PÁGINAS

viernes, 8 de abril de 2016

RELATO AMPLIADO: LA TORMENTA

Relato Ampliado




La Tormenta  
de Sonia López Souto


1

Nunca antes he desobedecido a mi padre. Lo adoro y siempre lo he considerado un hombre sabio y juicioso. Pero cuando me informó de que me desposaría con Connor MacGregor, deseé que el suelo se abriese bajo mis pies y me tragase. Hubiera sido lo mejor, la verdad. La fama de ese hombre lo precede y no es necesariamente buena. Por algo mi padre lo quiere a su lado. Y por eso estoy yo en los establos, ensillando mi caballo.
No sé muy bien a dónde iré ni qué haré, lo único que tengo claro es que no me quedaré aquí esperando a un esposo al que tachan de bárbaro y sanguinario. No es esa la idea que yo tengo en mente para el hombre con el que he de compartir mi vida. Y no me importa si mi padre se enfurece conmigo por huir. Esta vez se ha equivocado y mucho.
Cuando abandono el establo, la noche me envuelve y puedo salir del castillo sin ser vista. Conocer el terreno ayuda bastante. Reviso las alforjas de mi caballo y monto sobre él al sentirme segura de que no me verán. Lo espoleo obligándolo a salir al galope. Para cuando sepan de mi desaparición, ya estaré muy lejos.
La luna ilumina mi camino en las pocas ocasiones en que se digna a aparecer tras las nubes. Sé que pronto comenzará a llover, pero no puedo permitirme buscar un refugio. Todavía estoy cerca de casa.
La tormenta me sorprende horas más tarde, cuando ya amanece. Me encuentro ya en el lago pero no puedo avanzar más sobre el caballo, así que desciendo de él y lo arrastro tras de mí. Se resiste porque le asustan los truenos. En cualquier otra circunstancia, lo habría dejado libre para que regresase a casa, pero no ahora. No hoy. Lo necesito para huir del cruel destino que se me ha impuesto.
Un relámpago oculta las pocas sombras de la noche que quedan todavía y segundos después se escucha el ensordecedor rugido de un trueno. Mi caballo, loco por el miedo, se encabrita. Trato de tranquilizarlo pero las riendas se me escurren de entre las manos. Se gira dispuesto a abandonarme y cuando intento evitarlo, me golpea con sus cuartos traseros. No me hace daño, realmente, pero sí me desequilibra.
El resbaladizo suelo a mis pies provoca mi caída y me deslizo inexorablemente ladera abajo en dirección al lago. Sus gélidas aguas me reciben de buen grado, y siento como el pánico me invade mientras mis ropas se empapan y empiezan a pesar. No sé nadar, nunca me han enseñado, por lo que sé lo que sucederá a continuación.
Braceo a la desesperada intentando salir a flote pero mi vestido mojado se enreda en mis piernas y me impide impulsarme. Trato de gritar pero sólo consigo que el agua entre antes en mis pulmones. Sé que voy a morir y aunque horas antes lo había deseado, ahora sólo puedo pensar en que quiero vivir.
Mi cuerpo se hunde una última vez en el lago y ya no sale. Trato de aguantar la respiración todo cuanto puedo, para robarle unos segundos más a la muerte, pero sé que es en vano. La vida de Janet Fraser acabará como empezó, sumergida en agua.
Entonces, siento cómo mi cuerpo se eleva. Noto el peso de la ropa pero no toco el suelo, por lo que supongo que estoy volando. Hacia el creador. ¿Qué otra cosa podría ser sino? Me convulsiono con cada movimiento, el aire ya no me es necesario pero mis pulmones no deben saberlo todavía. Finalmente toco tierra. ¿Habré llegado al cielo?
Siento unos fuertes labios sobre los míos, que insuflan vida en mi cuerpo pero me niego a abrir los ojos. No todavía, cuando me siento tan bien. Quiero disfrutar de mi remanso de paz antes de enfrentarme a la eternidad de mi alma, lejos de mi cuerpo terrenal.
