Capítulo 1
Dex
Mientras
los pequeños y helados cristales simétricos flotaban cautelosamente desde el
cielo y aterrizaban en el césped de Central Park, sentí una gran tristeza. Era
Nochebuena, una fecha que disfrutaba de crío. Mis padres siempre decoraban la
casa para que coincidiera con el aire festivo de la ciudad con sus guirnaldas,
luces y el olor a canela y pino. Organizaban grandes y lujosas fiestas en su
ático en Canton Commons.
Las familias más
ricas de Nueva York dejaban a un lado su esnobismo para traer regalos y comida
para compartir con todos los demás. De niños, mi hermana Natalie y yo corríamos
por la casa con los otros chiquillos, jugando con nuestros juguetes y disfrutando
de la magia de la Navidad. Siempre había sido mi época favorita del año.
Años más tarde, sin
embargo, me encontraba en Nochebuena mirando las luces titilantes del parque, viendo
a la gente caminar por la nieve, cogida de la mano, y a pequeños coros amenizarlos
con sus villancicos, sintiendo el silencio de una casa ahora casi vacía. Después
de que mis padres murieran, estas fiestas perdieron su magia.
No hubo más celebraciones,
ni fuegos artificiales mientras los adornos se quedaban en sus cajas, esperando
un día ser utilizados de nuevo. Mi hermana adoraba la Navidad y trataba de
mantener su espíritu vivo, pero era demasiado para una sola persona. Yo estaba
centrado en la dirección de la empresa y no tenía tiempo para cosas tan
frívolas como las fiestas. Casi parecía que mis padres se hubieran llevado la
Navidad con ellos al fallecer.
Ni Natalie ni yo
teníamos familia propia, así que o pasábamos las vacaciones juntos o yo iba a
trabajar y la dejaba a su aire. Este año, pendiente de viajar, decidí descansar
en Nochebuena. Intentaba no ser tacaño, así que les concedía días libres a mis
empleados en Nochebuena y Navidad. Por lo general, pasaba esas jornadas solo en
la oficina, cenando comida china y viendo Historias
de Navidad mientras repasaba informes financieros. Este año, en cambio, ya
que me iba a ir pronto, me senté para recordar y contemplar la ciudad. Hacía
frío, más que en otras navidades, e incluso dentro del ático, por lo que llevaba
puesto un grueso jersey. Oí a Natalie en el pasillo, haciendo algo, aunque supuse
que pasaría la noche en casa.
Saqué el número del restaurante
chino para pedir la cena. Ya no sabía qué le gustaba a Natalie, así que esperaría
a que saliera de su habitación. El hecho de que siempre mantuviera una actitud alegre
durante estas fechas me reconfortaba. Levanté la vista mientras atravesaba
rápidamente el pasillo y sacaba su abrigo del armario. Se lo puso y, al
volverse, me vio sentado en la sala de estar.
—Oh —exclamó,
ligeramente sorprendida—. Dex, ¿qué estás haciendo aquí? Pensé que ibas a
trabajar, como todos los años.
—Como me voy dentro
de un par de días, pensé en romper ese hábito y pasar la Nochebuena en casa,
contigo —le respondí, notándola nerviosa—. ¿Vas a algún sitio?
—Sí. Iba a pasar la
Navidad con una amiga —me dijo, acercándose y sentándose en el brazo del sillón.
Me di cuenta de que la tranquilidad de la casa estaba empezando a afectarla y
no pude evitar decepcionarme ante la idea de pasar la Nochebuena solo—. Debería
habértelo dicho. Estoy tan acostumbrada a que trabajes que, la verdad, no se me
ocurrió avisarte.
Negué con la cabeza,
tratando de que no se sintiera culpable. Después de todo, tenía razón, ya ni me
tomaba los fines de semana libres. La última vez que tuve algo de tiempo libre
fue por su cumpleaños, cuando me fui de la oficina a las cinco en vez de a
medianoche. Natalie se había acostumbrado a vivir su propia vida. Una parte de
mí quería decirle que no se preocupara, pero otra deseaba que se quedara.
—Ya sé —dijo—. La
llamaré y se lo explicaré, seguro que podemos ir los dos.
