LA CAFETERÍA
de Sonia López Souto
Me encanta esta cafetería. Es muy tranquila y tiene un café
delicioso. Siempre que puedo vengo a ella, sobre todo cuando quiero leer un
libro.
-Buenas tardes, Meg - me saluda el camarero - ¿Lo de
siempre?
Ya nos conocemos, de tantas veces que acudo a allí. Le miro
y sonrío. Es un hombre muy agradable.
-Buenas tardes, Peter. Sí, por favor.
Abro el libro por la primera página y me dispongo a leerlo
mientras espero mi rico café.
-¿Nuevo libro? - me pregunta Peter cuando regresa.
Me sumerjo en la lectura y el mundo a mi alrededor
desaparece. Siempre me sucede lo mismo. No puedo evitarlo, soy una apasionada
de la lectura.
Horas después decido que debo regresar a casa y cierro el
libro tras marcar la página. Termino mi café, que ya está frío pero no me
importa, tomo la cartera y me acerco a la barra para pagar.
-Ya está pagado - me dice Peter.
-Imposible - le digo - Me acordaría si lo hubiese hecho.
-Te han invitado, Meg.
-¿Quién?
-Él - me señala con la cabeza a un joven que está sentado en
una mesa al fondo de la cafetería.
Ahora me siento en la obligación de agradecérselo. Me acerco
a él con cierto recelo, después de todo no lo conozco pero no dejo de percibir
lo apuesto que es.
Su cabello tiene un tono dorado viejo, como lo llamo yo. De
ese rubio oscuro que parece cobre. Nunca me han llamado la atención los rubios
pero a él le sienta bien. Combina a la perfección con sus ojos color miel. Me
ruborizo al encontrarme con su mirada pero me obligo a seguir caminando hacia
él.
Tiene una bonita sonrisa, pienso en cuanto me la muestra.
Ahora no puedo dejar de mirar a sus labios, sus apetitosos labios, y me
reprendo por ello. No funciona y termino admirando el resto de su rostro. Mandíbula
extremadamente varonil, nariz perfecta, pestañas abundantes y cejar bien
definidas. Parece un chico de revista y me está sonriendo a mí. Mi sonrojo
parece no querer abandonarme.
-¿Qué hay? - le digo, riéndome por dentro de mi pésima
introducción, e intento arreglarlo - Gracias por el café.
-Ha sido un placer - me señala la silla frente a él y me
siento sin pensarlo. Olvido completamente que tengo que irme.
-¿Nos conocemos? - muerdo mi labio inferior temiendo que
diga que sí. Sería demasiado incómodo.
-Te veo siempre sentada en esa mesa, leyendo - me dice con
una voz profunda y sugerente. Cómo me gusta esa voz - Pareces olvidarte del
mundo por unas horas.
-Me apasiona leer - asiento cohibida, no tenía ni idea de
que alguien me observaba cada vez que acudía a la cafetería.
-Quería conocerte pero no sabía cómo acercarme a ti -
continúa - Temía que si interrumpía tu momento mágico me rechazarías.
Lo observo atentamente cuando apoya los brazos en la mesa.
Los músculos se le marcan contra la camiseta y trago con dificultad. Tiene un
cuerpo de infarto. Guapo, musculado y educado. Si existiese la perfección, él
sería el prototipo ideal.
-No soy un ogro - logro decir.
-Desde luego que no - me sonríe y yo me derrito por dentro.
Nos quedamos en silencio, mirándonos. Pero no resulta
incómodo ni intimidatorio. Su sonrisa continúa hipnotizándome y muerdo mi labio
de nuevo.
-Me llamo Jordan - extiende la mano hacia mí.
-Meg - la tomo tras un momento de vacilación y siento un
cosquilleo allí donde se tocan.
-Un placer, Meg.
No sólo no me suelta la mano sino que comienza a acariciarme
la palma con el pulgar. Es lo más sensual que me ha pasado en la vida y un
nuevo sonrojo cubre mis mejillas pero soy incapaz de apartar la mano. Mucho
menos la mirada.
-¿Podría invitarte a cenar? - me propone - Conozco un lugar
pequeño y coqueto que creo que te gustará.
-De acuerdo - asiento.
Suelta mi mano y siento frío en ella. La cubro con la otra
pero no es suficiente, me falta el contacto de Jordan y eso resulta demasiado
extraño. Apenas lo conozco. Aunque, por alguna razón que no logro discernir,
siento como que somos amigos de toda la vida.
-Te acompaño a casa - se ofrece - Así sabré donde vives y
paso luego a recogerte. Digamos, ¿a las ocho?
-De acuerdo - repito.
Nos levantamos y, como ha dicho, me acompaña hasta casa. El
trayecto se me antoja demasiado corto pero claro, vivo a dos calles de la
cafetería. Cuando llegamos, me planto frente a la puerta y lo miro.
-Gracias de nuevo - le susurro, cohibida de repente.
-De nada - se acerca a mí para susurrarme al oído - Se me
hará eterna la espera.
Lo miro sorprendida por sus palabras y aprovecha para rozar
mis labios con los suyos. La descarga eléctrica nos desconcierta a ambos y nos
miramos con curiosidad antes de besarnos de nuevo.
Cuando la energía cruza de nuevo nuestros cuerpos, decido
que no quiero esperar a las ocho para volver a verlo. Lo arrastro dentro de
casa y algo me dice que ya no se marchará jamás.
Y luego se despertó...
ResponderEliminar(debe ser que estoy un poco escéptica hoy, a pesar de ser viernes)
Ya sabes que mis relatos siempre exaltan el amor a primera vista.;)
EliminarQuien tiene una mirada romántica de la vida, supongo que no puede evitarlo... es bonito leer sobre ello
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar