Morgan
Sábado
Mi virginidad estaba en serio peligro, aunque no me
importaba. De hecho, hacía mucho tiempo que debía haberla perdido; sin embargo,
no había tenido oportunidad de hacerlo, al menos no con alguien interesante,
hasta ahora. No es que fuera fea, pero tampoco era el tipo de chica que llamaba
la atención. Sobre todo la de los hombres sexis como Kade Raven. Las personas
bienintencionadas decían que tenía una cara bonita y que sería guapa si
perdiera un poco de peso. Y creo que tenían razón, pero es que me gustaba comer
y no me importaban mis curvas.
La falta de oportunidades también influyó en mi
celibato. Aunque crecí entre ricos, no formaba parte de su mundo. Mi madre era el
ama de llaves de los McAdams, así que la mayor parte de mi tiempo lo pasaba con
los hijos de los otros empleados domésticos.
No es que los McAdams no fueran agradables, lo
eran y, hoy en día, Beth McAdams es mi mejor amiga. Pero no había forma de
superar las diferencias sociales. Además, tuve que trabajar desde muy joven
para ayudar a mi madre a llegar a fin de mes. Y ahora que ella sufría una
enfermedad crónica, tenía que trabajar aún más. Por lo tanto, lo de mi
virginidad pasó a un segundo plano.
Mi experiencia con el amor fue relegada a vivir
indirectamente a través de otros. Ahora mismo, a través de Beth y su príncipe
azul, Ash Raven, el hermano mayor de Kade. Como romántica empedernida que soy,
estaba a favor de que se dieran una segunda oportunidad y, por fin, lo
lograron. Hace treinta minutos, pronunciaron sus votos y se casaron, con la
niña más hermosa del mundo —su hija Hannah— a su lado.
La recepción fue mágica y me sentí honrada de que
Beth me pidiera ser su dama de honor y, así, compartir este día con ella. Me
sentí como Cenicienta, llevada a un mundo que no tenía los desafíos y las
cargas de la vida cotidiana. Por eso bailaba con el sexy Kade Raven, aunque estaba
segura de que él solo lo hacía por ser amable. Después de todo, era el padrino
y su papel incluía pasar un rato con la dama de honor.
Pero también tenía fama de conquistador y había
muchas chicas guapas en la fiesta, que eran más su tipo que yo. Así que el
motivo de por qué había pasado la última hora charlando y bailando conmigo, no
tenía sentido. Ya había cumplido con su obligación.
—Parece que en tu cabeza estás librando una guerra
—dijo, inclinándose hacia mí. Su colonia era tan intoxicante como el champán.
—Me preguntaba por qué sigues bailando conmigo —le
respondí. No tenía sentido ser tímida. Además, si se moría de ganas de
encontrar a su ligue para esta noche, no quería entretenerlo.
—Si no lo sabes, o tienes muy baja autoestima, o
no lo estoy haciendo bien.
¿Eh?
Me pasó un brazo por la cintura y me llevó fuera
del salón de baile, a un rincón tranquilo y sin gente.
—Quizás necesito ser más claro —dijo, poniéndome
contra la pared mientras me miraba con los ojos verdes más hermosos que jamás
había visto. Su mano acunó mi mejilla—. Detenme ahora si no deseas esto.
—¿Desear qué? —Mi mente parecía haber sufrido un
cortocircuito. Pensé que quería besarme, pero… no, era imposible.
Se rio, lo que me hizo sentir avergonzada.
—Eres tan jodidamente auténtica, Morgan. Me gusta
eso de ti.
—Tú también me gustas.
—Entonces, voy a besarte.
Eso no podía ser verdad, excepto que lo era. Sus
labios capturaron los míos, y mi corazón, que ya latía rápido, se puso a mil
por hora. Jadeé y, luego, gemí mientras sus labios devoraban los míos en un
beso ardiente que sentí hasta la médula.
Me agarré a sus hombros, en parte para mantenerlo
cerca y en parte para evitar caerme allí mismo, ya que su beso me estaba
derritiendo los huesos.
Su lengua corrió a lo largo de la comisura de mi
boca e, instintivamente, separé los labios, invitándolo a entrar. Todo lo que
él deseara, lo tendría. Su lengua era caliente y húmeda, y tenía un sabor
divino. Lo más probable es que fuera el único beso que me diera Kade. Era
difícil pensar que alguien volvería a besarme de ese modo, así que decidí
aprovechar la oportunidad.
Incliné la cabeza, devolviendo el beso con el
mismo fervor que él.
Kade gimió, rompiendo el beso para, a
continuación, acariciarme la garganta con sus labios, provocándome cosquilleos
eléctricos en la columna. Sus manos se deslizaron desde mis caderas hasta mis
pechos. Sus pulgares rozaron mis pezones, sensibles y doloridos, provocando que
gimiera. Debería detenerle porque, en cualquier instante, alguien podría pillarnos.
Pero Dios mío, era tan maravilloso...
—Te deseo, Morgan. —Presionó sus caderas contra
mí, y yo jadeé al notar su enorme erección—. Y casi siempre consigo lo que deseo.
«No me extraña», pensé.
—Tengo una suite
arriba. Ven conmigo.
Me mordí el labio para controlarme y no soltar lo
que estaba a punto de decir antes de que pensara realmente en lo que estaba
pasando. Kade Raven, el soltero más sexi de Nueva York, me había besado, acariciado
los pechos y me pedía que subiera con él a su cuarto. ¿Se trataba de alguna
broma pesada? ¿Acaso no había visto a todas aquellas bellezas que asistían a la
fiesta?
Luego estaba el hecho de que era el cuñado de mi
mejor amiga. ¿Había reglas sobre eso? Y, por último, ¿estaba de acuerdo con tener
con él una aventura de una noche? Porque eso era lo único que sería. Mientras
que los demás hermanos Raven habían sucumbido al amor de una buena mujer, la
reputación de Kade sugería que seguía siendo un picaflor.
Yo era una romántica empedernida, pero tampoco
tenía tiempo para mantener una relación, ni ocasión para hacerlo. Si quería
perder mi virginidad con un hombre que, sin duda, sabía cómo complacer a una
mujer, entonces esta era mi oportunidad.
Levanté la cabeza y vi sus ojos verdes que me
miraban fijamente.
—Haré que te corras tanto, Morgan…
Tragué saliva, pensando que bastaría solo con que
me mirara y me hablara así para conseguirlo. Asentí y murmuré:
—Sí.
Su sonrisa lucía un toque pícaro y me besó de
nuevo, antes de decir:
—Será el mejor polvo de tu vida.
Dejé escapar el aliento, sabiendo que después de
esta noche, no sería la misma; y lo esperaba con ansias.
Kade
Jueves
Llegué a la iglesia a tiempo. Casi. Aquel sitio
era espectacular e ideal para las próximas nupcias de mi hermano Ash con Beth, el
gran amor de su vida. De todos los Raven, Ash era el más romántico y poético.
