Relato Completo
EL PERRO, Una historia de amor
De
1
Hace un maravilloso día de verano. Con el sol en
pleno apogeo, apetece salir fuera a pasear. Cojo mi gorra favorita y
la coloco como puedo para cubrir mi cabello mal peinado. Tengo unos
rizos demasiado rebeldes, incapaces de ajustarse a una coleta.
Antes de salir me miro en el espejo de la entrada.
Pasable es la palabra que se pasa por mi mente al ver mi reflejo.
Nunca he sido coqueta, no me preocupa estar guapa sino cómoda. Llevo
ropa deportiva, lo mejor para caminar. Si mis amigas me viesen dirían
algo como que así jamás encontraré novio, pero eso es algo que
tampoco me preocupa en este momento. Estoy conforme con mi vida.
Mis pasos me llevan al parque que hay junto a mi
casa. Es grande y tiene muchos senderos por los que pasear, sin
llegar a resultar monótono. Cada día puedes elegir uno y aún así
tardar en repetirlos. Además, hay zonas para merendar, zonas de
juegos para los más pequeños y muchos bancos a lo largo de los
senderos principales para descansar. Por eso me gusta tanto el sitio
y por eso acudo a él cada vez que tengo oportunidad.
En esta ocasión elijo uno de los senderos más
apartados. No me apetece encontrarme con nadie, quiero estar sola con
mis pensamientos. Ha sido una semana dura en el trabajo y lo menos
que necesito ahora es tener que sonreír más y saludar a la gente a
mi paso. Ya he tenido suficiente de eso para todo el fin de semana.
A lo lejos quedan ya los gritos de los niños y me
encuentro sumergida en plena naturaleza. Es como haber salido de la
ciudad, sin haberlo hecho realmente. Otra de las razones por las que
me gusta el parque. Ajusto la gorra a mi cabeza cuando el sol me da
en los ojos, sin dejar de caminar. Para que el paseo haga su trabajo,
el ritmo ha de ser constante.
Tuerzo a la derecha junto al gran roble, alejándome
todavía más de las zonas más ruidosas del lugar. Aumento un poco
el paso para intentar gastar más calorías, aunque lo que busco
realmente es liberar tensiones. Ni siquiera noto que delante de mí
hay alguien hasta que escucho su voz advirtiéndome.
-Cuidado.
Levanto la vista para buscar el peligro pero es
demasiado tarde. El peligro me encuentra. Una gran mole peluda planta
sus patas sobre mí y me hacer perder el equilibrio, al no
esperármelo. Me caigo al suelo sin poder evitarlo, pero me siento
afortunada de que sea mi trasero y no mi cabeza quien se lleve la
peor parte. Cuando noto una lengua pegajosa raspando mi rostro,
empiezo a reír descontroladamente. Esta situación me parece
surrealista.
-Lo siento –la voz que me había advertido antes
suena ahora muy cerca– Jamás había hecho algo así. No sé qué
le pasa.
Elevo mi vista hacia el hombre en cuanto me saca al
perro de encima y me quedo paralizada. He dejado de reír también.
Jamás en mi vida he visto a nadie tan guapo. No es el típico hombre
de revista, con un cuerpo de infarto, de esos que se trabajan en
gimnasio; o un rostro perfecto con sus ojos de exótico color, su
masculina mandíbula y unos tentadores labios. Para nada. Pero no
puedo dejar de mirar para él.
Me encantan sus expresivos ojos marrones, que
reflejan pena por lo que su perro ha hecho; su descuidada barba de
dos días que no llega a cubrir el bonito hoyuelo en su barbilla; sus
labios tensos por el disgusto. Me sorprendo deseando besarlos para
hacerle olvidarse de lo ocurrido.
Y es ahí cuando comprendo que lo he estado mirando
fijamente por demasiado tiempo. Por suerte para mí, está ocupado
reprendiendo a su perro y no lo nota. Me levanto como puedo, me
duelen las posaderas, y siento la mirada de él sobre mí por primera
vez desde que se acercó a mí. Ahora sí que estoy nerviosa.
-¿Estás bien? –me pregunta- ¿Max te ha hecho
daño?
-Estoy bien. Tardaré en volver a sentarme, pero se
me pasará –las bromas son mi mecanismo de defensa y ahora mismo
ha saltado. No quiero que sepa cuanto me afecta su presencia.
-Lo siento mucho.
