Relato Completo
LA LLUVIA
De
1
Estaba lloviendo. Una hora antes, cuando había salido de casa dispuesta a correr unos cuantos kilómetros, el sol calentaba mi cuerpo desde lo alto del cielo. Y ahora estaba lloviendo.
No una de esas lluvias flojas que no te preocupan demasiado puesto que humedecen escasamente tu pelo, sino un torrente sin fin que te empapa por entero. Y así era como estaba yo en ese momento.
Mi pelo escapaba de la coleta para pegarse contra mi cara y mi cuello. Mi ropa pesaba más y dificultaba mis movimientos. Mis zapatillas de deporte hacían ruiditos graciosos que a mí, con el humor de perros que tenía en ese momento, me parecían de lo más insoportables. Y por si eso fuera poco, en una mala pisada, todo mi cuerpo decidió chocar contra el suelo embarrado.
Incapaz de levantarme con la dignidad que debería, me quedé sentada, derrotada por una demencial lluvia y su cómplice el barro. Cerré los ojos para no llorar pues no sólo mi cuerpo estaba tirado, sino también mi orgullo.
-¿Te encuentras bien? -una voz tremendamente masculina me sacó de mis lamentaciones.
Abrí los ojos para enfrentarme a una mirada curiosa y, por qué no decirlo, preocupada. Aquellos intensos ojos azules me dejaron paralizada, olvidando dónde estaba, cómo había llegado a allí y por qué; de repente, la lluvia había dejado de molestarme.
El hombre esperó pacientemente a que yo hablase pero no hice nada. Había olvidado realmente su pregunta. Incluso puedo asegurar que había dejado de respirar también. Al menos por unos segundos, antes de que mi propio instinto de supervivencia me obligase a reaccionar.
Comprendiendo que nunca le contestaría, el hombre sonrió y me tendió la mano. Afortunadamente, mi mano se alzó hacia la suya. De no haberlo hecho, habría sido como confirmarle que en mi cabeza algo andaba mal.
-Gracias -logré decir.
Él sonrió de nuevo y mi corazón decidió bailar en mi pecho. ¿Alguna vez había visto una sonrisa igual? Supongo que no o me acordaría. Al menos ahora sabía que no podría olvidarla en mucho tiempo.
-Será mejor que nos pongamos a resguardo -me sugirió con aquella voz profunda y grave.
Un escalofrío recorrió mi columna vertebral y no fue por el frío. Desde que aquellos ojos azules se fijaron en mí, un extraño pero agradable calor me había envuelto en sus brazos y ya ni notaba la ropa mojada.
Sin esperar a que contestase, algo que seguramente no sería capaz de hacer, me sujetó con gentileza del brazo y me llevó con él hacia una caseta de madera que había cerca. Por suerte y a pesar de lo pequeña que era, cabíamos los dos. Para mi desgracia, el roce de su cuerpo no me permitía reponerme de su presencia.
-Vaya cambio en el tiempo, ¿verdad?
Que su mirada se perdiese en el cielo cargado de nubes negras fue un alivio para mí. Pude respirar con tranquilidad y cerrar los ojos un momento para controlar las sensaciones que aquel hombre despertaba en mí. Cuando abrí los ojos, él me miraba nuevamente pero yo ya pude sonreírle sin temor a parecer una loca desquiciada.
-Tormenta de verano, supongo.
Me felicité por lo firme de mi voz. Después de ignorar sus preguntas por falta de voz, al menos había logrado hablar nuevamente con cierta serenidad.
-Creo que tendremos que quedarnos aquí por algún tiempo.
-Eso parece.
-A no ser que no te importe mojarte -continuó hablando como si yo no hubiese dicho nada- Tengo el coche a unos cien metros de aquí.
Levanté mis manos al aire y miré mi ropa empapada a modo de respuesta. ¿Podría acaso mojarme más de lo que ya estaba? Probablemente. ¿Me molestaría? A estas alturas, no.