De nuevo los labios insisten en llenarme por dentro del aliento vital. Y es entonces cuando mis pulmones reaccionan y expulsan el agua que los encharca. Toso y me revuelvo. Unas poderosas manos me sujetan con delicadeza y acarician mi espalda, consolándome. Cuando dirijo mi mirada hacia su dueño, me encuentro con los ojos más azules que he visto en mi vida.
-¿Eres un ángel? –logro decir con voz ronca.
-No soy ningún ángel, muchacha –su voz lo desmiente. Nadie en la tierra podría tener una voz tan dulce y dura al mismo tiempo.
Ni un rostro tan bello. Ni aquel cuerpo fuerte que se aprieta contra el mío y me mantiene a salvo de las inclemencias del tiempo. Definitivamente es un ángel. Mi ángel.
-Eres un ángel –repito. Ya no pregunto, sino que lo afirmo, y una sonrisa brilla en su perfecto rostro.
-Seré tu ángel si es lo que quieres –me susurra, provocando escalofríos en mí, que nada tienen que ver con que esté empapada y en medio de la nada, a la intemperie.
Consciente por primera vez desde que abrí los ojos de lo que me rodea, comprendo que sigo en el lago y que la tormenta no ha amainado. Miro a mi ángel salvador y mis ojos se abren de sorpresa al comprender que es un hombre y no un ser celestial. Intento apartarme de él pero me lo impide.
-No vayas a temerme ahora, muchacha –me dice, sin dejar de mirarme a los ojos– No te he salvado la vida para arrebatártela después.
Le creo. No sé quien es ni qué hace aquí, pero le creo. Inconscientemente me acerco más y él aprieta su abrazo. Cuando baja la cabeza yo elevo la mía y nuestros labios se juntan. Recuerdo esos labios pero el tacto ahora no es el mismo. Siento la urgencia en aquel beso y me pierdo en su devastadora seguridad. Sabe lo que quiere y lo exige. Y yo solo puedo ofrecérselo sin reservas.
Cuando rompe el contacto y me toma en sus brazos, no protesto. Simplemente hundo mi rostro en su pecho y rodeo su cuello con mis brazos. Iré a donde me lleve. Nada más me importa. Si es al infierno, lo seguiré hasta arder con él.
El cansancio y la experiencia en el lago hacen mella en mí y me duermo en sus poderosos brazos. Ni me sorprende la fe ciega que he depositado en él, porque mi corazón me dice que es a su lado donde debo estar. Que he nacido para pertenecerle.
-La habéis encontrado – escucho decir a mi padre horas después.
-Os dije que lo haría – dice mi salvador, sin dejar de sostenerme, mientras me lleva a mis aposentos.
Estamos de vuelta en el castillo y mi aciago destino está de nuevo acechándome. ¿Cómo podré ahora desposarme con un cruel asesino, estando enamorada de mi ángel? Un ángel que mi padre envió en mi busca.
-Espero que este contratiempo no os haga cambiar de opinión respecto al matrimonio, Connor.
-Sólo reafirma mi intención de hacerla mi esposa, Ian –dice él con la seguridad de quién se sabe vencedor.
Y ha de ser así, porque ahora que sé quién es, nadie impedirá que me despose con él. Ni una reputación como la que tiene. Sin duda, algo de mentira ha de haber, pues unos ojos tan limpios y puros como aquellos no pueden esconder un alma oscura como la que se empeñan en relatar en las historias sobre MacGregor, el bárbaro.
Lo miro a los ojos en cuanto nos quedamos solos en mi alcoba. Esto no debería estar sucediendo pero nadie ha protestado ni lo ha impedido. Una sincera sonrisa en sus labios ilumina también sus ojos azules y sé que todo estará bien.
-Ahora eres mía, Janet –me dice– No vuelvas a poner tu vida en peligro, porque no soportaría perderte.
-No pareces un bárbaro –digo.
-No para ti –me deposita en la cama– Nunca para ti.
Cuando me besa, sé que he encontrado mi lugar. Connor es mi vida ahora y no puedo creer que haya querido huir de él. Bendita tormenta que me frenó y nos hizo encontrarnos.