Asentí y sonreí,
pasar las vacaciones con gente que no conocía era mejor que hacerlo solo.
Observé cómo volvía al pasillo y llamaba a su amiga. Habló con ella unos
minutos y luego colgó, volviendo alegremente a la sala. Cogí la botella de
licor de avellana que había comprado para esta noche y fuimos hasta el garaje, a
por el coche.
Como les di la noche
libre a todos mis empleados, conduje yo mismo, un poco confundido mientras
salía de Manhattan y atravesaba los barrios de la ciudad. Terminamos en
Brooklyn, lo cual me resultó raro ya que di por hecho que Natalie iba a ver a
una de las niñas ricas con las que creció. Sin embargo, cuando me detuve frente
al edificio de cinco pisos, me di cuenta de que su amiga tenía mucho menos que
nosotros.
Casi me sentí como un
tonto por haberme puesto mi suéter Gucci, de setecientos dólares, y mi impío y
caro cinturón. Sonreí a Natalie cuando salimos, pasando por encima de la nieve
que había sido retirada de las calles por las máquinas. Me alegré de que no percibiera
lo confuso que estaba. No quería que creyera que prejuzgaba a sus amigos. Era
mi hermana, aunque si no sabías de qué familia provenía, parecía cualquier
chica de clase media. Su corazón siempre fue demasiado grande como para comportarse
como la típica niña rica del Upper East Side.
Al subir las
escaleras, ya olía a la cena y empecé a relajarme. El brillo de luz que
sobresalía por debajo de la puerta me hacía sentir como en casa. Natalie llamó
a la puerta y oímos pasos dentro. Nos abrió una mujer pelirroja de rizos. Era
bajita, regordeta y de mejillas sonrosadas, y sonrío al abrazar a Natalie. La
señora no tardó en volverse hacia mí y abrazarme. Yo me reí por la sorpresa,
pero acogí su feliz saludo.
—Pasar, pasar. Soy
Andrea —dijo, haciéndose a un lado—. Poner vuestros abrigos ahí y seguirme a la
cocina. Allí es donde está ocurriendo toda la magia.
Apoyé la botella de
licor en el suelo junto a mis zapatos, cubiertos de nieve, y colgué el
chaquetón. Natalie sonrió y me apretó el brazo. Después, tomó la mano de Andrea
para ir a la cocina desde donde, además del aroma a comida, provenía la melodía
de unos villancicos. Natalie se veía feliz por lo que, al instante, me sentí
mejor —pese a tener que ausentarme por mis viajes—, ya que parecía haber
formado su propia y pequeña familia en Brooklyn.
Cuando entré a la
cocina me fijé en el papel con dibujos de manzanas de las paredes, los adornos
con temas agrícolas y los libros de recetas de las estanterías. Era como si me
hubieran transportado de Brooklyn a una granja en el campo. Había un enorme
pavo en la encimera, junto a varios tazones con los demás ingredientes de la
cena tradicional de Navidad.
Mis ojos escudriñaron
la cocina y se posaron en mi hermana mientras abrazaba a una chica curvilínea
de pelo castaño. Estaba de cara a la cocina y las luces hacían resaltar los mechones
cobrizos de su cabello. Natalie le susurró algo y cuando se dio la vuelta y me
miró, se me debilitaron las rodillas. Sus ojos verdes me atravesaron. Asintió con
un gesto y miró al suelo, ruborizada. Era tímida, lo que la hacía aún más
atractiva.
—Dex, esta es mi
mejor amiga, Casey —me dijo Natalie—. Casey, te presento a mi hermano mayor,
Dex.
—Encantada de
conocerte —susurró Casey con mejillas aún más brillantes.
—Bien —intervino Andrea,
aplaudiendo—. ¡Pongamos la cena en la mesa!
Empecé a recoger los
platos para ayudar a llevar toda aquella comida a la gran mesa de roble que
tenían en el comedor. Al pasar, miré las fotografías que decoraban la pared.
Había varias de un hombre, de uniforme, que supuse sería el marido de Andrea. Por
las cintas que adornaban aquellas fotografías, debía haber fallecido. No quise
mencionarlo, sin saber los detalles, así que me senté y empecé a pasar la cena.
