Relato COMPLETO
UN ADMIRADOR PARA
SAN VALENTÍN
SAN VALENTÍN
De
1
Cada día
recibo docenas de paquetes en mi casa y lo más desquiciante es que ninguno es
realmente para mí. Tengo, según muchos, el trabajo perfecto. Pruebo videojuegos
desde mi casa. He tenido que adaptar una de las habitaciones para poder tener
en ella todo lo necesario para desempeñar mi labor, pero ha merecido la pena.
Desde mi accidente, no me apetece salir de casa y este empleo me lo permite. Y
aunque no es tan divertido como la gente se piensa, me pagan lo suficiente por
él como para poder vivir sin apuros.
El único
contacto constante que tengo con el exterior es el mensajero de la empresa que
me trae los videojuegos. Los demás que vienen a traerme todo lo que compro por
internet, suelen ir variando cada día y no tengo tanto trato con ellos. Pero Miguel
viene cada pocos días, bien para traerme un nuevo cargamento, bien para
llevarse los que ya he probado. Siempre trata de mantener algún tipo de
conversación conmigo, ya sea del tiempo, de alguna peli que ha visto o de
cualquier otra cosa que se le ocurra. Es muy amable conmigo.
En varias
ocasiones ha intentado sacarme de casa, pero siempre lo he rechazado de manera
educada y sutil. No quiero ofenderlo, después de todo tendremos que vernos las
caras muy a menudo. Y qué cara. Es tan lindo que me pongo nerviosa cada vez que
está cerca de mí. Otra razón más para no querer implicarme más con él.
-Buenos días,
encanto – me sonríe en cuanto abro la puerta.
-Buenos días,
Miguel. ¿Traes algo para mí? – sigo con la broma que se ha hecho costumbre para
nosotros.
-Déjame ver –
revuelve su bolsa, fingiendo buscar – Vaya, pues hoy tenemos algo.
-¡Qué suerte!
– rio.
-Una suerte
inmensa – me guiña un ojo.
-Déjalo en la
mesa – digo, dando por terminado nuestro ritual – Iré a por los de la semana
pasada.
-¿Ya los has
probado todos?
-Sí.
-¿Alguno
interesante?
-Un poco
violentos para mi gusto – le sonrío cuando se los entrego – Pero tal vez a ti
te interesen.
-Yo soy más
de hacer el amor – me guiña de nuevo el ojo y no puedo evitar sonrojarme
intensamente. Luego añade – Y no la guerra.
-Ya – aclaro
mi voz y observo el paquete que ha traído para no tener que mirarlo a él. Sus
palabras me han alterado bastante.
-Tengo algo
más para ti – me dice, ofreciéndome una carta roja – Estaba en tu buzón.
Hace tiempo
le pedí que me subiese el correo también, para no tener que bajar a por él. Es
tan voluntarioso, que no puso objeciones. Le sonrío mientras tomo en mis manos
la carta. No tiene ningún nombre escrito en el sobre y frunzo el ceño. No me
gusta no saber quien me la envía.
-Igual es
importante – me dice, al ver mi expresión.
-La leeré
luego – la dejo sobre los videojuegos nuevos – Gracias por todo.
-A mandar –
hace el saludo militar, sin dejar de sonreír un solo momento.
Le sonrío
sinceramente. Acabo de darme de cuenta de que sus visitas alegran mi día. En
más de una ocasión, me he descubierto ansiosa esperando su llegada. Sobre todo
cuando no nos vemos en varios días. Es como si necesitase una dosis diaria de
Miguel para sentirme bien. Y eso es extraño, porque en realidad no nos
conocemos tanto.
-Esta semana
nos veremos todos los días – me dice, cuando ya está en la puerta. Me sonrojo.
Es como si hubiese leído mis pensamientos.
-¿Y eso?
-Me ha dicho
Tomás, que hay varios trabajadores de baja.
-Vaya – me
lamento, no solo por ellos. Egoístamente, pienso en todo el trabajo extra que
tendré los próximos días.
