PÁGINAS

viernes, 15 de julio de 2016

LA LLUVIA: 2º Parte

Relato Ampliado


LA LLUVIA
De
Sonia López Souto





Estaba lloviendo. Una hora antes, cuando había salido de casa dispuesta a correr unos cuantos kilómetros, el sol calentaba mi cuerpo desde lo alto del cielo. Y ahora estaba lloviendo.
No una de esas lluvias flojas que no te preocupan demasiado puesto que humedecen escasamente tu pelo, sino un torrente sin fin que te empapa por entero. Y así era como estaba yo en ese momento.
Mi pelo escapaba de la coleta para pegarse contra mi cara y  mi cuello. Mi ropa pesaba más y dificultaba mis movimientos. Mis zapatillas de deporte hacían ruiditos graciosos que a mí, con el humor de perros que tenía en ese momento, me parecían de lo más insoportables. Y por si eso fuera poco, en una mala pisada, todo mi cuerpo decidió chocar contra el suelo embarrado.
Incapaz de levantarme con la dignidad que debería, me quedé sentada, derrotada por una demencial lluvia y su cómplice el barro. Cerré los ojos para no llorar pues no sólo mi cuerpo estaba tirado, sino también mi orgullo.
-¿Te encuentras bien? -una voz tremendamente masculina me sacó de mis lamentaciones.
Abrí los ojos para enfrentarme a una mirada curiosa y, por qué no decirlo, preocupada. Aquellos intensos ojos azules me dejaron paralizada, olvidando dónde estaba, cómo había llegado a allí y por qué; de repente, la lluvia había dejado de molestarme.
El hombre esperó pacientemente a que yo hablase pero no hice nada. Había olvidado realmente su pregunta. Incluso puedo asegurar que había dejado de respirar también. Al menos por unos segundos, antes de que mi propio instinto de supervivencia me obligase a reaccionar.
Comprendiendo que nunca le contestaría, el hombre sonrió y me tendió la mano. Afortunadamente, mi mano se alzó hacia la suya. De no haberlo hecho, habría sido como confirmarle que en mi cabeza algo andaba mal.
-Gracias -logré decir.
Él sonrió de nuevo y mi corazón decidió bailar en mi pecho. ¿Alguna vez había visto una sonrisa igual? Supongo que no o me acordaría. Al menos ahora sabía que no podría olvidarla en mucho tiempo.
-Será mejor que nos pongamos a resguardo -me sugirió con aquella voz profunda y grave.
Un escalofrío recorrió mi columna vertebral y no fue por el frío. Desde que aquellos ojos azules se fijaron en mí, un extraño pero agradable calor me había envuelto en sus brazos y ya ni notaba la ropa mojada.
Sin esperar a que contestase, algo que seguramente no sería capaz de hacer, me sujetó con gentileza del brazo y me llevó con él hacia una caseta de madera que había cerca. Por suerte y a pesar de lo pequeña que era, cabíamos los dos. Para mi desgracia, el roce de su cuerpo no me permitía reponerme de su presencia.
-Vaya cambio en el tiempo, ¿verdad?
Que su mirada se perdiese en el cielo cargado de nubes negras fue un alivio para mí. Pude respirar con tranquilidad y cerrar los ojos un momento para controlar las sensaciones que aquel hombre despertaba en mí. Cuando abrí los ojos, él me miraba nuevamente pero yo ya pude sonreírle sin temor a parecer una loca desquiciada.