—Y, ¿cómo os
conocisteis? —Miré a Natalie y luego a Casey.
—Oh, fue en la
universidad —dijo mi hermana emocionada—. Formamos equipo en uno de nuestros
proyectos de segundo.
—Eso es impresionante
—exclamé. Me volví hacia Casey y añadí—: ¿Eres de Nueva York?
—Sí —respondió Andrea—.
De hecho, su padre, que en paz descanse, y yo somos de aquí, de Brooklyn. Y me
alegro de que decidiera quedarse. —La mujer miró a Casey y le guiñó un ojo
mientras comíamos y continuamos con la conversación.
Quería saber más
sobre Casey. Era preciosa, con esos ojazos y ese cuerpo curvilíneo. Ya me
imaginaba lo que se sentiría al acariciar su suave piel.
Me excusé de la mesa
y fui por el licor que había comprado, esperando que lo disfrutaran. Era
extremadamente caro, pero no lo mencioné. Se lo mostré a Andrea, quien le echó
un vistazo a la botella y me señaló unas copas del aparador que teníamos
detrás. Saqué cuatro y vertí una pequeña cantidad en cada una, asegurándome de
que la de Casey estuviera un poco más llena que las demás. Me sonrió al
extender la mano para cogerla y cuando nuestros dedos se rozaron, sentí como una
descarga eléctrica.
Sentados en torno a la
mesa, escuchamos a Andrea contarnos anécdotas navideñas de cuando Casey era
pequeña. La mujer era tan alegre y divertida que resultaba inevitable disfrutar
de su compañía. Estuve pendiente en todo momento de la copa de Casey,
asegurándome de rellenarla cada vez que bebía un poco. Quería que se soltara
porque la atracción que había entre nosotros era muy intensa.
Cuando me sorprendía comiéndomela
con los ojos, mantenía mi mirada hasta sonrojarse y volver su atención a su
madre. Su inocencia resultaba de lo más sexi. Estiré una pierna bajo la mesa y
le rocé su pie con el mío. Ella se lo frotó, mirando hacia adelante y
escuchando las continuas historias de su madre. Natalie parecía ensimismada en
su mundo, lo que nos permitió a Casey y a mí seguir atrapados en esa particular
burbuja de deseo.
Tal vez fue el hecho
de que me iba, quizás efecto del licor de avellana o incluso del parpadeo de
las luces de Navidad, pero deseaba a Casey, y mucho.
Casey
Cuando
Natalie me llamó y me preguntó si su hermano podía acompañarnos a cenar, no
tenía ni idea de que acabaría delante del tío más guapo que había conocido. Tan
pronto como mis ojos se encontraron con los suyos, supe que estaba metida en un
lío. Me atravesó con una mirada asombrosamente azul y había algo en la forma en
que sus ojos brillaban mientras sonreía que me dejó sin aliento.
Anhelaba acariciar
aquel bonito cabello rubio y perderme en sus rizos. El calor de mi pecho fue
causado por la combinación de su lujuriosa mirada y el licor de avellana con el
que rellenaba mi copa una y otra vez. Un aire de peligro emanaba de él y eso,
normalmente, me haría correr en dirección opuesta pero, con Dex, era justo al
revés.
Mientras hablábamos
de nuestra infancia, mi madre se dispuso a lavar los platos. Yo me levanté
también, alcanzando los cuencos y platos vacíos. Sin embargo, Natalie me detuvo
y me guiñó un ojo, señalándome a su hermano que seguía mirándome fijamente.
—Yo la ayudaré —me
dijo Natalie—. Tú ya cocinaste. Ve a relajarte y muéstrale a mi hermano la casa.
Me sonrojé por sus
palabras porque se había dado cuenta de nuestro intercambio de miradas y de que
ambos estábamos atentos al comportamiento del otro. Retrocedí mientras ella recogía
los platos, sin saber qué hacer. Miré hacia el suelo y, entonces, Dex me agarró
del brazo para ir a la sala de estar. Le sonreí dulcemente a Natalie y permití
que Dex me llevara hasta allí, ya que lo encontraba demasiado sexi para
ignorarlo. Sentía el alcohol corriendo por mis venas y destensar mis nervios.
