PÁGINAS

viernes, 18 de diciembre de 2020

FRAGMENTO: El acuerdo de un lord inadecuado




Prólogo

 

Estudiar en Eton era un auténtico calvario. Que su familia ostentase una baronía era otro punto en su contra, eso sin contar que era de una altura muy baja y su cuerpo se negaba a engordar o a mostrar un mínimo de músculo. Así pues, era carne de cañón para los matones, que se cebaban con él. El honorable Gordon Brown tenía asumido que había llegado a este mundo para sufrir y poco podía hacer para remediarlo. Su vida siendo débil a los ojos de los demás era un hecho constatado. Y en estos momentos en los que un inmenso niño se acercaba hacia él para atormentarlo de nuevo, pasaban por su mente todos los recuerdos de su insípida vida.

El que llegaba con aires de superioridad no era otro que un recién ingresado en el internado, que a buen seguro iba a contribuir a hacer su niñez un poco más miserable. Nicholas Williams era nada menos que un conde e hijo de un duque. Tendría como dos años más que él. La cifra no era significativa, lo que sí era muy de temer es que Nicholas lo doblaba en apariencia y en altura.

Desde que lo vio, Gordon no había podido más que envidiarlo. Ese conde se paseaba como si todo a su paso le perteneciera. Mostraba una seguridad tan admirable que lo tenía lleno de codicia. Desde luego, su apariencia también lo enervaba, porque uno y otro eran como la anoche y el día. Gordon comenzaba a sentir que había descubierto a su némesis. Uno alto, otro bajo, uno horroroso, otro atractivo, uno miedoso, otro fuerte… y así hasta más de una decena de calificativos.

Cuando Gordon tuvo enfrente a Nicholas se preparó para el impacto colocando sus antebrazos por delante de la cara. 

―¿Qué sucede? ―le preguntó Nicholas al ver la posición tan extraña de él.

―Prefieres que no me cubra, ¿verdad? ―Gordon bajó los brazos al tiempo que ponía una mueca.

―¿Cómo dices?

―No es nada nuevo, Richard me obliga a permanecer quieto mientras me atiza. Supongo que siente cierto placer en golpear a un blanco inmóvil… Aunque bien mirado, lo considero una acción que catalogaría como una flagrante muestra de cobardía. Su supone que, de acuerdo con las normas morales existentes, uno debería usar su poder para el bien, no para el mal. ―Así, Gordon se enderezó para recibir el golpe y lamentó haber empleado su tradicional lógica.

―¿Te pegan? ―preguntó con extrañeza Nicholas.

―¿Tú no quieres agredirme? ―El niño frunció el ceño porque esa no era la reacción que esperaba. Empíricamente, Gordon había observado una causa cuyo efecto no era el que había previsto; y, por primera vez en años, se quedó muy sorprendido por haber errado en su suposición.

―No. Yo he venido a pedirte ayuda.

―¿Tú…? Trató de serenarse―. ¿Tú necesitas que yo… que yo…? ―No se lo podía creer y por eso era incapaz de terminar la frase. Ese niño más mayor no solo no le había dado una tunda, sino que además le estaba pidiendo ayuda. ¿La suya? El mundo se había vuelto loco, era la única respuesta lógica que se le venía a la mente. O eso, o su inteligencia lo había abandonado y no había entendido bien lo que su interlocutor le estaba diciendo.

―Me habían dicho que eras algo así como una persona muy inteligente, pero creo que me han estafado ―bufó.

Un momento. ―Frenó a ese gigante al ver que echaba a andar. Se colocó sin temor ante él.

―¿Qué sucede ahora? ―preguntó el otro chasqueando la lengua. El día se le estaba complicando demasiado.

Tú eres lord Suffolk.

Sí.

Un conde.

Así es.

―Hijo del duque de Beauford y, por lo tanto, un futuro duque. Su heredero.

Oye… mira, como te llames, creo que he sido víctima de una broma y es mejor que dejemos esta conversación aquí. ―Nicholas lo miró de arriba abajo. En un primer momento, creyó que esa era justamente la pinta que tenía que tener el listo de Eton, porque ese pobre saco de huesos debía de tener en la mente lo que Dios no le había dado a su cuerpo ¿verdad?

―Has dicho que necesitas mi ayuda.

―No, no la tuya.

―Pero has dicho que…

Mira… de verdad, estoy buscando a lord Inadecuado ―era el mote que le dijeron que utilizaban con el niño que él pretendía encontrar―, y no creo que seas tú. ―Ese chico que tenía delante parecía mucho más que inadecuado―. Así que, si no te importa, apártate de mi camino.

―Me disgusta que se refieran a mí de ese modo. Soy Gordon, o lord Latimer ―su padre no le había pasado el título, pero él se lo agenciaba cada vez que podía para ver si así evitaba los golpes―, pero, desde luego, ese estúpido sobrenombre no me identifica en absoluto ―explicó, decidido y con garra.

Nicholas lo inspeccionó y se quedó gratamente sorprendido. Tal vez, debajo de esa apariencia enclenque sí había un espíritu de luchador.

―De acuerdo, Gordon. Yo soy…

Sé quién eres, lo hemos establecido con anterioridad ―lo cortó―. La pregunta más acuciante es: ¿qué quieres de mí?

Creí haber dejado claro que quería tu ayuda. ¿De verdad eres el lord Inadecuado? ―Era un mote peculiar, pero es que… No estaba seguro de si el muchacho que tenía enfrente lo podía ayudar.

Nicholas bajó la cabeza para examinarlo detenidamente con el ceño fruncido. Ese chico no parecía muy inteligente si no era capaz más que de repetir lo que él había señalado con anterioridad y, además, se le apreciaba muy condescendiente y no estaba por la labor de menospreciar a nadie, y menos a ese niño tan peculiar.

―No me gusta ese apelativo. Te ruego que no lo uses más. Soy Gordon. ―Tampoco solía usar el título para referirse a sí mismo.

―A ver ¿me vas a ayudar o no? ―preguntó ya sin paciencia.

―Eso depende.

―¿De qué va a depender que me ofrezcas tu ayuda?

―De lo que quieras y de lo que yo saque a cambio.

«Bien, ahí está», se dijo Nicholas. Ese muchacho, tal vez, no fuera tan bobo como había presumido a simple vista. Debería tener mucho cuidado con él, porque le daba en la nariz que ahí había más de lo que se apreciaba en un primer momento.

―Tengo serios problemas con varias materias ―eso era un eufemismo porque casi ni sabía leer―, y debo entregar mis deberes de forma correcta o me meteré en problemas. ―Su padre, el duque de Beauford, lo había matriculado en Eton para que fuese un hombre de provecho. Nicholas se quedó atónito cuando su progenitor le dijo eso, porque su excelencia era el tipo más vago, desvergonzado, jugador y… En fin, lord Beauford era igual que él, se dedicaba a vivir la vida sin preocupaciones; sin embargo, en su ultimátum le había dicho que si le causaba algún problema se quedaría sin el viaje por Europa y que su asignación volaría en un parpadeo. El joven conde no estaba dispuesto a averiguar si su padre se había marcado un farol.

―¿Sabes leer? ―preguntó Gordon, aun a riesgo de que por el atrevimiento pudiera soltarle un bofetón.

―¿Qué te parece si antes de desvelar nada establecemos las condiciones de nuestro acuerdo?

En esta ocasión fue Gordon quien se sorprendió. Tal vez, ese niño del que pensó que no tenía nada más que fuerza bruta, sí que tuviera algo más dentro, porque parecía un hueso duro de roer a la hora de negociar y no únicamente por su apariencia fiera.

―Comprendo que precisas de mucha ayuda.

―Entiendo que tú necesitas mucha protección le rebatió alzando una ceja.

―Creo que podemos formar un buen equipo.

Ambos se miraron sorpresivos. Parecían haber tenido la misma corazonada.

―Estaba pensando lo mismo.

―Tal vez, no seamos tan diferentes, después de todo.

Nicholas rompió a reír. Era evidente que no tenían nada en común a simple vista. Pero las necesidades de uno y otro podían ser un punto de encuentro.

―¿Sabes, Gordon?

―No. No puedo acceder a tus pensamientos si no me los dices… a no ser que…  ¿es una pregunta retórica? Porque de ser así, si es una pregunta que tú mismo vas a contestar, creo que me he adelantado al señalarte una evidencia. De modo que, por favor, te pido que continúes con tus divagaciones y me ilustres en tu pregunta retórica.