-Tormenta de verano, supongo.
Me felicité por lo firme de mi voz. Después de ignorar sus preguntas por falta de voz, al menos había logrado hablar nuevamente con cierta serenidad.
-Creo que tendremos que quedarnos aquí por algún tiempo.
-Eso parece.
-A no ser que no te importe mojarte -continuó hablando como si yo no hubiese dicho nada- Tengo el coche a unos cien metros de aquí.
Levanté mis manos al aire y miré mi ropa empapada a modo de respuesta. ¿Podría acaso mojarme más de lo que ya estaba? Probablemente. ¿Me molestaría? A estas alturas, no.
-Me preocuparía más estar metida en el coche con un desconocido -me permití bromear.
Por alguna extraña razón, no temía que fuese a hacerme algo malo. Tenía unos ojos de mirada demasiado dulce.
-Aarón -me tendió la mano.
-Carolina -lo imité.
Nuestras manos se enlazaron y sentí el apretón de la suya. Suave pero enérgico. Y después, algo cambió. Nuestros ojos se perdieron en los del otro y nuestras manos no llegaron nunca a soltarse. No podía apartar la mirada y la forma hipnótica en que Aarón me masajeaba la palma de la mano con su pulgar aceleraba mis pulsaciones.
Nuestros cuerpos se acercaron por inercia. Nuestras bocas a escasos centímetros. Alguien debía parar aquella locura pero yo no me sentía capaz de acometer semejante tarea. ¿Y Aarón?
Mi pregunta jamás obtendría respuesta porque un fuerte trueno hizo los honores. De un salto, nos separamos. Aarón me miraba intensamente pero yo no me sentí con fuerzas para mantener la mía y la aparté.
-Es peligroso quedarnos aquí -su voz sonó más ronca que minutos antes. Lo oí carraspear después.
-¿Una carrera? -creo que lo que bromear es un mecanismo de defensa.
Aarón me tomó de la mano sin siquiera pedirme permiso y empezó  a correr arrastrándome con él. Tampoco es que fuese a enfadarme por eso. Se sentía tan bien su mano en la mía.
Llegamos al coche y entramos en él. Sólo después de sentirme a resguardo me di cuenta de que estaba manchada de barro por la caída. Me moví inquieta en el asiento del copiloto.
-Te voy a manchar el coche -dije con disgusto.
-No te preocupes. Es un precio justo.
-¿Por qué? -lo miré extrañada.
-Por poder tener a mi lado a una mujer tan hermosa -me sonrió.
No podía verme pero estaba segura de haberme ruborizado desde los dedos de los pies hasta la punta del pelo.
-¿Te llevo a casa? -dijo después de aclarar su voz de nuevo.
No estaba segura de querer decirle donde vivía a un desconocido pero me descubrí dándole mi dirección sin ningún tapujo. Mi madre solía decir 'de perdidos al río' y al parecer, yo me estaba aplicando el cuento en ese momento.
Llegamos a mi casa y quiso acompañarme hasta el portal. No me opuse, siguiendo las directrices del refrán. Me detuve frente a él para despedirnos. De ningún modo le dejaría entrar.
