva
sujetador. Ella me guiña un ojo y se inclina sobre mí, su aliento rozando mi
oído.
—Deberías ver qué más
no llevo puesto —murmura.
Mierda. Apenas me ha
tocado, pero sus palabras son suficientes para hacerme estallar. He esperado
tanto tiempo para hacer mía a Quinn… No quiero que este momento se arruine solo
porque estoy tan ansioso como un adolescente cachondo.
—Puedo sentir lo
emocionado que estás —dice Quinn sonriéndome, sus dedos se curvan suavemente
sobre mi corazón—. Puedo sentir tus reacciones. Me deseas tanto...
—¿Y tú? —Las palabras
se me escapan sin permiso—. ¿Me deseas?
Todavía sonríe, pero
la mirada en sus ojos es ilegible.
—Sé lo que quiero
—dice misteriosamente.
No responde a mi
pregunta, pero estoy demasiado duro y desesperado para que me importe.
Averiguaré más tarde si realmente me quiere. En este momento, me conformo con
que me desea. La beso de nuevo y su cuerpo se retuerce en la silla debajo de
mí, respondiendo a cada toque. Deslizo mis manos por sus hombros y acaricio su
espalda. Ella se arquea y emite un gemido.
—Oh, Dios mío —jadea.
—Llevas demasiada
ropa —murmuro.
Encuentro la
cremallera y tiro hacia abajo. El vestido cae hasta su cintura. De repente,
ella se pone de pie y el vestido cae al suelo. Mi boca se seca cuando veo la
prueba de lo que había insinuado antes. No lleva nada debajo del vestido.
Sonríe a mi expresión, entonces extiende la mano y me tira de la corbata.
—¿Por qué te quedas
ahí parado? —ronronea—. Pensé que me querías.
Dios, la quiero más
que nada. La alcanzo, pero ella aparta mis manos. Hay una mirada pícara en sus
ojos mientras me deshace la corbata. Mi cuerpo vibra y quiero más, pero ella va
agonizantemente despacio. Gimoteo por la dolorosa espera, pero obligo a mi
cuerpo a quedarse quieto mientras ella me desliza la camisa, y su toque deja
huellas ardientes en mi piel a medida que avanza. Cada parte de mí está tensa
de anticipación y me estremezco cuando mi camisa cae al suelo.
—¿Muy impaciente? —se
burla.
Me he cansado de este
baile lento. Deseo a Quinn desde hace tanto tiempo, que no quiero esperar más.
La agarro por la cintura y la estrecho con fuerza contra mí. Ella jadea.
—Te quiero, ahora
—gruño.
—Todavía llevas
demasiada ropa —dice.
La empujo hacia la
cama. Su edredón de satén brilla bajo la suave luz. Sus rodillas golpean la
cama y cae de espaldas, sus piernas se abren y yo me coloco entre ellas. Estoy
tan duro que duele, y es por Quinn, como siempre. ¿Qué tiene esta mujer que me
hace perder la razón y el control? ¿Por qué la quiero tanto si no se parece en
nada a las mujeres que normalmente persigo?
Ella es diferente y
necesito conocerla más, aunque, en este momento, lo único que quiero averiguar
es cómo hacerla gritar mi nombre. Mi polla me roza los pantalones, desesperada
por ser libre. Quinn tira febrilmente de mi cinturón, casi rompiéndolo en su
prisa.
Sus desesperados
movimientos están en desacuerdo con la calma que mostró antes, cuando se burló
de mí casi hasta la locura. Ahora sus dedos tiemblan y sus movimientos son
frenéticos mientras me arranca los botones.
—¿Ahora quién está
impaciente? —pregunto en voz baja.
Ella me mira. Todo lo
que puedo ver es el hambre y la necesidad.
—Te quiero —susurra,
y me baja la cremallera—. Te deseo tanto que no puedo pensar en otra cosa. Lo
único en lo que puedo pensar es en el momento en que te deslizarás dentro de mí
y me follarás fuerte.
Oh, sí... sí, eso es
lo que quiero hacer.
Mis pantalones caen
al suelo y salgo de ellos antes de quitarme los calzoncillos. Mi polla se
libera finalmente, dura y goteando mientras rebota, dolorida y ansiosa. Esto es
todo. El momento que he estado esperando. Quinn está delante de mí, deseándome
tanto como yo la deseo a ella.
¿Verdad?