2

El cansancio hace mella en mí y me quedo dormida de nuevo. Connor se ha quedado conmigo hasta que mis ojos se cierran. Ni siquiera fue necesario que hablásemos. El silencio era revelador para ambos.
No sé cuantas horas duermo pero me despierto en la oscuridad. Supongo que vuelve a ser de noche y he pasado el día entero en la cama. Mi cuerpo protesta ahora por la inactividad y por el hambre. Decido levantarme y calmar ambos malestares.
Me cubro con el plaid. En algún momento, alguien me ha cambiado de ropa, colocándome un camisón seco y mi rostro se colorea al pensar que haya podido ser Connor. Sé que en breve será mi esposo, pero no sé si me siento cómoda con que vea mi cuerpo desnudo. El pudor es demasiado fuerte en mí.
Bajo sigilosa las escaleras para no despertar a nadie pero al llegar al salón, corro en dirección a las cocinas. Voy descalza, así que apenas hago ruido. El suelo de piedra está frío pero no importa, mi intención es llevarme la comida de nuevo a mis aposentos. Todavía quedan resquicios del fuego en la chimenea, lo que me permite distinguir el camino entre las mesas que han montado esa noche con motivo de la llegada de mi prometido y sus hombres.
Seguramente haya habido un gran banquete para todos y me siento incómoda pensando en que no he acudido. Después de las constantes negativas que le he dado a mi padre, incluso delante de nuestra gente, temo que se hayan tomado mi ausencia como un nuevo desplante hacia Connor. Es algo que no podría perdonarme.
En la cocina encuentro pan y carne ahumada. No es de mi agrado pero tendré que conformarme con ella. Con el hambre que tengo, tampoco puedo ser demasiado escogida. Mis tripas empezarán a protestar en cualquier momento. Busco una copa y la lleno con agua fresca. En cuanto tengo todo lo que necesito, salgo sigilosamente y con más cuidado para no derramar el líquido en el suelo.
-¿Te ayudo con eso, querida?
Me sobresalto al escuchar una voz en la penumbra. Por suerte para mí, nada se ha caído de mis manos, pero sí se me ha escapado un pequeño grito. El corazón me late con fuerza, parece como si quisiera escapar de mi pecho y ocultarse en cualquier otro lugar. Mi cerebro tarda en procesar la voz y desde luego, hasta que me giro, no reconoce al dueño. Tal ha sido el susto.
-Connor –susurro.
Está sentado frente a la chimenea, en una pose de absoluta relajación. Si pretende calentarse con el fuego, me temo que los restos de la lumbre no servirán a ese propósito. Aún así, me guardo mi opinión para mí. Aunque mi corazón me dice que es el hombre con el que deseo pasar el resto de mis días, no conozco apenas nada de él. La confianza llegará con el tiempo. Ahora, me mantengo firme, sintiendo mis pies cada vez más fríos.
-Estás descalza –me dice, sin mirarme todavía.
-Sólo he bajado a por algo de comida –me justifico.
-Pero hace frío –se levanta como un resorte y camina hacia mí– Después de tu chapuzón de esta mañana, no te conviene andar descalza. Y en camisón.
Su mirada se pasea por mi cuerpo y me siento desnuda a pesar de estar perfectamente tapada con mi plaid. Mi corazón, que parecía haberse tranquilizado un poco, vuelve a tronar en mi pecho. No me extrañaría que Connor lo escuchase. Cuando extiende sus manos hacia mí, no puedo evitar retroceder por instinto.
-Te dije que no debes tener miedo de mí, Janet –su voz suena ahora más ronca que hace un momento.
-No te tengo miedo –me obliga a mirarlo a los ojos y repito– No te tengo miedo.
-Bien. Porque no te haré ningún daño – sus ojos están fijos en los míos –Jamás.
Le creí la primera vez y le creo ahora de nuevo. Puede que lo hayan retratado como un ser cruel y sanguinario, pero yo no veo nada de eso en sus ojos. Lo que sí detecto ahora y que no vi antes, tal vez debido a mi encuentro con la muerte, es el tormento que se arremolina en su interior.
Descubrir que Connor sufre, me aflige. Como estoy cargando con mi cena, me acerco a él y apoyo la mejilla en su pecho. No es el abrazo que deseo darle, pero tendrá que servir por el momento. Cuando siento sus brazos rodeándome, sé que lo ha entendido. Estoy de nuevo en el paraíso. La seguridad que emana de Connor me envuelve y me consuela a mí, aún cuando yo quería haber hecho eso mismo con él.
-Te llevaré a tu alcoba –me dice antes de alzarme del suelo.