-Gracias -le sonreí.
-Ha sido un placer.
Y fue en ese momento que él se inclinó hacia mí y besó mis labios con los suyos. Fue un roce ligero pero continuó cosquilleando cuando se separó.
-Adiós, Carolina.
-Adiós -acerté a responder.
Al día siguiente, más bien noche, un repartidor me entregó un precioso y enorme ramo de flores junto con una nota.
'Carolina,
Gracias por una tarde tan maravillosa. Me impresionaste hasta el punto que ya no soy capaz de dejar de pensar en ti. He estado dándole vueltas al asunto y sólo hay una solución. Una cena para conocernos mejor. Te dejo mi número al final de esta nota. Si estás dispuesta a intentarlo, ya sabes qué hacer. Espero sinceramente que me llames.
Aarón'
Miré varias veces su número de teléfono antes de decidirme a anotarlo en mi agenda. Y unas cuantas más antes de marcarlo. Cuando estaba a punto de cortar la llamada, una voz masculina contestó.
-Hola, Carolina.
-¿Cómo supiste que era yo? -le dije sorprendida.
-Abre la puerta.
Me acerqué a la puesta de mi casa e hice lo que me pidió. Mis ojos se abrieron de sorpresa y mi boca dibujó una tímida sonrisa. Colgué el teléfono.
-Hola -le dije.
-Hola -contestó. También él había colgado.
Lo invité a pasar y supe en ese momento que ya no lo dejaría marchar nunca más. Me había conquistado totalmente con el simple gesto de regalarme rosas y aparecer por sorpresa en mi casa. ¿Qué importaba que lo hubiese conocido el día anterior? ¿O que sólo hubiésemos intercambiado un par de frases? Lo que me hacía sentir, no me había sucedido nunca con nadie y eso bastaba para mantenerlo a mi lado.
-Espero que no hayas cenado ya.
-Acabo de llegar a casa –negué con la cabeza.
-Perfecto –se sentó en el sofá de un modo natural, como si no fuese la primera vez que estaba en mi casa.
Me duché y me puse el vestido que reservaba para las grandes ocasiones. Después de todo, esta lo parecía. Aarón vestía traje y corbata, así que supuse que me llevaría a un lugar elegante.
Después de arreglar mi cabello de mil formas sin que ninguna me convenciese, decidí sujetarlo en una coleta baja lateral. Me maquillé de forma sencilla, acorde con el peinado. Nada ostentoso para mí. Me miré en el espejo, no muy convencida del resultado final, pero firmemente decidida a no cambiar nada más.
En cuanto Aarón me vio, se incorporó del asiento y me repasó con la mirada. Parecía realmente sorprendido, y por su expresión, deduje que le gustaba. El alivio me permitió sonreírle.
-Lista –le dije- ¿Voy bien así?
-Perfecta –se acercó a mí y me tomó de la mano para hacerme girar– Aunque estarías bien con cualquier cosa que te pusieses.
-Ya he dicho que sí a la cena –sonreí– No necesitas adularme más.
-Sólo digo lo que pienso, Carolina.
-Gracias, pues.
-Gracias a ti por aceptar mi invitación. Te prometo que merecerá la pena.
-Ya la merece –susurré cuando me llevó con él hasta su coche, dispuesto a darme una noche inolvidable, como había dicho.