¿Yo? Bueno, yo nunca me casaría pero, de hacerlo, probablemente volaría con mi
novia a Las Vegas. No soy demasiado romántico ni sentimental. Pero Ash y Beth han
esperado mucho y una boda elegante parece lo más apropiado para ellos.
Me acerqué al altar, donde mis otros hermanos ya
estaban reunidos. Chase —el mayor y el más pelota de todos con nuestro poderoso
padre— discutía la adquisición de la antigua empresa de Beth y su hermano Ben,
el exmejor amigo de Chase. McAdams Enterprises se estaba yendo a la mierda y
Ash, probablemente en un acto de amor, se las arregló para que Industrias Raven
la comprara y salvar a su prometida y a su hermano de la bancarrota.
El viejo McAdams había tomado algunas pésimas decisiones
en su día y, luego, el capullo de su hijo había sido incapaz de solucionarlas
tras la muerte de su progenitor. Por supuesto, el hecho de que Ben estuviera borracho
la mayor parte del tiempo no ayudaba, y esa era la única razón por la que yo había
estado en contra de contratarlo para seguir dirigiendo el negocio. La lealtad
era importante, pero también lo era cumplir con el trabajo, y Ben estaba demasiado
pendiente de la botella para hacerlo. Solo accedí cuando Ash dijo que él se haría
cargo de todo.
—Hasta ahora, no estoy impresionado con Ben —dijo
Hunter, mi segundo hermano mayor—. El dolor, la bebida y el enfado por lo de su
hermana no son una buena combinación en los negocios, Ash.
—Me haré responsable de él —nos aseguró Ash.
—Esperemos que pueda controlarse en la boda —comenté
yo. Una cosa era permanecer encerrado en su oficina todo el día bebiendo, pero montar
un escándalo en la boda de su hermana sería un desastre mayúsculo.
—Dios te oiga —exclamó Ash—. Me siento fatal por
haberle traicionado, aunque si la caga con Beth, yo mismo le echaré a patadas.
Ash era el más tranquilo de todos, pero eso no
significaba que, a veces, no mostrara la volatilidad propia de los Raven. No
hace mucho, Ash apareció en el ático de nuestro padre y empujó a este contra la
pared, exigiendo saber si era el padre de Hannah, la hija de cinco años de
Beth.
Nunca había visto a Ash tan enfadado. Cuando descubrí
que mi padre había mantenido a Ash y Beth separados y que, años después, mi
hermano se había enterado de que era padre, no pude culparlo por reaccionar así.
Yo también me enfurecería si alguien me hubiera alejado de un hijo mío.
Si estuviera en su lugar, no sé si sería capaz de perdonar
no solo a mi padre, sino también a Beth por su traición, por guardar un secreto
como ese. Sin embargo, Ash lo hizo. No es que no estuviera herido, pero supongo
que decidió que amaba a Beth y que quería formar la familia que una vez
planearon tener.
Por supuesto, yo nunca estaré en semejante tesitura
porque no tendré hijos. Esa elección significaría sacrificar mi herencia ya que
mi padre había establecido una nueva disposición por la que toda la herencia de
sus hijos iría a parar a sus nietos. Mi esperanza era que cambiara de opinión
antes de morir. Tenía tiempo, ya que tenía cincuenta años. Pero si no lo hacía,
yo contaba con mis propios intereses comerciales que me permitirían mantener mi
soltería de por vida.
—Ese es mi trabajo —respondió Hunter a Ash sobre
lo de echar a Ben de la boda si la situación se le iba de las manos.
Mi hermano se tomaba muy en serio su trabajo como
jefe de seguridad de Industrias Raven. Durante una época, parecía incluso ser
una obsesión para él. Menos mal que se tiró a su terapeuta porque ella fue el
catalizador que puso freno a sus demonios. No es que no lo entendiera o culpara
a Hunter por sus problemas, ya que estaba orgulloso por aquel entonces de que
estuviera en el ejército.
No obstante, la guerra le había afectado mucho, y
hubo un momento en que pensamos que íbamos a tener que echarlo del negocio. Por
fortuna, Grace apareció y menuda diferencia supuso el amor en su vida. El
matrimonio le sentó muy bien a Hunter. Y le ayudó a ser civilizado.
—Hola, caballeros —dijo Grace mientras se acercaba
a nosotros. Fue directamente a Hunter y le enderezó el cuello de la camisa. A
mí me pareció que estaba bien, así que sospeché que era solo una excusa para
tocarlo. Funcionó, porque él sonrió y la besó. Los enamorados eran jodidamente
raros.
Casi les había dicho que buscaran una habitación,
pero Grace nos acompañó a la entrada de la iglesia para empezar el ensayo de la
boda de Ash y Beth.
En el vestíbulo, la organizadora —un bombón de
piernas largas— con la que había considerado liarme cuando la conocí, nos decía
dónde colocarnos. La forma en que su mano rozó mi pecho sugería que aceptaría
mi oferta, si la hacía. Sin embargo, era la boda de Ash, y aunque me gustaba
irritar a mis hermanos, incluso yo entendía lo importante y sagrado que sería aquel
enlace. No quería arruinarlo. Así que, ella estaba fuera de juego... por ahora.
La organizadora puso a Chase con su esposa, Sara,
al frente de la fila. Sentí lástima por mi cuñada, ya que estaba tan embarazada
que parecía a punto de estallar. Yo ni siquiera comprendía cómo aquella pobre
mujer podía seguir en pie. Chase le frotó distraídamente la espalda mientras le
preguntaba cómo se encontraba.
Ver el amor y la dulzura reflejados en la mirada
de Ash no fue algo inesperado, pero la primera vez que los vi en la de Chase respecto
a Sara, creí que los cerdos volaban y que el infierno se había congelado. De
todos nosotros, él siempre fue el más parecido a nuestro padre: impulsivo,
despiadado y distante. Hoy en día, en cambio, era tan ñoño como el resto de mis
hermanos.
Los siguientes en la fila fueron Hunter y Grace.
Hunter, como de costumbre, aprovechó la ocasión para tocarle el culo a su
esposa.
—Kade —susurró la organizadora de bodas mientras
enlazaba su brazo con el mío y me movía detrás de mi hermano Hunter—. Normalmente,
el padrino espera junto al novio, pero Beth y Ash quieren que acompañes a la
dama de honor. —Entonces, agitó una mano y apareció una mujer.
Había dos cosas en el mundo que me encantaban por
encima de todo: la comida y las mujeres. A menudo juntas. Y la impresionante
belleza de aquella me golpeó de lleno. Tenía el pelo negro como la noche, y los
ojos casi igual de oscuros. Sus increíbles curvas me decían que también le
gustaba la comida. Sus tetas eran grandes y mi mente inmediatamente se imaginó
follando esos maravillosos pechos. Me moví para intentar recolocar mi polla. Lo
último que necesitaba ahora era tener una erección.
—Hola, soy Morgan, la amiga de Beth —me dijo con
una sonrisa alegre.
