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miércoles, 24 de marzo de 2021

FRAGMENTO: Bebé por error




Capítulo 1

 


Quinn

Cuando escucho que la puerta del ascensor se abre, suspiro, enderezo la columna y cierro los ojos ante el ordenador que tengo delante, aunque mis dedos no se detienen y siguen tecleando.

Oigo pasos pesados acercándose a mí, pero no miro hacia arriba hasta que una sombra cae sobre mi escritorio. Solo entonces aparto los ojos de la pantalla del ordenador y aprieto los labios mientras miro a mi jefe.

—Buenos días —lo saludo.

Nicholas Dubois me sonríe. Es una sonrisa encantadora, lo suficientemente amplia como para mostrar sus brillantes dientes blancos. Se ajusta a sus rasgos infantiles y a su pelo castaño cuidadosamente peinado. Sé que las mujeres desean su atención, atraídas tanto por su aspecto como por su riqueza.

Personalmente, no veo por qué tanto alboroto. Su rasgo más llamativo son sus brillantes ojos azules enmarcados por largas y oscuras pestañas, pero su belleza es solo un envoltorio.

—Buenos días, Quinn —dice, apoyado en mi mesa.

Se inclina, no lo suficiente para tocarme, pero sí para que pueda oler su colonia almizclada. Es nueva.

—¿Hay algo en lo que pueda ayudarte? —Deseo con todas mis fuerzas que regrese a su despacho.

—¿No quieres mi compañía? —pregunta en broma.

—No —digo sin rodeos—. Tengo mucho trabajo que hacer, como bien sabes, y creo que tú también.

Hace tres años, cuando tuve enfrente a Nicholas Dubois, el hombre más rico de Manhattan, y le dije por qué sería una buena elección ser su nueva secretaria, nunca hubiera soñado con hablarle de esa manera. Ahora, sin embargo, llevo aquí el tiempo suficiente como para tener esa confianza.  

Con un suspiro, Nicholas se retira y se lleva consigo el aroma que me niego a considerar tentador de ninguna manera. Vuelvo a poner los ojos en la pantalla de mi ordenador.

—Desafortunadamente, el trabajo es la pesadilla de nuestra existencia —dice—. Esperaré con ansias el momento en que nos veamos de nuevo.

Pasa por mi lado y la puerta se cierra detrás de él. Solo entonces me relajo, poniendo los ojos en blanco. No es que Nicholas sea un jefe terrible. En muchos sentidos, es un jefe muy bueno. Es atento y amigable, pero también es de los que piensan que su acento francés, el uso ocasional de palabras extranjeras y su buena apariencia, le conseguirán cualquier mujer que desee.

Me ha dejado muy claro que me desea, pero yo no estoy interesada lo más mínimo. Su mirada es siempre persistente, se acerca demasiado a mí y, a veces, se pone poético sobre mi belleza y me dice que soy tan hermosa como las rosas, o que mi cara es como el sol cuando brilla a través del cielo nublado.

Sería bonito si no hubiera visto un tren de mujeres saltar dentro y fuera de su cama a lo largo de los años.

Me paso la mano por el pelo corto y rubio. Me pregunto por qué está interesado en mí. No soy tan guapa como las mujeres que suele llevar colgadas del brazo. Soy delgada y baja, tengo pecas y uso gafas. Y nunca me he puesto un vestido glamuroso. Pero, por alguna razón, Nicholas ha puesto su atención en mí, y ahora tengo que pensar en la forma de rechazarlo de nuevo. Es frustrante, porque no importa lo fría que sea con él. No pierde el interés.  

De repente, la puerta de Nicholas se abre.

—Quinn, ¿tienes el informe de resultados del proyecto para el año que viene? —pregunta.

—No lo tengo. Le enviaré un correo electrónico a Jonathan para que te lo envíe.

Desaparece tras la puerta y sonrío irónicamente. Ese es el lado de Nicholas que me hizo querer trabajar para él, un tipo que construyó una franquicia de tiendas de moda en toda América hasta convertirse en uno de los hombres más ricos del país.

Sacudo la cabeza y envío un mensaje a Jonathan Fairway, el jefe de nuestro departamento financiero.

 

 

Desafortunadamente, si esperaba irme esta tarde antes de que Nicholas pudiera decir algo más, estaba muy equivocada. Mientras recojo mis pertenencias para irme, contenta de que sea viernes, Nicholas aparece por la puerta.

—Me marcho. Hasta el lunes —digo con una inclinación de cabeza, recogiendo algunos archivos para llevar a casa.

—Hay otra opción. —Ahí está esa sonrisa encantadora de nuevo—. Podrías unirte a mí para tomar una copa y hablar de trabajo.

Lo conozco lo suficiente para saber que no quiere hablar de trabajo. Frunzo el ceño y lo miro de frente.

—Nicholas —digo, con el tono de voz seco—. Agradezco la oferta, pero no creo que sea apropiado que nos reunamos fuera del trabajo. —Parece visiblemente sorprendido por rechazarlo, y siento cierta satisfacción por ello—. Que tengas un buen fin de semana.

Me doy la vuelta, mirando hacia atrás solo una vez cuando llego al ascensor. Él sigue mirándome, confundido. La imagen es graciosa, pero consigo mantener mi sonrisa hasta que las puertas del ascensor se cierran y me quedo sola.

Mi móvil suena en mi bolsillo. Es un mensaje de mi mejor amiga, a la que estoy a punto de ver. Hace mucho tiempo que no tenemos la oportunidad de ponernos al día, y hemos quedado en un pequeño y encantador café que solíamos frecuentar cuando estábamos en la universidad.

Christy Larsen y yo somos amigas desde que estábamos en el instituto. Durante esos años, ninguna de las dos era muy popular; yo siempre tenía la nariz enterrada en los libros, y Christy era una artista que tenía la reputación de ser un poco extraña. Nos conocimos en nuestro último año y hemos sido amigas desde entonces. Ahora, yo soy la secretaria del hombre más rico de Manhattan, y Christy consiguió el trabajo de sus sueños dibujando caricaturas de niños. Me alegro de tenerla en mi vida.