-Me preocuparía más estar metida en el coche con un desconocido -me permití bromear.
Por alguna extraña razón, no temía que fuese a hacerme algo malo. Tenía unos ojos de mirada demasiado dulce.
-Aarón -me tendió la mano.
-Carolina -lo imité.
Nuestras manos se enlazaron y sentí el apretón de la suya. Suave pero enérgico. Y después, algo cambió. Nuestros ojos se perdieron en los del otro y nuestras manos no llegaron nunca a soltarse. No podía apartar la mirada y la forma hipnótica en que Aarón me masajeaba la palma de la mano con su pulgar aceleraba mis pulsaciones.
Nuestros cuerpos se acercaron por inercia. Nuestras bocas a escasos centímetros. Alguien debía parar aquella locura pero yo no me sentía capaz de acometer semejante tarea. ¿Y Aarón?
Mi pregunta jamás obtendría respuesta porque un fuerte trueno hizo los honores. De un salto, nos separamos. Aarón me miraba intensamente pero yo no me sentí con fuerzas para mantener la mía y la aparté.
-Es peligroso quedarnos aquí -su voz sonó más ronca que minutos antes. Lo oí carraspear después.
-¿Una carrera? -creo que lo que bromear es un mecanismo de defensa.
Aarón me tomó de la mano sin siquiera pedirme permiso y empezó a correr arrastrándome con él. Tampoco es que fuese a enfadarme por eso. Se sentía tan bien su mano en la mía.
Llegamos al coche y entramos en él. Sólo después de sentirme a resguardo me di cuenta de que estaba manchada de barro por la caída. Me moví inquieta en el asiento del copiloto.
-Te voy a manchar el coche -dije con disgusto.
-No te preocupes. Es un precio justo.
-¿Por qué? -lo miré extrañada.
-Por poder tener a mi lado a una mujer tan hermosa -me sonrió.
No podía verme pero estaba segura de haberme ruborizado desde los dedos de los pies hasta la punta del pelo.
-¿Te llevo a casa? -dijo después de aclarar su voz de nuevo.
No estaba segura de querer decirle donde vivía a un desconocido pero me descubrí dándole mi dirección sin ningún tapujo. Mi madre solía decir 'de perdidos al río' y al parecer, yo me estaba aplicando el cuento en ese momento.
Llegamos a mi casa y quiso acompañarme hasta el portal. No me opuse, siguiendo las directrices del refrán. Me detuve frente a él para despedirnos. De ningún modo le dejaría entrar.
-Gracias -le sonreí.
-Ha sido un placer.
Y fue en ese momento que él se inclinó hacia mí y besó mis labios con los suyos. Fue un roce ligero pero continuó cosquilleando cuando se separó.
-Adiós, Carolina.
Al día siguiente, más bien noche, un repartidor me entregó un precioso y enorme ramo de flores junto con una nota.
'Carolina,
Gracias por una tarde tan maravillosa. Me impresionaste hasta el punto que ya no soy capaz de dejar de pensar en ti. He estado dándole vueltas al asunto y sólo hay una solución. Una cena para conocernos mejor. Te dejo mi número al final de esta nota. Si estás dispuesta a intentarlo, ya sabes qué hacer. Espero sinceramente que me llames.
Aarón'
Miré varias veces su número de teléfono antes de decidirme a anotarlo en mi agenda. Y unas cuantas más antes de marcarlo. Cuando estaba a punto de cortar la llamada, una voz masculina contestó.
-Hola, Carolina.
-¿Cómo supiste que era yo? -le dije sorprendida.
-Abre la puerta.
Me acerqué a la puesta de mi casa e hice lo que me pidió. Mis ojos se abrieron de sorpresa y mi boca dibujó una tímida sonrisa. Colgué el teléfono.
-Hola -le dije.
-Hola -contestó. También él había colgado.