Mi comentario le ha hecho sentirse peor y ahora me
arrepiento de haberlo dicho. Sin pensarlo, apoyo mi mano en su brazo
para disculparme. El latigazo que siento en ella, me obliga a
soltarlo. Ha sido raro, pero ahora nos estamos mirando a los ojos sin
pestañear siquiera. Ambos muy sorprendidos, al parecer él también
lo ha notado.
Max aprovecha el momento para escapar del agarre de
su dueño, con tan mala suerte que me empuja contra él en la huída
y acabo en sus brazos. Bien visto, se podría decir que es buena
suerte. Una suerte excelente, porque ahora puedo admirar mejor sus
hermosos ojos. Y el cosquilleo que siento en la piel es muy
agradable.
-Lo siento –repite, con menos convicción.
-Yo no –le digo, envalentonándome. Si no
aprovecho el momento, sé que me arrepentiré el resto de mis días.
Me mira sorprendido y yo le sonrío. Nunca antes he
sido tan atrevida con un chico pero él bien merece la pena el
riesgo. Cuanto más lo miro, más me gusta.
-Tú también me gustas –su contestación me dice
que he pensado en alto lo de que me gusta.
Me acomodo mejor en sus brazos antes de devolverle
la sonrisa. Carpe diem, me digo esta vez sólo en mi mente, antes de
besarlo. Siento su cuerpo apretarse contra el mío y sus labios me
corresponden.
¿Quién dijo que no quería cruzarme a nadie en mi
camino? Max, pienso mientras sigo besándolo, te debo una. Y bien
grande, desde luego, porque sus labios me están haciendo perder el
norte. Es algo celestial.
-Vaya –dice al separarnos.
-Vaya –repito sonriendo– Me llamo Carlota.
-Un placer, Carlota –extiende su mano hacia mí y
me río al aceptarla– Yo soy Adrián.
-Encantada.
Nos miramos durante interminables segundos, con
nuestras manos enlazadas, sin decirnos nada. No resulta incómodo a
pesar de que nunca me ha gustado que me observen tan fijamente. En el
trabajo lo hacen continuamente y no me agrada. Pero con Adrián se
nota diferente. Él me ve a mí.
-Sabes que Max se ha escapado, ¿verdad? –digo al
fin, sin romper el contacto.
-Maldita sea –me suelta la mano y busca a su
perro con la mirada– Lo había olvidado.
-Te ayudo –le digo riendo.
-Te lo agradezco –parece azorado– No sé que
ha podido pasarle. Nunca antes había hecho algo así.
-No es bonito que se haya escapado –le digo
mientras caminamos en la dirección en que lo vimos desaparecer–
pero yo no voy a protestar porque me haya tirado.
Su sonrisa es contagiosa y encantadora. Me tienta a
besarlo de nuevo, pero Max está primero. Me preocupa que le haya
pasado algo malo. O que se haya metido en algún lío. Sé que hay
gente que odia a los animales y no dejarán pasar la oportunidad de
lastimarlo si se les presenta.
-Max –lo llama.
Todavía no hay rastro de él y veo cómo la
ansiedad empieza a apoderarse de Adrián. Siento el impulso de
tranquilizarlo de algún modo, pero no sé cómo hacerlo. No lo
conozco, no sé si agradecerá cualquier gesto de mi parte. Cierto
que nos hemos besado y que nos gustó a ambos, pero de ahí a
pretender ser su apoyo en un momento como éste, hay un gran trecho.
Me debato entre seguir mi instinto o reprimirlo. No
sería la primera vez que me equivoco. Y ya he pasado suficiente
vergüenza por los rechazos para lo que me queda de vida. Pero cuando
se pasa la mano por el pelo, en señal de desesperación, me doy por
vencida y tomo su mano.
-Lo encontraremos –le digo. Me sonríe y aprieta
mi mano. Esa es una buena señal.
Continuamos caminando y buscando a Max. En ningún
momento suelta mi mano y aunque sé que la situación no es la idónea
para ello, no puedo evitar mantener una tonta sonrisa en mis labios.
De repente, Max aparece de la nada y salta sobre
nosotros. Si Adrián no fuese tan ágil, nos habría tirado a ambos.
Me separo de ellos y observo como el perro lame a su dueño mientras
su cola no deja de danzar de un lado a otro. Adrián lo acaricia en
la cabeza, soportando todo su peso contra el pecho. Está claro que
hay mucho amor entre ellos.
-Max –le dice- ¿dónde diablos te habías
metido? Menudo susto me has dado, granuja. No vuelvas a hacer algo
así.
El perro ladra un par de veces como si le estuviese
contestando y yo sonrío. La imagen de ellos dos abrazados, pues eso
parece que están haciendo, es tan tierna. Me encantaría poder
unirme a ellos, pero no sé si seré bienvenida.