—¿Cuánto me deseas,
Quinn? —le pregunto.
Ella mira hacia
arriba. Todavía tiene hambre en los ojos, pero también hay algo que acecha
debajo que no puedo captar.
—¿Por qué no lo
averiguas tú mismo, Nicholas?
Ya no hay tiempo para
andarse con rodeos. Los dos estamos desesperados y necesitamos esto más que
nada. Necesito a Quinn. Tengo que tenerla. Me sumerjo en ella y su cuerpo me
acepta al instante, me atrae, sus piernas se enrollan alrededor de mi cintura
para tirar de mí tan profundo como pueda.
Me sonríe, sus ojos
me desafían. Le agarro las caderas y vuelvo a empujar hasta el fondo. Entro y
salgo de Quinn con dureza, y sus caderas se encuentran con las mías con cada
empuje, con sus músculos apretando mi polla. Hay un infierno a nuestro
alrededor, estoy sudando, y no voy a durar mucho tiempo.
Y luego...
Me despierto con un
jadeo y un grito agudo.
Mi cuerpo tiembla tan
violentamente que las sábanas se deslizan. Olas de placer se estrellan contra
mí mientras me doy cuenta de que estoy presionando mi erección. Mi visión se
vuelve blanca momentáneamente y me cuesta respirar. Al cabo de unos segundos,
la sensación disminuye y vuelvo a caer en la cama, completamente exhausto. Mis
pantalones están pegajosos y húmedos, así como las sábanas enredadas alrededor
de mi cuerpo sudoroso.
Mi corazón acelerado
comienza a calmarse, y respiro profundamente mirando al techo de mi habitación.
Gimoteo y cierro los
ojos. Este ha sido uno de los sueños más intensos que he tenido. Necesito
seducir a esta chica, aunque solo sea para que estos sueños se detengan.
Sigo mirando el
techo. Es madrugada, estoy sudando y huele a sexo, y mi mente sigue exaltada
por el vívido sueño. En este momento, hago un pacto solemne conmigo mismo.
No importa lo que
cueste, voy a hacer que Quinn se enamore de mí.
Quinn
Miro la puerta
cerrada de la oficina esperando a que se abra en cualquier momento. Normalmente,
a esta hora del día Nicholas asoma la cabeza para preguntarme qué estoy
haciendo o para dedicarme algún cumplido. Sin embargo, no hay señales de él, y eso
es algo extraño.
¿Estará intentando algún
tipo de táctica?
También estaba raro
cuando llegó esta mañana. Esperaba que viniera con un ramo de flores o unas
palabras bonitas, como suele hacer después de que lo rechace, pero llegó con
las manos vacías. Y luego se detuvo junto a mi mesa.
—Me gustaría
disculparme por mi comportamiento anterior —me dijo—. Me he dado cuenta de que
te estoy haciendo sentir incómoda, y esa no era mi intención.
Sorprendida, lo miré
fijamente y asentí con la cabeza, y luego se metió en su oficina. No lo he
visto desde entonces. Definitivamente, algo está pasando. Y, de repente, la
puerta se abre.
¡Lo sabía!
—¿Todavía estás aquí?
—me pregunta sorprendido—. Deberías tomarte un descanso para almorzar.
Luego pasa por
delante de mí y me quedo mirando su espalda.
¿Qué es lo que pasa?
El día siguiente ocurre
lo mismo. Me saluda educadamente por la mañana, habla de asuntos de trabajo
relevantes cada vez que me ve, y luego se despide por la tarde, todo sin un
solo cumplido. Y así van pasando los días. Debería ser un alivio. Esto es lo
que quería, ¿verdad? Sin embargo, mi paranoia aumenta con cada día que pasa.
Está planeando algo.
—Creo que debes
calmarte —dice Christy sin rodeos cuando le expreso esta preocupación cuatro días
después de que todo comenzara—. Pensé que no querías que te adulara.
—Y no quiero —aseguro—.
La gente no cambia de opinión tan rápido, ¿no? Pasó de pedirme una cita una
noche a tratarme como a una colega al día siguiente.
—Tal vez se dio
cuenta de que no estás interesada —dice Christy, poniendo los ojos en blanco—. O
tal vez está siendo un caballero y dando un paso atrás para disculparse.
—¿Qué?
