PÁGINAS

viernes, 22 de abril de 2016

RELATO COMPLETO: La Tormenta (Última parte)

Relato Completo




La Tormenta  
de Sonia López Souto


1

Nunca antes he desobedecido a mi padre. Lo adoro y siempre lo he considerado un hombre sabio y juicioso. Pero cuando me informó de que me desposaría con Connor MacGregor, deseé que el suelo se abriese bajo mis pies y me tragase. Hubiera sido lo mejor, la verdad. La fama de ese hombre lo precede y no es necesariamente buena. Por algo mi padre lo quiere a su lado. Y por eso estoy yo en los establos, ensillando mi caballo.
No sé muy bien a dónde iré ni qué haré, lo único que tengo claro es que no me quedaré aquí esperando a un esposo al que tachan de bárbaro y sanguinario. No es esa la idea que yo tengo en mente para el hombre con el que he de compartir mi vida. Y no me importa si mi padre se enfurece conmigo por huir. Esta vez se ha equivocado y mucho.
Cuando abandono el establo, la noche me envuelve y puedo salir del castillo sin ser vista. Conocer el terreno ayuda bastante. Reviso las alforjas de mi caballo y monto sobre él al sentirme segura de que no me verán. Lo espoleo obligándolo a salir al galope. Para cuando sepan de mi desaparición, ya estaré muy lejos.
La luna ilumina mi camino en las pocas ocasiones en que se digna a aparecer tras las nubes. Sé que pronto comenzará a llover, pero no puedo permitirme buscar un refugio. Todavía estoy cerca de casa.
La tormenta me sorprende horas más tarde, cuando ya amanece. Me encuentro ya en el lago pero no puedo avanzar más sobre el caballo, así que desciendo de él y lo arrastro tras de mí. Se resiste porque le asustan los truenos. En cualquier otra circunstancia, lo habría dejado libre para que regresase a casa, pero no ahora. No hoy. Lo necesito para huir del cruel destino que se me ha impuesto.
Un relámpago oculta las pocas sombras de la noche que quedan todavía y segundos después se escucha el ensordecedor rugido de un trueno. Mi caballo, loco por el miedo, se encabrita. Trato de tranquilizarlo pero las riendas se me escurren de entre las manos. Se gira dispuesto a abandonarme y cuando intento evitarlo, me golpea con sus cuartos traseros. No me hace daño, realmente, pero sí me desequilibra.
El resbaladizo suelo a mis pies provoca mi caída y me deslizo inexorablemente ladera abajo en dirección al lago. Sus gélidas aguas me reciben de buen grado, y siento como el pánico me invade mientras mis ropas se empapan y empiezan a pesar. No sé nadar, nunca me han enseñado, por lo que sé lo que sucederá a continuación.
Braceo a la desesperada intentando salir a flote pero mi vestido mojado se enreda en mis piernas y me impide impulsarme. Trato de gritar pero sólo consigo que el agua entre antes en mis pulmones. Sé que voy a morir y aunque horas antes lo había deseado, ahora sólo puedo pensar en que quiero vivir.
Mi cuerpo se hunde una última vez en el lago y ya no sale. Trato de aguantar la respiración todo cuanto puedo, para robarle unos segundos más a la muerte, pero sé que es en vano. La vida de Janet Fraser acabará como empezó, sumergida en agua.
Entonces, siento cómo mi cuerpo se eleva. Noto el peso de la ropa pero no toco el suelo, por lo que supongo que estoy volando. Hacia el creador. ¿Qué otra cosa podría ser sino? Me convulsiono con cada movimiento, el aire ya no me es necesario pero mis pulmones no deben saberlo todavía. Finalmente toco tierra. ¿Habré llegado al cielo?
Siento unos fuertes labios sobre los míos, que insuflan vida en mi cuerpo pero me niego a abrir los ojos. No todavía, cuando me siento tan bien. Quiero disfrutar de mi remanso de paz antes de enfrentarme a la eternidad de mi alma, lejos de mi cuerpo terrenal.
