PÁGINAS

viernes, 27 de noviembre de 2020

Fragmento: El regalo perfecto






Capítulo 1


Dex

Mientras los pequeños y helados cristales simétricos flotaban cautelosamente desde el cielo y aterrizaban en el césped de Central Park, sentí una gran tristeza. Era Nochebuena, una fecha que disfrutaba de crío. Mis padres siempre decoraban la casa para que coincidiera con el aire festivo de la ciudad con sus guirnaldas, luces y el olor a canela y pino. Organizaban grandes y lujosas fiestas en su ático en Canton Commons.

Las familias más ricas de Nueva York dejaban a un lado su esnobismo para traer regalos y comida para compartir con todos los demás. De niños, mi hermana Natalie y yo corríamos por la casa con los otros chiquillos, jugando con nuestros juguetes y disfrutando de la magia de la Navidad. Siempre había sido mi época favorita del año.

Años más tarde, sin embargo, me encontraba en Nochebuena mirando las luces titilantes del parque, viendo a la gente caminar por la nieve, cogida de la mano, y a pequeños coros amenizarlos con sus villancicos, sintiendo el silencio de una casa ahora casi vacía. Después de que mis padres murieran, estas fiestas perdieron su magia.

No hubo más celebraciones, ni fuegos artificiales mientras los adornos se quedaban en sus cajas, esperando un día ser utilizados de nuevo. Mi hermana adoraba la Navidad y trataba de mantener su espíritu vivo, pero era demasiado para una sola persona. Yo estaba centrado en la dirección de la empresa y no tenía tiempo para cosas tan frívolas como las fiestas. Casi parecía que mis padres se hubieran llevado la Navidad con ellos al fallecer.

Ni Natalie ni yo teníamos familia propia, así que o pasábamos las vacaciones juntos o yo iba a trabajar y la dejaba a su aire. Este año, pendiente de viajar, decidí descansar en Nochebuena. Intentaba no ser tacaño, así que les concedía días libres a mis empleados en Nochebuena y Navidad. Por lo general, pasaba esas jornadas solo en la oficina, cenando comida china y viendo Historias de Navidad mientras repasaba informes financieros. Este año, en cambio, ya que me iba a ir pronto, me senté para recordar y contemplar la ciudad. Hacía frío, más que en otras navidades, e incluso dentro del ático, por lo que llevaba puesto un grueso jersey. Oí a Natalie en el pasillo, haciendo algo, aunque supuse que pasaría la noche en casa.

Saqué el número del restaurante chino para pedir la cena. Ya no sabía qué le gustaba a Natalie, así que esperaría a que saliera de su habitación. El hecho de que siempre mantuviera una actitud alegre durante estas fechas me reconfortaba. Levanté la vista mientras atravesaba rápidamente el pasillo y sacaba su abrigo del armario. Se lo puso y, al volverse, me vio sentado en la sala de estar.

—Oh —exclamó, ligeramente sorprendida—. Dex, ¿qué estás haciendo aquí? Pensé que ibas a trabajar, como todos los años.

—Como me voy dentro de un par de días, pensé en romper ese hábito y pasar la Nochebuena en casa, contigo —le respondí, notándola nerviosa—. ¿Vas a algún sitio?

—Sí. Iba a pasar la Navidad con una amiga —me dijo, acercándose y sentándose en el brazo del sillón. Me di cuenta de que la tranquilidad de la casa estaba empezando a afectarla y no pude evitar decepcionarme ante la idea de pasar la Nochebuena solo—. Debería habértelo dicho. Estoy tan acostumbrada a que trabajes que, la verdad, no se me ocurrió avisarte.

Negué con la cabeza, tratando de que no se sintiera culpable. Después de todo, tenía razón, ya ni me tomaba los fines de semana libres. La última vez que tuve algo de tiempo libre fue por su cumpleaños, cuando me fui de la oficina a las cinco en vez de a medianoche. Natalie se había acostumbrado a vivir su propia vida. Una parte de mí quería decirle que no se preocupara, pero otra deseaba que se quedara.

