Estudiar en Eton era un auténtico calvario. Que su
familia ostentase una baronía era otro punto en su contra, eso sin contar que
era de una altura muy baja y su cuerpo se negaba a engordar o a mostrar un mínimo de músculo. Así pues, era
carne de cañón para los matones, que se cebaban con él. El honorable Gordon Brown tenía asumido que había llegado a este mundo para sufrir y poco podía
hacer para remediarlo. Su vida siendo débil a los ojos de los demás era un
hecho constatado. Y en estos momentos en los que un inmenso niño se acercaba
hacia él para atormentarlo de nuevo, pasaban por su mente todos los recuerdos
de su insípida vida.
El que llegaba con aires de superioridad no era otro
que un recién ingresado en el internado, que a buen seguro iba a contribuir a
hacer su niñez un poco más miserable. Nicholas Williams era nada menos que un
conde e hijo de un duque. Tendría como dos años más que él. La cifra no era significativa, lo
que sí era muy de temer es que Nicholas lo doblaba en apariencia y en altura.
Desde que lo vio, Gordon no había podido más que
envidiarlo. Ese conde se paseaba como si todo a su paso le perteneciera.
Mostraba una seguridad tan admirable que lo tenía lleno de codicia. Desde
luego, su apariencia también lo enervaba, porque uno y otro eran como la anoche
y el día. Gordon comenzaba a sentir que había descubierto a su némesis. Uno
alto, otro bajo, uno horroroso, otro atractivo, uno miedoso, otro fuerte… y así hasta más
de una decena de calificativos.
Cuando Gordon tuvo enfrente a Nicholas se preparó
para el impacto colocando sus antebrazos por delante de la cara.
―¿Qué sucede? ―le preguntó Nicholas al ver la posición
tan extraña de él.
―Prefieres que no me cubra, ¿verdad? ―Gordon bajó los brazos al tiempo que ponía una mueca.
―¿Cómo dices?
―No es nada nuevo, Richard me obliga a permanecer
quieto mientras me atiza. Supongo que siente cierto placer en golpear a un
blanco inmóvil… Aunque bien mirado, lo considero una acción que
catalogaría como una flagrante muestra de cobardía. Su supone que, de acuerdo
con las normas morales existentes, uno debería usar su poder para el bien, no
para el mal. ―Así, Gordon se enderezó para recibir el golpe y
lamentó haber empleado su tradicional lógica.
―¿Te pegan? ―preguntó con extrañeza Nicholas.
―¿Tú no quieres
agredirme? ―El niño frunció el ceño porque esa no era la reacción que esperaba.
Empíricamente, Gordon había observado una causa cuyo efecto no era el que había
previsto; y, por primera vez en años, se quedó muy sorprendido por haber errado
en su suposición.
―No. Yo he venido a pedirte ayuda.
―¿Tú…? ―Trató de serenarse―. ¿Tú necesitas que yo… que yo…? ―No se lo podía creer y por eso era incapaz de
terminar la frase. Ese niño más
mayor no solo no le había dado una tunda, sino que además le estaba pidiendo
ayuda. ¿La suya? El mundo se había vuelto loco, era la única respuesta lógica
que se le venía a la mente. O eso, o su inteligencia lo había abandonado y no
había entendido bien lo que su interlocutor le estaba diciendo.
―Me habían dicho que eras algo así como una persona
muy inteligente, pero creo que me han estafado ―bufó.
―Un momento. ―Frenó a ese gigante al ver que echaba a andar. Se
colocó sin temor ante él.
―¿Qué sucede ahora? ―preguntó el otro chasqueando la
lengua. El día se le estaba complicando demasiado.
―Tú eres lord Suffolk.
―Sí.
―Un conde.
―Así es.
―Hijo del duque de Beauford y, por lo tanto, un
futuro duque. Su heredero.
―Oye…
mira, como te llames, creo que he sido víctima de una broma y es mejor que
dejemos esta conversación aquí. ―Nicholas lo
miró de arriba abajo. En un primer momento, creyó que esa era justamente la
pinta que tenía que tener el listo de Eton, porque ese pobre saco de huesos
debía de tener en la mente lo que Dios no le había dado a su cuerpo ¿verdad?
―Has dicho que necesitas mi ayuda.
―No, no la tuya.
―Pero has dicho que…
―Mira… de verdad, estoy buscando a lord Inadecuado
―era el mote que le dijeron que utilizaban con el niño que él pretendía encontrar―, y
no creo que seas tú.
―Ese chico que tenía delante parecía mucho más que
inadecuado―.
Así que, si no te importa, apártate de mi camino.
―Me disgusta que se refieran a mí de ese modo. Soy
Gordon, o lord Latimer ―su padre no le había pasado el título, pero él se lo
agenciaba cada vez que podía para ver si así evitaba los golpes―, pero, desde
luego, ese estúpido sobrenombre no me identifica en absoluto ―explicó, decidido
y con garra.
Nicholas lo inspeccionó y se quedó gratamente
sorprendido. Tal vez, debajo de esa apariencia enclenque sí había un
espíritu de luchador.
―De acuerdo, Gordon. Yo soy…
―Sé quién eres, lo
hemos establecido con anterioridad ―lo cortó―. La pregunta más acuciante es: ¿qué quieres de mí?
―Creí haber dejado claro que quería tu ayuda. ¿De verdad
eres el lord Inadecuado? ―Era un mote peculiar, pero es que… No estaba seguro de si el muchacho que tenía enfrente lo podía ayudar.
Nicholas bajó la cabeza para examinarlo
detenidamente con el ceño fruncido. Ese chico no parecía muy inteligente si no
era capaz más que de repetir lo que él había señalado
con anterioridad y, además, se le apreciaba muy condescendiente y no estaba por
la labor de menospreciar a nadie, y menos a ese niño tan peculiar.
―No me gusta ese apelativo. Te ruego que no lo uses
más.
Soy Gordon. ―Tampoco solía usar el título para referirse a sí
mismo.
―A ver ¿me vas a ayudar o no? ―preguntó ya sin
paciencia.
―Eso depende.
―¿De qué va a depender que me ofrezcas tu ayuda?
―De lo que quieras y de lo que yo saque a cambio.
«Bien, ahí está», se dijo Nicholas. Ese muchacho, tal vez, no fuera tan bobo como
había presumido a simple vista. Debería tener mucho cuidado con él, porque le daba en la
nariz que ahí había más de lo que se apreciaba en un primer momento.
―Tengo serios problemas con varias materias ―eso era
un eufemismo porque casi ni sabía leer―, y debo entregar mis deberes de forma correcta o
me meteré en problemas. ―Su
padre, el duque de Beauford, lo había matriculado en Eton para que fuese un
hombre de provecho. Nicholas se quedó atónito cuando su progenitor le dijo eso, porque su excelencia era el
tipo más vago, desvergonzado, jugador y… En fin, lord Beauford era igual que
él, se dedicaba a vivir la vida sin preocupaciones; sin embargo, en su
ultimátum le había dicho que si le causaba algún problema se quedaría sin el
viaje por Europa y que su asignación volaría en un parpadeo. El joven conde no estaba
dispuesto a averiguar si su padre se había marcado un farol.
―¿Sabes leer? ―preguntó Gordon, aun a riesgo de que por el atrevimiento pudiera soltarle un bofetón.
―¿Qué te parece si antes de desvelar nada establecemos
las condiciones de nuestro acuerdo?
En esta ocasión fue Gordon quien se sorprendió. Tal
vez, ese niño del que pensó que no tenía nada más que fuerza bruta, sí que
tuviera algo más dentro, porque parecía un hueso duro de roer a la hora de
negociar y no únicamente por su apariencia fiera.
―Comprendo que precisas de mucha ayuda.
―Entiendo que tú necesitas mucha protección ―le rebatió alzando una ceja.
―Creo que podemos formar un buen equipo.
Ambos se miraron sorpresivos. Parecían haber tenido
la misma corazonada.
―Estaba pensando lo mismo.
―Tal vez, no seamos tan diferentes, después de todo.
Nicholas rompió a reír. Era evidente que no tenían nada en común a simple vista. Pero las necesidades de uno y otro
podían ser un punto de encuentro.
―¿Sabes, Gordon?
―No. No puedo acceder a tus pensamientos si no me
los dices… a no ser que… ¿es una
pregunta retórica? Porque de ser así, si es una pregunta que tú mismo vas a
contestar, creo que me he adelantado al señalarte una evidencia. De modo que,
por favor, te pido que continúes con tus divagaciones y me ilustres en tu
pregunta retórica.
―No he entendido nada de lo que has dicho. De igual
forma, te iba a decir que creo que podemos ser de gran ayuda el uno del otro.