No tardo mucho en llegar al café Aroma. La mujer de la caja registradora mira hacia arriba cuando entro, y me dirijo hacia una mesa libre junto a la ventana.

Unos cinco minutos más tarde, Christy entra como un torbellino y con aspecto un poco desaliñado. Su pelo negro hasta los hombros está despeinado por el viento, y su camisa está arrugada, con una gran mancha de tinta en la manga derecha. Mientras se acerca a mí, se atusa el pelo con una amplia sonrisa.

—¡Quinn! —Me pongo en pie y nos abrazamos—. ¡Me alegro de verte!

—Y yo. —Sonrío—. Siento haber estado tan ocupada últimamente.

—No te preocupes, yo también he estado muy ocupada. Por suerte, acabamos de terminar un proyecto, ¡así que tengo unas horas para respirar antes de empezar con el siguiente!

—Me pasa lo mismo. —Rio—. Nicholas ha abierto una nueva tienda de sillas en Miami, y ha sido una pesadilla. Los gerentes llamaban todos los días con algún nuevo problema.

—Me lo imagino —dice Christy. Nos sentamos y se inclina hacia adelante con una sonrisa burlona—. ¿Alguna novedad con Nicholas? ¿Sigue coqueteando contigo?

—Me ha invitado a salir para «hablar de trabajo» —le digo sin más.

—Oh, eso es nuevo —dice Christy—. Parece que está mejorando su juego.

Christy encuentra la situación hilarante. Es frustrante, pero sé que ella estaría a mi lado si Nicholas alguna vez cruzara una línea.

—Desearía que se detuviera —me quejo.

La sonrisa de Christy cae.

—¿De verdad te hace sentir tan incómoda? —pregunta seriamente—. Porque si es así, tienes que hablar con él.

Pienso en ello un momento. Las atenciones de Nicholas son molestas, pero no llegan al acoso. Además, aunque me cuesta admitirlo, a veces es difícil no quedar atrapada en su mirada.

—No, en realidad no. Es más molesto que otra cosa —digo, poniendo los ojos en blanco—. Estoy segura de que se olvidará de mí en cuanto alguien vuelva a llamarle la atención.

—Sí. —Christy se ríe—. Pronto captará la indirecta, no te preocupes. Es normal que se haya dejado llevar por tu linda cara.

Tímidamente, me enderezo las gafas. No me considero muy guapa, por eso es tan extraño que Nicholas haya puesto sus ojos en mí.

Entonces pienso en los mensajes que me llegan al móvil y que ignoro, los de un exnovio con el que no deseo volver a hablar. Me sacudo el pensamiento. Entre Nicholas y esos mensajes, mi vida se está convirtiendo en un interminable dolor de cabeza.

Tal vez Christy tenga razón y lo mejor sea hablar con Nicholas.

—Bueno, dejemos de pensar en eso —dice Christy con un firme asentimiento—. Esta noche es de las dos, Quinn, como en los viejos tiempos. ¡Vamos a volvernos locas!

No puedo evitar reírme al saber que, «enloquecer», es ir al cine y luego irnos a mi apartamento para jugar al Scrabble. Sonrío. Al menos tengo a Christy a mi lado. 


Capítulo 2

 

 

Nicholas

Cuando Quinn Butler se va, con la cabeza erguida y los hombros rectos, no puedo evitar preguntarme qué estoy haciendo mal.

Quinn es mi secretaria desde hace tres años, y es una de las mejores que he tenido. Hace unos meses no hubiera imaginado fijarme en ella, tenía muchas mujeres lanzándose sobre mí como para arriesgarme a tener una relación con una empleada, sin embargo, últimamente…

Miro su mesa. Está meticulosamente ordenada. Intento recordar el momento en que la miré y me di cuenta de que era preciosa. Recuerdo que estaba sentada aquí y se metía el pelo detrás de la oreja de forma distraída.

Cuando les cuento la historia a mis amigos, confiado en mi capacidad de llevar a cualquier mujer a mi cama, exagero un poco los detalles. Les digo cómo se inclina hacia adelante mostrando su escote embriagador, y cómo me mira seductoramente con sus ojos color avellana a través de los mechones de su pelo corto y rubio.

Pero nada de eso es cierto.

La deseo. Es diferente a todas las mujeres que caen a mis pies rogando mi atención tan pronto como descubren lo rico que soy. Es inteligente y su lengua es tan cortante como su mente. Además de eso, sigue diciendo que no. Rio y me apoyo en la puerta abierta de mi despacho.

Debería haberme rendido hace tiempo. Quinn ha dejado muy claro que no tiene ningún interés en mí más allá de nuestra relación laboral. Mi amigo me ha contado que conoce a algunas chicas que se mueren por conocerme. ¿Por qué molestarme en perseguir a una mujer que no me quiere cuando puedo tener a otras que sí me quieren?

Pero no puedo darme por vencido y no sé por qué. Los constantes rechazos de Quinn son intrigantes; no le importa mi dinero o lo famoso que soy, y a veces actúa como si le repugnara la idea de una relación conmigo. Sin embargo, no puedo dejar de buscar esa cosa que la hará cambiar de opinión. Necesito saber qué es lo que hay en mí que le parece tan terrible, y qué tengo que cambiar para atraerla.

Porque la atraeré, de una forma u otra. A diferencia de otras mujeres, no se deja llevar por mi apariencia, mi acento extranjero o mi dinero. Y eso la hace aún más atractiva.

Miro mi reloj. Se está haciendo tarde. Los limpiadores vendrán pronto. Soy un multimillonario que construyó el imperio de Yuza desde cero, y lo convirtió en una de las cadenas de tiendas de moda más populares del mundo. Si soy tan inteligente como para haber hecho esta fortuna en América tras dejar mi casa en Francia hace muchos años, también tengo que serlo para interesar a una maldita mujer.