Sus labios lucían llenos y rojos incluso sin lápiz
labial, y mi calenturienta imaginación comenzó a viajar. Tragué, porque ella
había dicho algo y yo estaba seguro de que debía responder.
—Kade —me las arreglé para contestar.
Ella sonrió.
—Sí. Lo sé.
Fruncí el ceño.
—Todo el mundo conoce a los Raven —dijo a modo de
explicación.
—Y usted, señorita, se situará aquí mismo —le dijo
la organizadora a Hannah, mi sobrina de cinco años que, hasta hace unos meses,
no sabía que tenía.
—Beth, tú y Ben entraréis justo después.
La novia se colocó en su puesto, pero Ben no había
ni aparecido. Todos la miramos y Beth sonrió.
—Debe estar en medio de un atasco.
Estaba seguro de que se había perdido en el fondo
de una botella.
—¿Quieres que lo sustituya? —le pregunté. Odiaba
dejar de lado a la voluptuosa amiga de Beth, pero se trataba de su boda y
quería que todo saliera bien, por ella y por Ash. Más tarde, pensaría en darle una
buena patada en el culo a Ben.
—No —exclamó Beth, negando con la cabeza—. Aprendí
hace mucho tiempo que, a veces, necesito hacer las cosas por mi cuenta.
—Ya no —dijo Chase—. Ahora nos tienes a nosotros.
Su sonrisa era encantadora, y me alegré por Ash.
Volví a mirar a mi belleza de pelo negro. Me
sonreía como si yo fuera una especie de dios. Me hizo sentir un poco incómodo, aunque
una extraña y poderosa sensación se extendió por mi pecho.
Mientras caminábamos juntos por el pasillo, Morgan
inclinó su cabeza hacia mí y murmuró:
—Gracias.
—¿Por qué? —pregunté, inhalando su olor, que me recordó
a lavanda y vainilla.
—Por ofrecerte a sustituir a Ben.
—Es un imbécil —exclamé sin pensar. Y, luego, me
pregunté si no habría metido la pata. No conocía a Morgan, pero sabía que su
familia había trabajado para los McAdams desde siempre. Probablemente le era
leal.
—No solía serlo —dijo—. Pero sí, ahora lo es.
Aunque estoy tan contenta por Beth y Ash, que ni siquiera Ben puede arruinarlo.
—Suspiró de esa manera tan característica en que lo hacen las mujeres al pensar
en que algo es romántico.
Para alejar mi mente de pensamientos lascivos,
miré a Ash de pie en el altar para confirmar lo que Morgan estaba diciendo.
Parecía feliz. Sus ojos se centraron primero en su hija Hannah, y luego en
Beth. Su expresión exudaba un amor más allá de lo que jamás había sentido. Mis
hermanos contemplaban a sus esposas como si supieran cuál era el secreto de la
felicidad.
Resultaba un maldito misterio para mí cómo una
mujer podía convertirse en ese todo, en lo más importante para ellos. No lograba
imaginarlo. Yo era un soltero empedernido. La idea de pasar el resto de mi vida
con una mujer tenía tanto sentido como el estúpido plan de mi padre de
condicionar nuestra herencia a que nos casáramos y tuviéramos hijos.
Mis hermanos habían sido alcanzados por las
flechas de Cupido, y eso los hacía más soportables, excepto cuando se ponían
sentimentales, como ahora. Aún así, no pude evitar preguntarme cómo sería
sentirse enamorado y tener una mujer que me amara tan sinceramente como lo hacían
sus esposas.
Sabía que yo nunca había sentido ese tipo de amor,
y que ninguna mujer lo había sentido por mí. Claro que muchas juraban que sí,
pero era mi cuenta bancaria lo que ellas querían, no a mí.
Mientras continuábamos avanzando por aquel largo
pasillo, miré a la voluptuosa mujer que iba a mi lado. No era la primera que despertaba
mis hormonas, pero había algo en ella que me hizo olvidar por completo a la organizadora
de piernas largas. ¿Era así como empezaba el amor? ¿Mirando a una chica de forma
ligeramente diferente? ¿Era posible que Cupido estuviera esperando su momento y
que, de pronto, una mujer capturara mi corazón como le había sucedido a mis
hermanos? Me reí por dentro, sabiendo que mis hermanos dirían que yo no tenía
corazón.
Sin embargo, se equivocaban. Nunca me lo habían
roto por culpa de una relación, pero quedó devastado cuando mi madre murió.
Conocía la angustia. Conocí el rechazo, primero de mi padre, que se había
dedicado a los negocios mientras yo crecía, y que inculcó esa jerarquía de
prioridades a mis hermanos y eventualmente a mí. De niño, mi madre era la única
persona cálida de la casa. La única a la que le importaba algo más que hacer
negocios y amasar dinero.
Mi padre y mis hermanos decían que ella me mimaba,
y tal vez lo hacía pues era el pequeño. ¿No funcionaban así todas las familias?
Lo que no parecían entender era cuánto de ella formaba parte de mí. Mientras
estaban fuera practicando deporte o lo que sea que hicieran, mi madre me
enseñaba a cocinar, y luego me animaba a seguir mi pasión por la gastronomía.
Mi padre pensaba que ser chef era para maricas.
Afortunadamente, mi madre lo convenció de que me pusiera al frente de los
restaurantes del imperio Raven. No era lo mismo que ser chef, pero me permitía
dedicarme a la cocina y al arte de su creación. Por supuesto, al ganar dinero,
comencé a comprar mis propios restaurantes, por lo que no sentía ninguna
presión por casarme y tener hijos ahora que mi padre había decidido imponernos
sus absurdas condiciones.
—Kade, tú cogerás el anillo que llevará Hannah y,
luego, se lo entregarás a Ash. —La voz de la organizadora de bodas me sacó de
mi ensimismamiento.
Simulé tomar el anillo de Hannah y entregárselo a
Ash. Vi entonces cómo Beth miraba a mi hermano mientras él fingía ponerle la
alianza en el dedo. Ella lo contemplaba como si fuera el centro de su universo.
Me emocionó esa bella escena. ¿Alguna vez me mirarían así?
No era la clase de tío que inspiraba esos
sentimientos en las mujeres. No era cruel ni grosero con ellas, pero siempre
tuve claro que el sexo es solo eso, sexo. Nunca entrarían en juego las emociones
ni formalizaría una relación con ellas. Como resultado, las mujeres me veían
como yo a ellas: como mera diversión. No había amor o reverencia en sus ojos.
Entonces recordé a Morgan, y cómo me miró después de que me ofreciera a sustituir a Ben. No había sido el centro de su universo, pero había algo que sugería que me veía como en realidad yo era.
Morgan
Jueves
Santo cielo, Kade Raven era espectacularmente
guapo. La forma en que sus ojos verdes me miraban cuando nos conocimos me robó
el aliento. Cuando se ofreció a sustituir a Ben, me enterneció la dulzura de su
gesto. No esperaba eso de él, sobre todo porque Ash siempre afirmaba que Kade
era malcriado, inmaduro y un poco egocéntrico. Pero había visto la preocupación
y el deseo de rectificar la ausencia de Ben en sus ojos.