De nuevo los labios insisten en llenarme por dentro del aliento vital. Y es entonces cuando mis pulmones reaccionan y expulsan el agua que los encharca. Toso y me revuelvo. Unas poderosas manos me sujetan con delicadeza y acarician mi espalda, consolándome. Cuando dirijo mi mirada hacia su dueño, me encuentro con los ojos más azules que he visto en mi vida.
-¿Eres un ángel? –logro decir con voz ronca.
-No soy ningún ángel, muchacha –su voz lo desmiente. Nadie en la tierra podría tener una voz tan dulce y dura al mismo tiempo.
Ni un rostro tan bello. Ni aquel cuerpo fuerte que se aprieta contra el mío y me mantiene a salvo de las inclemencias del tiempo. Definitivamente es un ángel. Mi ángel.
-Eres un ángel –repito. Ya no pregunto, sino que lo afirmo, y una sonrisa brilla en su perfecto rostro.
-Seré tu ángel si es lo que quieres –me susurra, provocando escalofríos en mí, que nada tienen que ver con que esté empapada y en medio de la nada, a la intemperie.
Consciente por primera vez desde que abrí los ojos de lo que me rodea, comprendo que sigo en el lago y que la tormenta no ha amainado. Miro a mi ángel salvador y mis ojos se abren de sorpresa al comprender que es un hombre y no un ser celestial. Intento apartarme de él pero me lo impide.
-No vayas a temerme ahora, muchacha –me dice, sin dejar de mirarme a los ojos– No te he salvado la vida para arrebatártela después.
Le creo. No sé quien es ni qué hace aquí, pero le creo. Inconscientemente me acerco más y él aprieta su abrazo. Cuando baja la cabeza yo elevo la mía y nuestros labios se juntan. Recuerdo esos labios pero el tacto ahora no es el mismo. Siento la urgencia en aquel beso y me pierdo en su devastadora seguridad. Sabe lo que quiere y lo exige. Y yo solo puedo ofrecérselo sin reservas.
Cuando rompe el contacto y me toma en sus brazos, no protesto. Simplemente hundo mi rostro en su pecho y rodeo su cuello con mis brazos. Iré a donde me lleve. Nada más me importa. Si es al infierno, lo seguiré hasta arder con él.
El cansancio y la experiencia en el lago hacen mella en mí y me duermo en sus poderosos brazos. Ni me sorprende la fe ciega que he depositado en él, porque mi corazón me dice que es a su lado donde debo estar. Que he nacido para pertenecerle.
-La habéis encontrado – escucho decir a mi padre horas después.
-Os dije que lo haría – dice mi salvador, sin dejar de sostenerme, mientras me lleva a mis aposentos.
Estamos de vuelta en el castillo y mi aciago destino está de nuevo acechándome. ¿Cómo podré ahora desposarme con un cruel asesino, estando enamorada de mi ángel? Un ángel que mi padre envió en mi busca.
-Espero que este contratiempo no os haga cambiar de opinión respecto al matrimonio, Connor.
-Sólo reafirma mi intención de hacerla mi esposa, Ian –dice él con la seguridad de quién se sabe vencedor.
Y ha de ser así, porque ahora que sé quién es, nadie impedirá que me despose con él. Ni una reputación como la que tiene. Sin duda, algo de mentira ha de haber, pues unos ojos tan limpios y puros como aquellos no pueden esconder un alma oscura como la que se empeñan en relatar en las historias sobre MacGregor, el bárbaro.
Lo miro a los ojos en cuanto nos quedamos solos en mi alcoba. Esto no debería estar sucediendo pero nadie ha protestado ni lo ha impedido. Una sincera sonrisa en sus labios ilumina también sus ojos azules y sé que todo estará bien.
-Ahora eres mía, Janet –me dice– No vuelvas a poner tu vida en peligro, porque no soportaría perderte.
-No pareces un bárbaro –digo.
-No para ti –me deposita en la cama– Nunca para ti.
Cuando me besa, sé que he encontrado mi lugar. Connor es mi vida ahora y no puedo creer que haya querido huir de él. Bendita tormenta que me frenó y nos hizo encontrarnos.