Bajo las escaleras y me encuentro con mi chófer, que espera pacientemente a que suba al elegante coche negro. Me saluda con la cabeza.

—¿Adónde, señor? —pregunta.

—A casa, Alan —suspiro; ya no tengo ganas de salir.

Casi puedo sentir su intriga. Como he estado tan ocupado persiguiendo inútilmente a Quinn, no he pasado tanto tiempo en los clubes de Manhattan. Sé que Alan, que es mi chófer desde hace dos años, se está preguntando sobre este cambio, pero no me apetece iluminarlo. No quiero que nadie sepa que yo, Nicholas Dubois, tengo problemas con una mujer.

El viaje desde la oficina no es largo y veo el paisaje pasar. Estoy irritado porque la mayoría de mis pensamientos parecen girar en torno a Quinn Butler. Hacer que se enamore de mí casi se ha convertido en una obsesión, y me vuelve loco no tener ni idea de qué hacer a continuación, o cómo evitar más errores.

Siempre he sabido qué hacer a continuación. Cuando vine a vivir a Estados Unidos, con nada más que unos pocos títulos, una cuenta bancaria casi vacía y sueños enormes, seguí adelante sin importar lo que pasara, negándome a mirar hacia atrás o preocuparme por el futuro. Avanzar con confianza siempre ha sido mi marca registrada.

El coche se detiene en la entrada de mi mansión. Salgo del coche dando un portazo más fuerte de lo necesario. ¿Qué tiene Quinn que me hace sentir inseguro?

—¿Está todo bien? —pregunta Alan levantando una ceja mientras baja la ventanilla.

—Bien —digo con un suspiro—. Solo un largo día.

Parece que quiere preguntar, pero, en el último segundo, recuerda su lugar como mi empleado y se retira con un asentimiento. El gesto me hace sentir extrañamente solo.

—Lo veré mañana, señor —dice Alan.

Al mirar hacia mi casa recuerdo la razón de querer estar siempre de fiesta. Vivir solo en esta enorme casa me está pasando factura, pues no tengo a nadie con quien compartirla.

—Me estoy ablandando —digo en voz alta, al tiempo que cruzo el jardín.  

Los constantes rechazos de Quinn me han hecho reflexionar sobre algunos aspectos de mi vida, y he encontrado varias cosas que faltan. Ella entró en mi vida y la puso patas arriba, y ni siquiera tiene la decencia de fingir que está interesada en mí. Resoplo. Tal vez, si puedo intuir alguna señal de atracción o admiración de ella, todo volverá a la normalidad.

 

 

Estoy tan cansado que ceno y me acuesto temprano. Quiero escapar de mi mente, que gira sin descanso. Pero Quinn también suele aparecer en mis sueños. Ahora está frente a mí. Lleva un bonito vestido esmeralda que se pliega alrededor de su cuerpo, resaltando sus curvas. Sobre nosotros, luces brillantes se balancean haciendo que las sombras bailen perezosamente a su alrededor. La vista es tan hermosa que no puedo dejar de mirarla.

Ella aprovecha mi estupefacción para dar un paso adelante. La abertura de su vestido se abre y veo su sedosa pierna y su zapato plateado de tacón. Mis ojos recorren su pierna hasta llegar a sus ojos, que me miran detrás de sus gafas. A medida que se acerca veo las pecas que salpican sus mejillas, y respiro el familiar perfume floral que siempre lleva.

—Nicholas —suspira, y esa sola palabra de sus labios hace que una llama se encienda en mi estómago.

—Quinn —respondo, y mi voz se vuelve áspera—. Estás preciosa.

Ella sonríe. No suele hacerlo conmigo. Incluso antes de que empezara a perseguirla siempre me miraba con cortesía profesional. Solo la he visto sonreír una vez, cuando se rio de un chiste que le contó uno de sus colegas, y nunca he olvidado la suave alegría que iluminaba su rostro en ese momento.

—Gracias —dice ella—. ¿Quieres bailar?

Una melodía comienza a sonar. Quinn me extiende las dos manos, aún sonriendo, y me empuja hacia delante presionando su cuerpo contra el mío. Sus brazos se enrollan alrededor de mi cuello.

—Creo que es un baile lento —me murmura al oído sonriendo mientras tiemblo.

Empezamos a balancearnos lentamente, en un movimiento sensual. El cuerpo de Quinn se frota con suavidad contra el mío y su pierna se frota contra la pernera de mi pantalón. Sus dedos juegan con el vello de mi nuca. Puedo sentir cómo se me endurece la entrepierna, y sé que ella también lo siente.

Casi espero que se aleje con asco, pero, en cambio, sonríe con los ojos brillantes. Se acerca sinuosamente y mete una de sus piernas entre las mías. Sus ojos me miran mientras se frota contra mí lenta y deliberadamente.

Es casi imposible respirar. Mi polla se mueve y se endurece. Me duele. Dios, deseo tanto a esta mujer. La necesito ahora mismo.

La agarro por las caderas. Sé lo que quiero. Quinn está de pie delante de mí, más que dispuesta a darme todo lo que le pido. La empujo y cae en una silla que está detrás de ella. Me mira, sus ojos oscuros de deseo, y entonces arquea una pierna haciendo que los pliegues de su falda caigan.

—¿Y bien? —me pregunta.

Me inclino sobre ella. De cerca, sus ojos color avellana son aún más impresionantes.

—Voy a follarte —le prometo en voz baja.

Sus brazos me envuelven los hombros y tiran de mí.

—Lo espero con ansias —suspira.

 

Capítulo 3


 

Nicholas

Me inclino y capturo sus labios, que se abren inmediatamente como una invitación. Mi lengua se desliza dentro de su boca y acaricio sus dientes y encías. Puedo sentir sus dedos desabrochándome la camisa.