-Mira el lado
bueno – me sonríe – Podrás disfrutar de mi compañía cada día.
Me sonrojo
sin remedio. Sé que no lo ha dicho en el sentido que yo le he dado, pero así lo
sentí. Me reprendo, porque no debo verlo de ese modo. Es un compañero de
trabajo y no se mezcla el placer con el deber. Eso lo sabe cualquiera.
-Hasta
mañana, entonces – le digo.
-Hasta
mañana, encanto.
Cuando me
quedo sola, tomo el paquete con los videojuegos y veo sobre él, la misteriosa
carta que había en el buzón. No me entusiasma la idea, pero decido abrirla.
Un día sin ti es un día perdido.
Me quedo
mirando el papel, sin saber exactamente qué hacer con él. Lo giro para mirarlo
por ambos lados, por si hay algo más que me haya perdido, pero no. Simplemente
una frase. Muy bonita, pero una frase sin sentido para mí.
Finalmente,
imaginando que se han equivocado, la olvido en el aparador de la entrada y me
pongo manos a la obra con el trabajo. Si me van a llegar videojuegos cada día,
tendré que aplicarme más.
A la mañana
siguiente, cuando llega Miguel me trae una nueva carta igual a la anterior.
Dudo en cogerla. Estoy convencida de que no es para mí.
-¿Qué ponía
la primera? – me pregunta, curioso.
-Una frase de
amor – le digo sonrojándome – o algo así.
-Igual tienes
un admirador secreto – me sonríe – El viernes es San Valentín, ¿lo sabías?
-Eso es
ridículo – desecho su idea con un ademán. No me pierdo su cara de incredulidad.
-¿Por qué te
parece tan extraño eso? Eres muy bonita – sonríe cuando me sonrojo nuevamente -
¿Por qué no la abres y sales de dudas?
Hago lo que
me pide sin chistar. No quiero admitirlo pero siento curiosidad ahora. Un
admirador secreto. No es algo que te suceda todos los días. Cuando me encuentro
con una nueva frase, no puedo evitar sonreír.
Eres la sonrisa que ilumina mi vida.
-A alguien le
has impresionado lo suficiente como para enviarte notas de amor – me guiña un
ojo después de que le diga lo que pone.
Evito decir
nada. No sé quién puede ser ni estoy segura de querer saberlo. No he vuelto a
ser la misma desde mi accidente. Me he alejado de todos porque no me gusta ver
la compasión en la cara de los demás y temo que alguien esté haciendo esto por
lástima.
-Nos vemos
mañana, encanto – la voz de Miguel me regresa al mundo real.
-Hasta
mañana, Miguel.
El miércoles,
una nueva carta viene de la mano de los videojuegos. La sonrisa de Miguel me
dice que tendré que leerla en alto para que él sepa lo que han escrito. Casi se
diría que le hace más ilusión a él que a mí.
Si dos personas están destinadas a estar
juntas, en el camino se encontrarán. Tú eres mi más bonita casualidad.
-Pero qué
bonito – no sé si hay una burla escondida en sus palabras pero tampoco intento
averiguarlo.
-Cada vez son
más largas – me limito a decir, a lo que él ríe.
-¿No te
gustan ni un poquito?
Me gustas tú,
pienso y me sonrojo al darme de cuenta de ello. Ha sucedido sin que haya podido
evitarlo. Ni siquiera sé cómo, simplemente es así. Su buen humor, su alegría
innata, su sonrisa perenne. Miguel es positivismo en sí mismo y eso es lo que
yo más necesito en mi vida.
Miguel se toma
mi sonrojo como un sí y decido no sacarlo de su error. Mejor eso a que se
entere de que es él quien me provoca los sofocos. Sería demasiado incómodo para
ambos.
Y a pesar de
lo que he descubierto, me encuentro invitándolo a tomar algo. Es la primera vez
que hago algo así. Nunca he dejado que nadie se acerque demasiado a mí desde el
accidente. Siempre con miedo a que lo hagan por lástima. Pero Miguel jamás lo
ha mencionado ni me ha mirado de distinta manera por ir en silla de ruedas. Él
me ve a mí y eso es otra de las razones por las que me gusta, pienso, mientras
hablamos.