—Mira, Nicholas ha
dejado claro que está interesado en ti, ¿verdad? —Yo asiento—. Estoy de
acuerdo, no creo que haya cambiado de opinión tan rápido después de intentarlo
durante tantos meses. Te ha estado tratando como a todas las mujeres que caen a
sus pies y ruegan su atención, y ha esperado que reaccionases de la misma
manera —señala Christy—. Tal vez, finalmente, se ha dado cuenta de que comportarse
de un modo más maduro te atraerá.
—Así que... ¿me está
cortejando? —pregunto, algo confundida.
—No. —Christy resopla—.
Está dando un paso atrás para pensar en un plan de ataque. Y te está dando
espacio para respirar mientras lo hace.
Ah. Bueno, eso tiene
sentido, por mucho que odie admitirlo. Conozco a Nicholas lo suficiente como para
saber que no era posible que se rindiera, aunque no he sido capaz de entender
su juego. Si esa es su nueva táctica, es halagador, aunque sigue pareciéndome
molesto.
Si pudiera entender
por qué se está tomando tantas molestias…
—Quinn, eres
inteligente, impulsiva y bonita —continua Christy sonriéndome con cariño—. Desearía
que pudieras verlo.
—Tal vez, pero no soy
ni de lejos tan hermosa como esas modelos con las que sale, normalmente. Así
que no lo entiendo.
Christy me mira
fijamente, sus ojos examinan mi cara antes de suspirar.
—No tienes que ser
exactamente como ellas; está claro que Nicholas ha encontrado algo en ti que le
gusta —dice—. Además, tal vez su interés en ti es también una señal de que está
buscando una relación más madura.
Eso tiene sentido. Si
se está tomando tantas molestias para atraerme, no será para una sola noche,
sobre todo, porque no lo he visto con otra mujer en meses. Pero, exactamente, ¿qué
quiere?
¿Qué es lo que yo
quiero?
Suspiro y tomo un
sorbo de mi café.
—Bueno, de todos
modos, no importa —gimoteo—. Tengo cosas más importantes de las que
preocuparme.
La diversión en la
cara de Christy desaparece, pues sabe exactamente de lo que estoy hablando.
—¿Te ha vuelto a
enviar un mensaje? —pregunta.
—Anoche —digo con
tristeza.
Agarro mi móvil y
abro el mensaje. Ambas nos inclinamos hacia adelante para leerlo.
«¿Por qué coño me
estás ignorando?».
—Encantador —dice
Christy secamente—. ¿Respondiste?
—No —resoplo.
Me froto los ojos con
la mano. El año pasado, salí con un hombre llamado George McMaran. Nos
conocimos en una exposición de moda; yo estaba allí por trabajo y él había ido
con sus tres hermanas porque les debía un favor. Cuando nos conocimos era
encantador y amable, y yo me sentí feliz cuando me invitó a tomar un café. Y
luego salimos a cenar. Y nuestra relación se volvió más seria.
Sin embargo, cuanto más
me acercaba a él, más posesivo se volvía. Se enfadaba cuando no estaba
disponible para salir con él porque estaba con mis amigas, y empecé a cancelar
mis planes para que no fuera un problema. También era manipulador; si me
molestaba con él por algo, como cuando me mentía o ignoraba mis mensajes,
siempre le daba la vuelta a la tortilla.
Estuve cuatro
interminables meses con él, y cuando rompí me fui del apartamento que habíamos alquilado
el mes anterior, más que feliz de dormir en el sofá de Christy hasta que
encontrara otro lugar. George me rogó que lo reconsiderara, pero ignoré todos
sus mensajes y, finalmente, pensé que se había rendido.
Hasta el mes pasado,
cuando me envió un mensaje diciéndome que aún me amaba. Cometí el error de
devolverle el mensaje para decirle que necesitaba seguir adelante, sintiendo
lástima por él. Después de eso, empezó a enviarme mensajes cada vez con más frecuencia,
hasta enviarme varios al día diciéndome que quiere que volvamos a estar juntos.
—Es persistente —dice
Christy, que no parece muy impresionada—. Ese es otro que necesita entender la
indirecta de una vez. ¿Por qué atraes a todos los raros?
—No es mi culpa —refunfuño—.
Diles que me dejen en paz.
—¿Quieres que lo
haga? —se ofrece—. Todavía tengo el número de George; puedo enviarle un mensaje
y decirle que se pierda.