2

El cansancio hace mella en mí y me quedo dormida de nuevo. Connor se ha quedado conmigo hasta que mis ojos se cierran. Ni siquiera fue necesario que hablásemos. El silencio era revelador para ambos.
No sé cuantas horas duermo pero me despierto en la oscuridad. Supongo que vuelve a ser de noche y he pasado el día entero en la cama. Mi cuerpo protesta ahora por la inactividad y por el hambre. Decido levantarme y calmar ambos malestares.
Me cubro con el plaid. En algún momento, alguien me ha cambiado de ropa, colocándome un camisón seco y mi rostro se colorea al pensar que haya podido ser Connor. Sé que en breve será mi esposo, pero no sé si me siento cómoda con que vea mi cuerpo desnudo. El pudor es demasiado fuerte en mí.
Bajo sigilosa las escaleras para no despertar a nadie pero al llegar al salón, corro en dirección a las cocinas. Voy descalza, así que apenas hago ruido. El suelo de piedra está frío pero no importa, mi intención es llevarme la comida de nuevo a mis aposentos. Todavía quedan resquicios del fuego en la chimenea, lo que me permite distinguir el camino entre las mesas que han montado esa noche con motivo de la llegada de mi prometido y sus hombres.
Seguramente haya habido un gran banquete para todos y me siento incómoda pensando en que no he acudido. Después de las constantes negativas que le he dado a mi padre, incluso delante de nuestra gente, temo que se hayan tomado mi ausencia como un nuevo desplante hacia Connor. Es algo que no podría perdonarme.
En la cocina encuentro pan y carne ahumada. No es de mi agrado pero tendré que conformarme con ella. Con el hambre que tengo, tampoco puedo ser demasiado escogida. Mis tripas empezarán a protestar en cualquier momento. Busco una copa y la lleno con agua fresca. En cuanto tengo todo lo que necesito, salgo sigilosamente y con más cuidado para no derramar el líquido en el suelo.
-¿Te ayudo con eso, querida?
Me sobresalto al escuchar una voz en la penumbra. Por suerte para mí, nada se ha caído de mis manos, pero sí se me ha escapado un pequeño grito. El corazón me late con fuerza, parece como si quisiera escapar de mi pecho y ocultarse en cualquier otro lugar. Mi cerebro tarda en procesar la voz y desde luego, hasta que me giro, no reconoce al dueño. Tal ha sido el susto.
-Connor –susurro.
Está sentado frente a la chimenea, en una pose de absoluta relajación. Si pretende calentarse con el fuego, me temo que los restos de la lumbre no servirán a ese propósito. Aún así, me guardo mi opinión para mí. Aunque mi corazón me dice que es el hombre con el que deseo pasar el resto de mis días, no conozco apenas nada de él. La confianza llegará con el tiempo. Ahora, me mantengo firme, sintiendo mis pies cada vez más fríos.
-Estás descalza –me dice, sin mirarme todavía.
-Sólo he bajado a por algo de comida –me justifico.
-Pero hace frío –se levanta como un resorte y camina hacia mí– Después de tu chapuzón de esta mañana, no te conviene andar descalza. Y en camisón.
Su mirada se pasea por mi cuerpo y me siento desnuda a pesar de estar perfectamente tapada con mi plaid. Mi corazón, que parecía haberse tranquilizado un poco, vuelve a tronar en mi pecho. No me extrañaría que Connor lo escuchase. Cuando extiende sus manos hacia mí, no puedo evitar retroceder por instinto.
-Te dije que no debes tener miedo de mí, Janet –su voz suena ahora más ronca que hace un momento.
-No te tengo miedo –me obliga a mirarlo a los ojos y repito– No te tengo miedo.
-Bien. Porque no te haré ningún daño – sus ojos están fijos en los míos –Jamás.
Le creí la primera vez y le creo ahora de nuevo. Puede que lo hayan retratado como un ser cruel y sanguinario, pero yo no veo nada de eso en sus ojos. Lo que sí detecto ahora y que no vi antes, tal vez debido a mi encuentro con la muerte, es el tormento que se arremolina en su interior.
Descubrir que Connor sufre, me aflige. Como estoy cargando con mi cena, me acerco a él y apoyo la mejilla en su pecho. No es el abrazo que deseo darle, pero tendrá que servir por el momento. Cuando siento sus brazos rodeándome, sé que lo ha entendido. Estoy de nuevo en el paraíso. La seguridad que emana de Connor me envuelve y me consuela a mí, aún cuando yo quería haber hecho eso mismo con él.