Me retiro y rompo el beso, que nos deja a los dos jadeando. Deslizo los tirantes de su vestido por sus hombros y siento que mi calor aumenta cuando me doy cuenta de que no lleva sujetador. Ella me guiña un ojo y se inclina sobre mí, su aliento rozando mi oído.

—Deberías ver qué más no llevo puesto —murmura.

Mierda. Apenas me ha tocado, pero sus palabras son suficientes para hacerme estallar. He esperado tanto tiempo para hacer mía a Quinn… No quiero que este momento se arruine solo porque estoy tan ansioso como un adolescente cachondo.

—Puedo sentir lo emocionado que estás —dice Quinn sonriéndome, sus dedos se curvan suavemente sobre mi corazón—. Puedo sentir tus reacciones. Me deseas tanto...

—¿Y tú? —Las palabras se me escapan sin permiso—. ¿Me deseas?

Todavía sonríe, pero la mirada en sus ojos es ilegible.

—Sé lo que quiero —dice misteriosamente.

No responde a mi pregunta, pero estoy demasiado duro y desesperado para que me importe. Averiguaré más tarde si realmente me quiere. En este momento, me conformo con que me desea. La beso de nuevo y su cuerpo se retuerce en la silla debajo de mí, respondiendo a cada toque. Deslizo mis manos por sus hombros y acaricio su espalda. Ella se arquea y emite un gemido.

—Oh, Dios mío —jadea.

—Llevas demasiada ropa —murmuro.

Encuentro la cremallera y tiro hacia abajo. El vestido cae hasta su cintura. De repente, ella se pone de pie y el vestido cae al suelo. Mi boca se seca cuando veo la prueba de lo que había insinuado antes. No lleva nada debajo del vestido. Sonríe a mi expresión, entonces extiende la mano y me tira de la corbata.

—¿Por qué te quedas ahí parado? —ronronea—. Pensé que me querías.

Dios, la quiero más que nada. La alcanzo, pero ella aparta mis manos. Hay una mirada pícara en sus ojos mientras me deshace la corbata. Mi cuerpo vibra y quiero más, pero ella va agonizantemente despacio. Gimoteo por la dolorosa espera, pero obligo a mi cuerpo a quedarse quieto mientras ella me desliza la camisa, y su toque deja huellas ardientes en mi piel a medida que avanza. Cada parte de mí está tensa de anticipación y me estremezco cuando mi camisa cae al suelo.

—¿Muy impaciente? —se burla.

Me he cansado de este baile lento. Deseo a Quinn desde hace tanto tiempo, que no quiero esperar más. La agarro por la cintura y la estrecho con fuerza contra mí. Ella jadea.

—Te quiero, ahora —gruño.

—Todavía llevas demasiada ropa —dice.

La empujo hacia la cama. Su edredón de satén brilla bajo la suave luz. Sus rodillas golpean la cama y cae de espaldas, sus piernas se abren y yo me coloco entre ellas. Estoy tan duro que duele, y es por Quinn, como siempre. ¿Qué tiene esta mujer que me hace perder la razón y el control? ¿Por qué la quiero tanto si no se parece en nada a las mujeres que normalmente persigo?

Ella es diferente y necesito conocerla más, aunque, en este momento, lo único que quiero averiguar es cómo hacerla gritar mi nombre. Mi polla me roza los pantalones, desesperada por ser libre. Quinn tira febrilmente de mi cinturón, casi rompiéndolo en su prisa.

Sus desesperados movimientos están en desacuerdo con la calma que mostró antes, cuando se burló de mí casi hasta la locura. Ahora sus dedos tiemblan y sus movimientos son frenéticos mientras me arranca los botones.

—¿Ahora quién está impaciente? —pregunto en voz baja.

Ella me mira. Todo lo que puedo ver es el hambre y la necesidad.

—Te quiero —susurra, y me baja la cremallera—. Te deseo tanto que no puedo pensar en otra cosa. Lo único en lo que puedo pensar es en el momento en que te deslizarás dentro de mí y me follarás fuerte.

Oh, sí... sí, eso es lo que quiero hacer.

Mis pantalones caen al suelo y salgo de ellos antes de quitarme los calzoncillos. Mi polla se libera finalmente, dura y goteando mientras rebota, dolorida y ansiosa. Esto es todo. El momento que he estado esperando. Quinn está delante de mí, deseándome tanto como yo la deseo a ella.

¿Verdad?

—¿Cuánto me deseas, Quinn? —le pregunto.

Ella mira hacia arriba. Todavía tiene hambre en los ojos, pero también hay algo que acecha debajo que no puedo captar.

—¿Por qué no lo averiguas tú mismo, Nicholas?

Ya no hay tiempo para andarse con rodeos. Los dos estamos desesperados y necesitamos esto más que nada. Necesito a Quinn. Tengo que tenerla. Me sumerjo en ella y su cuerpo me acepta al instante, me atrae, sus piernas se enrollan alrededor de mi cintura para tirar de mí tan profundo como pueda.

Me sonríe, sus ojos me desafían. Le agarro las caderas y vuelvo a empujar hasta el fondo. Entro y salgo de Quinn con dureza, y sus caderas se encuentran con las mías con cada empuje, con sus músculos apretando mi polla. Hay un infierno a nuestro alrededor, estoy sudando, y no voy a durar mucho tiempo.

Y luego...

Me despierto con un jadeo y un grito agudo.

Mi cuerpo tiembla tan violentamente que las sábanas se deslizan. Olas de placer se estrellan contra mí mientras me doy cuenta de que estoy presionando mi erección. Mi visión se vuelve blanca momentáneamente y me cuesta respirar. Al cabo de unos segundos, la sensación disminuye y vuelvo a caer en la cama, completamente exhausto. Mis pantalones están pegajosos y húmedos, así como las sábanas enredadas alrededor de mi cuerpo sudoroso.

Mi corazón acelerado comienza a calmarse, y respiro profundamente mirando al techo de mi habitación.

Gimoteo y cierro los ojos. Este ha sido uno de los sueños más intensos que he tenido. Necesito seducir a esta chica, aunque solo sea para que estos sueños se detengan.