2
-Ahora pídele perdón a la señorita –le oigo
decir a Adrián, después– La has tirado y ni siquiera te has
dignado a disculparte con ella.
Como si Max lo hubiese entendido, aunque
probablemente sí lo ha hecho, se acerca a mí y me lame la mano. Me
agacho para estar más cerca de él y lo acaricio del mismo modo en
que lo hacía antes Adrián. La cola de Max empieza a moverse y su
lengua moja de nuevo mi cara.
-Le gustas –me dice Adrián, que se ha acercado a
nosotros.
-A mí también me gustas, Max –le digo al perro
y éste ladra otra vez.
-No es al único –susurra.
Miro hacia Adrián en cuanto dice eso. Me está
observando fijamente. Hago lo mismo hasta que Max reclama mi atención
de nuevo, empujándome. Termino en el suelo una vez más, pero en
esta ocasión el golpe es mínimo al estar ya agachada. Me río
cuando Max lame mi rostro por tercera vez. Parece que es cierto que
le gusto.
-Ya vale, Max –lo reprende Adrián, sujetándolo
del collar– Deja a Carlota en paz.
-No me molesta –le digo mientras sacudo las hojas
y la tierra de mi ropa.
Con tantas risas y cariños por parte de Max, se me
ha olvidado el malestar que tenía cuando salí de casa. Realmente me
ha venido bien cruzarme con ellos y sorprendetemente, estoy deseando
alargar el momento.
-Estaba pensando en comprar un helado –me dice-
¿Te apetece? Yo invito. Como disculpa por las molestias que Max te
ha causado.
-No ha sido ninguna molestia –le sonrío– Pero
aceptaré encantada.
Caminamos a la par, mientras Max corretea delante de
nosotros. Adrián lo vigila todo el tiempo, pero parece más
tranquilo ahora y no se aleja demasiado. O si lo hace, regresa en
seguida. Cuando salimos del parque, lo sujeta con la correa.
-¿Vives por aquí cerca? –me pregunta mientras
nos sentamos en una de las mesas de la heladería.
-Justo en ese edificio de ahí – le señalo con la
cabeza.
-Que privilegio poder vivir tan cerca del corazón
de la cuidad –dice– Yo vengo pocas veces porque tengo que
desplazarme en coche hasta aquí.
-El corazón de la ciudad –repito sonriendo–
Nunca lo habría llamado así.
-Serían más bien los pulmones –ríe– pero no
suena tan bonito.
-Cierto.
Nos quedamos mirándonos a los ojos por un tiempo,
hasta que mi helado empieza a manchar mi mano, se está derritiendo
con el calor. Me lo llevo a la boca, pero está tan líquido, que me
mancho todavía más. No puedo evitar reírme.
-Esto me pasa por no elegir un helado en copa –digo, intentando limpiarme con varias servilletas. Estos endemoniados
papeles no sirven para nada.
-Espera –me dice sacándose un pañuelo de tela
del bolsillo– Con esto será más fácil.
-Te lo mancharé –niego, tomando más
servilletas.
-Se puede lavar –sonríe para restarle
importancia.
Se acerca a mí y me limpia el rostro con su pañuelo
sin apartar sus ojos de los míos. No entiendo cómo un acto tan
sencillo puede resultar tan estimulante a los sentidos. Tal vez sea
la cercanía de Adrián, tal vez el cuidado que pone en sus
movimientos, o simplemente su intensa mirada, pero estoy totalmente
embelesada por él.
Dejo escapar un suspiro mientras se acerca más a mí
y posa sus labios sobre los míos. Lo único que hago a continuación
es cerrar los ojos y disfrutar del beso. Es lento y suave. Dulce y
persuasivo. Su mano se apoya entonces en mi mejilla y ahonda el beso,
llevándolo un poco más lejos. Va directo a mis terminaciones
nerviosas y mi mano libre se adelanta hacia su cuello por iniciativa
propia. No quiero que deje de besarme.
-Creo que ya no tienes helado –me dice una vez
nos separamos. Me toco la cara desconcertada y ríe– No me refiero
a ese.
Entonces veo cómo mi helado es un mar de líquido
marrón sobre la mesa, en el cucurucho y en mi mano. Me rio de la
situación y finalmente Adrián me pasa su pañuelo para que termine
de limpiarme. Menudo desastre se ha armado, pero al menos he
conseguido olvidar por un tiempo mis preocupaciones. Y he ganado otro
beso suyo. Mucho mejor que el primero.