-Te llevaré a tu alcoba –me dice antes de alzarme del suelo.
Parece que no le cuesta llevarme en brazos porque camina con rapidez y su rostro permanece relajado. Me sostiene con firmeza y me deleito con el movimiento de sus músculos contra mí mientras camina. Mi cabeza termina apoyada contra su pecho y escucho los latidos de su corazón. También el suyo está acelerado y algo en mi interior me dice que no es por el esfuerzo de cargar conmigo.
-Puedo caminar –le digo en cuanto soy consciente de que volveremos a estar a solas en mi alcoba. Y en esta ocasión no habrá nadie al otro lado para controlar que no suceda nada indecoroso dentro.
-Lo sé –me mira un momento– Pero estás descalza.
Antes de que pueda idear alguna excusa creíble para que me deje en el suelo, ya hemos llegado a mis aposentos. Abre la puerta como puede y luego la cierra tras él, con un pie. Avanza hacia la cama y me deposita en ella con cuidado de no derramar el agua. Sin mediar palabra, me quita todo de las manos y lo coloca en la pequeña mesa que está junto a la ventana.
-¿Dónde están tus zapatos? –me pregunta.
Los toma en cuanto se los señalo y me los pone con cuidado de no tocarme demasiado. Ese gesto de consideración me llega a lo más hondo. Es un hombre de honor y eso me llena de un orgullo tonto que se supone no debería sentir por un desconocido.
No un desconocido, pienso entonces. Porque mi alma conoce la suya. No puedo explicarlo, pero sé que es así. Desde el momento en que nuestras miradas se conectaron la primera vez, supe que no habría nadie más que él para mí. Y con cada minuto que pasa, estoy más convencida de ello.
En cuanto mis zapatos están en su sitio, vuelve a cargarme en brazos hasta una de las sillas y me deposita en ella con delicadeza. Luego acerca la otra y se sienta frente a mí. Me mira durante lo que se me antoja una eternidad, pero no me siento acobardada. Tal vez un poco cohibida por su intensidad, pero jamás temerosa.
-Come –me dice sonriendo al sentir a mis tripas protestar. Un intenso sonrojo cubre mi rostro de la vergüenza de que él haya oído eso– Necesito una esposa sana y bien alimentada.
Me observa en silencio, recostado contra el respaldo de la silla. De nuevo esa postura relajada que vi en el salón. Con la diferencia de que ahora puedo notar de nuevo el tormento en su mirada. Una honda preocupación que dudo que él mismo sepa que está mostrándome.
-¿Estás bien? –le pregunto finalmente, incapaz de callarlo por más tiempo– Pareces preocupado por algo.
-Estoy bien –sé que miente.
-Si voy a ser tu esposa sana y bien alimentada –uso sus mismas palabras para suavizar mi reprimenda– tendrás que aprender a confiar en mí. Tus problemas serán ahora los míos.
-No quieras cargar con mis problemas, Janet –me mira con ojos suplicantes.
-En la salud y en la enfermedad. En la riqueza y en la pobreza. En lo bueno y en lo malo –añado por mi cuenta– Eso es lo que nos prometeremos en breve. Lo tuyo es mío y lo mío tuyo.
-Hay cosas que es mejor que no sepas –me mira de nuevo con intensidad pero aguanto. Quiero que confíe en mí y tengo la sensación de que me está probando– No me llaman MacGregor el bárbaro por nada.
-En la guerra se comenten muchas atrocidades –mi mano se cuela entre las suyas antes de que pueda detenerla.
Connor tira de ella y me arrastra hacia él. Me acomoda en su regazo y me rodea la cintura con sus brazos. Me siento protegida así. A salvo de todo mal. Mis brazos reposan en sus hombros y le acaricio el cabello con las manos. Su mirada sigue en la mía.
-¿De verdad quieres saberlo? –me pregunta tras varios minutos sin que ninguno se mueva.
-Por supuesto –le contesto sin dudar. No hay nada que desee más que conocer al hombre que me está sosteniendo en este momento. Conocer al bárbaro que dicen que es y al hombre que realmente es. Porque sé que hay una gran diferencia entre ambos.
-Puede que después decidas romper el compromiso –me advierte.
-Jamás –tomo su cara entre mis manos– Connor MacGregor, sea lo que sea eso que te tortura, jamás me alejará de ti.