Cuando nuestros brazos se entrelazaron mientras
caminábamos por el pasillo, pensé que me iba a desmayar. Él olía como solo un
hombre tan sexy debería hacerlo. Limpio. Fuerte. Poderoso. Era intoxicante. El
calor de su cuerpo hizo que mi sangre se calentara y se espesara en mis venas.
Que fuera virgen no significaba que no entendiera qué
me ocurría o que no me excitara nunca, pero solo por hallarme a su lado, podría
tener un orgasmo espontáneo. Decidí saborear ese instante, ya que era
probablemente lo más cercano que estaría de caminar por un pasillo como aquel, y
mucho menos con el soltero más sexy y deseado de Nueva York.
Mientras la organizadora de bodas nos hablaba de
la ceremonia, yo seguía distraída con Kade. Tenía la tonalidad verde de ojos
más asombrosa que había visto en mi vida. Era el único de su familia que los tenía
de ese color, ya que los de Chase eran grises, y los de sus otros hermanos más
avellanos. Su pelo era casi tan oscuro como el mío, y aunque lo llevaba corto,
tenía algunas ondas en las puntas.
Tendría que tener cuidado de no emborracharme
cerca de él, o podría empezar a atusarle el cabello. O perderme en esos labios
sublimes que sabía que habían besado a muchas mujeres. O poner esas grandes
manos en mis pechos. De pronto, mis pezones se tensaron al imaginarlo. Dios,
esperaba que no se me notaran bajo el vestido.
—Morgan.
Me fijé en Beth, que me daba unas flores falsas
para que las guardara durante el ensayo de la ceremonia.
—Oh, sí. Lo siento. —Cielos. Me preguntaba si todos
se habían dado cuenta de que estaba embobada con Kade. ¿Y él? Le miré y vi esos
penetrantes iris verdes sobre mí. Mis entrañas se calentaron. Luego, dirigió su
atención a Ash y Beth, y dejé escapar el aire que ni siquiera me había dado
cuenta que contenía. La mala noticia era que estaba completamente abrumada por
mi respuesta ante Kade. La buena noticia era que tendría una fantasía
espectacular para mis noches más solitarias.
Cuando terminó el ensayo de la ceremonia, volví a
pasar mi brazo por el de Kade. Esto fue lo más cerca que estuve de que me
tocara, así que lo saboreé. Recordaría su olor y su calor. Ojalá yo también le resultara
interesante, así descubriría de una vez por todas lo que era sentir que un
hombre me tocara.
Pero estaba siendo ridícula. Kade Raven era un
multimillonario que podía tener a cualquier chica del mundo que quisiera y, si
reputación era merecida, probablemente ya lo había hecho.
Era lógico que Beth conquistara a un hombre tan guapo
como Ash. Ambos crecieron en un ambiente acomodado y, además, ella era preciosa.
Encajaban como dos piezas de rompecabezas perfectas, y juntos habían tenido una
niña maravillosa, Hannah.
Yo, en cambio, era la amiga divertida, aquella de la
que la gente afirmaba que tenía mucha personalidad porque no podían decir que fuera
bonita. No es que me consideraran fea, pero las chicas de cierto tamaño nunca son
guapas. No era regia o agraciada como Beth, sino torpe y desaliñada. Ni el
maquillaje ni los tacones podrían encubrir ese hecho.
Cuando Kade me soltó el brazo al volver al vestíbulo,
resistí el impulso de agarrarme a él de nuevo y rogarle que se acostara conmigo.
En vez de eso, cogí a Hannah de la mano para mantenerla cerca de mí mientras
Beth hablaba con Ash y la organizadora de bodas.
—Mamá y papá son como una princesa y su príncipe —exclamó
la niña.
—Desde luego que sí. Y tú también —le dije,
dándole un apretón.
Ya que lo de mi virginidad ni tenía perspectivas
de cambiar, Hannah era lo más cercano a una hija que tendría. Por mucho que quisiera
conocer a un hombre maravilloso con el que formar una familia, no parecía que estas
fueran mis cartas. Mi madre me decía que era demasiado joven para preocuparme
por eso. Teóricamente, tenía razón. Solo tenía 22 años. Pero las exigencias de
la vida eran tales que parecía poco probable que tuviera el tiempo o la
oportunidad de formalizar una relación con un hombre.
Beth se separó de Ash y de la organizadora de bodas
para reunirse con Hannah y conmigo.
—Oh, Dios, creo que nunca he sido tan feliz.
—Se nota, Beth. Los dos estáis radiantes de
felicidad. Junto con nuestra pequeña Hannah-Banana.
—Muchas gracias por cuidarla —dijo al recoger a la
niña.
—Es un placer. Sabes que la quiero mucho.
—Oye, vamos a ir al restaurante para el ensayo de
la cena. ¿Quieres venir con nosotros?
—Si hay sitio… —No quise que fuera un desaire
personal hacia mi peso. Estaba más relacionado con el número de personas que
podían caber en el coche.
Beth frunció el ceño, pensando claramente que me
estaba menospreciando.
—Vamos en una limusina.
—¡Me encantan las limusinas! —exclamó Hannah—. Ven
con nosotros, Morgan.
—Vale, está bien. —Seguí a Beth y Ash, maravillada
por la encantadora estampa que formaban con Hannah. Me pregunté cuánto tiempo
pasaría antes de que decidieran ampliar su ya perfecta familia.
En el coche, Ash y Beth se sentaron juntos mirando
al frente, agarrándose de la mano. Hannah y yo nos sentamos mirando hacia
atrás.
—Mira, Morgan —dijo la niña mientras abría una
pequeña puerta—. Es una nevera. ¿Quieres algo de beber? Puedo servirte yo.
Me reí.
—No, gracias, cariño.
—¿Y has visto esto? Hace que la ventana del techo
se abra —me explicó la cría, apretando un botón que hizo que el techo solar se
retrajera.
Miré a Ash, que contemplaba a su hija con tanto
amor que parecía que le iba a estallar el corazón. Estaba tan contenta de que
Beth y Hannah lo hubieran encontrado de nuevo. Beth merecía ser amada y feliz;
y Hannah, un padre que la adorara. Ambas habían hallado eso en Ash.
El vehículo se detuvo ante un restaurante que
todos en Nueva York conocían, pero donde solo la élite de la élite podía
permitirse comer. Ni en un millón de años habría pensado que iríamos allí. Por
supuesto, era uno de los restaurantes de Kade Raven.
Ash mantuvo la puerta abierta para que todas
entráramos. Me quedé sin aliento ante la sofisticada elegancia de aquel establecimiento.
La decoración era una mezcla de art déco
y tendencias modernas, lo que lo hacía parecer clásico y lujoso al mismo tiempo.
Se rumoreaba que allí servían comidas de ocho a diez platos con un precio
inicial de trescientos dólares. Era un local apropiado en el imperio de la
familia Raven.