Lo invité a pasar y supe en ese momento que ya no lo dejaría marchar nunca más. Me había conquistado totalmente con el simple gesto de regalarme rosas y aparecer por sorpresa en mi casa. ¿Qué importaba que lo hubiese conocido el día anterior? ¿O que sólo hubiésemos intercambiado un par de frases? Lo que me hacía sentir, no me había sucedido nunca con nadie y eso bastaba para mantenerlo a mi lado.
-Espero que no hayas cenado ya.
-Acabo de llegar a casa –negué con la cabeza.
-Perfecto –se sentó en el sofá de un modo natural, como si no fuese la primera vez que estaba en mi casa.
Me duché y me puse el vestido que reservaba para las grandes ocasiones. Después de todo, esta lo parecía. Aarón vestía traje y corbata, así que supuse que me llevaría a un lugar elegante.
Después de arreglar mi cabello de mil formas sin que ninguna me convenciese, decidí sujetarlo en una coleta baja lateral. Me maquillé de forma sencilla, acorde con el peinado. Nada ostentoso para mí. Me miré en el espejo, no muy convencida del resultado final, pero firmemente decidida a no cambiar nada más.
En cuanto Aarón me vio, se incorporó del asiento y me repasó con la mirada. Parecía realmente sorprendido, y por su expresión, deduje que le gustaba. El alivio me permitió sonreírle.
-Lista –le dije- ¿Voy bien así?
-Perfecta –se acercó a mí y me tomó de la mano para hacerme girar– Aunque estarías bien con cualquier cosa que te pusieses.
-Ya he dicho que sí a la cena –sonreí– No necesitas adularme más.
-Sólo digo lo que pienso, Carolina.
-Gracias, pues.
-Gracias a ti por aceptar mi invitación. Te prometo que merecerá la pena.
-Ya la merece –susurré cuando me llevó con él hasta su coche, dispuesto a darme una noche inolvidable, como había dicho.
2
No hablamos durante el viaje, pero no fue incómodo. Él estaba concentrado en la carretera y yo miraba por la ventanilla para tranquilizarme. Aunque no quería admitirlo, estar cerca de Aarón, me ponía nerviosa. Y no porque apenas nos conozcamos, sino por la intensidad de lo que me hace sentir. Porque cada vez que lo miraba, deseaba conservarlo a mi lado para siempre.
Nunca me había pasado algo así. Ni siquiera con mi último novio, del que me enamoré nada más verlo. Tuvo que insistir mucho para que accediese a dar un paso más en nuestra relación e irme a vivir con él. Más de dos años, tardó en convencerme. Y sin embargo, sé que si Aaron me lo propusiese ahora mismo, me costaría mucho decir que no.
No sé qué tiene, pero me atrae inexorablemente hacia él. Desde que me rescató de aquel charco de barro, no puedo dejar de pensar en él. Y que haya confesado en su nota que le pasa lo mismo, sólo me da alas para imaginar una vida juntos. Con calma, me digo una y otra vez. Pero me resulta difícil.
-Hemos llegado – me informó, aunque no fuese necesario. Adoro su voz. Me hacer querer escucharla por horas mientras mantengo mis ojos cerrados, disfrutándola.
Me sorprendió ver que no estuviésemos en ningún restaurante, sino en un hotel. Uno de los más lujosos y caros de toda la ciudad. Miré con interés a Aarón esperando una explicación, pero él simplemente me sonrió, me tomó de la mano y nos adentró en el inmenso hall de entrada.
Mi mirada se perdió entre tanta exuberancia. Asombrosas lámparas de araña colgaban de los altos techos. El mostrador de recepción se veía impoluto y soberbio en un extremo del inmenso lugar. En el lado opuesto, una zona de confort con butacas y mesitas, invitaban a sentarse y perder parte del día allí simplemente por el placer de hacerlo. Al fondo, los ascensores y las escaleras para acceder a las habitaciones se veían en perfecta sintonía con el resto del conjunto. Y enfrente a éstos, descubrí una impresionante puerta de cristal que daba paso al restaurante.