—Ya sé —dijo—. La llamaré y se lo explicaré, seguro que podemos ir los dos.

Asentí y sonreí, pasar las vacaciones con gente que no conocía era mejor que hacerlo solo. Observé cómo volvía al pasillo y llamaba a su amiga. Habló con ella unos minutos y luego colgó, volviendo alegremente a la sala. Cogí la botella de licor de avellana que había comprado para esta noche y fuimos hasta el garaje, a por el coche.

Como les di la noche libre a todos mis empleados, conduje yo mismo, un poco confundido mientras salía de Manhattan y atravesaba los barrios de la ciudad. Terminamos en Brooklyn, lo cual me resultó raro ya que di por hecho que Natalie iba a ver a una de las niñas ricas con las que creció. Sin embargo, cuando me detuve frente al edificio de cinco pisos, me di cuenta de que su amiga tenía mucho menos que nosotros.

Casi me sentí como un tonto por haberme puesto mi suéter Gucci, de setecientos dólares, y mi impío y caro cinturón. Sonreí a Natalie cuando salimos, pasando por encima de la nieve que había sido retirada de las calles por las máquinas. Me alegré de que no percibiera lo confuso que estaba. No quería que creyera que prejuzgaba a sus amigos. Era mi hermana, aunque si no sabías de qué familia provenía, parecía cualquier chica de clase media. Su corazón siempre fue demasiado grande como para comportarse como la típica niña rica del Upper East Side.

Al subir las escaleras, ya olía a la cena y empecé a relajarme. El brillo de luz que sobresalía por debajo de la puerta me hacía sentir como en casa. Natalie llamó a la puerta y oímos pasos dentro. Nos abrió una mujer pelirroja de rizos. Era bajita, regordeta y de mejillas sonrosadas, y sonrío al abrazar a Natalie. La señora no tardó en volverse hacia mí y abrazarme. Yo me reí por la sorpresa, pero acogí su feliz saludo.

—Pasar, pasar. Soy Andrea —dijo, haciéndose a un lado—. Poner vuestros abrigos ahí y seguirme a la cocina. Allí es donde está ocurriendo toda la magia.

Apoyé la botella de licor en el suelo junto a mis zapatos, cubiertos de nieve, y colgué el chaquetón. Natalie sonrió y me apretó el brazo. Después, tomó la mano de Andrea para ir a la cocina desde donde, además del aroma a comida, provenía la melodía de unos villancicos. Natalie se veía feliz por lo que, al instante, me sentí mejor —pese a tener que ausentarme por mis viajes—, ya que parecía haber formado su propia y pequeña familia en Brooklyn.

Cuando entré a la cocina me fijé en el papel con dibujos de manzanas de las paredes, los adornos con temas agrícolas y los libros de recetas de las estanterías. Era como si me hubieran transportado de Brooklyn a una granja en el campo. Había un enorme pavo en la encimera, junto a varios tazones con los demás ingredientes de la cena tradicional de Navidad.

Mis ojos escudriñaron la cocina y se posaron en mi hermana mientras abrazaba a una chica curvilínea de pelo castaño. Estaba de cara a la cocina y las luces hacían resaltar los mechones cobrizos de su cabello. Natalie le susurró algo y cuando se dio la vuelta y me miró, se me debilitaron las rodillas. Sus ojos verdes me atravesaron. Asintió con un gesto y miró al suelo, ruborizada. Era tímida, lo que la hacía aún más atractiva.

—Dex, esta es mi mejor amiga, Casey —me dijo Natalie—. Casey, te presento a mi hermano mayor, Dex.

—Encantada de conocerte —susurró Casey con mejillas aún más brillantes.

—Bien —intervino Andrea, aplaudiendo—. ¡Pongamos la cena en la mesa!

Empecé a recoger los platos para ayudar a llevar toda aquella comida a la gran mesa de roble que tenían en el comedor. Al pasar, miré las fotografías que decoraban la pared. Había varias de un hombre, de uniforme, que supuse sería el marido de Andrea. Por las cintas que adornaban aquellas fotografías, debía haber fallecido. No quise mencionarlo, sin saber los detalles, así que me senté y empecé a pasar la cena.