―No he entendido nada de lo que has dicho. De igual forma, te iba a decir que creo que podemos ser de gran ayuda el uno del otro.

Sí, eso es lo que he querido decir cuando he señalado con anterioridad que, probablemente, no seamos tan diferentes entre nosotros.

Nicholas suspiró.

Ilústrame, por favor, Gordon. ―No estaba claro el significado de esa palabra tan sabia, pero la debió haber utilizado bien cuando el otro niño torció una sonrisa.

Aun a riesgo de que te molestes y optes, finalmente, por agredirme, te diré que tú no gozas de sesera…

Gordon… ―lo interrumpió apretando los puños en una muestra de advertencia. La paciencia tenía un límite y ese muchachito estaba a un pelo de… ―Gordon alzó la mano para pedir silencio.

―Por favor, permite que continúe mi alegato.

―Bajo tu responsabilidad —volvió a bufar.

―Por supuesto. Como bien decía, tu mente… ―Lo vio alzar una ceja de nuevo y se replanteó su razonamiento―. En fin, como ves, soy un blanco fácil para los chicos mayores o los más corpulentos que gozan de la violencia de forma gratuita y…

―¿Cómo dices? ―No seguía el razonamiento. Gordon se percató de ello y cambió a un lenguaje más accesible.

―Que aquí todo el mundo tiene la costumbre de pegarme por placer.

―Ah, eso sí lo entiendo.

―Entonces creo que entre los dos podemos ser uno.

―Sigue.

―Yo te ayudaré a ser inteligente.

―Yo ya soy inteligente. Prueba de ello es que tenía un problema con mi aprendizaje y he buscado al más listo para que me ayude. ―El orgullo brillaba en su mirada.

Sí. De acuerdo. ―Tenía que apurar un poco más su explicación para que su recién descubierto protector comprendiera el acuerdo―. Yo te instruiré para que no haya materia que se te resista y tú a cambio me ayudarás a ser más fuerte, me enseñarás a defenderme y todo aquello que pueda serme de importancia para protegerme.

―No creo que lo tuyo se pueda arreglar. Lo siento, Gordon, pero no está en tu naturaleza ser lo que pides. Es más fácil que yo te proteja. ―De hecho, eso era lo que se había propuesto ofrecerle.

―¿No son acaso los jockeys pequeños y veloces? Son ellos los que sacan todo el partido a su caballo y los que…

―¿A dónde quieres llegar? ―Si se atrevía a compararlo con una montura, no tendría más remedio que darle su merecido porque nadie lo insultaba.

Sólo instrúyeme en las habilidades personales defensivas. En todas las que conozcas. Ese aspecto es inapelable.

―¿Inapelable?

―O eso o nada ―tradujo.

Nicholas se tomó unos momentos para evaluar la situación. Viendo la apariencia del que iba a ser su aliado, cualquiera podía creer que eso era una misión imposible, no obstante, el recién conocido Gordon se veía persistente

Está bien, lo intentaré… ―Desde luego, él iba a tener un trabajo más arduo que su compañero, pensó.

―Y mientras lo intentas tendrás que defenderme. ―Adujo con una brillante sonrisa.

―Eso es más plausible que lo que me has pedido en un primer momento. ¿Seguro que no quieres replantearte los términos del trato?

No. Tómalo con un reto.

―¿Un reto?

Sí. El de hacerme mejor y yo me pondré como meta que seas excelente. ―Gordon esperaba que el largo sacrificio diese sus frutos, porque el pobre tarugo que tenía delante…

―Me conformo con ser de la media. ―Nicholas era consciente de sus limitaciones, pero su nuevo amigo no parecía estar al tanto de las propias.

―Ah, eso es inconcebible.

―¿Por qué?

―Porque soy un perfeccionista y no me conformo con algo mediocre. Aspiro a lo mejor de lo mejor. ―Su padre lo había enseñado así.

―Y de ahí que te utilicen como pasatiempo para entrenar sus golpes. ―Señaló al tiempo que negaba con la cabeza.

―Pero eso se ha terminado ¿verdad, amigo mío? Le tendió la mano para sellar el trato.

―Supongo que tenemos un acuerdo.

―Entonces, deberás hacer que deje de ser un lord inadecuado y sea un lord capaz de defenderse. ―Estaba hasta las narices del mote que le habían puesto nada más desembarcar en Eton.

Te enseñaré, pero créeme cuando te digo que a mi lado nadie osará contrariarte. Era una promesa.

―Pues ten fe en lo que yo te prometo: gracias a mí nadie volverá a pensar que no eres inteligente ―expuso adivinando el temor de su nuevo aliado. Evitó señalar que él tenía la intención de que nadie lo volviese a tener por un enclenque para no hacerlo reír, pero esa era su meta.

Llámame Nicky.

―¿Nicky?

Así me llaman mis amigos. Soy Nicholas Williams. ―Gordon contuvo las ganas de echarse a llorar de felicidad. Todo el mundo decía que era demasiado sensible, así que, por una vez, contendría el llanto por más que sintiera deseos de gritar al mundo que al fin había conseguido hacer un amigo. Y más allá de la propia felicidad de no encontrarse solo, estaba la convicción de saber que, a partir de entonces, nadie volvería a tratarlo con desprecio, dado que el recién llegado, Nicky, el niño más poderoso de Eton, se había convertido en el nuevo gallo del corral y a él no le importaba ser, en el peor de los casos, su mascota. Gordon estaba decidido a mover los hilos sin que Nicky lo supiera…

Los dos niños se dieron la mano. La forma efusiva con la que Nicholas le estrechó la diestra le hizo dar un respingo y soltar una maldición para nada contenida.

―Vaya, vaya, al menos, no me he equivocado contigo y hay chispa. Creo que nos llevaremos bien. ―Una sonrisa cargada de orgullo asomó en el futuro duque.

―¿Sabes qué, Nicky?

―¿Esa va a ser una pregunta que tú mismo vas a responder? ¿Una retórica de esas? ―inquirió satisfecho el heredero de Beauford al ver que lo había sorprendido con la apreciación.

―En efecto, lo era. ―Se tomó un momento para asentir y sonreír, y prosiguió―. Sé que vamos a estar muy bien juntos. Imparables.

De los intereses y las virtudes opuestas surgió una amistad aprovechada que desembocó en un lazo forjado en la complicidad con la que ambos se sentían cómodos. Gordon y Nicky se convirtieron con el paso de los años en dos grandes e inseparables amigos hasta que finalizaron sus estudios en una de las academias más famosas de Londres del siglo XIX.


Capítulo 1   

Comienza la partida

 

Un año después

Lady Issabella estaba ansiosa por huir de la casa unos minutos —o unas horas, en el mejor de los casos— porque no aguantaba más las lecciones. Su hermana Amber la tenía cansada y aburrida con tanta monserga sobre comportamiento. Si la improvisada maestra, quien se había proclamado madre, supiera que nada más la dejase libre se marcharía corriendo en busca de un lindo gatito blanco y hermoso que había visto correr por la ventana…

¡Echaba tanto de menos a Nicky!

―¡Issabella! ―La mayor de los duques de Beauford le dio un malicioso pellizco para captar su atención.

―¡Ah! ―se quejó la joven, al tiempo que se tocaba el lugar de la agresión.

―Te quedan dos temporadas para ser presentada y no voy a consentir que nos pongas en evidencia.

―No lo haré ―dijo con convicción.

Amber se dio la vuelta. La vida era injusta. Con una madre que se había preocupado por ella misma y un padre que… no quería pensar en las barbaridades que su progenitor hacía, porque si no acabaría volcando su frustración con su hermana pequeña, y para eso no hacía falta mucho. La hermana mayor miró con desprecio a la pequeña. Issabella era del todo inútil. Con los padres desaparecidos y su hermano en la academia los años la habían convertido en la señora de la finca. Amber estaba orgullosa de su posición. Al fin, el sacrificio que su madre había empleado con ella valdría la pena.

Gracias al cielo, la duquesa la instruyó para que ella se pudiera ocupar de la hermana menor. Amber acudiría a Londres esta temporada para buscar esposo y esperaba acaparar a alguien de su misma posición o sus padres le darían la espalda.