―Sí, eso es lo
que he querido decir cuando he señalado con anterioridad que, probablemente, no
seamos tan diferentes entre nosotros.
Nicholas suspiró.
―Ilústrame, por
favor, Gordon. ―No estaba claro el
significado de esa palabra tan sabia, pero la debió haber utilizado bien cuando
el otro niño torció una
sonrisa.
―Aun a riesgo
de que te molestes y optes, finalmente, por agredirme, te diré que tú no gozas
de sesera…
―Gordon… ―lo
interrumpió apretando los puños en una muestra de advertencia. La paciencia
tenía un límite y ese
muchachito estaba a un pelo de… ―Gordon alzó la mano para
pedir silencio.
―Por favor, permite que continúe mi alegato.
―Bajo tu responsabilidad —volvió a bufar.
―Por supuesto. Como bien decía, tu mente… ―Lo vio
alzar una ceja de nuevo y se replanteó su razonamiento―. En fin, como ves, soy
un blanco fácil para los chicos mayores o los más corpulentos que gozan de la
violencia de forma gratuita y…
―¿Cómo dices? ―No seguía el
razonamiento. Gordon se percató de ello y cambió a un lenguaje más accesible.
―Que aquí todo el mundo tiene la costumbre de
pegarme por placer.
―Ah, eso sí lo entiendo.
―Entonces creo que entre los dos podemos ser uno.
―Sigue.
―Yo te ayudaré a ser inteligente.
―Yo ya soy inteligente. Prueba de ello es que tenía
un problema con mi aprendizaje y he buscado al más listo para que me ayude. ―El
orgullo brillaba en su mirada.
―Sí. De
acuerdo. ―Tenía que apurar un poco más su explicación para que su
recién descubierto protector comprendiera el acuerdo―. Yo te instruiré para que
no haya materia que se te resista y tú a cambio me ayudarás a ser más fuerte, me enseñarás a defenderme y todo aquello que pueda serme de
importancia para protegerme.
―No creo que lo tuyo se pueda arreglar. Lo siento,
Gordon, pero no está en tu naturaleza ser lo que pides. Es más fácil que yo te proteja. ―De hecho, eso era lo que se
había propuesto ofrecerle.
―¿No son acaso los jockeys pequeños y
veloces? Son ellos los que sacan todo el partido a su caballo y los que…
―¿A dónde quieres llegar? ―Si se atrevía a compararlo con
una montura, no tendría
más remedio que darle su merecido porque nadie lo
insultaba.
―Sólo instrúyeme en las
habilidades personales defensivas. En todas las que conozcas. Ese aspecto es
inapelable.
―¿Inapelable?
―O eso o nada ―tradujo.
Nicholas se tomó unos momentos para evaluar la
situación. Viendo la apariencia del que iba a ser su aliado, cualquiera podía
creer que eso era una misión imposible, no obstante, el recién conocido Gordon
se veía persistente…
―Está bien, lo intentaré… ―Desde luego, él iba a tener
un trabajo más arduo que su compañero, pensó.
―Y mientras lo intentas tendrás que defenderme. ―Adujo con
una brillante sonrisa.
―Eso es más plausible que lo que me has pedido en un
primer momento. ¿Seguro que no quieres replantearte los términos del trato?
―No. Tómalo con un reto.
―¿Un reto?
―Sí. El de
hacerme mejor y yo me pondré como meta que seas excelente. ―Gordon esperaba que
el largo sacrificio diese sus frutos, porque el pobre tarugo que tenía delante…
―Me conformo con ser de la media. ―Nicholas era
consciente de sus limitaciones, pero su nuevo amigo no parecía estar al tanto
de las propias.
―Ah, eso es inconcebible.
―¿Por qué?
―Porque soy un perfeccionista y no me conformo con
algo mediocre. Aspiro a lo mejor de lo mejor. ―Su padre lo había enseñado así.
―Y de ahí que te utilicen como pasatiempo para
entrenar sus golpes. ―Señaló al tiempo
que negaba con la cabeza.
―Pero eso se ha terminado ¿verdad, amigo mío? ―Le tendió la mano
para sellar el trato.
―Supongo que tenemos un acuerdo.
―Entonces, deberás hacer que deje de ser un lord inadecuado
y sea un lord capaz de defenderse. ―Estaba hasta las narices del mote que le
habían puesto nada más desembarcar en Eton.
―Te enseñaré, pero
créeme cuando te digo que a mi lado nadie osará contrariarte. ―Era una promesa.
―Pues ten fe en lo que yo te prometo: gracias a mí
nadie volverá a pensar que no eres inteligente ―expuso adivinando el temor de
su nuevo aliado. Evitó señalar que él tenía la intención de que nadie lo volviese a tener por
un enclenque para no hacerlo reír, pero esa era su meta.
―Llámame Nicky.
―¿Nicky?
―Así me llaman
mis amigos. Soy Nicholas Williams. ―Gordon contuvo las ganas de echarse a
llorar de felicidad. Todo el mundo decía que era demasiado sensible, así que,
por una vez, contendría el llanto por más que sintiera deseos de gritar al
mundo que al fin había conseguido hacer un amigo. Y más allá de la propia felicidad de no encontrarse solo,
estaba la convicción de saber que, a partir de entonces, nadie volvería a
tratarlo con desprecio, dado que el recién llegado, Nicky, el niño más poderoso de Eton, se había convertido en el nuevo
gallo del corral y a él no le importaba ser, en el peor de los casos, su
mascota. Gordon estaba decidido a mover los hilos sin que Nicky lo supiera…
Los dos niños se dieron la mano. La forma efusiva
con la que Nicholas le estrechó la diestra le hizo dar un respingo y soltar una
maldición para nada contenida.
―Vaya, vaya, al menos, no me he equivocado contigo y
hay chispa. Creo que nos llevaremos bien. ―Una sonrisa cargada de orgullo asomó
en el futuro duque.
―¿Sabes qué, Nicky?
―¿Esa va a ser una pregunta que tú mismo vas a
responder? ¿Una retórica de
esas? ―inquirió satisfecho
el heredero de Beauford al ver que lo había sorprendido con la apreciación.
―En efecto, lo era. ―Se tomó un momento para asentir
y sonreír, y prosiguió―.
Sé que vamos a estar muy bien juntos. Imparables.
De los intereses y las virtudes opuestas surgió una amistad aprovechada que desembocó en un lazo forjado en la complicidad con la que ambos se sentían cómodos. Gordon y Nicky se convirtieron con el paso de los años en dos grandes e inseparables amigos hasta que finalizaron sus estudios en una de las academias más famosas de Londres del siglo XIX.
Capítulo
1
Un año después
Lady Issabella estaba ansiosa por huir de la casa
unos minutos —o unas horas, en el mejor de los casos— porque no aguantaba más
las lecciones. Su hermana Amber la tenía cansada y aburrida con tanta monserga
sobre comportamiento. Si la improvisada maestra, quien se había proclamado
madre, supiera que nada más la dejase libre se marcharía corriendo en busca de
un lindo gatito blanco y hermoso que había visto correr por la ventana…
¡Echaba tanto de menos a Nicky!
―¡Issabella! ―La mayor de los duques de Beauford le dio un malicioso
pellizco para captar su atención.
―¡Ah! ―se quejó la joven, al tiempo que se tocaba el lugar
de la agresión.
―Te quedan dos temporadas para ser presentada y no
voy a consentir que nos pongas en evidencia.
―No lo haré ―dijo con convicción.
Amber se dio la vuelta. La vida era injusta. Con una
madre que se había preocupado por ella misma y un padre que… no quería pensar en
las barbaridades que su progenitor hacía, porque si no acabaría volcando su
frustración con su hermana pequeña, y para eso no hacía falta mucho. La hermana
mayor miró con desprecio a la pequeña. Issabella era del todo inútil. Con los
padres desaparecidos y su hermano en la academia los años la habían convertido
en la señora de la finca. Amber estaba orgullosa de su posición. Al fin, el
sacrificio que su madre había empleado con ella valdría la pena.
Gracias al cielo, la duquesa la instruyó para que
ella se pudiera ocupar de la hermana menor. Amber acudiría a Londres esta
temporada para buscar esposo y esperaba acaparar a alguien de su misma posición
o sus padres le darían la espalda.
La mayor de los tres hermanos observó una vez más a
Issabella y negó con reprobación. Esa mocosa era incontenible. Si no terminaba
con sus comportamientos infantiles y sus manías impropias, como las de intimar
con el servicio, arrastraría el título de su familia por el fango. Amber hinchó
pecho. No estaba dispuesta a que ella o Issabella hicieran peligrar la posición
del ducado. Entre otras cosas, porque con su pedigrí podrían escapar de las garras de sus padres y tener una
buena vida siendo duquesas. En honor a la verdad, a Amber le preocupaba ella
misma, su hermana menor estaba condenada si no conseguía enderezarla y después de tantos años
intentándolo…
Duquesa. Ser la esposa de un duque era su destino.