—Y, ¿cómo os conocisteis? —Miré a Natalie y luego a Casey.

—Oh, fue en la universidad —dijo mi hermana emocionada—. Formamos equipo en uno de nuestros proyectos de segundo.

—Eso es impresionante —exclamé. Me volví hacia Casey y añadí—: ¿Eres de Nueva York?

—Sí —respondió Andrea—. De hecho, su padre, que en paz descanse, y yo somos de aquí, de Brooklyn. Y me alegro de que decidiera quedarse. —La mujer miró a Casey y le guiñó un ojo mientras comíamos y continuamos con la conversación.

Quería saber más sobre Casey. Era preciosa, con esos ojazos y ese cuerpo curvilíneo. Ya me imaginaba lo que se sentiría al acariciar su suave piel.

Me excusé de la mesa y fui por el licor que había comprado, esperando que lo disfrutaran. Era extremadamente caro, pero no lo mencioné. Se lo mostré a Andrea, quien le echó un vistazo a la botella y me señaló unas copas del aparador que teníamos detrás. Saqué cuatro y vertí una pequeña cantidad en cada una, asegurándome de que la de Casey estuviera un poco más llena que las demás. Me sonrió al extender la mano para cogerla y cuando nuestros dedos se rozaron, sentí como una descarga eléctrica.

Sentados en torno a la mesa, escuchamos a Andrea contarnos anécdotas navideñas de cuando Casey era pequeña. La mujer era tan alegre y divertida que resultaba inevitable disfrutar de su compañía. Estuve pendiente en todo momento de la copa de Casey, asegurándome de rellenarla cada vez que bebía un poco. Quería que se soltara porque la atracción que había entre nosotros era muy intensa.

Cuando me sorprendía comiéndomela con los ojos, mantenía mi mirada hasta sonrojarse y volver su atención a su madre. Su inocencia resultaba de lo más sexi. Estiré una pierna bajo la mesa y le rocé su pie con el mío. Ella se lo frotó, mirando hacia adelante y escuchando las continuas historias de su madre. Natalie parecía ensimismada en su mundo, lo que nos permitió a Casey y a mí seguir atrapados en esa particular burbuja de deseo.

Tal vez fue el hecho de que me iba, quizás efecto del licor de avellana o incluso del parpadeo de las luces de Navidad, pero deseaba a Casey, y mucho.



Capítulo 2

 

 

Casey

Cuando Natalie me llamó y me preguntó si su hermano podía acompañarnos a cenar, no tenía ni idea de que acabaría delante del tío más guapo que había conocido. Tan pronto como mis ojos se encontraron con los suyos, supe que estaba metida en un lío. Me atravesó con una mirada asombrosamente azul y había algo en la forma en que sus ojos brillaban mientras sonreía que me dejó sin aliento.

Anhelaba acariciar aquel bonito cabello rubio y perderme en sus rizos. El calor de mi pecho fue causado por la combinación de su lujuriosa mirada y el licor de avellana con el que rellenaba mi copa una y otra vez. Un aire de peligro emanaba de él y eso, normalmente, me haría correr en dirección opuesta pero, con Dex, era justo al revés.

Mientras hablábamos de nuestra infancia, mi madre se dispuso a lavar los platos. Yo me levanté también, alcanzando los cuencos y platos vacíos. Sin embargo, Natalie me detuvo y me guiñó un ojo, señalándome a su hermano que seguía mirándome fijamente.

—Yo la ayudaré —me dijo Natalie—. Tú ya cocinaste. Ve a relajarte y muéstrale a mi hermano la casa.

Me sonrojé por sus palabras porque se había dado cuenta de nuestro intercambio de miradas y de que ambos estábamos atentos al comportamiento del otro. Retrocedí mientras ella recogía los platos, sin saber qué hacer. Miré hacia el suelo y, entonces, Dex me agarró del brazo para ir a la sala de estar. Le sonreí dulcemente a Natalie y permití que Dex me llevara hasta allí, ya que lo encontraba demasiado sexi para ignorarlo. Sentía el alcohol corriendo por mis venas y destensar mis nervios. Me acerqué al sofá y me senté, observando cómo él me seguía. Se sentó cerca y se giró para mirarme.