Pienso en ello
durante un instante. Christy tiene una lengua cáustica, pero por muy
satisfactorio que sea imaginar a George recibiendo los insultos de Christy,
también sé que lanzarle a mi mejor amiga solo empeorará las cosas.
—De momento solo me
envía mensajes, pero si el tema se pone más serio, acudiré a la policía.
—Creo que deberías ir
ya —murmura Christy.
—¿Y decirles qué? —pregunto—.
¿Que estoy recibiendo un par de mensajes de un exnovio rogándome que volvamos a
estar juntos? No ha hecho ninguna amenaza, no ha tratado de localizarme; se
reirían de mí. Como mucho, solo está siendo molesto. —Pongo los ojos en blanco
cuando Christy frunce el ceño—. Voy a comprarme un nuevo móvil y cambiaré el
número.
—Eso funcionará —admite
Christy—. Pero es una mierda que tengas que hacerlo. ¿No puedes, simplemente,
bloquearlo?
—Podría, pero él
sabrá que lo hice y no quiero cabrearlo. Ya tengo más que suficiente con el
trabajo como para pensar en George.
—El trabajo y Nicholas
—bromea Christy.
Vuelvo a poner los
ojos en blanco.
—Nicholas no tiene
nada que ver con esto. Es tan molesto como George, pero de un modo diferente.
Christy se ríe de mí.
A veces me pregunto si está apoyando a Nicholas, aunque no puedo entender por
qué. Suspiro. Todo es demasiado complicado y me gustaría que mis problemas
desaparecieran.
—Avísame si George te
causa problemas —dice Christy—. Haré algo al respecto.
Esbozo una patética,
pero agradecida sonrisa.
—Gracias —digo—. Lo
haré.
Nicholas
—¿Pero estos números
son estables?
—Por ahora, lo son,
pero es probable que eso cambie pronto. Fairmont está bajo una tremenda presión,
y ha habido rumores de que están buscando recortar algunos de sus productos más
caros para intentar recortar las pérdidas que han sufrido recientemente.
Frunzo el ceño y miro
el papeleo, escudriñando los números ante mis ojos.
—¿Qué hay de
Polyfrasier? —pregunto señalando el nombre de otra gran tienda de diseño—. Sus
ventas de nuestra marca también son estables, y su compañía parece estar en un
buen lugar ahora mismo…
Quinn se muerde el
labio inferior y luego asiente con la cabeza.
—Creo que es un
movimiento apropiado —dice inclinándose hacia atrás—. Buscamos una tienda con
suficiente influencia para promocionar nuestros nuevos productos y que tenga un
buen historial de ventas. De todas ellas, la Polinesia es, probablemente, una
de las mejores opciones.
—Genial —digo
recogiendo los papeles y metiéndolos de nuevo en una carpeta—. Gracias, Quinn.
Tu aportación, como siempre, es muy apreciada.
Quinn esboza una
sonrisa.
—Gracias —dice.
Llevo el trabajo de
vuelta a mi oficina antes de ceder al impulso de decirle algo bonito. Hace unos
días, mientras pensaba en cómo hacer mía a Quinn, me di cuenta de que ella no
apreciaba la forma en que he estado intentando atraerla. Todo lo contrario, se
ha sentido incómoda.
El pensamiento era
inquietante, así que me disculpé con ella y luego pasé los siguientes días
pensando en qué hacer. No sabía cómo ligar con mujeres de otra manera, pero,
poco a poco, me fue quedando claro que Quinn era diferente a otras mujeres.
Intenté poner un poco
de distancia profesional entre nosotros, para darle un poco de espacio y dármelo
a mí para pensar. Pero no ha funcionado como yo esperaba. Quinn es interesante.
Más que eso, es extraordinariamente inteligente, por eso la contraté.
El rumor sobre
Fairmont, una cadena de tiendas especializadas en ropa de diseño como la que yo
produzco, no ha llegado a mis oídos, pero Quinn ha buscado la verdad hasta
encontrarla. Ella es algo más que una cara bonita. Es inteligente y motivada, y
sabe exactamente cómo encontrar lo que quiere.
Es muy diferente de
las otras mujeres con las que he salido en el pasado. No está buscando un
revolcón rápido, por lo tanto, si no quiero involucrarme más profundamente con
ella, tengo que retirarme ahora.
Pero no puedo. Por
alguna razón, no puedo soportar la idea de alejarme de ella. Y eso da miedo. En
algún momento de los últimos meses, he llegado a querer a Quinn mucho más de lo
que nunca he querido a nadie.