3

Libera su rostro de mis manos y lo acerca al mío para apoderarse de mi boca. Me besa como si no hubiese un mañana y es probable que él crea que no lo habrá. Tal vez mis palabras no lo hayan convencido de que no lo abandonaré jamás. Y es por eso que le devuelvo el beso, intentando hacerle entender con él que todo cuanto he dicho es cierto. Aunque me espante lo que me cuente, no podría dejarlo. Desde que lo vi por primera vez, se ha ganado mi corazón.
Cuando termina el beso, ambos respiramos con dificultad pero ha merecido la pena. Lo que siento con él es más fuerte que la simple atracción. Es más profundo, más espiritual. Dos mitades que se encuentran después de una vida buscándose. Me abraza con fuerza y sé que está decidiendo si me habla de sus problemas o no. Le acaricio la espalda y noto cómo se va relajando con mi toque. Realmente deseo que confíe en mí.
-He hecho algunas cosas que te revolverían el estómago si te hablase de ellas –empieza, todavía abrazado a mí– He sido despiadado con el enemigo. Inclemente. He hecho cuanto era necesario para conseguir una confesión o para ganar una batalla. He matado a tantas personas y aún así me acuerdo de todas ellas. Me he ganado el apodo de bárbaro con creces, Janet. No es un cuento para asustar a los enemigos. Es la verdad.
Permanezco en silencio, todavía acariciando su espalda. Quiero saber más, pero temo que lo que me cuente sea demasiado difícil de asimilar. Sé que no cambiará lo que siento por él, eso es más fuerte que cualquier atrocidad que haya hecho. Sobre todo porque ha sido en la guerra. Pero no quiero que vea debilidad en mis ojos si me mira después de semejante confesión. Quiero ser fuerte para él. Por él.
Mi padre siempre me decía que en una batalla, todo hombre por bueno que fuese, se volvía un asesino si su vida corría peligro. Es el instinto de supervivencia. El afrodisíaco más poderoso para un guerrero. Estoy convencida de que también él actuó de igual modo en su juventud. Y me consuela saber que a pesar de ello, es un hombre cariñoso y dulce. Me da esperanzas para que Connor pueda superarlo también. Porque yo he visto en sus ojos al hombre que puede llegar a ser si sus recuerdos se lo permiten.
-Apenas duermo porque me acosan las pesadillas. Permanezco mirando al infinito, esperando que el sueño me venza y mi mente me permita descansar aunque sean unas pocas horas –me mira– Quiero olvidarlo todo, Janet. Quiero empezar una vida contigo libre de mi terrible pasado.
-Podemos hacerlo –le digo convencida de ello.
-Siempre habrá batallas, enfrentamientos, rencillas en las que deberé participar –ahora su mirada se pierde más allá de la mía– Esto no tiene fin.
-Lo tiene –vuelvo a capturar su rostro entre mis manos– Connor, estoy aquí contigo. Seré tu remanso de paz en medio del caos. Si tú me lo permites, aliviaré tus males con mi amor.
-¿Amor? –su mirada esperanzada me conmueve- ¿Podrías amar a un asesino?
-Un superviviente –lo corrijo– No matas por placer, sino por necesidad.
-Eres tan bella –me acaricia el rostro– Por fuera y por dentro. Debería haber rechazado la propuesta de tu padre para no eclipsar tu inmaculada alma con mi oscuridad. Pero me enamoré de ti desde el mismo instante en que te vi.
-Nunca nos habíamos visto –lo miro extrañada.
-Hace años ya de eso. Todavía eras una dulce muchacha que apenas comenzaba a ser mujer.
-Yo no me acuerdo de ti. Y estoy segura de que lo haría si nos hubiésemos visto.
-Tú no me viste –sus manos son las que sujetan ahora mi rostro– Pero yo no he podido olvidarme de tus hermosos ojos desde ese momento. Ni de tu sonrisa, tan bonita y sincera. No quiero que dejes de sonreír.