-Gracias –le digo, tendiéndole el pañuelo–
Me sabe mal devolvértelo tan sucio.
-Tal vez podrías dármelo otro día –me mira de
nuevo con esa mirada suya tan intensa– ya limpio.
-Podría –sonrío un tanto nerviosa– Si no te
importa esperar por él.
-Tengo más –se encoge de hombros.
-De acuerdo –lo guardo en el bolsillo de mi
sudadera y es ahí donde soy consciente de la ropa que llevo. Si con
ella quiere verme de nuevo, está claro que le gusto de verdad. No
tengo mi mejor aspecto.
Y es ahí donde descubro que también a mí me gusta
él, porque hasta el momento nunca me ha preocupado si vestía de una
forma u otra delante de nadie. No me interesa impresionar a nadie.
Hasta ahora. Recolocó varios mechones de pelo detrás de mis orejas y
caigo en la cuenta de que mi gorra ha desaparecido.
-Mierda –me tapo la boca en cuanto digo esa
palabra– Perdón. Se me escapó.
-A mí también se me escapa de vez en cuando –sonríe– Incluso alguna que otra palabra más fuerte que esa.
-Es que he perdido la gorra –digo nerviosa–
Tengo que volver, por si todavía está en el parque. Necesito
recuperarla.
-Te acompaño –se levanta y me tiende la mano
para ayudarme.
-Puedo ir sola –nuestras manos siguen unidas así
como nuestras miradas– No hace falta que te molestes. Tendrás
cosas que hacer.
-Pueden esperar –sonríe mientras acaricia mi
mejilla– Te ayudaré a buscarla.
Hacemos el camino de regreso justo por donde pasamos
al venir, revisando cada rincón por si la encontramos. Aunque es una
simple gorra, no querría perderla. No es que no pueda vivir sin ella
o algo por el estilo, pero sí tiene un alto valor sentimental para
mí.
-¿Es importante para ti? –me pregunta cuando
estamos cerca del lugar donde nos conocimos.
Supongo que ha visto mi desesperación al ver que
todavía está desaparecida y queda poco donde revisar. Estoy
temiendo que no podré recuperarla. Toma mi mano como hice yo cuando
buscábamos a Max y me detiene para enfrentar nuestras miradas.
-Mi padre solía traerme una gorra de cada lugar al
que viajaba por trabajo –le digo sorprendida por ello. No es una
historia que cuente a cualquiera– Tengo docenas de ellas. Algunas
ya ni me sirven, pero las guardo como recuerdo. La que perdí es la
última que me regaló antes de que él…
No puedo seguir hablando. Todavía duele demasiado
hablar de mi padre. Aunque hayan pasado tres años ya, se siente como
si hubiese sido ayer. Intento ocultar mi rostro para que Adrián no
vea las lágrimas que amenazan con escapárseme, pero me atrae hacia
él y nos fundimos en un consolador abrazo.
Finalmente no lloro, nunca lo he hecho después del
entierro, pero me siento mejor cuando nos separamos. Adrián me ha
entendido sin necesidad de más palabras y es algo que no me había
pasado nunca. Desde el mismo momento en que nuestras miradas se
cruzaron, creí ver en él algo especial. Ahora estoy comprobando que
no me equivocaba.
Oímos ladrar a Max a lo lejos y ambos miramos hacia
él al mismo tiempo. Viene corriendo hacia nosotros y trae algo en la
boca. Adrián se agacha para que Max le lleve lo que sea que ha
encontrado. Parece que es algo que le gusta, pues viene moviendo la
cola sin descanso.
-¿Qué traes ahí, grandullón? –le pregunta
mientras Max se lo entrega.
-Mi gorra –digo agachándome a su lado– Max,
has encontrado mi gorra.
Está sucia y llena de sus babas, pero me alegro
tanto de que la haya encontrado que no me importa nada más. Lo
abrazo y lo acaricio para agradecérselo y él lame mi cara una vez
más. Ladra varias veces eufórico, poniendo sus patas delanteras
sobre mis hombros. Al final, acabo en el suelo de nuevo.
-Eres el mejor perro del mundo, Max –le digo
rascándolo tras la orejas– Te has ganado mi cariño a partir de
ahora y para siempre.
Adrián me ayuda a levantarme y cuando estamos cara
a cara me sonríe. No puedo evitar imitarlo, es tan franca que invita
a ello.
-Afortunado Max –me dice sorprendiéndome.
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-La afortunada soy yo –digo fingiendo no entender
lo que ha querido decir– Ha encontrado mi gorra.