La mayor de los tres hermanos observó una vez más a Issabella y negó con reprobación. Esa mocosa era incontenible. Si no terminaba con sus comportamientos infantiles y sus manías impropias, como las de intimar con el servicio, arrastraría el título de su familia por el fango. Amber hinchó pecho. No estaba dispuesta a que ella o Issabella hicieran peligrar la posición del ducado. Entre otras cosas, porque con su pedigrí podrían escapar de las garras de sus padres y tener una buena vida siendo duquesas. En honor a la verdad, a Amber le preocupaba ella misma, su hermana menor estaba condenada si no conseguía enderezarla y después de tantos años intentándolo

Duquesa. Ser la esposa de un duque era su destino. Eso era lo que su madre le había inculcado desde pequeña, si bien, fue antes de que el duque la echase a perder. Su pobre madre andaba en busca de venganza por las humillaciones de su esposo y todo parecía un mal juego que acabaría destruyéndolos a todos.

No. A ella y a Issabella —sobre todo a ella— les pillaría bien lejos cuando esto estallase. Su hermano Nicholas se las tendría que apañar por su cuenta. De todos modos, a Nicky no le costaría demasiado hacerlo, porque siendo un hombre y un futuro duque no tenía tantos impedimentos como las dos mujeres.

―¿Por qué me sigues pellizcando, Amber? Lo hago lo mejor que puedo ―se excusó la más joven de las hermanas mientras la miraba haciendo pucheros.

―Eres la hija de un duque, hermana de un conde que heredará el ducado. No permitiré que nos avergüences.

―Siempre me recriminas con lo mismo. Nicky dice que puedo hacer lo que me venga en gana. ―Las cartas entre ellos dos no se habían interrumpido con el paso del tiempo.

―Y yo digo todo lo contrario. Si quieres casarte, bien, si pretendes cazar un buen partido, tienes que esforzarte más. ―Amber estaba asqueada. No había peor castigo que haber tenido a su cargo a esa mocosa ensoñadora.

―Ya me esfuerzo.

―No lo bastante —replicó contundente.

―Me tienes todo el día con lecciones sobre comportamiento, sobre mi atuendo, sobre lo que es oportuno decir o no; y eso es solo una breve lista de todo lo que quieres que aprenda... Amber, falta mucho tiempo para que acuda a la ciudad para venderme. ―La mayor le dio otro pellizco tan fuerte que, seguramente, se pondría morado―. ¡Ah! ―Se volvió a quejar la pequeña.

―Tienes que reprimir tu naturaleza. No puedes decir cosas como la que acabas de decir. Una dama es comedida, no muestra sus opiniones. ―Era inútil. Issabella no era capaz de aprender nada. No merecía ser la hija de unos padres de tan alto rango. La hija de la cocinera tenía más educación y estilo que su hermana.

―¡Pero estamos tú y yo a solas! ―Se ganó otro pellizco―. ¡Amber! la regañó. Al menos, todavía no se había hecho servir de otros utensilios para afianzar el aprendizaje.

―No, Issabella. Las damas no muestran sus creencias ni en público ni en privado. Tengo que ser dura contigo, porque no quiero que acabes con alguien por debajo de tu posición. Para bien o para mal, eres la hija de sus excelencias.

Pienso casarme por amor.

Amber miró la vara que descansaba sobre un lateral de la sala de estudios. En esta ocasión, su hermana había tardado más de la cuenta en emplearla.

―Lo lamento, Issabella, me haces tener que tomar medidas más drásticas. Se movió hasta el objeto y lo tuvo en sus manos. Se prometió que, al menos, no sería tan inclemente como lo era la duquesa con ella. Cejaría el castigo antes de hacerle sangre―. Extiende tus manos.

Los ojos de Issabella comenzaron a llenarse de lágrimas que se negó a permitir derramar. ¿Qué parte de su cuerpo elegiría Amber en estos momentos?

Lo que la mayor de las damas nunca sabría es que, a lo largo del tiempo, Issabella se esforzaba cada día en amar a su hermana pese a que sus actos le decían que debería hacer justo lo contrario.

El castigo fue tan duro como lo era siempre en estos casos. Aun así, la muchacha no estaba dispuesta a olvidar que tenía la intención de ir a buscar al gato blanco, correr libre por el campo e ir a pescar. Tanto daba igual que una dama no hiciera nada como lo que iba a llevar a cabo, porque se prometió desde que tuvo uso de razón, que Amber no conseguiría mermar su espíritu ni arruinar su amor por ella.

Cuando le hizo creer a su hermana mayor que la lección había sido aprendida y comprendida en todos los sentidos —como hacía habitualmente—, esta le permitió salir a tomar el aire, no sin antes darle las oportunas advertencias sobre los futuros efectos que tendrían sus actos si no se volvía a comportar como una dama, acorde con su posición.

En medio de la puerta principal de la gran finca campestre, Issabella metió sus manos en el delantal al tiempo que miraba hacia la derecha y la izquierda. ¿Qué camino habría elegido el gato? Por un momento, tomó en cuenta impartirle un correctivo al animal por escapar a cada ocasión de la comodidad del hogar que ella le había dado. Pensó en la vara que acababa de usar Amber y supo que ella sería incapaz de castigar al dulce minino, el señor Nieve. El pobre se sentía enjaulado en la casa, tal y como ella misma, y por ello era importante tener un poco de libertad. Era perfectamente comprensible que su compañero necesitase unas horas para campar a sus anchas sin limitaciones.

La joven pensó que volvería a encontrar al señor Nieve en el lugar de siempre y esperaba que esta vez no le costase tanto bajarlo de allí arriba, porque la última vez Amber la envió a la cama sin cenar por haber estado desaparecida tanto tiempo. Bien pensado, aquello no fue tan grave como cuando la dejó todo un día sin comer.

Tarareando una liviana canción y dando saltitos de alegría, Issabella emprendió la marcha alegre, porque durante unas horas iba a ser libre del yugo de Amber.

La mayor de las hijas del duque la observó por la ventana. Suspiró porque intuía que los castigos iban a tener que ser mucho más severos. Sintió pena por Issabella y por ella misma, porque un tiempo no demasiado lejano, Amber había sido como su hermana pequeña. No obstante, la duquesa le hizo comprender que no era de buen gusto que una niña se comportase como ella lo hacía. Amber pasó por mucho hasta vislumbrar lo que tenía que hacer, y, sinceramente, había esperado que Issabella aprendiese con más rapidez lo que le sucedería si la contrariaba. Al menos, la pequeña no estaba gruesa, como ella lo estuvo en su niñez. Lady Beauford aducía que una dama tenía que presentar su mejor cara, y muchos días Amber los había pasado con un mendrugo de pan y agua, hasta que su figura fue la adecuada. Dejó la vara en su lugar al tiempo que la contemplaba fijamente. Fue una suerte que su madre no le dejase marcada la espalda durante uno de sus duros castigos, porque así le sería más fácil buscar un esposo —no quería defraudar a su futuro marido de ninguna manera—, y tener marcas antiestéticas en su cuerpo podría ser un motivo de anulación, de divorcio o de repulsión.

Mientras tanto, la dulce Issabella soplaba y resoplaba al ver al gato cómodamente lamiéndose las patas en lo más alto del frondoso abedul. ¿Cómo iba a bajarlo de ahí? ¡Ella tenía planes antes de regresar a la prisión con su carcelera!

Si Nicky estuviera allí podría ayudarla… pero él no llegaría hasta más tarde. ¡Oh, sí! Al fin, su adorado hermano regresaba a casa.

―Buenos días. ―Una voz a su espalda la hizo girarse.

―Buenos días contestó cortés. ¡Perfecto! ―Señaló entusiasmada cuando divisó a un joven despeinado y desarreglado ante ella.

―¿Qué es tan grandioso? ―preguntó con cautela al ver el jolgorio desmedido en la muchacha que tenía enfrente.

―Que esté aquí, evidentemente.

Ella le dedicó una sonrisa tan perfecta que el muchacho tuvo temor. Desde la distancia a la que estaba podía oír altas y claras las maquinaciones que ella estaba ideando en su mente; y no le agradaba que pasease la mirada desde él hasta la cima del inmenso árbol en el que se adivinaba una especie de animal.

―Lo dudo mucho.

―¿Y eso por qué? ―quiso averiguar

―Puedo vaticinar lo que se supone que deseas de mí y desde ya mismo te digo que no es buena idea.

Lástima ―expuso con desinterés. Él se tensó por la convicción de ella y porque hubiera entendido la palabra vaticinar.

Explícate mejor, por favor. ―Supo que había cometido un error cuando la vio torcer una sonrisa. ¿Por qué, de repente, se sentía atrapado en una gran red invisible? ¿Y a quién demonios le recordaba ese gesto?