—¿En qué te graduaste? —Estaba muy interesado en mi vida y yo en sus deliciosos labios.

—Hmm. Bueno, empecé a estudiar Medicina, pero después mi padre falleció, así que me cambié a Empresariales, con la esperanza de que me abriera algunas puertas —dije—. La pensión de mi padre paga la casa, aunque mi madre necesitaría más que eso. Quería ir a la Escuela de Graduados como Natalie, pero decidí esperar.

—Es realmente admirable, sé lo que se siente al perder a un padre —murmuró. Vi cómo contemplaba nuestros adornos navideños. Resultaba agradable tener invitados, pero aún más que Dex estuviera sentado tan cerca. Se volvió hacia mí, me tocó la rodilla y nos miramos a los ojos un instante.

—Bien, chicos —dijo mi madre, sorprendiéndonos y haciendo que nos separáramos—. Voy a la iglesia para ver si necesitan ayuda. Vosotros divertíos, hay tarta y helado en la cocina por si os apetece tomar algo más.

—De acuerdo, mamá —respondí con las mejillas sonrojadas.

—Gracias por todo, Andrea —exclamó Dex, poniéndose de pie y besando a mi madre en la mejilla.

Vimos cómo mi madre salía del apartamento, sintiendo la ráfaga de aire frío mientras cerraba la puerta tras ella. Natalie nos miró y sonrió, tomando otra copa de licor y contemplando las luces de Navidad. Me moví en el sofá, tratando de quitarme de la cabeza a este hombre tan sexi. Cada vez que nuestras piernas se rozaban accidentalmente, notaba un cosquilleo en el estómago.

—Vale, ¿os apetece jugar a las adivinanzas, podemos hacerlo con mímica? —No sabía qué más proponer.

—Sí. —Natalie se carcajeó—. Espera, solo somos tres. ¡Ya sé! Nos turnaremos. Dex y yo haremos las imitaciones y tú intentas adivinarlas, es que odia actuar.

—Me parece bien.

Jugamos durante una hora, y terminamos medio borrachos. Me reía tanto de la imitación de pato de Dex, que casi escupí mi copa de licor por todas partes. Justo cuando llegó el turno de Natalie, le sonó el móvil y fue a la cocina a contestar. Me acosté en el sofá, con las piernas apoyadas en el regazo de Dex, tratando de controlar la sensación de borrachera. No me había divertido tanto desde hacía siglos y cuanto más bebíamos, más acaramelados nos poníamos Dex y yo. Cuando Natalie volvió, la miramos. Tenía una expresión pensativa que nos hizo fruncir el ceño a su hermano y a mí.

—Era Ben —nos explicó, señalando el teléfono—. Ha conseguido entradas en primera fila para el espectáculo de Rockette, pero si las quiero, tengo que irme ahora.

—Hazlo —dijo Dex, mirándome—. Ese pobre chico se ha esforzado mucho, lo mínimo que puedes hacer ahora es divertirte.

—No sé —murmuró ella, sentada en la silla—. Me estoy divirtiendo mucho aquí, con vosotros.

—Cielo, a nosotros siempre nos tendrás aquí. ¡Ve y diviértete, anda! —la animé, esperando que me tomara la palabra.

—Está bien —dijo con entusiasmo—. Iré. Os quiero, chicos. Feliz Navidad. Te llamaré mañana, Casey.

Me incliné y besé a Natalie en la mejilla. Me reí entre dientes mientras se ponía el abrigo, los guantes y el gorro, y salía corriendo por la puerta. Nada más cerrarla, me di cuenta de que nos habíamos quedado Dex y yo solos, y resultaba de lo más emocionante. Nunca antes había estado con un hombre, aunque no es que me estuviera reservando para nadie. Simplemente, era muy tímida y los pocos tíos con los que había salido nunca lo intentaron. Miré a Dex que observaba su bebida. Estaba tan ardiente que apenas podía soportarlo. Aparté mis piernas de su regazo y me senté a su lado.