-Buenas noches, señor. Su mesa está lista.
Sin mediar palabra, nos acompañó a través del comedor hasta lo que parecía una zona de privados. Que yo recuerde esta era la primera vez que estaba en uno, aunque en las películas siempre los había visto. Me sentí emocionada y nerviosa al mismo tiempo. Pensar que estaríamos los dos solos, en un lugar donde nadie nos vería, me preocupaba. No porque temiese que Aarón tratase de propasarse, sino porque tal vez fuese yo la que lo hiciese.
-Así estaremos más tranquilos – me explicó Aarón – Espero que no te importe. Si no uso el privado, no me dejan comer tranquilo.
-¿Eso por qué?
-Porque soy el dueño del hotel y aquí todo el mundo me conoce y quiere saludarme.
-¿Este hotel es tuyo? – mi boca y mis ojos se abrieron al mismo tiempo por la sorpresa.
-Así es.
-No me lo esperaba para nada.
-¿Supone algún problema para ti? – su ceño se frunció y supuse que a él sí le preocupaba.
Probablemente algunas mujeres hayan querido acercarse a él por su éxito en los negocios y por su dinero. Imité su gesto al pensar en ello. Aarón me gustaba de verdad, no quería que me creyese una aprovechada.
-Ninguno – le contesté – Mientras para ti no suponga un problema que yo sea maestra de guardería.
-Me gustan los niños – sonrió y yo me relajé.
-Y a mí.
-Lo supongo o no trabajarías con ellos.
-Cierto – bajé la mirada un tanto avergonzada. De repente, me sentí cohibida ante él, porque realmente no sabemos nada el uno del otro, pero yo me lo imaginé a mi lado desde un primer momento, sin importarme sus faltas o defectos. Sea como sea, lo querría igual.
-Cuéntame más sobre tu trabajo – me animó.
Y así comenzamos a hablar y no paramos en toda la comida. Conociéndonos mejor, nuestros gustos, nuestras costumbres, nuestras manías. Hablamos sobre nuestras familias, nuestros amigos, nuestras relaciones de pareja. Aprendimos sobre nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro.
Cuando terminó la cena, Aarón me invitó a tomar una copa en la discoteca del hotel. Nunca tuve intención de negarme a nada que me ofreciese, pero a estas alturas de la noche, no quería separarme de él bajo ningún concepto. Cuanto más conocía de él, más me gustaba, así que simplemente acepté.
Por el camino, tal y como me dijo, lo pararon en varias ocasiones y él amablemente los atendió a todos. Yo me quedaba observándolo embobada, admirando su educación y su caballerosidad. Desde luego bien podía ser el hombre perfecto, si es que alguien así pudiese existir.
-¿Quieres bailar? – me preguntó después de un par de copas y media hora más hablando sin parar.
Para este entonces ya me tenía totalmente seducida sin pretenderlo, pues nuestros cuerpos estaban muy juntos y se rozaban cada vez que hablábamos. La música alta no nos permitía mantener una conversación menos íntima. Aunque yo no me quejaba por eso, más bien estaba encantada.
-Claro – le sonreí.
Cuando su mano tocó mi espalda para acercarme a él, sentí una corriente recorriéndola por entero y me estremecí. Aarón debió sentirlo porque fijó su mirada en la mía y sonrió. Yo lo imité y él me acercó todavía más, hasta que no hubo espacio entre nosotros.
-Me gustas mucho, Carolina – me dijo.
-Y tú a mí, Aarón – le sonreí de nuevo.
3
Cerré los ojos en el mismo momento en que nuestros labios se tocaron. Había estado deseando ese momento desde que abrí la puerta y lo vi frente a mi casa, esperando una respuesta a su propuesta. Sentí cómo su mano ascendía por mi espalda a medida que el beso se profundizó. Mis manos volaron a su cuello, provocando que nuestros cuerpos se pegasen todavía más.