Acaricia mi mejilla antes de sujetarme por la nuca y
acercarme a él para besarme una vez más. Creo que trata de
persuadirme con él y yo me dejo hacer. Sabe a promesas por cumplir,
a momentos por compartir, a un futuro de dos. De tres, pues Max
formará parte de él. Cuando nos separamos, estoy totalmente
cautivada por él.
-Si pretendías que te diese mi cariño –dijo
aclarando la garganta– lo has hecho muy bien.
-Me alegro –sonríe.
Toma mi mano y caminamos en silencio de regreso a la
salida del parque. Se siente como que el tiempo juntos se termina y
extrañamente, no quiero que lo haga. Pero por más que busco una
excusa para alargarlo, no doy con ella sin sonar desesperada. Al
menos me queda el consuelo de que volveremos a vernos. Tengo su
pañuelo.
-Me ha encantado conocerte –me dice en el portal
de mi edificio. Ha insistido en acompañarme– y espero que
volvamos a vernos pronto. Espero mi pañuelo limpio.
Busca en su billetera y saca una tarjeta. Ni
siquiera la miro cuando me la entrega, prefiero grabar a fuego en mi
mente su rostro para recordarlo hasta la próxima vez que nos veamos.
Me besa una última vez en apenas un roce y se va.
No sé cuánto tiempo me quedo parada en el mismo
sitio. Hace tiempo que lo he perdido de vista, pero no me animo a
regresar a casa todavía. Si no fuese por el pañuelo y la tarjeta
que tengo en mi bolsillo y que no dejo de tocar, creería que se
trata de un sueño. Demasiado perfecto, tan típico de una película
romántica, que no puede ser real. Desde luego, nunca creí que me
pasaría a mí.
Subo a mi piso y me voy directa a la ducha. He
quedado con mis amigas para ir de copas y no me queda mucho tiempo
para prepararme. A pesar de ello, dejo que el agua relaje mis
músculos un buen rato, ni siquiera sabía que estaba tan tensa.
Entonces, mientras me seco, caigo en la cuenta de que Adrián ha
dejado en mis manos el volver a vernos. Porque no ha pedido mi
número. Me visto y tomo la tarjeta para anotar el suyo, pero me
quedo petrificada al leerla. Es el cirujano jefe en una conocida
clínica estética llamada Belleza Eterna.
He oído hablar de ella. Es una de las clínicas más
importantes de la ciudad, una de las más prestigiosas. Allí es
donde todas las famosas y las modelos más cotizadas acuden para
permanecer jóvenes por más tiempo. Me imagino a Adrián rodeado de
bellezas todo el tiempo y de repente me siento menos que nada. Yo no
soy más que una mujer del montón, ni alta, ni esbelta, ni elegante,
ni sofisticada. ¿Cómo competir con ellas? Todos mis complejos e
inseguridades me asaltan de golpe haciéndome olvidar las veces en
que me dijo que le gustaba, las miradas que me hacían sentir la más
hermosa del mundo, los besos compartidos que me dejaban con ganas de
más. Nada de eso puede contra la vergüenza de verme tan poca cosa
frente a todas esas mujeres que él suele ver en su consulta.
Sencillamente no puedo con esto.
Ni siquiera sé cómo pudo fijarse en mí. Antes de
que mi mente empiece a buscar motivos ocultos que me hagan sentir
peor, decido no llamarlo. Decido olvidarme de él y quedarme tan sólo
con el bonito recuerdo de una tarde increíble, casi perfecta. Sé
que en las noches en que mi jefe me agobie o que me supere el
trabajo, podré pasar por todo eso pensando en los momentos vividos
con Adrián. Esos que al final sí se quedarán como en un sueño,
porque no se repetirán más.
Me siento mal cuando meto su pañuelo en la lavadora
junto a mi ropa porque sé que nunca se lo devolveré. Será, junto a
la tarjeta que al final sé que no tiraré, un recordatorio de la
mejor tarde que he tenido en mucho tiempo. La única que tendré con
Adrián, aunque me duela pensar en ello. Porque por un momento, creí
que podríamos llegar lejos. Pero ahora, mirándome al espejo
mientras me peino, reconozco que no será así. Imposible que
prefiera a una mujer como yo antes que a una modelo de medidas
perfectas.
Cuando mis amigas llegan, mi ánimo para salir de
casa está por los suelos, pero no me permiten echarme atrás. Hace
demasiado tiempo que no voy con ellas, siempre con excusas tontas que
ya las tienen hartas. Esta noche han decidido sacarme aunque sea a
rastras, así que no tengo más opción que ir.