Creí que estaba ante un héroe de brillante armadura… pero veo que… ―Dejó la frase a medias en un gesto de audacia para tratar que él se sintiera ofendido, pero sin llegar a molestarlo del todo. Ella no era tan poco inteligente como para entender que no debía irritar a un joven, por más que este no fuese sino el hijo de algún criado o el mozo de cuadras o quien fuera. Porque, aunque era evidente que estaba por debajo de su posición social, era una persona a la que debía un mínimo de respeto. Apartó el pensamiento rápidamente, ya que si Amber fuese capaz de entrar en su mente volvería a empuñar la vara.

―Es una manera muy sutil de apelar a mi ego.

―¿Y está funcionando? ―De nuevo, apareció esa sonrisilla intrigante.

―Muy a mi pesar, sí, lo has conseguido. ―No tenía sentido mentir.

―¿Me ayudará a bajarlo?

―¿Debo entender que sientes un gran apego por la bestia que descansa ahí arriba? ―le preguntó mirándola por primera vez a los ojos. Error. La muchacha tenía los ojos azules más bonitos que él había contemplado alguna vez. La examinó y se alegró de haberse topado con la hija de una criada en medio del campo y que esta, además, necesitase su intervención para solventar un problema. Su cabello era castaño con ribetes dorados de pura luz, su figura perfecta con ciertas curvas en…

Sí, sí, el señor Nieve es mi más leal amigo. No es una bestia y no puedo permitir que se extravíe.

Esta vez le tocó a él sonreír de lado. Si la bribona supiese que había confesado sin saberlo lo mucho que lo necesitaba…

Subiré a coger al gato ―esperaba poder hacerlo―, pero ¿qué saco yo de este acuerdo?

Mi gratitud. ―El muchacho se acercó para examinar el árbol y comprobar si sus ramas serían lo suficientemente fuertes para aguantar su peso. Por primera vez, encontró en su delgadez una ventaja. En los últimos años había crecido y había dejado de ser bajo, no obstante, era de fina constitución.

―Poca recompensa, para tan gran hazaña.

―¡Es un árbol, no una intervención en la guerra! ―Se quejó bufando.

Otra vez un gesto algo familiar… El joven se preguntó si la conocería de otro lugar… ¡Imposible!

―Es una altura más que considerable y podría romperme la crisma o peor, quedar lesionado.

Issabella se dio unos toques en la cabeza mientras pensaba. Cierto que el pobre podría caer y lastimarse, y eso le haría perder días en su trabajo…

―Supongo que tiene razón.

―Siempre llevo la razón ―expuso altivo. No sería fuerte ni musculado, pero en cuestiones de lógica no le ganaba nadie.

―Puedo darle tres libras. ―Era todo lo que tenía ahorrado.

―No necesito dinero. ―¡Otra que lo trataba como a un mendigo!, pensó molesto el joven.

―¡Oh! ―Ella no se esperaba esa contestación―. Pues no tengo nada más que ofrecer… ―expuso desanimada. Dudaba que el trozo de pastel de queso que llevaba en su bolsillo fuese a tentarlo después de negarse a aceptar esa gran fortuna.

―Quiero un beso. ―¿Qué? Él no iba a tener otra oportunidad mejor para robar un beso y la joven que tenía delante era realmente hermosa. La proeza iba a ser una temeridad que podría acarrearle graves consecuencias, así que, lo mínimo que él merecía era poder dar por primera vez un beso a una muchacha. Tal vez, fuera la única ocasión en la que podría hacerlo sin emplear su dinero.

―¿Cómo dice? ―Este muchacho se estaba ganando una reprimenda que iría más allá de empuñar la vara. Debería buscar a Amber, explicarle lo sucedido y que fuese despedido de su trabajo a la mayor brevedad posible. Lo miró de arriba abajo. Él contuvo la respiración porque sabía que lo estaba examinando, que determinaría que carecía de atractivo y se negaría. El joven pensó en sugerirle que además de bajar al animal le daría veinte libras. Desechó la idea de inmediato porque se negaba a corromper aun más la inapropiada proposición.

Issabella suspiró. No podía acusarlo de chantajearla. Bien sabía ella lo que era una extorsión… Nicky la utilizaba  con ella cuando era más pequeña. Era obvio que el joven necesitaba una fuente de ingresos, porque su atuendo, su aspecto… todo en él le indicaba que el pobre no tenía suficientes medios… No podía pedir su despido.

Se centró en él. Lo que más le llamó la atención fue ver la esperanza tan cálida en su mirada.

―Baje al gato y le daré unbeso. ―Ella estaba cohibida.

No.

―¿No? ―preguntó ella con los ojos como platos.

―No procederé a obedecer tu petición por un sencillo motivo.

―¿Cuál? ―Hubo de preguntar cuando él se quedó callado.

―¿Quién me asegura que no haré lo que me pides y no me ofrecerás la recompensa como pago?

―¿Y quién me asegura a mí que no le daré lo que pide y se marchará sin dar el servicio? ―Ella se cruzó de brazos para imitar la posición que él tenía. Lo encontró un poco más intimidante y quiso corresponderle del mismo modo.

Él se sorprendió. Había previsto que la joven sería algún tipo de palurda campestre y lo acababa de dejar gratamente sorprendido con su razonamiento.

―Lo echaremos a suertes para ver quién es el primero en realizar el trabajo y empeñaremos nuestra palabra de honor para respetar las condiciones del acuerdo. —Ella lo había tratado de usted y eso significaba que, al menos, sabía que él era noble. La joven se veía elocuente, tal vez, más que eso, pero ese delantal roído y el viejo vestido que se adivinaba debajo… ¡Pobre campesina! Tal vez, sí debería darle un par de libras para ayudarla…

Parece justo.

Él sacó una moneda y le pidió a ella que eligiera una de las dos figuras impresas. Issabella se quedó con el dibujo del caballo del penique que él tenía. Entonces, él la hizo rodar por el aire. Cuando la tuvo prisionera en su mano preguntó:

―¿Lista?

Lista. ―Él abrió la mano y sonrió satisfecho al tiempo que ella hacía una mueca. Salieron las letras y no el caballo.

Gano.

Está bien.

La vio humedecerse los labios y se puso frenético por la anticipación.

―¿Puedo acercarme? ―preguntó él ansioso.

―Si pretende besarme, creo que no va a poder hacerlo desde ahí. Miró a su gato y consideró la opción de dejarlo colgado en lo alto del árbol. No haría eso.

Sí, cierto… ¿quieres que…? ―Estaba sudando y no era capaz de expresar sus pensamientos de forma sencilla.

―¿Qué? ―preguntó ella al ver que él no continuaba con la averiguación.

―¿Quieres que te abrace?

―¿Es necesario para hacerlo? ―A ella nunca la habían besado y no sabía nada acerca del ritual.

―Supongo… ―Él quería estrecharla entre sus brazos y sostener su cuerpo para hacerlo más placentero para ambos, claro. Además, le habían dicho que esa era la manera correcta de hacerlo.

Está bien señaló suspirando y resignada. No era así como había previsto que sería su primer contacto íntimo… Aunque, bien mirado, podía ser considerado como algo romántico. Ella, la hija de un duque, él, un sirviente… un amor condenado, imposible… Sí, sí, ella no estaba enamorada y él, desde luego, no podría estarlo de ella, pero, aun así, era una bonita historia que podría atesorar durante toda su vida ¿verdad?

Él se acercó tratando de no mostrar que estaba aterrado. Posó la mano derecha en su cintura y sintió como un rayo que lo atravesaba, o como una conexión. Ella dio un pequeño respingo, pero se obligó a regresar a su sitio. Issabella lo observó inclinarse hacia ella con los ojos cerrados. Se mantuvo quieta incluso cuando él deslizó su otra mano en su nunca para acercarla más. No se atrevía a apagar la luz de su mirada porque… Dos segundos fue lo que tardó en agachar los párpados. El contacto de los labios de él era algo… extraño, pero maravilloso a la vez; tal vez, porque sabía que estaba haciendo algo prohibido que no debería hacer; o tal vez…

Emitió un suspiro al sentir que el joven deslizaba su lengua por encima de sus labios apretados. La hizo separar los suyos y la lengua invasora aprovechó para acceder en la profundidad. Luchó contra la intrusa con su propia lengua tratando de sacarla de ahí como si fuese un combate con espadas, pero pronto se vio devolviendo las suaves lamidas que la lengua grosera le daba a la suya. Entonces, suspiró de placer y se dejó vencer por esas nuevas sensaciones que le estaba ofreciendo el muchacho.