Y todavía no sé qué
hacer al respecto.
Miro el reloj. Es la
hora del almuerzo. Necesito desesperadamente un descanso para aclarar mi mente,
y, si soy honesto, necesito poner algo de distancia entre Quinn y yo.
—Voy a ir a tomar un
café —digo al salir de mi despacho—. Tómate un descanso.
—Sí, ahora mismo —dice
con una sonrisa.
Ojalá hubiera alguien
con quien pudiera hablar seriamente sobre Quinn, pero con mis amigos no puedo
tener esa clase de conversaciones, a no ser que se trate de una aventura
nocturna.
Tampoco se lo puedo
contar a mi familia, las diferencias horarias son un problema porque ellos
están en Francia. Normalmente, nos conformamos con mensajes de texto o correos
electrónicos. Pero este no es el tipo de conversación para tener en un correo
electrónico.
Al menos, los veré
pronto. Mi hermano acaba de comprometerse con una mujer preciosa y adinerada en
Francia. Conscientes de que estoy en un período de mucha actividad en mi
empresa, toda mi familia ha decidido aprovechar la oportunidad de venir de
vacaciones a América para que pueda asistir a una celebración por su unión.
Quizás puedan ayudarme a averiguar qué está pasando por mi cabeza con respecto
a Quinn. Estoy deseando saber lo que piensan de ella y las confusas emociones
que ha traído consigo.
Respiro el aire
fresco y aprecio el sol en mi piel. Es agradable estar lejos del ajetreo de la
oficina durante un rato. Veo mi coche cerca, Andy está leyendo una revista en
el asiento delantero, pero me alejo. Solo quiero tomar un café en la cafetería
que está cerca de la esquina.
Me tropecé con ella
por casualidad hace un año más o menos, frustrado por un trato que no parecía
ir a ninguna parte. Ahora la frecuento hasta el punto de que los dueños miran
hacia arriba cuando entro y sonríen al reconocerme.
—¡Nicholas! —Tabitha,
la mujer pequeña y robusta tras el mostrador, está radiante—. ¿Cómo estás?
—Estoy bien, gracias.
—Sonrío calurosamente—. ¿Qué deliciosos especiales tienes?
—Bueno, mi hija ha
venido hoy —dice Tabitha asintiendo con la cabeza—. Peter le ha estado
enseñando a hornear y tenemos una tarta de frutas deliciosa.
—Entonces la probaré —digo
con un movimiento de cabeza—. Que sean dos.
Quinn tiene tendencia
a olvidarse de tomar descansos para comer, aunque yo se lo diga. Nunca he hecho
nada al respecto, pero ahora, mientras pido una segunda tarta para ella, me
pregunto por qué no lo he hecho antes. Quinn hace mucho por mí. Esto es lo
menos que puedo hacer.
—¿Vas a almorzar con
alguien? —me pregunta Tabitha con curiosidad, embolsando las dos tartas.
—No. —Rio—. Mi
secretaria tiende a trabajar durante el almuerzo, así que le llevaré algo.
—Qué dulce. —Sonríe
Tabitha—. ¿Quieres un café para ella también?
—Un café con leche
con dos azucarillos —digo con una inclinación de cabeza, recordando cómo ella
se toma el café.
Tabitha vuelve a
sonreír y se dirige a la máquina de café. Me acerco a la caja registradora y
miro distraídamente a mi alrededor. Sobre el mostrador hay una pequeña caja, y
me inclino hacia delante para mirarla con curiosidad. Hay varios ositos dentro,
todos ellos con diferentes uniformes. Algunos están vestidos de médicos, otros
de pilotos y otros de científicos. Todos con diferentes profesiones.
—Peter y yo apoyamos
una organización benéfica que intenta ayudar a los desamparados —dice Tabitha—.
Vendemos esos osos para intentar recaudar algo de dinero.
Un oso me llama la
atención y lo cojo. Es un oso con chaqueta de traje y falda de lápiz, con un
lazo azul marino detrás de la oreja. La etiqueta dice «maestro», pero es el
tipo de ropa que Quinn usa normalmente. Tiene una pequeña colección de ositos
como este en su mesa. Probablemente, apreciaría el detalle…
¿Comprarle un oso es
ir demasiado lejos? ¿Lo verá como si tratara de seducirla de nuevo? Tomo una
decisión en una fracción de segundo y le entrego el oso a Tabitha para que me
lo ponga junto con las porciones de tarta y los cafés. Con suerte, a Quinn le
gustará. Le diré que aprecio lo mucho que hace por mí y que quiero que lo tenga
por esa razón. Me aseguraré de no decir «el oso me hizo pensar en ti», lo cual,
curiosamente, es la verdad. Se lo tomaría mal.