No sé cuánto tiempo permanecimos así, pero me hubiese gustado continuar unidos por toda la eternidad. Cada sensación que me provocaron sus labios contra los míos, sus manos en mi cuerpo, fueron tan intensas que supe en ese instante que ya me tenía atrapada para siempre. Al menos mientras él me quisiese en su vida.
Durante horas, bailamos sin que nuestras miradas se separasen en ningún momento, continuamos hablando y conociéndonos mejor. Puede que no volviese a besarme, pero estaba siendo una velada tan perfecta que no me importó demasiado. Desde siempre había odiado salir hasta altas horas de la noche, pero con Aarón estaba deseando que ésta no acabase nunca.
-Tal vez sea muy atrevido por mi parte pedírtelo – me dijo cuando nos dirigíamos ya a su coche - pero me gustaría llevarte a un lugar que es muy especial para mí.
-¿Ahora? – miré instintivamente mi reloj. Faltaban al menos un par de horas para que amaneciese.
-Solo si tú quieres – asintió – Tendrías que recoger algo de ropa en tu casa porque pasaríamos el fin de semana fuera. Si te parece bien.
-¿Todo el fin de semana? ¿Tú y yo? ¿Solos? – debería sentirme asustada o por lo menos preocupada de que alguien a quien acababa de conocer me hiciese semejante propuesta, pero lo único en que podía pensar era en aceptarla. Iría a donde Aarón quisiera llevarme, sin siquiera dudarlo. Y si por ello me tachaban de loca, sería una loca feliz.
-Solo si tú quieres – repitió. Ya no sonaba tan seguro y lamenté hacerle creer que dudaba, cuando en realidad sólo estaba sorprendida de que quisiese compartir más tiempo conmigo – No quiero obliga…
-Me encantaría ir – lo interrumpí, colocando mi mano en sus labios – Puede que sea una locura, pero siento que puedo confiar en ti. Desde que nos conocimos, noté cierta conexión entre nosotros. No sé explicarlo, ni sé a ti te pasó igual. Tal vez no sea nada más que una impresión mía o que…
En esta ocasión fue él quien me interrumpió, pero no con la mano como había hecho yo, sino con sus labios. Los posó sobre los míos en un gesto de lo más significativo. Como intentando demostrarme que esa conexión no era imaginación mía. O al menos así lo sentí yo. Me aferré a él y respondí al beso hasta que la falta de oxígeno nos obligó a separarnos.
-Gracias por confiar en mí, Carolina. Te prometo que no te arrepentirás.
Viajamos en silencio hasta mi casa, con nuestras manos enlazadas en mi regazo. Tan sólo las separábamos para cambiar la marcha y sentía su ausencia en cada ocasión. Al llegar a mi casa, subimos de la mano y una vez más, Aarón me esperó sentado en el sofá. Se veía como que pertenecía a aquel lugar. A mi hogar.
-Creo que no me olvido de nada – le dije en cuanto acabé de empaquetarlo todo lo que me sugirió que llevase.
No sabía a dónde me quería llevar porque no quiso darme pistas, pero por la ropa que había metido en mi bolsa de viaje, no se trataba de una playa, ni de un hotel de cinco estrellas como el suyo. Me inclinaba más hacia algún lugar en las montañas.
Y otra vez pensé en que una persona sensata no iría a semejante lugar con alguien a quien apenas conocía, pero cada vez que miraba a Aarón, sentía que llevábamos toda la vida juntos.
-Con que vayas tú – se levantó sonriente – sería más que suficiente.
Condujo en silencio por tercera vez en la noche y yo me limité a intentar averiguar hacia dónde íbamos, observando el paisaje a través de la ventanilla. Su mano seguía en mi regazo como la vez anterior y sentía su calor traspasando la tela de mi pantalón. Apenas lograba concentrarme en lo que estaba haciendo.
-¿El aeropuerto? – pregunté en cuanto me ubiqué.
-Premio para la señorita – sonrió.