Eso era lo que su madre le había inculcado desde pequeña, si bien, fue antes de
que el duque la echase a perder. Su pobre madre andaba en busca de venganza por
las humillaciones de su esposo y todo parecía un mal juego que acabaría
destruyéndolos a todos.
No. A ella y a Issabella —sobre todo a ella— les
pillaría bien lejos cuando esto estallase. Su hermano Nicholas se las tendría
que apañar por su cuenta. De todos modos, a Nicky no le costaría demasiado
hacerlo, porque siendo un hombre y un futuro duque no tenía tantos impedimentos
como las dos mujeres.
―¿Por qué me sigues pellizcando, Amber? Lo hago lo
mejor que puedo ―se excusó la más joven de las hermanas mientras la miraba haciendo
pucheros.
―Eres la hija de un duque, hermana de un conde que
heredará el ducado. No permitiré que nos avergüences.
―Siempre me recriminas con lo mismo. Nicky dice que
puedo hacer lo que me venga en gana. ―Las cartas entre ellos dos no se habían
interrumpido con el paso del tiempo.
―Y yo digo todo lo contrario. Si quieres casarte,
bien, si pretendes cazar un buen partido, tienes que esforzarte más. ―Amber
estaba asqueada. No había peor castigo que haber tenido a su cargo a esa mocosa
ensoñadora.
―Ya me esfuerzo.
―No lo bastante —replicó contundente.
―Me tienes todo el día con lecciones sobre
comportamiento, sobre mi atuendo, sobre lo que es oportuno decir o no; y eso es
solo una breve lista de todo lo que quieres que aprenda... Amber, falta mucho
tiempo para que acuda a la ciudad para venderme. ―La mayor le dio otro pellizco tan fuerte que,
seguramente, se pondría morado―. ¡Ah! ―Se volvió a quejar la pequeña.
―Tienes que reprimir tu naturaleza. No puedes decir
cosas como la que acabas de decir. Una dama es comedida, no muestra sus
opiniones. ―Era inútil.
Issabella no era capaz de aprender nada. No merecía ser la hija de unos padres
de tan alto rango. La hija de la cocinera tenía más educación y estilo que su hermana.
―¡Pero estamos tú y yo a solas! ―Se ganó otro
pellizco―. ¡Amber!
―la regañó. Al menos, todavía no se había hecho servir de
otros utensilios para afianzar el aprendizaje.
―No, Issabella. Las damas no muestran sus creencias
ni en público ni en privado. Tengo que ser dura contigo, porque no quiero que
acabes con alguien por debajo de tu posición. Para bien o para mal, eres la
hija de sus excelencias.
―Pienso casarme
por amor.
Amber
miró la vara que descansaba sobre un lateral de la sala
de estudios. En esta ocasión, su hermana había tardado más de la cuenta en
emplearla.
―Lo lamento, Issabella, me haces tener que tomar
medidas más drásticas. ―Se movió hasta el
objeto y lo tuvo en sus manos. Se prometió que, al menos, no sería tan
inclemente como lo era la duquesa con ella. Cejaría el castigo antes de hacerle
sangre―. Extiende tus manos.
Los ojos de Issabella comenzaron a llenarse de
lágrimas que se negó a permitir derramar. ¿Qué parte de su cuerpo elegiría Amber en estos momentos?
Lo que la mayor de las damas nunca sabría es que, a
lo largo del tiempo, Issabella se esforzaba cada día en amar a su hermana pese
a que sus actos le decían que debería hacer justo lo contrario.
El castigo fue tan duro como lo era siempre en estos
casos. Aun así, la muchacha no estaba dispuesta a olvidar que tenía la
intención de ir a buscar al gato blanco, correr libre por el campo e ir a
pescar. Tanto daba igual que una dama no hiciera nada como lo que iba a llevar
a cabo, porque se prometió desde que tuvo uso de razón, que Amber no
conseguiría mermar su espíritu ni arruinar su amor por ella.
Cuando le hizo creer a su hermana mayor que la
lección había sido
aprendida y comprendida en todos los sentidos —como hacía habitualmente—, esta le permitió salir a tomar el aire, no sin antes
darle las oportunas advertencias sobre los futuros efectos que tendrían sus
actos si no se volvía a comportar como una dama, acorde con su posición.
En medio de la puerta principal de la gran finca
campestre, Issabella metió sus manos en el delantal al tiempo que miraba hacia
la derecha y la izquierda. ¿Qué camino habría elegido el gato? Por un momento,
tomó en cuenta impartirle un correctivo al animal por escapar a cada ocasión de
la comodidad del hogar que ella le había dado.
Pensó en la vara que acababa de usar Amber y supo que
ella sería incapaz de castigar al dulce minino, el señor Nieve. El pobre se
sentía enjaulado en la casa, tal y como ella misma, y por ello era importante
tener un poco de libertad. Era perfectamente comprensible que su compañero
necesitase unas horas para campar a sus anchas sin limitaciones.
La joven pensó que volvería a encontrar al señor
Nieve en el lugar de siempre y esperaba que esta vez no le costase tanto
bajarlo de allí arriba, porque la última vez Amber la envió a la cama sin cenar
por haber estado desaparecida tanto tiempo. Bien pensado, aquello no fue tan
grave como cuando la dejó todo un día sin comer.
Tarareando una liviana canción y dando saltitos de
alegría, Issabella emprendió la marcha alegre, porque durante unas horas iba a
ser libre del yugo de Amber.
La mayor de las hijas del duque la observó por la
ventana. Suspiró porque intuía que los castigos iban a tener que ser mucho más severos. Sintió pena por Issabella y por ella misma, porque un tiempo no demasiado
lejano, Amber había sido como su hermana pequeña. No obstante, la duquesa le
hizo comprender que no era de buen gusto que una niña se comportase como ella
lo hacía.
Amber pasó por mucho hasta vislumbrar lo que tenía que hacer,
y, sinceramente, había esperado que Issabella aprendiese con más rapidez lo que
le sucedería si la contrariaba. Al menos, la pequeña no estaba gruesa, como
ella lo estuvo en su niñez.
Lady Beauford aducía que una dama tenía
que presentar su mejor cara, y muchos días Amber los había pasado con un
mendrugo de pan y agua, hasta que su figura fue la adecuada. Dejó la vara en su
lugar al tiempo que la contemplaba fijamente. Fue una suerte que su madre no le
dejase marcada la espalda durante uno de sus duros castigos, porque así le sería más fácil
buscar un esposo —no quería defraudar a su futuro marido de ninguna manera—, y
tener marcas antiestéticas en su cuerpo podría ser un motivo de anulación, de
divorcio o de repulsión.
Mientras tanto, la dulce Issabella soplaba y
resoplaba al ver al gato cómodamente lamiéndose las patas en lo más alto del frondoso abedul. ¿Cómo iba a bajarlo de ahí? ¡Ella tenía planes antes de regresar a la prisión
con su carcelera!
Si Nicky estuviera allí podría ayudarla… pero él no llegaría hasta más tarde. ¡Oh, sí! Al fin,
su adorado hermano regresaba a casa.
―Buenos días. ―Una voz a su espalda la hizo girarse.
―Buenos días ―contestó cortés―. ¡Perfecto! ―Señaló entusiasmada cuando divisó a un joven despeinado y
desarreglado ante ella.
―¿Qué es tan grandioso? ―preguntó con cautela al ver el
jolgorio desmedido en la muchacha que tenía enfrente.
―Que esté aquí,
evidentemente.
Ella le dedicó una sonrisa tan perfecta que el
muchacho tuvo temor. Desde la distancia a la que estaba podía oír altas y claras las maquinaciones que ella estaba
ideando en su mente; y no le agradaba que pasease la mirada desde él hasta la
cima del inmenso árbol en el que se adivinaba una especie de animal.
―Lo dudo mucho.
―¿Y eso por qué? ―quiso averiguar
―Puedo vaticinar lo que se supone que deseas de mí y
desde ya mismo te digo que no es buena idea.
―Lástima ―expuso con desinterés. Él se tensó por la convicción de ella y porque hubiera entendido
la palabra vaticinar.
―Explícate mejor, por favor. ―Supo que había cometido un
error cuando la vio torcer una sonrisa. ¿Por qué, de repente, se sentía
atrapado en una gran red invisible? ¿Y a quién demonios le recordaba ese gesto?