2



No hablamos durante el viaje, pero no fue incómodo. Él estaba concentrado en la carretera y yo miraba por la ventanilla para tranquilizarme. Aunque no quería admitirlo, estar cerca de Aarón, me ponía nerviosa. Y no porque apenas nos conozcamos, sino por la intensidad de lo que me hace sentir. Porque cada vez que lo miraba, deseaba conservarlo a mi lado para siempre.
Nunca me había pasado algo así. Ni siquiera con mi último novio, del que me enamoré nada más verlo. Tuvo que insistir mucho para que accediese a dar un paso más en nuestra relación e irme a vivir con él. Más de dos años, tardó en convencerme. Y sin embargo, sé que si Aaron me lo propusiese ahora mismo, me costaría mucho decir que no.
No sé qué tiene, pero me atrae inexorablemente hacia él. Desde que me rescató de aquel charco de barro, no puedo dejar de pensar en él. Y que haya confesado en su nota que le pasa lo mismo, sólo me da alas para imaginar una vida juntos. Con calma, me digo una y otra vez. Pero me resulta difícil.
-Hemos llegado – me informó, aunque no fuese necesario. Adoro su voz. Me hacer querer escucharla por horas mientras mantengo mis ojos cerrados, disfrutándola.
Me sorprendió ver que no estuviésemos en ningún restaurante, sino en un hotel. Uno de los más lujosos y caros de toda la ciudad. Miré con interés a Aarón esperando una explicación, pero él simplemente me sonrió, me tomó de la mano y nos adentró en el inmenso hall de entrada.
Mi mirada se perdió entre tanta exuberancia. Asombrosas lámparas de araña colgaban de los altos techos. El mostrador de recepción se veía impoluto y soberbio en un extremo del inmenso lugar. En el lado opuesto, una zona de confort con butacas y mesitas, invitaban a sentarse y perder parte del día allí simplemente por el placer de hacerlo. Al fondo, los ascensores y las escaleras para acceder a las habitaciones se veían en perfecta sintonía con el resto del conjunto. Y enfrente a éstos, descubrí una impresionante puerta de cristal que daba paso al restaurante.
-Buenas noches, señor. Su mesa está lista.
Sin mediar palabra, nos acompañó a través del comedor hasta lo que parecía una zona de privados. Que yo recuerde esta era la primera vez que estaba en uno, aunque en las películas siempre los había visto. Me sentí emocionada y nerviosa al mismo tiempo. Pensar que estaríamos los dos solos, en un lugar donde nadie nos vería, me preocupaba. No porque temiese que Aarón tratase de propasarse, sino porque tal vez fuese yo la que lo hiciese.
-Así estaremos más tranquilos – me explicó Aarón – Espero que no te importe. Si no uso el privado, no me dejan comer tranquilo.
-¿Eso por qué?
-Porque soy el dueño del hotel y aquí todo el mundo me conoce y quiere saludarme.
-¿Este hotel es tuyo? – mi boca y mis ojos se abrieron al mismo tiempo por la sorpresa.
-Así es.
-No me lo esperaba para nada.
-¿Supone algún problema para ti? – su ceño se frunció y supuse que a él sí le preocupaba.
Probablemente algunas mujeres hayan querido acercarse a él por su éxito en los negocios y por su dinero. Imité su gesto al pensar en ello. Aarón me gustaba de verdad, no quería que me creyese una aprovechada.
-Ninguno – le contesté – Mientras para ti no suponga un problema que yo sea maestra de guardería.
-Me gustan los niños – sonrió y yo me relajé.
-Y a mí.
-Lo supongo o no trabajarías con ellos.
-Cierto – bajé la mirada un tanto avergonzada. De repente, me sentí cohibida ante él, porque realmente no sabemos nada el uno del otro, pero yo me lo imaginé a mi lado desde un primer momento, sin importarme sus faltas o defectos. Sea como sea, lo querría igual.
-Cuéntame más sobre tu trabajo – me animó.
Y así comenzamos a hablar y no paramos en toda la comida. Conociéndonos mejor, nuestros gustos, nuestras costumbres, nuestras manías. Hablamos sobre nuestras familias, nuestros amigos, nuestras relaciones de pareja. Aprendimos sobre nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro.
Cuando terminó la cena, Aarón me invitó a tomar una copa en la discoteca del hotel. Nunca tuve intención de negarme a nada que me ofreciese, pero a estas alturas de la noche, no quería separarme de él bajo ningún concepto. Cuanto más conocía de él, más me gustaba, así que simplemente acepté.
Por el camino, tal y como me dijo, lo pararon en varias ocasiones y él amablemente los atendió a todos. Yo me quedaba observándolo embobada, admirando su educación y su caballerosidad. Desde luego bien podía ser el hombre perfecto, si es que alguien así pudiese existir.
-¿Quieres bailar? – me preguntó después de un par de copas y media hora más hablando sin parar.
Para este entonces ya me tenía totalmente seducida sin pretenderlo, pues nuestros cuerpos estaban muy juntos y se rozaban cada vez que hablábamos. La música alta no nos permitía mantener una conversación menos íntima. Aunque yo no me quejaba por eso, más bien estaba encantada.
-Claro – le sonreí.
Cuando su mano tocó mi espalda para acercarme a él, sentí una corriente recorriéndola por entero y me estremecí. Aarón debió sentirlo porque fijó su mirada en la mía y sonrió. Yo lo imité y él me acercó todavía más, hasta que no hubo espacio entre nosotros.
-Me gustas mucho, Carolina – me dijo.
-Y tú a mí, Aarón – le sonreí de nuevo.



Continuará

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