-¿Necesitaré pasaporte para este… viaje?
-No saldremos del país, tranquila – apretó mi pierna, supongo que para reafirmar sus palabras.
-Estoy tranquila – le sonreí.
-Te gustará.
Nos dirigimos hasta una de las pistas, donde nos esperaba un jet privado. No debería haberme sorprendido, pero lo hice. Aunque sabía que Aarón era millonario, mi mente tendía a olvidarlo. No lo parecía en absoluto. Su coche no era ostentoso ni excesivamente caro, vestía bien pero sin usar marcas demasiado conocidas, y se comportaba con humildad. Tal vez todos aquellos pensamientos fuesen estereotipos, pero así me imaginaba yo a los hombres ricos y poderosos.
Subimos al avión y me ayudó con el cinturón, antes de sentarse a mi lado y hacer lo propio con el suyo. No sabré nunca si fue por caballerosidad o para darme un beso después, tal y como hizo. Tampoco me quejé porque me gustó el gesto. Y su sabor en mis labios perduró todo el viaje.
-¿Todavía no vas a decirme a dónde vamos? – le pregunté una vez aterrizamos.
-Prefiero sorprenderte – me sonrió y yo me derretí por dentro. Cuanto más tiempo pasábamos juntos, más me gustaba.
-Si sigues sonriéndome de ese modo, harás que me enamore de ti – ni siquiera fui consciente de que había hablado en alto hasta que él sonrió más ampliamente y me respondió.
-No me importaría si eso sucediese.
Cuando le iba a replicar, llegó un todoterreno que me interrumpió con el ruido de su motor. Salió de él un hombre, que le entregó las llaves a Aarón y me saludó con una inclinación de cabeza, antes de marcharse.
-¿Cómo se irá? – le pregunté, preocupada por él – Se ha quedado sin coche.
-Lo están esperando fuera – rió – Me gusta que seas tan atenta con la gente. Dice mucho de ti, Carolina.
-Espero que sean cosas buenas.
-Todas y cada una de ellas – me abrazó – Si sigues mostrándome lo maravillosa que eres, harás que me enamore de ti.
Usó mis mismas palabras y después me besó. ¿Para impedir mi réplica? ¿Para demostrarme que hablaba en serio? Realmente no me importó porque estaba concentrada en disfrutar de su boca y de todo lo que me provocaba.
-Vamos – me dijo, abriéndome la puerta del coche – O llegaremos tarde. Ya falta poco.
Mordí mi labio para no preguntar una vez más a dónde me llevaba. Si quería que fuese una sorpresa, así sería. Aunque la curiosidad me matase. En cuanto su mano tomó la mía de nuevo después de arrancar, ya sólo pude concentrarme en eso.
Quince minutos más tarde, nos adentramos por un camino de tierra bordeado de árboles. Las ramas formaban un precioso túnel sobre nosotros y no pude sino admirarlo. Había visto fotos de paisajes similares, pero en persona era mucho más impresionante. Casi tanto como la cabaña que descubrí en cuanto llegamos a nuestro destino.
-Es preciosa – susurré.
-Es mi refugio – me ayudó a bajar del coche – Donde me escondo del mundo cuando necesito reencontrarme conmigo mismo y con mi pasado. Para no olvidarme de quien soy.
Avanzamos unos pasos hacia ella antes de que nos detuviese. Se giró hacia mí y me sonrió. No pude hacer otra cosa que imitarlo. Cuando sacó un pañuelo de su bolsillo, lo miré con curiosidad.
-¿Podría taparte los ojos un momento?
-Si me lo pides de ese modo – le sonreí de nuevo y esta vez fue él quien me imitó a mí.
Aunque no podía ver, estaba segura de que no habíamos entrado en la cabaña. Nada más cubrir mis ojos, sentí que nos giraba hacia otro lado, pero no me preocupé. Con Aarón no tenía nada que temer.
-¿Preparada? – me susurró al oído y asentí.