―Creí que estaba ante un héroe de brillante armadura…
pero veo que… ―Dejó la frase a medias en un gesto de audacia para
tratar que él se sintiera ofendido, pero sin llegar a molestarlo del todo. Ella
no era tan poco inteligente como para entender que no debía irritar a un joven,
por más que este no fuese sino el hijo de algún criado o el mozo de cuadras o
quien fuera. Porque, aunque era evidente que estaba por debajo de su posición
social, era una persona a la que debía un mínimo de respeto.
Apartó el pensamiento rápidamente, ya que si Amber fuese
capaz de entrar en su mente volvería a empuñar la vara.
―Es una manera muy sutil de apelar a mi ego.
―¿Y está funcionando? ―De nuevo, apareció esa sonrisilla intrigante.
―Muy a mi pesar, sí, lo has conseguido. ―No tenía sentido mentir.
―¿Me ayudará a bajarlo?
―¿Debo entender que sientes un gran apego por la
bestia que descansa ahí arriba? ―le preguntó mirándola por primera vez a los ojos. Error. La muchacha tenía los ojos
azules más bonitos que él había
contemplado alguna vez. La examinó y se alegró de haberse topado con la hija de
una criada en medio del campo y que esta, además, necesitase su intervención
para solventar un problema. Su cabello era castaño con ribetes dorados de pura
luz, su figura perfecta con ciertas curvas en…
―Sí, sí, el señor Nieve es mi más leal amigo. No es una
bestia y no puedo permitir que se extravíe.
Esta vez le tocó a él
sonreír de lado. Si la bribona supiese que había
confesado sin saberlo lo mucho que lo necesitaba…
―Subiré a coger al gato ―esperaba poder hacerlo―, pero
¿qué saco yo de este acuerdo?
―Mi gratitud. ―El muchacho se acercó para examinar el árbol y comprobar si sus ramas
serían lo suficientemente fuertes para aguantar su peso. Por primera vez,
encontró en su delgadez una ventaja. En los últimos años había crecido y había
dejado de ser bajo, no obstante, era de fina constitución.
―Poca recompensa, para tan gran hazaña.
―¡Es un árbol, no una intervención en la guerra! ―Se
quejó bufando.
Otra vez un gesto algo familiar… El joven se
preguntó si la conocería de otro lugar… ¡Imposible!
―Es una altura más que considerable y podría
romperme la crisma o peor, quedar lesionado.
Issabella se dio unos toques en la cabeza mientras
pensaba. Cierto que el pobre podría caer y lastimarse, y eso le haría perder
días en su trabajo…
―Supongo que tiene razón.
―Siempre llevo la razón ―expuso altivo. No sería fuerte ni musculado, pero en cuestiones de
lógica no le ganaba nadie.
―Puedo darle tres libras. ―Era todo lo que tenía
ahorrado.
―No necesito dinero. ―¡Otra que lo trataba como a un
mendigo!, pensó molesto el joven.
―¡Oh! ―Ella no se esperaba esa contestación―. Pues no tengo nada más que ofrecer… ―expuso
desanimada. Dudaba que el trozo de pastel de queso que llevaba en su bolsillo fuese
a tentarlo después de negarse a aceptar esa gran fortuna.
―Quiero un beso. ―¿Qué? Él no iba a tener otra oportunidad mejor para robar
un beso y la joven que tenía delante era realmente hermosa. La proeza iba a ser
una temeridad que podría acarrearle graves consecuencias, así que, lo mínimo
que él merecía era poder dar por primera vez un beso a una muchacha. Tal vez,
fuera la única ocasión en la que podría hacerlo sin emplear su dinero.
―¿Cómo dice? ―Este
muchacho se estaba ganando una reprimenda que iría más allá de empuñar la vara. Debería buscar a Amber, explicarle lo sucedido y que fuese despedido de su
trabajo a la mayor brevedad posible. Lo miró de arriba abajo. Él contuvo la
respiración porque sabía que lo estaba examinando, que determinaría que carecía
de atractivo y se negaría. El joven pensó en sugerirle que además de bajar al
animal le daría veinte libras. Desechó la idea de inmediato porque se negaba a corromper aun más la inapropiada proposición.
Issabella suspiró. No podía acusarlo de chantajearla. Bien sabía ella lo que era una
extorsión… Nicky la utilizaba
con ella cuando era más pequeña. Era obvio que el joven necesitaba una fuente de
ingresos, porque su atuendo, su aspecto… todo en él le indicaba que el pobre no
tenía suficientes medios… No podía pedir su despido.
Se centró en él. Lo que más le llamó la atención fue ver la
esperanza tan cálida en su mirada.
―Baje al gato y le daré un… beso. ―Ella
estaba cohibida.
―No.
―¿No? ―preguntó ella con los ojos como platos.
―No procederé a obedecer tu petición por un sencillo
motivo.
―¿Cuál? ―Hubo de
preguntar cuando él se quedó callado.
―¿Quién me asegura que no haré lo que me pides y no me
ofrecerás la recompensa como pago?
―¿Y quién me asegura a mí que no le daré lo que pide
y se marchará sin dar el servicio? ―Ella se cruzó de brazos para imitar la
posición que él tenía. Lo
encontró un poco más intimidante y quiso corresponderle del mismo modo.
Él se sorprendió. Había previsto que la joven sería algún tipo de palurda campestre y lo
acababa de dejar gratamente sorprendido con su razonamiento.
―Lo echaremos a suertes para ver quién es el primero
en realizar el trabajo y empeñaremos nuestra palabra de honor para respetar las
condiciones del acuerdo. —Ella lo había tratado de usted y eso significaba que,
al menos, sabía que él era noble. La joven se veía elocuente, tal vez, más que
eso, pero ese delantal roído y el viejo vestido que se adivinaba debajo… ¡Pobre
campesina! Tal vez, sí debería darle un par de libras para ayudarla…
―Parece justo.
Él sacó una moneda y le pidió a ella que eligiera
una de las dos figuras impresas. Issabella se quedó con el dibujo del caballo
del penique que él tenía.
Entonces, él la hizo rodar por el aire. Cuando la tuvo prisionera en su mano
preguntó:
―¿Lista?
―Lista. ―Él abrió la mano y sonrió satisfecho al tiempo que
ella hacía una mueca. Salieron las letras y no el caballo.
―Gano.
―Está bien.
La vio humedecerse los labios y se puso frenético
por la anticipación.
―¿Puedo acercarme? ―preguntó él ansioso.
―Si pretende besarme, creo que no va a poder hacerlo
desde ahí.
―Miró a
su gato y consideró la opción de dejarlo colgado en lo alto del árbol. No haría
eso.
―Sí, cierto…
¿quieres que…? ―Estaba
sudando y no era capaz de expresar sus pensamientos de forma sencilla.
―¿Qué? ―preguntó ella al ver que él no continuaba con la
averiguación.
―¿Quieres que te abrace?
―¿Es necesario para hacerlo? ―A ella nunca la habían
besado y no sabía nada acerca del ritual.
―Supongo… ―Él quería estrecharla entre sus brazos y
sostener su cuerpo para hacerlo más placentero para ambos, claro. Además, le habían dicho
que esa era la manera correcta de hacerlo.
―Está bien ―señaló suspirando y resignada. No era así como había
previsto que sería su primer contacto íntimo… Aunque, bien mirado, podía ser
considerado como algo romántico. Ella, la hija de un duque, él, un sirviente…
un amor condenado, imposible… Sí, sí, ella no estaba enamorada y él, desde luego, no
podría estarlo de ella, pero, aun así, era una bonita historia que podría
atesorar durante toda su vida ¿verdad?
Él se acercó tratando de no mostrar que estaba
aterrado. Posó la mano derecha en su cintura y sintió como un rayo que lo atravesaba, o como una conexión. Ella dio un pequeño respingo, pero se obligó a
regresar a su sitio. Issabella lo observó inclinarse hacia ella con los ojos
cerrados. Se mantuvo quieta incluso cuando él deslizó su otra mano en su nunca para acercarla más. No se
atrevía a apagar la luz de su mirada porque… Dos segundos fue lo que tardó en
agachar los párpados. El contacto de los labios de él era algo… extraño, pero maravilloso a la vez; tal vez, porque sabía
que estaba haciendo algo prohibido que no debería hacer; o tal vez…
Emitió un suspiro
al sentir que el joven deslizaba su lengua por encima de sus labios apretados.
La hizo separar los suyos y la lengua invasora aprovechó para acceder en la
profundidad. Luchó contra la intrusa con su propia lengua tratando de sacarla
de ahí como si fuese un combate con espadas, pero pronto se vio devolviendo las
suaves lamidas que la lengua grosera le daba a la suya. Entonces, suspiró de
placer y se dejó vencer por esas nuevas sensaciones que le estaba ofreciendo el
muchacho.