Una pequeña sonrisa apareció en sus labios y se volvió hacia mí, agarrando mi copa y poniéndola sobre la mesa. Levantó las manos y sostuvo mi cara, para besarme con dulzura. El ambiente era de lo más romántico, con el suave resplandor de las luces del árbol, el olor a canela en el aire y la música navideña de fondo. Correspondí a su beso, sintiendo una necesidad desesperada. El licor me mareó, así que nos apoyamos en el sofá, besándonos sensualmente. Aunque podía sentir el calor que se acumulaba en mi vientre, no me importaba besarle un rato bajo aquellas luces tenues y brillantes.

Lentamente, Dex me empujó, me recostó en el sofá y empezó a acariciarme. Noté su erección contra mi pierna y eso envió escalofríos a mi columna vertebral. No tenía sentido decirle que era virgen, no con su actitud de hacerse cargo. Sus dedos se movían bajo mi vestido y llegaron hasta el borde de mis bragas. Las hizo a un lado para colarse tras el encaje y después deslizó sus dedos causando que se me escapara un gemido. El sonido pareció excitarlo aún más y se movió hacia abajo, tirando de mi vestido completamente hacia arriba y besando mi estómago. Cerré los ojos mientras él separaba mis piernas y tiraba de mis bragas de encaje rojo a un lado, reemplazando sus dedos por su lengua.

Gemí mientras lamía mi húmedo montículo, saboreando cada gota antes de volver por más. Alcancé y desabroché la parte superior de mi vestido. Tiré de las copas de mi sujetador hacia un lado, masajeando mis grandes pechos y alzando las caderas contra su boca. Se sentía tan bien que sabía que mi temperatura aumentaba por momentos. Movió su mano desde mi muslo y deslizó dos dedos dentro de mí y gimió contra mi clítoris, sintiendo lo apretada y mojada que estaba. Después de unos minutos, sacó sus dedos y subió por mi cuerpo. Presionó su boca contra la mía y gruñó mientras yo le chupaba la lengua. Me agaché y le desabroché el cinturón, sabiendo que mi madre no tardaría mucho en volver.

Se sentó y se quitó los pantalones y los calzoncillos, tirándolos al suelo. Se mostró ante mí y sonrió con entusiasmo mientras se zambullía de nuevo, besándome el cuello y el pecho mientras frotaba la cabeza de su polla contra mi clítoris. Puede que nunca hubiera estado con un hombre, pero sabía que lo quería dentro de mí. Me agarré a su eje, besándolo con fuerza mientras levantaba mis caderas y lo arrastraba dentro de mí con necesidad. Gimió con fuerza en mi boca cuando entró en mí, deslizándose fácilmente a través de mi humedad.

—Estás tan apretada —susurró, mordisqueándome la oreja—. Te sientes increíble.

Mientras se inclinaba, me agarró las manos y las puso sobre mi cabeza. Sosteniéndolas con un brazo, levantó mi pierna alrededor de su cintura. Empezó a empujarme con un movimiento constante, su eje se movía a través de mi coño mojado y apretado. Era tan grueso y tan grande que pensé que me dolería, pero cuando separé mis caderas para llevarlo más adentro, lo que sentí fue un increíble placer. Me soltó las manos y me agarró las caderas, empujando hacia delante cada vez más fuerte. Levanté la mano y me agarré del sofá, cerrando los ojos y escuchando cómo nuestra piel se unía. Se lamió los labios y gimió mientras mis jugos le cubrían la polla.