-¿Habéis oído lo de la presentación de la nueva
colección de Luca Mangini? –dice Ana durante la cena- Me han
dicho que se llevarán a todos los modelos esta noche al Nocturnia.
-Poco importa –dice Irene– No nos dejarán
entrar.
-Que sí –insiste Ana– Que me he informado y
dejan pasar a todos. Al parecer forma parte de la campaña de
publicidad. Irán vestidos con la ropa del desfile.
-¡Oh, Dios! –Irene parece ahora muy animada–
Eso tenemos que verlo.
No me dejan opinar, simplemente me arrastran con
ellas hasta la discoteca al salir del restaurante. Tampoco es intente
detenerlas. A estas alturas de la noche, con el par de copas que nos
hemos tomado durante la comida, me siento un poco más animada.
Supongo que ver cuerpos musculados tampoco es tan mala idea. Al menos
alegraré la vista con los hombres.
En cuanto entramos en Nocturnia, nos sorprende ver
la poca gente que hay. O hemos venido muy temprano o somos las únicas
que nos hemos enterado de lo que ocurrirá esta noche aquí. Mis
amigas están entusiasmadas con la idea de ser las únicas ajenas al
mundo de la moda.
-¿Segura que dejan entrar a cualquiera, Ana? –le
pregunto levantando la voz para hacerme oír sobre la música.
-Nos han dejado pasar –dice ella- ¿Tenemos
pinta de modelos?
En eso tiene razón, no puedo discutírselo.
Decidimos acercarnos a la barra y pedir un trago. Por el momento
tampoco hay rastro de los modelos tampoco. Definitivamente nos hemos
adelantado.
-¿Y si ha sido una mentira con la que atraer a la
gente al Nocturnia? –sugiere Irene desilusionada.
No ha terminado de preguntar cuando vemos con gran
asombro, cómo empiezan a llegar hombres y mujeres a cada cual más
guapo. Puedo reconocer a alguno de ellos y no debo ser la única
porque Irene me aprieta el brazo con tanta fuerza que creo que me lo
romperá en cualquier momento.
-¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios! –no deja de repetir
mientras da pequeños saltos de emoción.
Tengo que admitir que los hombres son dignos de
admirar, pero al ver a las mujeres, no puedo evitar pensar en que son
la clase de pacientes que tendría Adrián en la clínica y mi ánimo
se desinfla de nuevo. Cuando mis amigas sugieren acercarse a ellos,
me invento que necesito ir al baño para no acompañarlas.
Pido otra copa y me quedo en la barra observando a
mis amigas intentando hablar de manera controlada con algunos de
ellos. No les sale bien, desde luego, pero ellos parecen amables y
les contestan con una sonrisa en los labios todo el tiempo. Evito
mirar a las mujeres para no sentirme peor todavía. Maldita falta de
autoestima.
Al final sí que tendré que ir al baño como les
dije a mis amigas. Dejo el vaso en la barra y me pongo en camino.
Ahora ya hay mucha más gente en la discoteca así que es difícil
avanzar. Me choco varias personas, pero me limito a disculparme y
seguir mi camino sin mirar a nadie. Lo último que necesito es ver a
una de esas imponentes modelos tan cerca de mí.
El baño está lleno de mujeres retocándose el
maquillaje. Son tan guapas que no necesitarían nada de eso para
verse impecables. Están hablando del desfile y ríen de alguna
anécdota divertida que sucedió durante el mismo. Incluso yo río
sin poder evitarlo. Me sonríen cuando me acerco a los lavabos y las
saludo con una sonrisa de vuelta. Así de cerca, no parecen tan
diferentes de cualquiera de nosotras. Salvo porque son más guapas
que muchas de nosotras.
Al salir del baño, me encuentro con que el local
está todavía más lleno. Ahora me resultará imposible encontrar a
mis amigas. Mientras las busco con la mirada, alguien pasa por mi
lado y me golpea, obligándome a moverme. Ni siquiera se ha
disculpado y lo sigo con la mirada, aunque sólo veo su espalda. Y es
ahí cuando mis ojos se paran en una pareja que está hablando. Ellas
es una de las modelos más famosas del momento, él es Adrián. Mi
corazón late como loco en cuanto lo veo. Está claro que yo sí
siento algo por él. Algo muy fuerte.
Está muy guapo con su pantalón negro y esa camisa
blanca que lleva por fuera. La chaqueta a juego con el pantalón le
da un toque informal pero elegante. No desentona entre todos ellos a
pesar de que no tenga el cuerpo tan cuidado como el suyo. Adrián
tiene otro tipo de belleza, más natural, más real.