Él trataba en balde de controlar la respiración. Su
cuerpo se revolucionó hasta el punto de tener que ladearse para no herir la
sensibilidad de la joven que lo había encendido en su virilidad. Pese a que
sabía que debía romper el beso, no sólo no fue capaz de hacerlo, si no que su
mano había tomado la iniciativa y se acercó para manosear el turgente pecho de
la muchacha. Nunca se preguntó si era de gusto de seno grande o más pequeño, pero,
definitivamente, le gustaban los grandes, como los que ella le estaba dejando
acariciar sobre la tela. Su otra mano soltó la nuca para ir en busca de las
posaderas. Nunca llegó a
su destino.
La intromisión de la primera mano sobre su busto le
hizo recuperar el juicio. Issabella se separó y le dio un manotazo en el brazo
para alejar el contacto. Daba igual que, bajo su palma y la ropa, el pezón se
hubiera manifestado rebelde y a gusto, esto no debería permitirlo. No.
Definitivamente, no debería consentir semejante licencia a ningún hombre que no
fuese su adorado esposo, e incluso siendo su marido, lo que había hecho no se
sentía como si fuese algo que una honrada mujer se dejaría hacer…
―Creo que es más que suficiente. ―Issabella
nunca sabría cómo había
sido capaz de despertar de su ensoñación para poder enfrentarlo.
―Yo… esto… sí. Ha sido…
―«Inolvidable, grandioso, espectacular, sublime», quiso gritar―. Suficiente. ―Su
pecho cantaba un gran aleluya. Su primer beso había sido un éxito rotundo y
más, porque escuchar los suaves gemiditos que ella daba le había hecho
comprender que mal no lo había hecho. Él rezó una plegaria para que la muchacha no se diera cuenta del estado en
el que lo había dejado. Su ingle estaba demasiado enfadada por no haber
recibido más atenciones.
―Cumpla su parte. ―Issabella le sonrió y con la
indicación de su dedo índice le señaló el lugar
al que debía acceder.
El joven tosió incómodo. Era hora de enfrascarse en su… ¿Cómo había dicho ella? Ah, sí, en su brillante armadura y demostrar su
valentía y la fuerza de su palabra de honor. Mientras accedía por el tronco iba
pensando que qué tan mal se tomaría su familia el hecho que él pretendiera
desposar a una criada sin un linaje importante y sin dinero… No era
descabellado pensar en esta belleza siendo su esposa, porque estaba seguro de
que ninguna otra lo miraría dos veces. Y la muchacha no solo le había permitido
dirigirse a ella, sino que también había disfrutado de su tórrido tête-à-tête. Ya la estaba
imaginando en su casa, criando a sus hijos mientras él se ocupaba de los
negocios familiares…
―¡Cuidado! ―gritó
Issabella al tiempo que se tapaba los ojos para no ver la caída. Pasados unos
segundos, cuando no escuchó el estruendo, descorrió la improvisada cortina de
su vista y respiró tranquila―. ¿Está bien?
―Ha faltado poco. Tú tienes la culpa.
―¿Yo? ¡Pero si no he hecho nada!
Él se mordió la lengua para no desvelar sus pensamientos. ¿Si
le propusiese matrimonio ella accedería?
Bien, sí, él no era
nada atractivo, y su aspecto era… pero si le enseñaba su dinero, los lujos con
los que viviría y la posición que tenía, seguro que una muchacha de campo
totalmente desvalida saltaría agradecida por la oportunidad… ¿O no?
Se había fijado en sus manos y la pobre las tenía
muy maltratadas de tanto que tendría que trabajar… Además, seguro que con sus
dieciocho o veinte años estaba en edad más que casadera. Ese delantal que
llevaba la hacía un poco joven, pero ese cuerpo era sin duda el de una mujer
madura hecha para el disfrute. Para su único gozo y deleite. Este pensamiento
despertó en
él un sentimiento de posesividad que no supo que
habitaba en su interior.
Entre pensamiento y pensamiento, llegó hasta el
maldito gato.
―Así que, tú
eres el señor Nieve ―le susurró
al animal―. No lo sabes, gatito, pero acabas de ganarte a un fiel caballero
para toda la eternidad, pues por tu causa me he visto colmado de felicidad.
El gato debió de haber entendido que él no iba a
hacerle daño, porque se dejó colocar en el interior de la chaqueta y le
permitió comenzar el descenso sin queja alguna. Siempre se le habían dado mucho
mejor los animales ―sobre todo los caballos― que las personas.
―¡Gracias, gracias! ―decía al tiempo que él le entregaba el animal.
―¿Cómo te
llamas?
―Issabella. ―Prescindió del título porque no quería hacerlo sentir incómodo. Si
el pobre joven llegase a saber que había abusado de la confianza de la hija de
un duque… decidió evitarle el mal trago.
―Yo soy Gordon. ―Evitó alardear de la baronía, porque, aunque para muchos era un título
nobiliario menor, no quería incomodar a la sencilla muchacha―. Issabella. ―Se permitió
decir su nombre y paladearlo―. Yo quería saber si tú…
―¡Gordon, Gordon! ―Unos gritos lejanos los importunaron. El aludido se giró para ver
quién lo llamaba tan efusivamente.
La joven salió a la carrera en dirección
completamente opuesta. Sus dos hermanos se acercaban. Issabella se moría de
ganas por abrazar y saludar a Nicky, pero si Amber veía que se había cambiado y
que su atuendo era... Con un poco de suerte no la habrían visto, puesto que
ella estaba oculta tras el cuerpo del joven que la había ayudado.
Cuando él regresó la mirada para seguir con lo que pretendía decir,
ella ya no estaba. ¿Habría sido todo producto de su imaginación? ¿Tan
desesperado estaba que su mente maliciosa le había jugado una mala pasada?
―¿Se puede saber qué haces ahí parado? ―preguntó Nicky examinándolo de hito en hito.
―¿Qué voy a hacer? Pues admirando tus dominios, amigo mío. ―Se dieron
un apretón de manos entre risas y oyeron un carraspeo.
―Sí, sí… ―comentó Nicky de mala gana―. Barón Latimer, permita que le presente a lady Amber, mi hermana mayor.
―Un placer,
milady. ―Agachó la cabeza en señal de humildad.
Ella hizo una reverencia no demasiado elegante sin
decir una palabra, porque el hombre que tenía delante no era de su posición, ni
era apuesto, así que se dio la vuelta airada por haber perdido un tiempo
valioso con un don nadie carente de atractivos.
―Veo que no has perdido tu toque con las féminas ―se mofó Nicky
cuando su hermana estuvo bastante lejos.
―No creas, en este tiempo he progresado bastante.
―Él era un caballero y jamás desvelaría lo que había estado haciendo con una
joven del servicio de su amigo, por más que quisiera alardear. Era su primer
beso y él estaba orgulloso de haber puesto en marcha todo lo que su amigo le había
aconsejado que hiciese.
―¿Estás listo para pasar el verano en mis dominios, como
bien has dicho antes? ―Nicky extendió el brazo y apuntó con el dedo toda la tierra que
configuraba su ducado.
―Por supuesto. Me invitaste y aquí estoy. ―Su padre
no era partidario de su amistad, pero, al final, ser amigo de un futuro duque
pesaba más que cualquier reparo.
―Si en algún momento quieres huir, lo comprenderé ―señaló enigmático.
―¿Huir? ―No lo creía, porque de pronto se le presentaban
meses por delante en los que podría conocer a la joven que había acaparado toda
su atención.
―Con un poco de suerte, únicamente tendremos que
aguantar a Amber, mis padres están ocupados con sus… asuntos. ―De niño recordaba
estar harto de oír los gritos y reproches de los duques. La larga estancia en
Eton, al menos, le permitió alejarse lo bastante.
―Tranquilo, mis padres también hacen de las suyas.
―Su madre el otro día había recriminado a su padre por haberse colocado una chaqueta poco
elegante y se habían peleado por ello. Gracias al cielo que su hermana Brenda
intervino y puso un poco de orden. Las reconciliaciones eran demasiado…
apasionadas cuanto mayor era la pelea; y su padre había encontrado la manera de
hacer regañinas tontas a cada rato para… en fin, sí, para eso. Gordon hizo una mueca al pensar en la vida íntima
de sus padres.
―Si te parece bien, vayamos a la casa y te mostraré el interior.
―Tu hermana Amber parecía disgustada. Creo que
incluso me ha perdonado la vida. ―Esa gélida mirada…
―Créeme, es bueno para ti que ella considere que está
por encima y te quiera fuera de su camino. Puede ser muy cargante. Se cree la
madre de todos nosotros y es… Mejor que no tenga interés en ti. ―A Nicky no le pasó desapercibida la mueca que ella
puso cuando nombró que el amigo que iba a alojarse con ellos durante el verano
era un barón. Eso sin contar que en la media hora en la que había hablado con
ella se había dado cuenta de que era mucho peor que en las cartas que le
enviaba al internado. Su hermana era una arpía.