—Aquí tienes —dice
Tabitha con una sonrisa, entregándome el oso y una bolsa con todo el pedido.
—Gracias, Tabitha.
A pesar de
preocuparme su reacción, me siento bastante satisfecho conmigo mismo. Solo
tengo que recordar que debo ahorrarme cualquier cumplido. Solo tengo que
ofrecerle la comida y el oso, decirle que su ayuda significa mucho para mí, y
luego desaparecer. Sí, eso funcionará...
Las puertas del
ascensor se abren y me doy cuenta de que hay alguien en mi oficina. No sé quién
es. El hombre me resulta vagamente familiar, como si lo hubiera visto en una
fotografía en algún lugar, pero no puedo ubicar dónde o cuándo. Está apoyado en
la mesa de Quinn diciéndole algo en voz baja.
Quinn, por otro lado,
no parece feliz. Está de pie y se muerde el labio. Me acerco y ella da un paso
atrás.
—Lo siento, estoy
comprometida —dice.
Espera... ¿qué?
Siento horror. ¿Es por eso por lo que me ha rechazado? ¿He estado coqueteando
con una mujer comprometida? Entonces, su mano sale disparada y su dedo me
señala.
—¡Con él!
Me congelo cuando el
hombre se gira para mirarme.
Quinn
Poco tiempo después
de que Nicholas se marche a almorzar, me quedo pensando en que las cosas no han
ido mal últimamente, pero empiezo a sentirme insegura y ansiosa al recordar la
conversación con Christy. Me levanto de la silla con la intención de tomarme un
café cuando suena una notificación en mi portátil, y me vuelvo a sentar.
Frunzo el ceño
mientras leo el correo electrónico que acaba de llegar. Es del director general
de Fairmont, la compañía que acabamos de despedir como líder debido a su
reciente declive. Por lo que yo sé, Fairmont ha estado luchando por conseguir ventas
y ha estado pensando en dejar de lado la ropa de diseño.
Sería una decisión
acertada, considerando sus deudas actuales y sus problemas de ventas. Sin
embargo, según el correo electrónico, ha sucedido algo muy diferente.
«Gracias
por su paciencia al tratar con nosotros durante este tiempo de gran agitación.
Nos gustaría aprovechar este momento para decir que apreciamos todo su apoyo...».
Avanzo en la lectura
para llegar a lo interesante
.
«Se
avecinan muchos cambios... Nuestro anterior director general ha decidido
renunciar... Con la creación de una nueva junta, Fairmont busca llevar sus
ventas y conexiones a alturas mucho mayores... Como exvicepresidente de la
compañía, sé cómo funciona Fairmont y lo que necesita para recuperar terreno.
Me
gustaría pedirles más apoyo mientras sigo haciendo cambios. Aunque soy
consciente de que nuestros recientes problemas han hecho que pierda algo de fe
en nosotros, me gustaría aprovechar este momento para asegurarle que nos
esforzaremos por compensar este oscuro periodo de tiempo».
Debería haber
conocido la información, pero se las han arreglado para mantenerlo en secreto. Frunzo
el ceño, esto podría cambiar un poco las cosas. Depende de cuánta confianza
tengamos en la compañía, especialmente, ahora que está en nuevas manos. Si les
permitimos ser uno de los primeros en promocionar nuestra nueva marca y
fracasan, eso nos perjudicará.
No puedo tomar esta
decisión sin el aporte de Nicholas, así que marco el correo electrónico como
importante y se lo reenvío a él. Será uno de los primeros correos que leerá
cuando regrese, y entonces saldrá del despacho para discutirlo conmigo. Nicholas,
que conoce todos los entresijos del negocio, es un genio a la hora de realizar el
movimiento correcto en el momento adecuado, que es como ha logrado alcanzar el éxito.
Sabrá qué hacer al respecto.
Miro el reloj. Han
pasado varios minutos. Debería tomarme un rápido descanso para el café, aunque solo
sea para que Nicholas no me regañe. Me pongo en pie, pero, en ese preciso
momento, las puertas del ascensor se abren. Maldición, demasiado tarde. Bueno,
le diré que iba a tomarme el descanso ahora.