Sabía que Kade era el hermano que dirigía los
restaurantes, y me moría por preguntarle sobre ello. Me gustaba comer, como atestiguaba
mi figura, y quería abrir un pequeño restaurante propio. Pero como no pude formar
un solo pensamiento coherente durante el ensayo en la iglesia, era improbable
que ahora fuera capaz de tratar el tema de la apertura de un negocio gastronómico.
—Estás en tu casa —me dijo Ash—. El restaurante
está cerrado, excepto para nosotros.
Pasé toda la vida rodeada de ricos, ya que mi
madre había sido el ama de llaves de la familia de Beth antes de que la empresa
de los McAdams se fuera al garete. Pero incluso así, nunca dejé de maravillarme
ante semejante opulencia. ¿La gente acomodada sabía lo que era trabajar duro?
Beth y Ben sí, hasta cierto punto, pero no como mi madre o como yo.
Cuando Beth y Ben se vieron obligados a vender sus
bienes, al comenzar a desmoronarse el negocio de su padre, vivieron en una
multimillonaria casa cerca de Central Park, no en un pequeño apartamento de
Inwood como el que mi madre y yo compartíamos. No les envidiaba por eso, claro,
pero me hizo cuestionarme si realmente veían lo diferente que era su mundo del
mío. Ellos no sabían lo que era preguntarse si habría suficiente dinero para
pagar el alquiler o la luz porque la factura médica iba atrasada.
—Morgan —me llamó Hannah, acercándose corriendo
hacia mí—. Siéntate conmigo.
Sonreí. Tuve que admitir que, a pesar de nuestras
titánicas diferencias socioeconómicas, Beth y Hannah —y, ahora, también Ash— me
trataban muy bien. Nunca me sentí relegada porque era como una más para ellos.
Se preocupaban por mí, y si mi madre y yo no fuéramos
tan orgullosas, seguro que nos ayudarían más económicamente. Mi madre adoraba a
Ben, Beth y Hannah, pero siempre me recordaba que tuviera en cuenta cuál era mi
sitio.
«Son muy buenos con nosotras, Morgan, pero no pertenecemos
a su mundo. No lo olvides», solía decirme.
—¿Dónde quieres sentarte? —le pregunté a Hannah.
—Con mami y papi.
Sonreí, me encantaba cómo adoraba a ambos. Yo
quería quedarme con la pequeña mientras Beth y Ash se iban de luna de miel,
pero Beth pensaba que eso era pedirme demasiado y, por lo visto, Chase y Sara deseaban
practicar cómo cuidar a un niño antes de que llegara su bebé. Suponía que pronto
vería cada vez menos a Hannah ya que Beth no necesitaría mi ayuda.
Alejando la tristeza y sí, un poco de envidia,
dejé que Hannah me guiara hasta la mesa. Toda la familia estaba feliz y
emocionada, como debía ser.
La aparición de Cameron Raven, el patriarca, aumentó
un poco la tensión por parte de sus hijos, aunque enseguida se suavizó cuando
el hombre fue a tomarse una copa y empezó a hablar con Sara, con quien —por lo
que me dijeron— tenía una afinidad especial.
También llegó una mujer llamada Alex, la asistente
de Cameron y buena amiga de la familia. Empezó a parecerme en ese momento que
los Ravens eran como los McAdams en cuanto a sus relaciones con sus empleados.
El único que no se presentó fue Ben. Miré a Beth,
quien sonreía a Ash y no dejaba que la ausencia de su hermano arruinara su boda.
Me sentí fatal por ella y me dieron ganas de estrangular a Ben. ¿Por qué no
podía dejar de beber ni siquiera un día para complacer a su hermana?
Sospechaba que su enfado con Ash se debía a haberse
enamorado de Beth, y, luego, la humillación de que su familia tuviera que
rescatarlos del desastre financiero, había empeorado las cosas. Pero aún así, me
parecía un idiota egoísta por dejar que eso se interpusiera en la felicidad de
su hermana.
Busqué a Kade con la mirada, estaba ocupado yendo
de un lado a otro, como asegurándose de que todo estuviera bien. Me pregunté si
él también se sentía mal, ahora que todos sus hermanos habían formado una
familia. O tal vez se tomaba en serio su trabajo, y quería asegurarse de que
todo fuera perfecto por Beth.
—Es muy guapo, ¿verdad? —dijo Alex, tomando
asiento a mi lado.
—¿Quién? —pregunté, esperando no estar babeando
por Kade.
—Kade Raven —me respondió ella con una sonrisa de
complicidad.
Me encogí de hombros.
—Está bien.
Se rio.
—Cariño, no te avergüences. Muchas mujeres se han
enamorado del encanto de Kade.
—¿Tú lo has hecho? —le pregunté yo.
Alex se rio aún más.
—No. Pero eso es porque hay una política de “no
tocar” en Industrias Raven. Aunque no voy a negar que cuando empecé a trabajar
allí, me fijé en él. Mucho. Sin embargo, Kade arruina su imagen sexi cuando
abre la boca.
—¿En serio? —Lo miré otra vez—. Fue muy amable con
Beth esta noche cuando su hermano no apareció.
La cara de Alex se oscureció.
—Deberían echar a ese borracho inútil —exclamó—. Tienes
razón, Kade está un poco mejor que Ben. Aún así, es un mocoso malcriado al que
le gusta presionar a la gente y verlos explotar. Como si tuviera ocho años.
—Es el más joven, ¿verdad? —le pregunté.
—Sí.
—Supongo que son así los benjamines de las familias.
Se rio.
Me entraron ganas de defenderlo, pero como ella lo
conocía más que yo, no lo hice. Preferí aferrarme a la imagen de que era el
hombre que se ofreció a sustituir a Ben.
Sus ojos se entrecerraron mientras me estudiaba.
—Te lo presentaré, si quieres.
Negué con la cabeza.
—Nos conocimos en el ensayo. Además, no soy su
tipo.
Alex soltó una risa gutural.
—Cariño, tienes tetas, eres su tipo. —Su expresión
se volvió más seria—. No esperes de él más que unos polvos. —Miró a Kade, que hablaba
con el camarero—. Ojalá algún día Cupido le lance una de sus flechas en el culo,
y yo esté allí para verlo. Me encantaría contemplar cómo Kade se ve superado
por el amor.
Kade
Jueves
Todo iba bien. Las bebidas estaban servidas. Los
aperitivos, preparados. Y en breve, la cena saldría de la cocina para ser degustada
por los invitados de Ash y Beth. Mi trabajo no había terminado, pero la parte
importante sí. Ahora podía relajarme y disfrutar de la fiesta.
Sin embargo, preferiría continuar con mi papel de
restaurador antes que con el de hermano y padrino del novio, aunque no es que
no quisiera a Ash o a mis otros hermanos. La verdad era que todos nos
llevábamos mejor, y sospechaba que las estúpidas reglas nuevas impuestas por mi
padre tenían algo que ver.