-No lo haré. Sonreiré siempre, mientras tú estés a mi lado.
-Es lo que más deseo en este mundo.
Acerca sus labios a los míos de nuevo y me pierdo en su sabor. Me aferro a sus hombros mientras su boca se apodera de la mía dejándome de nuevo sin respiración. Siento su miedo, su desesperación y sólo quiero borrarlos para siempre. Sé que podremos lograrlo si él me lo permite. Si me deja entrar en lo más oscuro de su alma para liberarlo de todo el mal que lo atenaza.
-No importa el pasado, Connor –digo contra su boca– Unamos nuestro presente ahora para tener un futuro juntos. No quiero perderte ahora que te he encontrado.
-Te dije que eras mía, Janet –me mira a los ojos– No me perderás. No renunciaré a ti.
-Entonces déjame ser tu luz.
-¿Podrás serlo sin resultar dañada?
-Podré serlo y podré curar tu alma atormentada.
-¿Cómo puedes estar tan segura de eso?
-Porque el amor es más fuerte que el odio. Y yo te amo.
Me besa por tercera vez, con más urgencia que las otras. Bebe de mi inocencia hasta saciarse, pero aún así me queda todavía mucha más para darle cada vez que la necesite. Porque estar a su lado me hace fuerte. Y cuanto más oscuro sea su pasado, más duro combatiré contra él. Y venceré. Venceré por Connor. Por nuestra vida en común. Por el amor que compartimos.
-Te amo, Janet.
-Podremos con lo que sea que venga, Connor. Seremos fuertes juntos –le sonrío– Lucharemos juntos.
-Mi pequeña guerrera –me sonríe de vuelta por primera vez en la noche y sé que todo irá bien. Ahora soy yo quien lo besa a él.
-Debería irme ya –me dice después– Por más que estemos prometidos, esto no es correcto.
-No quiero que te vayas –lo detengo cuando intenta levantarse– No me importa lo que digan.
-Pero a mí sí –besa mi nariz y sonrío– Tendremos tiempo suficiente para compartir cama y todo lo que quieras después de la boda.
-¿Estarás bien? –me preocupan sus pesadillas.
-Lo estaré –se levanta, arrastrándome con él– Descansa, Janet. Mañana podremos pasar juntos tanto tiempo como desees.
Me besa una última vez. Es apenas un roce que me deja con ansias de más, pero sé que no lo profundizará. De nuevo su honor me hace sentir orgullosa, aunque me quede sin sus besos. Y sin sus brazos rodeándome toda la noche. Por más que me asuste lo que pueda venir tras ellos.
Conozco la teoría, por supuesto. Y he visto pequeñas dosis de práctica aún sin quererlo. En el castillo hay demasiada gente y algunos no se guardan nada de los mirones cuando el calor del momento se apodera de ellos. Sobre todo después de propasarse con el alcohol. Pero una cosa es verlo y otra muy distinta sentirlo.
Me han robado besos, claro. Pero ninguno ha sido como los que Connor me ha dado. Ninguno me ha hecho sentir lo que él consigue con un simple roce. Anhelo más de él. Lo quiero todo. Aunque me asuste la intimidad que hemos de compartir. El no saber si seré todo lo que él espera de mí. Decepcionarlo, del modo que sea, es lo último que quiero.
En momentos como este, es cuando más extraño a mi madre. Murió siendo yo una niña y nunca pude disfrutar de ella. De los consejos que estoy segura me daría con gusto. De cada enseñanza sobre la vida que podría haberme mostrado. Extraño sus manos cepillando mi pelo, mientras con su bonita voz me canta o me habla de cualquier cosa. Y extraño no tener más recuerdos de ella que ese.
Me recuesto en la cama y pienso en ella. No tengo sueño todavía pero imaginármela cantando para mí, me arropa hasta que Morfeo me visita de nuevo, por tercera vez ya en este día. Un día largo e intenso, que cambiará mi vida para siempre.