A la mañana
siguiente me descubro ansiosa por que llegue Miguel. Y por leer la nueva carta.
Es curiosidad, me digo, pero en el fondo sé que se debe a que durante la noche
he soñado que quien me las enviaba era Miguel, y eso me hace sentir deseos de
leerlas. Soñar es gratis, después de todo.
Mi estrategia es que un día cualquiera, no
sé cómo ni con qué pretexto, por fin me necesites.
-Esta me ha
gustado – admito. Miguel sonríe y vuelvo a pensar en que sería bonito que él
fuese mi admirador secreto.
Una vez más,
lo invito a tomar algo y charlamos durante al menos una hora. Después, Miguel
se tiene que ir para seguir con los repartos. Mañana es el último día en que
vendrá tan seguido. Echaré de menos sus visitas diarias.
El viernes me
levanto con más ganas que nunca de ver a Miguel. Si fuese una mujer valiente y
atrevida, le diría lo que siento. Después de todo es San Valentín, el día en
que el amor cobra mayor importancia. Pero no siento la misma confianza en mí
que antes de quedar postrada en la silla. Además, mi aislamiento voluntario
desde hace un año ha minado mis dotes sociales.
-Buenos días,
encanto – su sonrisa ilumina mi día y no puedo evitar pensar en las cartas una
vez más. Una de ellas decía algo parecido.
Me entrega el
paquete del trabajo y después la carta. No ha abandonado su sonrisa en ningún
momento, pero lo noto nervioso. Abro la carta y su ansiedad parece crecer.
Sonrío al verlo alternar su peso de una pierna a otra.
-Ni que la
carta fuese para ti – le digo y él me sonríe.
Soy la persona más feliz del mundo cuando me
dices Hola o me sonríes, porque sé que aunque haya sido tan solo un segundo,
has pensado en mí.
A medida que
leo, Miguel empieza a recitar conmigo y al final, es él quien termina la frase
mientras yo guardo silencio. Lo miro indecisa. Él me sonríe y sale de mi piso
un momento. Cuando regresa, porta en sus manos un gran ramo de rosas rojas y lo
deposita en mis brazos.
-Feliz día de
San Valentín, Emma.
Creo que es
la primera vez, salvo el día que nos conocimos, que me llama por mi nombre y
por alguna extraña razón, me afecta más que cuando me dice encanto. Me sonrojo al comprender que sí era él, después de todo,
quien me enviaba las cartas.
-¿Por qué lo
has hecho? – necesito saber que no ha sido todo un juego. Miguel no parece de
esos, pero soy demasiado desconfiada.
-Porque no
sabía de qué otra forma llamar tu atención – parece cohibido – Llevo un año
intentándolo y nada parecía funcionar. Estabas tan encerrada en ti misma, que
no lograba llegar a ti.
-Pero, ¿por
qué?
-¿No es evidente?
– se acerca a mí – Porque me gustas.
-¿En serio? –
su cercanía me pone nerviosa, sobre todo cuando se agacha a mi lado, apoyándose
en el reposabrazos de la silla.
-¿Tan difícil
es de creer? – alza una ceja. Cuando mi vista huye hasta la silla, vuelve a
hablar – Yo te veo a ti. Y tú eres muy guapa. Simpática, interesante, valiente,
fuerte. Eres muchas cosas buenas, Emma. Una silla no debería frenarte.
No miramos un
instante que parece infinito, ninguno de los dos quiere romper el contacto.
Entonces, abro mi boca para hablar pero Miguel no me deja hacerlo. Eleva su
rostro hacia el mío y me besa. No un beso tierno y suave, sino un beso cargado
de intenciones. Un beso que me demuestra lo que verdaderamente siente por mí.
Le gusto,
grita mi mente eufórica. Quisiera saltar de alegría pero como no puedo, me
limito a saborear su beso. Rodeo su cuello con mis brazos y respondo con igual
intensidad, mientras mentalmente bailo de alegría.