―Te creo, Nicky. ―Verla le dio un escalofrío de los
malos.
―Vamos a pasarlo en grande, por de pronto hoy,
después de la cena, iremos a la posada a divertirnos un poco. Estoy seguro de
que nunca te has emborrachado y te has divertido con una preciosa posadera en
tu regazo mientras pierdes una bonita suma de dinero.
―Yo nunca pierdo ―bufó Gordon.
―¿Sabes jugar a las cartas? ―Eso no se lo esperaba.
En todos los años de escuela, su amigo lo juzgó por desplumar a muchos de sus
compañeros. Pero Nicky sabía a quién debía quitarle su dinero y a quién no.
―Por supuesto que no. Mi tiempo es muy valioso para dedicarlo
en ocios absurdos.
―Explica, pues, eso de que no pierdes nunca.
―Nicky, creí haberte enseñado mejor a aplicar la lógica.
―Deja de ser condescendiente y habla.
―No pierdo, porque no juego. No juego, no apuesto,
ergo mi dinero está a buen recaudo.
―Me necesitas, Gordon, es imperativo que te saque el
palo del c…, en fin, me necesitas. Debes divertirte, porque en todos estos años
no he podido conseguir que dejes de ser un estirado y estoy empecinado en
conseguirlo pese al tiempo que me cueste.
―¡Oye! Yo no tengo nada, y menos eso, metido en
ningún orificio de mi cuerpo. Además, es una expresión muy soez que un futuro
duque no debería utilizar.
Nicky lo había adecentado un poco, pero revisando el
atuendo de Gordon, claramente, no había hecho un buen trabajo. La camisa de su
amigo estaba arrugada, el chaleco brillaba por su ausencia y la chaqueta estaba
llena de pelos y más arrugada que la propia camisa. Sus pantalones eran otro
desastre aún peor y los tejidos parecían como de muy baja calidad…
―¿Ves cómo eres un estirado esnob? Necesitas
aprender a disfrutar. Creo que tengo aún demasiado trabajo por delante. Cuando
hicimos el trato siempre supe que yo tendría que hacer más esfuerzo que tú.
―¡Pero si tus calificaciones en Eton llegaron a ser
notables! Yo sí me esforcé con todas
mis fuerzas en enseñarte todo.
―Y, aun así, reitero mi afirmación. Yo tuve, tengo ―se rectificó―
mucho trabajo por delante contigo. ―Le palmeó la espalda al bueno de Gordon y ambos se
encaminaron en dirección a la casa.
―Desde luego, lo que sí tienes es un ego muy
crecido.
―Y tú lo sigues teniendo demasiado bajo, y eso es
algo que vamos a tener que solventar rápido.
―Comienzo a pensar que me has tomado como una obra
de caridad y no me gusta sentirme así.
―Yo siempre cumplo mis promesas, Gordon. Decidí que
te ayudaría a mejorar y es lo que voy a hacer hasta mi último aliento.
―He mejorado mucho y eres un amigo terrible.
―¿Yo? Pero si soy el único que tienes.
―Cuando ya parece imposible que me hagas sentir más
miserable, vas y lo consigues.
―Vamos, vamos, amigo mío. ¡Mírate!
―¿Qué? ―preguntó con los brazos abiertos mientras se daba
una mirada sobre sí mismo.
―Estás horrible. ¿No te aconsejé visitar a un buen sastre?
―¡Fui al que me dijiste!
―¡Eso es imposible! ―Lo había mandado al hombre que
le elaboraba sus trajes y era el mejor de todo Londres. Sus confecciones valían
una fortuna que bien la merecían.
―¡Te lo juro!
―Gordon, ¿por qué te dejas engañar por todo el mundo?
―¿Cómo dices?
―Mi sastre no es un hombre bobo, imagino que te ha
colocado algo que nadie quería comprar y tú se lo has permitido.
―¡He pagado un dineral y me dijo que era la última moda!
―¿Ves? Tengo mucho, mucho, muchísimo trabajo contigo ―dijo al tiempo que negaba con la cabeza.
En el otro extremo de la propiedad una desenfad Issabella se había descalzado para meter los pies en el río. Aprovechó también
para sumergir las manos para que el frescor le diese alivio. Esperaba que el
gato, que se había acomodado sobre su regazo, no se volviese a escapar.
Cuando pasó un momento
sacó las manos y vio sus palmas. No iba a poder pescar
porque le dolían demasiado como para sostener la caña, ni tan siquiera la menos
pesada de todas ellas, esas que tenía escondidas en uno de los matorrales
cercanos al río. Además, tampoco podía usar las manos para buscar gusanos y
utilizarlos de cebo, porque aparte del dolor, su hermana vería la suciedad en
las uñas y Dios sabe lo que sería capaz de hacerle.
¿Cuándo se
había convertido Amber en una bruja desalmada? Se arrepintió del pensamiento en
cuanto le rondó la mente. Issabella quería a su hermana y estaba segura de que todo lo que le hacía pasar era
producto de la creencia de que lo hacía por su bien. Era imposible que Amber no
quisiera su felicidad. Eso es lo que la propia Amber decía cada vez que tenía que ser
cruel con ella y, sinceramente, esperaba que fuese verdad.
A una tierna edad y con una madre ausente, Amber se
había ocupado de su educación, de la casa y de todo… La mayor de los duques
había retrasado su presentación porque ella la necesitaba, pero esperaba que
pronto se casase y la dejase en paz. De nuevo, se sintió culpable por esta
nueva idea malvada sobre Amber.
Se esforzó en centrar sus pensamientos en su
hermana, porque si se paraba a pensar en lo otro tan impropio que le había
sucedido… ese episodio tan inesperado con un hombre… estaba aturdida, pero se
obligó a dejar de lado esos pensamientos pecaminosos. Una dama no debería
permitir que sus arrebatos, sus pasiones más íntimas, tomaran el control de su cuerpo y su voluntad. Esto era elemental,
aunque Amber no se lo había dicho, pero imaginaba que su suposición no iría
desencaminada. Porque una dama no podía hacer nada de lo que disfrutase…
Esos ojos marrones, esos labios finos y ese pelo
rojo como el fuego… ¿Sería ese el motivo por el que se sintió arder en su
interior? ¿Sería por el pelo de él?
En un primer momento no le pareció nada del otro
mundo, pero ese beso… Ahí hubo una inflexión con respecto a su primera
suposición hacia él. Y lo más importante, ¿de quién sería hijo y cómo lo enfrentaría la próxima vez que se lo cruzase sin
sonrojarse de pies a cabeza?
El gato maulló y la miró. La joven partió un trozo
de pastel y le dio un bocado al minino al tiempo que ella se comía otro.
Las siguientes horas trascurrieron en paz junto al
agua, cuyo sonido la sumía en un estado de paz del que no quería salir.
Cuando el sol comenzó a estar bajo, el señor Nieve
volvió a llamar su atención en una clara advertencia.
―Sí, será mejor que regresemos a casa o sabe el Altísimo qué me hará Amber. Además, ahora tenemos al fin a Nicky de vuelta.
Capítulo 2
Esa noche Issabella no tuvo valor ni para bajar a
cenar. No podía ver a Amber, en los últimos tiempos su hermana se había vuelto
cruel y ella no quería verla. Así que, le subieron una bandeja a su habitación con
un plato con un poco de pan y carne fría. La verdad es que no contaba con
apetito y no le supo mal que su hermana le racionalizase la comida. Se miró el
busto, ¿qué tenían de malo sus senos? Cierto que eran más grandes
que los de Amber pero ¿qué iba a hacer?, ¿pincharlos para que se vaciaran?
Se acostó en la cama acordándose de lo inesperado
que fue el día y una sensación especial la inundó. Tenía que averiguar de forma discreta la identidad de ese joven desgarbado
que se había atrevido a robarle su primer beso… ¿Cómo la haría?
Con este pensamiento, y viviendo numerosas
situaciones del todo impropias para una joven casadera virginal, se sumió en
los brazos de Morfeo para levantarse dispuesta a afrontar un nuevo día.
La sensación que tenía es que iba a ser un gran día.
La primera pista de lo que iba a suceder se la dio la propia Amber, quien
comentó que no podrían llevar a cabo sus tareas de la mañana porque debía
ocuparse de unas cosas importantes. ¡Fantástico! Issabella ya estaba pensando en los peces que iba a pescar.
Salió con un vestido sencillo y su delantal para
protegerse de la suciedad tal y como había hecho en el día anterior. Por el
camino de piedra llegó hasta el abedul. Ese monumental testigo del paso de los
años iba a tener un nuevo significado para ella. Sonrió al recordar la
situación tan íntima vivida y no pudo evitar sonrojarse. Le salió una risita risueña que se fundió con el canto de los pájaros.