4

Los siguientes días son como un sueño para mí. Connor los pasa conmigo, hablando de todo y de nada para conocernos mejor, saliendo a cabalgar juntos cada tarde hasta el anochecer, robándome besos cada vez que puede. Mi felicidad aumenta con cada hora que compartimos.
Por veces puedo ver todavía esa angustia que lo carcome por dentro, pero hemos hablado también mucho al respecto. En cada ocasión que se abre a mí y me confiesa el mal que ha tenido que hacer en aras de su propia vida o de los que protege, siento que eso nos une todavía más en lugar de separarnos. Porque cuanto más conozco de él, de su terrible pasado, más comprendo que no forma parte de eso ya, que su futuro no será para nada así porque odia esa parte de su vida. Sé que podremos ser felices y eso hace que mi amor por él crezca día a día.
Cada noche me visita en mi alcoba cuando todos duermen o nos encontramos en las almenas del castillo y continuamos hablando hasta que el sueño me vence. Siempre soy yo la primera que se rinde y siempre me despierto sola y decepcionada de que no se haya quedado conmigo.
Pero hoy es diferente. Hoy nada podrá hacer que deje de sonreír. Porque hoy empieza mi nueva vida. Es el día de mi boda. Y estoy emocionada mientras me preparo para la ceremonia. Las esposas de mis hermanos han venido a ayudarme y no puedo dejar de reír mientras se pelean entre ellas para decidir cómo he de llevar el pelo o si debo ponerme el plaid de mi familia o el de Connor.
A mí no me importan esas cosas. Son nimiedades en comparación con lo que pasará a partir de este día. Mientras ellas deciden, yo ardo en deseos de caminar hacia el altar y prometer fidelidad y amor eterno a Connor ante Dios y ante todos. Quiero empezar a compartir nuestra vida como esposos. Quiero formar nuestra propia familia. Quiero llegar a vieja a su lado, viendo a nuestros hijos convertidos en hombres y a nuestros nietos correteando felices a nuestro alrededor. Quiero morir abrazada a él, sabiendo que nuestro amor perdurará más allá de este mundo terrenal.
En cuanto lo veo, tan elegante, tan impresionante frente al altar, sé que nuestro destino era encontrarnos. Amarnos. Su mirada captura la mía y ya no hay forma de que pueda apartarla. Cuando me toma de las manos, me siento completa. Connor es cuanto deseo en esta vida. Él y lo que vayamos a lograr juntos a partir de este día.
El padre Angus, que oficia la ceremonia, aclara su garganta para que lo miremos pero ninguno de los dos lo hace. Estamos prendidos de la conexión que hemos creado. Veo sonreír a Connor y lo imito.
-Empiece, padre –dice sin dejar de mirarme– No puedo espera más a hacerla mi esposa.
No escuchamos ni una sola de las palabras que el padre Angus pronuncia hasta que llega el momento de pronunciar nuestros votos. Y ni siquiera en ese momento rompemos el contacto. En el fondo, ya nos sentimos unidos en alma y corazón.
-Yo, Connor MacGregor, te tomo a ti, Janet Fraser, como legítima esposa, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, en las alegrías y en las adversidades, y así amarte y respetarte todos los días de mi vida. Daré mi vida por ti para protegerte si es necesario – añade en un susurro para que nadie más que yo lo escuche.
-Yo, Janes Fraser, te tomo a ti, Connor MacGregor, como legítimo esposo, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, en las alegrías y en las adversidades, y así amarte y respetarte todos los días de mi vida. Prometo hacerte feliz y ser siempre tu luz en la oscuridad – añado yo sólo para él.
La ceremonia acaba con un beso cargado de esperanza y los vítores de quien se ha reunido en torno a nosotros para celebrar nuestra dicha. Una dicha que apenas unas semanas antes creía que sería una condena para mí. Nada más lejos de la realidad ahora.