Mientras aceleraba el ritmo, comenzó a mover sus caderas hacia adelante mientras empujaba, frotando contra mi clítoris. Sentí que el orgasmo se acumulaba en mi vientre mientras empezaba a entrar en erupción. Grité, agarrando el sofá y arqueando la espalda mientras sentía las olas de placer explotaban a través de mí. Mientras temblaba y me estremecía debajo de él, podía sentir que me contraía contra su eje, lo que solo lo hacía más necesitado. Abrí los ojos y vi cómo empujaba con fuerza una, dos y luego una tercera vez, poniendo los ojos en blanco. Continuó empujando suavemente mientras las olas de éxtasis rodaban sobre él, mordiéndose el labio y apretando mis muslos en sus fuertes manos. Mientras sus músculos se relajaban, me miró y sonrió, sacudiendo su cabeza e inclinándose hacia mi cuello.

—Eso ha sido increíble —dijo sin aliento—. Feliz maldita Navidad.

Incliné la cabeza hacia atrás y me reí en voz alta mientras él se retiraba y alcanzaba mis manos. Cuando me incorporé, me dio un largo y apasionado beso en los labios. No podía imaginar una mejor primera vez. Sabiendo que mi madre llegaría pronto a casa, nos vestimos y nos levantamos. Quería que se quedara pero sabía que parecería sospechoso. Lo acompañé a la entrada y le di su gorro mientras se ponía el chaquetón. Abrió la puerta pero se volvió y me besó por última vez, con pasión, antes de lanzarme esa sonrisa asesina y salir del apartamento. Puede que unas horas antes fuera un extraño, pero no me arrepentí por lo que pasó entre nosotros.

Aunque, en ese instante, no sabía que no volvería a ver a Dex durante mucho tiempo.


Capítulo 3



Dex

Los últimos cinco años habían sido toda una aventura. El negocio necesitaba un impulso y había que plantar cara a la competencia para que Canton Enterprise siguiera avanzando. Pasé esos años viajando por Asia, haciendo tratos con los hombres más importantes y ricos que pude encontrar. Desde China, Japón y Corea, hasta Vietnam, Tailandia e Indonesia, el mundo vería ahora los Canton Resorts, las Canton Towers y Canton Enterprise en la vanguardia del lujo. Aprendí mucho fuera, pero me apetecía volver. Aunque todavía tenía algunos negocios por finiquitar, debía regresar a casa para la boda de mi hermana. Era la única familia que me quedaba y no podía perderme un evento tan transcendental en su vida.

Me puse ante el altar, al lado de Brandon, el futuro esposo de Natalie. Me alegraba que hubiera conocido a un hombre tan increíble con el que pasar su vida. Se conocieron en un karaoke, en Hell’s Kitchen, y Brandon se enamoró de ella al instante. Cuando volaron a Pekín para visitarme, supe que lo suyo era para siempre.

Cuando la música empezó a sonar, miré hacia la puerta de la iglesia, al otro lado del pasillo. Mi felicidad iba más allá de que aquel fuera un día especial para mi hermana. Estar en aquella pequeña capilla, al norte del estado de Nueva York, significaba también que volvería a ver a Casey. No podía quitármela de la cabeza, ni siquiera cinco años después, y esperaba que ella sintiera lo mismo.

Las flores amarillas colocadas en los bancos de la iglesia se acentuaban con las otoñales hojas que llegaban hasta la puerta. De pronto, las damas de honor aparecieron por el pasillo y vi a Casey. Llevaba un maxi vestido sin mangas, con un corpiño ajustado que destacaba sus voluptuosas e increíbles pechos. Su vestido era del color de las flores y se había recogido su hermoso cabello elegantemente, de tal forma que largos rizos enmarcaban su rostro. Estaba aún más guapa de lo que recordaba y aquella noche que pasamos juntos volvió a mi mente. Me quedé atónito porque estaba preciosa. La observé mientras subía los escalones del altar y miraba rápidamente en mi dirección. Sus mejillas se sonrojaron como la primera vez que nos vimos.

Mientras subía y se colocaba con las otras chicas, sonrió, mirando hacia el altar pero sintiendo mi mirada en su piel. La música terminó y respiró hondo. Me miró, levantando las cejas con una sonrisa juguetona. Negué un poco con la cabeza y me reí para mí mismo, dándome cuenta de que ella sabía exactamente cómo me sentía. Cuando volví a mirarla, había enderezado el rostro y aguardaba a que Natalie hiciera su gran entrada. Por mucho que quisiera contemplar a mi hermana, no podía apartar los ojos de Casey. No me había imaginado que, después de cinco años, me sentiría tan atraído por ella. Sabía que deseaba verla.