Sigo mirando el techo. Es madrugada, estoy sudando y huele a sexo, y mi mente sigue exaltada por el vívido sueño. En este momento, hago un pacto solemne conmigo mismo.

No importa lo que cueste, voy a hacer que Quinn se enamore de mí.

Capítulo 4

 

 

 

Quinn

Miro la puerta cerrada de la oficina esperando a que se abra en cualquier momento. Normalmente, a esta hora del día Nicholas asoma la cabeza para preguntarme qué estoy haciendo o para dedicarme algún cumplido. Sin embargo, no hay señales de él, y eso es algo extraño.

¿Estará intentando algún tipo de táctica?

También estaba raro cuando llegó esta mañana. Esperaba que viniera con un ramo de flores o unas palabras bonitas, como suele hacer después de que lo rechace, pero llegó con las manos vacías. Y luego se detuvo junto a mi mesa.

—Me gustaría disculparme por mi comportamiento anterior —me dijo—. Me he dado cuenta de que te estoy haciendo sentir incómoda, y esa no era mi intención.

Sorprendida, lo miré fijamente y asentí con la cabeza, y luego se metió en su oficina. No lo he visto desde entonces. Definitivamente, algo está pasando. Y, de repente, la puerta se abre.

¡Lo sabía!

—¿Todavía estás aquí? —me pregunta sorprendido—. Deberías tomarte un descanso para almorzar.

Luego pasa por delante de mí y me quedo mirando su espalda.

¿Qué es lo que pasa?

 

 

El día siguiente ocurre lo mismo. Me saluda educadamente por la mañana, habla de asuntos de trabajo relevantes cada vez que me ve, y luego se despide por la tarde, todo sin un solo cumplido. Y así van pasando los días. Debería ser un alivio. Esto es lo que quería, ¿verdad? Sin embargo, mi paranoia aumenta con cada día que pasa. Está planeando algo.

—Creo que debes calmarte —dice Christy sin rodeos cuando le expreso esta preocupación cuatro días después de que todo comenzara—. Pensé que no querías que te adulara.

—Y no quiero —aseguro—. La gente no cambia de opinión tan rápido, ¿no? Pasó de pedirme una cita una noche a tratarme como a una colega al día siguiente.

—Tal vez se dio cuenta de que no estás interesada —dice Christy, poniendo los ojos en blanco—. O tal vez está siendo un caballero y dando un paso atrás para disculparse.

—¿Qué?

—Mira, Nicholas ha dejado claro que está interesado en ti, ¿verdad? —Yo asiento—. Estoy de acuerdo, no creo que haya cambiado de opinión tan rápido después de intentarlo durante tantos meses. Te ha estado tratando como a todas las mujeres que caen a sus pies y ruegan su atención, y ha esperado que reaccionases de la misma manera —señala Christy—. Tal vez, finalmente, se ha dado cuenta de que comportarse de un modo más maduro te atraerá.

—Así que... ¿me está cortejando? —pregunto, algo confundida.

—No. —Christy resopla—. Está dando un paso atrás para pensar en un plan de ataque. Y te está dando espacio para respirar mientras lo hace.

Ah. Bueno, eso tiene sentido, por mucho que odie admitirlo. Conozco a Nicholas lo suficiente como para saber que no era posible que se rindiera, aunque no he sido capaz de entender su juego. Si esa es su nueva táctica, es halagador, aunque sigue pareciéndome molesto. 

Si pudiera entender por qué se está tomando tantas molestias…

—Quinn, eres inteligente, impulsiva y bonita —continua Christy sonriéndome con cariño—. Desearía que pudieras verlo.

—Tal vez, pero no soy ni de lejos tan hermosa como esas modelos con las que sale, normalmente. Así que no lo entiendo.

Christy me mira fijamente, sus ojos examinan mi cara antes de suspirar.

—No tienes que ser exactamente como ellas; está claro que Nicholas ha encontrado algo en ti que le gusta —dice—. Además, tal vez su interés en ti es también una señal de que está buscando una relación más madura.

Eso tiene sentido. Si se está tomando tantas molestias para atraerme, no será para una sola noche, sobre todo, porque no lo he visto con otra mujer en meses. Pero, exactamente, ¿qué quiere?

¿Qué es lo que yo quiero?

Suspiro y tomo un sorbo de mi café.

—Bueno, de todos modos, no importa —gimoteo—. Tengo cosas más importantes de las que preocuparme.

La diversión en la cara de Christy desaparece, pues sabe exactamente de lo que estoy hablando.

—¿Te ha vuelto a enviar un mensaje? —pregunta.

—Anoche —digo con tristeza.

Agarro mi móvil y abro el mensaje. Ambas nos inclinamos hacia adelante para leerlo.

«¿Por qué coño me estás ignorando?».

—Encantador —dice Christy secamente—. ¿Respondiste?

—No —resoplo.

Me froto los ojos con la mano. El año pasado, salí con un hombre llamado George McMaran. Nos conocimos en una exposición de moda; yo estaba allí por trabajo y él había ido con sus tres hermanas porque les debía un favor. Cuando nos conocimos era encantador y amable, y yo me sentí feliz cuando me invitó a tomar un café. Y luego salimos a cenar. Y nuestra relación se volvió más seria.

Sin embargo, cuanto más me acercaba a él, más posesivo se volvía. Se enfadaba cuando no estaba disponible para salir con él porque estaba con mis amigas, y empecé a cancelar mis planes para que no fuera un problema. También era manipulador; si me molestaba con él por algo, como cuando me mentía o ignoraba mis mensajes, siempre le daba la vuelta a la tortilla.

Estuve cuatro interminables meses con él, y cuando rompí me fui del apartamento que habíamos alquilado el mes anterior, más que feliz de dormir en el sofá de Christy hasta que encontrara otro lugar. George me rogó que lo reconsiderara, pero ignoré todos sus mensajes y, finalmente, pensé que se había rendido.