Dicho esto, me sentía más como un extraño que, incluso,
al crecer. Ser el más joven de la familia significaba que, a menudo, los demás me
ignoraban y se libraban de mí. Y, ahora, de adulto, mi padre y mis hermanos
tampoco me tomaban en serio.
Decían que era frívolo y demasiado sarcástico.
Probablemente fuera así, pero no iba a dejar que se salieran con la suya,
ignorándome y despreciándome. Conseguiría llamar su atención de una forma u
otra. No podía ni imaginar lo que mi cuñada Grace, la terapeuta, diría sobre
eso.
Ahora, me sentía aún más apartado de mis hermanos.
Estaban casados. Ash tenía una hija y Chase estaba a punto de ser padre. No
dudaba de que no pasaría mucho antes de que Hunter y Grace tuvieran también un
hijo. Iba a tener que conformarme con ser el tío divertido de todos ellos. Es
decir, cuando estuviera cerca de ellos.
La vida de mis hermanos era tan diferente a la mía
que no nos veíamos mucho. Trabajaba más horas, a pesar de la iniciativa de Chase
de mantener un equilibrio entre la oficina y la vida privada. Mierda, me había
acostumbrado a pasar el rato con mi padre ya que mis hermanos estaban ocupados
con sus propias familias.
No es que no pudiera tener compañía cuando
quisiera. Podía conseguir una cita en cualquier momento y en cualquier lugar.
Tenía algunas amigas a las que llamaba cuando me apetecía, o simplemente iba a
un pub y enseguida había mujeres con las que podía divertirme un poco.
Algunas incluso insinuaban el que tuviéramos una
relación, pero yo no era estúpido. Sabía que cuando me miraban, veían el
símbolo del dólar, no a Kade Raven. Ese pensamiento me hizo pensar en la amiga
de Beth, Morgan. Ella hablaba en esos momentos con Alex, y las dos me miraban
de vez en cuando. Joder. Solo Dios sabía lo que Alex le estaba diciendo de mí.
Si Morgan tenía algo de sentido común, escucharía molesta la precisa evaluación
que haría Alex sobre mí y saldría corriendo.
—Kade, tío, muchas gracias —exclamó Ash dándome
una palmada en el hombro—. La comida es increíble, como siempre.
—Me alegro de que os guste. Son recetas nuevas.
—¿Usándonos como conejillos de indias? —me
preguntó, aunque no parecía molesto.
—Sí. Lo admito. Pero sabía que os gustarían.
La mirada de Ash se detuvo en Alex y Morgan al
contemplar la sala.
—Dios mío. Me pregunto de qué le está llenando Alex
la cabeza a la pobre Morgan.
—De nada bueno, me imagino —dije—. Pero sospecho
que estás a salvo. Haces feliz a su amiga Beth. —Vi cómo Morgan se excusaba y
pasaba por delante nuestra, de camino al baño. Su trasero se balanceaba bajo su
vestido ajustado, haciendo que mi polla se moviera.
Ash sonrió como un bobo a Beth, y yo agradecí que
no notara que miraba lascivamente a la amiga de su prometida.
—Y ella me hace muy feliz a mí.
Me reí.
—Eres un tonto.
—Eso es lo que soy, hermanito, eso es lo que soy. —Sus
ojos se estrecharon ligeramente—. ¿Por qué te escondes aquí de la fiesta?
—No me estoy escondiendo. Solo me aseguro de que
todo va bien.
—Te conozco, tío, te estás escondiendo. ¿Qué pasa?
Me encogí de hombros.
—Todos estáis casados y yo sigo soltero.
—Lo dices como si quisieras dejar de estarlo —comentó
Ash, estudiándome con atención.
Actué con indiferencia.
—No soy hombre de una sola mujer.
—Claro que sí. Algún día conocerás a tu chica
ideal.
—Dios, hablas como mamá.
Sonrió.
—Era una persona inteligente. Y la única que te
conocía y entendía de verdad.
Giré la cabeza, como si estuviera revisando el
restaurante, en lugar de escondiéndome de las emociones que mi hermano
intentaba infundir a nuestra conversación.
—La cuestión es que conocerás a alguien que cambiará
tu concepción del amor.
Negué con la cabeza.
—Vosotros tuvisteis suerte. Las tías que conozco parecen
cajas registradoras gigantes cuando me miran. —Aún así, me preguntaba cómo
sería Morgan. La había sorprendido mirándome unas cuantas veces, pero no era
codicia lo que reflejaban sus bonitos ojos oscuros. A veces, creía ver lujuria
en ellos.
—Te entiendo, en serio. Parte del problema es
dónde buscas a esas chicas. Sin embargo, también debes arriesgarte. El amor
requiere ser vulnerable y confiado. Da mucho miedo. Pero si no lo haces, te
perderás a alguien tan perfecto como Beth.
—Eres un romántico sin remedio. —Puse los ojos en
blanco.
—Esperanzado —respondió Ash.
—Aún así, creo que me quedaré con mis aventuras de
una noche, y evitaré las relaciones. Con la suerte que tengo, terminaría con
una cazafortunas.
—Para eso están los condones —me dijo un Ash sonriente.
En eso estábamos de acuerdo. Siempre tomaba
precauciones. Era una de mis reglas a la hora de acostarme con una mujer. Si
dejaba a una embarazada, no sabía lo que haría.
Bueno, la verdad es que sí. Haría lo correcto y
cuidaría de ella y del niño. Pero no podía imaginarme casándome con ella, sobre
todo si sabía que se había quedado embarazada para conseguir el dinero de los Raven.
—Ven y únete a nosotros —me pidió Ash con otra
palmada en la espalda—. No te escondas. Los hombres casados y sus esposas no
muerden, y no te contagiarás de lo que tenemos Chase, Hunter y yo.
Me eché a reír.
—¿Estás seguro que lo del amor no es contagioso?
—Seguro.
No queriendo arruinar la velada a Ash, dejé que me
engatusara y fui hasta la mesa.
—¿Cómo haces para que esta comida sea tan
jodidamente buena? —me preguntó Hunter.
—Hunter, hay una niña delante —le reprendió Grace—.
Algún día tendremos hijos. Debes aprender a no decir tacos.
Frunció el ceño.
—Lo siento. ¿Cómo haces para que esta comida esté
tan sabrosa?
—Te lo diría, pero no estoy seguro de que un
cabeza de chorlito como tú lo entendiera —dije, burlándome de mi hermano.
—Luché por este país para que tú tuvieras derecho
a hacer este tipo de cosas. Lo menos que podrías hacer es contármelo, capullo.
Se produjo un «Oh» en la mesa por el comentario de
Hunter. ¿Y qué podía hacer yo? No había manera de negarle eso a un hombre que había
servido a su país.
—Trufas —respondí.
—¿Chocolate? —Su expresión era una mezcla de
sorpresa e incredulidad.
Intenté mantener una expresión seria.
—Hongos.
Los ojos de mi hermano se entrecerraron.
—¿Me has dado de comer… hongos?