Parece que no le cuesta llevarme en brazos porque camina con rapidez y su rostro permanece relajado. Me sostiene con firmeza y me deleito con el movimiento de sus músculos contra mí mientras camina. Mi cabeza termina apoyada contra su pecho y escucho los latidos de su corazón. También el suyo está acelerado y algo en mi interior me dice que no es por el esfuerzo de cargar conmigo.
-Puedo caminar –le digo en cuanto soy consciente de que volveremos a estar a solas en mi alcoba. Y en esta ocasión no habrá nadie al otro lado para controlar que no suceda nada indecoroso dentro.
-Lo sé –me mira un momento– Pero estás descalza.
Antes de que pueda idear alguna excusa creíble para que me deje en el suelo, ya hemos llegado a mis aposentos. Abre la puerta como puede y luego la cierra tras él, con un pie. Avanza hacia la cama y me deposita en ella con cuidado de no derramar el agua. Sin mediar palabra, me quita todo de las manos y lo coloca en la pequeña mesa que está junto a la ventana.
-¿Dónde están tus zapatos? –me pregunta.
Los toma en cuanto se los señalo y me los pone con cuidado de no tocarme demasiado. Ese gesto de consideración me llega a lo más hondo. Es un hombre de honor y eso me llena de un orgullo tonto que se supone no debería sentir por un desconocido.
No un desconocido, pienso entonces. Porque mi alma conoce la suya. No puedo explicarlo, pero sé que es así. Desde el momento en que nuestras miradas se conectaron la primera vez, supe que no habría nadie más que él para mí. Y con cada minuto que pasa, estoy más convencida de ello.
En cuanto mis zapatos están en su sitio, vuelve a cargarme en brazos hasta una de las sillas y me deposita en ella con delicadeza. Luego acerca la otra y se sienta frente a mí. Me mira durante lo que se me antoja una eternidad, pero no me siento acobardada. Tal vez un poco cohibida por su intensidad, pero jamás temerosa.
-Come –me dice sonriendo al sentir a mis tripas protestar. Un intenso sonrojo cubre mi rostro de la vergüenza de que él haya oído eso– Necesito una esposa sana y bien alimentada.
Me observa en silencio, recostado contra el respaldo de la silla. De nuevo esa postura relajada que vi en el salón. Con la diferencia de que ahora puedo notar de nuevo el tormento en su mirada. Una honda preocupación que dudo que él mismo sepa que está mostrándome.
-¿Estás bien? –le pregunto finalmente, incapaz de callarlo por más tiempo– Pareces preocupado por algo.
-Estoy bien –sé que miente.
-Si voy a ser tu esposa sana y bien alimentada –uso sus mismas palabras para suavizar mi reprimenda– tendrás que aprender a confiar en mí. Tus problemas serán ahora los míos.
-No quieras cargar con mis problemas, Janet –me mira con ojos suplicantes.
-En la salud y en la enfermedad. En la riqueza y en la pobreza. En lo bueno y en lo malo –añado por mi cuenta– Eso es lo que nos prometeremos en breve. Lo tuyo es mío y lo mío tuyo.
-Hay cosas que es mejor que no sepas –me mira de nuevo con intensidad pero aguanto. Quiero que confíe en mí y tengo la sensación de que me está probando– No me llaman MacGregor el bárbaro por nada.
-En la guerra se comenten muchas atrocidades –mi mano se cuela entre las suyas antes de que pueda detenerla.
Connor tira de ella y me arrastra hacia él. Me acomoda en su regazo y me rodea la cintura con sus brazos. Me siento protegida así. A salvo de todo mal. Mis brazos reposan en sus hombros y le acaricio el cabello con las manos. Su mirada sigue en la mía.
-¿De verdad quieres saberlo? –me pregunta tras varios minutos sin que ninguno se mueva.
-Por supuesto –le contesto sin dudar. No hay nada que desee más que conocer al hombre que me está sosteniendo en este momento. Conocer al bárbaro que dicen que es y al hombre que realmente es. Porque sé que hay una gran diferencia entre ambos.
-Puede que después decidas romper el compromiso –me advierte.
-Jamás –tomo su cara entre mis manos– Connor MacGregor, sea lo que sea eso que te tortura, jamás me alejará de ti.

Continuará

2 comentarios:

  1. Bueno, ya veo que Sonia ha empezado a ampliar los relatos... muchas gracias, estoy muy contenta

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  2. Gracias! :D .... Va a ser difícil esperar hasta la siguiente parte - capítulos

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