PÁGINAS

martes, 5 de enero de 2016

RELATO: El mejor regalo de Sonia López Souto


Siempre había pensado que ser paje real sería divertido. Ciertamente lo parecía. Pero no me estaba divirtiendo en absoluto. Aquel hombre llevaba más de media hora enumerando todas las normas que debíamos cumplir para poder ocupar ese puesto y lista parecía no tener fin. Prácticamente todas sus reglas eran más bien prohibiciones.


Me removí inquieta, alternando mi peso de una pierna a otra, ni siquiera nos habían ofrecido una silla para sentarnos. Así conseguirían matar el espíritu navideño del más optimista. Suspiré cuando una nueva prohibición salió de sus labios. A este paso, no nos permitirían ni respirar.

-Divertido, ¿eh?

Miré hacia quien me habían susurrado al oído y me quedé sin respiración. Si lo prohibían, al menos yo ya lo estaría cumpliendo. Nunca en mi vida había visto unos ojos tan intensamente azules. Parpadeé varias veces intentando romper el contacto pero fracasé totalmente. Sólo cuando mi rostro comenzó a arder, pude hacerlo.

-Viva el espíritu navideño – dije, también en un susurro, cuando conseguí meter aire en mis pulmones. En cuanto él sonrió, esos mismos pulmones expulsaron el aire que tanto me había costado introducir en ellos.

-Todo sea por los niños – me guiñó un ojo y me derretí por dentro.

¿De dónde había salido aquel hombre? No lo había visto en mi vida, estaba segura de que me acordaría de él. Aún así, me hablaba con tanta familiaridad, que mi mente trabajaba a marchas forzadas para tratar de descubrir si no conocíamos o no.

-En mi pueblo no eran tan exigentes – me dijo, confirmando que no nos conocíamos. Sentí alivio al momento.

-¿Tu primer año aquí? – aventuré.

-Sí – sonrió de nuevo y me tragué un suspiro – Acabamos de mudarnos. No conozco a nadie. Creí que aquí podría hacer amigos.

-Creo que eso lo han prohibido también – me permití bromear con él.

Mi corazón bombeó con fuerza cuando escuché su risa sofocada. Aquel sonido era embriagador. Imaginarme cómo sería cuando no se contenía, me aceleró la respiración. Aclaré la garganta, estaba demasiado seca en ese momento.

-¿Algún problema por ahí detrás? – el sargento de los pajes, como había decidido apodarle, nos miró a ambos con el ceño fruncido.

-Ninguno, señor – contestó él – Aquí la señorita y yo nos preguntábamos cuando hablaríamos de los niños. ¿No son lo importante en este caso?

-Se cree muy gracioso…

-Bruno.

-Si no está conforme con lo que estoy diciendo, Bruno, ya sabe dónde está la puerta. Aquí no necesitamos ningún humorista – me miró a mí después – Y su amiguita puede seguirle.

-De todas formas aquí no hay nada para mí – me encogí de hombros – Viva el espíritu navideño, señor.

Cuando salimos por la puerta, las risas de los demás nos acompañaron. Oímos como protestaba el sargento pero ya no prestamos atención a lo que decía. Si la diversión no formaba parte del día de Reyes, entonces no nos interesaba. A nadie debería interesarle, desde luego.

-Soy Raquel, por cierto.

-Encantado, Raquel – me sonrió – Te invito a tomar algo.

-Encantada, Bruno – lo imité.

Me rodeó los hombros con su brazo mientras caminábamos y me tensé. No porque me disgustase el contacto, sino porque no me lo esperaba. En realidad, sentí algo revolotear en mi estómago. ¿Existían las tan famosas mariposas?

-Igual me he pasado un poco – me soltó al momento.

-Para nada – lo miré esperanzada de que volviese a hacerlo.

Cuando sentí sus brazos rodeando mi cintura, me estremecí. Levanté la vista hacia sus hermosos ojos y su boca ya estaba muy cerca de la mía. ¿Cuándo se había acercado tanto?

-Si te beso, ¿me pasaría? – susurró.

-Para nada.


Posó sus labios en los míos y me sentí en el mismo cielo. ¿Qué importaban los pajes reales que no podían ser divertidos con los niños? ¿Y ver a los Reyes Magos? No hacía falta. Estaba recibiendo ya mi regalo y sin haberlo pedido.

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