—Las trufas son hongos —dijo Morgan, apareciendo como
de la nada.
—¿Por qué no llamarlos simplemente hongos,
entonces? —preguntó Hunter.
No respondí, ya que Ash ordenó a Morgan que se
sentara a mi lado. Mi piel pareció iluminarse mientras inhalaba su dulce aroma
a lavanda y vainilla.
—¿Te gustan las trufas? —le pregunté.
—Las de chocolate, sí. Estas, no estoy segura. Son
un poco caras para que pueda permitírmelas.
Una parte de mí se sintió mal por acentuar nuestras
diferencias de clase. Otra parte, en cambio, quería llevarla a la cocina y
enseñarle todo lo que había que saber sobre gastronomía. Al mismo tiempo, una alarma
interior me advirtió de que tuviera cuidado porque diablos, sí, la comida y la
seducción eran una mezcla perfecta.
Como no podía satisfacer mi libido y llevarla a la
cocina, me acerqué al pequeño plato en el que había un queso brie y trufas negras. Cogí un trozo de pan,
esparciendo el brie sobre él y
añadiendo unas trufas.
—Prueba esto.
Mordió el pan y lo envolvió con esos fantásticos
labios. Sus ojos se cerraron y emitió un gemido que hizo que mi polla se
moviera de nuevo.
—Es delicioso. —Sus ojos se tornaron un poco
llorosos. ¿Iba a llorar?
—¿Estás bien? —Fue increíble conocer a alguien que
tuviera una respuesta tan emocional ante la comida.
Se dio la vuelta y se limpió los labios con la
servilleta.
—Sí. Yo solo... bueno, nunca había probado algo
tan maravilloso.
Sospecho que quiso decir caro, no maravilloso.
—¿No servían platos así en casa de los McAdams?
Negó con la cabeza.
—Comíamos allí a veces, pero no cosas así. Y no
salgo mucho. Tu restaurante es maravilloso.
De nuevo, esa palabra.
—¿Te gusta la comida?
Ella sonrió.
—¿No es obvio?
De pronto, me desconcertó; no estaba seguro de lo
que quería decir.
—Desde luego que me gusta comer —dijo, haciendo un
movimiento con la mano para señalar su cuerpo.
Tomé aquello como una invitación para recorrer con
la mirada cada centímetro de su cuerpo. No iba a dejar escapar semejante oportunidad.
Después la miré a la cara y le dije:
—No lo entiendo.
Su rostro mostraba una mezcla de dolor y rabia.
—No estoy ciega. Sé el aspecto que tengo.
¿Intentas burlarte de mí?
Me sentí como si me hubieran abofeteado, pero no
estaba seguro de por qué.
—No. Es que no entiendo lo que me estás diciendo.
No tengo hermanas, así que... —Vale, eso fue algo más sarcástico de lo
necesario, pero no me gustó que me hicieran sentir como un gilipollas cuando no
había intentado actuar como tal.
—Tengo sobrepeso. O sea, que me gusta comer.
—Lo dices como si fuera malo. —Todavía estaba
perdido.
Ella puso los ojos en blanco.
—Ja, y eso lo dices tú que sales con supermodelos
que hacen dieta de conejo.
Eso, a menudo, era cierto.
—Odio cuando hacen eso.
Sus ojos se entrecerraron.
—Adoro cocinar. Es enloquecedor preparar algo así y
que una mujer no se lo coma. Me gusta que tú lo hayas hecho. Me encanta que te
guste comer. —Miré hacia la mesa para asegurarme de que no nos estaban
vigilando. Me incliné un poco más cerca de Morgan—. Me gusta que tengas curvas.
Sus ojos se abrieron de par en par, sorprendidos.
Me sentí triunfante.
—Ahora. Espero que me complazcas probando algunos
de estos entrantes que he creado con tanto esfuerzo. —Alcancé algunos otros y le
serví varios, explicándole qué eran y por qué los había creado.
Al principio, parecía reticente, pero luego se
relajó y los probó. Cada vez que lo hacía, Morgan cerraba los ojos y gemía de
placer. Y yo quería saber si aquella expresión y esos sonidos serían los mismos
que tendría durante el sexo.
Cuando llegó nuestra cena, le expliqué las recetas; la forma especial en que fueron preparadas o los platos únicos que la formaban. Estaba atenta y ansiosa por aprender. Hizo preguntas, y ni una sola vez me dijo que tenía que vigilar su figura. Era un sueño hecho realidad para un hombre al que le gustaba la gastronomía y las mujeres. Si me lo tomaba con calma, cuando terminaran los festejos de la boda, quizás Morgan me dejaría mostrarle todo lo que había que saber sobre comida. Si tenía más suerte aún, también podría mostrarle otros placeres.
Morgan
Jueves
Me sentí como si estuviera en un barco en medio de
una tormenta. Mis emociones y hormonas luchaban contra los elementos, es decir,
contra Kade Raven. No podía creer la atención que me estaba prestando. Aunque
sabía que la comida podía ser sensual, nunca antes la había experimentado así.
Los platos de Kade eran justo eso... Orgásmicos.
La forma en que sus ojos verdes me miraban mientras los probaba me hacía sentir
como si fuera el centro del mundo.
Pero todo esto contradecía lo que le había oído
decir a Ash cuando había ido al baño. No estaba interesado en encontrar el amor
como sus hermanos. No es que yo fuera la única a la que le gustaría que
estuviera interesado. Hice un examen mental de mi estúpido pensamiento.
Aún así, era difícil no dejarse engañar por un
hombre tan sexi cuya pasión por la comida igualaba la mía. Y no solo eso, sino
que debido a su riqueza, había experimentado con ingredientes con los que yo no
podía ni soñar. Oh, lo que haría para que me enseñara.
Durante mi infancia, las comidas especiales y de calidad
eran algo habitual en casa de los McAdams, pero mi madre tenía razón en que
había una línea entre esa familia y nosotras, a pesar de la amistad que me unía
con Beth.
Nunca había acudido a una de sus cenas o veladas
elegantes. Puede que hubiera robado una bruschetta
o un champiñón relleno una o dos veces, pero nunca había probado platos como
los que Kade me ofrecía ahora.
Kade tenía reputación de inmaduro y de falto de
seriedad, pero no había duda de lo serio que era en cuanto a lo que a la
gastronomía se refería. Quería pensar que su atención hacia mí era porque
también me encontraba interesante, aunque lo cierto era que probablemente se
debiera a que estaba dispuesta a escucharle mientras me hablaba de su pasión
por la alta cocina. Éramos almas gemelas en ese sentido. Pero eso era todo.
El destello de calor en sus ojos verdes cuando le
daba un mordisco a cualquier manjar que me ofrecía era solo debido a su interés
por conocer mi reacción. El problema era que yo me mojaba de deseo, y no me
refería a que se me hiciera la boca agua, sino a que me mojara en otra parte de
mi cuerpo. Sentí que mi piel estaba en llamas, y no quería hacer ninguna locura
como tirarme encima de él.