Sacó el pañuelo de mis ojos y descubrí frente a nosotros un precioso amanecer surgiendo en el horizonte. Los rayos del sol, más intensos por momentos, iluminaban poco a poco la superficie de un inmenso lago de aguas cristalinas. Y nosotros lo observábamos sentados en un banco a orillas del mismo.
-Es la primera vez que comparto este lugar con alguien, Carolina – me abrazó – En cuanto te vi, supe que quería traerte. Que pertenecías a este lugar tanto como yo.
4
Después de aquel fin de semana, Aarón y yo no volvimos a separarnos. Iniciamos una relación que se afianzó cada día, cada semana, cada mes. Y ahora, tres años después de aquel día de tormenta, Aarón me pidió matrimonio en el mismo lugar donde me ayudó a levantarme después de resbalarme con el barro.
Por supuesto que acepté. Aarón no sólo era el hombre de mi vida, sino el padre de mi hija. Nuestra hija. Una niñita dulce como yo, como asegura su padre, pero idéntica a él en todo lo demás. Un calco en pequeño y en femenino del hombre al que amo.
Cuando descubrí que estaba embarazada, fue toda una sorpresa pues no lo estábamos buscando, pero como dijo mi ginecólogo, a veces las medidas de prevención fallan. Y bendito fallo, porque ahora no cambiaría el tener a mi hija por nada del mundo. Aunque por el momento no haga otra cosa que comer y dormir.
-Deberíamos casarnos en la cabaña – le sugerí.
-¿Y llenar nuestro refugio de gente? – levantó la mirada de los papeles que estaba revisando. Yo sostenía a Alanna en brazos mientras paseaba por su despacho para que no llorase.
-Visto así – fruncí el ceño – Es que me parece el lugar ideal. Después de todo ahí empezó todo.
-No, mi vida – se levantó y se acercó a nosotras. Acarició la mata rubia de la pequeña y depositó un beso en mis labios – Fue en el parque, donde empezó todo.
-Y allí me propusiste matrimonio – lo besé de vuelta – No quiero una ceremonia en un parque tan concurrido.
-Dame diez minutos para acabar con el papeleo y te mostraré algo.
Cada vez que Aarón me decía eso, terminábamos en algún lugar maravilloso, así que me llevé a Alanna a su cuarto y la acosté en la cuna. La arropé y permanecí largos minutos contemplándola. No había nada más relajante que ver dormir a un bebé. Cuando por fin bajé, avisé a la niñera de que Aarón y yo saldríamos esa tarde.
-¿Lista? – Aarón me tomó de las manos y me llevó hasta el garaje.
-Yo voy a donde me lleves, amor – le sonreí – Ya lo sabes.
-Y yo sólo quiero hacerte feliz.
-Lo haces.
Condujo durante un par de horas, mientras yo mantenía mis ojos fijos en el paisaje. A pesar de llevar toda mi vida viviendo allí, no reconocía el lugar al que estábamos yendo. Aarón, como siempre, mantenía el misterio. Estaba convencida de que disfrutaba viéndome ansiosa por descubrir sus planes.
-Llegamos – me dijo mostrándome un pañuelo. No pude evitar sonreír. Después de tres años, todavía sabía cómo sorprenderme aunque usase las mismas tácticas siempre.
-No dejes que me caiga – le dije mientras me tapaba los ojos, recordándole aquella ocasión en que en un descuido suyo, casi acabé en el suelo. Se disculpó cientos de veces y de mil maneras distintas y aunque yo lo había perdonado al momento, me gustaba recordárselo a veces para burlarme un poco de él.
-Jamás – susurró en mi oído y un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando sus labios rozaron mi cuello – Te sostendré siempre, mi amor.
Caminamos un buen trecho antes de que Aarón me hiciese parar. En cuanto sacó la venda de mis ojos, mi expresión cambió completamente. Ya no sólo me sorprendió con el maravilloso lugar que eligió para nuestra boda, sino porque allí estaban todos nuestros amigos y familiares, ataviados con sus mejores galas. Cuando comenzaron a aplaudir, las lágrimas acudieron a mis ojos por la emoción.