-¿Eso es un tú también me gustas? – me pregunta
cuando nos separamos para tomar aire.
-Eso es un tú también me gustas – me sonrojo y él
me besa de nuevo, con renovado ímpetu.
Feliz Día de
San Valentín, pienso mientras disfruto de sus labios sobre los míos. Porque
desde luego, este está siendo el mejor de todos cuantos he tenido.
Nunca le di
demasiada importancia a esta celebración porque para mí el amor se ha de
demostrar día a día, pero debo admitir que Miguel se lo ha currado. Me ha hecho
creer que puede haber algo mejor que mi trabajo y mi apartamento, después de mi
accidente. Me ha dado esperanzas. Algo que no tenía desde aquel fatídico día en
que me dijeron que no volvería a caminar.
-¿Cenarías
conmigo esta noche? – me dice en cuanto dejamos de besarnos.
-Me gustaría.
-Conozco un
bonito restaurante cerca de tu casa que…
-No creo que sea
buena idea.
No he vuelto
a salir de casa desde que regresé del hospital y no me siento preparada todavía
para eso. Para las miradas de la gente, para encontrarme con algún conocido y
sentir su lástima.
-Yo estaré
contigo todo el tiempo, Emma – que use mi nombre me desarma – Por favor. Tu
vida no acabó el día del accidente.
Sé que tiene
razón y aún así, no termino de decidirme. ¿Tan horrible sería ir? No lo sé.
FLASHBACK
-Llego tarde,
Andrés – repito una vez más a través del auricular – Hablamos en cuanto salga
de la reunión.
-¿No
entiendes que esto es importante?
-¿Planear
unas vacaciones es más importante que una reunión de trabajo? – frunzo el ceño
– No lo creo. Hablamos luego, Andrés.
Cuelgo antes
de que pueda decirme nada más. Es cierto que voy con retraso y todavía me
quedan al menos veinte minutos de camino. Siempre que el tráfico sea fluido. Y
a pesar de todo, intento no sobrepasar el límite de velocidad. Sólo me faltaba
que me parasen para multarme.
-Venga ya –
protesto al ver que el semáforo se pone en rojo a unos segundos de traspasarlo.
Parece que hoy todo está en mi contra.
Me detengo
impaciente y no dejo de mirar la luz intentando que se ponga verde sólo con mi
pensamiento. Me vendría genial tener poderes en este momento. Teletransporte,
pienso. Eso sería ideal.
En cuanto
tengo vía libre, me meto en el cruce feliz por poder avanzar por fin. Entonces
escucho un sonido justo segundos antes de notar un fuerte impacto contra el
lateral del coche. Alguien ha tocado la bocina, avisándome pero es demasiado
tarde. Mi coche da varias vueltas de campana. El cinturón me retiene en mi
asiento, pero no evita que mi cuerpo se lleve igualmente varios golpes. Mi
cabeza da un giro demasiado brusco y siento un dolor indescriptible en mi
espalda. Tan fuerte, que me desmayo.
FIN DEL
FLASHBACK
-Emma – la
voz de Miguel me trae de regreso al presente - ¿Estás bien?
-Sí –
asiento, no muy convencida.
-¿Me
acompañarías? – me mira con la esperanza pintada en el rostro y sé que si
continúa insistiendo, acabaré por ceder.
-No tengo
nada elegante que ponerme – digo tontamente a modo de excusa.
-No necesitas
nada elegante – sonríe, sabedor de que ha ganado – El restaurante es muy
familiar. Totalmente informal. Sé que te gustará.
-Pero si en
cualquier momento te pido que me traigas a casa…
-Nos
quedaremos tanto como tú quieras – me interrumpe – Prometido.
-De acuerdo.
-Pasaré por
ti a las siete – se acerca a mí de nuevo y me besa – Ahora tengo que volver al
trabajo o me caerá la bronca.
-Yo también
tengo que ponerme a ello – sonrío.
-Te echaré de
menos.
