PÁGINAS

viernes, 25 de diciembre de 2015

RELATOS: Una navidad especial de Sonia López Souto



UNA NAVIDAD ESPECIAL
         
de Sonia López Souto




Era el día antes de Navidad y mi hermano había decidido llevarse de improviso a un amigo a la cena de Nochebuena. Y, como siempre, me había tocado a mí salir a la caza de un regalo de última hora para él. A ti siempre se te ocurren las mejores ideas, Carla. Tal vez, pero ir de compras en vísperas de Navidad, no era para nada como tenía previsto pasar ese día. Y mucho menos para elegir un regalo para alguien a quien no conozco.

Ir al centro comercial estaba totalmente descartado, sería un suicidio. Además, a mí siempre me han gustado más las tiendas del barrio, donde el trato es personal y todo el mundo te conoce por el nombre. Donde conocen tus gustos y los de tu familia. Donde saben aconsejarte bien. Donde eres un amigo al que apreciar y no un fajo de billetes que recaudar.

-Buenas tardes, Carla. ¿Qué raro tú por aquí un día como éste? Creía que ya lo tenías todo.

-Lo tenía, señor Tomás. Pero ya sabe lo que le gusta a mi hermano estropearme los planes.

-¿Ha venido a pasar las Navidades con vosotros este año? Eso es bueno.

-No sólo ha venido, sino que se ha traído a un amigo.

-Y te ha tocado comprarle algo – rió él – Bueno, veamos si tenemos algo para ese muchacho.

-Ni siquiera sé qué le gusta, señor Tomás. Estoy un poco perdida.

-Un libro siempre es un acierto.

En cuanto mi madre me dio el encargo, pensé en ir a la librería del señor Tomás. Además de ser un hombre encantador, siempre lograba encontrar el libro perfecto para regalar. Y, ¿a quién no le gustaba leer?

Como cada vez que iba, nos separamos para buscar. Dos cabezas piensan mejor que una, decía siempre el señor Tomás. Luego los poníamos en común y sopesábamos cual elegir. Casi siempre era uno de los que él seleccionaba. La experiencia jugaba a su favor.

Mientras recorría las estanterías absorta en tantas opciones, oí de fondo el sonido que la campanilla de la puerta hacía cuando entraba un cliente. No le di mayor importancia y seguí con mi escrutinio. Seguramente sería otro cliente desesperado por encontrar un regalo antes de la noche.

Al llegar al fondo de la librería, me giré para investigar en otra sección. No esperaba encontrarme con nadie detrás de mí y terminé chocando contra un duro y musculado pecho. Si el golpe no me hubiese dejado ya sin resuello, mirar a los ojos del dueño de aquel pecho lo habría hecho de igual modo. Jamás había visto unos ojos tan negros como aquellos y por más que intenté apartar la mirada, no pude.

-Lo siento – su voz, suave pero a la vez muy varonil, me sacó del trance.

-Yo lo siento más – mentí – Debí mirar por donde iba.

-Es difícil atender a algo que no sean los libros cuando te encuentras con un lugar tan increíble como éste – me sonrió y pensé que si se acababa el mundo en ese momento, me llevaría conmigo el mejor regalo de todos.

-Cierto – aunque no quería, me separé unos pasos de él.

-¿Trabajas aquí?

-Ya me gustaría – le sonreí – Estoy buscando un libro.

-Yo también – me guiñó un ojo y comprendí que había dicho la mayor tontería del mundo.

-Claro. ¿Qué sino estaríamos haciendo en una librería? – murmuré totalmente sonrojada.

-¿Podría pedirte un favor? – de nuevo su voz me sacó que mi mundo interior.

El sonrojo se intensificó al pensar en qué clase de favor le haría, me lo pidiese o no. Inspiré profundamente para arrancar de mí tales pensamientos y lo miré con una sonrisa en los labios, esperando que fuese lo suficientemente inocente.

-Claro – mi voz sonó estrangulada y él sonrió. Adiós efecto de sonrisa inocente.

-Necesito comprar un libro para una chica – mi alma se cayó al suelo – pero no tengo ni idea de lo que le gusta leer.

-Bueno – mi mente comenzó a trabajar a marchas forzadas, quería impresionarlo. ¿Quería impresionarlo? – un clásico siempre es una gran opción. Los grandes autores nunca pasan de moda.

-Creo que ya tiene de esos – se inclinó hacia mí para susurrar y mi corazón decidió dejar de latir – Me han dicho que es una adicta a la lectura.

-Difícil me lo pones – logré decir.