Hasta el mes pasado, cuando me envió un mensaje diciéndome que aún me amaba. Cometí el error de devolverle el mensaje para decirle que necesitaba seguir adelante, sintiendo lástima por él. Después de eso, empezó a enviarme mensajes cada vez con más frecuencia, hasta enviarme varios al día diciéndome que quiere que volvamos a estar juntos.

—Es persistente —dice Christy, que no parece muy impresionada—. Ese es otro que necesita entender la indirecta de una vez. ¿Por qué atraes a todos los raros?

—No es mi culpa —refunfuño—. Diles que me dejen en paz.

—¿Quieres que lo haga? —se ofrece—. Todavía tengo el número de George; puedo enviarle un mensaje y decirle que se pierda.

Pienso en ello durante un instante. Christy tiene una lengua cáustica, pero por muy satisfactorio que sea imaginar a George recibiendo los insultos de Christy, también sé que lanzarle a mi mejor amiga solo empeorará las cosas.

—De momento solo me envía mensajes, pero si el tema se pone más serio, acudiré a la policía.

—Creo que deberías ir ya —murmura Christy.

—¿Y decirles qué? —pregunto—. ¿Que estoy recibiendo un par de mensajes de un exnovio rogándome que volvamos a estar juntos? No ha hecho ninguna amenaza, no ha tratado de localizarme; se reirían de mí. Como mucho, solo está siendo molesto. —Pongo los ojos en blanco cuando Christy frunce el ceño—. Voy a comprarme un nuevo móvil y cambiaré el número.

—Eso funcionará —admite Christy—. Pero es una mierda que tengas que hacerlo. ¿No puedes, simplemente, bloquearlo?

—Podría, pero él sabrá que lo hice y no quiero cabrearlo. Ya tengo más que suficiente con el trabajo como para pensar en George.

—El trabajo y Nicholas —bromea Christy.

Vuelvo a poner los ojos en blanco.

—Nicholas no tiene nada que ver con esto. Es tan molesto como George, pero de un modo diferente.

Christy se ríe de mí. A veces me pregunto si está apoyando a Nicholas, aunque no puedo entender por qué. Suspiro. Todo es demasiado complicado y me gustaría que mis problemas desaparecieran.

—Avísame si George te causa problemas —dice Christy—. Haré algo al respecto.

Esbozo una patética, pero agradecida sonrisa.

—Gracias —digo—. Lo haré.


 

Capítulo 5

 

 

Nicholas

—¿Pero estos números son estables?

—Por ahora, lo son, pero es probable que eso cambie pronto. Fairmont está bajo una tremenda presión, y ha habido rumores de que están buscando recortar algunos de sus productos más caros para intentar recortar las pérdidas que han sufrido recientemente.

Frunzo el ceño y miro el papeleo, escudriñando los números ante mis ojos.

—¿Qué hay de Polyfrasier? —pregunto señalando el nombre de otra gran tienda de diseño—. Sus ventas de nuestra marca también son estables, y su compañía parece estar en un buen lugar ahora mismo…

Quinn se muerde el labio inferior y luego asiente con la cabeza.

—Creo que es un movimiento apropiado —dice inclinándose hacia atrás—. Buscamos una tienda con suficiente influencia para promocionar nuestros nuevos productos y que tenga un buen historial de ventas. De todas ellas, la Polinesia es, probablemente, una de las mejores opciones.

—Genial —digo recogiendo los papeles y metiéndolos de nuevo en una carpeta—. Gracias, Quinn. Tu aportación, como siempre, es muy apreciada.

Quinn esboza una sonrisa.

—Gracias —dice.

Llevo el trabajo de vuelta a mi oficina antes de ceder al impulso de decirle algo bonito. Hace unos días, mientras pensaba en cómo hacer mía a Quinn, me di cuenta de que ella no apreciaba la forma en que he estado intentando atraerla. Todo lo contrario, se ha sentido incómoda.

El pensamiento era inquietante, así que me disculpé con ella y luego pasé los siguientes días pensando en qué hacer. No sabía cómo ligar con mujeres de otra manera, pero, poco a poco, me fue quedando claro que Quinn era diferente a otras mujeres.

Intenté poner un poco de distancia profesional entre nosotros, para darle un poco de espacio y dármelo a mí para pensar. Pero no ha funcionado como yo esperaba. Quinn es interesante. Más que eso, es extraordinariamente inteligente, por eso la contraté.

El rumor sobre Fairmont, una cadena de tiendas especializadas en ropa de diseño como la que yo produzco, no ha llegado a mis oídos, pero Quinn ha buscado la verdad hasta encontrarla. Ella es algo más que una cara bonita. Es inteligente y motivada, y sabe exactamente cómo encontrar lo que quiere.

Es muy diferente de las otras mujeres con las que he salido en el pasado. No está buscando un revolcón rápido, por lo tanto, si no quiero involucrarme más profundamente con ella, tengo que retirarme ahora.

Pero no puedo. Por alguna razón, no puedo soportar la idea de alejarme de ella. Y eso da miedo. En algún momento de los últimos meses, he llegado a querer a Quinn mucho más de lo que nunca he querido a nadie.

Y todavía no sé qué hacer al respecto.

Miro el reloj. Es la hora del almuerzo. Necesito desesperadamente un descanso para aclarar mi mente, y, si soy honesto, necesito poner algo de distancia entre Quinn y yo.

—Voy a ir a tomar un café —digo al salir de mi despacho—. Tómate un descanso.

—Sí, ahora mismo —dice con una sonrisa.

Ojalá hubiera alguien con quien pudiera hablar seriamente sobre Quinn, pero con mis amigos no puedo tener esa clase de conversaciones, a no ser que se trate de una aventura nocturna.

Tampoco se lo puedo contar a mi familia, las diferencias horarias son un problema porque ellos están en Francia. Normalmente, nos conformamos con mensajes de texto o correos electrónicos. Pero este no es el tipo de conversación para tener en un correo electrónico.