Me besa una
vez más antes de irse y yo me quedo inmóvil por largos minutos antes de
reaccionar. Ha sucedido todo tan deprisa, que ya me veo asimilándolo durante
las horas que faltan para nuestra cena de San Valentín.
2
-Nunca antes
había estado aquí – le confieso a Miguel en cuanto entramos en el local – Y
decir que lo tengo al lado de casa.
Pienso en lo
que era mi vida antes del accidente y no veo más que estrés y prisas.
Reuniones, discusiones, horas y horas frente a un ordenador para finalmente no
conseguir lo que nos pedían. Era programadora en la misma empresa en la que
sigo trabajando. Antes del accidente creaba los videojuegos, ahora los pruebo.
Sé que podría
seguir desempeñando mi anterior trabajo, mis jefes están deseándolo en realidad,
pero no me siento con fuerzas para ver cómo me observan día tras día mis
compañeros, sin saber qué decirme o cómo comportarse a mi lado. Como si estar
en silla de ruedas fuese algo así como la misma peste. Después de un par de
semanas de momentos incómodos, pedí un nuevo puesto y me encerré en mi casa.
-No siempre
nos detenemos a mirar a nuestro alrededor cuando vamos camino de algún lado –
me dice Miguel con una sonrisa – Solo pensamos en el destino.
-Supongo que
tienes razón – aunque yo sé que no es por eso que nunca vi este bonito
restaurante.
Andrés
siempre elegía por los dos. Él decidía dónde comer, dónde ir de vacaciones, con
quién quedar y cuándo. A mí no me importaba demasiado porque ya tenía
suficiente estrés en el trabajo como para pelearme con él por cosas como esa. Y
por supuesto, Andrés era de una familia importante y los círculos en los que
nos movíamos, no tenían nada que ver con un lugar tan pequeño y sencillo como
este.
-Te va a
gustar – sigue sonriendo – Los dueños son encantadores. Y muy cercanos. Casi
parece que estuvieses comiendo en casa de tus abuelos.
-Eso suena
genial.
Para retomar
mi vida fuera de casa, me parece bien empezar por algo sencillo e íntimo. Y
aunque estoy realmente nerviosa, la eterna sonrisa de Miguel y su incansable
alegría, me ayudan a no echarme a llorar de angustia. Sus constantes atenciones
también me permiten olvidar que hay más gente a nuestro alrededor. Seguir su
conversación me tiene entretenida y hace que sólo me centre en él.
-Me tomé la
libertad de pedir la especialidad de la casa – me mira dudando – Espero que no
te importe.
-Me parece
bien – le sonrío.
Tal y como me
dijo, los dueños se acercan a nosotros con una actitud de innegable afecto y
hablan con Miguel como si lo conociesen de siempre. Le preguntan por su abuela
y es así como me entero de que Miguel fue criado por ella porque sus padres murieron
cuando él era pequeño. No sé nada de él, en realidad.
-Habrá tiempo
para eso – me dice cuando nota mi desasosiego, ha sabido interpretarlo a la
perfección – Yo también quiero saberlo todo sobre ti. Lo bueno y… lo malo.
Supongo que
se su manera de prepararme para lo que vendrá después. Porque está claro que
querrá que hablemos del accidente algún día. Y aunque no quiero hacerlo, sé que
si vamos a hacer que esto funcione, tendré que sincerarme con él. Al menos
tengo el consuelo de que él no saldrá corriendo al enterarse de que me quedaré
para siempre en la silla de ruedas.
FLASHBACK
-En cuanto
salgas del hospital – Andrés habla sin parar y con cada palabra yo me hundo más
en mi desesperación – buscaremos a los mejores traumatólogos y neurólogos.
Ellos encontrarán una solución para tu parálisis.
-Andrés –
intento explicarle lo que me han dicho los médicos pero no me escucha – no
podré…
-En menos de
lo que esperas, estarás caminando de nuevo. No te preocupes por el dinero, yo
me encargo de todo. Eres mi chica y te quiero entera.