Cuando lo veo reír de algo que ella dice, mis
inseguridades renacen y siento que necesito huir de aquí. No quiero
que me vea. Mejor encontrar a mis amigas y decirles que me voy a
casa. Con tanto chico guapo alrededor, estoy segura de que no les
importará.
Una vez fuera, respiro con más tranquilidad. Es
hora de volver a casa y olvidarme de lo que no puede ser.
-Desde luego, la vida es un pañuelo –escucho
decir detrás de mí– Y eso me recuerda que alguien me debe uno.
4
-Hola –le digo en cuanto me giro hacia él. Ahora
que veo su deslumbrante sonrisa, me siento una cobarde por haber
intentado huir de él.
-No estaba seguro de que fueses tú –me dice
acercándose más– Desde que nos separamos esta tarde, he creído
verte en todas partes. Pensaba que esta era una de ellas. Me alegro
de haber salido a comprobarlo. ¿Ya te vas?
-Tanta gente me agobia –no miento, aunque tampoco
le diré la verdadera razón.
-Yo también prefiero una buena compañía en un
lugar más tranquilo –da otro paso más hacia mí– pero a veces
no tengo otra opción.
-Es publicidad para la clínica –digo vacilante.
-Mi socio es quien se encarga de acudir a la mayoría
de los eventos –se encoge de hombros– A él se le da mejor
hacer de relaciones públicas. Lo mío es el quirófano.
-Estar rodeado de tanta belleza tendrá sus
ventajas, supongo.
-En realidad está sobrevalorada –me dice– A
la clínica acuden a diario tantas mujeres y tantos hombres que
quieren mantenerse eternamente jóvenes, que te hacen replantearte
los cánones de belleza.
-No se puede competir con alguien que es más alto y
más guapo que tú. Y que tiene mejor cuerpo y mejor presencia.
-Sí se puede, cuando sólo son una cáscara vacía
–su mano toma la mía y siento un escalofrío– La belleza no es
una bonita envoltura. La belleza se lleva por dentro.
-Lo dice alguien que trabaja en una clínica de
estética –no puedo evitar que mis palabras suenen con
resentimiento.
-Precisamente por eso lo digo, Carlota –lleva mi
mano a sus labios– El tipo de belleza que yo veo todos los días
es la primera que desaparece. Si dentro no hay nada, ¿qué te queda?
-Supongo que nada – no puedo pensar con claridad.
Mi mente sólo registra la caricia de Adrián en mi mano.
-Me gustas mucho, Carlota –me atrae hacia él–
Veo la duda en tus ojos y la siento en tus palabras. Me gustaría que
me dieses la oportunidad de demostrarte que no miento. Tú eres más
hermosa que cualquiera de las modelos que hay ahí dentro. Tú eres
de una belleza pura, natural. Tus ojos son muy expresivos, tu boca
sensual. Tienes curvas donde una mujer ha de tenerlas. Eres alegre y
divertida. Inteligente.
-Harás que termine totalmente roja –le digo. Su
intensa mirada está acelerando de nuevo mis latidos.
-Me gusta cuando te pones roja –sonríe– Me
gusta cuando hablas, cuando ríes, cuando dejas que Max lama tu cara
sin importarte que pueda llenarte de babas. Eres increíble, Carlota
y me gustaría mucho formar parte de tu vida. Me gustaría conocerte
más y que tú me conozcas a mí.
-No sé qué decir –a estas alturas me encuentro
prácticamente en sus brazos.
-Di que sí.
-Sí –susurro.
Toma mi rostro entre sus manos y me besa. Los
recuerdos de la tarde se agolpan en mi mente mientras siento sus
labios moverse sobre los míos. Las sensaciones que me provocó
durante nuestro encuentro siguen ahí y siento una vez más que
podría funcionar. Adrián podría hacer que lo que no es perfecto,
lo sea.
-¿Te apetece desayunar conmigo? –me dice al
terminar el beso.
-Son las dos de la madrugada. No es hora todavía.
-Podemos esperar juntos el amanecer –me sonríe–
Sé de un lugar que te encantará. ¿Me acompañarías?
Responder a esa pregunta se siente como algo más
importante de lo que realmente parece. Si acepto, estoy segura de que
será el inicio de algo entre nosotros. No sé a dónde nos llevará
ni el tiempo que durará, pero sé que por mi parte podría llegar a
ser el definitivo en mi vida.
-No te arrepentirás –añade al ver que dudo–
De nada.