Estaba emocionado porque iba a encontrármela en la boda, pero no esperaba sentirme así. Tuve el impulso repentino de agarrarla y besarla nada más verla. Sin embargo, me sujeté las manos y miré a Brandon, quien lucía nervioso mientras miraba hacia la puerta esperando la aparición de Natalie.

Cuando la marcha nupcial empezó a sonar, todos los invitados se pusieron en pie y miraron hacia atrás. Entonces, vi cómo mi hermana atravesaba la puerta, del brazo de nuestro tío, con la sonrisa más grande que jamás le había visto. Luego, no presté atención al resto de la ceremonia. No aparté la vista de Casey ni siquiera durante el intercambio de votos de Natalie y Brandon. Cada vez que sus ojos verdes se encontraban con los míos, notaba revolotear las mariposas en mi estómago. Cuando la ceremonia terminó, acompañé a una de las damas de honor y le guiñé un ojo a Casey mientras miraba hacia atrás. Inmediatamente, sus mejillas se enrojecieron y me fijé en su mano, en la que no llevaba alianza.

Después de salir de la iglesia, nos reunimos todos para las fotos. Observé, algo apartado, cómo las damas de honor se sacaban algunas juntas. Mi hermana se acercó a mí y me dio un codazo en el costado. La rodeé con el brazo, maravillándome de lo absolutamente preciosa que estaba.

—Felicidades, hermanita —dije sonriendo.

—Gracias, me alegro de que hayas podido venir. —Se rio.

El fotógrafo llamó a Natalie. Tan pronto como Casey se liberó del grupo, fui hacia ella. No quería perder tiempo. Cuando me acerqué, me miró y sonrió, entregando sus flores a otra chica y encontrándome a mitad de camino. Inmediatamente nos abrazamos con fuerza y no podía creer lo bien que se sentía tenerla entre mis brazos.

—Me alegro de verte —me susurró al oído—. Ha pasado mucho tiempo.

—Estás guapísima —le dije, retirándome para mirarla.

—Bueno, ya sabes, tuve que bajar el listón para no eclipsar a la novia.

Ambos nos reímos y miramos a Natalie y Brandon, abrazándose y besándose para el fotógrafo. Vi cómo las mejillas de Casey tornaban de un rojo brillante a un rosa tenue. Contempló a mi hermana y a su ahora marido cuando el sol comenzó a ponerse detrás de la iglesia. Cuando terminaron sus fotos, Casey me sonrió antes de irse con las otras damas de honor para tomar la limusina que las llevaría a la recepción. Sus redondeadas caderas y su increíble trasero se balancearon de un lado a otro bajo su ajustado vestido al caminar hacia el coche. Cuando se agachó para entrar en él tragué saliva. Me acerqué y agarré a mi hermana antes de que pudiera desaparecer.

—Oye —dije, mirando a la limusina—, ¿Casey está saliendo con alguien?

—No —me respondió con una sonrisa pícara, que ignoré por completo—. ¿Nos vemos en la recepción?

—Allí estaré —le dije, aplaudiendo y caminando hacia la limusina de los padrinos.

¿Por qué no seguir donde lo dejamos aquella vez? No buscaba nada serio y, como no podía quitármela de la cabeza, no me importaría repetir aquella velada de Nochebuena. Cuando llegamos a la recepción, me senté en mi mesa y vi a Casey reírse y comer con las otras chicas. Estaba impresionante. Cuando la vi levantarse para ir por una copa a la barra, supe que era un buen momento para charlar con ella. Avancé entre la multitud y me apoyé junto a ella.

—Hola —dije, sonriendo.

—Hola. —Se rio—. Sigues tan encantador como siempre.

—Lo intento. —Me reí entre dientes.