―¿Te ríes? ―Issabella saltó al oír la
pregunta a su espalda y a punto estuvo de caer en el suelo.
―Gordon. ―Señaló en un
susurro cuando los brazos del joven la sostuvieron. No hizo falta girarse para
conocer la identidad de su salvador porque olía a él, un aroma masculino que tan bien recordaba.
―¿Estás bien? ―preguntó cuando la giró para examinarla.
―Sí, me has
sobresaltado, eso es todo.
―Vine con la única idea de encontrarte, pero nunca creí que fuera
tan fácil. ―Hubo de confesar―. ¿No me digas que el señor Nieve ha vuelto a hacer de las suyas? ―Miró hacia lo alto para ver si veía al animal y
pensando en lo que le reclamaría a ella por su ayuda en esta ocasión.
―No, no. Voy a ir a pescar.
―¿Sabes pescar? ―preguntó con la boca abierta.
―¿Tú no?
―No lo he intentado nunca.
―Es muy fácil. Si quieres puedo enseñarte.
―Issabella, eres un descubrimiento ―explicó mirándola a los ojos. Vio teñirse sus mejillas de rubor
y le pareció lo más bonito
que una vez contempló.
―¡Vamos! ―La joven salió a la carrera y él fue tras
ella.
Llegaron a un campo cubierto por dientes de león.
Ella hizo volar las pequeñas cápsulas de las flores al tiempo que él la
contemplaba como si fuese un ángel.
Toda ella, la naturalidad y la espontaneidad, la
hacían encantadora. Eso sin desdeñar su bonita apariencia. Y lo más importante
es que ella lo veía. Sí, lo miraba como… bien, no sabía como a qué o como a
quién en este caso, pero, por primera vez, una fémina lo trataba como a un
hombre y de forma amable. ¡Si incluso le había sonreído! Y no había sido solo una muestra brillante de
sus dientes blancos ―que también―, sino que
lo había hecho de forma natural. ¿Sería un sueño?
La malo era su posición… la de ambos, ya puestos. La sociedad no lo consentiría.
―¿Ves? ―La muchacha lo sacó de sus pensamientos al tiempo
que le pasaba unos gusanos vivos. ¡¿Unos gusanos vivos?!
―¿Qué haces? ―Gordon se dio cuenta de que habían llegado
al río y de que estaban arrodillados en la tierra.
―¿No querías que te enseñase a pescar?
―Dime una cosa, ¿te han dado la mañana libre? ―preguntó él mientras
sostenía las cañas en sus manos.
―Se podría decir que sí. ―Amber no estaba y ella podía dedicarse a sus cosas…
―¿Y a ti?
―Sí, por
supuesto que sí.
―Su mejor amigo se había ido con su hermana a
arreglar no sé qué cosa con no sé qué arrendatarios…
―Entonces, coges al gusano y lo colocas con cuidado
en el anzuelo… ―Ella iba haciendo lo que predicaba―. Así, ¿lo ves?
―Sí, parece fácil. ―Él comenzó a imitarla con su utensilio―. ¡Lo he logrado!
―Claro que sí. ―La joven se contagió de la felicidad de su nuevo amigo.
―Y ahora, ¿qué hacemos?
―Toca pescar ―dijo ella como si fuese lo más elemental del mundo.
―¿En el agua? ―¿Por qué su cerebro parecía irse de
paseo cuando estaba con esta muchacha?, se preguntó Gordon.
―Sí, por
supuesto. Mira. ―Issabella deslizó grácil su caña hasta la orilla y la sostuvo en sus manos―. Ven, siéntate junto a mí. ―Le hizo un gesto con la mano para animarlo a tomar asiento.
Gordon así lo
hizo. Su cebo también estaba ya tentando a los peces.
―¿Tienes familia? ―quiso averiguar él.
―Mis padres, ciertamente, no se llevan demasiado
bien, tampoco los veo a menudo.
―¿Quién te cuida? ―El corazón le dio un vuelco al creerla sola en el mundo.
―Mis hermanos. Mi hermana mayor se ha tomado el
papel de segunda madre muy decididamente y mi hermano es quien me atiende de
modo más… ―No quiso terminar la frase, porque eso implicaría
dejar entrever que Nicky era el que le daba amor y Amber una disciplina que
rozaba lo inhumano. No, no lo diría porque ella adoraba a sus dos hermanos.
―¿Qué ibas a decir?
―¡Mira! Tu caña se balancea. ¡Han picado, han picado! ―Lo ayudó a recoger el sedal. Un bonito
ejemplar saltaba cautivador. El orgullo masculino que habitaba en él y que, por
lo visto, tenía, se irguió
poderoso. Su damisela lo miraba encantada con la hazaña.
―Soy bueno en esto.
―Te he dado el mejor cebo que conseguí. ―Issabella no pretendía arrebatarle el mérito, pero
él
se veía excesivamente
seguro de sí mismo y ella era la que había hecho la mayor parte
del trabajo dándole un suculento manjar para el pescado.
―Pero yo lo pesqué. ―Issabella resopló.
¡Era igual que Nicky!
―Sí, tú lo capturaste ―claudicó. ―Pongámoslo en la
cesta. Será una cena muy rica.
―¿Lo vamos a comer? ―preguntó con una mueca de
horror. Eso la hizo sonreír.
―¿No te gusta el pescado?
―Desde luego que sí, pero nunca he comido nada que
yo haya cazado. Pescado, en este caso. ―Se sentía un hombre poderoso.
―Pues esta será la primera vez, ¿no te parece?
―Sí… creo que
estará bien… ―Su
orgullo seguía por las alturas. Incluso sonaba condescendiente.
Issabella le entregó otro gusano y él volvió a
hundir la caña en el agua cristalina. ¿Qué les pasaba a las truchas que no picaban su
anzuelo? —se preguntó la joven.
―¿Tú tienes
familia? ―Intentaba averiguar discretamente si sería hijo del jefe de cuadras o
del mayordomo… Había oído
que uno de ellos esperaba la llegada de su joven hijo.
―Sí. Mis
padres gozan de buena salud, afortunadamente, y tengo una hermana que es… ―No
tenía muy claro cómo continuar la frase. Brenda era demasiado inteligente para
su gusto. La inteligencia en un hombre estaba bien, pero en una dama, en la
hija de un barón, no estaba bien vista.
―¿Bonita?
―No lo sé… es mi hermana, no pienso en ella en esos
términos. ―Ciertamente,
no sabía si los demás la encontraban hermosa. Para él solo era Brenda.
―¿Y te gusta tu trabajo? ―preguntó, a ver si así podía averiguar a qué se dedicaba él. ¿Estaría en contacto con caballos? El señor Nieve era poco sociable y
había estado muy a gusto con él. En honor a la verdad, ella esperaba que le
diera un zarpazo cuando fue a cogerlo en lo alto del árbol, pero el gato se
comportó sumiso y obediente. Ese gesto le dio una pista de que el muchacho era
una buena persona.
―Mucho. De hecho, me apasiona. Tratar con personas
es a veces complicado, pero…
―¡Han picado, mira, mira! ―Issabella estaba
eufórica. Y se puso más contenta cuando vio que la pieza de ella era aún mayor
que la de él. Lo vio mirar el ejemplar que había en la cesta y compararlo con
el que ella estaba soltando del anzuelo. ¡Era igual de competitivo que Nicky!―.
El tuyo es más pequeño ―señaló un poco altiva.
―Son iguales ―expuso enfurruñado―. Además, creo que es hora de irnos. Se está haciendo
tarde.
―Sí, habrá que
entregar la cena para que la preparen.
―¿Tú cocinas?
―¿Yo? ―Si su hermana la viera en la cocina entregando los
peces le daría un infarto y si, además, la viese frente a los fogones… Dios
sabe qué castigo le impartiría―. No.
―¿Tú limpias?
―Él necesitaba saber qué puesto ocupaba en la casa de su amigo.
―Lo cierto es que si veo algo sucio tengo la
necesidad de limpiarlo. ―Esa misma mañana había
derramado la leche un poco y usó su mejor pañuelo para limpiar
el pequeño estropicio.
Él la miró extrañado. ¿Era doncella? ¿Se
ocupaba de la lumbre? ¿Cómo podría
localizarla en una casa tan grande y con tantos sirvientes sin llamar la
atención y sin ser evidente en la insinuación? Gordon comenzaba a entender que
el atractivo de Nicky no era lo único que su buen amigo utilizaba para cautivar
a las féminas, bien hacía
falta muuuucho ingenio.
―¿Regresamos, Gordon? ―lo animó ella después de dejar las cañas en su lugar y
coger la cesta.