Eso me duele
más que no volver a andar. Me quiere entera. ¿Qué pasará cuando sepa que ya
nunca más estaré entera? ¿Dejará de quererme? ¿Se puede dejar de querer a
alguien solo porque ya no puede caminar? Aunque espero que Andrés me diga que
no, en el fondo empiezo a entender que será un sí rotundo.
-Andrés – lo
llamo más alto y por fin me presta atención – No voy a poder caminar nunca más.
Mi lesión es irreversible.
-Eso no lo
sabes.
-Lo saben los
médicos. Me lo han dicho – las lágrimas amenazan con escapar y necesito que me
abrace, pero se limita a mirarme con decepción.
-No puedes
rendirte sin luchar primero, Emma.
-No se trata
de rendirme. Es…
-No lo acepto
y tú tampoco deberías. Encontraremos la forma de hacerte caminar de nuevo.
-¿Y si no
puedo? – temo preguntarlo pero necesito saber a lo que atenerme.
-Podrás.
-¿Y si no
puedo? – insisto con más convicción. La expresión de su rostro me lo dice todo.
FIN DEL
FLASHBACK
-¿Estás bien,
Emma? – Miguel me mira con preocupación.
-Sí – dudo
solo un instante antes de continuar – Me he dejado llevar por los recuerdos. Lo
siento.
-Pues no
debían ser muy buenos – aventura.
-No mucho.
Miguel no
insiste y seguimos comiendo en silencio. Sé que se muere de curiosidad pero
quiere darme tiempo y es algo que siempre le agradeceré. Ya me he visto
presionada demasiadas veces desde que salí del hospital. Presionada para
abandonar mi casa e irme con mis padres, presionada a visitar a cuantos médicos
hubiese para encontrar una solución a un problema que no lo tiene, presionada
para reanudar mi vida cuando no me sentía todavía preparada.
Miguel es
todo lo contrario. Con sus cartas ha despertado mi interés en él sin
imponérmelo. Con la elección de un restaurante tan pequeño me ha dado la
oportunidad de empezar a salir de casa pero sin sentirme agobiada por las
miradas. Con su mutismo ante mi resistencia a contarle, logrará precisamente
que le diga lo que siento sin que me pregunte.
-Tenía un
novio – le digo y sigue en silencio, esperando mi siguiente paso – Yo creía que
me amaba, pero cuando las cosas se complicaron y comprendió que vivir conmigo
ya no sería como lo había planeado…
-Una persona
así no merece ni uno solo de tus pensamientos – me dice cuando soy incapaz de
seguir hablando – Deberías sentir lástima de él por no saber ver lo maravillosa
que eres.
-No me
conoces, Miguel. No sabes si soy maravillosa o no.
-Claro que lo
sé. Llevo tiempo observándote – ahora su rostro se colorea intensamente.
-Un año no es
suficiente, sobre todo si solo nos veíamos de vez en cuando.
-Tengo algo
que confesarte – parece preocupado y avergonzado a partes iguales.
-Dime – lo animo,
pues ahora soy yo la que siente curiosidad.
-En realidad,
hace más de un año que te conozco. O al menos, que me he fijado en ti.
-¿Qué? ¿Cómo?
-El primer
día que empecé a trabajar en la empresa, coincidimos en el ascensor. Había
varias personas más, pero yo solo te recuerdo a ti. Después, te veía cada día al
entrar y si no lo hacía, te buscaba luego hasta dar contigo. Quería acercarme a
ti para intentar conocerte, pero parecías tan inaccesible para mí, que me
conformaba con admirarte de lejos. Averigüé cosas de ti casi sin pretenderlo. Y
te observaba en la cafetería cuando estabas con tus compañeros de trabajo. Se
te veía tan feliz, tan alegre. Luego descubrí que estabas saliendo con el hijo
del jefe y supe que ya no tenía nada que hacer. ¿Cómo competir contra él?
-Los primeros
meses tuve problemas con algunos de mis compañeros por eso. Me llamaban
oportunista – digo con pena.