Definitivamente, este sería el comienzo de nuestra
historia. Y por primera vez en mucho tiempo, quiero arriesgarme.
Después de todo lo que me ha dicho, me siento lo suficientemente
segura de mí misma como para intentarlo. Porque su mirada me sigue
diciendo que soy la mujer más bella que ha visto nunca.
-Llévame contigo –le digo. Su sonrisa podría
provocar la llega del amanecer en plena noche.
Rodea mis hombros con su brazo y comenzamos a
caminar. Él nos dirige y yo no protesto. Con estar a su lado me
basta por el momento. Después de todo, ha dejado a las modelos por
mí. Eso debería contar, ¿verdad?
Me sube a una limusina y sonríe al ver mi sorpresa.
Es la primera vez que subo en una y mi curiosidad me puede. Siempre
me he preguntado cómo serían por dentro y si son tan cómodas como
parecen. Saca una botella de champán de una pequeña nevera portátil
y la abre. Me ofrece una copa y sirve otra para él.
-Ya que Carlos la ha alquilado para toda la noche –me dice chocando nuestras copas– aprovechémosla bien.
-No me extraña que quiera ir siempre él a los
eventos – rió, después de beber – Esto es puro lujo.
-Él es más extrovertido que yo. Se le dan mejor
las personas. Las conquista con un par de sonrisas y las palabras
adecuadas.
-Tú no lo haces tan mal –me sonrojo al decirlo–
Conmigo lo has hecho bien.
-Contigo ha sido fácil –se sienta junto a mí–
Todo lo que te dije es cierto. No he tenido que fingir ser alguien
que no soy.
-Eso me tranquiliza –intento bromear, pero su
cercanía descontrola mis sentidos. El champán ayuda también.
-Eres preciosa –me dice.
-Creo que el champán te hace ver donde no hay –se ríe de mi comentario y yo termino imitándolo– Creo que el
champán me hace hablar de más.
-Eras preciosa cuando te conocí y lo sigues siendo
ahora –ignora mi comentario aunque por el brillo de sus ojos
juraría que le ha causado gracia también.
-Cuando me conociste estaba en mi peor momento.
-Estoy deseando verte en el mejor, entonces.
-Este es el mejor –me señalo– No me verás
nunca más preparada de lo que estoy ahora mismo.
-No necesitas más, Carlota –acaricia mi mejilla– Si te vieses con mis ojos sabrías de lo que te hablo. Eres y
serás preciosa de cualquiera de las maneras.
-Si sigues diciendo esas cosas, harás que me
enamore de ti, Adrián.
-Eso me encantaría –sujeta mi nuca y me acerca
para besarme de nuevo.
No sé si es el alcohol o el volvernos a encontrar,
pero está más atrevido que esta tarde. Aunque no voy a protestar
porque con sus palabras y sus besos aleja mis temores y mis
inseguridades.
Hablamos durante horas, conociéndonos un poco más.
Me habla de su familia, de las dificultades por las que pasó para
costearse la carrera cuando lo repudiaron por no seguir con la
tradición familiar, de los amigos que hizo a lo largo de su vida y
que todavía conserva. De sus desengaños amorosos, por los que juró
no volver a enamorarse nunca más y de la forma en que el conocerme
borró por completo esa loca idea.
Yo le hablo sobre mi familia también. Sobre la dura
situación que pasamos, que me obligó a trabajar desde muy joven,
impidiéndome ir a la universidad. Sobre mi trabajo como camarera en
un club, donde tengo que soportar que los hombres me confundan con
las chicas que bailan y hacen privados en él. Sobre mis dos amigas,
a las que a pesar de tener abandonadas por meses, siguen a mi lado,
incondicionales.
-Vamos. Llegó la hora –me ayuda a salir de la
limusina y nos sentamos en un banco de madera que hay al borde de la
colina. Me coloca su chaqueta sobre los hombros para que no pase
frío.
Mientras observamos el amanecer, abrazados y en
silencio, descubro que me he enamorado loca e irremediablemente de
Adrián. Lo miro y él me imita. Su sonrisa me dice que también él
lo está. Ya no tengo dudas.
-¿Crees que es posible enamorarse de alguien en un
solo día? –me pregunta, como si hubiese leído mi pensamiento.
-Ahora sé que sí.
Definitivamente su sonrisa rivaliza con el sol,
porque me quedo prendida en ella, olvidando por completo el amanecer.
Cuando me besa, sé que nuestro futuro juntos acaba de empezar.
FINAL
Este es el relato que más me gusta. Lo he leído como tres veces :D
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