Me acerqué al sofá y me senté, observando cómo él me seguía. Se sentó cerca y
se giró para mirarme.
—¿En qué te
graduaste? —Estaba muy interesado en mi vida y yo en sus deliciosos labios.
—Hmm. Bueno, empecé a
estudiar Medicina, pero después mi padre falleció, así que me cambié a Empresariales,
con la esperanza de que me abriera algunas puertas —dije—. La pensión de mi
padre paga la casa, aunque mi madre necesitaría más que eso. Quería ir a la Escuela
de Graduados como Natalie, pero decidí esperar.
—Es realmente admirable,
sé lo que se siente al perder a un padre —murmuró. Vi cómo contemplaba nuestros
adornos navideños. Resultaba agradable tener invitados, pero aún más que Dex
estuviera sentado tan cerca. Se volvió hacia mí, me tocó la rodilla y nos
miramos a los ojos un instante.
—Bien, chicos —dijo
mi madre, sorprendiéndonos y haciendo que nos separáramos—. Voy a la iglesia para
ver si necesitan ayuda. Vosotros divertíos, hay tarta y helado en la cocina por
si os apetece tomar algo más.
—De acuerdo, mamá —respondí
con las mejillas sonrojadas.
—Gracias por todo,
Andrea —exclamó Dex, poniéndose de pie y besando a mi madre en la mejilla.
Vimos cómo mi madre
salía del apartamento, sintiendo la ráfaga de aire frío mientras cerraba la
puerta tras ella. Natalie nos miró y sonrió, tomando otra copa de licor y
contemplando las luces de Navidad. Me moví en el sofá, tratando de quitarme de
la cabeza a este hombre tan sexi. Cada vez que nuestras piernas se rozaban
accidentalmente, notaba un cosquilleo en el estómago.
—Vale, ¿os apetece
jugar a las adivinanzas, podemos hacerlo con mímica? —No sabía qué más proponer.
—Sí. —Natalie se carcajeó—.
Espera, solo somos tres. ¡Ya sé! Nos turnaremos. Dex y yo haremos las
imitaciones y tú intentas adivinarlas, es que odia actuar.
—Me parece bien.
Jugamos durante una
hora, y terminamos medio borrachos. Me reía tanto de la imitación de pato de
Dex, que casi escupí mi copa de licor por todas partes. Justo cuando llegó el
turno de Natalie, le sonó el móvil y fue a la cocina a contestar. Me acosté en
el sofá, con las piernas apoyadas en el regazo de Dex, tratando de controlar la
sensación de borrachera. No me había divertido tanto desde hacía siglos y
cuanto más bebíamos, más acaramelados nos poníamos Dex y yo. Cuando Natalie
volvió, la miramos. Tenía una expresión pensativa que nos hizo fruncir el ceño
a su hermano y a mí.
—Era Ben —nos explicó,
señalando el teléfono—. Ha conseguido entradas en primera fila para el
espectáculo de Rockette, pero si las quiero, tengo que irme ahora.
—Hazlo —dijo Dex,
mirándome—. Ese pobre chico se ha esforzado mucho, lo mínimo que puedes hacer ahora
es divertirte.
—No sé —murmuró ella,
sentada en la silla—. Me estoy divirtiendo mucho aquí, con vosotros.
—Cielo, a nosotros siempre
nos tendrás aquí. ¡Ve y diviértete, anda! —la animé, esperando que me tomara la
palabra.
—Está bien —dijo con
entusiasmo—. Iré. Os quiero, chicos. Feliz Navidad. Te llamaré mañana, Casey.
Me incliné y besé a
Natalie en la mejilla. Me reí entre dientes mientras se ponía el abrigo, los
guantes y el gorro, y salía corriendo por la puerta. Nada más cerrarla, me di
cuenta de que nos habíamos quedado Dex y yo solos, y resultaba de lo más
emocionante. Nunca antes había estado con un hombre, aunque no es que me
estuviera reservando para nadie. Simplemente, era muy tímida y los pocos tíos
con los que había salido nunca lo intentaron. Miré a Dex que observaba su
bebida. Estaba tan ardiente que apenas podía soportarlo. Aparté mis piernas de
su regazo y me senté a su lado.