―¿Juntos? ―No debía colocarla en esta situación. Ella
no era una dama de alta alcurnia, pero, por alguna razón, no quería que el
resto de los trabajadores rumoreasen sobre ella.
―Supongo que tienes razón. ―El pobre sirviente no debía ser visto en compañía
de la hija menor de los duques…
―Adelántate tú ―la animó.
―Sí, es lo
mejor. ―Issabella no quería meterlo en ningún aprieto.
Una risueña joven
inició el paso apresurada y portando los peces. Cuando llegó a la mitad del
camino se dio cuenta de que no sabía cómo hacerle llegar su parte de la recompensa para la
cena… Lo mejor sería dejar las capturas en la cocina sin que nadie se enterase
y que el servicio hiciera lo que quisiera, con un poco de suerte, el ama de
llaves sabría que ella había sido la artífice y le servirían el pescado rodeado
de limón y con unas patatas aliñadas.
La hora de la cena llegó y Nicky la instó a
arreglarse y bajar a compartir la mesa con la familia. Issabella no quería
defraudar a ninguno de sus hermanos, pero, especialmente, se negaba a hacerlo
con Nicky.
Se colocó un
sencillo traje y comenzó a deslizarse por las escaleras implorando por no
cometer ninguna imprudencia que hiciera enfadar a Amber.
―Ratoncito, al fin te veo. ―Nicky estaba a los pies
de la escalera contemplando cuánto había crecido su hermana menor.
Issabella miró a
su izquierda, a derecha, adelante y atrás, y en el momento en el que estuvo
segura de que Amber no estaba cerca, corrió hacia los brazos extendidos de su
hermano. Los dos se fundieron en un abrazo sincero que como resultado la hizo
girar varias veces por el aire.
―¡Nicky! ―exclamó
contenta y algo mareada por los giros de él.
―Mi dulce Issabella, me agrada comprobar que Amber
aún no ha roto tu espíritu.
―Paró de
moverla y se tomó unos minutos para contemplarla―. Eres toda una mujercita.
―Y tú sigues siendo un zalamero.
Desde lo alto del primer piso un celoso Gordon no
había perdido detalle del encuentro. Se lamentó de que el gran Nicky siempre se
le adelantase. Por supuesto, entendía que su amigo no hubiera podido resistirse
a una bonita muchacha, que más allá de su aspecto había demostrado tener un carácter
de lo más sugerente.
Negó con la
cabeza comprendiendo que no tenía ninguna posibilidad de competir con las
atenciones de Nicky. ¿Serían amantes? La intimidad que acababan de compartir
así lo manifestaba. Tampoco le pasó desapercibido el modo en el que ella había
mirado a todas partes para no ser pillada in fraganti con él. Fue una suerte
que al verla su instinto lo hubiese instado a dar un paso atrás para observarla
sin ser visto. La triste realidad se imponía a la esperanza de creer que con
ella podría… ¿qué? ¿Qué opciones tenía un futuro barón con una
simple sirvienta de la casa que además era, probablemente, la amante de Nicky?
Complicado. Complejo. Injusto.
Con estos pensamientos bajó la escalera para
presentarse ante ella. Trataría de no parecer enfadado o desilusionado, pero
sospechaba que sería una tarea imposible.
―Buenas noches.
―Buenas noches, Gordon. ―Nicky le palmeó la espalda.
Issabella lo miró desconcertada al percibir su
mirada de… ¿enfado? Y lo más importante, ¿su hermano había contratado al joven y lo había
vestido con ropa formal? Inspeccionó el atuendo de él y sí, los pantalones y el
chaleco eran horrorosos, pero se veía que él estaba elegante. La corbata
anudada tan pulcramente le daba una idea de… ¡Él no era un sirviente! La joven
tragó saliva al percatarse de su error. ¡Pero la culpa era de él! Sí, porque
las veces en las que se habían visto él lucía en
camisa y para nada se veía de un rango superior. Se alegró. Si él era de su misma clase social podría tener un
amigo más allá de Nicky. Tal vez, todo había sido para bien… Recordó el beso y se puso colorada hasta las cejas.
Gordon malinterpretó cada gesto que examinaba en ella. Su amigo Nicholas hablaba sobre no
sé qué cosas, pero él estaba más interesado en la joven que permanecía muda,
pero que expresaba muchas y variadas reacciones ante su presencia. Ese rubor
que una vez encontró adorable le dio ganas de gritar. Así que, la muy pícara se
avergonzaba de que él los hubiera sorprendido… ¿pensaría también que podía haberlo atrapado a él? ¡Qué tontería!
Gordon desechó ese pensamiento porque ninguna mujer lo había mirado dos veces.
―Lord Latimer ―repitió Nicky al
ver que su amigo no se movía.
Gordon
bajó la vista y vio la mano de ella desplegada ante él. Era una presentación
formal… ¿con una sirvienta? Inspeccionó la ropa de la
joven que lo tenía embelesado y…
―¿Eres una dama? ―Nada en este mundo hubiese podido
evitar que él hiciese esa pregunta. Pero de lo que no fue consciente fue de que
la había hecho en alto y fue una equivocación. Nicky había cambiado la actitud de cordialidad y desenfado a una postura rígida.
―Por descontado que lady Issabella es una dama. Te
acabo de decir que es mi hermana. ―Gordon repasó la conversación. ¿Nicky se lo había dicho? Pudiera ser, sin embargo,
su atención y sus facultades estaban en otros asuntos.
―Sí, por descontado. Milady ―la saludó dando un discreto beso que recibió su
guante de seda blanco.
―No preguntaré a qué responde todo esto, porque
conociendo a mi hermanita ―puso especial énfasis en esta palabra―, puedo
asegurar que no me gustará lo que oiga. Así pues, las presentaciones han sido
hechas y no hay más que hablar… porque no hay más que hablar, ¿verdad? ―Miró directamente a su amigo con una ceja alzada.
―Tu argumento es válido.
―Entonces, mejor que Amber no nos haya sorprendido.
Por cierto, ¿dónde está?
―Ahí viene ―señaló Issabella la parte alta de la escalera. La
elegancia, el porte, la belleza de su hermana mayor era tan envidiable… La
joven desvió la vista un instante para observar la reacción del recién
descubierto lord Latimer. Desde luego, estaba maravillado. Regresó la mirada a
Amber y la vio hacer una mueca que pasaría inadvertida para quien no conociese
a la mayor de los duques, no así para Issabella y Nicky.
―Amber, te recuerdo que esta es mi casa.
―Tu futura casa ―rebatió ofendida la dama cuando llegó a la altura
de los que la esperaban.
―Soy el responsable de esta familia y no permitiré
que se me falte al respecto. ¿Lo comprendes? ―Nicky no quería explayarse más en
lo que le estaba pidiendo ante su invitado. La noche de antes había percibido
que Gordon no le era simpático, e incluso
lo ridiculizó sin que el pobre se diera cuenta… o si captó los
insultos no dijo nada.
―Desde luego. ―Así fue como ella puso una falsa sonrisa en su rostro y tendió la mano a
ese petimetre que pretendía sacudirse de encima en cualquier ocasión.
Todos pasaron al gran salón en un ambiente extraño. Issabella temía que el invitado la delatase, Nicky, que Amber ofendiera a Gordon, este último estaba todavía examinando las connotaciones
que tenía la revelación de la identidad de la joven, y, por su parte, Amber
atendía al comportamiento de su hermana menor esperando que no la defraudase.
Una conversación educada, civilizada, donde se hizo
referencia al tiempo, a las costumbres londinenses y a lo poco patriótica que
seguía siendo la decoración francesa, entre otros puntos, coparon los temas de
discusión.
Cuando la cena terminó los hombres pasaron a otro
salón para disfrutar de un buen licor y un cigarro. Por descontado, solo Nicky fumó.
Las mujeres se despidieron. Cada cual se marchó a su
habitación. Sin embargo…
―Issabella. ―La joven suspiró. El tono que Amber había utilizado
para frenar su acceso a la habitación le informó que algo no era
correcto.
―¿Hermana?
―No lo comprendo muy bien, pero el amigo de Nicky
parece haber captado tu presencia. ―La vanidad de Amber estaba afectada por
este hecho.
―¡Oh! ―exclamó sorprendida, pero a la vez contenta por
tener un nuevo amigo.
―No hace falta que te comente lo inapropiado que
sería alentar esa atención.
―No pretendo hacer nada semejante. ―Mentira. Ella
quería amistad.
―Ese lord es de apariencia extraña y su título está muy por debajo de nuestro estatus. Nicholas no debió traerlo nunca.
―Muy bien, Amber ―asintió con la cabeza. Su hermana no iba a atender a
razones. Una persona era más que posición o dinero, o, al menos, debería serlo.
Nicky siempre estaba diciendo justo eso.
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