Él trataba en balde de controlar la respiración. Su cuerpo se revolucionó hasta el punto de tener que ladearse para no herir la sensibilidad de la joven que lo había encendido en su virilidad. Pese a que sabía que debía romper el beso, no sólo no fue capaz de hacerlo, si no que su mano había tomado la iniciativa y se acercó para manosear el turgente pecho de la muchacha. Nunca se preguntó si era de gusto de seno grande o más pequeño, pero, definitivamente, le gustaban los grandes, como los que ella le estaba dejando acariciar sobre la tela. Su otra mano soltó la nuca para ir en busca de las posaderas. Nunca llegó a su destino.

La intromisión de la primera mano sobre su busto le hizo recuperar el juicio. Issabella se separó y le dio un manotazo en el brazo para alejar el contacto. Daba igual que, bajo su palma y la ropa, el pezón se hubiera manifestado rebelde y a gusto, esto no debería permitirlo. No. Definitivamente, no debería consentir semejante licencia a ningún hombre que no fuese su adorado esposo, e incluso siendo su marido, lo que había hecho no se sentía como si fuese algo que una honrada mujer se dejaría hacer…

―Creo que es más que suficiente. ―Issabella nunca sabría cómo había sido capaz de despertar de su ensoñación para poder enfrentarlo.

Yoestosí. Ha sido… ―«Inolvidable, grandioso, espectacular, sublime», quiso gritar―. Suficiente. ―Su pecho cantaba un gran aleluya. Su primer beso había sido un éxito rotundo y más, porque escuchar los suaves gemiditos que ella daba le había hecho comprender que mal no lo había hecho. Él rezó una plegaria para que la muchacha no se diera cuenta del estado en el que lo había dejado. Su ingle estaba demasiado enfadada por no haber recibido más atenciones.

―Cumpla su parte. ―Issabella le sonrió y con la indicación de su dedo índice le señaló el lugar al que debía acceder.

El joven tosió incómodo. Era hora de enfrascarse en su… ¿Cómo había dicho ella? Ah, sí, en su brillante armadura y demostrar su valentía y la fuerza de su palabra de honor. Mientras accedía por el tronco iba pensando que qué tan mal se tomaría su familia el hecho que él pretendiera desposar a una criada sin un linaje importante y sin dinero… No era descabellado pensar en esta belleza siendo su esposa, porque estaba seguro de que ninguna otra lo miraría dos veces. Y la muchacha no solo le había permitido dirigirse a ella, sino que también había disfrutado de su tórrido te-à-tête. Ya la estaba imaginando en su casa, criando a sus hijos mientras él se ocupaba de los negocios familiares…

―¡Cuidado! gritó Issabella al tiempo que se tapaba los ojos para no ver la caída. Pasados unos segundos, cuando no escuchó el estruendo, descorrió la improvisada cortina de su vista y respiró tranquila―. ¿Está bien?

―Ha faltado poco. Tú tienes la culpa.

―¿Yo? ¡Pero si no he hecho nada!

Él se mordió la lengua para no desvelar sus pensamientos. ¿Si le propusiese matrimonio ella accedería? Bien, sí, él no era nada atractivo, y su aspecto era… pero si le enseñaba su dinero, los lujos con los que viviría y la posición que tenía, seguro que una muchacha de campo totalmente desvalida saltaría agradecida por la oportunidad… ¿O no?

Se había fijado en sus manos y la pobre las tenía muy maltratadas de tanto que tendría que trabajar… Además, seguro que con sus dieciocho o veinte años estaba en edad más que casadera. Ese delantal que llevaba la hacía un poco joven, pero ese cuerpo era sin duda el de una mujer madura hecha para el disfrute. Para su único gozo y deleite. Este pensamiento despertó en él un sentimiento de posesividad que no supo que habitaba en su interior.

Entre pensamiento y pensamiento, llegó hasta el maldito gato.

Así que, tú eres el señor Nieve ―le susurró al animal―. No lo sabes, gatito, pero acabas de ganarte a un fiel caballero para toda la eternidad, pues por tu causa me he visto colmado de felicidad.

El gato debió de haber entendido que él no iba a hacerle daño, porque se dejó colocar en el interior de la chaqueta y le permitió comenzar el descenso sin queja alguna. Siempre se le habían dado mucho mejor los animales ―sobre todo los caballos― que las personas.

―¡Gracias, gracias! ―decía al tiempo que él le entregaba el animal.

―¿Cómo te llamas?

Issabella. Prescindió del título porque no quería hacerlo sentir incómodo. Si el pobre joven llegase a saber que había abusado de la confianza de la hija de un duque… decidió evitarle el mal trago.

―Yo soy Gordon. ―Evitó alardear de la baronía, porque, aunque para muchos era un título nobiliario menor, no quería incomodar a la sencilla muchacha―. Issabella. Se permitió decir su nombre y paladearlo―. Yo quería saber si tú…

―¡Gordon, Gordon! ―Unos gritos lejanos los importunaron. El aludido se giró para ver quién lo llamaba tan efusivamente.

La joven salió a la carrera en dirección completamente opuesta. Sus dos hermanos se acercaban. Issabella se moría de ganas por abrazar y saludar a Nicky, pero si Amber veía que se había cambiado y que su atuendo era... Con un poco de suerte no la habrían visto, puesto que ella estaba oculta tras el cuerpo del joven que la había ayudado.

Cuando él regresó la mirada para seguir con lo que pretendía decir, ella ya no estaba. ¿Habría sido todo producto de su imaginación? ¿Tan desesperado estaba que su mente maliciosa le había jugado una mala pasada?

―¿Se puede saber qué haces ahí parado? ―preguntó Nicky examinándolo de hito en hito.

―¿Qué voy a hacer? Pues admirando tus dominios, amigo mío. ―Se dieron un apretón de manos entre risas y oyeron un carraspeo.

Sí, sí… ―comentó Nicky de mala gana―. Barón Latimer, permita que le presente a lady Amber, mi hermana mayor.

Un placer, milady. ―Agachó la cabeza en señal de humildad.

Ella hizo una reverencia no demasiado elegante sin decir una palabra, porque el hombre que tenía delante no era de su posición, ni era apuesto, así que se dio la vuelta airada por haber perdido un tiempo valioso con un don nadie carente de atractivos.

―Veo que no has perdido tu toque con las féminas ―se mofó Nicky cuando su hermana estuvo bastante lejos.

―No creas, en este tiempo he progresado bastante. ―Él era un caballero y jamás desvelaría lo que había estado haciendo con una joven del servicio de su amigo, por más que quisiera alardear. Era su primer beso y él estaba orgulloso de haber puesto en marcha todo lo que su amigo le había aconsejado que hiciese.

―¿Estás listo para pasar el verano en mis dominios, como bien has dicho antes? ―Nicky extendió el brazo y apuntó con el dedo toda la tierra que configuraba su ducado.

―Por supuesto. Me invitaste y aquí estoy. ―Su padre no era partidario de su amistad, pero, al final, ser amigo de un futuro duque pesaba más que cualquier reparo.

―Si en algún momento quieres huir, lo comprenderé ―señaló enigmático.

―¿Huir? ―No lo creía, porque de pronto se le presentaban meses por delante en los que podría conocer a la joven que había acaparado toda su atención.

―Con un poco de suerte, únicamente tendremos que aguantar a Amber, mis padres están ocupados con sus… asuntos. ―De niño recordaba estar harto de oír los gritos y reproches de los duques. La larga estancia en Eton, al menos, le permitió alejarse lo bastante.

―Tranquilo, mis padres también hacen de las suyas. ―Su madre el otro día  había recriminado a su padre por haberse colocado una chaqueta poco elegante y se habían peleado por ello. Gracias al cielo que su hermana Brenda intervino y puso un poco de orden. Las reconciliaciones eran demasiado… apasionadas cuanto mayor era la pelea; y su padre había encontrado la manera de hacer regañinas tontas a cada rato para… en fin, sí, para eso. Gordon hizo una mueca al pensar en la vida íntima de sus padres.

―Si te parece bien, vayamos a la casa y te mostraré el interior.

―Tu hermana Amber parecía disgustada. Creo que incluso me ha perdonado la vida. ―Esa gélida mirada…

Créeme, es bueno para ti que ella considere que está por encima y te quiera fuera de su camino. Puede ser muy cargante. Se cree la madre de todos nosotros y es… Mejor que no tenga interés en ti. ―A Nicky no le pasó desapercibida la mueca que ella puso cuando nombró que el amigo que iba a alojarse con ellos durante el verano era un barón. Eso sin contar que en la media hora en la que había hablado con ella se había dado cuenta de que era mucho peor que en las cartas que le enviaba al internado. Su hermana era una arpía.