Una pequeña sonrisa apareció
en sus labios y se volvió hacia mí, agarrando mi copa y poniéndola sobre la
mesa. Levantó las manos y sostuvo mi cara, para besarme con dulzura. El
ambiente era de lo más romántico, con el suave resplandor de las luces del árbol,
el olor a canela en el aire y la música navideña de fondo. Correspondí a su
beso, sintiendo una necesidad desesperada. El licor me mareó, así que nos
apoyamos en el sofá, besándonos sensualmente. Aunque podía sentir el calor que
se acumulaba en mi vientre, no me importaba besarle un rato bajo aquellas luces
tenues y brillantes.
Lentamente, Dex me
empujó, me recostó en el sofá y empezó a acariciarme. Noté su erección contra
mi pierna y eso envió escalofríos a mi columna vertebral. No tenía sentido
decirle que era virgen, no con su actitud de hacerse cargo. Sus dedos se movían
bajo mi vestido y llegaron hasta el borde de mis bragas. Las hizo a un lado para
colarse tras el encaje y después deslizó sus dedos causando que se me escapara un
gemido. El sonido pareció excitarlo aún más y se movió hacia abajo, tirando de
mi vestido completamente hacia arriba y besando mi estómago. Cerré los ojos
mientras él separaba mis piernas y tiraba de mis bragas de encaje rojo a un
lado, reemplazando sus dedos por su lengua.
Gemí mientras lamía
mi húmedo montículo, saboreando cada gota antes de volver por más. Alcancé y
desabroché la parte superior de mi vestido. Tiré de las copas de mi sujetador
hacia un lado, masajeando mis grandes pechos y alzando las caderas contra su
boca. Se sentía tan bien que sabía que mi temperatura aumentaba por momentos.
Movió su mano desde mi muslo y deslizó dos dedos dentro de mí y gimió contra mi
clítoris, sintiendo lo apretada y mojada que estaba. Después de unos minutos,
sacó sus dedos y subió por mi cuerpo. Presionó su boca contra la mía y gruñó
mientras yo le chupaba la lengua. Me agaché y le desabroché el cinturón,
sabiendo que mi madre no tardaría mucho en volver.
Se sentó y se quitó
los pantalones y los calzoncillos, tirándolos al suelo. Se mostró ante mí y sonrió
con entusiasmo mientras se zambullía de nuevo, besándome el cuello y el pecho
mientras frotaba la cabeza de su polla contra mi clítoris. Puede que nunca hubiera
estado con un hombre, pero sabía que lo quería dentro de mí. Me agarré a su
eje, besándolo con fuerza mientras levantaba mis caderas y lo arrastraba dentro
de mí con necesidad. Gimió con fuerza en mi boca cuando entró en mí,
deslizándose fácilmente a través de mi humedad.
—Estás tan apretada —susurró,
mordisqueándome la oreja—. Te sientes increíble.
Mientras se
inclinaba, me agarró las manos y las puso sobre mi cabeza. Sosteniéndolas con
un brazo, levantó mi pierna alrededor de su cintura. Empezó a empujarme con un
movimiento constante, su eje se movía a través de mi coño mojado y apretado.
Era tan grueso y tan grande que pensé que me dolería, pero cuando separé mis
caderas para llevarlo más adentro, lo que sentí fue un increíble placer. Me
soltó las manos y me agarró las caderas, empujando hacia delante cada vez más
fuerte. Levanté la mano y me agarré del sofá, cerrando los ojos y escuchando
cómo nuestra piel se unía. Se lamió los labios y gimió mientras mis jugos le
cubrían la polla.