Me alejé de él para poder recuperarme de la impresión de tenerlo tan cerca y pensé en varias opciones. Si a esa chica se parecía un poco a mí, estaba segura de que le gustaría casi cualquier libro que le regalase. Mientras paseaba mi mirada por las estanterías, vi un ejemplar que hacía tiempo esperaba poder adquirir y lo tomé en las manos.

-Si disfruta de la lectura tanto como yo - se lo tendí – Éste le encantará. Yo espero que me lo regalen estas Navidades. Si no, vendré a por él yo misma.

-Gracias – su sonrisa podría derretir los polos - ¿Puedo yo ayudarte en algo a cambio?

De nuevo mis pensamientos me llevaron por derroteros nada saludables para mi vergüenza. Carraspeé disimuladamente y miré en cualquier dirección menos hacia él. Necesitaba serenarme primero.

-Yo también busco un libro para un chico del que no sé sus gustos – me encogí de hombros.

-Que coincidencia.

-Sí – me removí inquieta cuando él se acercó a mí – El señor Tomás, el dueño, está ayudándome a buscar. Tal vez debería ir a ver si…

Mi mente dejó de funcionar cuando su cuerpo quedó a escasos centímetros del mío. ¿Qué me pasaba con aquel hombre? Jamás me había sentido así ni había reaccionado de una forma tan intensa con nadie. Me obligué a seguir respirando para no caer desmayada al suelo.

-Si fuese para mí – me dijo, entregándome un ejemplar que ni había visto hasta entonces – querría que alguien me regalase este.

-Gracias – lo tomé en mis manos y el roce con la suya acaloró mi rostro de nuevo.

-Un placer – me guiñó un ojo antes de alejarse de mí. Sentí su ausencia al momento.

Tardé en reaccionar y me maldije por ello. Quería haberle dicho algo más, retenerlo unos minutos a mi lado. Al menos saber su nombre. Ni siquiera tenía eso. Tonta, me recriminé.

-Al final me llevo este, señor Tomás – le dije sin mirar el resto – Me lo han recomendado.

-Una buena elección – me sonrió.

-Feliz Navidad, señor Tomás – le besé en la mejilla antes de irme. Era como mi abuelo, al que nunca llegué a conocer.

-Feliz Navidad, Carla.

Al llegar la noche, mi mente todavía me torturaba por no haber reaccionado a tiempo con aquel hombre que tanto me había impresionado. Tiene una chica a la que va a regalar el libro que tú quieres, me repetía una y otra vez. Pero de nada servía. Seguía queriendo saber su nombre. Y encontrármelo de nuevo.

-Ya llegan, Carla – me gritó mi madre desde las escaleras – Baja.

Suspiré por enésima vez, antes de mirarme de nuevo en el espejo y dar mi aprobación. El vestido me sentaba bien, el peinado estaba en su sitio y el maquillaje resaltaba mis ojos. Lista para impresionar. El problema era que no tenía a quién impresionar.

-Carla – mi hermano, tan efusivo como siempre, me abrazó con fuerza, dejándome sin respiración por un momento – Has crecido.

-Sí, seguro – bufé.

-Quiero presentarte a David – me arrastró con él – Le he hablado tanto de ti que está deseando conocerte.

Mis ojos se agrandaron y mi mandíbula se desencajó al ver ante mí al hombre de la librería. Su rostro también denotaba sorpresa. ¿Existía el destino? Desde luego, ahora mismo podría asegurar que sí.

-Hola de nuevo – me sonrió – Carla.

-Hola, David – mordí mi labio inferior.

-¿Os conocéis?

-Sí – contestamos al unísono.

Mi hermano fue reclamado por mi padre, dejándonos solos. Ninguno había hecho movimiento alguno, simplemente permanecíamos unidos por nuestra mirada. Un nuevo sonrojo cubrió mis mejillas cuando él dio su primer paso hacia mí.

-Qué coincidencia – recordé la primera ocasión en que dijo aquellas palabras y sonreí.

-Sí.

-Me alegra saber que yo soy el chico del libro – su cuerpo rozaba el mío y mi respiración se aceleró.

-Me alegra saber que yo soy la chica del libro – mi voz sonó estrangulada de nuevo y David sonrió.

Me tomó de la cintura y acercó sus labios a los míos. Nunca en mi vida un beso había despertado tanta expectación en mí. Cerré mis ojos y disfruté de su contacto. Las chispas saltaron entre nosotros.

-Mejor de lo que imaginaba – lo oí decir contra mi boca, antes de besarme de nuevo.


Debería detenerlo, estábamos en mi casa, con mi familia, pero no lo hice. Me limité a disfrutar del momento y a pensar en lo afortunada que había sido obteniendo dos regalos de Navidad en la misma noche. Y del mismo hombre de ojos negros que se había robado mi buen juicio y mi corazón. 


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