Al menos, los veré pronto. Mi hermano acaba de comprometerse con una mujer preciosa y adinerada en Francia. Conscientes de que estoy en un período de mucha actividad en mi empresa, toda mi familia ha decidido aprovechar la oportunidad de venir de vacaciones a América para que pueda asistir a una celebración por su unión. Quizás puedan ayudarme a averiguar qué está pasando por mi cabeza con respecto a Quinn. Estoy deseando saber lo que piensan de ella y las confusas emociones que ha traído consigo.

Respiro el aire fresco y aprecio el sol en mi piel. Es agradable estar lejos del ajetreo de la oficina durante un rato. Veo mi coche cerca, Andy está leyendo una revista en el asiento delantero, pero me alejo. Solo quiero tomar un café en la cafetería que está cerca de la esquina.

Me tropecé con ella por casualidad hace un año más o menos, frustrado por un trato que no parecía ir a ninguna parte. Ahora la frecuento hasta el punto de que los dueños miran hacia arriba cuando entro y sonríen al reconocerme.  

—¡Nicholas! —Tabitha, la mujer pequeña y robusta tras el mostrador, está radiante—. ¿Cómo estás?

—Estoy bien, gracias. —Sonrío calurosamente—. ¿Qué deliciosos especiales tienes?

—Bueno, mi hija ha venido hoy —dice Tabitha asintiendo con la cabeza—. Peter le ha estado enseñando a hornear y tenemos una tarta de frutas deliciosa.  

—Entonces la probaré —digo con un movimiento de cabeza—. Que sean dos.

Quinn tiene tendencia a olvidarse de tomar descansos para comer, aunque yo se lo diga. Nunca he hecho nada al respecto, pero ahora, mientras pido una segunda tarta para ella, me pregunto por qué no lo he hecho antes. Quinn hace mucho por mí. Esto es lo menos que puedo hacer.

—¿Vas a almorzar con alguien? —me pregunta Tabitha con curiosidad, embolsando las dos tartas.

—No. —Rio—. Mi secretaria tiende a trabajar durante el almuerzo, así que le llevaré algo.

—Qué dulce. —Sonríe Tabitha—. ¿Quieres un café para ella también?

—Un café con leche con dos azucarillos —digo con una inclinación de cabeza, recordando cómo ella se toma el café.

Tabitha vuelve a sonreír y se dirige a la máquina de café. Me acerco a la caja registradora y miro distraídamente a mi alrededor. Sobre el mostrador hay una pequeña caja, y me inclino hacia delante para mirarla con curiosidad. Hay varios ositos dentro, todos ellos con diferentes uniformes. Algunos están vestidos de médicos, otros de pilotos y otros de científicos. Todos con diferentes profesiones.

—Peter y yo apoyamos una organización benéfica que intenta ayudar a los desamparados —dice Tabitha—. Vendemos esos osos para intentar recaudar algo de dinero.

Un oso me llama la atención y lo cojo. Es un oso con chaqueta de traje y falda de lápiz, con un lazo azul marino detrás de la oreja. La etiqueta dice «maestro», pero es el tipo de ropa que Quinn usa normalmente. Tiene una pequeña colección de ositos como este en su mesa. Probablemente, apreciaría el detalle…

¿Comprarle un oso es ir demasiado lejos? ¿Lo verá como si tratara de seducirla de nuevo? Tomo una decisión en una fracción de segundo y le entrego el oso a Tabitha para que me lo ponga junto con las porciones de tarta y los cafés. Con suerte, a Quinn le gustará. Le diré que aprecio lo mucho que hace por mí y que quiero que lo tenga por esa razón. Me aseguraré de no decir «el oso me hizo pensar en ti», lo cual, curiosamente, es la verdad. Se lo tomaría mal.

—Aquí tienes —dice Tabitha con una sonrisa, entregándome el oso y una bolsa con todo el pedido.

—Gracias, Tabitha.

A pesar de preocuparme su reacción, me siento bastante satisfecho conmigo mismo. Solo tengo que recordar que debo ahorrarme cualquier cumplido. Solo tengo que ofrecerle la comida y el oso, decirle que su ayuda significa mucho para mí, y luego desaparecer. Sí, eso funcionará...

Las puertas del ascensor se abren y me doy cuenta de que hay alguien en mi oficina. No sé quién es. El hombre me resulta vagamente familiar, como si lo hubiera visto en una fotografía en algún lugar, pero no puedo ubicar dónde o cuándo. Está apoyado en la mesa de Quinn diciéndole algo en voz baja.

Quinn, por otro lado, no parece feliz. Está de pie y se muerde el labio. Me acerco y ella da un paso atrás.

—Lo siento, estoy comprometida —dice.

Espera... ¿qué? Siento horror. ¿Es por eso por lo que me ha rechazado? ¿He estado coqueteando con una mujer comprometida? Entonces, su mano sale disparada y su dedo me señala.

—¡Con él!

Me congelo cuando el hombre se gira para mirarme.



Capítulo 6

 

 

Quinn

Poco tiempo después de que Nicholas se marche a almorzar, me quedo pensando en que las cosas no han ido mal últimamente, pero empiezo a sentirme insegura y ansiosa al recordar la conversación con Christy. Me levanto de la silla con la intención de tomarme un café cuando suena una notificación en mi portátil, y me vuelvo a sentar.

Frunzo el ceño mientras leo el correo electrónico que acaba de llegar. Es del director general de Fairmont, la compañía que acabamos de despedir como líder debido a su reciente declive. Por lo que yo sé, Fairmont ha estado luchando por conseguir ventas y ha estado pensando en dejar de lado la ropa de diseño.

Sería una decisión acertada, considerando sus deudas actuales y sus problemas de ventas. Sin embargo, según el correo electrónico, ha sucedido algo muy diferente.

 

«Gracias por su paciencia al tratar con nosotros durante este tiempo de gran agitación. Nos gustaría aprovechar este momento para decir que apreciamos todo su apoyo...».