Mientras aceleraba el
ritmo, comenzó a mover sus caderas hacia adelante mientras empujaba, frotando
contra mi clítoris. Sentí que el orgasmo se acumulaba en mi vientre mientras
empezaba a entrar en erupción. Grité, agarrando el sofá y arqueando la espalda
mientras sentía las olas de placer explotaban a través de mí. Mientras temblaba
y me estremecía debajo de él, podía sentir que me contraía contra su eje, lo
que solo lo hacía más necesitado. Abrí los ojos y vi cómo empujaba con fuerza
una, dos y luego una tercera vez, poniendo los ojos en blanco. Continuó
empujando suavemente mientras las olas de éxtasis rodaban sobre él, mordiéndose
el labio y apretando mis muslos en sus fuertes manos. Mientras sus músculos se
relajaban, me miró y sonrió, sacudiendo su cabeza e inclinándose hacia mi
cuello.
—Eso ha sido
increíble —dijo sin aliento—. Feliz maldita Navidad.
Incliné la cabeza
hacia atrás y me reí en voz alta mientras él se retiraba y alcanzaba mis manos.
Cuando me incorporé, me dio un largo y apasionado beso en los labios. No podía
imaginar una mejor primera vez. Sabiendo que mi madre llegaría pronto a casa,
nos vestimos y nos levantamos. Quería que se quedara pero sabía que parecería
sospechoso. Lo acompañé a la entrada y le di su gorro mientras se ponía el
chaquetón. Abrió la puerta pero se volvió y me besó por última vez, con pasión,
antes de lanzarme esa sonrisa asesina y salir del apartamento. Puede que unas
horas antes fuera un extraño, pero no me arrepentí por lo que pasó entre
nosotros.
Aunque, en ese instante, no sabía que no volvería a ver a Dex durante mucho tiempo.
Dex
Los
últimos cinco años habían sido toda una aventura. El negocio necesitaba un
impulso y había que plantar cara a la competencia para que Canton Enterprise siguiera
avanzando. Pasé esos años viajando por Asia, haciendo tratos con los hombres
más importantes y ricos que pude encontrar. Desde China, Japón y Corea, hasta
Vietnam, Tailandia e Indonesia, el mundo vería ahora los Canton Resorts, las Canton
Towers y Canton Enterprise en la vanguardia del lujo. Aprendí mucho fuera, pero
me apetecía volver. Aunque todavía tenía algunos negocios por finiquitar, debía
regresar a casa para la boda de mi hermana. Era la única familia que me quedaba
y no podía perderme un evento tan transcendental en su vida.
Me puse ante el
altar, al lado de Brandon, el futuro esposo de Natalie. Me alegraba que hubiera
conocido a un hombre tan increíble con el que pasar su vida. Se conocieron en
un karaoke, en Hell’s Kitchen, y Brandon se enamoró de ella al instante. Cuando
volaron a Pekín para visitarme, supe que lo suyo era para siempre.
Cuando la música empezó
a sonar, miré hacia la puerta de la iglesia, al otro lado del pasillo. Mi
felicidad iba más allá de que aquel fuera un día especial para mi hermana.
Estar en aquella pequeña capilla, al norte del estado de Nueva York,
significaba también que volvería a ver a Casey. No podía quitármela de la
cabeza, ni siquiera cinco años después, y esperaba que ella sintiera lo mismo.
Las flores amarillas
colocadas en los bancos de la iglesia se acentuaban con las otoñales hojas que
llegaban hasta la puerta. De pronto, las damas de honor aparecieron por el
pasillo y vi a Casey. Llevaba un maxi vestido sin mangas, con un corpiño
ajustado que destacaba sus voluptuosas e increíbles pechos. Su vestido era del
color de las flores y se había recogido su hermoso cabello elegantemente, de
tal forma que largos rizos enmarcaban su rostro. Estaba aún más guapa de lo que
recordaba y aquella noche que pasamos juntos volvió a mi mente. Me quedé
atónito porque estaba preciosa. La observé mientras subía los escalones del
altar y miraba rápidamente en mi dirección. Sus mejillas se sonrojaron como la
primera vez que nos vimos.
Mientras subía y se
colocaba con las otras chicas, sonrió, mirando hacia el altar pero sintiendo mi
mirada en su piel. La música terminó y respiró hondo. Me miró, levantando las
cejas con una sonrisa juguetona. Negué un poco con la cabeza y me reí para mí
mismo, dándome cuenta de que ella sabía exactamente cómo me sentía. Cuando
volví a mirarla, había enderezado el rostro y aguardaba a que Natalie hiciera
su gran entrada. Por mucho que quisiera contemplar a mi hermana, no podía
apartar los ojos de Casey. No me había imaginado que, después de cinco años, me
sentiría tan atraído por ella. Sabía que deseaba verla.