―Te creo, Nicky. ―Verla le dio un escalofrío de los malos.

―Vamos a pasarlo en grande, por de pronto hoy, después de la cena, iremos a la posada a divertirnos un poco. Estoy seguro de que nunca te has emborrachado y te has divertido con una preciosa posadera en tu regazo mientras pierdes una bonita suma de dinero.

―Yo nunca pierdo ―bufó Gordon.

―¿Sabes jugar a las cartas? ―Eso no se lo esperaba. En todos los años de escuela, su amigo lo juzgó por desplumar a muchos de sus compañeros. Pero Nicky sabía a quién debía quitarle su dinero y a quién no.

―Por supuesto que no. Mi tiempo es muy valioso para dedicarlo en ocios absurdos.

―Explica, pues, eso de que no pierdes nunca.

Nicky, creí haberte enseñado mejor a aplicar la lógica.

―Deja de ser condescendiente y habla.

―No pierdo, porque no juego. No juego, no apuesto, ergo mi dinero está a buen recaudo.

―Me necesitas, Gordon, es imperativo que te saque el palo del c…, en fin, me necesitas. Debes divertirte, porque en todos estos años no he podido conseguir que dejes de ser un estirado y estoy empecinado en conseguirlo pese al tiempo que me cueste.

―¡Oye! Yo no tengo nada, y menos eso, metido en ningún orificio de mi cuerpo. Además, es una expresión muy soez que un futuro duque no debería utilizar.

Nicky lo había adecentado un poco, pero revisando el atuendo de Gordon, claramente, no había hecho un buen trabajo. La camisa de su amigo estaba arrugada, el chaleco brillaba por su ausencia y la chaqueta estaba llena de pelos y más arrugada que la propia camisa. Sus pantalones eran otro desastre aún peor y los tejidos parecían como de muy baja calidad…

―¿Ves cómo eres un estirado esnob? Necesitas aprender a disfrutar. Creo que tengo aún demasiado trabajo por delante. Cuando hicimos el trato siempre supe que yo tendría que hacer más esfuerzo que tú.

―¡Pero si tus calificaciones en Eton llegaron a ser notables! Yo sí me esforcé con todas mis fuerzas en enseñarte todo.

―Y, aun así, reitero mi afirmación. Yo tuve, tengo ―se rectificó― mucho trabajo por delante contigo. ―Le palmeó la espalda al bueno de Gordon y ambos se encaminaron en dirección a la casa.

―Desde luego, lo que sí tienes es un ego muy crecido.

―Y tú lo sigues teniendo demasiado bajo, y eso es algo que vamos a tener que solventar rápido. 

―Comienzo a pensar que me has tomado como una obra de caridad y no me gusta sentirme así.

―Yo siempre cumplo mis promesas, Gordon. Decidí que te ayudaría a mejorar y es lo que voy a hacer hasta mi último aliento.

―He mejorado mucho y eres un amigo terrible.

―¿Yo? Pero si soy el único que tienes.

―Cuando ya parece imposible que me hagas sentir más miserable, vas y lo consigues.

―Vamos, vamos, amigo mío. ¡Mírate!

―¿Qué? ―preguntó con los brazos abiertos mientras se daba una mirada sobre sí mismo.

Estás horrible. ¿No te aconsejé visitar a un buen sastre?

―¡Fui al que me dijiste!

―¡Eso es imposible! ―Lo había mandado al hombre que le elaboraba sus trajes y era el mejor de todo Londres. Sus confecciones valían una fortuna que bien la merecían.

―¡Te lo juro!

Gordon, ¿por qué te dejas engañar por todo el mundo?

―¿Cómo dices?

―Mi sastre no es un hombre bobo, imagino que te ha colocado algo que nadie quería comprar y tú se lo has permitido.

―¡He pagado un dineral y me dijo que era la última moda!

―¿Ves? Tengo mucho, mucho, muchísimo trabajo contigo ―dijo al tiempo que negaba con la cabeza.



En el otro extremo de la propiedad una desenfad Issabella se había descalzado para meter los pies en el río. Aprovechó también para sumergir las manos para que el frescor le diese alivio. Esperaba que el gato, que se había acomodado sobre su regazo, no se volviese a escapar.

Cuando pasó un momento sacó las manos y vio sus palmas. No iba a poder pescar porque le dolían demasiado como para sostener la caña, ni tan siquiera la menos pesada de todas ellas, esas que tenía escondidas en uno de los matorrales cercanos al río. Además, tampoco podía usar las manos para buscar gusanos y utilizarlos de cebo, porque aparte del dolor, su hermana vería la suciedad en las uñas y Dios sabe lo que sería capaz de hacerle.

¿Cuándo se había convertido Amber en una bruja desalmada? Se arrepintió del pensamiento en cuanto le rondó la mente. Issabella quería a su hermana y estaba segura de que todo lo que le hacía pasar era producto de la creencia de que lo hacía por su bien. Era imposible que Amber no quisiera su felicidad. Eso es lo que la propia Amber decía cada vez que tenía que ser cruel con ella y, sinceramente, esperaba que fuese verdad.

A una tierna edad y con una madre ausente, Amber se había ocupado de su educación, de la casa y de todo… La mayor de los duques había retrasado su presentación porque ella la necesitaba, pero esperaba que pronto se casase y la dejase en paz. De nuevo, se sintió culpable por esta nueva idea malvada sobre Amber.

Se esforzó en centrar sus pensamientos en su hermana, porque si se paraba a pensar en lo otro tan impropio que le había sucedido… ese episodio tan inesperado con un hombre… estaba aturdida, pero se obligó a dejar de lado esos pensamientos pecaminosos. Una dama no debería permitir que sus arrebatos, sus pasiones más íntimas, tomaran el control de su cuerpo y su voluntad. Esto era elemental, aunque Amber no se lo había dicho, pero imaginaba que su suposición no iría desencaminada. Porque una dama no podía hacer nada de lo que disfrutase…

Esos ojos marrones, esos labios finos y ese pelo rojo como el fuego… ¿Sería ese el motivo por el que se sintió arder en su interior? ¿Sería por el pelo de él?

En un primer momento no le pareció nada del otro mundo, pero ese beso… Ahí hubo una inflexión con respecto a su primera suposición hacia él. Y lo más importante, ¿de quién sería hijo y cómo lo enfrentaría la próxima vez que se lo cruzase sin sonrojarse de pies a cabeza?

El gato maulló y la miró. La joven partió un trozo de pastel y le dio un bocado al minino al tiempo que ella se comía otro.

Las siguientes horas trascurrieron en paz junto al agua, cuyo sonido la sumía en un estado de paz del que no quería salir.

Cuando el sol comenzó a estar bajo, el señor Nieve volvió a llamar su atención en una clara advertencia.

Sí, será mejor que regresemos a casa o sabe el Altísimo qué me hará Amber. Además, ahora tenemos al fin a Nicky de vuelta.

 

Capítulo 2  

Reina de corazones

 

 

Esa noche Issabella no tuvo valor ni para bajar a cenar. No podía ver a Amber, en los últimos tiempos su hermana se había vuelto cruel y ella no quería verla. Así que, le subieron una bandeja a su habitación con un plato con un poco de pan y carne fría. La verdad es que no contaba con apetito y no le supo mal que su hermana le racionalizase la comida. Se miró el busto, ¿qué tenían de malo sus senos? Cierto que eran más grandes que los de Amber pero ¿qué iba a hacer?, ¿pincharlos para que se vaciaran?

Se acostó en la cama acordándose de lo inesperado que fue el día y una sensación especial la inundó. Tenía que averiguar de forma discreta la identidad de ese joven desgarbado que se había atrevido a robarle su primer beso… ¿Cómo la haría?

Con este pensamiento, y viviendo numerosas situaciones del todo impropias para una joven casadera virginal, se sumió en los brazos de Morfeo para levantarse dispuesta a afrontar un nuevo día.


La sensación que tenía es que iba a ser un gran día. La primera pista de lo que iba a suceder se la dio la propia Amber, quien comentó que no podrían llevar a cabo sus tareas de la mañana porque debía ocuparse de unas cosas importantes. ¡Fantástico! Issabella ya estaba pensando en los peces que iba a pescar.

Salió con un vestido sencillo y su delantal para protegerse de la suciedad tal y como había hecho en el día anterior. Por el camino de piedra llegó hasta el abedul. Ese monumental testigo del paso de los años iba a tener un nuevo significado para ella. Sonrió al recordar la situación tan íntima vivida y no pudo evitar sonrojarse. Le salió una risita risueña que se fundió con el canto de los pájaros.