Durante lo que se me antoja una eternidad, somos separados para recibir las felicitaciones de los invitados. Apenas sé quien me besa o me habla, sólo puedo sonreír y agradecer, mientras mi mirada busca a Connor entre la multitud.
-Estoy orgulloso de ti, hija –me dice mi padre, a quien sí abrazo con verdadera alegría– Y soy muy feliz al saber que tendrás al esposo que mereces. Que te cuidará y protegerá como yo mismo lo haría. Connor es un hombre afortunado.
-Yo soy la afortunada, padre –lo beso en la mejilla– Lamento los disgustos que te he dado en los últimos tiempos. No debí actuar de ese modo. Yo…
-Eso ya está olvidado, pequeña –me sonríe– Ahora sólo quiero que seas feliz. Ve, tu esposo te espera.
Me giro hacia donde me indica mi padre y allí está. Mi esposo. El hombre al que amo con todo mi ser. Me sonríe y extiende sus brazos hacia mí para acogerme en ellos. Y es ahí donde me siento segura. Él es mi hogar.
-Mi esposa –susurra en mi oído– Por fin.
El banquete se alarga hasta bien entrada la madrugada pero Connor y yo nos escabullimos mucho antes para evitar la vergonzosa costumbre de que los amigos del novio lo desnuden frente a la novia. Si alguien ha notado nuestra huída, han sabido guardarnos el secreto y llegamos a mi alcoba sin que nadie nos detenga.
-Eres hermosa, esposa mía –me dice una vez a solas.
Estoy nerviosa y sé que él lo nota. Sus caricias se sienten tranquilizadoras y para cuando comienza a desnudarme, estoy más relajada. Le ayudo con su ropa bajo su intensa mirada, pero extrañamente no me siento cohibida.
En cuanto ambos nos encontramos piel contra piel, mi cuerpo reacciona a su contacto por instinto. El miedo o la vergüenza que podía haber albergado han desaparecido desde el momento en que me acaricia por primera vez. Connor me besa y me lleva a la cama para hacerme el amor por primera vez. Tan tierno como nunca imaginé. Tan atento y cuidadoso que consigue que todo sea perfecto. Me ama con la mirada, con la boca, con las manos, con su cuerpo por entero. Y me ama con su alma.
-Duerme, mi amor –me dice abrazándome– Yo velaré tus sueños esta noche. Y todas las que sigan.
-Duerme tú también –lo miro con adoración– que yo velaré los tuyos.
Y aunque no lo desea por miedo a que las pesadillas invadan sus sueños, lo arrullo con mis caricias y mi voz hasta que sus ojos se cierran y se duerme abrazado a mí. Lo observo durante horas, velando sus sueños. En cada ocasión en que comienza a removerse inquieto, lo acaricio y eso lo calma.
No recuerdo en qué momento mis ojos se cierran, sólo sé que amanezco en sus brazos, con su pausada respiración acariciando mi mejilla. Me muevo con cuidado para observarlo pero lo despierto igualmente. Sus hermosos ojos me observan y una sonrisa aparece en sus labios.
-Buenos días, esposa mía –me dice antes de besarme.
-Buenos días. ¿Has dormido bien?
-Como no hacía en años –frunce el ceño pero sólo por un segund – Creo que tú alejas mis pesadillas.
-Te prometí que sería tu remanso de paz –le sonrío esperanzada de que sus palabras sean ciertas.
-Lo eres –me besa– Y yo seré tu protector. Nadie ni nada en este mundo te dañará jamás mientras me quede sangre corriendo por mis venas. Eres lo más importante para mí ahora. Tú y la familia que formaremos. Mi vida y mi espada estarán a vuestro servicio.
-Yo quiero tu corazón, Connor.
-Ese ya lo tienes desde el día en que te vi por primera vez, Janet –me besa de nuevo– Te amé entonces y te amo ahora.
-Yo también te amo – le respondo con seguridad – Desde el día en que me salvaste de la tormenta.


Fin

4 comentarios:

  1. Romántico y dulce, me gusto mucho la parte de los votos, la última que sólo dicen el uno para el otro :)

    ResponderEliminar
  2. ¿Habrán más hombres como Connor? Me temo que no, y si en algún lugar del mundo existen, deben estar escondidos debajo de las piedras.

    Una historia sublime, como siempre tratándose de Sonia.

    ResponderEliminar