Estaba emocionado porque
iba a encontrármela en la boda, pero no esperaba sentirme así. Tuve el impulso
repentino de agarrarla y besarla nada más verla. Sin embargo, me sujeté las
manos y miré a Brandon, quien lucía nervioso mientras miraba hacia la puerta
esperando la aparición de Natalie.
Cuando la marcha
nupcial empezó a sonar, todos los invitados se pusieron en pie y miraron hacia
atrás. Entonces, vi cómo mi hermana atravesaba la puerta, del brazo de nuestro
tío, con la sonrisa más grande que jamás le había visto. Luego, no presté
atención al resto de la ceremonia. No aparté la vista de Casey ni siquiera
durante el intercambio de votos de Natalie y Brandon. Cada vez que sus ojos
verdes se encontraban con los míos, notaba revolotear las mariposas en mi
estómago. Cuando la ceremonia terminó, acompañé a una de las damas de honor y
le guiñé un ojo a Casey mientras miraba hacia atrás. Inmediatamente, sus
mejillas se enrojecieron y me fijé en su mano, en la que no llevaba alianza.
Después de salir de
la iglesia, nos reunimos todos para las fotos. Observé, algo apartado, cómo las
damas de honor se sacaban algunas juntas. Mi hermana se acercó a mí y me dio un
codazo en el costado. La rodeé con el brazo, maravillándome de lo absolutamente
preciosa que estaba.
—Felicidades, hermanita
—dije sonriendo.
—Gracias, me alegro
de que hayas podido venir. —Se rio.
El fotógrafo llamó a
Natalie. Tan pronto como Casey se liberó del grupo, fui hacia ella. No quería
perder tiempo. Cuando me acerqué, me miró y sonrió, entregando sus flores a
otra chica y encontrándome a mitad de camino. Inmediatamente nos abrazamos con
fuerza y no podía creer lo bien que se sentía tenerla entre mis brazos.
—Me alegro de verte —me
susurró al oído—. Ha pasado mucho tiempo.
—Estás guapísima —le dije,
retirándome para mirarla.
—Bueno, ya sabes,
tuve que bajar el listón para no eclipsar a la novia.
Ambos nos reímos y
miramos a Natalie y Brandon, abrazándose y besándose para el fotógrafo. Vi cómo
las mejillas de Casey tornaban de un rojo brillante a un rosa tenue. Contempló
a mi hermana y a su ahora marido cuando el sol comenzó a ponerse detrás de la
iglesia. Cuando terminaron sus fotos, Casey me sonrió antes de irse con las
otras damas de honor para tomar la limusina que las llevaría a la recepción. Sus
redondeadas caderas y su increíble trasero se balancearon de un lado a otro bajo
su ajustado vestido al caminar hacia el coche. Cuando se agachó para entrar en
él tragué saliva. Me acerqué y agarré a mi hermana antes de que pudiera
desaparecer.
—Oye —dije, mirando a
la limusina—, ¿Casey está saliendo con alguien?
—No —me respondió con
una sonrisa pícara, que ignoré por completo—. ¿Nos vemos en la recepción?
—Allí estaré —le dije,
aplaudiendo y caminando hacia la limusina de los padrinos.
¿Por qué no seguir
donde lo dejamos aquella vez? No buscaba nada serio y, como no podía quitármela
de la cabeza, no me importaría repetir aquella velada de Nochebuena. Cuando
llegamos a la recepción, me senté en mi mesa y vi a Casey reírse y comer con
las otras chicas. Estaba impresionante. Cuando la vi levantarse para ir por una
copa a la barra, supe que era un buen momento para charlar con ella. Avancé
entre la multitud y me apoyé junto a ella.
—Hola —dije,
sonriendo.
—Hola. —Se rio—. Sigues
tan encantador como siempre.
—Lo intento. —Me reí
entre dientes.