-Yo nunca lo
creí. Veía cómo lo mirabas – toma mi mano para que lo mire a los ojos – y veía
lo enamorada que estabas de él. Aunque también veía cómo cada día tu luz se iba
apagando. No sé cómo era vuestra relación, ni pretendo averiguarlo, pero te
estaba cambiando. No parecían la misma chica alegre que me gustaba.
-Siempre he
tomado mis propias decisiones – le explico – Mis padres no quería que me
dedicase a crear videojuegos, decían que no era un trabajo digno. Los hay
peores, pero ellos creían que este era de mentes inmaduras. Imagínate lo que
piensan ahora que los pruebo.
-Ya quisiera
yo tu trabajo – me guiña un ojo y me sonríe.
-No es tan
divertido como crees. Hay que registrar cada fallo, cada error. No es jugar por
jugar.
-Lo imagino.
-El caso es
que – pienso bien en lo que quiero decir, antes de continuar – Andrés empezó a
tomar algunas decisiones por los dos y le dejé hacer porque ya estaba
suficientemente estresada como para discutir con él por eso. Y antes de que
pudiese darme cuenta, estaba inmersa en una relación donde sólo podía asentir y
callar.
-¿Por qué no
lo dejaste?
-Ya habíamos
sentado las bases de la relación en los primeros meses y Andrés no pensaba
ceder. Y yo… yo estaba demasiado enamorada para verlo o para intentar
cambiarlo. Tampoco quería renunciar a él. Aunque admito que las última semanas
empezamos a discutir más de lo habitual.
-Tal vez
estabas abriendo los ojos.
-Los ojos los
abrí después del accidente. Andrés no me quería del mismo modo que yo a él y me
lo dejó claro en cuanto comprobó que nunca más podría caminar. Se fue sin
explicaciones, sin disculpas. Simplemente dejó de aparecer por casa un día y no
supe más de él.
-Como te he
dicho, no merece ni uno solo de tus pensamientos. No era un hombre de verdad.
-¿Cómo son
los hombres de verdad?
-Son aquellos
que se quedan incluso en los peores momentos. Sobre todo en los peores
momentos.
-Ya no me
importa – encojo mis hombros.
-No debería –
me sonríe – Porque lo que importa eres tú y la gente que realmente está a tu
lado para acompañarte en el camino. No para decirte cual es.
-Yo ya no sé
cuál es mi camino.
-Pues es el
que tú decidas que sea. Una silla no debería impedirte alcanzar tus metas. Es
más, debería ayudarte a llegar antes – bromea – sobre todo si vas cuesta abajo.
Si pretende
romper el ambiente tenso que se estaba formando, eligió la mejor manera. Porque
después de aquella primera risa, el resto de la noche es de lo mismo. Incluso
me convence de acercarnos a la playa y dar una vuelta por el paseo marítimo
antes de regresar a casa.
-Había
olvidado lo que me gusta el olor a mar – le digo sonriendo.
-Creo que has
olvidado muchas cosas – se agacha junto a mí – pero si me dejas, yo te ayudaré
a recordarlas. Y te enseñaré muchas otras nuevas que estoy seguro de que te
gustarán.
-Si tú vas
conmigo, estoy dispuesta a intentarlo – es más de lo que haría unas cuantas
horas antes.
Se acerca a
mí lentamente y sé que va a besarme. Aún así, cuando lo hace, no puedo evitar
que una corriente recorra todo mi cuerpo. O al menos la parte que soy capaz de
sentir. Me gustan los besos de Miguel. Me hacen sentir fuerte, completa. Y eso
es algo que perdí hace un año.
-No te vayas
nunca de mi lado – le digo en un arrebato. No sé de dónde saqué el valor para
hacerlo, pero jamás en mi vida he sido tan directa y sincera – Me haces sentir
viva otra vez.
-Me quedaré
contigo mientras me lo permitas – sonríe.
-Si alguna
vez te digo que te vayas – continúo – no lo hagas. Porque estoy segura de que
habrá momentos de esos en los que crea que estás conmigo por lástima y sé que
intentaré hacerte daño para que me abandones. Pero no lo hagas, por favor.