 

Avanzo en la lectura para llegar a lo interesante

.

«Se avecinan muchos cambios... Nuestro anterior director general ha decidido renunciar... Con la creación de una nueva junta, Fairmont busca llevar sus ventas y conexiones a alturas mucho mayores... Como exvicepresidente de la compañía, sé cómo funciona Fairmont y lo que necesita para recuperar terreno.

Me gustaría pedirles más apoyo mientras sigo haciendo cambios. Aunque soy consciente de que nuestros recientes problemas han hecho que pierda algo de fe en nosotros, me gustaría aprovechar este momento para asegurarle que nos esforzaremos por compensar este oscuro periodo de tiempo».

 

Debería haber conocido la información, pero se las han arreglado para mantenerlo en secreto. Frunzo el ceño, esto podría cambiar un poco las cosas. Depende de cuánta confianza tengamos en la compañía, especialmente, ahora que está en nuevas manos. Si les permitimos ser uno de los primeros en promocionar nuestra nueva marca y fracasan, eso nos perjudicará.

No puedo tomar esta decisión sin el aporte de Nicholas, así que marco el correo electrónico como importante y se lo reenvío a él. Será uno de los primeros correos que leerá cuando regrese, y entonces saldrá del despacho para discutirlo conmigo. Nicholas, que conoce todos los entresijos del negocio, es un genio a la hora de realizar el movimiento correcto en el momento adecuado, que es como ha logrado alcanzar el éxito. Sabrá qué hacer al respecto.

Miro el reloj. Han pasado varios minutos. Debería tomarme un rápido descanso para el café, aunque solo sea para que Nicholas no me regañe. Me pongo en pie, pero, en ese preciso momento, las puertas del ascensor se abren. Maldición, demasiado tarde. Bueno, le diré que iba a tomarme el descanso ahora.

Pero… no es Nicholas el que sale del ascensor.

Me quedo congelada, en estado de shock. Parpadeo varias veces, preguntándome si estoy alucinando. Pero no lo hago, se trata de George.

—¿George? —Caigo de espaldas en mi silla—. ¿Qué estás haciendo aquí?

George mira a su alrededor y frunce el ceño antes de volverse hacia mí. Echa hacia atrás los hombros, probablemente, en un intento de parecer duro e inquebrantable.

—Quinn, he venido a hablar contigo —dice—. Creo que debemos discutir cara a cara, como adultos, en vez de ignorarnos mutuamente por mensajes de texto.

Me resisto a la necesidad de decirle que yo era la única que lo estaba ignorando y que desearía que él me hubiera ignorado también.

—¿Cómo has llegado hasta aquí?

George me lanza una sonrisa amplia. Odio esa sonrisa, porque es cálida y brillante, y fue lo que más me llamó la atención de él cuando lo conocí.

—Tranquila —dice con suficiencia—. Les he dicho que soy tu novio y que te traía un café. 

Sostiene una bandeja con dos tazas de café. Dios, puedo imaginarlo. Jacinta y Chloe, en la recepción, se habrán guiñado un ojo antes de dejarle subir. Seguro que le habrán dicho que el jefe estaba fuera. Tendré que hablar con ambas para que no vuelva a suceder.

—No puedo creer que hayas hecho esto —resoplo—. Esta oficina es privada y estoy trabajando. No puedes entrar aquí. Tienes que irte.

—Lo haré —dice George dando un paso adelante—. Por favor, Quinn, solo háblame. Tenemos que resolver esto.

—¡No hay nada que resolver! —exclamo—. ¡Rompí contigo el año pasado! ¿Cuánto más clara quieres que sea?

No puedo creer su descaro. De repente, desearía haberle dicho a Christy que le enviara un mensaje de mi parte. Lo habría hecho enojar, pero, al menos, no seguiría tratando de volver conmigo.

—Lo sé —dice George con seriedad. Joder, me está poniendo ojos de cachorro, lo que siempre solía hacer para que no hiriera sus sentimientos—. Lo sé, Quinn. Pero cometimos un error. Te quiero mucho. Te necesito en mi vida. Sé que podemos arreglar las cosas si lo intentamos.

Me paso una mano por el pelo, con frustración.

—No. No vamos a volver a estar juntos. No funcionamos. No quiero estar más contigo, George.

Sin rodeos, pero cierto. He tratado de hacer esto con delicadeza para no herir sus sentimientos, pero es hora de que lo escuche como es. Ya no lo quiero en mi vida. La cara de George se descuelga. Luego aparece un rubor en sus mejillas.

—No lo dices en serio —niega—. Solo te has convencido de eso porque así es más fácil superarlo.

—¿Hablas en serio? Vete, George. Hay muchas razones por las que no volveremos a estar juntos.

—¿Hay alguien más? —me exige.

Abro la boca para decirle que no hay nadie, pero me callo. Si cree que estoy comprometida, tal vez se eche atrás. Toco los dos anillos que llevo en los dedos, un anillo de oro que me dio mi madre hace muchos años, y un anillo de plata que Christy me compró para mi cumpleaños el mes pasado. Y se me ocurre una idea loca.

—Sí —digo. Me pongo el anillo en el dedo anular izquierdo, intentando deslizarlo con cuidado para que no se dé cuenta—. Hay alguien más.

—¿Quién? —pregunta desolado.

Oigo que se abre la puerta del ascensor. Me las arreglo para empujar el anillo en el dedo correspondiente de mi mano izquierda.

—¡Lo siento, estoy comprometida! —le digo.

Me mira fijamente. Hay movimiento detrás de él, y presa del pánico, levanto la mano y señalo al hombre que se acerca por detrás de George.

 —¡Con él!

Solo cuando las palabras salen de mi boca me doy cuenta de quién es el hombre que ha entrado en la oficina. Lentamente, miro hacia arriba y me encuentro con los ojos sorprendidos de Nicholas.

Joder. 

 


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