Pero… no es Nicholas
el que sale del ascensor.
Me quedo congelada, en
estado de shock. Parpadeo varias veces, preguntándome si estoy alucinando. Pero
no lo hago, se trata de George.
—¿George? —Caigo de
espaldas en mi silla—. ¿Qué estás haciendo aquí?
George mira a su alrededor
y frunce el ceño antes de volverse hacia mí. Echa hacia atrás los hombros,
probablemente, en un intento de parecer duro e inquebrantable.
—Quinn, he venido a
hablar contigo —dice—. Creo que debemos discutir cara a cara, como adultos, en
vez de ignorarnos mutuamente por mensajes de texto.
Me resisto a la
necesidad de decirle que yo era la única que lo estaba ignorando y que desearía
que él me hubiera ignorado también.
—¿Cómo has llegado
hasta aquí?
George me lanza una
sonrisa amplia. Odio esa sonrisa, porque es cálida y brillante, y fue lo que
más me llamó la atención de él cuando lo conocí.
—Tranquila —dice con
suficiencia—. Les he dicho que soy tu novio y que te traía un café.
Sostiene una bandeja
con dos tazas de café. Dios, puedo imaginarlo. Jacinta y Chloe, en la
recepción, se habrán guiñado un ojo antes de dejarle subir. Seguro que le habrán
dicho que el jefe estaba fuera. Tendré que hablar con ambas para que no vuelva
a suceder.
—No puedo creer que
hayas hecho esto —resoplo—. Esta oficina es privada y estoy trabajando. No
puedes entrar aquí. Tienes que irte.
—Lo haré —dice George
dando un paso adelante—. Por favor, Quinn, solo háblame. Tenemos que resolver
esto.
—¡No hay nada que
resolver! —exclamo—. ¡Rompí contigo el año pasado! ¿Cuánto más clara quieres
que sea?
No puedo creer su
descaro. De repente, desearía haberle dicho a Christy que le enviara un mensaje
de mi parte. Lo habría hecho enojar, pero, al menos, no seguiría tratando de
volver conmigo.
—Lo sé —dice George
con seriedad. Joder, me está poniendo ojos de cachorro, lo que siempre solía
hacer para que no hiriera sus sentimientos—. Lo sé, Quinn. Pero cometimos un
error. Te quiero mucho. Te necesito en mi vida. Sé que podemos arreglar las
cosas si lo intentamos.
Me paso una mano por
el pelo, con frustración.
—No. No vamos a
volver a estar juntos. No funcionamos. No quiero estar más contigo, George.
Sin rodeos, pero
cierto. He tratado de hacer esto con delicadeza para no herir sus sentimientos,
pero es hora de que lo escuche como es. Ya no lo quiero en mi vida. La cara de
George se descuelga. Luego aparece un rubor en sus mejillas.
—No lo dices en serio
—niega—. Solo te has convencido de eso porque así es más fácil superarlo.
—¿Hablas en serio? Vete,
George. Hay muchas razones por las que no volveremos a estar juntos.
—¿Hay alguien más? —me
exige.
Abro la boca para
decirle que no hay nadie, pero me callo. Si cree que estoy comprometida, tal
vez se eche atrás. Toco los dos anillos que llevo en los dedos, un anillo de
oro que me dio mi madre hace muchos años, y un anillo de plata que Christy me
compró para mi cumpleaños el mes pasado. Y se me ocurre una idea loca.
—Sí —digo. Me pongo
el anillo en el dedo anular izquierdo, intentando deslizarlo con cuidado para
que no se dé cuenta—. Hay alguien más.
—¿Quién? —pregunta
desolado.
Oigo que se abre la
puerta del ascensor. Me las arreglo para empujar el anillo en el dedo
correspondiente de mi mano izquierda.
—¡Lo siento, estoy
comprometida! —le digo.
Me mira fijamente.
Hay movimiento detrás de él, y presa del pánico, levanto la mano y señalo al
hombre que se acerca por detrás de George.
—¡Con él!
Solo cuando las
palabras salen de mi boca me doy cuenta de quién es el hombre que ha entrado en
la oficina. Lentamente, miro hacia arriba y me encuentro con los ojos
sorprendidos de Nicholas.
Joder.
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