-Yo te
aseguro que no habrá de esos momentos – toma mi cara entre sus manos para
mirarnos directamente a los ojos – Te recordaré cada día, que te veo a ti y no
a tu silla. Que me gustas tú, tal y como eres. Y que te quiero a ti, por ser tú.
-Pero yo
dudaré…
-No lo harás
– me besa antes de continuar - Porque
las palabras pueden olvidarse, pero los hechos perduran. Te lo demostraré cada
día y no dudarás jamás de que estoy contigo por ti, no por tu silla.
-Y si…
-Y si dudas –
me interrumpe una vez más – tiraré la silla por la ventana y me quedaré
contigo. Problema resuelto.
De nuevo
consigue hacerme reír y mis dudas se van por el aire junto a las carcajadas. Miguel
es único, me estoy dando cuenta de ello. Con cada cosa que descubro de él, con
cada minuto que compartimos, me demuestra que no usa palabras vacías. Que todo
cuando dice, es cierto. Porque como él ha dicho, los hechos no se pueden negar.
-Es tarde y
empieza a hacer frío – me dice al ver que tiemblo.
Coloca su
chaqueta sobre mis hombros y comienza a empujar la silla de regreso a mi casa. El
silencio se apodera de nosotros pero lo siento como una buena señal, porque no
me siento incómoda para nada.
Después del
accidente, siempre evité esos momentos porque la gente tendía a mirarme con
pena o a intentar decir cualquier tontería con tal de rellenar el silencio,
haciéndome sentir peor de lo que ya estaba. Era como si tratasen de demostrarme
que nada había cambiado, pero en realidad hacían justo lo contrario.
-Llegamos.
Miguel está
frente a mí, justo en la puerta, dispuesto a irse si yo no le pido que se quede.
Y esa es otra razón más para quererlo. Porque no pide nada que no esté
dispuesta a darle.
-Gracias por
un maravilloso día de San Valentín – me dice acercándose para besarme - ¿Podría
venir mañana a por ti para salir de nuevo por ahí? ¿O es demasiado para ti?
Que me dé a
elegir es novedad para mí después de mi relación con Andrés. Y después de que
haya tenido que pelearme con mis padres para que me dejasen quedarme en mi casa.
Haber ido a la suya habría sido retroceder y no me gusta eso. Puede que ahora
me cueste hacer algunas cosas, pero no soy ninguna inútil.
-Puedes venir
a por mí – le digo con seguridad.
-Bien – me
besa de nuevo – Hasta mañana.
-O puedes
quedarte esta noche – le digo casi en un susurro cuando ya comienza a cerrar la
puerta. Ni siquiera estoy segura de que me escuche.
Pero lo hace.
Porque se detiene y se gira hacia mí con una sonrisa tan ilustrativa, que tengo
la sensación de haberlo invitado a quedarse para siempre conmigo. Y por más que
debería asustarme la idea, creo que no me importaría en absoluto que lo
hiciese.
-Si me quedo
hoy – todavía no se mueve del marco de la puerta – no podrás echarme nunca más.
Sus palabras
confirman mis sospechas. Entonces recuerdo cada palabra que me ha dicho. Cada
promesa que me ha hecho. Recuerdo sus cartas. Sus sonrisas. Recuerdo incluso la
primera vez que hablamos. Y entiendo que Miguel ha estado ahí para mí desde el
principio de mi recuperación. Tal vez no tan implicado como le habría gustado,
pero lo ha hecho.
-La casa es
grande – le digo al fin y su sonrisa competiría con la más radiante de todas
las sonrisas, dejándola en ridículo.
Cierra la
puerta tras él y se acerca a mí de nuevo para besarme. Sus labios saben a un
futuro juntos. A momentos inolvidables. A felicidad pura. Y desde luego, estoy
convencida de que así será, porque Miguel siempre consigue lo que se propone.
Cortico pero lindo :)
ResponderEliminarA mi me encanta esta historia
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