—¿Morgan? —Miré hacia la organizadora de bodas—.
Ya puedes pronunciar tu discurso de dama de honor.
Asentí con la cabeza, contenta por el respiro de
los tentadores ojos de Kade.
—Disculpa —le dije.
—Por supuesto.
Me levanté de la silla, usando mis manos para
alisar mi vestido, esperando que no se me marcara demasiado la barriga. Levanté
mi copa de champán.
Kade golpeó suavemente su copa con una cuchara para
llamar la atención de todos.
—Se supone que debo hacer un brindis en honor a mi
amiga Beth. Conocí a Beth cuando tenía cinco años y tuve que acompañar a mi
madre al trabajo cuando, por causa de una fuerte nevada, suspendieron las
clases en el colegio. Me dijeron que debía quedarme en la parte de atrás y no
molestar a la familia. Sin embargo, nadie le dijo a Beth que no debía venir hasta
allí y molestarme a mí.
Todos rieron con complicidad.
—Me vio y, aburrida, me ordenó que jugara con
ella.
Las mejillas de Beth se sonrojaron.
—Era muy mandona por aquel entonces.
—¿Solo por aquel entonces? —se burló Ash.
—Hemos sido amigas desde aquel día. Para mí, de
hecho, ha sido como una hermana.
Una lágrima cayó por la mejilla de Beth y dijo:
—Para mí tú también lo has sido, Morgan.
—Estoy tan contenta de que ella y Ash se hayan
encontrado de nuevo. Qué hermosa familia hacéis con mi encantadora Hannah-Banana.
—¡Esa soy yo! —exclamó Hannah, saltando en su
silla.
—Me gustaría llevarme algo de mérito por vuestra
felicidad. Estaba deseando a que te la ganaras, Ash.
—Gracias —dijo con un guiño—. No fue fácil.
Me reí.
—Pero nunca tuve ninguna duda de que Beth te
amaba. Siempre te amó. Y sé que siempre te amará. Brindemos por Beth y Ash, y
por que finalmente tengan un final feliz.
—Chinchín —dijeron los demás invitados mientras
sostenían sus copas y luego bebían.
Después del discurso, necesitaba aire. No estaba
segura de que mis nervios pudieran soportar más a Kade Raven, aunque quería
desesperadamente pasar más tiempo con él. Me excusé y me dirigí hacia la barra.
Una vez allí, decidí que necesitaba más un poco de
aire fresco que una copa. Al recordar la puerta lateral que había visto cuando había
ido al baño, decidí usarla en lugar de arriesgarme a caminar por el restaurante
hacia la puerta principal. No quería que nadie pensara que me iba.
Al salir, inhalé el aire cálido de la noche.
Estábamos en la ciudad de Nueva York, así que normalmente no era demasiado
agradable, aunque como me hallaba cerca de la cocina de Kade no estaba tan mal.
Mis nervios se calmaron hasta que la puerta se
abrió y apareció un hombre, con chaquetilla de chef, seguido de Kade.
Este se fijó en mí, inclinando la cabeza como si
se sorprendiera de encontrarme allí. Pero mantuvo su conversación con el chef.
—Tuvimos algunos problemas con el pescado esta
noche, pero creo que fue porque teníamos dos personas nuevas en el equipo —le
explicó el chef.
—¿Dos? ¿Esta noche? —El tono de Kade sugería que aquello
no le gustaba nada.
—Jer pensó que, como serían pocos los comensales,
era una buena oportunidad para ponerlos al día.
—Los que han venido hoy son los miembros de mi
familia.
El chef hizo un gesto de dolor.
—Lo sé y ya se lo dije. ¿Ha habido alguna queja?
Kade puso las manos en sus caderas.
—No que yo sepa. Sin embargo, la próxima vez,
preferiría no usar a mi familia como conejillos de indias para los nuevos
ayudantes de cocina.
—Por supuesto.
Kade apoyó la mano en el hombro del chef.
—Gracias por todo, Cap. Sé que no te gusta incorporar
cambios en el menú, pero si no cambiamos...
—Nos quedaremos atrás —terminó el chef por él, quien
por lo visto se llamaba, o se apodaba, Cap.
Kade sonrió, y fue impresionante.
—Me alegro de que estemos de acuerdo. Buenas noches.
Cap asintió y se dirigió de vuelta a la cocina.
Esperaba que Kade lo siguiera, pero en vez de eso se volvió hacia mí, sonriendo
de nuevo. Esta vez, sin embargo, había algo travieso en su expresión y aquello
hizo que mi columna vertebral se estremeciera con una dulce anticipación.
Caminó lentamente, pero con un propósito hacia mí
hasta apoyar su palma contra la pared que se hallaba justo a mi lado.
—¿Te estás escondiendo de mí?
—No. —Tal vez.
Alzó una ceja como si no me creyera.
—¿Estás segura?
—Bastante segura.
Se rio y fue la primera vez que creo que lo
escuché reír de verdad. Como si el auténtico Kade estuviera de pie delante de
mí. Bloqueándome contra la pared. En cualquier otro momento, podría encontrar aquello
preocupante. No obstante, en este instante, me gustaba estar cautiva ante Kade.
—¿Lista para el postre? —Lucía un brillo en sus ojos,
aunque no estaba segura de si era por cualquier gloriosa creación culinaria que
hubiera preparado para el postre, o por una insinuación.
«No, no se te está insinuando, tonta. No eres su
tipo», me dije.
—¿Qué es?
Su mirada se dirigió a mi boca y se lamió los
labios. Vaya. Luego, alzó la vista para encontrarse con mis ojos.
—Bueno, tienes varias opciones para escoger. Hay
tarta de tiramisú, pudín con salsa de whisky, tarta de manzana francesa o —Se
inclinó más cerca—… también puedes elegirme a mí.
«Oh, Dios; oh, Dios mío. A ti, a ti, a ti».
Inclinó la cabeza hacia un lado y me preguntó:
—¿Sabes qué quiero de postre?
Negué con la cabeza porque no podía ni hablar.
—Algo dulce y tentador.
Asentí. Eso sonaba delicioso.
—Tus labios se han burlado de mí como una dulce tentación
desde el mismo instante en que te conocí.
No podía creerlo, pero aún así no iba a discutir.
Sonrió como si supiera que me había sorprendido
con la guardia baja.
—¿Puedo saborearte, Morgan?
Por supuesto. Asentí con la cabeza, observando
cómo se tomaba su tiempo para acortar la distancia entre ambos. Sus labios rozaron
los míos, y como un incendio forestal, un destello de calor atravesó todo mi
cuerpo.
Hubiera esperado que alguien como Kade fuera
agresivo a la hora de besar, sin embargo, fue lento, suave y minucioso mientras
devoraba mis labios.
Finalmente, levantó la cabeza.
—Delicioso. —Me guiñó un ojo y, luego, volvió al
restaurante.
Mientras, mis piernas se convirtieron en gelatina
pura y me apoyé en la pared.
—¡Vaya!
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