―¿Te ríes? Issabella saltó al oír la pregunta a su espalda y a punto estuvo de caer en el suelo.

Gordon. Señaló en un susurro cuando los brazos del joven la sostuvieron. No hizo falta girarse para conocer la identidad de su salvador porque olía a él, un aroma masculino que tan bien recordaba.

―¿Estás bien? ―preguntó cuando la giró para examinarla.

Sí, me has sobresaltado, eso es todo.

Vine con la única idea de encontrarte, pero nunca creí que fuera tan fácil. Hubo de confesar―. ¿No me digas que el señor Nieve ha vuelto a hacer de las suyas? ―Miró hacia lo alto para ver si veía al animal y pensando en lo que le reclamaría a ella por su ayuda en esta ocasión.

―No, no. Voy a ir a pescar.

―¿Sabes pescar? ―preguntó con la boca abierta.

―¿Tú no?

―No lo he intentado nunca.

―Es muy fácil. Si quieres puedo enseñarte.

―Issabella, eres un descubrimiento ―explicó mirándola a los ojos. Vio teñirse sus mejillas de rubor y le pareció lo más bonito que una vez contempló.

―¡Vamos! ―La joven salió a la carrera y él fue tras ella.

Llegaron a un campo cubierto por dientes de león. Ella hizo volar las pequeñas cápsulas de las flores al tiempo que él la contemplaba como si fuese un ángel.

Toda ella, la naturalidad y la espontaneidad, la hacían encantadora. Eso sin desdeñar su bonita apariencia. Y lo más importante es que ella lo veía. Sí, lo miraba como… bien, no sabía como a qué o como a quién en este caso, pero, por primera vez, una fémina lo trataba como a un hombre y de forma amable. ¡Si incluso le había sonreído! Y no había sido solo una muestra brillante de sus dientes blancos ―que también―, sino que lo había hecho de forma natural. ¿Sería un sueño?

La malo era su posición… la de ambos, ya puestos. La sociedad no lo consentiría.

―¿Ves? ―La muchacha lo sacó de sus pensamientos al tiempo que le pasaba unos gusanos vivos. ¡¿Unos gusanos vivos?!

―¿Qué haces? ―Gordon se dio cuenta de que habían llegado al río y de que estaban arrodillados en la tierra.

―¿No querías que te enseñase a pescar?

Dime una cosa, ¿te han dado la mañana libre? ―preguntó él mientras sostenía las cañas en sus manos.

―Se podría decir que sí. ―Amber no estaba y ella podía dedicarse a sus cosas… ―¿Y a ti?

Sí, por supuesto que sí. ―Su mejor amigo se había ido con su hermana a arreglar no sé qué cosa con no sé qué arrendatarios…

―Entonces, coges al gusano y lo colocas con cuidado en el anzuelo… ―Ella iba haciendo lo que predicaba―. Así, ¿lo ves?

Sí, parece fácil. ―Él comenzó a imitarla con su utensilio―. ¡Lo he logrado!

―Claro que sí. ―La joven se contagió de la felicidad de su nuevo amigo.

―Y ahora, ¿qué hacemos?

Toca pescar ―dijo ella como si fuese lo más elemental del mundo.

―¿En el agua? ―¿Por qué su cerebro parecía irse de paseo cuando estaba con esta muchacha?, se preguntó Gordon.

Sí, por supuesto. Mira. ―Issabella deslizó grácil su caña hasta la orilla y la sostuvo en sus manos―. Ven, siéntate junto a mí. ―Le hizo un gesto con la mano para animarlo a tomar asiento.

Gordon así lo hizo. Su cebo también estaba ya tentando a los peces.

―¿Tienes familia? ―quiso averiguar él.

―Mis padres, ciertamente, no se llevan demasiado bien, tampoco los veo a menudo.

―¿Quién te cuida? ―El corazón le dio un vuelco al creerla sola en el mundo.

―Mis hermanos. Mi hermana mayor se ha tomado el papel de segunda madre muy decididamente y mi hermano es quien me atiende de modo más… ―No quiso terminar la frase, porque eso implicaría dejar entrever que Nicky era el que le daba amor y Amber una disciplina que rozaba lo inhumano. No, no lo diría porque ella adoraba a sus dos hermanos.

―¿Qué ibas a decir?

―¡Mira! Tu caña se balancea. ¡Han picado, han picado! ―Lo ayudó a recoger el sedal. Un bonito ejemplar saltaba cautivador. El orgullo masculino que habitaba en él y que, por lo visto, tenía, se irguió poderoso. Su damisela lo miraba encantada con la hazaña.

―Soy bueno en esto.

―Te he dado el mejor cebo que conseguí. ―Issabella no pretendía arrebatarle el mérito, pero él se veía excesivamente seguro de sí mismo y ella era la que había hecho la mayor parte del trabajo dándole un suculento manjar para el pescado.

―Pero yo lo pesqué. Issabella resopló. ¡Era igual que Nicky!

Sí, tú lo capturaste claudicó. Pongámoslo en la cesta. Será una cena muy rica.

―¿Lo vamos a comer? ―preguntó con una mueca de horror. Eso la hizo sonreír.

―¿No te gusta el pescado?

―Desde luego que sí, pero nunca he comido nada que yo haya cazado. Pescado, en este caso. ―Se sentía un hombre poderoso.

―Pues esta será la primera vez, ¿no te parece?

Sí… creo que estará bien… ―Su orgullo seguía por las alturas. Incluso sonaba condescendiente.

Issabella le entregó otro gusano y él volvió a hundir la caña en el agua cristalina. ¿Qué les pasaba a las truchas que no picaban su anzuelo? —se preguntó la joven.

―¿Tú tienes familia? ―Intentaba averiguar discretamente si sería hijo del jefe de cuadras o del mayordomo… Había oído que uno de ellos esperaba la llegada de su joven hijo.

Sí. Mis padres gozan de buena salud, afortunadamente, y tengo una hermana que es… ―No tenía muy claro cómo continuar la frase. Brenda era demasiado inteligente para su gusto. La inteligencia en un hombre estaba bien, pero en una dama, en la hija de un barón, no estaba bien vista.

―¿Bonita?

―No lo sé… es mi hermana, no pienso en ella en esos términos. ―Ciertamente, no sabía si los demás la encontraban hermosa. Para él solo era Brenda.

―¿Y te gusta tu trabajo? ―preguntó, a ver si así  podía averiguar a qué se dedicaba él. ¿Estaría en contacto con caballos? El señor Nieve era poco sociable y había estado muy a gusto con él. En honor a la verdad, ella esperaba que le diera un zarpazo cuando fue a cogerlo en lo alto del árbol, pero el gato se comportó sumiso y obediente. Ese gesto le dio una pista de que el muchacho era una buena persona.

―Mucho. De hecho, me apasiona. Tratar con personas es a veces complicado, pero…

―¡Han picado, mira, mira! ―Issabella estaba eufórica. Y se puso más contenta cuando vio que la pieza de ella era aún mayor que la de él. Lo vio mirar el ejemplar que había en la cesta y compararlo con el que ella estaba soltando del anzuelo. ¡Era igual de competitivo que Nicky!―. El tuyo es más pequeño señaló un poco altiva.

―Son iguales ―expuso enfurruñado―. Además, creo que es hora de irnos. Se está haciendo tarde.

Sí, habrá que entregar la cena para que la preparen.

―¿Tú cocinas?

―¿Yo? ―Si su hermana la viera en la cocina entregando los peces le daría un infarto y si, además, la viese frente a los fogones… Dios sabe qué castigo le impartiría―. No.

―¿Tú limpias? ―Él necesitaba saber qué puesto ocupaba en la casa de su amigo.

―Lo cierto es que si veo algo sucio tengo la necesidad de limpiarlo. ―Esa misma mañana había derramado la leche un poco y usó su mejor pañuelo para limpiar el pequeño estropicio.

Él la miró extrañado. ¿Era doncella? ¿Se ocupaba de la lumbre? ¿Cómo podría localizarla en una casa tan grande y con tantos sirvientes sin llamar la atención y sin ser evidente en la insinuación? Gordon comenzaba a entender que el atractivo de Nicky no era lo único que su buen amigo utilizaba para cautivar a las féminas, bien hacía falta muuuucho ingenio.

―¿Regresamos, Gordon? ―lo animó ella después de dejar las cañas en su lugar y coger la cesta.