-¿Querrías casarte conmigo, Carolina?
-¿Ahora? – lo miré sin poder creérmelo todavía.
-Ahora.
-Pero no tengo vestido y Alanna…
Dos mujeres me interrumpieron cuando me llevaron con ellas, dejando atrás a un sonriente Aarón. Algo me decía que también había pensado en todo eso. Y por supuesto, no me defraudó. Aquellas mujeres estaban allí para ayudarme con el vestido de novia más hermoso que había visto en mi vida. Si lo hubiese elegido yo, no habría sido más acertado.
Recogieron mi pelo y maquillaron mi rostro. Cada cosa que me hicieron era sencilla y natural, tal y como a mí me hubiese gustado que fuese de haberlo decidido con tiempo. Nunca me cansaría de comprobar lo bien que Aarón me conocía. A veces incluso mejor que yo misma.
Cuando regresé a la playa, pues allí nos había llevado, Alanna se encontraba en brazos de mi hermano, que me sonreía y tenía una mirada cómplice en sus ojos. Así supe que él había ayudado a Aarón a planearlo todo. Le sonreí de vuelta, agradecida por todo cuanto había hecho. Nos entendimos a la perfección, por algo éramos mellizos.
La ceremonia fue corta pero hermosa, así lo habíamos hablado en muchas ocasiones Aarón y yo. Nuestros votos, inspiradores, arrancaron lágrimas de alegría a los invitados y, por qué no decirlo, a los novios también. Y el beso de consagración fue tan pasional, que los gritos y silbidos no se hicieron de rogar. Claro que a ninguno nos importaron porque estábamos celebrando nuestra unión a nuestro modo.
Durante el banquete hubo risas y bromas, canciones improvisadas cuando el alcohol corrió por las mesas, bailes ridículos que perdurarían en nuestras memorias por mucho tiempo. Y besos y felicitaciones por doquier. Regalos graciosos y algunos incluso nos avergonzaron. Pero todo ello con la sonrisa siempre en los labios. Porque aquel era, después de todo, el mejor día de nuestras vidas, después del nacimiento de Alanna.
-Por fin eres mi mujer – me dijo Aarón satisfecho una vez en cama – Ahora ya no podrás escaparte.
Me rodeó con sus brazos y me besó con auténtica adoración. Con cada gesto de cariño, Aarón me demostraba cuánto me quería sin necesidad de usar palabras. Como decía él, las palabras se las lleva el viento, las acciones permanecen por siempre. Y aunque me decía que me quería con mucha frecuencia, era más dado a las muestras de amor. Algo de lo que yo no me quejaba en absoluto.
-Nunca pretendí hacerlo – le dije mirándolo con curiosidad.
-Lo sé – me sonrió - Pero ahora ya no podrás irte aunque se te pase por la cabeza.
-Desde el primer momento en que te vi, supe que querría pasar el resto de mi vida contigo, Aarón. Nada ni nadie me alejará de ti mientras tú me quieras a tu lado.
-Yo siempre te querré conmigo, Carolina. Jamás renunciaré a ti. No sabía que te estaba buscando hasta que te vi aquel día en el suelo y corrí a ayudarte. En cuanto mis ojos descubrieron los tuyos, supe que te había encontrado. Que eras la indicada. La única para mí. Cuando llegó Alanna, me sentí completo. Y cada niño que venga después de ella, será tan sólo una bendición más para nuestra floreciente familia. Porque has de saber – me besó antes de continuar – quiero muchos niños contigo.
-¿Cuántos son muchos?
-Más de dos y después de eso, tantos como tú me quieras dar – me besó de nuevo y supe que mi vida estaría siempre llena de sorpresas y alegría. Aarón se encargaría de ello.
FINAL
No hay comentarios:
Publicar un comentario