Me sonrió mientras tomaba su bebida. Pasé mi mano por su brazo e inmediatamente sentí una chispa, la misma que sentí hacía cinco años. Respiró hondo y dio un paso atrás, forzando una sonrisa en sus labios. No pude descubrir por qué era, pero parecía un poco distante. Seguía siendo sexy como el infierno, dulce, adorable como siempre. Se rio de mis estúpidos chistes pero también se alejó un poco de nuestra conversación. Sonreí y abrí la boca para invitarla a sentarse conmigo, pero me cortó el que se anunciara el primer baile de los novios. Casey se encogió de hombros y sonrió, se dio la vuelta y volvió a su propia mesa.

Volví a mi asiento, ligeramente perplejo por lo que acababa de pasar. ¿Habían cambiado las cosas mientras estaba fuera? ¿Ya no sentía nada por mí? Cinco años era mucho tiempo, sí, pero como no había dejado de pensar en ella, creí que a Casey le habría pasado lo mismo. Se veía tan sexi con ese vestido y su sonrisa era más radiante que nunca. Todo lo que quería era desnudarla y tener otra noche de pasión.

Durante una hora, vi cómo se desarrollaba el primer baile de los recién casados, el corte de la tarta nupcial y hasta el emotivo baile con nuestro tío. Cuando todo se hubo tranquilizado y los invitados andaban ya desperdigados por el salón de fiesta, levanté la vista y vi a Casey sola en su mesa, contemplando a las parejas bailar en la pista. Sabía que era el momento perfecto para acercarme a ella. La idea de tenerla en mis brazos era demasiado tentadora para dejarla escapar. Así que me acerqué por detrás a ella, dándole un golpecito en el hombro.

—Disculpe, señorita —dije con una reverencia juguetona—. ¿Me concede este baile?

Me miró y sonrió tímidamente, asintiendo con la cabeza y extendiendo la mano. Enlacé su brazo con el mío mientras caminábamos por la pista de baile. La giré y la tomé en mis brazos. Casey se rio mientras se estrellaba contra mí, levantando la cabeza y cogiendo mi mano. Le rodeé la cintura y la acerqué, sintiendo sus pechos contra el mío. Me miró con sus grandes ojos verdes y mi corazón se saltó un latido. Era como aquella noche en la que nos conocimos, cuando el deseo y la necesidad fueron tan grandes que apenas podíamos respirar. Mientras bailábamos, nuestros ojos no se desprendieron y, durante un instante, sentí como si fuéramos los únicos presentes en aquel salón. Sabía que tenía que volver a tenerla. Necesitaba sentir su piel contra la mía, probarla y que su boca envolviera mi polla.

Necesitaba crear el ambiente, la acerqué aún más sin importarme que notara mi semi erección contra su cuerpo. Cuando se dio cuenta del estado de mi entrepierna, sus ojos se abrieron y se mordió el labio. Una expresión de conflicto cruzó su cara. Me incliné y la cogí por la cintura, haciendo que sus pies se elevasen y dejaran de tocar el suelo mientras nos balanceábamos con la música que la orquesta tocaba. Su respiración era pesada contra mi cuello y enterré mi cara en su pelo, respirando su dulce aroma. Quería otra noche de pasión y lujuria. No, necesitaba otra noche de pasión y lujuria y no con cualquiera, con Casey. Puede que hubiera algo que no entendiera de ella, pero en ese momento, no me importaba. Todo lo que me importaba era hacerla sentir deseada y sexi.

Mientras nos movíamos al ritmo de la música, su respiración era profunda y la dejaba salir con fuerza. Temía que no se sintiera igual que yo, pero la forma en que se aferró a mi cuerpo, frotando sus labios contra mi cuello, me confirmó que se trataba de otra cosa. No estaba seguro de cuál era el problema y esperaba no haber hecho algo que estropeara la posibilidad de estar de nuevo juntos, aunque no sabía cómo podría haberlo hecho. De cualquier manera, iba a disfrutar teniéndola en mis brazos hasta que la canción terminara y luego, con suerte, la tomaría en mi cama esa misma noche.

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