―¿Juntos? ―No debía colocarla en esta situación. Ella no era una dama de alta alcurnia, pero, por alguna razón, no quería que el resto de los trabajadores rumoreasen sobre ella.

―Supongo que tienes razón. ―El pobre sirviente no debía ser visto en compañía de la hija menor de los duques…

Adelántate tú ―la animó.

Sí, es lo mejor. ―Issabella no quería meterlo en ningún aprieto.

Una risueña joven inició el paso apresurada y portando los peces. Cuando llegó a la mitad del camino se dio cuenta de que no sabía cómo hacerle llegar su parte de la recompensa para la cena… Lo mejor sería dejar las capturas en la cocina sin que nadie se enterase y que el servicio hiciera lo que quisiera, con un poco de suerte, el ama de llaves sabría que ella había sido la artífice y le servirían el pescado rodeado de limón y con unas patatas aliñadas.


La hora de la cena llegó y Nicky la instó a arreglarse y bajar a compartir la mesa con la familia. Issabella no quería defraudar a ninguno de sus hermanos, pero, especialmente, se negaba a hacerlo con Nicky.

Se colocó un sencillo traje y comenzó a deslizarse por las escaleras implorando por no cometer ninguna imprudencia que hiciera enfadar a Amber.

―Ratoncito, al fin te veo. ―Nicky estaba a los pies de la escalera contemplando cuánto había crecido su hermana menor.

Issabella miró a su izquierda, a derecha, adelante y atrás, y en el momento en el que estuvo segura de que Amber no estaba cerca, corrió hacia los brazos extendidos de su hermano. Los dos se fundieron en un abrazo sincero que como resultado la hizo girar varias veces por el aire.

―¡Nicky! ―exclamó contenta y algo mareada por los giros de él.

―Mi dulce Issabella, me agrada comprobar que Amber aún no ha roto tu espíritu. Paró de moverla y se tomó unos minutos para contemplarla―. Eres toda una mujercita.

―Y tú sigues siendo un zalamero.

Desde lo alto del primer piso un celoso Gordon no había perdido detalle del encuentro. Se lamentó de que el gran Nicky siempre se le adelantase. Por supuesto, entendía que su amigo no hubiera podido resistirse a una bonita muchacha, que más allá de su aspecto había demostrado tener un carácter de lo más sugerente.

Negó con la cabeza comprendiendo que no tenía ninguna posibilidad de competir con las atenciones de Nicky. ¿Serían amantes? La intimidad que acababan de compartir así lo manifestaba. Tampoco le pasó desapercibido el modo en el que ella había mirado a todas partes para no ser pillada in fraganti con él. Fue una suerte que al verla su instinto lo hubiese instado a dar un paso atrás para observarla sin ser visto. La triste realidad se imponía a la esperanza de creer que con ella podría… ¿qué? ¿Qué opciones tenía un futuro barón con una simple sirvienta de la casa que además era, probablemente, la amante de Nicky? Complicado. Complejo. Injusto.

Con estos pensamientos bajó la escalera para presentarse ante ella. Trataría de no parecer enfadado o desilusionado, pero sospechaba que sería una tarea imposible.

―Buenas noches.

―Buenas noches, Gordon. ―Nicky le palmeó la espalda.

Issabella lo miró desconcertada al percibir su mirada de… ¿enfado? Y lo más importante, ¿su hermano había contratado al joven y lo había vestido con ropa formal? Inspeccionó el atuendo de él y sí, los pantalones y el chaleco eran horrorosos, pero se veía que él estaba elegante. La corbata anudada tan pulcramente le daba una idea de… ¡Él no era un sirviente! La joven tragó saliva al percatarse de su error. ¡Pero la culpa era de él! Sí, porque las veces en las que se habían visto él lucía en camisa y para nada se veía de un rango superior. Se alegró. Si él era de su misma clase social podría tener un amigo más allá de Nicky. Tal vez, todo había sido para bien… Recordó el beso y se puso colorada hasta las cejas.

Gordon malinterpretó cada gesto que examinaba en ella. Su amigo Nicholas hablaba sobre no sé qué cosas, pero él estaba más interesado en la joven que permanecía muda, pero que expresaba muchas y variadas reacciones ante su presencia. Ese rubor que una vez encontró adorable le dio ganas de gritar. Así que, la muy pícara se avergonzaba de que él los hubiera sorprendido… ¿pensaría también que podía haberlo atrapado a él? ¡Qué tontería! Gordon desechó ese pensamiento porque ninguna mujer lo había mirado dos veces.

Lord Latimer repitió Nicky al ver que su amigo no se movía.

Gordon bajó la vista y vio la mano de ella desplegada ante él. Era una presentación formal… ¿con una sirvienta? Inspeccionó la ropa de la joven que lo tenía embelesado y…

―¿Eres una dama? ―Nada en este mundo hubiese podido evitar que él hiciese esa pregunta. Pero de lo que no fue consciente fue de que la había hecho en alto y fue una equivocación. Nicky había cambiado la actitud de cordialidad y desenfado a una postura rígida.

―Por descontado que lady Issabella es una dama. Te acabo de decir que es mi hermana. ―Gordon repasó la conversación. ¿Nicky se lo había dicho? Pudiera ser, sin embargo, su atención y sus facultades estaban en otros asuntos.

Sí, por descontado. Milady ―la saludó dando un discreto beso que recibió su guante de seda blanco.

―No preguntaré a qué responde todo esto, porque conociendo a mi hermanita ―puso especial énfasis en esta palabra―, puedo asegurar que no me gustará lo que oiga. Así pues, las presentaciones han sido hechas y no hay más que hablar… porque no hay más que hablar, ¿verdad? ―Miró directamente a su amigo con una ceja alzada.

―Tu argumento es válido.

―Entonces, mejor que Amber no nos haya sorprendido. Por cierto, ¿dónde está?

―Ahí viene señaló Issabella la parte alta de la escalera. La elegancia, el porte, la belleza de su hermana mayor era tan envidiable… La joven desvió la vista un instante para observar la reacción del recién descubierto lord Latimer. Desde luego, estaba maravillado. Regresó la mirada a Amber y la vio hacer una mueca que pasaría inadvertida para quien no conociese a la mayor de los duques, no así para Issabella y Nicky.

―Amber, te recuerdo que esta es mi casa.

Tu futura casa ―rebatió ofendida la dama cuando llegó a la altura de los que la esperaban.

―Soy el responsable de esta familia y no permitiré que se me falte al respecto. ¿Lo comprendes? ―Nicky no quería explayarse más en lo que le estaba pidiendo ante su invitado. La noche de antes había percibido que Gordon no le era simpático, e incluso lo ridiculizó sin que el pobre se diera cuenta… o si captó los insultos no dijo nada.

―Desde luego. ―Así fue como ella puso una falsa sonrisa en su rostro y tendió la mano a ese petimetre que pretendía sacudirse de encima en cualquier ocasión.

Todos pasaron al gran salón en un ambiente extraño. Issabella temía que el invitado la delatase, Nicky, que Amber ofendiera a Gordon, este último estaba todavía examinando las connotaciones que tenía la revelación de la identidad de la joven, y, por su parte, Amber atendía al comportamiento de su hermana menor esperando que no la defraudase.

Una conversación educada, civilizada, donde se hizo referencia al tiempo, a las costumbres londinenses y a lo poco patriótica que seguía siendo la decoración francesa, entre otros puntos, coparon los temas de discusión.

Cuando la cena terminó los hombres pasaron a otro salón para disfrutar de un buen licor y un cigarro. Por descontado, solo Nicky fumó.

Las mujeres se despidieron. Cada cual se marchó a su habitación. Sin embargo…

Issabella. ―La joven suspiró. El tono que Amber había utilizado para frenar su acceso a la habitación le informó que algo no era correcto.

―¿Hermana?

―No lo comprendo muy bien, pero el amigo de Nicky parece haber captado tu presencia. ―La vanidad de Amber estaba afectada por este hecho.

―¡Oh! ―exclamó sorprendida, pero a la vez contenta por tener un nuevo amigo.

―No hace falta que te comente lo inapropiado que sería alentar esa atención.

―No pretendo hacer nada semejante. ―Mentira. Ella quería amistad.

―Ese lord es de apariencia extraña y su título está muy por debajo de nuestro estatus. Nicholas no debió traerlo nunca.

―Muy bien, Amber ―asintió con la cabeza. Su hermana no iba a atender a razones. Una persona era más que posición o dinero, o, al menos, debería serlo. Nicky siempre estaba diciendo justo eso.


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