Me sonrió mientras
tomaba su bebida. Pasé mi mano por su brazo e inmediatamente sentí una chispa,
la misma que sentí hacía cinco años. Respiró hondo y dio un paso atrás,
forzando una sonrisa en sus labios. No pude descubrir por qué era, pero parecía
un poco distante. Seguía siendo sexy como el infierno, dulce, adorable como
siempre. Se rio de mis estúpidos chistes pero también se alejó un poco de
nuestra conversación. Sonreí y abrí la boca para invitarla a sentarse conmigo,
pero me cortó el que se anunciara el primer baile de los novios. Casey se
encogió de hombros y sonrió, se dio la vuelta y volvió a su propia mesa.
Volví a mi asiento,
ligeramente perplejo por lo que acababa de pasar. ¿Habían cambiado las cosas
mientras estaba fuera? ¿Ya no sentía nada por mí? Cinco años era mucho tiempo, sí,
pero como no había dejado de pensar en ella, creí que a Casey le habría pasado
lo mismo. Se veía tan sexi con ese vestido y su sonrisa era más radiante que
nunca. Todo lo que quería era desnudarla y tener otra noche de pasión.
Durante una hora, vi
cómo se desarrollaba el primer baile de los recién casados, el corte de la
tarta nupcial y hasta el emotivo baile con nuestro tío. Cuando todo se hubo
tranquilizado y los invitados andaban ya desperdigados por el salón de fiesta, levanté
la vista y vi a Casey sola en su mesa, contemplando a las parejas bailar en la
pista. Sabía que era el momento perfecto para acercarme a ella. La idea de
tenerla en mis brazos era demasiado tentadora para dejarla escapar. Así que me
acerqué por detrás a ella, dándole un golpecito en el hombro.
—Disculpe, señorita —dije
con una reverencia juguetona—. ¿Me concede este baile?
Me miró y sonrió
tímidamente, asintiendo con la cabeza y extendiendo la mano. Enlacé su brazo con
el mío mientras caminábamos por la pista de baile. La giré y la tomé en mis
brazos. Casey se rio mientras se estrellaba contra mí, levantando la cabeza y
cogiendo mi mano. Le rodeé la cintura y la acerqué, sintiendo sus pechos contra
el mío. Me miró con sus grandes ojos verdes y mi corazón se saltó un latido. Era
como aquella noche en la que nos conocimos, cuando el deseo y la necesidad fueron
tan grandes que apenas podíamos respirar. Mientras bailábamos, nuestros ojos no
se desprendieron y, durante un instante, sentí como si fuéramos los únicos presentes
en aquel salón. Sabía que tenía que volver a tenerla. Necesitaba sentir su piel
contra la mía, probarla y que su boca envolviera mi polla.
Necesitaba crear el
ambiente, la acerqué aún más sin importarme que notara mi semi erección contra
su cuerpo. Cuando se dio cuenta del estado de mi entrepierna, sus ojos se
abrieron y se mordió el labio. Una expresión de conflicto cruzó su cara. Me
incliné y la cogí por la cintura, haciendo que sus pies se elevasen y dejaran
de tocar el suelo mientras nos balanceábamos con la música que la orquesta
tocaba. Su respiración era pesada contra mi cuello y enterré mi cara en su
pelo, respirando su dulce aroma. Quería otra noche de pasión y lujuria. No,
necesitaba otra noche de pasión y lujuria y no con cualquiera, con Casey. Puede
que hubiera algo que no entendiera de ella, pero en ese momento, no me
importaba. Todo lo que me importaba era hacerla sentir deseada y sexi.
Mientras nos movíamos
al ritmo de la música, su respiración era profunda y la dejaba salir con
fuerza. Temía que no se sintiera igual que yo, pero la forma en que se aferró a
mi cuerpo, frotando sus labios contra mi cuello, me confirmó que se trataba de
otra cosa. No estaba seguro de cuál era el problema y esperaba no haber hecho
algo que estropeara la posibilidad de estar de nuevo juntos, aunque no sabía
cómo podría haberlo hecho. De cualquier manera, iba a disfrutar teniéndola en
mis brazos hasta que la canción terminara y luego, con suerte, la tomaría en mi
cama esa misma noche.
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